Capítulo 6
—Miradlo —dijo con tono de protesta Anthony—. Cualquiera podría pensar que posee el título desde la cuna y no que lo ha conseguido por un golpe de suerte.
—Desde luego parece cómodo en su nueva posición social —asintió Kilbourne. Era claro que no estaba interesado por el recién llegado—. ¿Qué saben de él?
—No mucho —dijo Anthony conciso. Le ofreció a Phoebe una mirada de advertencia—. Me sorprende verlo aquí, eso es todo. No pensé que tuviera el atrevimiento de presentarse en sociedad.
—Hace poco que consiguió un título respetable —observó Kilbourne encogiéndose de hombros—. Eso lo hace valorable para ciertas anfitrionas.
Anthony entrecerró los ojos.
—Existe sólo una razón por la que pueda estar merodeando en los salones de baile de la temporada. Está a la caza de una fortuna.
A pesar de los retortijones de estómago, Phoebe le ofreció a su hermano una mirada cargada de odio.
—No puedes tener esa certeza. Por lo que sé, nadie conoce mucho a Wylde.
La boca de Anthony se endureció. Era obvio que deseaba seguir hablando, pero era casi imposible en presencia de Kilbourne. Lo que había sucedido hacia ocho años era un oscuro secreto de familia.
—Lady Phoebe ha dicho algo cierto —dijo Kilbourne—. Nadie sabe mucho sobre Wylde. Sé que ha estado fuera del país durante muchos años.
—Eso se dice —murmuró Anthony—. Maldición. Creo que viene hacia aquí.
Phoebe cerró los ojos por un instante y se dio aire con rapidez con su abanico chino. Por primera vez en su vida, sentía que la cabeza le daba vueltas. La había encontrado. Como un caballero osado y valiente salido de una leyenda medieval, había salido en su búsqueda y la había encontrado.
Debería volver a valorar su capacidad como caballero, se dijo a sí misma Phoebe con felicidad. Tal vez era mejor en este tipo de acontecimientos de lo que ella había pensado durante los acontecimientos acaecidos en Sussex. Después de todo, pudo localizarla aquí en Londres con la ayuda de muy pocas pistas.
—Si me perdonan, creo que iré a hablar con los Carstais —dijo Kilbourne. Hizo una reverencia por encima de la mano enguantada de Phoebe—. Estaré esperando con impaciencia nuestro encuentro del jueves por la noche, querida. ¿Qué tipo de disfraz llevará?
—Algo medieval, no lo dude dijo Anthony con tono antipático.
Kilbourne sonrió cortés cuando liberó la mano de Phoebe.
—No lo dudo. —Giró sobre sus talones y se marchó perdiéndose entre los invitados.
—Maldito. Siempre tiene el descaro del mismísimo diablo —dijo Anthony entre dientes.
—Yo no lo llamaría descaro precisamente —musitó Phoebe cuando vio que Kilbourne desaparecía—. Pero tiene tendencia a ser un poco pomposo, ¿no te parece? Me estremezco de sólo pensar cómo sería sentarse con él a la mesa del desayuno todas las mañanas de la vida que a una le queda.
—No seas idiota. Kilbourne es un tipo decente. Me refería a Wylde.
—¡Oh!
—Diablos, verdaderamente viene hacia nosotros. Hay que mantener la calma. Yo lo manejaré, Phoebe. Ve y busca a Meredith. Si ella sabe que él está aquí, se sentirá terriblemente ansiosa.
—No veo el porqué de tanto alboroto —dijo Phoebe—. Y de cualquier forma es demasiado tarde para quitarme de en medio. Prácticamente está sobre nosotros.
—No tengo intenciones de presentártelo —dijo Anthony, sombrío.
Gabriel se detuvo delante de Phoebe y su hermano. Sin prestar atención a Anthony, miró a su presa con un claro desafío reflejado en sus brillantes ojos verdes.
—Buenas noches, lady Phoebe. Desde luego es un placer volver a verla.
Eso era suficiente como presentación de su viejo enemigo, pensó Phoebe. Debía darle crédito a Gabriel. Sabía cómo presentarse de forma atrevida.
—Buenas noches, mi señor —dijo ella. Por el rabillo del ojo vio la tormenta que se formaba en el rostro de su hermano. Le sonrió radiante.
—Anthony, creo que olvidé mencionarte que este caballero y yo ya hemos sido presentados.
—Me gustaría saber cuándo y dónde. —Anthony miró a Gabriel con ojos cargados de frialdad.
