3. El revisionista orgánico
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EL REVISIONISTA ORGÁNICO
O se hace literatura o se hace ciencia o se calla uno.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET
Pertinente reflexión, advertencia o sabio consejo verdaderamente difícil de seguir, pues ¿quién dictamina qué sea literatura, buena o mala?, ¿uno mismo?, ¿el público? Pensamos que no. Por lo que respecta a la ciencia, está aún mucho más claro que tampoco. No obstante algunos comentaristas a sueldo de la única derecha realmente existente, siempre perspicaces, tratan de convertir al señor Moa nada menos que en el gran historiador de la España actual sobre la base de sus escritos pretendidamente historiográficos que vendrían a legitimar su política presente, pasada y futura, lo que, en realidad le convertiría en el gran ideólogo (legitimador) de su pasado, de su presente y de su futuro. Tal pretensión, aparte de resultar ofensiva para el señor Jiménez Losantos, es un auténtico disparate y no es sino una muestra más de su histórica indigencia teórica[1] y haría, además, estremecerse en su tumba, si tales comentarios llegaran a sus oídos, a personalidades tales como (sin necesidad de retrotraerse muy atrás en la historia) Gonzalo Fernández de la Mora, que por muy ferviente franquista que fuera disponía de una capacidad intelectual y de un bagaje teórico y cultural fuera de toda duda y a años luz de estos pretendidos nuevos epígonos de los que Pío Moa o Federico Jiménez Losamos se constituyen en abanderados indiscutibles, aunque, eso sí, de tercera regional.
El señor Moa decidió sensatamente darse de baja de la acción política directa (terrorismo) espantado, suponemos, por los efectos (daños) colaterales producidos por él y sus colegas en su anterior reencarnación, y se sumergió en el Ateneo de Madrid como bibliotecario para penar sus culpas de la mano del siempre saludable ejercicio de la lectura que, por regla general, despeja las mentes más obtusas y abre nuevos horizontes intelectuales al doctrinarismo más burdo. Asimiló en un plis-plas por ósmosis divina el rico contenido de tan espléndida biblioteca, verdadero santuario en el que tantos talentos han forjado sus primeros manuscritos y, por lo que se ve, algunos pecadores recalcitrantes expían sus errores para, a continuación, lanzarse cual nuevo apóstol por tierras, cielos y mares a predicar la buena nueva fe historiográfica franquista tras la jubilación forzosa del gran titán a la mayor gloria de nuestra singular derechona[2].
Tras esa profunda meditación de algo más de cuarenta días y cuarenta noches dejó atrás su pasado turbulento y se lanzó nuestro hombre a publicar incontinentemente libros como si de churros se tratara. Debe de escribirlos a cuatro manos a juzgar por el asombroso ritmo de producción y la abrumadora exhibición de su «obra» desplegada en los quioscos de prensa, en las librerías del ramo, VIPS, tiendas de prensa de los aeropuertos y estaciones de Renfe tanto de largo recorrido como regionales y de cercanías, así como en las de los grandes almacenes comerciales y after-hours, que muestran sus libros apilados en columna de a tres como si tratara de unas nuevas guías de autoayuda para nostálgicos del «cualquier tiempo pasado fue mejor». Sólo el titán de los titanes que le precedió al frente de tan gloriosa empresa ha sido capaz de «producir» hoja impresa en tales proporciones y tan irrelevante como la suya aunque, de momento, en mayor numero que él. Pero que no desfallezca; años le quedan por delante para seguir sirviendo fielmente a tan noble causa y desbancar al señor De la Cierva del Guinness World Records en cuanto a producción de naderías se refiere.
¿Estamos ante un nuevo género literario? ¿Vuelve el intelectual orgánico? ¿Cómo calificar a esta nueva literatura? ¿Historietografía de bajos vuelos o grafomanía subterránea? ¿Se pone nuestro autor sobre el ordenador, como antes sus ilustres predecesores sobre la mítica Underwood, debidamente acompañados del ejército de «negro» correspondiente, a rellenar papel incontinentemente, sin más instrumento que el servilismo ideológico de escribir para quien mejor paga y de la mano de la imaginación (repetición) más desbordante? Pero, vamos a ver, ¿qué creen que es la Historia estos propagandistas interesados y sus ingenuos y desinformados seguidores y sus nada ingenuos e interesados voceros? ¿Acaso piensan que es posible escribir un libro de Historia —o incluso dos— digno de tal nombre al año y tener la pretensión al mismo tiempo de revolucionar el estado de nuestros conocimientos? Pero ¿cómo puede hacerse un uso tan fraudulento de los conceptos que tan alegremente se utilizan con pretensiones «científicas»? No contentos con semejantes alardes publicísticos debidamente jaleados por el coro mediático que tanto les ensalza, estos escribidores incontenidos tratan de hacer pasar tales obras como si se tratara de investigaciones verdaderamente punteras, que vendrían a echar por tierra las anteriores interpretaciones sobre la materia fruto de pacientes y persistentes años de investigación y estudio.
Vagábamos confusos en la sima de una inmensa ignorancia colectiva cuando Pío Moa se dio cuenta de semejante catástrofe cultural y se aprestó, patriota y generoso él, a rescatarnos de ella con su magmática obra:
La reciente historia de España está muy tergiversada. Me he dado cuenta de ello en mis investigaciones. Las versiones dadas sobre la República y la Guerra Civil no tienen contraste con los datos y la propia prensa de la época[3].
¡Se ha dado cuenta de ello!, sagaz él. Menos mal que es un ducho y perspicaz investigador. Congratulémonos de sus talentos hermenéuticos y su dominio de las fuentes primarias que le han permitido, aleluya, aleluya, sacarnos de nuestra ciega ignorancia. Así, aprovechando el cuarto centenario del Quijote, podernos disfrutar los españoles de un nuevo hidalgo de La Mancha que, ¡al fin!, impone la justicia historiográfica debida de la mano de su singular pluma a quienes nunca creyeron que las novelas de caballerías fueran rigurosos relatos históricos, como trata de hacernos creer con ejemplar devoción digna de mejor causa este ejemplar «historiador». Pues sí, según todos los síntomas, se ha producido el Gran Relevo tras la consiguiente «Revelación». Habemus Papam.
1. UN IDEOLOGISMO DE OPERETA
¿Verdaderamente Moa se halla sumido en la ciclópea tarea de «revisar» toda nuestra más reciente historia? Un revisionista, según el Diccionario de la Real Academia (DRAE), es aquel que somete a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con la pretensión de actualizarlas. Nunca mejor dicho, pero no es eso lo que efectivamente hace Pío Moa. Su esfuerzo es baldío, es un intento obviamente fallido pues no practica la revisión metódica de supuestas doctrinas establecidas y, por descontado, no las actualiza en absoluto. Para «revisar» de verdad hay que empezar por crear o establecer un nuevo discurso alternativo al imperante, y el discurso de Moa es el mismo de siempre, puro ideologismo legitimador del franquismo más rancio que vuelve por donde solía con ligeros retoques formales de lenguaje, eso sí, para acomodarlo a los nuevos tiempos democráticos y que no chirríe más de lo indispensable en las mentalidades liberales y abiertas de la España actual. Hay que guardar las formas. Pero cumplido dicho trámite de lo que se trata es de satisfacer principalmente a su público, es decir, a la derecha española ideológicamente huérfana desde la muerte de su inolvidable general y que en definitiva es quien le patrocina y le paga por desplegar incontinente un mero ideologismo de opereta, pues, por lo que se refiere a sus lectores más jóvenes, inevitablemente despistados muchos de ellos, que le tienen por «izquierdista» nada menos confundiendo su pasado y su presente. No es difícil colegir que su atractivo fundamental se deba precisamente a su propia ligereza y levedad, pero decididamente ejercida «a la contra» de un supuesto statu quo (político o cultural) poco menos que impuesto manu militari, y eso ha atraído y atraerá siempre a la juventud siempre inquieta en su lucha contra el mundo hasta que consigue instalarse mínimamente en él.
Y bien, como en aquella inolvidable canción de José Luis Perales, que se preguntaba melancólicamente ¿«y cómo es él…»?, llenando de auténtica angustia y zozobra a sus oyentes voluntarios e involuntarios (pues sonaba a cualquier hora y por todas partes), no podemos dejar de hacernos aquí la misma pregunta. «¿Y cómo es él, a qué dedica el tiempo libre». Reconocemos humildemente que al igual que como cuando escuchábamos aquella canción no hemos sentido el menor interés de salir por ahí a averiguarlo. No disponemos de más «fuentes» de información que la que el propio protagonista deja caer sin acabar de columbrar si lo hace con cierta autocomplacencia (?) o masoquismo puro y duro. Así que nos disculpamos de antemano por los errores absolutamente involuntarios en que podamos incurrir.
Mal asunto cuando un pretendido historiador genera serias dudas sobre su propia vida, sobre parte de la cual —como ya hemos dicho— ha escrito un libro autobiográfico. Las distorsiones empiezan por las propias solapillas de las cubiertas en que vienen envueltas sus obras sucesivas. Allí se nos informa que el autor es «historiador y periodista», ignorando de dónde provienen tan honorables titulaciones y qué instituciones o medios se los ha otorgado. ¿Es autodidacta? En ese caso, ¿en qué medios, si periodista, y en qué instituciones y años, si historiador, empezó a hacer de meritorio, becado o por libre y financiado por quién? No son datos irrelevantes no tratándose precisamente de un jovencito, por lo que cabe preguntarse cuándo inició su proceso de «formación profesional». ¿Compatibilizó en sus años de juventud, como tantos otros admirables jóvenes de su generación, la acción con el estudio o, en su caso, el estudio apenas surgió retrospectivamente como necesaria introspección sobre su anterior práctica terrorista? Como en las solapillas pone «historiador» y «periodista», lo que puede ser cualquiera que ejerza dicho oficio, no podemos inferir que haya sido capaz de alcanzar algún tipo de titulación pues, en tal caso, se pondría «licenciado» o «titulado». Para ver si cuela, en alguno de esos ejercicios autobiográficos a que se somete para asombrar a sus lectores con tan fascinante trayectoria vital, nos dice que discutía «con Blanco Chivite [compañero de andanzas “revolucionarias” del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico)], si mal no recuerdo compañero de la Escuela de Periodismo» [¡lagarto, lagarto!]. Si mal no recuerda, dice. Qué frágil memoria. ¿En cuál de ellas en la «oficial» del fascista Juan Aparicio o en la opusdeísta «de la Iglesia»? Tan sesudas disputas teóricas con tan destacado interlocutor eran la lógica consecuencia de sus lecturas de «Marx, Lenin y demás»[4]. Suponernos que tales debates a dos bandas vendrían provocados por alguna incisiva explicación de Enrique de Aguinaga, Emilio Romero, Luis María Anson ¿o quizá de Escrivá de Balaguer?, que también fue profesor en aquel vivero de futuros excelentes periodistas, lógicamente impulsados hacia la «marxistología» (salvo él, que se regeneró a tiempo) por simple y elemental mecanismo de autodefensa mental. ¿No confundirá lo que retrospectivamente le habría gustado hacer con lo que realmente hizo, y no en centros de estudio, reflexión y análisis precisamente sino en las covachuelas donde se decidía sobre la vida y la muerte de los miembros del cuerpo de policía o de los institutos armados?
Nuestro historietógrafo de moda se equivoca de pe a pa si piensa que es el revisionismo mismo lo que pretendidamente irrita a sus supuestos adversarios o enemigos, es decir, a sus contradictores y críticos. ¿Quiénes y de qué? Los profesionales auténticos no dan crédito a sus sistemáticas tergiversaciones. La Historia verdadera no es otra cosa que un permanente revisionismo o revisión metódica si se prefiere, pero la metodología del señor Moa al respecto brilla por su ausencia.
