LA DOMO Y LA LITERA
En el telonio del hostal le habían dicho a Clío que una casa como la que ella buscaba la encontraría en la calle de la Velia, esquina con la vía Sacra. Y en compañía de Sergio se fue a verla.
La domo ocupaba toda la planta baja de la ínsula Flora, muy moderna y lujosa, con alta portada de columnas corintias y enlosado de mármol. A la entrada, dos porteros vigilaban el acceso de personas extrañas al edificio.
El mayordomo -un individuo alto, con un lunar debajo del ojo izquierdo- les enseñó la casa, dándoles muy corteses y detalladas explicaciones respecto al servicio, los vecinos, las ventajas de la situación. Estaba ricamente amueblada y aunque no se excedía en ornamentos y obras de arte, no faltaban las esculturas de mármol y las pinturas, al nuevo estilo, que cubrían en diversidad de escenas campesinas y religiosas los grandes paños de los muros estucados. El triclinio, bastante amplio, con una gran herradura de mesas-reclinatorio, tenía un rico artesonado de madera tallada y policromada, con aplicaciones de bronce. Clío lo miraba todo con ojo de ama de casa. Su experiencia de tres años al frente del palacete de Emporio, le había dado el conocimiento de los servicios que cabe esperar de una casa y su mobiliario. Sergio, por el contrario, apenas si posaba la vista en tanto objeto suntuario. Se sentía cohibido.
El mayordomo le mostró a Clío las vitrinas donde se guardaba la vajilla de plata, el juego de copas de oro para libaciones, el cáliz del anfitrión o del magister convivii; el enorme trípode de electro para la cratera de piedra múrrina; los enóforos, las jarras, los dos juegos de copas de vidrio de Sidón, para la prima mensa; las copas de plata maciza con baño interior de estaño para la comissatio, primorosamente cinceladas.
Clío prestó mucha atención al servicio de mesa y al triclinio.
En el segundo atrio, a cuyo alrededor estaban los cubículos de la servidumbre, había una litera, una lastimosa reliquia. Clío sintió repugnancia al ver el damasco y las sedas ajados y luidos. El mayordomo le informó que el servicio de la casa lo atendían debidamente veintitrés criados, sin que faltaran «dos tabellarii, que repartirán rápidamente tus invitaciones o llevarán tus recados». Había también un jardinero. Esto le extrañó a Clío, pues la domo no tenía jardín.
- ¿ Para qué un jardinero?
- Él se ocupará todos los días de comprar las flores, distribuirlas por la casa y cuidar de ellas. Él sabe cómo combinarlas y variarlas a fin de que no aparezcan monótonas a tus ojos. Él cuidará también de los pebeteros y de las resinas y plantas aromáticas con que se ceban.
- ¿ Tú crees que necesitaré tantos criados?
- Son los indispensables para el servicio de una domo como ésta. Atenderán bien a ocho invitados sin que tengas que contratar los servicios de un collegium o agencia. Se desvivirán por servirte y puedes estar tranquila con ellos, pues son de absoluta confianza. Todos están perfectamente instruidos y hablan el griego.
- ¿ Cuánto es el alquiler?
- Depende del tiempo. Si por años, diez mil sestercios mensuales; si por meses, once mil quinientos.
- En principio me convendrá por meses, porque ignoro si me quedaré en Roma.
- Quizá estos informes que voy a darte sean obvios. Pero la señora, que es muy recta y formal en sus cosas, me ordenó que le dijera al inquilino que la casa con el alimento de los criados, la leña para cocina y calefacción, el aceite y las velas para las lámparas así como las flores y esencias para los pebeteros y otras minucias tiene un gasto mensual de cinco mil doscientos sestercios, según podrás vera en la lista que figura aneja al inventario… El inquilino no tendrá que preocuparse de la ropa y útiles personales de los criados. Todos ellos tienen un equipo triple de vestidos para sus trabajos, así como veste urbana para los días de asueto. En cuanto se alquile la domo yo me iré a Tibur con la señora, pero en mi lugar se quedará Quinto Viniciano, que está instruido en todos los deberes de un mayordomo. Tú no tendrás que ocuparte de otra cosa que de darle el dinero para el gasto del mes y él cuidará de todo y de todo será responsable. Te evitas así de tener engorros con el inventario. Si un comensal se va con u na copa de oro, que desgraciadamente suelen ocurrir tan bochornosos casos, Viniciano es el responsable…
- Bien, ¿y cuáles son las condiciones?