—Fue en la casa de campo de los Amesbury, ¿no fue así, mi señor? —Phoebe miró directamente a los ojos brillantes de Gabriel—. Recuerda que pasé una semana en aquella casa, Anthony.
—Así fue —dijo Anthony con tono áspero—. Tienes razón. Por supuesto que olvidaste mencionar que habías conocido a Wylde allí.
—Había mucha gente —murmuró Phoebe. Se dio cuenta de que la expresión de Gabriel reflejaba un regocijo salvaje. Se estaba divirtiendo. Debía separarlo de Anthony antes de que hubiera un derramamiento de sangre.
—¿Le gustaría bailar conmigo, mi señor?
—Phoebe. —Anthony estaba verdaderamente escandalizado a pesar de la tensa situación. Una dama no le pedía a un caballero que la sacara a bailar bajo ninguna circunstancia.
—No se preocupe, Oaksley. —Gabriel tomó el brazo de Phoebe— su hermana y yo nos conocimos muy bien en la casa de los Amesbury. Tal vez es porque pasé los últimos ocho años en exilio, alejado de la sociedad elegante, o tal vez sea por mi forma de ser. Cualquiera que sea la razón, no me molesta en lo más mínimo lo que algunos hombres podrían considerar conducta ligera en una mujer.
—¿Cómo osa usted insinuar que mi hermana tiene una conducta ligera? —Gabriel condujo a Phoebe a la pista de baile antes de que Anthony pudiera encontrar una forma civilizada de detenerlo.
Phoebe casi se rió en voz alta al ver el rostro de su hermano. Poco después oyó los compases de un vals y se tranquilizó rápidamente. Miró ansiosa a Gabriel, preguntándose cómo se sentiría él por ser visto con ella en la pista de baile. Se preguntó si se le habría ocurrido que ella podría avergonzarlo.
—Tal vez deberíamos conformarnos con una conversación tranquila, mi señor —sugirió Phoebe, sintiéndose un poco culpable por haberlo más o menos forzado a esta situación.
—En algún momento tendremos una conversación tranquila —le prometió Gabriel—. Pero primero tengo la intención de bailar con usted.
—Pero, mi señor…
Él la miró comprendiendo la situación.
—No se preocupe, Phoebe. Puede confiar en que le brindaré mi apoyo si usted pierde el equilibrio.
Una gloriosa sensación de alivio y alegría inundó su interior, cuando se dio cuenta de que a Gabriel no le importaban nada los movimientos torpes de ella al bailar.
Gabriel la balanceó en un giro sin fin. Phoebe habría perdido el paso si él no la hubiera sostenido firmemente entre sus brazos. Tanto es así que sus zapatos de baile casi no tocaban el suelo. La falda de su vestido de seda verde y naranja se ensanchaba al vuelo.
Las luces relucientes de las arañas daban vueltas sobre la cabeza de Gabriel mientras éste giraba alrededor. Phoebe vio una banda de colores iridiscentes que se formaban alrededor de ella. Se dio cuenta levemente de que eran los vestidos de colores pastel de las damas que se fusionaban como si fuera un arco iris.
La emoción la embargaba. No podía recordar un sentimiento como éste en toda su vida.
Incluso Neil jamás había bailado con ella así. Su noble Lancelote siempre había tenido cuidado de dar un paso lento, medido, que ella pudiera siempre seguir. Pero no existía nada seguro en la forma como Gabriel bailaba. Sin embargo, él parecía sentir el momento en que el equilibrio de ella estaba por perderse. Cuando su pierna enferma la abandonaba, él la tomaba y seguía bailando. Phoebe sentía que volaba.
Cuándo la música alcanzó su punto máximo, se sintió sin aliento. Lo único sólido en lo cual sostenerse en este mundo de caos era Gabriel. En lugar de descansar los dedos de sus manos en el hombro de él, ella estaba prácticamente prendida. El abrazo firme de él la hacía sentir segura en los giros más peligrosos.
Casi no tuvo conciencia de que la música se había detenido, sino que sus sentidos siguieron girando sin control. Siguió tomada de Gabriel cuando éste la condujo lejos de la pista de baile.
—Mi señor, ha sido verdaderamente maravilloso —dijo sin aliento.
—Es sólo el comienzo —dijo él con delicadeza.
Un momento más tarde Phoebe tuvo conciencia del frío aire nocturno en su rostro. Se dio cuenta de que él la había conducido a una fila de puertaventanas que se alineaban a lo largo del salón de baile.
