Capítulo 15

Cuando Gabriel se despertó, la luz grisácea del amanecer se reflejaba desde el mar y se colaba por la ventana. Por instinto, apretó el brazo con el que rodeaba el cuerpo de Phoebe, asegurándose de que ella aún estuviera segura junto a él.

Phoebe se encontraba exactamente donde debía estar. La suave y dulce curva de sus nalgas se acomodaba contra sus caderas, y uno de sus pequeños pies, tan bien formados descansaba sobre su pierna. Los dedos de él tomaban suavemente uno de sus pechos.

Gabriel saboreó el simple y nuevo placer de despertarse por la mañana con su esposa entre sus brazos. La sensación desconocida de intimidad era profundamente agradable.

Por fin era suya, pensó. En medio de la noche había conseguido la rendición que tanto anhelaba. La respuesta de ella fue completa y desinhibida. Salvo por un pequeño detalle, se dio cuenta Gabriel, él finalmente tenía todo lo que deseaba.

El pequeño detalle sin importancia era que ella no le había dicho que lo amaba. Incluso en el fragor de la pasión, cuando se estremeció inconsciente en sus brazos y gritó su nombre, no había pronunciado aquellas palabras. No era que le importara, se aseguró para sí. Después de todo, ella le había confesado su amor de mil maneras diferentes aquella misma noche. Recordó cómo lo había tocado, con timidez al principio, y después con creciente confianza. Lo había acariciado como si estuviera aprendiendo las formas de su cuerpo. Sintió que se excitaba nuevamente con aquel recuerdo.

—¿Gabriel?

—¿Sí? —Se volvió y bajó la manta hasta que los pechos puntiagudos de Phoebe quedaron contra su cuerpo.

Phoebe se estremeció impaciente y tomó la manta.

—Tengo frió.

—Yo te mantendré caliente. —Le besó un pecho y luego el otro.

Ella lo miró con los ojos bien abiertos.

—Esto es muy extraño, ¿no te parece?

—¿Qué? —Estaba solo interesado en el sabor de sus pezones.

—Despertarse por la mañana con alguien en la cama.

Gabriel levantó la cabeza.

—Es tu marido el que está en la cama, señora, no simplemente alguien.

—Sí, lo sé, pero de todos modos, me parece raro. No es desagradable, simplemente raro.

—Pronto te acostumbrarás a esta sensación —le aseguró Gabriel.

—Tal vez —acordó ella, con tono aún no convencido.

—Confía en mí. Pronto te acostumbrarás. —Se puso de espaldas y la hizo acostarse encima. Su miembro totalmente erecto se apretaba contra los muslos de Phoebe.

—Por Dios, Gabriel. —Las cejas de Phoebe se juntaron en claro gesto de desaprobación cuando vio que él tenía tal erección—. ¿Siempre te despiertas de este modo?

—¿Siempre estás tan charlatana por las mañanas? —La tomó de una pierna y la hizo acomodarse sobre sus caderas de modo que quedó montada sobre él.

—No lo sé. Como dices, no estoy acostumbrada a despertarme con alguien a mi lado… Gabriel, ¿qué haces? —Phoebe quedó sin aliento cuando él comenzó a acariciarle el sexo con los dedos.

Él sintió su humedad fluir casi de inmediato. Sonrió.

—Estoy aprendiendo a manejar a mi pequeña esposa controladora. Debes admitir que soy un excelente estudiante.

Se guió hacia aquella húmeda entrada, la tomó por las caderas y la hizo sentarse con fuerza.

—Gabriel.

—Estoy muy bien aquí, mi amor.

* * *

Un rato después, Gabriel de mala gana retiró las mantas y se puso de pie.

—Aún es muy temprano —observó Phoebe con tono soñoliento—. ¿Adónde vas, mi señor?

—Me voy a vestir. —Se inclinó y le dio una suave palmada en las nalgas—. Y tú también. Partiremos hacia Londres después del desayuno.

—¿Londres? —Phoebe se sentó de golpe—. ¿Por qué nos vamos a Londres? Sólo hemos estado aquí unos días.

—Tengo negocios que atender en la ciudad, Phoebe. Tal vez recuerdes que nuestra boda tuvo lugar de una manera no muy planificada.

—Sí, lo sé, pero no hay necesidad de regresar tan pronto.

—Tuve que dejar algunos asuntos importantes para poder ir a buscarte, mi señora. —Tomó la bata—. No puedo seguir dejándolos de lado.