El «revisionismo» puede que sea «políticamente» incorrecto en la mayor parte de los partidos de cualquier signo político pero ha gozado siempre de un amplio crédito en los medios intelectuales y críticos de cualquier sociedad libre. Las razones del pretendido rechazo al «revisionismo neofranquista» que ahora encarna Pío Moa, una vez jubilado el más grande de todos los historietógrafos franquistas hasta ahora conocidos, son muy otras como puede observarse. No conocemos otra «ortodoxia histórica» que la franquista, tan reciamente encarnada por el gran cuentista Ricardo de la Cierva, quien in illo tempore intentaba imponerla (se le nombró para ello) por mandato político directo de las alturas, poniendo a su disposición todos los medios represivos disponibles (férrea censura en defensa de la legitimación franquista) y que él mismo se encargó de ejercer contundentemente bajo los ejemplares auspicios de su singular jefe (tijeretazos, puñetazos y gritos descompuestos) desde el Ministerio de Información («desinformación», según los lenguaraces «rogelios[5]» de la época) que, a la sazón, regentaba el verdaderamente incombustible Manuel Fraga Iribarne, hoy transmutado en «don Manuel», todo un político moderado frente a los jabalíes que él mismo alimentó a sus pechos.
Hoy, felizmente instalados en un Estado democrático que impide institucionalizar la censura, los medios para hacer prevalecer determinada hegemonía ideológica son otros. Evidentemente, para la difusión de determinadas «ideas» o para conseguir «imponer» determinados planteamientos ideológico-políticos nada mejor que servirnos de la circunspecta autoridad que nos proporciona la Historia aun a costa de degradar su nombre. La tarea del verdadero historiador consiste fundamentalmente en sustraer «los hechos históricos de los ideólogos que los explotar»[6]. Moa no es un revisionista propiamente dicho. Es un simple ideólogo (legitimador), eso sí, apenas en la tercera acepción de las cuatro que ofrece el DRAE: «Persona que, entregada a una ideología, desatiende la realidad». Moa no «revisa» nada. «Reproduce» simplemente lo mil veces dicho y repetido anteriormente hasta la saciedad con infatuadas pretensiones de novedad historiográfica para, a continuación, no parar él mismo de repetirse.
En un tiempo verdaderamente asombroso, sólo equiparable al de su maestro De la Cierva, si bien éste es ya octogenario y por tanto ha tenido un poco más de tiempo que aquél de leer muchas contraportadas de libros (más de 30 000, nada menos), nuestro hombre ha sido capaz —dice— de revisar todo (si) la historiografía contemporánea. Caramba. El solito la ha puesto patas arriba, y dado su inconmensurable talento y asombrosa capacidad de trabajo nos ofrece cada pocos meses un nuevo paradigma historiográfico, bien sobre la malhadada República in genero, sobre alguno de sus aspectos concretos, como la revolución de Asturias o las maldades inherentes del Frente Popular, o bien sobre los inmediatos antecedentes de la Guerra Civil o sobre todas las complejas dimensiones del conflicto, internas o externas, y en todos y cada uno de sus apartados (los mitos) o «profundizando» en algunos de ellos como la compleja cuestión de los crímenes de guerra (los de la izquierda, claro), etc, etc.
Pero no nos engañemos, al señor Moa no le impulsa un siempre noble intento de revisionismo historiográfico encaminado a desfacer entuertos y establecer modestas verdades de suyo siempre revisables. Todo su afán obedece a un fin previamente establecido y en función del cual cobra: demostrar la maldad de la izquierda y la bondad de la derecha, es decir, el maniqueísmo y la simplificación propias, en definitiva, del mundo del que proviene (el izquierdismo sectario) y en el que gozosamente ha venido a instalarse (el derechismo sectario). Al fin y al cabo los extremos siempre se tocan. Él mismo se encarga de dejarlo perfectamente claro. Habla el «historiador»:
En los años 30 en España había un enfrentamiento como en el resto de Europa y tuvo una derivación porque la izquierda se radicalizó, y no por culpa de la derecha. La CEDA fue esencialmente moderada y legalista[7].
Las cosas claras desde el principio. La gran «ciencia» historiográfica del historiador de la derecha sectaria, la gran renovación historiográfica que nos aporta, el más legítimo revisionismo que nos ofrece, consiste en demostrar que la sectaria era la izquierda, es decir, él mismo, y que la izquierda es sectaria por definición y la derecha, ya instalado él en ella, es angélica en su misma esencia. Es decir, de «revolucionaria» visionario a «contrarrevolucionario» visionario. Un tránsito ejemplar. Bien, pero a ver cuándo determinados personajes siempre ávidos de protagonismo dejan de ver visiones y se limitan a analizar con rigor la realidad. ¿Cómo no va a ser bendecido semejante converso por las huestes que le apadrinan y los notables que le promocionan? Era una verdadera joya en bruto a la que había que poner rápidamente en nómina para que se fuera puliendo.
Frente a este tan noble como meritorio empeño «revisionista» se encontrarían supuestamente atrincherados no ya los izquierdistas rancios de siempre, esos resentidos intelectualillos y profesorcillos universitarios que no aceptan ni se resignan (?) a que Franco ganara la Guerra Civil, aunque la inmensa mayoría de ellos nacieran muchos años después de 1939, como él mismo, sino también toda la patulea estalinista (?) que al parecer les acompaña y que algunos creíamos políticamente desaparecida «definitivamente» tras la muerte de Stalin (1953) y el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) (1956) en el que su secretario general, Nikita Jruschov, denunció los crímenes, falsificación de la Historia y el desmedido culto a la personalidad de Stalin. Pero, por lo visto, no ha sido así de acuerdo con la nunca suficientemente bien ponderada sagacidad analítica de estos agudos escribientes que se dedican a la Historia en sus ratos libres y dictaminan, con evidente perspicacia, que estamos rodeados de todo un ejército de «rojazos» irreductibles.
El señor Moa tiene poca capacidad de encaje. Más que las críticas de sus libros, prácticamente inexistentes pues, con buen criterio, los profesionales del asunto no pierden demasiado tiempo con la literatura trivial, lo que le molesta de verdad es que cuando lo hacen llamen al pan, pan, y al vino, vino, en alguna breve referencia o que se recomiende no perder ni un minuto leyendo este tipo de «literatura»[8]. En uno de sus múltiples artículos, publicado a toda plana un domingo cualquiera en ABC, podemos apreciar en todo su esplendor un buen ejemplo de su depurada literatura doliente y en el que además nos muestra que no tiene abuela, como de costumbre. Tal texto nos sirve de perfecto resumen de su infinita capacidad de manipulación y paradigma máximo de su «victimismo» habitual[9]. Sólo una cosa es cierta de todo lo que dice en el artículo. Moa no es de «extrema derecha» hoy (al menos aparentemente), si hemos de entender por tal «fascista». Hay que ser muy rigurosos con la terminología: Moa es simplemente un falsario, que no es lo mismo que ser un fascista. ¿Lo fue? Lo que es indudable es que trata por todos los medios de justificar y legitimar el revisionismo que pretende, sin nuevos argumentos y sin la menor documentación probatoria, un régimen político y un personaje que, en su primera etapa, aspiró a incorporarse al Nuevo Orden fascista europeo y que, en la medida que pudo y las circunstancias se lo permitieron, trató de mantenerse fiel a tales orígenes.
Comienza por decirnos irónicamente que las críticas que se le hacen son de una «notable enjundia intelectual» pero nada de lo que adjudica a sus detractores es cierto y menos tiene enjundia alguna aunque él debe de creer que es muy sesudo y sustancioso. Veamos. Empieza por escandalizarse de que el profesor Eduardo González Calleja dijera (según su versión) en un tribunal de tesis doctoral del que era miembro formal, a propósito de una tesis sobre el GRAPO, que esta organización «siempre había sentido odio hacia el PSOE», y que un exmiembro de él (Pío Moa) «había escrito un libro contra los socialistas al gusto de la extrema derecha». ¿Y bien? ¿Cuál es el problema? ¿No es acaso una verdad de las de a kilo, como demuestra fehacientemente no uno sino todos los libros que escribe este caballero? Ello no le impide decir él mismo unos renglones más adelante que:
Una de las cosas que caracterizaban al PC(r)-GRAPO era su extremo sectarismo. No nos importaba si lo que los demás decían era verdad o mentira, sino si se acomodaba a nuestras ideas o no. Si no se acomodaba, quedaba automáticamente tildado de fascista, de extrema derecha.
Por lo que se ve no es ni consciente de sus propias contradicciones. Desautoriza a quien afirma lo que él mismo asume cuatro líneas más abajo (el estilo De La Cierva). Pero lo mejor es cuando dice que, escuchando «al señor González Calleja me parecía estar oyendo a mis viejos camaradas» (!). Fantástico. «Proyección» se llama en términos psicoanalíticos al mecanismo de defensa del «yo» mediante el cual el sujeto (Moa) rechaza inconscientemente sus debilidades o carencias y localiza en otra persona (González Calleja) sentimientos, cualidades o deseos que le son propios, pero que no acepta como tales dado que le negarían a él como persona. Huelga aclarar que es un mecanismo típico de la paranoia.
Por si falta hiciera, diremos que González Calleja es un reputado profesor universitario, investigador de prestigio en el primer centro de investigación del país, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que, como miembro doctor de un tribunal de tesis doctoral, sabía muy bien de lo que estaba hablando pues, aparte de otros libros, tiene una sólida obra de miles de páginas a sus espaldas sobre el particular[10]. Claro que, comparado todo el conjunto de semejante obra académica sobre violencia y terrorismo políticos con la única aunque «luminoso» aportación personal del señor Moa sobre su estadía en el GRAPO, que abre —suponemos que dirán otra mentes clarividentes como el binomio Seco Serrano/Stanley Payne— un nuevo paradigma epistemológico sobre la acción política violenta en la España contemporánea, no nos quedaría sino rendirnos exangües ante tan deslumbrante talento.
Por consiguiente, los interesados de verdad en terrorismo y violencia política no lean al profesor González Calleja, «un investigador profesional», lo que conlleva tiempo y esfuerzo, sino a este nuevo genio que, entre otros méritos relevantes, ha venido a revolucionar el género autobiográfico sobre la materia[11]. Es una forma como otra cualquiera de perder el tiempo. Se escandaliza el señor Moa de que se identifiquen sus tesis con las franquistas. Y dice: «Ni tesis [desde luego que no], ni franquistas [sin duda alguna que sí]» y afirma que sus «tesis» resultan «molestas para cierta historiografía de izquierda». No es cierto, para la historiografía profesional simplemente y para cualquier persona de sentido común e inteligencia media a la que le reviente que traten de darle gato por liebre. Como gran argumento de autoridad afirma que sus planteamientos coinciden con los de Madariaga, Robinson, Arrarás, De la Cierva y Seco Serrano. Punto final. Sólida argumentación, vive Dios. De nuevo el «estilo» De la Cierva (y es que del maestro, el discípulo) que ya hemos tenido ocasión de «disfrutar» en toda su plenitud, consistente en apelar a supuestas «autoridades» en la materia que nos ahorran a nosotros el penosos esfuerzo de tener que demostrar nada. ¿Qué indiscutibles autoridades? Veámoslas someramente.
Salvador de Madariaga fue un notable y prolífico ensayista ciertamente, pero no puede ser conceptualizado como un historiador profesional de referencia o un especialista en sentido estricto para los temas que se discuten aquí; sus opiniones son dignas de ser tenidas en cuenta y deben ser debidamente evaluadas en lo que valen, que no es poco, pero no se sustentan en la masa crítica consustancial al investigador riguroso, y la obra clásica a la que suponemos que se refiere nuestro singular opinador, pues nunca cita nada, se remonta a los años de la II República, y aunque fue ampliándola sucesivamente nos queda ya bastante lejana y muchas de sus opiniones allí vertidas no tienen la menor apoyatura documental[12].
Richard Alan Hodgson Robinson sí es un profesional de la Historia, profundamente conservador, pero ello no nos ha llevado ni nos llevará jamás a cuestionarle ni a él ni a nadie como historiadores, simplemente hay que consignar que su estudio fundamental (que suponemos que es al que se refiere pues, como su maestro, jamás da referencia específica alguna) se remonta a más de treinta años y, desde entonces, a pesar de la relevancia de muchas de sus consideraciones, ciertamente valiosas y apoyadas en abundante documentación, le han sucedido una verdadera montaña de investigaciones que, cuando menos, contradicen muchas de aquéllas[13]. Ha pasado mucha agua historiográfica de distinto signo pero de indudable valor bajo los puentes sobre los que transita nuestro pretendido historiador, pero escribe tanto que no debe de quedarle tiempo para mantenerse al día sobre la bibliografía especializada del período.
