Arrebatadoramente amable

Cuando ella ya no estuvo al alcance de la vista, el pequeño vampiro le dio un golpe en el costado a Anton.

—¡Y ahora hazme el favor de explicarme qué significa todo esto! —exigió.

—¿De verdad que no has comprendido nada? —replicó Anton.

—¿Para qué te iba a preguntar si no? —siseó el vampiro.

—Está bien —dijo Anton—, te lo explicaré… ¡si me hablas en un tono un poco más amable!

—¿Qué? —se encolerizó el vampiro—. ¡Pero si llevo toda la noche arrebatadoramente amable!

—¡Sí, con Viola sí! —dijo furioso Anton—. Pero a mí me estás gritando sin parar.

—Ah, ¿sí? —dijo el pequeño vampiro riéndose burlón a sus anchas—. ¡Yo diría que aquí el único que grita eres tú!

En efecto, Anton, con los nervios, había elevado la voz… ¡Había hablado imprudentemente alto! Miró preocupado a su alrededor; pero en la granja escolar y en la casa del señor Greulich las ventanas seguían a oscuras.

—¡En cualquier caso, tienes que agradecerme a que Viola quiera volver a verte! —dijo Anton.

—¿A ti?

—¡Sí! Si en el último segundo no se me hubiera ocurrido la idea de la película de vampiros…

Anton no dijo más.

—¿Qué habría pasado entonces?

—Bueno, pues…, entonces puede que Viola se hubiera ido corriendo al señor Fliegenschneider y al señor Greulich y les habría informado de que un vampiro merodeaba por el bosque. Ahora, sin embargo, no le hablará de ti a nadie… por su propio interés.

—¿Cómo que… por su propio interés?

—Ella seguro que tiene esperanzas de que le consigas un papel… ¡en tu película de vampiros!

—Ah, vaya —dijo el pequeño vampiro—. Ya empiezo a verlo algo claro…

—¿Ya?

Anton no pudo evitar reírse burlonamente.

—¿Y tú crees que Viola piensa realmente que soy actor de cine? —preguntó Rüdiger después de una pausa.

—¿No has oído que te ha pedido una foto dedicada? —contestó Anton.

—Sí —dijo el pequeño vampiro con una risita orgullosa—. En realidad no me sorprende que Viola quiera una foto mía dedicada. ¡Yo siempre he sabido que tengo una cara muy atractiva!

Anton se mordió los labios para no reírse.

—Pero, ¿de dónde voy a sacar la foto dedicada para Viola? —terció Rüdiger—. ¡Yo no puedo hacerme fotografías!

—Dile simplemente que tus fotos se han agotado —propuso Anton—, debido a la enorme demanda de tus admiradoras.

—¿Agotadas? —gruñó el pequeño vampiro—. No. Yo sé algo mucho mejor: haré que me dibujen… ¡que me dibujes tú!

Anton se rió secamente. ¡Aquello era muy típico de Rüdiger!

—No tengo pinturas —dijo.

—¡Pues entonces te irás a buscarlas… a tu granja escolar!

—En la granja tampoco tengo —afirmó Anton.

—¿Y ante esas circunstancias cómo voy a conseguir tener el autógrafo? —gruñó el pequeño vampiro.

—Pues pregúntale a Anna a ver si ella te dibuja —dijo Anton.

Rüdiger sacudió la cabeza.

—Anna no puede. Tiene la mano como una calabaza.

—¿Acaso está… herida? —preguntó asustado Anton.

—Sí, le ha picado un mosquito —dijo el vampiro con una risita.

—¿Un mosquito? —repitió Anton. ¡Rüdiger debía de querer tomarle el pelo!

A él, Anton, le había picado en la mano allí en Fosavieja por lo menos tres mosquitos. Y —¡por desgracia!— aún podía escribir su diario.

—¿Por eso no se ha venido Anna contigo? —preguntó.

El pequeño vampiro asintió.

—Y también estaba mareada. Así que ha preferido quedarse en el ataúd… Humm, a lo mejor me dibuja Lumpi —dijo volviendo de nuevo a sus propios problemas—. ¡Si le ofrezco algo a cambio!… Oh, me parecería maravilloso que Viola llevara siempre mi retrato consigo…

—Y a mí me parecería una imprudencia —replicó Anton—. ¡Igual de imprudencia que tu sentencia de antes de que vosotros los vampiros oís diez veces mejor que los linces!

—Ahora me tengo que ir volando —siseó el pequeño vampiro, al que no le gustaba que le recordaran sus propios errores—. ¿Oyes cómo gruñe mi estómago?

—No —dijo Anton conforme a la verdad.

—Pero yo sí —contestó el vampiro. E inusitadamente afable añadió—: Buenas noches, Anton. Y cruza todos los dedos… ¡por mi autógrafo!

—Sí, sí, claro —dijo Anton… perplejo por la repentina amabilidad del pequeño vampiro, que con un par de fuertes braceos salió de allí volando.

Anton regresó lentamente a la granja escolar. Todo estaba exactamente tal y como él lo había dejado: la ventana entornada, el pasillo vacío y en silencio. Sí, incluso Ole seguía roncando cuando Anton se metió en la cama sin hacer ruido.

Sus últimos pensamientos antes de quedarse dormido estuvieron dirigidos a Anna. ¡Su herida tenía que ser bastante grave para quedarse voluntariamente en el ataúd! Y a Anton no le cabía en la cabeza que por una simple picadura de mosquito tuviera mareos y la mano hinchada, tan gorda como una calabaza. Seguro que lo que le había picado a Anna era otra cosa. ¿O la habrían… mordido?

Anton decidió preguntarle a la mañana siguiente al señor Fliegenschneider si quizá en Fosavieja, a pesar de todo, había serpientes venenosas.