- Pago adelantado de la renta mensual y dos fiadores, uno de carácter económico y otro social.
- ¿ Y no puede ser un mismo fiador para ambas garantías?
- No. Decimos dos porque el fiador económico puede serlo cualquier persona solvente, no importa que sea un liberto. El fiador social tiene que ser persona de una gens avecindada en Roma por tres generaciones…
- De acuerdo. Mañana presenta el contrato a Mileto de Corinto, Inspector General de la Naviera del Mar Interior, en la ínsula Lúcula de la cuesta Argentaría. Lo encontrarás allí entre la hora segunda y tercia. Después yo vendré a la hora cuarta con la persona que firmará la garantía social… Resérvame, pues, la domo. Me hospedo en el Hostal Meta Sudans.
Cuando Clío y Sergio estuvieron en la calle, la joven preguntó:
- ¿ Has visto a Máximo Mínimo?
- Sí. Y me dijo que hoy iría al Castro Peregrino a ver si podía obtener nuevas noticias, y que mañana pasaría después de la siesta por el hostal para hablar y merendar contigo.
- ¿ No ha sido cosa tuya lo de posponer la merienda para mañana?
- No, Clío… Yo sólo se lo sugerí.
- Mal hecho, Sergio. No puedo perder tiempo. No importaba que no tuviera noticias que darme… Soy yo la que quería hablarle. Ahora vamos a casa de Emilia Tría, a ver si nos recibe.
Emilia Tría se disponía a salir en coche. Le dijo a Clío que se subiera con ella y Sergio con el cochero.
- Si no tienes ningún compromiso, acompáñame al Pincio. Voy a cenar con un matrimonio, viejos amigos. Me dejas allí, y luego que el coche os lleve donde queráis… ¿Tienes alguna novedad? Por cierto, Clío, debo darte las gracias de nuevo por el perfumador. Es precioso…
- No tiene importancia, señora… Sí, tengo una novedad… Que he visto una domo que alquilan en la ínsula Flora, un edificio que hace esquina con la vía Sacra, y desearía que fueras tan amable de acompañarme mañana a verla. No quise cerrar trato hasta que tú me aconsejes.
En realidad a Clío poco le importaba que a Emilia Tría le gustase o no la domo. Lo único que quería era buscar la oportunidad de plantearle la cuestión de la fianza social que le exigía el mayordomo. Le salió todo a pedir de boca, pues la vieja patricia conocía a la propietaria de la ínsula Flora. Le dijo:
- Conozco esa domo. El edificio es de Luciana Escauro, que se quedó viuda hace un par de meses. El marido era un pobre équite que hizo fortuna de un modo innoble… ¡Era comerciante, imagínate! Pero ella es de una de las mejores gens del Patriciado… ¿Cuánto pide de renta?
- Once mil quinientos sestercios… Claro está, amueblada y con servidumbre…
- ¿ Cuántos criados?
- Creo que el mayordomo me dijo que eran veintitrés.
- ¿ Quién, Cesarino?
- No me ha dicho su nombre.
- ¿ No es un hombre alto y de hombros caídos, con un lunar muy feo debajo de un ojo…?
- Sí…
- Pues ése es Cesarino. Y mira tú lo que son las cosas: Cesarino tiene tanto dinero o más aún que Luciana Escauro. Y está terriblemente enamorado de ella. Luego dicen que somos las mujeres las que nos enamoramos como unas mu las. El pobre Cesarino está loco perdido por Luciana Escauro. Y como «el testimonio no hace al testigo» te diré que la viuda Escauro está apetitosa, pero que muy apetitosa para cualquier hombre que tenga dos ojos bajo la frente… ¿Se queda Cesarino en la domo?
- No. Me dijo que si se alquilaba, él se iría a no sé dónde con la señora…
- Sí, a Tibur… Hace cuatro años estuve de paso en su casa de veraneo. Luciana acababa de tener al menor de sus hijos. Oye, Clío, ¿y te deja la vajilla?
- Sí…
- ¿ La de oro de ciento sesenta y cinco piezas?
- Me de ja una de plata. Y treinta copas de oro para libaciones.