Joaquín Arrarás era, como todo el mundo sabe, el propagandista principal del primer franquismo, el más sectario de todos ellos (apreciación siempre discutible habiendo tantos candidatos al respecto) y pieza nuclear de la propaganda de la «Cruzada», así como uno de los principales artífices de la oleada de propaganda denigratoria que el régimen franquista le dedicó a Azaña. Tampoco sabemos a qué libro o libros pueda referirse. Es autor de una obra voluminosa encaminada a legitimar la guerra (cruzada para él) y el caudillaje franquista, así que no nos sorprende lo más mínimo su plena coincidencia con él (de hecho entra a saco en su obra clásica sobre la II República a la que ya hemos hecho referencia)[14] aunque no tiene empacho en insistir en que «sus tesis» no son las franquistas (?). ¿Qué son entonces sino meras calcomanías de tales obras? Y cabe constatar igualmente que, desde entonces, la bibliografía científica sobre el régimen republicano (no memorias ni testimonios de protagonistas que tan sesgadamente utiliza) no ha cesado de incrementarse aunque él muestre desconocerla de forma tan patente. Al parecer, coincidir con la más pura ortodoxia franquista no quiere decir que se asuman las tesis franquistas. (Definitivamente no entendemos nada).
De otra de sus decisivas fuentes o apelaciones de «autoridad», como su maestro Ricardo de la Cierva, ya está dicho in extenso todo lo que cabe decir de él sin que ya a estas alturas su devaluada escritura merezca incrementar la inevitable y obligada coda que nos hemos visto obligados a dedicar a este personaje en el capítulo anterior. Confiamos en que esta vez nuestro propósito de «definitiva» enmienda no se reduzca a un nuevo deseo frustrado muy propio de pecador impenitente.
Y, finalmente, Carlos Seco Serrano, sobre el que habremos de volver necesariamente más adelante, pues es un historiador profesional aunque últimamente parece tan empeñado en demostrar las bondades del señor Moa que habrá al menos que colegir que como patrocinador de nuevos talentos historiográficos no tiene precio. De ahí que Moa le cite; mejor dicho, aluda a los elogios que le prodiga aunque sin citarlos expresamente por lo que tampoco podemos comprobar lo que exactamente dice de él. Sancionando con su autoridad profesoral a autores ciertamente, irrelevantes, consigue que su opinión resulte cada vez más trivial para el gremio al que él mismo pertenece. Por otra parte, Seco Serrano sabe mucho sobre Eduardo Dato, del que no resulta fácil para cualquiera aprender un poco más (de hecho es bien sabido en el gremio de historiadores que es el «fiduciario» de los papeles de tan interesante político que preserva con ejemplar celo en régimen de monopolio en la Real Academia de la Historia) y, particularmente, de la crisis de la Restauración, pero sobre este particular al que venimos refiriéndonos, no tiene obra de investigación que le confiera a este respecto mayor peso que la del propio Moa. ¿Se puede saber a qué libros de investigación de Seco Serrano se refiere el señor Moa cuando éste le esgrime como fuente de autoridad para sus espurios fines? Que sepamos, todavía no nos ha deleitado Moa, a diferencia de su patrocinador, con alguna obra sobre Alfonso XIII, la Restauración o Eduardo Dato, materias sobre las cuales sí que podría deslizar alguna que otra referencia de autoridad, ciertamente relativa, del profesor Carlos Seco.
Eso es todo. Verdaderamente concluyente. Después de González Calleja nos toca modestamente el turno a nosotros mismos cuando dice: «Otro profesor, Reig Tapia, tenía a bien definirme, en un libro suyo reciente, como “exterrorista reciclado como historiador”». No dice más. ¿Y bien? Con ello parece querer insinuar que desvariamos por tan escueto y preciso comentario hasta el punto de afirmar que le insultamos (?). ¿Cómo calificar a un máximo dirigente de una organización terrorista de extrema izquierda como el GRAPO de la que él mismo ha hablado, si bien banalmente, sino de «exterrorista»? ¿No le gusta lo de «ex»? ¿Le parece mal que digamos que es un buen chico, y que se ha convertido en «historiador»? La verdad es que, si bien se mira, tiene toda la razón. Aquí, sí, hay que reconocer nuestro error, y de ahí que en estas páginas nos refiramos a él exclusivamente como historietógrafo o propagandista, que es lo que verdaderamente es. Respecto a lo de «exterrorista», ¿cómo habríamos de referirnos al desempeño de sus anteriores «funciones» antes de que tuviera a bien cambiar «la pipa» asesina por «el cálamo» neofranquista? Por descontado se admiten propuestas terminológicas que estudiaremos con la máxima atención e interés y estamos dispuestos a aceptar si encajan dentro de los naturales parámetros de la lógica y del sentido común, que es como pedirle peras al olmo.
El colmo del delirio nos lo encontramos ya al final del articulito de marras cuando dice que «las llamadas “tesis” [se entiende que las suyas y las de la compañía citada en que dice basarse] han pasado a la categoría de hechos decisivamente probados y documentados». ¿Por qué? ¿Porque lo dice él? Sinceramente, ya no estamos en el colegio donde la palabra del profesor era para los alumnos Ley. Sencillamente, entre los argumentos eutrapélicos, por no decir maliciosos, del señor Moa expuestos en sus abundosos textos, al parecer coincidentes con las rigurosas opiniones de los autores citados (y vete a saber, ya que jamás cita textualmente nada, al igual que De la Cierva, y nada puede cotejarse), nosotros nos quedamos con la carga de la prueba que se desprende de los resultados de los académicos profesionales y rigurosos como el mismo profesor González Calleja y tantos otros especialistas en la materia (ya una verdadera legión) que cuentan con una obra lo suficientemente acreditada como para tener en consideración sus opiniones y desestimar las de Moa y su corte mediática, que no gozan de equivalente sustentación. No hay más «bajo nivel intelectual y crítico», como osa decir el señor Moa refiriéndose a quienes no alaban precisamente sus «tesis», que el que se desprende de sus insustanciales obritas.
En definitiva, puro ideologismo, pura tergiversación, vacuas apelaciones a pretendidas autoridades «científicas» a las que recurre alegremente sin citarlas a la búsqueda desesperada de un mínimo cobijo intelectual más que discutible.
2. ARRIBISTAS Y FALSARIOS
El revisionista orgánico de la derechona dista de ser la golondrina que no hace verano. El arribismo desmedido de quienes se acomodan sin la menor dificultad a quien mejor les paga, pues viven por y para la polémica, está en alza y de él se nutren determinados demagogos que se aplican con febril entusiasmo a provocar «guerras mediáticas» que tratan por todos los medios de desencadenar y tanto les ayudan a vender sus libros a un público consumista que no quiere dejar de tener en su casa aquello que está más o menos de moda o se vende mucho. «Por algo será», dicen unos y otros en la mejor tradición demagógica, estalinista o totalitaria de que la mayoría tiene siempre razón o no se equivoca nunca, o que es mejor equivocarse con ella que contra ella.
Tal argumentario es un recurso muy pobre pero viejo como el mundo y que con un poco de suerte les permite ir aumentando progresivamente su caché. Mucho ruido y pocas nueces era la técnica de De la Cierva y, lógicamente, la del discípulo, de nuevo en perfecta coherencia con el maestro. Insistimos, de propaganda saben un rato. El ruido sigue siendo el mejor detonante para el consiguiente boom publicístico. Una vez situados en la cresta de la ola, ridículamente envanecidos por los medios afines y un público fiel, se pueden conceder el lujo de la suficiencia propia de todo recién desasnado que ya se cree por ello miembro de pleno derecho del más distinguido club de doctores.
Hay que desconfiar por principio de semejantes individuos. En un «diálogo» con su claque de admiradores el 27 de enero de 2005, reproducido en Libertad Digital (ese periódico virtual que se ha convertido en un «deslumbrante foco» de «inteligencia crítica independiente») el 8 de abril de ese mismo año, un sin duda «espontáneo»[15] interlocutor le preguntó al señor Moa si había respondido «al furibundo ataque de Alberto Reig Tapia», a lo que respondió: «Conozco el ataque de Reig Tapia, pero es demasiado infantil para detenerse a contestarlo»[16].
Es decir, el mismo trivial comentario que el señor De la Cierva se dignaba prodigarnos en sus tiempos a raíz de una crítica académica a la obra que el entonces coronel Ramón Salas Larrazábal consagró a las pérdidas demográficas producidas por la Guerra Civil y asunto sobre el que De la Cierva era completamente lego aunque por uno de esos prodigios de las inteligencias superiores no paraba de opinar sobre él sentenciosamente y sin el menor fundamento a todas horas y en cualquier medio. Moa manifiesta ahora la misma impotencia intelectual y la misma ausencia de argumentos con un mínimo de calado de la que siempre ha venido haciendo gala su ejemplar maestro De la Cierva. De nuevo la línea continuista entre el uno y el otro se manifiesta en todo su esplendor.
El discípulo, pretendido revelador de grandes verdades, es tan coherente ahora como antes lo fue con el mismo declarado propósito su reivindicado «maestro». No cabe sino inferir que algunos discípulos y maestros han olvidado la inequívoca senda trazada por el sabio apotegma: «Amigo de Platón, pero más amiga la verdad», fundamentado en un pasaje de Aristóteles en el que éste exponía la dificultad de poner en cuestión una serie de ideas introducidas por amigos suyos (Aristóteles ni siquiera cita a Platón): «Parece, con todo, que es mejor y que debemos, para salvar la verdad, sacrificar incluso lo que nos es propio; sobre todo siendo filósofos, pues sintiéndonos ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad»[17].
Dicen que todas las comparaciones son odiosas. Es cierto, claro que la referencia a tan geniales maestros y excepcionales discípulos (Platón lo fue a su vez de Sócrates) resulta verdaderamente sacrílega en este contexto de desorientados escribidores a la búsqueda desesperada de referentes «intelectuales». Hay impotencias mentales verdaderamente patéticas. Quien trataba en aquel entonces (al igual que hoy) de desmontar cualquiera de las grandes verdades reveladas del franquismo, y más sobre la base de investigaciones rigurosas académicamente acreditadas, pasaba a incrementar automáticamente el número creciente de ratas o termitas «rojas» que pretendían corroer torticeramente los cimientos ideológicos del régimen franquista. Tan funcionales roedores ya se multiplicaban geométricamente entonces ante la desesperación de Ricardo de la Cierva y demás fieles policías ideológicos del franquismo, que veían con preocupación tambalearse semejante pedestal pues su gigante tenía los pies de barro.
Topamos, pues, de nuevo —y ya ha llovido—, con la misma impotencia argumental de la antigua «escuela historietográfica franquista», verdaderamente coriácea, dogmática por definición, y que se sigue creyendo como en los viejos y buenos tiempos del pasado en plena posesión de «la Única Verdad Revelada», que ahora tratan de hacer resurgir con nuevos bríos nada menos que de la mano de «exgrapos». No cabe sino preguntarse: ¿quién miente por sistema, quién falsifica con tan poca aplicación, quién pretende verdaderamente manipular la historia española del siglo XX?
Nosotros no incurrimos en semejantes actitudes de suficiencia ni recurrimos al conocido método Ollendörff que él y su maestro practican tan devotamente cuando se trata de enfrentarse de verdad a un debate historiográfico. Sí que nos molesta incumplir la promesa anteriormente dada cuando afirmábamos que unas palabras que le dedicamos entonces eran «las primeras sobre este asunto o personaje y que tenían la pretensión de ser las últimas»[18]. No merecía la pena perder tiempo en un diálogo imposible destinado de antemano al fracaso ante la incapacidad de establecer algún tipo de comunicación, ya que la historiografía emite en FM (Frecuencia Modulada) y la historietografía, obviamente, lo hace en OCM (Onda Corta Mental). Dicho queda que rectificar es de sabios y que tan sensata decisión de hace tres años ahora ha pasado obviamente a la historia por más que sigamos convencidos de la inutilidad del esfuerzo, pues no hay peor ciego que quien no quiere ver, ni peor sordo que quien ni oye ni quiere escuchar, ni peor mudo que quien no quiere —y en este caso tampoco puede— hablar, porque este género de personajillos ni entienden, ni se enteran de nada y, si se enteran, es para tergiversarlo a su favor en contra de la verdad que tanto parece agitarles. Excursus: Imploramos a los dioses benevolentes que, conscientes de nuestra humana debilidad, no nos permitan pecar de nuevo (contestándoles) y nos mantengan bien amarrados al recio mástil de Ulises para que no nos dejemos «seducir» [absurda llamada del deber cívico] como él por dulces cantos de sirena —ojalá—, pues lo nuestro no ha sido otra cosa que salir al paso con la mayor claridad y brevedad posible no exenta de un poco de saludable «coña marinera» (con perdón) de esa ensordecedora trompetería, que ya aturde, propia de las carracas de feria con que algunos vecinos sin educación se empeñan en privarnos de nuestro merecido descanso. La verdad, puestos a «morir» preferimos hacerlo ahogados entre los brazos de las sirenas de Ulises que entre las fauces de tan fieros cíclopes.
