Capítulo 17

¿Qué la perdió? Gabriel miró perplejo al hombrecito de la gorra verde. ¿Qué es lo que quiere decir con que la perdió? Stinton, le estoy pagando para que la siga.

—Ya lo sé, su señoría. Stinton se irguió y le dirigió a Gabriel una mirada valiente. Y estoy haciéndolo lo mejor que puedo. Pero usted no me dijo que la señora tenía la costumbre de correr en todas direcciones. Con perdón, pero es un poco impredecible.

—La señora es una mujer impulsiva dijo Gabriel entre dientes. Y ésa es precisamente la razón por la que lo he contratado para que la cuide. A usted me lo recomendaron especialmente en la calle Bow. Me aseguraron que podría confiar en sus manos la seguridad de mi mujer, y ahora me dice que no pudo ni siquiera seguirle el rastro en una simple salida de compras.

—Bueno, sin ánimo de ofender, mi señor, pero no fue exactamente una simple salida de compras —dijo Stinton. Tengo el orgullo de decir que la seguí muy bien en Arcade y que pude también pisarle los talones en la calle Oxford, aunque debí recorrer todo de un lugar a otro. El último establecimiento fue una librería. Fue cuando ella salió y comenzó a correr en zigzag como un zorro perseguido por una jauría de perros.

Gabriel tuvo que hacer uso de cada milímetro de fuerza de voluntad para controlar su humor.

—No se vuelva a referir jamás a lady Wylde como a un zorro. Stinton.

—Razón tiene usted, su señoría. Pero debo decirle que jamás he visto a ninguna señora moverse tan rápido. Rápida como cualquier ladronzuelo que haya perseguido hasta las destartaladas casas de los campos de Spital.

Gabriel se sentía cada vez más intranquilo.

—¿Está seguro de que no la vio con nadie?

—Sólo la criada, el lacayo y el cochero.

—¿Y cuando desapareció, estaba ella en su coche?

—Sí, señor.

—¿No había señales de nadie más que la siguiera?

—No, su señoría. Sólo yo. Y, para serle franco, si yo no pude seguirla, tampoco podría haberlo hecho otro.

—Maldición. La imaginación de Gabriel ya había comenzado a conjeturar cientos de diferentes calamidades que podrían hacer caído sobre Phoebe. Recordó que ella no estaba sola. Tres criados la acompañaban. Sin embargo, en todo lo que podía pensar era en el hecho de que Neil Baxter andaba por ahí suelto, sin duda planeando vengarse. El Lancelote contra Arturo.

Stinton se aclaró la voz.

—Con su perdón, su señoría, pero ¿desea que continúe siguiendo a la señora?

—No estoy muy seguro al respecto. Gabriel estaba disgustado. No si usted no puede seguirle el rastro.

—Bueno, señor, en cuanto a eso, la próxima vez me mantendré más cerca. Ahora que sé sus trucos y todo eso, no me sorprenderá de la misma forma en que lo ha hecho hoy.

—Mi esposa no hace trucos dijo Gabriel sombrío. Ella es sólo muy impulsiva.

Stinton tosió con discreción.

—Sí, señor. Si usted lo dice, señor. A mí me parece un poco engañosa, sin embargo, mi señor, si me perdona la expresión.

—No lo perdono. En realidad, no puedo aceptarlo. Stinton, si usted tiene intenciones de seguir en su puesto, será mejor que deje de insultar a mi esposa.

Un tumulto en el vestíbulo interrumpió a Gabriel antes de que pudiera acercarse a retorcerle el cuello a Stinton. Cuando oyó la voz de Phoebe, una oleada de alivio le recorrió todo su ser.

La puerta de la biblioteca se abrió de par en par y Phoebe entró corriendo, con las tiras del sombrero al viento. Llevaba un paquete en las manos. Las faldas de muselina de su brillante vestido verde limón se alzaban sobre los delicados tobillos. El rostro le brillaba con gran emoción.

—Gabriel, hemos tenido la más excitante de las aventuras. Sólo espera a que te cuente. Creo que un ladrón estuvo muy cerca de seguirnos hasta casa. Tal vez hasta podría hacer sido un asesino. Pero le destruí los planes de forma brillante, debo admitir.