- ¡ Ah! Sin embargo, no me parece alta la renta. Ahora que esa casa te va a costar un ojo de la cara sostenerla…
- Me dijo el mayordomo que cinco mil sestercios mensuales…
- Sí, matando de hambre a los esclavos. Échales decentemente sus ocho o nueve mil sestercios. Y aparte tus gastos personales. Pero mira, Clío, si puedes pagarlo dale al corazón lo que el corazón te pida. La vida es corta y juventud sólo hay una. No pierdas tu juventud. De una cosa moriré satisfecha: de haber vivido mi juventud. Y lo que colea… No te preocupes, mañana ven por mi entre la cuarta y la quinta hora y nos acercamos a la domo. Veré cómo te sienta, cómo te ves en ella. Si me parece mucha domo para ti, te lo digo. No sabes lo que fatiga una casa… Porque sí, tienes muchos criados, mas en cuanto estornudas no encuentras un maldito pañuelo a mano… -Y volviendo al mayordomo, comentó-: Así que Cesarino se va a Tibur… No sé qué pensar. Pero Luciana tendrá que hacer acopio de resistencia. Es muy peligroso para una viuda joven tener a su lado a un hombre enamorado, por muy plebeyo que sea su origen… No creas que Cesarino es un esclavo o un liberto. No. Era cliente de Sixto Luciano. Luego le hizo mayordomo. Creo que más tarde lo asoció a sus negocios… El caso es que está muy rico. Ella tiene bastante dinero, pero no creo que alcance, ni mucho menos, a la fortuna de Cesarino… La ínsula Cayina, que está casi enfrente a la Flora, pero más metida en la calle Velia, es de él. Y tiene otros dos espléndidos edificios en Ostia. Dicen que trafica con especias de Oriente y vinos de Grecia. No sé. Lo cierto es que tiene un liberto que le lleva todos sus negocios. Él nunca se ha separado de los Lucianos… -Y casi sin transición, le preguntó-: Y tú, qué, ¿has tenido noticias de tu padrino?
- Sí, me ha escrito diciéndome que llegará para los idus de enero, y que procure buscar una domo que esté céntrica. Esto me hace pensar que permaneceremos algún tiempo en Roma.
Sin césar de charlar llegaron al Pincio. Emilia Tría le dijo al cochero que llevase a la dómina adónde le dijera, y que regresase en seguida al Pincio. Clío estaba contenta de que Emilia Tría no hubiera puesto ningún reparo a su deseo de alquilar una domo. Pensó que el Señor Yavé le estaba abriendo el camino que al llegar a Roma había visto tan cerrado y difícil. Emilia Tría patrocinaría su entrada en la sociedad romana.
Sergio pasó con ella a la cabina del coche.
- Llévanos a los saepta lidia, a la tienda de Filo Casto.
- ¿ Es que te vas a comprar la litera, dómina? Perdóname… Te prometo no volver a llamarte dómina.
La joven le apretó la mano.
- No te preocupes. Llámame como quieras. Sólo tú puedes llamarme como se te antoje.
- ¿ Vas a comprarte la litera?
- Veré a ver. Necesito la litera, porque la que hay en la domo no me gusta nada.
Clío no se compró la litera, pero logró que se la alquilaran por ocho mil sestercios mensuales, y el compromiso escriturado de pagar todo deterioro que tuviera a su devolución. Otro contrato que Clío remitió a Mileto. La domo no la ilusionaba tanto como la litera. Y no sabía exactamente por qué.
Cuando se despidió de Sergio, le dijo:
- Mañana lleva a la domo Flora a Máximo Mínimo.
Emilia entró en la domo como por su propia casa. Cesarino la saludó con mucho respeto.
- ¿ Qué sabes de Luciana?
- Ayer recibí carta… La pobre, sobreponiéndose… -Me ha dicho Clío que viniera a ver la casa para que le dé mi aprobación… A ver, Clío, recorre todo el atrio… Estos atrios modernos engañan mucho, Cesarino. Cree uno que son muy grandes y en cuanto tienes diez invitados todo el mundo está dándose codazos… ¿Cuánta mantelería dejó Luciana?