—¿Qué puede ser tan importante para partir tan deprisa?

Me gusta estar aquí.

Gabriel le sonrió con placer.

—Estoy contento de que te guste tu nuevo hogar. Pero debo insistir en que nos vayamos hoy.

Phoebe levantó la barbilla.

—Mi señor, creo que deberíamos discutido más durante el desayuno antes de tomar una decisión.

Gabriel arqueó una ceja.

—Phoebe, eres ahora mi esposa. Mi esposa. Eso significa que te guiarás por mis decisiones en asuntos como éste. Partimos hacia Londres dentro de dos horas.

—Al demonio con eso. —Phoebe salió torpemente de la cama y tomó su bata para cubrirse—. Gabriel, debo advertirte que si deseas disfrutar de un matrimonio tranquilo, deberás aprender a hablar conmigo antes de tomar decisiones. Yo tengo veinticuatro años, no soy una adolescente a la que se le pueda ordenar según tu capricho.

Gabriel se volvió desde la puerta que unía las dos recámaras, apoyó un hombro contra el marco y se cruzó de brazos.

—Partimos hacia Londres dentro de dos horas. Si no estás vestida y tienes las maletas listas, te meteré en el coche tal como estás. ¿Queda claro?

La suave curva de la boca de Phoebe se tensó en silencio y cerró los ojos.

—No seré arrastrada por el campo sólo porque a ti se te antoja.

—¿Quieres apostar?

Phoebe, en respuesta, echó fuego por los ojos, y después dudó. Gabriel gimió de dolor en su interior cuando vio que ella se daba cuenta de la situación. Conocía las desventajas de tener por esposa a una mujer inteligente y testaruda.

—Espera un minuto —dijo Phoebe lentamente—. ¿Haces esto por lo que sucedió ayer? ¿No es así?

Gabriel exhaló con aire cansado. Ya no tenía sentido convencerla de que esto era algo arbitrario.

—Creo que es lo mejor, Phoebe. Deseo que salgas del castillo por un tiempo.

Phoebe corrió a su lado con expresión ansiosa en el rostro.

—Pero Gabriel, esto fue solo un accidente.

—¿Lo fue?

Phoebe negó con la cabeza, divertida.

—¿Qué más pudo ser?

—No estoy seguro. Todo lo que sé es que esta misteriosa Alice deliberadamente cometió un grave error. Alguien pudo haber muerto. Hablaré con el juez local antes de irnos y le contaré lo que ha sucedido. Él tal vez sepa muy bien quién es Alice. Pero, hasta que la encuentren, deseo que estés bien lejos de aquí.

Phoebe frunció el entrecejo pensativo.

—Tal vez la pobre esté loca.

—Entonces debe estar encerrada en un manicomio. No deseo que esté suelta por los alrededores. —Dijo Gabriel.

Dos horas, Phoebe.

Gabriel se irguió y entró a su recámara. Le impresionó verse a sí mismo dándole explicaciones a alguien. En los Mares del Sur, lo único que se necesitaba era dar y hacer cumplir órdenes. Él era muy capaz de hacer eso.

El tener una esposa que cuestionara cada orden razonable sería algo muy agotador.

* * *

Meredith se sobresaltó cuando vio la tela de seda de color escarlata.

—Phoebe, éste es el color más desafortunado que jamás he visto. Por favor, te lo ruego, no te hagas ningún vestido con él.

—¿Estás segura de que no te gusta? Creo que es muy atractivo. —Phoebe tocó la brillante seda, cautivada por aquel color.

—Es totalmente contraproducente.

—Bueno, si estás tan segura.

—Estoy totalmente segura de que sería aberrante si te hicieras un vestido con eso.

Phoebe suspiró sin ganas y miró al vendedor.

—Supongo que deberé elegir otro color. ¿Tal vez algo violeta o amarillo?

—Claro, señora. —Le alcanzó otra pieza de tela—. Tengo un maravilloso satén color violeta y una seda italiana de color amarillo.

Meredith se encogió de hombros.

—Phoebe, desearía de verdad que consideraras una muselina, de color azul pálido o el satén rosado.

—Prefiero los colores brillantes. Tú lo sabes.

—Lo sé, pero ahora eres una condesa.

—¿Qué diferencia hay? —preguntó Phoebe sorprendida.