Gabriel se puso de pie.

—Cálmate, querida.

—Pero, Gabriel, todo fue tan raro. Había un hombrecito con un sombrero verde. Phoebe se detuvo de golpe cuando vio a Stinton. Abrió bien los ojos. ¡Dios, es él! Él es hombre que nos seguía.

—No hice un trabajo muy bueno dijo Stinton. Sonrió con aprobación, dejando al descubierto varios espacios vacíos entre sus dientes amarillentos. Debo decir que la señora pudo escabullirse con una habilidad que generalmente descubro en muchos delincuentes.

—Gracias. Phoebe lo miró con intensa curiosidad en los ojos.

Gabriel maldijo y se volvió hacia Stinton.

—Por favor, tenga la amabilidad de no hacer comparaciones entre mi esposa y los delincuentes.

—Sí, señor dijo Stinton con simpatía. No quise ofender a la señora. Usted es muy inteligente, señora, sí que lo es.

Phoebe le ofreció una sonrisa de complacencia.

—Sí, lo fui, ¿no es cierto?

—Casi la alcanzo después del primer giro, pero no tuve ninguna oportunidad cuando su cochero dobló por segunda vez.

—Lo planifiqué con sumo cuidado le aseguró Phoebe.

—Como he dicho, fue trabajo de un verdadero profesional dijo Stinton.

Phoebe sonrió con calidez.

—Debo admitir que tuve algo de suerte. Después de doblar la tercera vez nos encontramos en territorio desconocido. No sé dónde habríamos terminado si el cochero no hubiese conocido las calles.

—Ya interrumpió Gabriel es suficiente. Miró a Stinton. Usted puede retirarse.

—Sí, mi señor. Stinton hizo girar el sombrero en sus manos. ¿Y me va a necesitar en el futuro?

—Supongo que no me queda otra alternativa mejor. Dios nos ayude, ya que me dijeron que usted era el mejor. Mañana se presentará aquí cuando lady Wylde salga.

Stinton sonrió.

—Gracias, su señoría. Se caló el sombrero y caminó hacia la puerta con paso festivo.

Gabriel esperó a que él y Phoebe quedaran solos antes de señalarle la silla que estaba frente a su escritorio.

—Siéntate, señora.

Phoebe parpadeó.

—Gabriel, ¿qué sucede…?

—Siéntate.

Phoebe se sentó. Colocó el paquete sobre su falda.

—¿Quién era ese hombrecito, Gabriel? ¿Qué hacía hoy siguiéndome?

—Se llama Stinton. Gabriel se sentó y entrecruzó las manos sobre el escritorio. Se mantendría tranquilo y racional aunque aquello lo llegara a matar. No perdería los estribos. Lo he contratado para que te siga cuando salgas.

—¿Qué lo has contratado para que me siga? Los labios de Phoebe se abrieron de la sorpresa. ¿Y no me has dicho nada?

—No, señora. No veía razón alguna para alarmarte.

—¿Por qué debería haberme alarmado? Gabriel, ¿qué está sucediendo?

Gabriel la estudió un momento, preguntándose cuánto debía decirle. El problema era que ella ahora conocía la presencia de Stinton. No tenía otro camino que explicarle el resto. Lo molestaría hasta que lo hiciera.

—Lo he contratado para asegurarme de que no tengas problemas con Baxter.

Phoebe lo miró anonadada en silencio. Las manos se apretaron sobre el paquete que sostenía sobre la falda.

—¿Con Neil? Pudo por fin articular, con una voz que sonaba algo estrangulada.

—Creo que es muy posible que Baxter intente contactar contigo cuando yo no esté cerca.

—No comprendo, mi señor.

Gabriel sintió que estaba perdiendo la paciencia.

—No puedo dejar de ver la razón de que esto sea obvio, Phoebe. Baxter es un peligro para ti porque me odia. Ya te lo dije. Sólo estoy tomando medidas de precaución para asegurarme de que él no se acerque a ti.

—Tienes miedo de que yo crea lo que él me diga, ¿no es verdad? La mirada de Phoebe de pronto se tornó astuta, no confías en que yo crea la versión que tú me has dado de lo que sucedió en las islas.