- Cuatro juegos, señora, para treinta comensales y dos anfitriones…
- Suficientes… -Y a Clío-: No te ves mal, no. Creí que te iba a devorar el atrio. No sé por qué me parecía recordar que era muy grande. -Y mirando las mascarillas de los ancestros señaló con el bastón un nicho vacío-: ¿Todavía no han traído el busto de Luciano?…
- Todavía no, señora.
- Pues tienes que advertírselo a Clío para que lo reciba. -Quedará encargado de ello Quinto Viniciano, señora… - ¿Quinto Viniciano? ¡Nunca he oído ese nombre! ¿Es el escultor? -No, señora. Es el maestresala que hará las veces de mayordomo… - ¿Entonces qué, tú te vas a Ostia? -preguntó por sonsacarle. -No, señora; me voy a Tibur…
- ¿ A Tibur? -fingió sorprenderse Emilia Tría. Y tras mover la cabeza con gesto de amonestación y mirar al mayordomo significativamente, dijo-: ¡Ay, Cesarino, Cesarino…! Cesarino sonrió no sin hipócrita malicia. - ¿Qué te sucede, señora?
- A mí, nada. ¡Temo que os suceda a vosotros…! A ver, enséñame la vajilla. Y no te molestes con esta intromisión. Bien sabe Luciana que lo mismo hubiera hecho por ella, en caso de que fuere mi amiga Clío la que arrendara la domo. -Y a Clío, según se dirigían al triclinio-: ¿Tú acostumbras a reclinarte?
- Cuando la ocasión lo exige, sí. Las más de las veces ceno sentada. Pero si estoy sola, lo hago como los árabes y los elamitas…
- ¿ Cómo lo hacen, Clío?
- En el suelo, sentados con las piernas cruzadas…
- ¡ Pobres riñones! ¡Como no acostumbren a hacer así otras cosas! Supongo que nacerían los hijos encogidos…
Clío rió. La vieja inspeccionaba con ojo inquisitivo la vajilla. De pronto estalló:
- ¡ Pero, Cesarino…! Dejáis las copas de oro para las libaciones y os lleváis los platones para la comissatio… ¿Qué papel va a hacer esta criatura con esta mezcolanza de vajilla?
- Señora… Lo que menos podíamos pensar es que sería una amiga tuya quien alquilase la domo… Se dejará el servicio que tú quieras…
- Eso es otra cosa. Le dices a Luciana Escauro que Clío Calistida Mitiliana es gratísima amiga mía, de las más viejas familias griegas del arcontado epónimo. Que sus antepasados y los míos ya estaban ligados por una gran amistad… -Y a Clío-: ¡Échate! Quiero verte en el triclinio…
- Pero la veste…
- Ya sé que la veste no es apropiada, mas para un golpe de vista…
Clío se acordó de aquella primera lección que había recibido de Benasur en Olimpia y se le humedecieron los ojos. Se reclinó en el triclinio con la elegancia que solía hacerlo…
- ¡ Eres exquisita, Clío! Y el triclinio, que con este artesonado parece cripta funeraria de la vía Appia, se iluminará con tu presencia… ¡Cómo te pareces a mí cuando yo era joven! -Y a Cesarino-: ¿Qué tal es el cocinero de la casa?
- Es un archimagirus de la escuela neapolitana…
Emilia Tría torció el gesto.
- Una mediocre garantía, Cesarino… Pero si tú respondes de él…
- Respondo, señora…
- Desde hace años se han puesto de moda los cocineros neapolitanos y los cobres de Corduba. Y yo no soporto ni la tarta neapolitana ni los enóforos cordobeses. -Y en seguida-: Vente, Clío; vamos a ver tu cubículo…
- He pensado dormir en la exedra, señora… Me servirá de dormitorio y de cuarto de estudios…
- ¿ Y dónde harás el prandium?
- En la misma exedra…
- No te lo apruebo. Vas a convertir la exedra en cuarto de filósofo. ¿No te gusta el cubículo?
- Lo encuentro muy sombrío…
- Para dormir, mejor… Cuanto más lejos estés de los bocinazos de los malditos vigiles… -Miró al mayordomo-: ¿Pasan muchos carros por la noche?
- Casi ninguno. La calle es muy corta. El tráfico va por la Larga Celimontana… Vieron el cubículo principal. Pasaron a otro que tenía comunicación con la exedra…
- Creo que aunque éste es más chico, te conviene -dijo Emilia Tría-. No hay más que cambiar los muebles. Así puedes hacer tu vida en la exedra y en el cubículo. ¿No te parece?