—Por el bien de tu marido, debes comenzar a prestarle atención a la moda. Prueba aquella muselina rosada con rayas blancas —sugirió Meredith—. Los tonos pastel están a la última moda.

—No me gustan los colores pastel. Jamás me han gustado.

Meredith suspiró.

—Sólo trato de guiarte, Phoebe. ¿Por qué eres siempre tan testaruda?

—Tal vez porque la gente ha tratado de guiar me toda mi vida. —Phoebe señaló con un dedo un terciopelo de color violeta brillante—. Éste es bastante interesante.

—¿Para un baile? No puedes hablar en serio —exclamó Meredith.

—Estaba pensando en usarlo como disfraz. —Phoebe Colocó una tela de seda amarilla sobre el terciopelo violeta para estudiar el efecto—. He decidido organizar para el verano una fiesta de disfraces en el castillo.

—Maravilloso. Ahora que eres la condesa de Wylde debes empezar a hacer fiestas. ¿Pero de qué se trata este baile de disfraces?

Phoebe sonrió.

—Quiero que el tema de la fiesta sea un torneo medieval.

—¿Un torneo? ¿Quieres decir con hombres vestidos con armaduras y montados a caballo? —Meredith se mostró francamente alarmada.

—El castillo es un lugar perfecto para tal acontecimiento. Cuidaremos de que nadie se lastime. Tendremos un concurso de arquería y un gran baile. Contrataré a actores que harán el papel de bufones y trovadores. Todos, por supuesto, estarán vestidos de acuerdo con la época.

—Phoebe, ésta será una empresa un tanto engorrosa —dijo Meredith con cautela—. Jamás has organizado más que un pequeño baile. ¿Estás segura de que deseas llevar adelante un proyecto de esa envergadura?

—Será muy divertido. Creo que a Wylde le encantará.

Meredith la miró detenidamente.

—Perdóname por preguntarte, pero ¿no lo has hablado con Wylde aún?

—No. —Rió Phoebe—. Pero estoy segura de que estará de acuerdo. Es el tipo de acontecimiento que a él le atrae.

—¿Estás segura de eso?

—Muy segura.

Veinte minutos más tarde, Phoebe y Meredith abandonaron la tienda. El lacayo que las acompañaba llevaba dos piezas de fina tela, una violeta y otra amarilla. Phoebe estaba satisfecha con las compras. Meredith parecía resignada a lo inevitable.

—Debemos pasar por la librería de Lacey, ya que estamos cerca —dijo Phoebe a Meredith—. Sólo quedan a unas pocas calles de aquí.

—Muy bien. —Meredith se quedó callada por un momento mientras iban camino de la librería. Después se acercó un poco más a Phoebe—. Hay algo que deseo preguntarte.

—¿Sí? —Phoebe estaba impaciente por llegar a la librería.

Gabriel le había mencionado por casualidad en el desayuno que le había enviado el nuevo manuscrito al editor aquella misma mañana.

Phoebe casi estuvo a punto de confesarle a Gabriel que ella era la editora. Con cautela había tanteado el terreno al sugerirle que ella debería ser la primera en leer el manuscrito.

—Por supuesto que no —había dicho Gabriel—. Tengo una política muy firme al respecto. Nadie lee los manuscritos salvo yo y mi editor. —Después le sonrió con descarada condescendencia—. Además, ¿qué sabes tú para juzgar novelas modernas? Tú tienes experiencia en obras más antiguas, señora.

Phoebe se había sentido tan molesta que olvidó la culpa que sentía por no haberle confiado sus secretas actividades de editora de sus libros. Meredith dudó.

—Phoebe, querida, ¿eres feliz en tu matrimonio?

Phoebe la miró con sorpresa. Los adorables ojos de Meredith estaban llenos de ansiedad.

—Por el amor de Dios, Meredith. ¿Qué te hace preguntar eso?

—Sé que te obligaron a entrar en esta alianza. Sé que tú deseabas tiempo para que Wylde te conociera. —Meredith se ruborizó—. Lo que sucede es que todos estaban muy molestos el día en que tú te fuiste.

—¿En serio?

—Sí. Todos estábamos descorazonados, salvo Wylde. Él estaba furioso. Temí que cuando te encontrara se mostraría muy enojado. No estaba segura de lo que haría, si entiendes lo que quiero decir.

—No, Meredith, no sé lo que me quieres decir. ¿Qué es lo que tratas de insinuar?