—No voy a correr ningún riesgo. Gabriel se puso de pronto de pie y fue hasta la mesita a servirse una copa de coñac. Conozco a Baxter demasiado bien. Es un mentiroso consumado.

—Pero eso no quiere decir que yo crea sus mentiras.

—¿Por qué no? Gabriel sorbió un trago y de un golpe apoyó la copa sobre la mesa. Una vez ya lo hiciste.

Phoebe se puso de pie, abrazando el paquete contra su pecho.

—Eso no es justo. Yo entonces era mucho más joven. No tenía la experiencia del mundo que tengo ahora.

Gabriel se acercó amenazante y se plantó delante de ella.

—¿Experiencia del mundo? ¿Crees que tienes la suficiente experiencia del mundo como para manejar a hombres como Neil Baxter? Eres una imprudente, inocente e impulsiva tonta. Créeme cuando te digo que tú no eres pareja para los Baxter de este mundo.

—No me hables así, Gabriel.

—Te hablaré de la forma en que se me antoje.

—No. No quiero que contrates a hombres que me sigan sin que yo lo sepa. Es muy desagradable y no lo toleraré. Si deseas que alguien me cuide, entonces debes hablar sobre el tema conmigo antes que con nadie.

—¿Te parece bien eso?

Phoebe alzó con orgullo la barbilla.

—Sí, así es. Yo decidiré si deseo que alguien me pise los talones. Pero debo decirte, ya que lo único que te preocupa es la idea de que Neil me hable, que no veo la razón de necesitar a Stinton.

—Entonces eres aún más inocente de lo que pensaba.

—Maldita sea, Gabriel. Soy perfectamente capaz de manejar a Neil.

Gabriel avanzó un paso y con una mano la tomó por el mentón.

—Tú no sabes de lo que hablas, señora. No conoces a tu Lancelote de cabellos rubios como yo.

El rostro de ella se ruborizó.

—Él no es mi Lancelote.

—Una vez lo fue.

—¡Eso fue hace tres años! Exclamó Phoebe. Todo ha cambiado ahora. Gabriel, debes creerme, no corro peligro de que Neil Baxter me seduzca. Debes confiar en mí.

Gabriel vio la mirada desesperada y sintió que su resolución vacilaba.

—No es cuestión de confianza. Es cuestión de cuidado.

—Eso no es cierto. Es cuestión de confianza. Gabriel, tengo claro que tú aún no me amas. Si no confías en mí, entonces tampoco existe nada entre los dos.

Nada entre los dos. La rabia y la angustia se apoderaron de él, clavándose en sus entrañas, destrozándole el alma. Gabriel luchó por mantener el control.

—Por el contrario, señora. Tenemos mucho entre los dos.

—Dime qué lo desafió.

—El matrimonio le dijo con frialdad. Tú eres mi esposa. Harás lo que te diga y aceptarás las precauciones que yo considero prudentes. Eso es todo lo que se refiere a este tema. Por lo tanto, no debes intentar perder a Stinton.

Phoebe lo miró con furia en los ojos.

—¿Y si lo hago?

—Si lo haces, no podrás volver a salir. Te encerraré en la casa.

Phoebe lo miró embargada de una profunda impresión. Había rabia y algo más en sus ojos. Gabriel pensó que la otra emoción podría ser muy bien pena. Por un momento se quedó allí parada, abrazada a aquel paquete que traía consigo.

—Entonces es verdad dijo por fin, con la voz cargada de una profunda tristeza. Entre nosotros ni siquiera existe la confianza ni el respeto. No tenemos nada.

—Maldición, Phoebe.

—Aquí tienes. Es para ti. Ella le dio el paquete. Después giró sobre sus talones y salió de la biblioteca.

—Phoebe, regresa.

Phoebe no se volvió. Salió sin decir palabra.

Gabriel se quedó mirando la puerta cerrada un rato. Después regresó a su escritorio y se dejó caer cansado en el sillón.

Tenía conciencia de una extraña sensación de insensibilidad en algún lugar de su ser. Miró el paquete que tenía delante de sí y después mecánicamente lo fue abriendo.

