Negro negrísimo

—¡Un verdadero amigo! —le dijo Anton a Anna furioso.

—Yo me alegro de que haya venido conmigo —repuso Anna—. Últimamente no tiene ninguna gana de nada. Nuestra abuela, Sabine la Horrible, dice que Rüdiger está pasando una depresión anímica.

—¿Una depresión anímica? —repitió Anton. ¡Y es que aquello sonaba realmente amenazante!

Anna asintió con la cabeza.

—Lo ve todo negro negrísimo. Pero es que es para sentir pena por Rüdiger: primero el programa de entrenamiento con el psicólogo en el que tantas esperanzas había depositado. Y al final todo no fue más que un fraude…

—¿Un fraude? —dijo indignado Anton—. Fue un experimento, un experimento científico —le corrigió—. ¡Y el señor Schwartenfeger nunca prometió que le fuera a curar a Rüdiger de su miedo a los rayos del sol!

—Se lo prometiera o no, el caso es que Rüdiger creyó en el programa —contestó Anna—. Y cuando uno cree en algo y luego se lleva un desengaño… es como si se cayera uno en un profundo y negro agujero, dice mi abuela.

Anton se pegó un susto.

—¿Tu abuela dice eso? ¿Sabe acaso que Rüdiger hizo el programa del señor Schwartenfeger?

—No, ¿cómo puedes pensar eso? —le tranquilizó Anna—. Además, a Rüdiger no sólo le ha decepcionado el señor Schwartenfeger. Ha habido un montón de cosas que se le han venido encima: la decepción por lo del psicólogo, el desenmascaramiento de Igno Rante, que Olga se haya marchado con tía Dorothee… y sobre todo ¡que ella haya preferido a Hugo el Peludo antes que a él!

—¿Dijo eso Olga?

—No. Nos lo ha contado Waldi el Malo. Olga ni siquiera se despidió de Rüdiger.

—¿No?

—Antes se habría despedido de ti —dijo furiosa Anna.

—Conmigo Olga no estuvo —aseguró Anton—. Y luego añadió: ¡Afortunadamente!

Anna sonrió aliviada.

—Y como Rüdiger tiene esa depresión anímica por eso me alegro de que se haya venido conmigo esta noche —siguió diciendo ella—. Y luego esa Viola…

¡Tienes que hacer todo lo posible para que acuda mañana por la noche a la cita!

—¿Qué quieres decir con… «todo»? —preguntó Anton riéndose burlón.

—¡Bueno, pues que tienes que convencerla! Tú ya sabes cómo se hace.

—Pero a gusto no lo hago —recalcó Anton.

—¿Y por qué no? —preguntó Anna.

—¡Porque a mí Viola realmente no me gusta!

—Ay, Anton —exclamó Anna mirándole con una tierna sonrisa—, ¡de qué forma tan dulce lo has dicho!

Anton tosió.

—¿Has tenido algún problema para encontrar la granja escolar? —preguntó rápidamente para desviar la atención.

—No. Incluso ha sido bastante fácil.

—¿Y tu familia?

—Les he contado que quería mezclar un nuevo perfume, «Muftí Irresistible», y que para eso necesitaba hierbas extraordinariamente raras y por eso tenía que volar hasta muy lejos… Sí, y también les dije que Rüdiger tenía que acompañarme porque así él pensaría en otras cosas.

—¿Y cómo has conseguido convencer a Rüdiger de que viniera contigo? —preguntó Anton.

—Oh, sencillamente afirmé que en tu clase había una chica estupenda… y que él ahora, con el viaje de vuestra clase, tenía una oportunidad única para conocerla.

—Pero, ¿cómo podías saber tú eso? —preguntó perplejo Anton.

—¡No tenía ni idea! —dijo Anna con una risita—. Lo de la chica sencillamente me lo inventé… para animarle a Rüdiger. Al principio tampoco estaba nada interesado…, porque no quería serle infiel a Olga, ¡imagínate! Pero le hice ver que tenía que poner celosa a Olga si quería quedar por encima de Hugo el Peludo. Y eso fue lo que terminó de convencerle.

Anna se frotó las manos satisfecha.

—Y luego aquí, en la granja escolar, esta increíble casualidad… No, casualidad no: ¡suerte! ¡Una chica que parece hermana de Olga! Rüdiger al principio no se lo podía creer. Y yo mucho menos todavía. —La risita de Anna subió de tono—. ¡Una providencia de Drácula, como diría mi madre, Hildegard la Sedienta!

—¿Una providencia de Drácula?

Anton notó cómo le corrían escalofríos por la espalda.

Y es que no sólo tenía que convencer a Viola para una cita con alguien completamente desconocido para ella, sino que además ese desconocido era… ¡un vampiro!

—Me voy a marchar —dijo Anna mientras él estaba sumido en sus pensamientos.

Anton se sobresaltó.

—¿Ya?

—Puedo tardar mucho en encontrar todas esas hierbas raras —contestó Anna sacando una bolsa negra de debajo de su capa—. Si no la lleno hasta arriba, mis padres y mis abuelos sospecharán… Y, además, mañana por la noche tendremos tiempo de sobra —dijo dulcemente.

—¿Mañana vienes también? —preguntó Anton.

—Pues claro que sí —respondió—. Tú no tienes más que presentar a esos dos.

Y después seguro que a Rüdiger le resultas molesto. Y entonces nosotros, tú y yo, podríamos hacer algo.

—Hum, sí.

Anton seguía teniendo aquella sensación incómoda por lo del pequeño vampiro y su cita con Viola.

«Pero, bueno», pensó, «Anna estará también»… Y además no estaba nada seguro de que fuera a conseguir convencer a Viola de que acudiera a una cita con Rüdiger.

—Entonces hasta mañana —dijo tiernamente Anna.

—Sí, hasta mañana —contestó él.

Anna movió los brazos y salió volando en seguida.

Anton la siguió con la mirada hasta que la oscuridad de la noche se la tragó. Luego regresó por la ventana al comedor.

Sin encontrarse con nadie, Anton llegó a su habitación. Se quitó el chándal y se metió bajo la manta de lana. Ole, que dormía en la cama de arriba, roncaba muy fuerte.

Pero Anton estaba tan cansado que a pesar de eso se quedó dormido enseguida.