Sin decir una palabra, la tomó de la mano y la condujo hacia fuera.
—Ahora tendremos una tranquila conversación, lady Phoebe. —Dicho esto la introdujo en las profundas sombras del jardín.
Phoebe estaba aún sin aliento, pero sabía que ya no se debía a la emoción del baile. Casi no podía creer que Gabriel la hubiera encontrado.
—Debo decirle que estoy de lo más impresionada por su habilidad, mi señor. —Phoebe lo miró—. ¿Cómo descubrió mi identidad? Juro que no le di a usted ninguna pista.
Él se detuvo a la sombra de un seto y se volvió para mirarla cara a cara.
—La encontré utilizando la misma técnica que usted usó para descubrir que yo era el autor de La misión. Contacté con un abogado.
Phoebe sintió que se ponía roja de vergüenza. Fue de lo más desafortunado que ella se viera obligada a no guiarlo bien en ese punto, reflexionó. Pero, en realidad no tuvo elección. Simplemente no podía decirle la verdad.
—Fue muy inteligente de su parte.
—Fue necesario —dijo él—. Hay un negocio entre nosotros que está sin terminar. Si mal no recuerda, tenía bastante prisa por abandonarme la otra noche, si puede acordarse.
Phoebe estudió los serios pliegues de su corbata.
—Confío en que me perdone, mi señor. Estaba algo enojada en aquel momento. La aventura no terminó como yo la había planeado.
—Me lo dejó muy claro. Aparentemente ni la aventura ni mi actuación, que no estuvo a la altura de sus expectativas.
—Bueno, para ser franca, no.
—Tal vez usted tiene expectativas muy altas —sugirió Gabriel.
—Tal vez. —Ella deseó poder verle los ojos y la expresión de su rostro. La voz no le ofrecía pista alguna sobre su humor, pero sentía una sombría tensión en su persona. Era como si se estuviera preparando para una batalla.
—Nuevamente tal vez deba decir que no. ¿Puedo preguntarle por qué se ha tomado la molestia de encontrarme?
—Pensaba que usted ya habría adivinado la respuesta a eso. Tengo algo que devolverle.
Phoebe contuvo la respiración.
—¿Encontró El caballero y la hechicera?
—Le dije que lo recobraría.
—Sí, lo sé, pero jamás soñé con que en realidad pudiera hacerlo.
—Su gran confianza en la nobleza de mi capacidad es verdaderamente inspiradora.
Phoebe no prestó atención al sarcasmo del comentario.
—Mi señor, esto es tan emocionante. ¿Cómo encontró al ladrón? ¿Cómo lo obligó a que le devolviera el manuscrito? —Phoebe parpadeó cuando una idea apareció en su mente—. No se habrá visto obligado a matarlo, ¿no es así?
—No. El señor Nash y su hijo fueron de gran ayuda.
La boca de Phoebe se abrió.
—¿El señor Nash? ¿Fue él uno de los que robó el manuscrito?
—Parece que no podía soportar el separarse de él. Al mismo tiempo necesitaba con desesperación dinero. De modo que él y su hijo diseñaron un plan por el cual pudieran quedarse tanto con el manuscrito como con el dinero. El siempre servicial Egan fue el que hizo el papel de ladrón de caminos.
—¡Madre mía! —Phoebe frunció el entrecejo—. De verdad, fue un plan muy inteligente, y desde luego que puedo comprender el dilema del señor Nash. Debió de ser muy difícil para él vender el manuscrito. ¿Cómo descubrió la verdad?
—Pensé que era una extraña coincidencia ser robados diez minutos después de dejar la cada de Nash. El bandido mostró poco interés en nuestro dinero, pero se entusiasmó mucho con el contenido de la caja donde estaba el manuscrito.
—Sí. —Los ojos de Phoebe se agrandaron—. ¿Sabía usted quién era el bandido cuando apareció?
—Tuve sospechas.
—Que inteligente de su parte. —Phoebe estaba azorada—. No es de extrañar que no se resistiera en aquel momento. Sabía exactamente dónde ir a buscar el manuscrito más tarde. Mi señor, retiro todos los comentarios horrendos que hice sobre usted.
—Me siento aliviado de saber que no me considera un completo fracaso como caballero.
Phoebe se dio cuenta de que había herido su orgullo. Le tocó el brazo con un gesto leve, pero ansioso de disculpas.
—Le aseguro que nunca en realidad pensé que usted fuera un completo fracaso.
—Creo que me llamó cobarde.
—Sí, bueno, en aquel momento mi humor estaba un poco alterado. Espero que sea indulgente.