El revisionismo oportunista nunca ha tenido necesidad de poner anuncios en los periódicos para reclutar a nuevos soldados de la Verdad, pues son siempre legión tan esforzados combatientes de dogmas eternos tanto más cambiantes en función de quién sea el pagano. (Ya nos decía nuestro sabio padre que, a partir de Adán, los tontos están en franca mayoría). Estar en posesión de la Verdad es mucho más cómodo y más práctico que vivir azuzado por la duda y hacer un uso permanente de nuestra capacidad crítica y tratando así de alcanzar algunas pequeñas verdades de suyo casi siempre relativas, efímeras o circunstanciales.
Hay revisiones y revisiones. Por ejemplo, algún día habrá que entrar a fondo en esa presunción de que todo el mundo combatió contra «el fascismo», contra el general. Todos estuvieron en primera línea de fuego, todos empujaron con denuedo la estaca de Lluís Llach sin que alcancemos a comprender cómo pudo llegar a pudrirse sola en vez de verla vencida ante la irresistible presión de «las fuerzas del trabajo y de la cultura» que, pobres, hicieron cuanto pudieron por quebrarla sin el menor éxito. Naturalmente que hubo muchos esforzados empujadores, pero ¿«todos»? Lo que pasa es que hoy en día, dado el incontinente trasiego ideológico de izquierda a derecha, está todo mucho más confuso. Durante la transición proliferó un auténtico ejército de arribistas que habían sido primero «revolucionarios» y después «demócratas» desde la vieja noche de los tiempos y, en consecuencia, se llenaron el pecho de medallas de supuestos servicios a la causa de la libertad y de la democracia. Muchos de ellos, cuando cambió la dirección del viento y la ocasión les fue propicia, pensando que el socialismo democrático (la única izquierda con posibilidades reales de gobernar) pasaría una buena temporada en la oposición, dados los errores groseros en que incurrió éste en la etapa final de su mandato, encontraron una auténtica mina con la que hacerse de oro: lanzada al muerto, no fuera que reviviera y les amargara la fiesta a los raudos acomodaticios que tanto abundan, siempre al servicio de los eternos señores de la política y de cuyo usufructo en régimen de monopolio les había democráticamente desalojado la izquierda en excepcionales circunstancias (la resaca del 23-F). Surgieron pues nuevos señores a los que ofrecer sus elevados servicios teóricos de justa legitimación política de la nueva situación por parte de aquellos que, aún luciendo corbatas de Hermès, nunca dejarán de ser unos simples plebeyos.
Estos nuevos intelectuales orgánicos cotizaban al alza, pues la derecha, como es natural, siempre paga más y mejor a quien bien le sirve. Y plumíferos dispuestos a alquilar o vender su alma al diablo entre tanto intelectual en paro o que considere que no se le valora (paga) como él cree merecer los hay siempre por centenares. Estando esta clase de ellos siempre ansiosos de cebada, es decir, de Moët Chandon, no resulta nada difícil pues se da una patada y aparecen súbitamente tropecientos mil como caídos del cielo. En este contexto reescribir la historia ad mayorem Dei Gloriam, es decir, a la mayor gloria de el Señor de las Azores, habría de proporcionar una auténtica mina temática. No había más que decir lo contrario de lo ya abundantemente escrito sin necesidad de pagar derechos de autor y poner el cazo.
Ante el evidente desgaste del PSOE y de su indiscutible líder se produjo el consabido arribismo, chaqueteo o chalaneo político o natural cambio de opiniones y posiciones ideológicas de plumas más o menos conocidas o absolutamente irrelevantes, que «de sabios es variar de opinión» nos alerta de nuevo el sabio Refranero. «Donde dije digo, digo Diego» y «ande yo caliente y ríase la gente» son fieles exponentes de la condición humana, con independencia del juicio moral que tan tornadizas actitudes nos produzcan a los simples y admirados espectadores del gran circo que constituye la feria de las vanidades propia del oficio de pensar y de escribir con un mínimo de solvencia.
Sin embargo, abrigamos serias dudas de que éste sea el caso de Pío Moa por más que su trayectoria vital desde la izquierda revolucionaria antisistema hasta las plácidas aguas mediáticas de la derecha realmente existente pueda inducir a ello. Quizás es todo mucho más simple, y al igual que se dice con fundamento que los extremos siempre se tocan, cuánto más cabría afirmar si, como su admirado Franco, pudiéramos demostrar la inmovibilidad del Movimiento. Es decir, que siempre hemos estado donde siempre, bajo los luceros, como el general superlativo permaneció siempre en el mismo sitio impasible y firme el ademán, que nunca nos hemos movido un ápice de donde siempre hemos estado, salvo para marear la perdiz y a nuestra mera conveniencia.
2.1. Alonso de los Ríos
Dentro de cualquier apartado clasificatorio, siempre aleatorio y probablemente falso, nos encontramos con ciertos personajes sin duda singulares. Hay casos verdaderamente paradigmáticos entre tantos posibles que de un modo u otro sirven a lo mismo que el señor Moa y que cuando es necesario le jalean y exaltan. El caso de César Alonso de los Ríos, por ejemplo, resulta ilustrativo, pues nos ofrece una trayectoria rectilínea sin paradas intermedias. Pasó de periodista crítico, independiente, analítico, más o menos «izquierdoso», según los franquistas, en la revista Triunfo (que debió de parecerle políticamente tímida), a la filocomunista de La Calle, donde debió de encontrarse más cómodo ideológicamente con el giro dado por ésta a la izquierda. Siempre a la búsqueda de la Verdad, ha acabado por atracar finalmente, aunque nunca se sabe, tras espectacular pirueta en las plácidas aguas del monárquico-franquista-conservador-liberal contrarreformista o reformista liberal ABC y la Fundación FAES, presidida por ese singular intelectual que es José María Aznar López. Un triple salto mortal, pues, muy propio y coherente de quien legítimamente revisa sus posiciones intelectuales u obligado paso, verdaderamente expresivo de la noble condición de todo jubilado: acomodarse al sol que más calienta (o mejor paga) que luego vienen las estrecheces. Desde tan estratégicos lugares, una vez trastocada la pluma por la estaca, se dedica a atizar sin descanso ni piedad a sus antiguos compañeros «triunfales» y de viaje entonando un permanente Gloria in excelsis Deo a todo lo proveniente del Partido Popular y su «carismático» Presidente de Honor (del honor perdido en las Azores). Sinceramente no entendemos que tan evidente inteligencia no sienta hastío de sí misma sirviendo a lo que sirve. Hay que disculparle pues para eso le pagan, y qui paga mana (con perdón). No obstante, y de ahí nuestro desconcierto, ha manifestado por escrito, si bien sin cargar las tintas, la banalidad analítica con que Pío Moa aborda el franquismo, circunstancia no desdeñable viniendo de quien viene.
2.2. Jiménez Losantos
El caso del distinguido hooligan mediático Federico Jiménez Losantos es particularmente espectacular. Apenas señalar ahora, pues sobre él habremos necesariamente de volver más adelante, que la «supernova mediático», el «liberal de tronío», el «gran especialista», pasó en un «pis-pas» de Orihuela del Tremedal, provincia de Teruel, a la Villa y Corte de la Comunidad Autónoma de Madrid y capital de las Españas Autonómicas. La traslación no fue únicamente territorial sino también de concepto, puesto que giró y giró sobre sí mismo y mudó de entusiasmado admirador de partidos revolucionarios maoístas como el PTE o la ORT a las católicas ondas de la COPE («tremendismo» se llama la figura), previa estadía también en el ABC, donde asombró a su distinguido personal y a los más competentes hermeneutas del país con sus dizque Comentarios liberales. No puede sorprender la brillantez teórica de Jiménez dada la ideología política que mamó en sus años mozos y, ya se sabe, «el que tuvo, retuvo». No es para echar en saco roto el hecho de haber tenido la lucidez de ser entonces un ferviente maoísta, teniendo en cuenta que hay que esforzarse lo indecible para encontrar algo positivo en el fundador de la República Popular de China, puesto que Mao-Ze-Dong es el mayor asesino de la Historia en tanto que máximo responsable de la muerte de más de 70 millones de personas en tiempos de paz[19]. Jiménez, camina siempre «en vanguardia». Ayer, en la marxista-leninista-maoísta («pensamiento Mao», decían) y hoy al servicio de la «reformista-liberal», dice, ¿o lo hace en realidad en beneficio de la más recia tradición de la inquisición clerical?
Hoy, la supernova mediática de la COPE flagela con singular impiedad todo lo que huele a izquierda desde su columna de El Mundo y su programa de radio La Mañana. Los conversos, los resentidos y los acomplejados son siempre los más extremistas. El verdadero «Maricomplejines» es él, y no Mariano Rajoy, al que así califica cada vez que no hace o dice lo que él considera que tiene que hacer o decir. Siempre en campaña, ahonda día tras día con verdadero ahínco las heridas más o menos abiertas, no ya de sus antiguos camaradas y de cualquier cosa que huela a «progre» o no beba ensimismado los vientos políticos del Partido Popular sino incluso de los propios que no bailan al son que él toca. ¿Se creerá el mismísimo Arquímedes de la política: dadme un micro y moveré el mundo? Utiliza para ello una demagogia cada vez más inquietante. Visto lo visto está claro que se ha concedido patente de corso para insultar y denigrar a sus oponentes políticos o a sus competidores profesionales (Prisa, la SER, Onda Cero, Punto Radio, etc.), presentándolos ante sus oyentes y lectores como una auténtica recua de miserables más que añadir a su ya extensa y muy antigua lista de ofendidos de la que sin duda puede enorgullecerse. Así, en una carta a Tarradellas (20 de agosto de 1981), se refiere a la «imbecilidad de Suárez», al «nacionalismo tronado de Pujol[20] y, sobre todo, de Barrero», al «incoloro, inodoro e insípido Cañellas», al «bobo» de Rafael Arias Salgado o a los «marxistas de manual» tipo Raventós[21]. Un argumentarlo ciertamente convincente trufado de sano maoísmo-liberalismo.
2.3. Moa Rodríguez
En cualquier caso, ninguno de los ejemplos citados, aún siendo en verdad espectaculares, y otros que pudieran esgrimirse de factura similar, podrían emular la asombrosa transición filosófico-ideológico-política desplegada por Luis Pío Moa Rodríguez, que de activo militante del GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), una organización terrorista de extrema izquierda con abundantes delitos de sangre a sus espaldas (87 asesinatos), ha pasado a constituirse en el más destacado propagandista de la renaciente historietografía neofranquista tan jaleada por los medios afines a la derechona más extremosa. Ni los más negros nubarrones que imaginarse quepa serían capaces de enturbiar la cegadora luz histcoriográfica que ahora irradia incontinente de la pluma de Pío Moa. De ahí que tenga el honor de ocupar abusivamente la práctica totalidad de estas páginas.