Meredith se ruborizó aún más.

—Por mi experiencia con Wylde hace ocho años, sé que tiene su temperamento. Phoebe, temí que él no fuera amable o paciente contigo.

Phoebe frunció el entrecejo.

—Él no me ha pegado, si eso es lo que te preocupa.

—No exactamente. —Meredith miró rápido a su alrededor y aparentemente vio que el lacayo no podía oírlas—. Lo que estoy tratando de decirte es que sé que probablemente él no ha sido, estrictamente hablando, un caballero en la cama. Siempre ha sido muy temperamental, y temí que si estaba enojado no tendría en cuenta tu sensibilidad de mujer.

Phoebe la miró asombrada.

—¡Dios mío, Meredith! Si es por el rendimiento de Wylde como amante, quédate tranquila. Es una de las pocas cosas que él sabe hacer bien.

En la librería de Lacey, Phoebe le dijo a su hermana que deseaba ver un libro que tenían reservado para ella. Ni el empleado ni Meredith se sorprendieron. Phoebe con frecuencia tenía libros reservados en el establecimiento de Lacey.

—Me quedaré aquí mientras tú te dedicas a tus viejos libros —dijo Meredith—. Pero date prisa, Phoebe. Quiero aún ir a ver unos guantes.

—No tardaré.

Lacey, con un trapo engrasado en las manos, estaba trabajando en una de las imprentas con la atención digna de un amante.

Miró de soslayo cuando Phoebe entró en la trastienda.

—¿Está aquí, señor Lacey?

—Allí sobre el escritorio. Llegó hace cerca de una hora.

—Lacey tomó la botella de ginebra del bolsillo de su delantal y sorbió un trago. Se limpió la boca con la manga y la estudió interrogante.

—Hemos hecho una bonita suma con esto, ¿no le parece?

—Seguro, señor Lacey. Lo veré más tarde.

Phoebe tomó el paquete del escritorio y salió de la habitación. Meredith miró el paquete y profirió una exclamación de fastidio.

—Por lo que veo has decidido comprar otro libro.

—Éste es único —le aseguró Phoebe.

* * *

Tres noches más tarde, en un importante baile organizado por amigos antiguos del conde y la condesa de Clarington, Phoebe se encontró con su madre.

Lydia la miró con sus típicos ojos miopes.

—Por fin te veo, mi querida. Te he estado buscando. ¿Dónde está tu marido?

—Wylde dijo que llegaría más tarde. Sabes que no le gustan mucho los bailes.

—Sí, lo sé. —Lydia sonrió condescendientemente—. Hablando de Wylde, ¿supongo que es demasiado pronto para pedirle un préstamo para cubrir algunas de mis últimas pérdidas de juego? Ayer tuve una mala racha en el té canasta de lady Randey. Por supuesto que pronto me recuperaré, pero, mientras tanto, estoy corta de fondos para cubrir esta pequeña deuda de honor.

—Pídele a Wylde lo que desees, mamá. Pero no me pidas a mí que lo haga.

—En realidad, Phoebe, no creo que sea apropiado que yo me dirija directamente a él.

—No veo por qué no. ¿Cómo es que perdiste tanto en la casa de lady Rantley? Pensé que en general ganabas cuando jugabas en esa casa.

—Y así es —dijo Lydia, no sin un toque de orgullo—. Pero ayer los chismes eran demasiado jugosos y me concentré más en ellos que en las cartas. Eso siempre resulta ser un error.

—¿De qué chismes se trataba?

Lydia se acercó más.

—Parece que a lord Prudstone se lo ha visto con frecuencia en un burdel de moda conocido como el Infierno de Terciopelo. Su esposa descubrió esas visitas y está furiosa. Se corre la voz de que tal vez ella tome represalias.

—Y así debería ser —declaró Phoebe—. ¿Qué es el Infierno de Terciopelo? Jamás he oído hablar de él.

—Creo que no —murmuró Lydia—. Pero ahora que eres una mujer casada, es hora de que aprendas algo sobre el mundo. Se dice que el Infierno de Terciopelo es uno de los burdeles más exclusivos de Londres. A él concurren sólo los caballeros de la más alta aristocracia.

—Si alguna vez me entero de que Wylde pone un pie en un lugar así, lo mataré.

Lydia estaba por responderle pero se detuvo de repente, con la boca abierta por la impresión.