Cuando terminó de romper el papel, se quedó mirando el libro que le resultó conocido. Se le ocurrió que era el primer regalo que Phoebe le había dado. No, pensó, eso no era cierto. El primer regalo había sido ella misma. Éste era el segundo regalo que le hacía.

Hasta la fecha él no le había dado nada de importancia.

* * *

A medianoche Phoebe se encontraba aún despierta. Vestida con una bata, estaba sentada en un sillón cerca de la ventana y miraba la oscuridad de la noche. Antes la había abierto para que entrara fresco. Eso la ayudaba a pensar.

Hacía horas que pensaba.

Se había quedado en la habitación todo el tiempo y cada vez se sentía más inquieta. Rápidamente había llegado a la conclusión de que no servía para entristecerse. Aparentemente no tenía temperamento para ello.

Inmediatamente después de la escena de la biblioteca, había llorado bastante, pero después de eso se sintió aburrida. Cuando se negó a ir a cenar, casi esperaba que Gabriel golpeara a su puerta para ordenarle bajar. En lugar de ello, su marido le había enviado té y tostadas a su habitación. Como consecuencia, Phoebe ahora tenía mucho apetito.

Supo que Gabriel había cenado en su club, pero hacía escasos minutos que había regresado. Sabía que se encontraba en su habitación. Lo oyó despedir a su ayuda de cámara. Phoebe miró anhelante la puerta cerrada que conectaba los dos cuartos. Su intuición le decía que él no la abriría esta noche. El orgullo de aquel hombre no se lo permitiría.

Phoebe consideró su propio orgullo con sumo cuidado. Durante el día aquello había parecido un gran obstáculo, pero ahora no parecía tan importante.

Gabriel estaba demostrando ser un marido muy irritante, pero existían circunstancias que lo mitigaban. A su manera trataba de protegerla. Las razones que ella tenía para no apreciar aquella protección que le ofrecía lo enfurecían terriblemente.

Era obvio que ambos tenían muchísimo que aprender.

Phoebe se puso de pie lentamente y fue hasta la puerta. Colocó una oreja contra el panel de madera y escuchó con cuidado. No se oía nada al otro lado. Gabriel probablemente estaría en la cama. Jamás se le ocurriría pedir disculpas. Era increíblemente testarudo en ese tipo de cosas.

Phoebe contuvo la respiración, se armó de valor y con cautela abrió la puerta. Miró alrededor y vio a Gabriel sentado en un sillón. Estaba vestido con su bata y tenía un libro abierto en su regazo. Leía a la luz de la vela que estaba encendido sobre un pequeño escritorio, a un lado de la habitación.

Gabriel levantó la mirada mientras Phoebe caminaba lentamente hacia él. Al ver el rostro ensombrecido marcado de una oscura y preocupada intensidad, sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Phoebe se cruzó de brazos y deslizó las manos en las mangas de su bata. Se detuvo a unos pasos de él y con suavidad aclaró su voz.

—Buenas noches, mi señor dijo amable.

—Buenas noches, señora. Pensaba que estabas dormida.

—Sí, bueno, no podía dormir.

—Ya veo. Un rayo de satisfacción le cruzó por los ojos. ¿Has venido a disculparte por tu impaciencia y por las horas de mal humor?

—No, por supuesto que no. Tengo todo el derecho de estar de mal humor y de ser impaciente. Se acercó otro paso y miró el libro que tenía en las manos. El corazón le quebró cuando vio de qué libro se trataba. Veo que estás leyendo Morte d’Arthur, de Malory.

—Sí. Estoy muy agradecido de volver a tenerlo conmigo. Gabriel esbozó una leve sonrisa. No creo que te lo haya agradecido como corresponde.

—No es necesario. Se sintió halagada de que a él le hubiera gustado el regalo. Estoy contenta de haberlo encontrado.

Los ojos de Gabriel no titubearon.

—Ten la seguridad de que sabré recompensarte el favor.

—Estamos más que a mano dijo ella. Después de todo, de alguna forma por ti yo tengo La dama de la torre, ¿no?

—Se podría ver desde ese punto de vista. Gabriel continuó mirándola con intensidad. ¿Por qué no podías dormir?