—¿Por qué no? —El tono de Gabriel era áspero—. Supongo que las damas que envían a caballeros a una empresa de valor tienen el privilegio de ser exigentes.
Phoebe sonrió.
—Y supongo que los caballeros a los que s les pide que arriesguen su pellejo tienen el derecho a ser temperamentales.
—Por lo menos estamos de acuerdo en un punto. —Gabriel se acercó un paso y le tomó el mentón con su mano enguantada. Sus fuertes caderas rozaron contra el vestido de seda de Phoebe.
Phoebe se estremeció. Aquel contacto reavivó al instante todo lo que ella había sentido aquella noche en el camino cuando él la abrazó. Jamás había tenido tanta conciencia de la presencia de un hombre en toda su vida. De pronto se dio cuenta de que había peligro en esta clase de poder masculino. Sin embargo, era también increíblemente seductor. Respiró profundamente y trató de recobrar la compostura.
—Mi señor —dijo ella— debo preguntarle si ha venido esta noche porque ha decidido ayudarme en la investigación.
—Creo que sabe la respuesta a eso.
Phoebe lo miró con emoción creciente.
—¿Entonces la respuesta es afirmativa? ¿Me ayudará a encontrar al pirata asesino que robó La dama de la torre?
La boca de Gabriel se curvó levemente en una mueca.
—Tenga la seguridad, lady Phoebe. Usted conocerá la identidad del dueño de su libro antes de que termine la temporada social.
—Lo sabía. —Llena de alegría, se abrazó al cuello de Gabriel—. Sabía que usted no se resistiría a una empresa tan osada. No sé cómo agradecérselo, mi señor. —Se puso de puntillas y con los labios le rozó la mejilla. Después retrocedió rápidamente. Sintió que el calor invadía su rostro cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Gabriel entrecerró los ojos. Se tocó la mejilla que Phoebe le había besado.
—Esto basta para principiantes. Pero creo que debo advertirle que, en estos días, cuando yo acepto este tipo de empresas, me aseguro de que se me recompense bien por mis esfuerzos.
—Comprendo. Usted me dijo que habría honorarios por sus servicios. —Phoebe enderezó los hombros— estoy dispuesta a pagarlos.
—¿De verdad lo está?
—Si está dentro de mis posibilidades —se corrigió rápidamente Phoebe.
—Desde luego que estará dentro de sus posibilidades.
Phoebe buscó en aquel rostro indescifrable.
—¿Cuáles son sus honorarios, señor?
—Aún los estoy calculando.
—Ya veo. —Phoebe no supo cómo comprender eso. Se aclaró la voz con cautela—. Yo nunca he sido muy buena con los números y esas cosas.
—Yo soy muy, pero muy bueno en eso —le aseguró con gentileza.
—Oh. Bueno, entonces, debe hacerme saber lo más pronto posible qué cantidad ha fijado. Mientras tanto, le daré algunas instrucciones.
Gabriel la miró.
—¿Instrucciones?
—Sí, por supuesto. Esta investigación es una cuestión muy seria y debemos proceder con cautela y, sobre todo, con discreción. —Phoebe retrocedió otro paso y comenzó a pasearse delante de él. Se concentró en sus pensamientos—. Primero debemos mantenerlo en absoluto secreto.
—Secreto. —Gabriel lo consideró un momento—. ¿Por qué?
—No sea ingenuo. El secreto es necesario o nos arriesgaremos a mostrar nuestro plan de estar tras la pista del asesino.
—Ah.
Phoebe levantó una mano, marcando con el dedo sus palabras.
—El secreto es lo primero. Nadie debe saber que estamos trabajando juntos en esta investigación. —Luego levantó otro dedo—. Lo segundo es que debe mantenerme informada de sus progresos.
Gabriel arqueó las cejas.
—¿Desea que haga informes regularmente?
—Sí. De esa forma yo podré guiar y coordinar nuestro trabajo. Me aseguraré de que usted está cubriendo todos los caminos obvios en las averiguaciones.
—¿Usted confía en que yo recorra sólo todos esos caminos? —preguntó Gabriel.
—No, por supuesto que no. Usted ha estado alejado de la sociedad durante ocho años, mi señor. Hay mucho que no sabe. Yo podré darle mucha información valiosa acerca de ciertos coleccionistas y vendedores de libros. A su vez, usted podrá llevar a la práctica esa información mientras investigue.