¿Estaremos ante una auténtica revolución teórica neofranquista? Ríanse ustedes del famoso «corte epistemológico» operado en el joven Marx humanista de los manuscritos económico-filosóficos al ya maduro y plenamente incorporado al materialismo dialéctico de El capital, según el clásico estudio de Louis Althusser[22], ante la facundia del operado entre el joven y el maduro Moa. En su caso, tan asombroso tránsito filosófico-teórico se habría producido en sentido inverso, es decir, del materialismo puro y duro grapista al pensamiento débil e impuro aznarista, aunque quizá más que hablar de «corte epistemológico» sería más preciso referirnos a «corte rumboso» o «mágico», es decir, propio de bailaor, brujo o nigromante de la Historia. Pero contengámonos y no digamos más, pues de todo esto debe de saber mucho más nuestro «historiador», ya que según nos ilustran las solapillas de su recurrentes obras tiene «diversos estudios sobre la teoría marxista del descenso de la tasa de ganancia», que confesamos no haber leído, pero que a él sin embargo, a la vista está, le han debido ser de extrema utilidad dichos estudios para, sensu contrari, aumentar la tasa de ganancia propia. Como «buen» teórico exmarxista-leninista-maoísta pero mucho mejor «práctico» ha comprendido que ni teoría sin práctica, ni práctica sin teoría. El mismísimo Vladimir Ilitch Ulianov, alias Lenin, dixit.
Las derechas españolas, aunque de momento sólo aparece una, la del Partido Popular, han saltado sin solución de continuidad del antifelipismo militante al antizapatismo ferviente. Atacan implacables al avieso Zapatero («Bambi») como antes al perverso González («¡Márchese, señor González!»), que, en verdad, ocultaría bajo su sonrisa educada y su talante dialogante, una despiadada alma de chacal, pues les habría echado del poder sirviéndose de medios verdaderamente inconfesables. Tesis, por otra parte, indefendible y que no encuentra la menor apoyatura empírica, lo que no es óbice para que los portavoces mediáticos del Partido Popular la sigan repitiendo como un solo de trombón en la mejor tradición del nazi Joseph Goebbels, el inventor de la propaganda moderna: una indiscutible mentira debidamente repetida sin descanso ni medida acaba por convertirse en Verdad no discutida. Ésa y no otra es la «técnica» a la que tan ejemplarmente se aplican los ideólogos al servicio de la más rancia derecha española.
Estos arribistas son pocos pero bien avenidos y según sople el viento se acusa al crítico discrepante de «masón», «marxista» o «rojo» tout court. Si se está en vena se les aplican calificativos aún más gruesos, y si previamente han seguido la atractiva ruta de los protagonistas de Sideway. («Entre copa»), ya sumidos en sus vapores etílicos, sacan la artillería pesada disparando su vocablo estrella más descalificatorio y que todos llevan dentro con el que cierran cualquier «debate»: «estalinista», lo que les ahorra mayores digresiones, pues es lo suficientemente severo de por sí como para dejar anonadado al espíritu más templado que les lea o se crea con mayor o menor buena fe sus fabulaciones. Que en el otro extremo haya siempre otro memo que en cuanto se contradice su catecismo particular o su singular visión de la realidad escupa otro vocablo de similar factura como «fascista» no nos sirve de consuelo pues, como decimos, los extremos se tocan, y cuanto más memos, más. De ahí a pasar a llamar directamente «asesino» a sus discrepantes y clamar por su «exterminio» (como los tontos recurrentes del Avui, una hoja parroquial que, según otros sesudos analistas, no hay que confundir con la libertad de opinión de sus columnistas) ya no quedaría más que un paso.
3. ¿SÓLO ANTE EL PELIGRO «ROJO»?
Nunca nuestro esforzado historietógrafo de moda, en contra de sus dolientes protestas, se ha encontrado «solo ante el peligro» como el digno sheriff Will Kane encarnado por Gary Cooper en esa obra maestra que es High Noom (1952). Por el contrario, siempre estuvo bien arropado, patrocinado, jaleado, divulgado, publicitado, protegido y ensalzado por toda la corte celestial franquista, neofranquista, neocon o «liberal reformista», que tal quieren ser ahora las nuevas señas de identidad ideológica que se lanzan desde la calle Génova de Madrid, epicentro del poder pepero. (Qué audaz es la propaganda partidaria siempre empeñada en convencernos justo de lo contrario de lo que ven nuestros ojos). Pero, como decimos, hacerse la víctima, explotar el victimismo hasta el delirio, aún proporciona réditos y otorga ventajas en este país de viejos cristianos. Una de sus cantinelas más habituales, de la que participa plenamente como no podía ser de otro modo toda la corte mediática que le acompaña, sería la de una pretendida y asfixiante hegemonía historiográfica de la izquierda sectaria. Izquierda que habría impuesto sus criterios políticos y maniquea interpretación de nuestra más reciente historia a todo el conjunto del pueblo español, que se supone que es tonto y se traga lo que le echan sin el menor espíritu critico. Moa dista de encontrarse solo en su esforzada tarea revisionista.
Siempre ha habido y habrá llorones o lloricas despotricadores «contra esto y aquello» en el hispánico regruñir de don Miguel de Unamuno, o «tontilocos», como decía el rector de Salamanca de Sabino Arana, porque piensan que se ignoran sus supuestos méritos y talentos o nunca son suficientemente destacadas sus públicas virtudes, cuando sencillamente no se sustentan sus desvaríos ideológicos en la no por esquiva menos prosaica realidad. Los gurús académicos o literarios, los empresarios culturales, los editores, directores de revistas y de periódicos, que poseen la llave mágica para que su insigne firma aparezca con letras doradas de molde, serían siempre unos iletrados o unos malvados, incapaces de caer de hinojos ante su evidente genio o meros esclavos de intereses inconfesables.
Por lo visto este pobre nuevo y fantasmagórico Will Kane tiene que vérselas él solito con toda una cuadrilla de feroces historiadores izquierdistas bien pertrechados de escopetas recortadas ante su nacarado Colt 45 bravamente puesto al servicio de la ley y el orden, es decir, de la Verdad histórica franquista, posfranquista, neofranquista y aznarista. Debe de saber lo que se trae entre manos dado su brillante historial, nosotros somos completamente legos en la materia. Por lo visto aún resopla el fuego del averno según nos alertan noblemente estos esforzados neocruzados y nos descubren nuevos y feroces estalinistas cada lunes y cada martes recién salidos de las zahúrdas de Plutón. Así que aún estaríamos rodeados en esta España de nuestros pecados de estos peligrosísimos agentes del Mal cuyo espíritu jamás acaba de desvanecerse del todo…, en el mejor de los casos se quedan «dormidos» (cual perversas células islamistas), pero si nos descuidamos se despiertan (o las despiertan los compañeros de viaje) y nos la juegan otra vez como en el 711 de la mano del traidor conde don Julián o en cualquiera de las fechas sucesivas en que se han traicionando las esencias mismas de la Patria (1812, 1837, 1868, 1873, 1931, ¿1978?, ¿1982?, ¿2004?).
Primero fue la morisma, a continuación, los judíos, los judaizantes y los falsos conversos, después, los masones, los afrancesados y los liberales (los peores), los institucionistas descreídos, los republicanos que pactaban con el diablo (marxistas, anarquistas, comunistas y otros compañeros de viaje), para al final caer todos en manos de los estalinistas y, hoy, como ayer, final o comienzo de ciclo, socialistas en contubernio con los nacionalistas periféricos y los amigos de los terroristas, todos ellos dirigidos por un «bobo solemne» que dirige al país hacia el despeñadero a uña de caballo. Es decir, la «Anti-Patria» de siempre. Judíos, comunistas y demás ralea. Estamos, pues, «rodeados» de pérfidos «rojos» recalcitrantes que, aparte de hundir al país, no se resignan a dejar de manipular y enredar la historia evitando con sus torticeras acciones (publicaciones) que «ellos», los verdaderos profesionales de la historia española, limpien, fijen y den esplendor a la única Verdad Revelada: la suya.
¿De qué hegemonía de izquierdas a propósito de la Guerra Civil hablan estos distinguidos hermeneutas de la derecha pura y dura? Tal hegemonía distorsionaría la visión «objetivo» de la Guerra Civil y del franquismo por parte de la sociedad española que, desde la muerte de Franco, habría venido siendo manipulada imponiéndosele la versión resentida de los vencidos. Por tanto hay que lanzarse a una nueva cruzada mediática que restablezca el auténtico reino de la verdad. ¿No acaba de condenar el relativismo (malentendido) de la Ilustración el cardenal Ratzinger, nuevo Papa bajo el nombre de Benedicto XVI, siguiendo la senda del fallecido Juan Pablo II, quien pronto será elevado a los altares por, entre otros méritos relevantes para ocupar la Silla de Pedro, reafirmar semejante disparate epistemológico? Por consiguiente no puede sorprender que a los amantes de las Grandes Verdades Reveladas sobre la Guerra Civil y el franquismo les irrite cualquier tipo de «relativización» y, en especial, el cuestionamiento racionalista y empírico que se ha venido haciendo de toda su particular mitología desde la recuperación de las libertades democráticas adentrándose en las fuentes primarias y en los archivos a que han podido tener acceso.
¿Cómo sería posible «imponer» una hegemonía ideológica determinada en una sociedad libre y democrática como la española actual? La «imposición» sólo es posible en los regímenes totalitarios sometidos a una férrea censura y con un control absoluto sobre los medios de (des)información, pero en modo alguno es factible en las sociedades abiertas. ¿Cómo si no podríamos asistir a un «fenómeno mediático» como el que nos ocupa? ¿Nos puede alguien indicar cuál sería el comisario político que dicta o impone unas supuestas tablas de la ley históricas a toda esta «escuela neofranquista» y a su «Brunete mediático»? Tropa que no para de enriquecerse desplegando apenas su descolorido plumaje ideológico bajo indignos ardides demagógicos para satisfacción de sus secuaces más pertinaces y ante el asombro cierto de sus forzados espectadores.
A los demócratas de formación y convicción (no a los sobrevenidos), o a los verdaderos intelectuales, siempre les llama más la atención cualquier tipo de heterodoxia que de ortodoxia, ya que denota cuando menos pensamiento crítico e independiente del statu quo de cualquier orden estando convencidos de que no existen verdades únicas procedentes de «Revelación», dogma o doctrina alguna, pues tienen la firme convicción de que las sociedades auténticamente democráticas son, y deben ser por definición, plurales. Principio claro y transparente desde los no tan lejanos tiempos de Charles-Louis De Secondat, barón de La Brède y de Montesquieu, que nos alentó a todos sagazmente a desconfiar, por principio, del silencio y la unanimidad políticas que siempre anidan en las mentes simples y esquemáticas con irreprimibles tendencias autocráticas propias de las sociedades atrasadas y sometidas a cualquier tirano.
La derechona se equivoca de hoz y coz aupando a un bluff como Pío Moa para semejante combate sobre la base de su supuesto izquierdismo revolucionario previo, que le otorgaría un plus de «autoridad» ideológica (?) en sus pretendidos «análisis históricos» actuales frente a sus pertinaces detractores. Además, para librar tan duras batallas no hace falta tener la menor competencia historiográfica. En ese terreno —el estrictamente historiográfico— no tienen absolutamente nada que hacer. Nada. En el mediático ya es otra cosa. Pero, a pesar de su evidente ventaja en este campo, como el más elemental juego de estrategia sugiere, hay que trasladar el combate a otro «escenario».
3.1. Otras voces, otros ámbitos
Como la guerra en el fondo no es sino «mediático» y unidireccional, ésa es la verdad, para ganar la batalla final (por descontado «esta guerra» jamás la ganarán), de acuerdo con sus espurios fines propagandísticos necesitarían algo más contundente que esta tropa de historietógrafos. ¿Qué profesional de la historia se pondría verdaderamente a su servicio? ¿Stanley Payne, Carlos Seco Serrano, José Manuel Cuenca Toribio? Ninguno, estamos seguros, pues dejarían automáticamente de serlo. Al fin y al cabo la honrilla, por laxa que ésta sea, es la última línea de defensa de la autoestima de todo intelectual que se precie por más que más de uno esté dispuesto a venderse apenas por una buena comilona.
