Dientes venenosos

Por supuesto, Anton también tenía algunos amigos en su clase, pero su conversación durante el viaje en autobús giraba exclusivamente en torno al ping-pong, montar en bicicleta y las chicas.

Anton iba sentado en su asiento ya bastante atacado de los nervios.

—¿Y qué te parece a ti la nueva? —le preguntó entonces Ole, que se sentaba a su lado.

—¡¿Cómo me va a parecer?! —gruñó.

Ole dijo susurrando:

—Pues a mí me parece que está estupenda.

Anton entonces no pudo evitar una risita. ¡Aquel no era el Ole que él conocía! Pero es que la nueva —se llamaba Viola y había llegado a su clase no hacía más de una semana— estaba realmente estupenda con su largo pelo rubio, sus grandes ojos azules y su naricilla respingona.

Lo que a Anton le molestaba de ella era sobre todo su parecido con Olga von Seifenschwein, el gran amor del pequeño vampiro. Y parecía que era exactamente igual de presumida y egoísta que Olga.

—En la granja escolar deberíamos organizar inmediatamente una noche de discoteca —propuso Henning, que estaba una fila más atrás que Anton y Ole—. A lo mejor la nueva baila igual de bien que está.

—¿Una noche de discoteca? —repitió Anton poniéndolo en duda—. ¿Con el señor Fliegenschneider? ¡Yo apuesto más bien por una marcha nocturna!

Pero la marcha la hicieron ya antes de comer. Anton y los demás apenas tuvieron tiempo para colocar bien sus cosas dentro de los estrechos armarios y hacer las camas. Eran literas, y en el dormitorio de Anton había tres.

A hacer las camas les estaban ayudando la señora Zauberhut y la señora Nusskuchen[2]: dos madres que habían ido con ellos para ayudar al señor Fliegenschneider.

A pesar de ello lo de hacer las camas parecía estar durando una eternidad. Cuando Anton todavía estaba afanándose con la vieja y pesada manta de lana, en la que ponía «Escuela al Aire Libre de Fosavieja», el señor Fliegenschneider les metió prisa, pues era imprescindible ver los maravillosos alrededores.

—Maravillosos alrededores…

En opinión de Anton aquél era un paraje aburridísimo. Colinas arriba, colinas abajo, y siempre se ofrecía el mismo paisaje: una nueva colina, árboles, matorrales, brezo.

—¿Hay serpientes aquí, señor Fliegenschneider? —preguntó Sebastian.

—¡Seguramente querrás decir serpientes venenosas! —le corrigió el señor Fliegenschneider.

Un par de niños gritaron, la que más fuerte Viola.

—Aquí como mucho habrá luciones —la tranquilizó el señor Fliegenschneider—. Y esos no tienen dientes venenosos.

—Yo me quiero ir a mi casa —lloriqueó Viola.

—Si no te sales del camino no te pasará nada —contestó la señora Nusskuchen.

—¡Exacto! —dijo el señor Fliegenschneider—. Además, está prohibido abandonar los caminos.

Y prohibidas estaban también un montón de cosas más, de eso se dio cuenta Anton después de la —sorprendentemente buena— comida. Les pusieron caldo de gallina y flan de vainilla con salsa de frambuesa.

A continuación el director de la granja, el señor Greulich, a quien el nombre le pegaba perfectamente[3], dio una larga conferencia sobre todo lo que estaba prohibido en su granja escolar.

—Es difícil encontrar algo que esté permitido, ¿eh? —le susurró Ole a Anton.

Anton repuso irónicamente:

—No hay problema. Irse a la cama a las seis de la tarde y apagar la luz en seguida, ayudar a fregar en la cocina, pelar patatas, no correr, no gritar, no poner música…

Por su conversación, a Anton y a Ole les cayó en el acto una reprimenda del señor Fliegenschneider. Y como castigo tuvieron además que recoger los platos.

—Preferiría escaparme de aquí —suspiró Ole.

—¿Apilar[4]? —dijo Anton con una risita—. No deberías llevar tantos platos de una vez. Si no, puede que tengas que comprar platos nuevos con tu dinero.

Ole se quejó.

—Oh, no, eso sí que no. Mis diez marcos son lo único que me queda.

—No creo que te vayas a poder comprar muchas cosas con ellos —dijo Anton—. La tienda más próxima está por lo menos a cinco kilómetros de distancia.

Por lo demás a Anton le quedaba otra cosa: la idea de que Anna fuera de verdad de visita aquella misma noche. Y por si acaso Anton se había llevado su capa de vampiro…, o mejor dicho: la de tío Theodor.