—¡Dios mío! Phoebe, mira detrás de ti. Rápido. No tengo puestos los anteojos, pero hay algo que me resulta muy familiar en ese caballero.

—¿Qué caballero, mamá? —Phoebe echó una mirada por encima del hombro. La presencia de un hombre de cabellos dorados y ojos color avellana que se dirigía hacia ella fue como si le hubieran dado una patada en el estómago—. Dios mío. Es Neil.

—Me lo temía. —Lydia hizo una mueca de disgusto—. Se suponía que estaba muerto. Tu padre tenía razón. Baxter no tiene consideración por los demás.

Phoebe no la escuchaba. Aún presa de la impresión recibida, avanzó un paso. Casi no podía hablar.

—¿Neil?

—Buenas noches, mí hermosa lady Phoebe. —Neil tomó la mano enguantada y se inclinó con seria galantería. Su sonrisa era francamente deplorable—. Comprendo que ahora debes de ser lady Wylde.

—Neil, estás vivo. Todos creíamos que estabas muerto.

—Te aseguro, Phoebe, que no soy un fantasma.

—Dios mío, no puedo creer esto. —Phoebe se sentía aún demasiado sorprendida como para pensar con claridad. Lo miraba fijamente, impresionada de ver los cambios físicos que se habían producido en su persona. El Neil que ella había conocido hacía tres años era un hombre mucho más elegante. Ahora tenía ojos cargados de amargura, y las líneas que rodeaban su boca eran nuevas. Además, se le veía más fuerte.

Había en su persona una rudeza indefinible que ella no recordaba del pasado.

—¿Quieres bailar conmigo, mi señora? Ha pasado mucho tiempo desde que tuve el placer de tener a mi adorada Phoebe tan cerca.

Sin esperar respuesta, Neil la tomó de la mano y la condujo al salón de baile. Phoebe se entregó a sus brazos cuando los acordes de un lento y suave vals sonaron en la sala. Bailó de forma mecánica, con la mente enredada en mil preguntas.

—Neil, esto es increíble. No puedo decirte lo feliz que estoy de ver que estás vivo y bien. Debes contarme lo que sucedió. —Ella recordaba lo que Gabrielle había contado sobre las actividades de Neil en los Mares del Sur—. Se han corrido rumores horrendos.

—¿Sí? No tengo dudas de que se hayan corrido por boca de tu marido. Cuando él se entere de que no pudo asesinarme, probablemente inventará algunos cuentos de lo más difamantes.

La boca de Phoebe se quedó seca.

—¿Me estás diciendo que Wylde miente? ¿No fuiste tú pirata?

—¿Yo? ¿Un pirata? ¿Cómo puedes creer una cosa semejante de tu verdadero Lancelote? —La mirada de Neil se tornó seria—. Temo por ti, mi amor.

—Yo no soy tu amor, Neil. Jamás lo fui. —Phoebe dudo—. ¿Por qué temes por mí?

—Mi queridísima Phoebe, te has casado con uno de los más sangrientos bucaneros que jamás han surcado los Mares del Sur. Ese hombre fue la escoria de las rutas comerciales. Él capturó mí pequeña embarcación y cargó con el botín. Después le ofreció a cada hombre que estaba a bordo elegir entre la muerte de espada o el mar. Yo elegí el mar.

—No. No puedo creer eso. Neil, debes estar equivocado.

—Yo estaba allí. Casi muero. Créeme, mi querida, es la verdad. Cada palabra de esto es verdad.

—¿Qué fue lo que te sucedió? ¿Cómo te salvaste?

—Estuve a la deriva durante días sobre un trozo de madera antes de ser arrastrado hasta la playa de una isla. Casi enloquezco por la sed y el hambre que sufrí en aquel sol abrasador. Sólo el recuerdo de tu dulce rostro me mantuvo con vida.

—Cielos.

La boca de Neil se contrajo. Sus ojos de color avellana brillaron por la rabia:

—Me llevó meses poder abandonar aquella maldita roca. Y, cuando finalmente logré llegar a un puerto, no tenía dinero. Cuando Wylde hundió mí barco quedé arruinado. Todo lo que tenía estaba invertido en él. Me llevó todo este tiempo juntar los fondos suficientes para regresar a Inglaterra.

Phoebe lo miró perpleja.

—Neil, no sé qué decir ni qué creer. Nada de esto tiene sentido. Me dijeron que mi padre te pagó para que abandonaras Inglaterra.