Para culminar la subversión neofranquista de la Historia necesitarían sus patrocinadores y adscritos métodos propios del Estado totalitario que añoran. Como a falta de pan buenas son tortas, no estaría mal para empezar un programa de propaganda masivo. A grandes males, grandes remedios. Se hacen imprescindibles nuevas voces que defiendan la Verdad a pecho descubierto. Hay que crear nuevos ámbitos en donde plantar cara a la marea roja de los historiadores izquierdosos resentidos que no cesan en su burda cantinela estalinista. ¿Cuáles? ¿Dónde? ¿Qué cadena de pago podría ofrecerse para organizar el correspondiente show? Probablemente Tele-Madrid, ahora que ha sido al fin «liberado» de la razonable independencia con que se desenvolvía gracias al enano infiltrado de Ruiz Gallardón (un «liberal»; los peores) cuando gobernaba la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid). Pero claro, es demasiado localista y se trata de llegar a toda la extensión de la atribulada piel de toro tan zaherida por tanta emisión contaminante. Ahora, bajo la hábil batuta de Esperanza Aguirre, otra genuina «liberal», las aguas han vuelto afortunadamente a su cauce en dicha emisora y estando todo bajo control sería relativamente fácil la conquista ideológica de los espacios mediáticos. ¿Cómo? Del «enemigo» el consejo.
A veces los profesorcillos universitarios tan ensimismados en nuestras naturales y concretas tareas perdemos la perspectiva general, pero en algún momento de rara lucidez aún somos capaces de dar con alguna ocurrencia que podría ser de evidente utilidad para quien quiera servirse de ellas. Nos sentimos generosos y ofrecemos la que sigue gratis et amore. Los debates serios, verdaderamente historiográficos, políticos o culturales, son un peñazo (con perdón) y jamás podrán dejar de ser excentricidades del gusto de minorías, que haberlas haylas. Hay que buscar otro formato capaz de llegar a las grandes masas. Naturalmente habría que disimular las verdaderas intenciones «culturales» bajo la inocente apariencia de los reality show que tanto predicamento alcanzan en estos tiempos ocupando casi todas las prime time de las cadenas generalistas de televisión. Debería ajustarse el programa en cuestión al estilo de los apasionantes «Aquí hay tomate» o «Salsa rosa». Eso sí, el contenido sería rigurosamente historietográfico, por supuesto.
Nos atrevemos a sugerir a quien corresponda (tan noble fin justifica cualquier medio) que habría que contratar en exclusiva, sin pararse en tacañerías impropias de tan noble empresa como patriótica acción, a un auténtico fuera de serie para dirigir el susodicho «producto» con mano de hierro, ya que rápidamente se convertiría en el programa estrella de la cadena. A la vista del mismo pasarían a comprar de inmediato los derechos de emisión el resto de las cadenas autonómicas, locales, nacionales y estatales siempre y cuando el contratado fuera un auténtico crack del medio televisivo… ¿Quién? Sólo hay uno que encaje en la plantilla como el guante de seda en la blanca mano: ¡Coto Matamoros! Sólo de imaginarlo nos tiemblan las piernas. ¿Alberga alguien la menor duda de que acabaría muerto (pulverizado) todo «el rojerío» (quienes contradicen la ortodoxia franquista, posfranquista, neofranquista, aznarista o simplemente neocon) apenas con unas simples y elementales tacadas (plis-plas) en plan «¡Sabino. A mí el pelotón que los arrollo!» (no es broma, está cachas de gimnasio)? Acabaría con todo lo que se le ponga por delante antes de que el supuesto discrepante pudiera apenas abrir la boca. ¿Le han visto ustedes actuar? Es un auténtico fenómeno. No se lo pierdan[23]. No habría más que colocarle un minúsculo receptor en la oreja adecuada y desde una sala contigua Moa o Marco o Vidal le soplarían lo que tendría que contestar a la cobaya de turno llevada al plato para alimentar a la fiera… Del aderezo ya se ocuparía él mismo sin necesidad de asesoramiento alguno. Es espectacular, liquidaría sin pestañear al más sesudo escritorzuelo, intelectualillo o profesorcillo que se atreviera a cuestionarle cualquier cosa. ¿Querría acudir alguien? Está previsto. Como no iría ningún profesional de la Historia para suplir la silla correspondiente se contrataría a un actor. En cada caso se le inventaría el currículo como hace César Vidal (total, la audiencia ni se enteraría) y caña al mono hasta que hiciese mutis por el foro con la debida escenificación. Ya decirnos que resultaría caro, dado el caché de estas «superestrellas», pero a grandes males grandes remedios y, además, los actores saldrían baratitos. Con contratar a aspirantes a cómicos sería suficiente ya que los meritorios se contentan siempre con poco, y comparados con lo que cobran los doctores, investigadores y becarios de alto nivel en centros de investigación de prestigio, siempre sería un fortunón. Al fin y al cabo, ni compararse puede el visible beneficio social que se obtendría de esos brillantes comediantes dados los buenos ratos que les harían pasar a los espectadores, con el que extraemos toda la sociedad del trabajo esforzado de esos anónimos pringaos que se queman las cejas en laboratorios y bibliotecas a cambio de perpetuarse sine die en el selecto club de los mileuristas. Sin comparación. Dónde va a parar.
¿Quién politiza la Historia? ¿Dónde está el correspondiente Pío Moa del otro pretendido «bando» y su equivalente corte celestial? De momento, y es la razón fundamental que ha acabado por forzarnos a incumplir la palabra empeñada de declararnos autistas, sólo ha habido silencio, salvo alguna excepción, pues los verdaderos historiadores son profesionales serios enteramente volcados en su labor historiográfica y eluden entrar al trapo de la provocación personal que se les brinda a diario con singular descaro[24]. En dicha obra, a pesar de lo que su título pudiera indicar, no se alude para nada de forma directa a la de Moa ni a su persona aunque sí critica determinados planteamientos metahistóricos. El profesor Moradiellos intentó debatir profesionalmente en la red y se topó con una auténtica tropa de demagogos polemistas carentes de la menor base empírica sobre la cual establecer una discusión historiográfica mínimamente solvente.
¿Necesitan los historiadores saltar a la palestra en defensa de su profesión? ¿La Historia se defiende acaso por sí misma? Los historiadores, sin embargo, tienen la batalla mediática perdida de antemano frente a los profesionales de la demagogia, los expertos cultivadores del amarillismo periodístico y los embaucadores a sueldo de toda clase, que son siempre legión.
En realidad, este revisionismo no es sino «la enfermedad infantil del franquismo» (por utilizar una terminología que al menos no les resultará ajena a los señores Jiménez y Moa) que da sus últimas boqueadas antes de pasar «definitivamente» (por utilizar en este caso la del Gran Pater De la Cierva) a las cloacas de la historia. Es como ese palpito que nos agita justo antes de estirar la pata. No sería sino una auténtica urticaria nacional, una epidemia vírica similar a la que se produjo en otros países de nuestro entorno que, como es natural, han llegado casi siempre antes que nosotros a casi todo. Ellos se libraron del fascismo en 1945 y nosotros tuvimos que esperar algo más. A ellos les liberaron y nosotros tuvimos que esperar a que se muriera nuestro liberador. Ellos ya han tenido sus debates sobre el negacionismo[25] y ahora nos toca a nosotros. Es decir, que Franco no fue un dictador cruel sino un gobernante autoritario, que su represión ha sido exagerada y fue imprescindible para salvarnos del verdadero holocausto que preparaba la izquierda y que, en realidad, debemos agradecerle al general la democracia de que gozamos pues habría sido él quien más facilitó su restauración. Ahora nos toca a nosotros lidiar con semejante «revisionismo» de auténtica opera bufa.
Así pues, como bien decía Juan Cueto en un divertido pero expresivo artículo:
Y de la misma manera que los italianos revisaron la República de Saló, los franceses hicieron lo mismo con el Gobierno colaboracionista de Vichy, y los alemanes, que lo tenían mucho más crudo, sólo revisaron la música de Wagner, la filosofía pastoral de Heidegger y la arquitectura de Hitler, aquí, en el paraíso del colaboracionismo, ahora mismo está tocando rascar las ronchas de la infamia.
En nuestro caso tiene más delito pues no teniendo más que mirar lo que sucede en Europa no habría habido sino que tomar las medidas sanitarias adecuadas para preservarnos de semejantes epidemias. Pero no se toman. Y concluye Cueto con la agudeza que le caracteriza:
A este curioso cuadro clínico que llamamos España sólo le faltaba esta previsible urticaria infantil del revisionismo histórico para completar el proceso y ya está aquí.
Ya pueden dar la lata Pío Moa, Jiménez Losantos, la COPE o revisionistas parecidos, pero a lo máximo que esta comezón revisionista puede llegar es a lo que llegó hace un par de décadas en Alemania, Francia e Italia, cuando la misma ortiga empezó a manifestarse. A nada. Ni se pudieron negar los horrores del nazismo, ni las mitologías antifascistas de la resistencia francesa e italiana sufrieron el menor daño a pesar de algunos camelos (Miterrand), ni siquiera las formidables baterías audiovisuales de Berlusconi apuntadas a la República de Saló pudieron corregir nada digno de mención, a pesar de que también a la derecha italiana le joda mucho, pero mucho más que al PP, el sarampión progre.
Lo que recuerdo perfectamente es lo que ocurrió en Europa al final de las urticarias ochentales. Alguien acuñó entonces la mejor definición de esa asignatura pendiente llamada Europa: «Miren ustedes, Europa es cuando ya nadie tiene nostalgia del fascismo europeo»[26].
Aquí, por lo que se ve, el número de nostálgicos de tan infausto período histórico es todavía considerable. Lo curioso, paradójico o inquietante del caso es que la lógica nostalgia del poder perdido en las Azores alimente a su vez la nostalgia de la victoria en la Guerra Civil y la dictadura franquista. Que se añore o reivindique a estas alturas la figura y la obra del «Gran Capitán» que Carlos Arias Navarro llorara tan compungido un 20 de noviembre de 1975 no puede sino llenarnos de asombro. ¿Se imaginan a la izquierda actual reivindicando la figura o la obra de Stalin, Mao o Pol Pot?
El conjunto de los partidos políticos de izquierda y centro-izquierda y de la sociedad civil que representan ha sido demasiado condescendiente, tanto en la oposición como en el Gobierno, con la memoria franquista (rememoraciones, callejero, estatuas, etc.,), y excesiva e inútilmente prudente con la memoria democrática. Los resultados, no demasiado imprevisibles en cuanto se ha incorporado a la vida política una nueva generación, a la vista están. La ausencia de una enseñanza reglada obligatoria del pasado democrático, de sus principios y valores en todo el bachillerato, que ahora parece que va tímidamente el Gobierno a activar, y la decidida irrupción en los medios de comunicación de masas de toda esta parafernalia neofranquista, explican la ignorancia y confusión existente entre las generaciones más jóvenes de ese pasado que ahora ven tan exaltado y reivindicado por supuestos historiadores.
Aún quedan múltiples restos monumentales en toda la geografía nacional de los años de la dictadura franquista, que sí a los partidarios, nostálgicos o legitimadores de aquel régimen y su caudillo, pueden previsiblemente agradar, en lógica correspondencia tienen que irritar igualmente a todos aquellos que hubieron de sufrirla y se arriesgaron a combatirla. En Madrid, en la plaza de San Juan de la Cruz, justo frente a los Nuevos Ministerios, aún permanecía hasta hace bien poco tiempo una de las tantas estatuas ecuestres que Franco se hizo erigir a su mayor gloria. Hubo que esperar a la madrugada del 17 de marzo de 2005 para que dicha estatua pudiera ser retirada discretamente. De una decisión aparentemente menor de la ministra de Fomento se hizo todo un problema político pues, aparte de que el mismísimo Blas Piñar, antiguo líder de la organización parafascista Fuerza Nueva (la más reciamente ortodoxa y leal al franquismo), se apresurara a acudir al pie del desolado pedestal a rendir tributo a la memoria de su inolvidable caudillo, quedó claramente de manifiesto que el Partido Popular no iba a desperdiciar semejante ocasión para añadir alguna que otra nueva estrofa a la gran sinfonía para carraca de feria y lata maltosa en la que se encuentra tan febrilmente trabajando el PP bajo la aparente dirección orquestal de Mariano Rajoy y la no menos aparente inspiración de José María Aznar, al que sin duda corresponde la gloria o el honor de ser el autor de la partitura.
