Ya que hablamos de morder…
El reloj de la torre de la iglesia señalaba las once y media cuando Anton llegó al cementerio.
Protegido por la sombra de los grandes árboles, voló a lo largo del muro del cementerio. La cripta Von Schlotterstein estaba al final del cementerio…, en la parte antigua y poco cuidada.
Geiermeier, el guardián del cementerio, y su ayudante Schnuppermaul habían intentado hacía algún tiempo transformar aquella parte en un «jardín»… con la velada intención de expulsar de esta manera a los vampiros.
Con su excavadora y su bulldozer Geiermeier y Schnuppermaul habían conseguido realmente incluso poner en fuga a la familia de los Von Schlotterstein: se habían trasladado al castillo en ruinas del Valle de la Amargura.
Pero luego la iniciativa popular «Salvad el Viejo Cementerio», dirigida por el señor Schwartenfeger, había conseguido detener la destrucción del viejo cementerio… y, así, los vampiros habían podido regresar.
A la luz de la luna Anton vio ahora que la hierba ya había vuelto a crecer muchísimo. Y allí estaba el alto abeto bajo el cual se encontraba el agujero de entrada a la cripta.
Al pensar en el estrecho pozo por el que tenía que deslizarse para llegar abajo, donde estaban Anna y Rüdiger, a Anton se le puso de repente un nudo en la garganta.
Aterrizó detrás de un matorral y, con el corazón palpitante y temeroso, levantó la vista hacia el abeto.
Tenía que saber como fuera si el pequeño vampiro y Anna estaban solos en la cripta… y, además, antes de haber corrido a un lado la losa que ocultaba el agujero de entrada. Pero, ¿cómo podía averiguarlo sin ponerse en peligro? Anton miró angustiado a su alrededor. Ahora le pareció que su decisión de haberse ido volando hasta allí había sido bastante precipitada y tomada muy a la ligera. ¡Pero ya era demasiado tarde!
Decidió esperar un rato aún. Quizás Anna y Rüdiger abandonaban la cripta y aparecían por allí arriba…
Se puso muy acurrucado detrás del matorral y así se quedó. No era la primera vez que Anton estaba de noche solo en el cementerio. ¡Pero nunca se podría acostumbrar al miedo que le producía cada vez que iba! Ya sólo los ruidos: aquellos crujidos y aquellas crepitaciones a su alrededor, aquellos susurros y aquellos siseos en las copas de los árboles…
¡La noche estaba viva, mil veces más viva de lo que uno en su casa, metido en su cama calentita, podía imaginarse! Y la noche tenía innumerables ojos: ojos que para Anton eran invisibles. Pero le observaban, porque ellos sí podían ver en la oscuridad…
Anton sintió que se le ponían los pelos de punta. Miró otra vez hacia el agujero de la entrada y, enérgicamente, como si así pudiera conjurarlo, dijo en voz baja:
—¡Rüdiger, Anna, estoy aquí!
—¡Y yo aquí! —dijo entonces una voz chillona detrás de él.
Anton se volvió como electrizado… y vio el pálido rostro de Lumpi.
—¡Vaya, qué sorpresa! —exclamó Lumpi con falsa amabilidad—. ¡Anton Bohnsack de visita en nuestro bonito y viejo cementerio! —Luego con una voz muy diferente, dijo a gritos—: ¿Y qué es lo que estás buscando aquí?
—Yo… —respondió Anton tragando saliva—. Quería ver a Rüdiger… y Anna. Está enferma, ¿no?
—¿Enferma? —dijo Lumpi haciendo castañear sus largos y fuertes dientes—. Digamos que Anna está pagando el precio de su aprendizaje.
—¿Está pagando el precio de su aprendizaje?
—¡Sí señor! Está pagando el precio que corresponde a todo aprendizaje, ¿comprendes?
—No —admitió Anton.
—¡Y como siga así, ni siquiera va a pasar el examen! —siguió diciendo Lumpi alegrándose del mal ajeno.
A Anton le entraron escalofríos.
—¿El exa…, examen? —balbució—. ¿De vampiro, acaso?
Lumpi se dio golpecitos con el dedo en la frente.