—Ambos sabemos que tu padre no sentía simpatía alguna hacia nuestra creciente amistad —le recordó con delicadeza Neil.

—Sí, pero ¿te pagó para que te mantuvieras alejado de mí? Eso es lo que deseo saber.

Neil sonrió triste.

—Un benefactor anónimo me pagó el pasaje a los Mares del Sur. Jamás supe su nombre. Supongo que fue un viejo amigo que vino en mi ayuda. Alguien que supo que necesitaba hacer fortuna, de modo que pudiera ser digno de ti. Naturalmente yo aproveché la oportunidad.

Phoebe se sintió mareada y no por lo relajada que era aquella pieza de música que bailaba. Trató con todas sus fuerzas de pensar en las consecuencias de lo que estaba oyendo.

—No comprendo nada de esto, Neil.

—No, mí querida, ya soy consciente de ello. Pero yo sí comprendo todo muy bien. Wylde regresó a Inglaterra con ocho años en su haber de saqueos y pudo establecerse como un respetable miembro de la sociedad.

—Wylde no fue pirata —insistió Phoebe—. Lo conozco bien ahora como para creerle.

—No tan bien como yo —dijo suavemente Neil—. Él me ha quitado a la única mujer con la que una vez deseé casarme.

—Lo siento, Neil, pero tú sabes que yo jamás me habría casado contigo. Te lo dije hace ocho años.

—Podría haberte convencido de que me amaras. No temas. No estoy enojado contigo. Este matrimonio con Wylde no es por tu culpa. A ti te hicieron creer que yo había muerto.

—Sí. —Parecía no tener sentido informarle que, incluso si ella hubiera creído que estaba vivo, no lo habría esperado.

Jamás había tenido intenciones de casarse con él y siempre lo había dejado bien claro. Quería a Neil como a un amigo, no como amante ni como marido.

—Como buen pirata que es, Wylde me ha quitado todo lo que para mí tiene valor. Mi barco, la mujer que amo y el recuerdo que valoro por encima de todo.

Los ojos de Phoebe se abrieron cuando una terrible premonición la alertó.

—¿Recuerdo?

—Él me quitó el libro que tú me regalaste, mi querida. Lo vi robármelo el día en que abordó mi barco. Tomó todas las cosas de valor que había en mi camarote y allí se encontraba La dama de la torre. Casi me mató cuando traté de evitar que me lo robara. La pérdida de ese libro me entristeció más de lo que puedo explicar con palabras. Era todo lo que tenía de ti.

El molesto sentimiento de culpa que estaba invadiendo a Phoebe comenzó a crecer.

—Neil, estoy tan confundida.

—Te comprendo, mi amor. Te han alimentado el espíritu con un montón de mentiras muy elaboradas y no sabes qué creer.

Todo lo que te pido es que recuerdes que una vez fuimos el uno para el otro.

Un pensamiento aterrorizador golpeó a Phoebe.

—¿Qué harás ahora, Neil? ¿Tratarás de enviar a Wylde a la cárcel? Porque si es así, debo decirte…

—No, Phoebe, no haré ningún esfuerzo para ver que Wylde tenga el destino que se merece, por la simple razón de que yo no puedo probar nada. Todo esto sucedió a miles de kilómetros de distancia. Él y yo somos los únicos que conocemos la verdad. Sería mi palabra contra la suya. Y él ahora es un conde. Más aún, es rico como el mismo demonio, y yo casi no tengo un chelín. ¿A quién crees que le creería la Justicia?

—Ya veo. —Phoebe suspiró aliviada. Aquél era un problema por el que no tendría que preocuparse por el momento.

—¿Phoebe?

—¿Sí, Neil?

—Sé que estás atrapada en este matrimonio.

—No estoy exactamente atrapada —murmuró ella.

—Una esposa está a merced del marido. Y yo le tengo lástima a aquella mujer que esté a merced de Wylde. Te tengo mucho afecto y continuaré amándote por el resto de mis días. Deseo que sepas eso.

Phoebe tragó saliva.

—Es muy amable de tu parte, Neil, pero no debes sufrir por mí. En realidad, debes seguir adelante con tu vida.

Neil sonrió.

—Sobreviviré, mi querida Phoebe, de la misma forma en que lo hice aquellos días en el mar. Sin embargo, me alegraría enormemente si pudiera tener el libro que me regalaste cuando me fui de Inglaterra.