Fue una excusa más para que el líder de la oposición Mariano Rajoy abriera la caja de los truenos y tildara de «irresponsable» al presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y le acusara abiertamente —nada menos— que de romper el «espíritu de la transición». Con ello Mariano Rajoy demostraba en aquella ocasión ignorar por completo cómo afrontan los países democráticos el uso del «espacio público» que, obviamente, no conceden para homenajear a sus propios dictadores. La permanencia de estatuas ecuestres de Franco a lo largo de la geografía nacional era un anacronismo con el que había que terminar por mera salubridad democrática, les gustara más o menos a los añorantes del general que militan en sus filas o tienen a bien considerarse sus legítimos herederos[27].
No, no está sólo ante el peligro nuestro esforzado héroe en defensa de la Verdad franquista sino considerablemente protegido por una poderosa máquina publicitaria que dados sus más que destacados componentes, entre los que brilla con luz propia el mentado Jiménez Losantos, antiguo leninista al igual que Moa domina cumplidamente las técnicas del agit-prop y puede ahora ponerlas al servicio de sus fines políticos que no historiográficos.
No deja de ser paradójico que estos neocruzados del liberalismo o del reformismo liberal que predican los gurús teóricos de la FA_ES sean en su mayoría antiguos izquierdistas. En el contexto español el término agit-prop (agitación mediante propaganda) se utiliza generalmente para referirse a cualquier mensaje reiterado que desde los medios de comunicación de masas (prensa, radio, televisión, cine…) trata de influir en la opinión pública con fines políticos o comerciales. Parten estos expertos agitadores sociales del supuesto más que comprobado de que se llega a un mayor número de personas excitando a su audiencia con un lenguaje agresivo y apelaciones emocionales que tratando de llevarles al convencimiento y al análisis racional de los problemas que preocupan al ciudadano moderno. De este modo alcanzan antes, más y mejor sus objetivos.
Efectivamente, dada su más que probable formación teórica a base de Vulgatas marxistoides como las de George Politzer[28], que tanto predicamento tuvo en sus años de juventud, no pueden extrañar los pavorosos resultados alcanzados por estos profesionales del agit-prop.
Nada nuevo bajo el sol. En la antigua corte de Berlusconi se entendía mucho del asunto y «agitaban» su maquinaria publicitaria numerosos cuadros de Lotta Continua, Potere Operaio y Avanguardia Operaia que se alejaron de teóricos antisistema como Toni Negri antes de que fuese demasiado tarde. Dos de los principales asesores de Il Cavaliere, Giulani Ferrara y Ferdinando Adornato, fueron comunistas, y en Francia «el más aguerrido cruzado de la causa liberal» no es otro que el exgauchiste Luc Ferry, hoy ministro de Educación. Entre nosotros ocurre tres cuartos de lo mismo:
(…) brillan como ideólogos de la nueva España nacional Jon Juaristi (exsimpatizante de ETA), Pío Moa (exGRAPO) y el exmaoísta turolense Federico Jiménez Losantos. Liberales de combate, ardientes «reborns» (renacidos), con todo el derecho a defender las teorías de Robert Kagan con el mismo ahínco con que antaño abrazaron la causa de Lenin y Trotsky. Nada que objetar[29].
A partir del 11 de marzo de 2004 todo empezó en España a ser políticamente más excepcional de lo habitual. Incluso desde antes. Las elecciones autonómicas catalanas del 16 noviembre de 2003 que llevaron a la constitución del llamado gobierno tripartito, más las vicisitudes derivadas del plan Ibarretxe y la entrevista bajo mano de Carod Rovira con los etarras Mikel Antza y Josu Ternera, fueron elevando el nivel de crispación política del país hasta límites cada vez más insoportables para la sociedad civil, que contemplaba estupefacta el retorno y la radicalización crecientes del lenguaje político y mediático.
Sabemos perfectamente que las plumas escupen hiel antes de que vomiten metralla los cañones y, aunque las circunstancias que nos está tocando vivir disten del dramatismo que algunos interesados pretender alimentar sin descanso ni cuartel remitiendo poco menos que a una nueva guerra civil larvada o a una inminente balcanización de España, no son ciertamente gratas ni políticamente ejemplares. Nos encontramos ante un periodismo de combate socialmente dañino, políticamente peligroso, ideológicamente risible y culturalmente pernicioso. Se trata de auténticos pirómanos frente a los cuales hay que estar siempre prestos y con los tanques de agua bien surtidos. Hay que parar semejante deriva. ¿Cómo?, pues con la palabra. Es el único camino. Nosotros no sabemos de otros.
A esa estrategia de la tensión contribuye con entusiasmo la plataforma mediática aludida dentro de la cual el revisionismo histórico neofranquista liderado por Pío Moa desempeña un papel especialmente relevante. Ya se veía nuestro hombre, una vez lanzado por su corte mediática celestial a los espacios interestelares, coronado como «reina madre» de los contemporaneístas españoles y poco menos que elevado a los altares de la gloria historiográfica. En ello estaba, entregado en cuerpo y alma, impulsado por un poderoso viento de cola que la mayoría absoluta de que gozaba el Partido Popular le proporcionaba entusiasmado. Verdaderamente resulta meritorio que, aún «pasmao» de encontrarse en la oposición en vez de en el poder, como creía, siga alentando con envidiable fe los viejos eslóganes propagandísticos confiando ciegamente en el regreso de los suyos.
4. EL «GRAN METODÓLOGO»
Pío Moa tiene una pócima mágica (como Panorámix, el druida de los cómics de Astérix) que los demás no poseen y que le hace a él notablemente superior a sus feroces competidores, que no son otros que los historiadores aunque él los tache de izquierdistas para poder así expulsar la hipotética discusión del ámbito profesional y trasladarla a una cuestión ideológica, lo que es manifiestamente falso, exactamente lo que hacía y aún hace el «Gran Maestro». Los historiadores se limitarían a reproducir las viejas consignas bolcheviques de la Internacional Comunista como si nada hubiera ocurrido en el terreno de la realidad desde 1917 hasta ahora mientras que él, a diferencia de ellos, no sólo ha evolucionado para bien sino que está provisto nada menos que del «método científico» (sic) y, claro, el resultado de sus estudios e investigaciones resultaba sencillamente apabullante respecto al conjunto del personal que carece de semejante fórmula mágica y tiene que conformarse con el habitual utillaje de la profesión. Eso le convierte en un «historiador científico» frente a los demás «no científicos», que en el fondo son feroces izquierdistas a los que él se enfrenta «científicamente». Así cualquiera. ¿Y cuál es el método Moa que singularizaría a tan destacado historiador del resto de sus «colegas», literalmente asombrados ante semejante muestra de sabiduría? El historiador Francisco Espinosa se ha tomado la molestia de resumir las características fundamentales del mismo:
- Exime a los investigadores de la tediosa tarea de ponerse al día sobre el tema que desea tratar.
- Libera al historiador de los archivos, limitando la búsqueda, si acaso, a los más cercanos a casa y siempre a unos cuantos documentos (incluso a uno solo).
- Sitúa en la mesa-camilla el centro de operaciones del investigador.
- Ofrece libertad absoluta para elegir nuestras fuentes e incluso la posibilidad de prescindir de ellas a capricho o no citarlas.
- Acaba con la absurda distinción entre fuentes primarias y secundarias.
- Nos libra de la caduca costumbre de contrastar nuestras hipótesis con las de otros historiadores.
- Al prescindirse prácticamente del engorroso aparato crítico propio de la disciplina histórica desde el siglo XIX se pone, por fin, la Historia al alcance de todos.
- Acaba con la enojosa figura del especialista e implanta el principio de que la Historia está al alcance de cualquiera, incluso del que no la estudia.
- Reduce el proceso de elaboración y edición de un libro a extremos antes inimaginables (la única limitación es la de dar un plazo de 10 o 12 meses para que antes de sacar el próximo se venda el anterior).
- Al saltarse todo tipo de trabas y convenciones supone una revolución en el mundo de la comunicación: los muros entre el historiador y la sociedad han desaparecido.
- Ofrece como fruto de la investigación y de la reflexión lo que hasta la fecha no se consideraba sino mera charla de café, copa y puro.
- Permite presentar como elaborado «discurso histórico» la ideología franquista y neofranquista.
- Sirve de acicate para que otros «historiadores» similares salgan a la luz sin absurdos temores[30].
Es decir, remata Espinosa generosa y bondadosamente, se trata del conocido Método Moa (historia en 7 días), cuyos principios orientadores bien podrían resumirse así:
- Simplificación del mensaje.
- Reiteración ad nauseam.
- Apariencia de veracidad histórica.
- Estilo aparentemente desapasionado.
- Exposición y uso de los argumentos contrarios para dar impresión de objetividad y superioridad.
- Mezcla calculada de elementos y datos reales con exageraciones, mentiras y tergiversaciones[31].
Atribuimos generosidad de juicio y bondad de corazón a Francisco Espinosa porque el «método Moa», a la vista de lo que él mismo bien dice, y como puede constatar cualquiera que se acerque a su pródiga producción (penoso deber), con la que tan desconsideradamente nos acosa sin descanso, más bien parece responder a alguna de las ocurrentes proposiciones callejeras con que periódicamente el gran Forges nos arranca una sonrisa: «Por sólo 2 euros aprenda a contar cuentos tártaros en apenas 5 minutos». El no menos grande y siempre corrosivo El Roto nos ilustra en la misma dirección para mejor comprender los efectos devastadores del «método Moa»: «Las mentes son el campo de batalla, de modo que desalojen sus cerebros para evitar ser alcanzados por algún obús mediático». Y un poco más allá, para mejor comprender la finalidad y el sentido de semejante ruido, que no metodología, remitimos de nuevo al acerado pensamiento de El Roto: un caballista le comenta a otro: «Un franquismo sin Franco», y su compañero le contesta: «La tercera vía que no pudo ser» por más que sigan montados en el caballo. No son necesarias muchas más palabras para expresar con precisión el fondo de esta cuestión: la inanidad (ausencia de) «metodológica» del señor Moa.
Pío Moa era un perfecto desconocido en 1999 y, por uno de esos raros prodigios sólo comprensible intervención divina mediante, en el breve espacio de apenas un lustro nos lo encontramos supuestamente convertido en el gran historiador de las Españas. ¿Qué son cinco años en la vida de Iván Denísovich? Nada. A la altura de 2004 ya se encontraba Moa viviendo un momento particularmente dulce dado el volumen de sus publicaciones y la gran resonancia mediática que le concedían los más agitados trombones, trompas y trompetas, tubas, oboes, clarinetes y demás instrumentos de viento de la Gran Orquesta Nacional NeoFranquista de la España Sin Complejos. En apenas un lustro de perfecto periodista desconocido a «famoso» (como los de la tele). La gloria a la vuelta de la esquina gracias a una simple y elemental reescritura de la historia reciente. Mérito especialmente relevante dado el férreo control historiográfico de la izquierda que el pobre tan lamentablemente se veía obligado a padecer… (estos estalinistas flojean últimamente). Un verdadero misterio por resolver cómo, a pesar de semejante asfixia y ninguneo, ha podido llegar a brillar tan cegadoramente. Con él al frente de semejante tropa se anunciaba el inicio de una etapa o período de nuestra historia aún más esplendoroso que el alcanzado en los mejores tiempos de fray Justo Pérez de Urbel y compañía.
Pío Moa, «el gran metodólogo», forma parte importante de este singular engranaje mediático. Todos están equivocados y él nos ilustra sobre «el fatal desenfoque» con que la historiografía contemporaneísta aborda el tratamiento de la II República o de la Guerra Civil. Hay una literatura sobre la materia excelente y sencillamente inabarcable pero este gran polígrafo nos viene a abrir los ojos sobre semejante estrabismo historiográfico debido, nada menos, a que «la interpretación hoy por hoy más común de la contienda» se debe al «influjo de la propaganda estalinista»[32]. Y nosotros en la luna de Valencia como siempre. Se pone en duda la objetividad de la historiografía profesional que estaría toda ella plenamente entregada a presentar una izquierda poco menos que exenta de toda crítica o error frente a la maldad intrínseca de las derechas. Pero tal pretensión es completamente falaz. Como afirma Enrique Moradiellos, no cabe dudar de la leal y honesta voluntad de ecuanimidad de la historiografía.