Phoebe sintió que se ruborizaba ante aquella mirada ardiente. Agradeció estar en la parte oscura de la habitación.

—Estaba pensando.

—¿Es cierto eso? ¿Ha sido interesante el ejercicio?

—No tienes por qué ser tan sarcástico, mi señor. Hablo en serio. He pensado en nuestro matrimonio.

La mirada de Gabriel era inexpugnable.

—¿Tal vez preguntándote si no ha sido un error? Es un poco tarde para ese lamento, señora. Conoces el dicho que dice casamiento de apuro.

—¿Difícil futuro? Sí, lo conozco, gracias. Eso es de lo que quería hablar.

Gabriel dudó como si aquélla no fuera la respuesta que había estado esperando.

—¿Entonces de qué deseas hablar?

—Del futuro, mi señor.

—¿Qué hay sobre el futuro?

—Sé que no crees en las emociones del amor, Gabriel.

—No he conocido a nadie a quien tal emoción no le haya causado más que problemas.

Phoebe de pronto encontró que la tensión era intolerable. Para romperla comenzó a moverse, sin rumbo alguno por toda la habitación. Se detuvo delante del hogar y miró el hermoso reloj que estaba sobre la repisa.

—Sí, bueno, lo cierto, Gabriel, es que yo no tengo miedo de tales emociones.

La boca de él se torció con gesto irónico.

—Soy consciente de eso.

—Pensaba en las diferencias que existen entre los dos con respecto a ese tema persistió ella. Al principio llegué a la conclusión de que tu falta de voluntad para creer en el amor provenía del hecho de que mi hermana hubiera cambiado de parecer después de que se escapara contigo. Sé que debiste haberte sentido mal.

—Me recuperé pronto de aquel golpe dijo con frialdad Gabriel. La recuperación financiera y de la herida de bala que tu hermano dejó en mi hombro de alguna forma tardaron más. Sin embargo debo admitir que el incidente me enseñó una lección sobre los peligros de permitir ser dominados por las emociones.

—Pero ése no fue el único incidente que te enseñó la lección, ¿no es así? Le preguntó con delicadeza Phoebe.

—¿De qué estás hablando ahora?

Phoebe se acercó al tocador y se quedó allí parada mirando los neceseres masculinos que se amontonaban. Tomó una pequeña caja laqueada que estaba tallada en plata.

—Creo que tú aprendiste esa lección en los primeros años de tu vida. Tú y yo hemos sido educados en diferentes circunstancias, ¿no es así, Gabriel?

—Creo que es una buena suposición dijo él. Tu padre tiene un título que se remonta a generaciones, además de una enorme fortuna. El dinero y el poder hacen una gran diferencia.

—Eso no es a lo que me refiero. Me refiero al hecho de que mi familia está muy unida. Es verdad que he sido tratada como un bebé durante toda mi vida. Mi familia siempre me ha protegido en exceso y, de alguna manera, no me comprenden. Pero siempre me han amado. Y yo siempre lo he sabido. Tú no tuviste esa ventaja.

Gabriel se quedó tieso.

—¿Qué tratas de decirme, Phoebe?

Ella se volvió para mirarlo.

—Tu madre murió cuando eras pequeño. Sólo tuviste a tu padre, y él, creo, prefirió la compañía de los libros. ¿No fue así?

—Mi padre fue un estudioso. Gabriel cerró el libro que tenía sobre su regazo. Era natural que se dedicara a sus libros.

—No creo que eso fuera tan natural le replicó Phoebe. Creo que debería haberse dedicado a ti. O, por lo menos, debería haberte brindado el mismo grado de atención que a sus libros.

—Phoebe, ésta es una discusión sin sentido. Tú no tienes idea de lo que estás hablando. Creo que lo mejor es que te vayas a dormir.

—No me rechaces, Gabriel. Phoebe colocó en su lugar la cajita que tenía en las manos. Cruzó la habitación hacia donde Gabriel estaba sentado y se detuvo directamente delante de él. Por favor.

Gabriel le sonrió irónico.

—No te rechazo. Te mando a la cama. No hay necesidad de dramatizar la situación, mi querida.