—¿Deseas La dama de la torre?

—Es todo lo que alguna vez tuve de ti, Phoebe. ¿Supongo que Wylde lo trajo consigo con el resto del botín?

—Bueno, sí. —Expresó Phoebe de mal humor—. Bueno, él lo trajo consigo cuando regresó con su fortuna de los Mares del Sur.

—El libro me pertenece, mi amor. Está en ti dármelo o quedártelo. Si te queda algo de lástima o afecto por tu devoto Lancelote, te ruego que me permitas tener La dama de la torre. No puedo explicarte todo lo que para mí significa.

El pánico se apoderó de Phoebe.

—Neil, es muy galante de tu parte querer tener La dama de la torre, pero de verdad no creo estar en posición de dártelo.

—Comprendo. Debes tener cautela con Wylde. Es un hombre peligroso en extremo. Será mejor que no le cuentes a tu esposo que deseo recuperar mi regalo. No se sabe lo que podría llegar a hacer. Él me odia.

Phoebe frunció el entrecejo.

—Prefiero que no hagas comentarios personales sobre mi marido. No deseo escucharlos.

—Por supuesto que no. Una esposa debe procurar creer lo mejor de su marido. Es su deber.

—No es eso precisamente. —Phoebe se sintió irritada por la sola mención de un deber de esposa—. Es sólo que no puedo convencerme de que Wylde sea un pirata.

—¿No creerás que yo lo fui? —preguntó con delicadeza Neil.

—Bueno, no —admitió ella—. Es muy difícil imaginarte como a un sanguinario bucanero.

Neil inclinó la cabeza.

—Por lo menos, gracias por eso.

Phoebe se dio cuenta de la presencia de Gabriel en el salón de baile antes de llegar a vedo. Un sentimiento profundo de alivio la invadió. Pero, cuando se volvió y vio que venía directo hacia ella, cambió de parecer.

Tuvo el horrible sentimiento de que algo horroroso iba a ocurrir. Gabriel parecía un águila al acecho. Los ojos verdes eran como las cuencas vacías de cualquier ave de rapiña. La ropa negra que vestía realzaba las líneas duras del rostro y la cualidad depredadora de su cuerpo. La mirada estaba clavada en Phoebe y Neil mientras se acercaba.

Cuando llegó hasta ellos, tomó la mano de Phoebe que estaba sobre el hombro de Neil y la dejó a un lado. Su voz sonó mortalmente suave cuando se enfrentó a Neil.

—De modo que, después de todo, Baxter, sobreviviste en el mar.

—Tal como puedes apreciar. —Neil le hizo una leve reverencia con tono burlón.

—Escucha mi consejo —dijo Gabriel—. Si deseas seguir vivo, mantente alejado de mi mujer.

—Me parece a mí que lo que suceda depende de Phoebe —dijo Neil—. Su posición es muy similar a la de la legendaria Ginebra, ¿no te parece? Creo que yo soy Lancelote y tú eres Arturo, Wylde. Y todos sabemos lo que sucedió en el cuento. La dama traicionó a su señor y se entregó a su amante.

Phoebe se sintió ofendida en grado sumo por la implicación de que ella engañaría a Gabriel.

—Basta de tonterías, los dos. No lo toleraré.

Ni Gabriel ni Neil le prestaron atención.

—A diferencia de Arturo, yo estoy preparado para proteger a mi señora —dijo Gabriel tranquilo—. Arturo cometió un error al confiar en Lancelote. Yo no cometeré ese error, ya que tengo la ventaja de saber que eres un mentiroso, un asesino y un ladrón.

Los ojos de Neil brillaban de furia.

—Phoebe se dará cuenta muy pronto de la verdad. Su corazón es puro. Incluso tú, Wylde, no podrás corromperlo.

Giró sobre sus talones y se alejó.

Phoebe se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cuando Gabriel la arrastró para sacada del salón de baile, su pierna izquierda perdió estabilidad. Él la sostuvo al instante para que no perdiera el equilibrio.

—¿Estás bien? —le preguntó con tono autoritario.

—Sí, pero apreciaría que no me arrastraras por el salón de esta forma, Wylde. La gente está comenzando a mirar.

—Que nos miren.

Phoebe suspiró. Gabriel estaría imposible después de esto.

—¿Adónde vamos?

—A casa.

—Está bien —dijo Phoebe—. Está claro que esta noche se ha estropeado todo.