- ¡ Magnífico! -aduló Clío-. Has tenido una idea admirable.
- Te confieso, Cesarino, que estas domos en ínsula no me gustan nada… Pero, en fin, Clío, tú no necesitas más. Y la casa es muy decente. Luciana Escauro tiene buen gusto…
Clío preguntó discretamente al mayordomo:
- ¿ Has hablado con mi fiador?
- Ya, señora. Y ha firmado la garantía…
- ¡ Qué garantía y qué ojo de hacha! -exclamó Emilia Tría-. Dile a Luciana Escauro que yo respondo por Clío de todo lo que haya que responder… ¡Ah!, y no te olvides de los platones de oro… Si observamos que falta algo ya se lo pediremos a… ¿cómo dices que se llama el mayordomo?
- Quinto Viniciano…
- Ha de ser liberto de la gens Vinicia…
- Lo ignoro, señora.
- Entonces, Cesarino -dijo Clío-, te pagaré dos mensualidades…
- No es necesario, señora… Cuando tú quieras…
- Mejor ahora te extiendo el título.
- Mientras tanto -terció Emilia Tría- avisa a la servidumbre para que les presentes al ama…
- Sí, señora…
Cuando Emilia y Clío entraron en el atrio doméstico, toda la servidumbre estaba formada y vestida con el uniforme propio de sus menesteres. La vieja entró haciendo sonar autoritariamente la contera del bastón sobre las baldosas. En cuanto vio la litera de la era tarquina alzó el bastón para señalarla acusadoramente.
- ¿ Y qué hace aquí este trasto? -Y al mayordomo-: ¿Por qué se llevó Luciana la litera nueva? ¡Para lo que la va a necesitar en Tibur…!
- No te preocupes, señora; he visto una litera en casa de Filo Casto que me gusta -dijo la britana.
- La silla de manos sería lo mejor, pero es demasiado mesocrática… Si hubiera manera de conseguir permiso de tránsito para un coche y tú fueras mayor te aconsejaría que compraras coche; pero tal como están las cosas, mejor es que te compres una litera. Pero no con ese granuja de Filo Casto que te cobrará una millonada… Clío repuso con dulzura:
- Es que Filo Casto tiene un modelo de litera llamado Camena que es un sueño. Nadie podrá confundirme con una cortesana, mientras que con otra clase de litera…
- ¡Camena! No te digo que es un granuja… Antes, en mis tiempos, no había más que una clase de litera. Y se acabó Pero ahora, modelo Patricia, modelo Vestal, modelo Consular… Y eso de Camena es otra novedad. Verás como ese pillo termina sacando el modelo Libertina para uso de libertos, y la hará toda de plata maciza, para que nosotros, las personas decentes, rabiemos.
- Pero tiene una línea… y un colorido… Y la litera se hace silla o cama. Y el sistema de calefacción tiene el escape por abajo… ¿Verdad que tú, cuando eras joven, la hubieras comprado igual?
Se lo dijo con una sonrisa tan halagadora, con una humedad tierna en los ojos, que la vieja asintió con un movimiento de cabeza. Luego Emilia Tría se quedó mirando a la britana fijamente, como si quisiera calar en lo más íntimo de su pensamiento. Sonrió y le pellizcó cariñosamente la mejilla:
- Eres igual, igualita a mí…
Y de pronto, irguiéndose, adoptando una expresión adusta, tal como si remedara a su difunto esposo cuando entró triunfal de la Tracia, anunció con voz de mando:
- Ésta es vuestra nueva ama: dómina Clío Calistida Mitiliana, del arcontado epónimo de Grecia, ilustrísimo linaje. Es, además de todo esto, huéspeda de Roma y para vosotros será ama dulce y comprensiva… Servidle con la diligencia y el esmero que se merece. Cesarino les dijo:
- Hasta que la nueva ama aprenda vuestros nombres, siempre que acudáis a su llamada o requerimiento se lo diréis.
Por último fue presentado Quinto Viniciano de un modo particular. Clío le pidió que se encargara de pagar la cuenta del hostal y de recoger su equipaje.
Le hizo buena impresión. Parecía hombre inteligente y honrado.