Las Peñas del Diablo
A la mañana siguiente tenían en el programa, según les anunció con gesto misterioso el señor Fliegenschneider, una marcha a las Peñas del Diablo.
Como el nombre sonaba bastante prometedor, sólo hubo unos pocos de la clase de Anton que gruñeron. Anton no fue uno de ellos. Se había propuesto aprovechar la marcha para entablar conversación con Viola.
Ya durante el desayuno Anton se había preparado un plan. Fuera como fuese, no lo haría como los demás chicos, que siempre estaban revoloteando alrededor de Olga y que la ponían por las nubes abiertamente. A esos admiradores Viola los trataba con bastante desprecio…, exactamente igual que había hecho Olga con el pequeño vampiro.
Anton también quería mantenerse cerca de Viola, pero «ignorándola» a propósito para, así, picarle la curiosidad… y su orgullo, ¡pues seguro que Viola no podía soportar que un chico no la hiciera ni caso!
Su plan parecía estar teniendo éxito. Mientras Anton caminaba junto a ella haciendo como si para él no existiera, Viola le iba observando constantemente.
Al fin le habló:
—¿Tú también eres nuevo en la clase?
—No, ¿por qué? —contestó él.
—Por lo tímido que eres, ¡ji, ji, ji! —dijo Henning haciéndose el importante.
Había estado todo el rato contando chistes estúpidos de los que sólo se reía él mismo.
—Yo no soy tímido —replicó muy digno Anton—. Pero es que los chistes estúpidos me atacan los nervios.
—A mí también —dijo Viola. Y después de una pausa preguntó—: Tú ya debes de ser mayor, ¿no?
—¿Mayor? —repitió Anton.
—Sí, tu eres tan tranquilo y tan serio —dijo ella mirando a la redonda—. Aquí los demás son bastante infantiles, pero tú…
Anton se mordió la lengua para no reírse.
—Tú te llamas Anton, ¿verdad? —dijo entonces Viola.
Él asintió con la cabeza. Ella soltó una risita afectada. Luego se volvió hacia su amiga Sonja y empezó a cuchichear con ella.
Anton siguió andando con fingida indiferencia. Estaba seguro de que había superado el primer obstáculo: despertar el interés de Viola. ¡Y todo lo demás ya iría saliendo!
En las Peñas del Diablo, que no tenían ni el más mínimo aspecto «diabólico», sino que eran pedregales de roca gris normales y corrientes, Anton se sentó encima de una piedra a unos cuantos metros de distancia de Viola y desenvolvió su segundo desayuno.
De vez en cuando levantaba la vista hacia donde se encontraba Viola, que estaba cercada por ocho chicos y parecía bastante aburrida… porque Henning estaba otra vez queriendo destacar con sus chistes.
De repente Viola se puso de pie y se dirigió hacia Anton.
—Hay algunos chicos que son unos auténticos palizas —se quejó tomando asiento al lado de él—. Y los peores de todos son los que ni siquiera se dan cuenta de ello.
Anton se rió burlón.
—¿Y tú? —preguntó Viola—. ¿Siempre estás solo?
—No —contestó él—, pero es que la cordialidad forzada no me gusta nada.
—¡A mí tampoco! —dijo Viola suspirando—. En general odio los viajes con la clase. Todo es tan primitivo: los dormitorios, los lavabos… —dijo mesándose sus rubios rizos—. ¡Ayer tuve que lavarme la cabeza con agua helada!
—¿De veras? —dijo simplemente Anton.
—Muy hablador precisamente no eres —observó ella mirándole con las cejas arqueadas.
—¿No ves que nos están mirando? —replicó Anton.
Viola hizo una mueca.
—¡Sí, esos aburridos de ahí! Pero a mí esos y sus chistes malos me traen sin cuidado.
—No, no me refiero a ellos.
Anton tuvo que hacer esfuerzos para permanecer serio. Se le acababa de ocurrir la idea de cómo podía provocar aún más el interés de Viola. La palabra mágica era… ¡celos!
—Tatjana —susurró—. ¡Ella es la que nos está mirando!
—¿Tatjana? —dijo sorprendida Viola.
—¡Chisss! —dijo Anton poniéndose un dedo en los labios—. No debe enterarse de que estamos hablando de ella.
—¿Y por qué no?
—¡Porque entonces se va a poner muy celosa!
—¿Celosa? ¿Es que Tatjana es tu novia?
—Bueno, no…, no exactamente.
—¿Cómo que… no exactamente?