—He estado pensando en esto toda la noche y estoy convencida de que la razón por la que sientes tanto miedo al amor es porque tú no confías en él. Y la razón de que no confíes en él es porque demasiadas personas a las que tú amabas te han abandonado.

—Phoebe, esto es una solemne tontería.

—No, escúchame. Tiene sentido y explica mucho la razón. Se arrodilló a su lado y puso la mano sobre su muslo. Tú madre te amaba, pero murió. Tu padre se suponía que te amaba, pero te ignoraba. Pensaste que mi hermana te amaba porque deseaba escaparse contigo, pero ella sólo buscaba escapar de un problema. No es de sorprender que te sintieras abandonado.

Las cejas de Gabriel se arquearon.

—¿Es esto en lo que has estado pensando toda la noche?

—Sí.

—Lamento decirte que has malgastado tu tiempo, querida. Habrías hecho mejor en bajar a cenar. No tengo dudas de que a estas alturas estarás muerta de hambre.

Phoebe lo miró fijamente.

—Eres un hombre increíblemente testarudo.

—Si por eso quieres decir que no voy a ser arrastrado por esa clase de lógica femenina, entonces sí, supongo que lo soy.

Phoebe se sintió embargada por la rabia. De un salto se puso de pie.

—¿Sabes lo que creo? Creo que, además de testarudo, eres también un cobarde.

—Ésta no es la primera vez que me llamas cobarde dijo con suavidad Gabriel. Es afortunado que no me ofendas muy a menudo. Algunos hombres podrían sentirse molestos por tal comentario. En especial viniendo de una esposa.

—¿Te parece? Bueno, déjame decirte algo, Gabriel. Es afortunado que yo sea tan testaruda como tú. Incluso creo muy firmemente que tú me amas. Creo que tienes miedo de admitirlo y sé que la razón es porque eres un cobarde.

—Por supuesto que tienes derecho a tener tu opinión.

—Maldición, Gabriel. Phoebe golpeó el suelo con un pie en gesto de frustración. A veces eres imposible. Se volvió y rauda caminó hacia su habitación.

A salvo, al otro lado, dio un portazo y comenzó a pasearse por el cuarto. Maldito hombre. La enloquecería con aquella actitud de rechazo a rendirse ante sus emociones. Ella sabía que Gabriel no era inmune a las emociones. Se negaba a creer que se había equivocado con él.

La idea de haberse equivocado con Gabriel en todos estos años era demasiado desconcertante como para tan sólo llegar a contemplarlo. Estaba casada con aquel hombre. Su futuro inexorablemente estaba ligado con él. Debía encontrar la forma de despertar al caballero noble e idealista que ella sabía que yacía debajo de aquella superficie de cinismo.

El enfurecerse con él o llamarlo cobarde a la cara no era tal vez una forma prometedora de llevar a cabo la tarea.

Un objeto entró volando por la ventana abierta sin hacer ruido. Phoebe no se dio cuenta de que algo había sido arrojado a la habitación desde la calle, hasta que oyó un ruido sordo sobre la cama.

Asombrada, se volvió y se quedó mirando las sombras de la habitación. Fuera lo que fuera, había ido a parar al borde del colchón. Por un momento, no vio nada. Con sinceridad esperaba que no fuera un murciélago.

Al instante se produjo un sonido suave y ahogado. Sin advertencia alguna, unas llamas anaranjadas se levantaron en el lugar. Estas ardían de forma silenciosa cuando comenzaron a avanzar vorazmente sobre el encaje que bordeaba la colcha.

En pocos minutos el fuego envolvería la cama entera.

Phoebe se libró de la impresión que se había apoderado de ella. Corrió por la habitación y tomó una jarra que estaba al lado de la jofaina.

—Gabriel gritó mientras arrojaba agua a las llamas.

La puerta se abrió de golpe.

—¿Qué demonios…? Gabriel vio lo que sucedía. Cristo. Toma la jarra de mi habitación y después despierta al personal. Rápido, Phoebe.

Phoebe corrió a su recámara, tomó la jarra y volvió corriendo. Gabriel ya había quitado el cobertor de la cama. Estaba apagando las llamas envolviéndolas en aquella tela gruesa.

Phoebe le alcanzó la jarra de agua y salió corriendo para despertar al personal.