De otro modo, ¿cómo es posible que ignoren el ya veterano análisis de Santos Juliá sobre la futilidad suicida de la Izquierda Socialista entre 1934 y 1936 y sus efectos sobre la estabilidad del sistema democrático republicano? ¿Cómo cabe despreciar el examen de Julián Casanova sobre el ensueño autista e igualitario del movimiento anarquista y su impacto en el programa reformista de la coalición azañista? ¿Cómo es posible orillar el magno estudio de Solé i Sabaté sobre la amplitud y crueldad de la represión de retaguardia en la Cataluña republicana de tiempos de guerra? ¿Por qué desprecian los estudios canónicos de Blinkhorn, Gil Pecharromán y tantos otros sobre las vetas violentamente totalitarias e insurreccionales que definían a grupos derechistas como el carlismo, el falangismo o el monarquismo alfonsino pilotado por Calvo Sotelo[33]?
El gran metodólogo argumenta como siempre contra sus críticos sin la menor prueba documental o mera cita de los supuestos insultos que se le profieren. ¿Dónde? ¿Quiénes? El señor Moa lanza sus «tesis» generales a los cuatro vientos, reiterando siempre lo mismo, que la interpretación canónica de la II República y la Guerra Civil se debe a «una propaganda tan democrática como la estaliniana»[34]. Y se queda tan fresco. Igualmente protesta y niega evidencias como que le acusan de no hacer otra cosa que transtextualizar básicamente a Arrarás y a De la Cierva. «Da la impresión de ser una consigna»[35], se queja doliente. No, de consignas sabe él más que nadie, es una evidencia empírica (basada en la experiencia) en la que lógicamente acaban por coincidir todos sus críticos. El «gran metodólogo» se ajusta escrupulosamente al catón del «Gran Maestro» De la Cierva: insinúa, apunta, afirma, se desdice, se contradice y vuelta a empezar…
Nos hallamos ante una auténtica invasión de libros revisionistas sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo, e incluso sobre la transición pretendiendo que, en realidad, han sido los excesos y exigencias de la izquierda los que han impedido un auténtico tránsito hacia la modernidad. Eso no es revisar la historia sino tergiversarla a conciencia. De ahí la necesidad, tantas veces predicada por José María Aznar, de una segunda transición capaz de eliminar definitivamente las ataduras impuestas por la izquierda entre 1982 y 1996. La verdadera reconstrucción democrática habría empezado entonces con el acceso del PP al poder, se desplegó en todo su esplendor a partir del 2000, cuando consiguió dicho partido alcanzar la mayoría absoluta, y sólo la siniestra conspiración de la primavera de 2004 en aquellos días fatídicos de marzo en que se conchabaron ETA, Al Qaeda, Marruecos, el PSOE… y Dios sabe qué otras pérfidas fuerzas del Mal, impidió que en España empezara de nuevo a amanecer o volviera a iniciar la senda, entonces felizmente recuperada, que nos llevaba de nuevo por el Imperio hacia Dios.
Ante tan singular batalla contra la izquierda siniestra, Moa no se encuentra solo en absoluto, le acompaña una considerable corte de polígrafos incontinentes que actúan al unísono con sus libelos y sus programas radiofónicos así como otros que lo hacen con no menor fervor desde la televisión, y de los cuales nos ocuparemos más adelante. De esta situación no está ausente de cierta responsabilidad la historiografía profesional, que no ha acertado con un discurso alternativo al alcance de las nuevas generaciones necesitadas, como inevitablemente ocurre generación tras generación, de un discurso periódicamente renovado, ágil, didáctico, comprensivo, capaz de explicarle el mundo inmediato de sus mayores del que apenas tienen noticia. Toda generación se interroga indefectiblemente por sus orígenes, pero nadie se ocupa de explicárselo o de actualizarle su información. Y hoy en día todo el mundo tiene prisa y quiere aprender inglés por milagrosos métodos como el del señor Maurer de CCC que anuncian en la radio y que promete resultados visibles con sólo 1000 palabras. Pues con la Historia también, parece que se pretende algo parecido, basta un libro de Moa para pasar a entender por arte de birlibirloque toda la complejidad del periodo republicano, de la Guerra Civil o del franquismo.
Para aprender Historia hace falta algo más de tiempo y, en esa ausencia de él que a todos nos agita, entra al galope toda esta trompetería cual 7.º de caballería. Nuestro inmediato pasado sigue siendo objeto de polémica y se le convierte en arma arrojadiza. Da pie para la discusión y puede entrarse en él sin una acreditación previa. Es imposible mantenerlo en el ámbito científico inherente a la universidad donde se dan cita todo tipo de especialistas. Por otra parte no tiene sentido negar las propias culpas de cierta historiografía que, al no denunciar abierta y explícitamente determinadas canonizaciones en que a veces se incurre desde la izquierda política, que convierte a determinados políticos o sucesos históricos poco menos que en intocables. Y es también ahí donde encuentran estos polígrafos incontinentes la rendija por donde penetrar y expandir de nuevo su vieja palinodia franquista.
Hemos venido refiriéndonos a los reiterados duelos y quebrantos del señor Moa que Francisco Espinosa resume ahora por nosotros:
¡Qué tiempos aquellos en que la historia reciente la hacían curas, militares, falangistas, guardias civiles o simples propagandistas del gobierno! ¡Qué tiempos aquellos en que la historia de España contemporánea se aprendía por manuales de conocidos miembros del Opus Dei! ¿O quizás no son tan antiguos? ¡Qué tiempos aquellos los del padre Albareda al frente del CSIC! ¡Qué tiempos aquellos en que su admirado Ricardo de la Cierva era el que cortaba y repartía el bacalao en el mundo cultural o en el que Salas y Bande disfrutaban de la exclusiva de los archivos militares! ¡Y qué tiempos tan felices aquellos en que Fraga Iribarne creaba todo un departamento para Cierva con el objeto de contrarrestar las actividades de la editorial Ruedo Ibérico, a pesar de que sus libros estaban prohibidos en España! ¡Eso sí que era libertad, ciencia y cultura[36]!
Se trata ahora de devolver a la actual derecha el orgullo de sus orígenes (fascistas e integristas) por el sencillo método de argüir que la izquierda actual, su enemiga política, tiene unos orígenes verdaderamente execrables pues, toda ella, provendría del estalinismo más feroz que organizó el gulag, ante el cual ya queda sólo decir que el Holocausto habría sido un juego de niños. Ya hasta los historiadores alemanes más obtusos que se habían apuntado al negacionismo admiten que el Holocausto existió aunque no fue para tanto…, así que nuestros negacionistas no iban a incurrir en el mismo despropósito. Moa y los suyos recurren a argumentaciones parecidas respecto al franquismo. No se trata de negar evidencias sino de edulcorarlas. El franquismo fue un régimen autoritario inevitable para salvarnos del estalinismo que se nos venía encima y eso sí que hubiera sido lo verdaderamente infernal.
Para que esta campaña propagandística tuviera éxito era imprescindible mostrar de nuevo las tradicionales maldades de la izquierda. Trabajo bien fácil puesto que el franquismo se dedicó a practicarlo con fruición durante cuarenta años. No era preciso ningún esfuerzo intelectual especial. Se desempolvaba el viejo discurso propagandístico del franquismo desarrollado por sus clásicos, se le lavaba un poco la cara para adecuarlo convenientemente a los nuevos tiempos y se despliega sobre el tapete con aires de gran novedad. Lo sabido: la República fue un régimen execrable que ahogó las libertades y que era necesario liquidar por cualquier medio y la guerra la desencadenan los socialistas en 1934 no los militares que se sublevan en 1936. Por consiguiente, ante el perverso Azaña («el masón»), el revolucionario Largo Caballero («el bolchevique»), el ladrón Negrín («el comunista»), el infame Carrillo («el asesino»), etc., etc., se impuso, intervención divina mediante, el caudillo Franco («el salvador de la Patria»), naturalmente.
El tema del revisionismo está ya en los medios de comunicación. Sus posiciones, planteamientos y metodologías no son ninguna novedad y no hacen sino reproducir lo que antes se produjo en Francia o Alemania respecto al régimen de Vichy o el nazismo. En España el fenómeno está empezando a adquirir una dimensión metahistórica por el éxito de ventas de algunos de los libros que se suman a semejante revival y su repercusión mediática. El fenómeno se explica en parte por la reaparición de una derecha escasamente liberal incapaz de asumir su propio pasado. Publicistas como Pío Moa o César Vidal «se nutren —escribe Angel Duarte— del vacío creado con el relevo de la generación que hizo posible la transición, de las ignorancias y el hartazgo de los jóvenes, consumidores preferentes de este género, para con la denostada corrección política»[37].
El abono para el revival filofranquista se debe en parte al contexto político favorable propiciado a partir sobre todo del segundo Gobierno Aznar y también por ese mentado relevo generacional (25-45 años) correspondiente a «los nietos de la guerra» que ya no ven la guerra como los «abuelos» a base de «gestas heroicas» franquistas o republicanas, ni como los «hijos», condescendientes con el necesario olvido frente a una «tragedia colectiva» y vergonzante, como apunta Moradiellos. El fenómeno deja de ser exclusivo de España y responde a un necesario rearme de la derecha frente a los movimientos por la recuperación de la memoria que, equivocadamente, en vez de aceptarlo como «una mera cuestión de justicia equitativa» se empeñan en presentarlo como un ajuste de cuentas o de venganza por parte de la izquierda[38].
Ismael Saz Campos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y con una abundante obra a sus espaldas sobre fascismo y franquismo, decía a propósito de este revisionismo:
Parece claro que algo pasa en un país democrático que parece valorar mejor, o menos mal, una experiencia dictatorial que su más directo precedente democrático, la Segunda República; o que, peor aún, contempla impávido un auténtico proceso de demolición de la práctica totalidad de sus experiencias y actores democráticos anteriores a 1975[39].
El profesor Julio Aróstegui resume con contundencia y brevedad el criterio generalizado con que la profesión contempla tan singular fenómeno: «En cuanto al revisionismo actual me parece sencillamente deleznable y completamente carente de investigación nueva»[40]. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
En definitiva, el «método Moa», la metodología «científica» que incomprensiblemente tiene la audacia de atribuirse en exclusiva desposeyendo de la misma a sus contradictores o indiferentes (la historiografía profesional en su conjunto), responde paradójicamente al más burdo determinismo. No al pretendido marxista, por supuesto, sino al escolástico. Moa incurre en todos sus libelos en un conocido paralogismo de dicha «escuela», post hoc, ergo propter hoc, es decir, «seguido de esto y, por tanto, a causa de esto». Toma cualquier trivialidad o anécdota como antecedente sustancial por la causa determinante para, a partir de ella, deducir o concluir lo que previamente ya ha decidido que sea una falsedad o una distorsión. Semejante «metodología» aplicada a la Historia, tal como hace Moa, sería como querer explicar a estas alturas que, de acuerdo con las teorías del filósofo cristiano Cosmas de Endicopleustes (siglo VI d. C.), la Tierra sigue siendo «plana» porque según tan esclarecido filósofo estaba hecha por Dios a imagen y semejanza del tabernáculo de Moisés, y no redonda, de acuerdo con las del filósofo griego Anaximandro (siglo VI a. C.), que mediante la observación del universo (empirismo) adelantó en varios siglos que era redonda. Mil doscientos años nada menos separaban el verdadero espíritu y método científico (que apuntaba en la dirección correcta) de los prejuicios y dogmas aferrados al más burdo ideologismo. Es curioso que quien abomina de la historiografía «marxistoide» y otras zarandajas a las que acude ante su impotencia crítica aplique tan grosero determinismo metodológico a sus livianos escritos. Él, que al igual que su maestro De la Cierva, no tiene más argumentos ni datos para despachar a sus críticos que tildarlos de marxistas o marxistoides (gran profundidad analítica, vive Dios), se muestra como el más bufo escolástico aplicando una vulgar y mal asimilada Vulgata «franquistoide» sólo sostenible mediante un fervoroso acto de fe: creer en lo que no vemos. Porque, desengáñense sus fieles seguidores (también los tenía el tal Cosmas y ya ven), Moa se ha quedado en los años 40 de la historiografía contemporaneísta española, que, en relación con la actual, vienen a equivaler a los 1200 que separan al señor Endicopleustes de Anaximandro.