—Porque hoy quiero romper con ella. Hoy, después de la cena —afirmó Anton.
—¿De veras? —preguntó Viola con una risita—. ¿No será que quieres intimar con otra chica?
Anton estuvo a punto de reírse. Sabía, naturalmente, a qué otra chica se refería Viola: ¡a ella misma!
—Sí, es posible —dijo con acentuado misterio. Y luego añadió—: ¿Por qué no vienes esta noche al patio cuando haya oscurecido? ¡Entonces te lo contaré todo!
—¿Cuándo haya oscurecido? —preguntó Viola, a quien la propuesta parecía haberle gustado—. ¿Habrás roto para entonces ya con Tatjana? —preguntó echándole una mirada a Tatjana… una mirada triunfal, según pudo comprobar Anton.
—Sí, seguro —dijo él.
Ella se rió con coquetería.
—Bien —susurró—. ¡Hasta esta noche!
Y con la cara más inocente del mundo se levantó y se fue a sentar de nuevo en el corro de sus admiradores.
Anton la siguió satisfecho con la mirada. En realidad no era ningún plan diabólico el que había tramado allí, en las Peñas del Diablo, ¡pero todo había salido tan bien que casi estaba por creer que le había ayudado algún poder diabólico!
«¡Probablemente el poder del amor!», pensó Anton, y ahora se rió burlón.
Durante el camino de regreso todos se quejaron de que las Peñas del Diablo habían sido una completa decepción y dijeron que se podían haber ahorrado la marcha hasta allí.
—¡Y las ampollas! —añadió Melanie.
Anton, por el contrario, se sentía francamente animado; ¡probablemente porque había tenido suerte y había conseguido convencer a Viola para la cita de aquella noche!
Sin embargo, su buen humor se esfumó cuando, ya en la granja escolar, todos tuvieron que escribir una carta a sus casas. Y no fue sólo eso, sino que después el señor Fliegenschneider repartió cuadernos y les comunicó que a partir de entonces tenían que llevar un diario.
—¿Y eso por qué? —exclamó Ole.
—Pues para que no sigáis yendo por los alrededores como gallinas espantadas y tengáis ojos para la belleza —contestó el señor Fliegenschneider.
—¿Para la belleza? —se rió Henning tapándose la boca con la mano—. ¡A mis ojos no se les escapa ninguna belleza, ji, ji!
—Hay que escribir dos páginas diarias como mínimo —prosiguió el señor Fliegenschneider—. ¿O acaso te creías que estás aquí por placer?
—Sí, eso era lo que yo creía —gruñó Stefan.
Y, así, estuvieron sentados en el comedor inclinados sobre sus cuadernos, exactamente igual que en el colegio.
Suspirando, Anton se puso a describir los dos primeros días…, naturalmente guardándose su encuentro nocturno con Rüdiger y Anna. Y también se calló su cita de esa noche con Viola.
Finalmente Anton consiguió llenar dos páginas con la letra más grande que pudo. Se levantó y se fue al patio con los que ya habían terminado antes que él.
—Diario, carta a casa… ¡Esto es terrorismo psicológico! —se quejó Sebastian.
Anton se rió burlón.
—No, esto es un viaje de la clase.
—No deberíamos consentir todo esto —opinó Ole—. Tenemos que hacer contrapropuestas: marcha nocturna, caza con papelillos, fuego de campamento, noche de discoteca… Y luego tenemos que poner a la señora Zauberhut y a la señora Nusskuchen de nuestra parte.
—Propuestas sí que podemos hacer, claro —dijo Anton más bien pesimista—. Pero que tengamos éxito con el señor Fliegenschneider…
Las dudas de Anton demostraron estar plenamente justificadas. Con respecto al tema de la marcha nocturna al señor Fliegenschneider le pareció demasiado peligrosa debido a la supuesta existencia de «charcas pantanosas» y «hoyos en el suelo». Lo de la caza con papelillos lo rechazó de plano: «pisotearíais a miles de escarabajos inocentes», afirmó.
Un fuego de campamento o una discoteca lo dejó como posible para la última noche…, siempre que los días que quedaban transcurrieran «sin mayores contratiempos».
—El mayor contratiempo es el propio señor Fliegenschneider —declaró Sebastian rechinando los dientes.
—Si por mí fuera, hacía ahora mismo las maletas —gruñó Ole.
El humor de Anton, comprensiblemente, era menos sombrío.
—A un mal día le sigue una buena noche —declaró.