¡Qué casualidad!

—¿Anna? —preguntó cautelosamente.

Se oyó una ligera risa, y una voz clara dijo:

—Buenas noches, Anton.

Le volvió a palpitar el corazón, pero en esta ocasión de alegría y de alivio.

—¡Hola, Anton! —dijo entonces una segunda voz más grave.

Anton vio entonces que junto a Anna había una segunda figura vestida de oscuro.

—¿Eres tú, Rüdiger? —preguntó mitad alegre, mitad incrédulo.

—Qué sorpresa, ¿verdad? —dijo el pequeño vampiro—. Sí, es que quería saber si realmente los viajes con la clase son tan emocionantes como Anna afirma.

—¿Emocionantes? Casi no hay nada más aburrido —le rebatió Anton.

—¡Pues por mucho que digas a mí no me parece nada aburrida esa rubia tan guapa! —dijo el pequeño vampiro con una risita señalando hacia las ventanas de la buhardilla—. Si no hubiera echado las cortinas…

—¿La rubia guapa? —dijo Anton figurándoselo todo.

—Rüdiger opina que se parece a Olga —revelo Ana.

—Oh, no… —dijo Anton suspirando en voz baja. ¡Sólo podía ser Viola!

—Eso no es verdad —bufó el pequeño vampiro—. Nadie puede parecerse a Olga… Pero el tipo… —siguió diciendo en tono exaltado el vampiro—, sí que tiene el mismo tipo que Olga. ¡Y además también se cuida tanto como ella!

—¿Cómo que se cuida? —dijo Anton.

—Se ha estado cepillando el cabello por lo menos media hora —le informó Anna.

—Con un cepillo rosa —añadió el pequeño vampiro suspirando—. Luego pregunto bruscamente: —Dime, Anton, ¿no podrías organizar un compromiso?

—¿Un qué?… —preguntó Anton haciendo como que no había entendido.

—Una cita —contestó el pequeño vampiro y bajó volando hasta él—. ¿Mañana por la noche, quizá, nada más ponerse el sol?

—¿Y con quién? —siguió haciéndose el ignorante Anton.

—¿Con quién? ¿Con quién? —bufó el pequeño vampiro—. Con la rubia guapa, naturalmente. ¿O es que acaso estás interesado en ella? —preguntó indignado después de una pausa.

—¡Sí, eso me gustaría saber también a mí! —exclamó Anna. Con gesto huraño aterrizó delante de Anton—. A ti te gustan las chicas rubias de pelo largo, ¿no es cierto? —preguntó agresiva.

—El color del pelo me da igual —repuso Anton—. A mí me gustan las chicas simpáticas como tú.

—¿De verdad? —dijo Anna sorbiendo conmovida con la nariz.

—Y Viola no me interesa —declaró Anton con voz firme.

—¿Viola? ¿Se llama así? —inquirió el pequeño vampiro.

—Sí.

—Viola… El mismo nombre que el del segundo gran amor del Conde Drácula: Viola la Recatada —murmuró el pequeño vampiro arrobado.

Anton se rió irónicamente y dijo:

—¿El segundo gran amor? ¡Qué casualidad!

—¿Qué quieres decir con eso de «casualidad»? —preguntó en tono poco amistoso el pequeño vampiro.

—Bueno, pues… Las coincidencias entre el Conde Drácula y tú…

—¿Verdad que sí? —dijo el pequeño vampiro riéndose satisfecho consigo mismo—. Bueno, pues entonces ya estamos citados —aseveró.

—¿Citados?

—Sí. Mañana, poco después de que se ponga el sol, os estaré esperando a Viola y a ti —dijo con una risita—. Allí, en la linde del bosque —añadió altisonante.

—Pero… —empezó a decir Anton. El vampiro, sin embargo, ya había extendido los brazos por debajo de su capa.

—Confío en ti —dijo con voz de ultratumba—. ¡Bueno, y ahora tengo que hacer algo contra mis terribles retortijones de estómago!

Se elevó entonces en el aire y rápidamente se marchó de allí volando.