—¡Madre mía! —se lamentó Lumpi—. ¡Mira que eres duro de mollera! ¡Si como vampiro Anna ya casi es un caso perdido! Por cierto —añadió luego con un tonillo amenazador—, que eso es sobre todo por culpa tuya, Anton Bohnsack.
—¿Por mi culpa? —dijo Anton.
Lumpi asintió muy significativamente con la cabeza.
—¡Ya lo creo! Por lo que yo he oído tú no quieres convertirte en vampiro… —Y con una risa que parecía un balido añadió—: ¡Lo cual a mí me parece incomprensible, ja, ja!
Anton estimó oportuno no replicar nada.
—Y el examen ese de Anna… —preguntó con cautela—, ¿de qué asignatura es?
—De botánica de hierbas, naturalmente… ¡Cabeza hueca! —contestó Lumpi.
—¿De botánica de hierbas?
—Efectivamente. Hierbas para el dolor de tripa, para el dolor de cabeza, para el dolor de muelas… Hierbas para perfumes… En suma: ¡para todo lo que un vampiro necesita! ¿O acaso te crees que nosotros vamos a comprar a las droguerías… y a las farmacias?
—¡Por supuesto que no! —contestó Anton.
—¿Lo ves? —dijo Lumpi con una suavidad nada natural—. Y por eso siempre tenemos a una especialista en hierbas.
—¿Y esa especialista es Anna?
—¡Error! Es nuestra abuela, Sabine la Horrible. Pero Anna se ha ofrecido para sustituirla. Nuestra querida abuela se va volviendo poco a poco cada vez más olvidadiza, y eso puede tener graves consecuencias.
—¡Como le ha pasado a Anna! —se le escapó a Anton.
—¿Cómo le ha pasado a Anna?
—¡Sí, porque recogiendo hierbas le ha mordido una serpiente!
Lumpi agitó sus largos brazos.
—¿Y quién te ha contado ese cuento chino? —preguntó divertido.
—Nadie —dijo rápidamente Anton—. Lo he deducido yo mismo.
—Eso de pensar deberías dejárselo mejor a los burros —dijo Lumpi con una risita—, que tienen más cabeza que tú.
—¿Entonces es que a Anna no le ha mordido una serpiente?
Anton, a pesar de la presencia de Lumpi, se sintió más aliviado.
—No, no le ha mordido ninguna serpiente —confirmó poco amable Lumpi. Con una sonrisa burlona y maliciosa añadió—: Pero ya que hablamos de morder, Anton Bohnsack…, se me ha ocurrido de repente una idea…
Abrió muchísimo su boca y Anton vio brillar sus terribles dientes de vampiro a la luz de la luna.
Le corrieron escalofríos. Pero ahora no debía dejar que se le notara que tenía miedo. Todo lo contrario: ¡tenia que desviar la atención de Lumpi y hacer que pensara en otra cosa!
—Pero Anna sí tiene la mano enferma, ¿no? —dijo—. ¡Por lo menos eso es lo que Rüdiger me ha contado!
—Rüdiger, Rüdiger —le hizo eco de mala gana Lumpi—. ¿Por qué tienes que estar siempre hablando de Rüdiger?
Y dicho aquello empezó a levantar ya sus anchas manos y…
—¿Tú crees que Anna se alegraría de verme? —pregunto rápidamente Anton retrocediendo un paso. Con el pie derecho se tropezó contra una losa que estaba volcada y estuvo a punto de caerse.
—Aquí todo el mundo se alegra de verte —contestó Lumpi.
Anton se sobresaltó.
—¿Es que Anna, entonces, no esta sola en la cripta? Quiero decir: ¿sola con Rüdiger?
—¿Rüdiger? —gritó Lumpi poniéndose furioso y estirándose todo lo alto que era—. ¿Sabes que ya me estás sacando terriblemente de quicio con tu eterno «Rüdiger, Rüdiger»?
—¿Sí? —dijo Anton fingiendo que se sentía culpable.
—¡Pero además muchísimo! —bufó Lumpi.
Luego, en un tono sorprendentemente cariñoso, pregunto:
—¿Por qué para variar no piensas alguna vez en visitarme a mí?
—¿A… a ti? —balbució Anton.
—¡Si! ¡Seguro que tú y yo juntos no nos íbamos a aburrir! —dijo Lumpi frotándose sus grandes manos y riéndose estrepitosamente.