—Phoebe, yo acepto hacer esa investigación suya, pero será mejor que comprenda desde el principio que yo no soy ningún detective privado de la calle Bow que esté a merced de sus caprichos.
Ella se detuvo y le ofreció una sonrisa tranquilizadora.
—Soy muy consciente de que no es un detective, mi señor. Este asunto está más allá del alcance de un simple detective. Usted es un caballero. Mi caballero. En un sentido muy real usted trabaja para mi, mi señor. Comprende eso, ¿no es así?
—Estoy comenzando a tener una noción de cómo se supone que funciona esa sociedad. Pero no creo que usted tenga un concepto adecuado de cuáles son las funciones de un caballero.
Phoebe lo miró con sorpresa.
—¿Qué quiere decir usted, mi señor?
—Los caballeros se caracterizan por llevar a cabo sus empresas a su manera. —Gabriel se quitó lentamente los guantes. Sus ojos brillaban en las sombras cuando se inclinó hacia ella—. No me malinterprete. Ellos son felices de servir a sus señoras, pero lo sienten así cuando ven que es lo correcto.
Ella se mostró perpleja.
—Sea como fuere, usted descubrirá que mi guía le será necesaria, mi señor. No sólo puedo suministrarle información, también puedo asegurarle las invitaciones que necesitará.
—Bueno, no puedo discutirle eso —concedió Gabriel— con sus contactos, puede hacer que me inviten a algunas fiestas y bailes a los que usted concurrirá.
—Precisamente. —Ella le ofreció una sonrisa de aprobación—. Y también descubrirá que puedo serle útil en otros aspectos también. Como ve, mi señor, debemos trabajar en equipo. No quiero ser pedante en el tema, pero lo cierto es que la investigación para encontrar el libro fue idea mía. Por lo tanto, tiene sentido que yo esté a cargo.
Gabriel le tomó el rostro entre las manos ya sin guantes.
—Algo me dice que la razón no tiene mucho que ver con todo el asunto. —Inclinó el rostro sobre el de Phoebe.
Los ojos de Phoebe se abrieron.
—Mi señor, ¿qué va a hacer?
—Voy a besarla.
—No estoy del todo segura de que sea una idea sensata. —Phoebe tuvo conciencia de que su pulso se aceleraba. Una visión del último beso ardiente que él le había dado apareció en su cabeza—. Se supone que los caballeros deben admirar a sus señoras a distancia.
—Ahora es ahí donde se equivoca. —La boca de Gabriel rozó la suya con una lentitud tentadora—. Los caballeros hacían todo lo que estaba en su poder para estar lo más cerca posible de sus señoras.
—De todos modos, tal vez sería mejor si nosotros…
El resto de la protesta entrecortada de Phoebe se perdió cuando la boca de Gabriel cayó sobre la suya. Ella tomó los hombros de Gabriel, sacudida por la intensidad de un sentimiento que la embargaba.
La primera vez que la besó tenía los guantes puestos. Esta noche la inesperada aspereza de las palmas de sus manos contra la piel la asombraron. No eran las manos de un caballero, pensó ella. Dios mío, éstas son las manos de un guerrero.
Gabriel, con rapidez, hizo su beso más profundo, su boca más feroz y exigente. Phoebe sintió que respondía con una repentina urgencia que la tomó por sorpresa. Lanzó un suave gemido. Se le cayó el abanico de las manos cuando movió los brazos para rodear el cuello de Gabriel.
Ahora se sentía aún más azorada y sin aliento de lo que había estado durante el baile. Gabriel la consumía y al mismo tiempo hacía crecer un apetito devastador en su interior. Aquellos labios se movieron sobre los de ella, en busca de una respuesta acorde con lo que él sentía. Phoebe dudó, insegura de cómo manejar la sensualidad aún desconocida y completamente devastadora que se encendía en el interior de su ser.
Después sintió que el pulgar áspero de Gabriel se posaba en la comisura de su boca. Se dio cuenta de que él la obligaba a abrir los labios. Sin comprenderlo, lo obedeció. En un instante, estuvo dentro de su boca, gimiendo alocadamente cuando sintió la suavidad de aquélla.
A Phoebe la habían besado antes algunos atrevidos novios ocasionales. Esos abrazos, con frecuencia robados en los jardines, fuera de los atestados salones de baile como el de esa noche, habían sido apurados y en general sin importancia. No le habían hecho sentir nada más que el deseo de regresar al salón de baile. Neil Baxter también la había besado una o dos veces, pero jamás como esto. Los besos de Neil fueron rápidos y amables, y Phoebe jamás deseó más de lo que él le ofrecía.
Con Gabriel sabía que estaba experimentando la pasión. Es de lo que se hablaba en las leyendas, se dijo a sí misma exultante. Esto era lo que ella siempre había estado esperando sentir con el hombre adecuado.
Resultaba terriblemente peligroso.
La mano áspera de Gabriel se movió levemente por su hombro desnudo. Con un dedo bajo el borde de la diminuta manga del vestido, comenzó a deslizarlo por su brazo.
Phoebe salió del impacto del abrazo. Su mente aún giraba en torbellino. Se mojó los labios con la punta de la lengua, tratando de encontrar la voz.
—Mi señor, de verdad no creo…
De repente se produjo un movimiento en la oscuridad detrás de Gabriel. Phoebe se quedó helada cuando oyó la voz de Anthony que cortaba la negrura de la noche.
—Retire sus condenadas manos de mi hermana, Wylde —dijo Anthony—. ¿Cómo se atreve a tocarla?
La sonrisa de Gabriel era fría a la luz de la luna, cuando se volvió para enfrentarse a Anthony.
—Me parece que hemos protagonizado esta escena antes, Oaksley.
—Y terminará de la misma manera que la última vez. —Anthony se detuvo a unos pasos de distancia. Tenía las manos crispadas por la furia.
—No lo creo —dijo Gabriel con tono demasiado gentil—. Las cosas son algo diferentes esta vez.
Phoebe estaba horrorizada.
—Deteneos. Ambos. Anthony, Gabriel y yo somos amigos. No te permitiré que lo insultes.
—No seas tonta, Phoebe. —Anthony no la miraba—. Él está planeando utilizarte de alguna manera. Puedes estar segura de ello. Lo conozco bien para garantizarte que busca dinero o venganza. Probablemente ambas cosas.
La voz de Meredith sonó llena de ansiedad desde la oscuridad.
—¿Anthony? ¿Los has encontrado? —Un segundo después apareció por detrás de una fila de arreglos florales. Cuando vio a Gabriel se detuvo, con una expresión de terror en su adorable rostro—. Dios mío. Entonces es cierto. Ha regresado.
Gabriel la miró.
—¿Pensó que no lo haría?
—Rogué para que así no fuera —dijo Meredith en un susurro quebrado.
La rabia de Phoebe crecía minuto a minuto.
—Esto es un gran malentendido. Anthony, Meredith, insisto en que seáis amables con Gabriel.
Meredith la miró.
—Anthony tiene razón, Phoebe. Wylde está aquí por una razón. Desea venganza.
—No lo creo —declaró Phoebe. Desafiante, se acercó a Gabriel. Lo miró, frunciendo el entrecejo—. No discutiréis lo que sucedió hace ocho años, ¿no es así?
—Ninguno debería alarmarse por eso —dijo Gabriel. Parecía divertido—. No tengo intenciones de hablar sobre la historia antigua. —Sus ojos brillaron al mirar el rostro de Meredith—. En especial de una historia antigua tan aburrida.
Meredith se quedó sin habla.
Anthony dio un paso hacia delante con gesto amenazador.
—¿Está insultando usted a mi hermana, señor?
—Difícilmente. —Gabriel sonrió con indulgencia— tan sólo comentaba la virtud impresionante de lady Trowbridge. Tema del que puedo hablar con cierta autoridad.
Phoebe reprobó a sus hermanos. Anthony parecía frustrado y furioso. Meredith estaba en silencio, como una figura etérea y trágica, con las manos en la garganta.
Ya había tenido suficiente. Se paró delante de Gabriel, separándolo de los otros dos.
—No quiero oír hablar más de esta tontería. ¿Me oye? No lo toleraré. Lo que pasó, pasó.
—Quédate al margen d esto, Phoebe. —Anthony la miró con odio—. Tú ya has causado suficientes problemas.
Phoebe levantó el mentón.
—Gabriel me ha dado su palabra de que no hablará sobre lo que sucedió hace ocho años y eso es todo. De ahora en adelante lo trataréis como a cualquier miembro respetable de esta familia.
—Al diablo si haré eso —rugió Anthony.
—Santo Dios, esto es un desastre —susurró Meredith.
Gabriel sonrió.
—No se preocupe, lady Phoebe. —Se calzó los guantes—. No debe protegerme de su familia. Le aseguro que esta vez me puedo proteger solo.
Con una amable inclinación de cabeza, que sólo se dirigió a ella, se volvió y desapareció entre las sombras del jardín.