CON CAYO PETRONIO
Cayo Petronio los acogió en el atrio con un discurso: -Aspira, caro Mileto, y dime a qué huele la casa… A aire puro, a laurel parnasiano. Se ha ido el olor de género humano… He licenciado a mi clientela. Antes de las Saturnales reuní a mis treinta y dos clientes y les dije: «Abnegados hijos de Rómulo: parece que vivamos sólo para enconarnos el humor. Vosotros me detestáis a mí más de lo que yo os detesto. Porque sumando vuestros rencores totalizan un odio mayor que el mío. Todas las mañanas, antes de que apunte el sol, aquí estáis esperando a que mi Cerbero os abra la puerta. Y yo debo dejar mi mullida cama para salir a recibir vuestros insinceros parabienes. Reconoceréis que mi sacrificio es mayor que el vuestro, pues mi cama es caliente y muelle. Me llenáis la casa de toses y esputos de tísicos, de vuestras miradas pringadas de hambre y de codicia. No os lleváis nada de aquí porque tengo buen cuidado de no dejar en el atrio ningún objeto manual… En fin, que sois tan peligrosa visita como yo impertinente patrón. ¿Cuál es la causa por la que venís un día y otro día a contarme vuestras miserias? No el mendrugo de pan que os lleváis ni los seis sestercios que son de rigor daros. Venís con la muy legítima ambición de que un día cierre los ojos y abra la bolsa. Venís sólo porque tenéis derecho a heredarme. ¿Por qué no dejamos a un lado el rencor y la hipocresía y tratamos nuestros negocios con inteligencia y sinceridad? Se me ha ocurrido licenciaros tal como si me hubiera muerto. ¿Qué esperabais de mi generosidad testamentaria? ¿Diez mil sestercios? Os daré quince mil. Y no volveréis a pisar esta casa en toda vuestra sofocada vida. ¿Os place? El que no esté conforme que lo diga. Mi silenciario lo convencerá con la persuasión del flagelo. Por tanto, poneos en fila que mi mayordomo os recibirá en el tablino para que le firméis la renuncia a vuestros derechos de clientes y a cambio os dará a cada uno quince mil sestercios… No me lo agradezcáis. Yo soy el agradecido por quitarme la servidumbre de vuestro cuidado. Con la fortuna que os obsequio podéis poner un negocio y demostrar que sois dignos de llamaros hombres libres…» ¿Sabes lo que me contestaron, caro Mileto? -No me imagino.
- Absolutamente nada. Pasaron al tablino, firmaron y se llevaron el dinero. Deben de haber pasado unas espléndidas Saturnales… Clío pensó: «Impío, soberbio, presuntuoso, pero simpático». - ¿Y esta joven, caro Mileto? No me digas que es tu amante… -Es Clío, una ahijada de Benasur…
- ¡ Oh…! -dijo a la joven-. Cómo lamento que te haya dejado huérfana Benasur. Porque Benasur ha muerto, ¿verdad?
Clío miró con dureza a Petronio y movió la cabeza negativamente. - ¿Acaso estoy en un error? Yo creí que lo habían crucificado en Palestina o que lo habían estrangulado en la Mamertina… No recuerdo qué cosa me dijo de él hace un año ese golfo de Herodes Agripa…
- No, Petronio -dijo con sequedad y firmeza Clío-. No ha muerto crucificado ni estrangulado; pero pesa sobre él una sentencia de muerte que se cumplirá pasados los idus de enero si tú y otros como tú, que os decíais sus amigos, no movéis vuestra influencia para salvarlo…
- ¿ Amigos? -Y mirando a Mileto-: ¿He sido amigo de Benasur? -Se encogió de hombros-. Yo lo consideraba como mi asesor financiero. En este caso te pido disculpas… por mi ignorancia y asumo, Clío, las responsabilidades a que obliga tan noble sentimiento. ¿Qué debo hacer como amigo para salvar la vida de Benasur? No me digáis que ver a Calígula. Hace dos meses lo vi para interceder a favor de un tío mío, que es procónsul de Siria. Mi tío tuvo la debilidad de ponerse a favor de los judíos, que se niegan a aceptar la divinidad del César. Y a Calígula no se le ha ocurrido más que enviarle una carta diciéndole que se quite la vida… Calígula siempre que nos encontramos (accidente que procuro evitar lo más posible) me guiña el ojo y me pregunta: «Qué ¿ya heredaste de tu tío?» Y yo le digo que todavía no; que la herencia está muy enmarañada. Lo que no sabe Calígula es que su carta está interceptada por la clausura del mar. Y mi tío vive feliz, ignorando la orden del Emperador. Cuando reciba la carta será en las primicias de la primavera, estación óptima para abandonar este blando, dulce y tranquilo mundo de la paz romana… Es tan impúdico Calígula que si yo me presentara a hablarle de Benasur, me replicaría: « ¿Cuánto le has cobrado?» Pero fuera de Calígula, de Appiano, que siempre hiede a pies de tabellaris, y de Cneo Pompeyo, que me empalaga con su oratoria, toda Roma me atiende…
- ¿ Conoces a Casio Querea? -le preguntó Clío.
- Nos une una íntima amistad. ¿Qué prefieres, que yo le visite o que te dé una carta de presentación?
- ¿ Qué consideras más eficaz?
Petronio miró de pies a cabeza a Clío. Sonrió.
- Que tú lo visites… Aunque tiene fama de afeminado, le gustan las mujeres. Te atormentará antes de que te entregues. Es su estilo.
Clío no pestañeó.
- Dame la carta.
- ¿ De dónde eres, Clío?
- De Mitilene.
- Pareces de Esparta… -después en tono evocador-: ¡Mitilene! Le debo una visita a Safo. Siendo todavía un muchacho me enamoré estúpidamente de una esclava lésbica porque la oí cantar odas sáficas… Quizá tú sepas ésta…
Petronio se puso a cantar. Clío le cortó:
- No tengo humor para escucharte. Algún día te cantaré esa oda sáfica con lira de cinco cuerdas.
- ¿ Es posible que haya alguien que sepa tocar la lira de cinco cuerdas? ¡Y menos una oda de Safo! Bien. ¿Qué otra persona? Pero mejor pasemos al tablino… ¿No os parece? Seguidme, por favor… -Y a un criado-: Tonis, que nos traigan aurea lacrima y pastas.
- Has dicho que conoces a Herodes Agripa… -insistió Clío.
- Sí, de mucho tiempo. Desde que andaba muriéndose de hambre en Roma. Todavía me debe cuarenta mil sestercios. Pero comprendo que se le hace difícil, sin mortificarme, pagármelos tan tardíamente. Las deudas si no se pagan en seguida, hay que cargarlas a la cuenta de los olvidos… Herodes es uña y carne de Calígula. Mas desconfío que sea capaz de llevarle la contraria. ¿Quieres otra carta para Herodes? Éste no atormenta. Si está de vena erótica le dará por hacerte cosquillas en el ombligo… ¿Te das cuenta, Mileto, cuánto tarado se sienta en los tronos? ¿O son los tronos los que envilecen e idiotizan a los hombres?
Clío no le escuchaba. Miraba con curiosidad, con un sentimiento de complacencia el tablinum. Murmuró:
- Muy bello.
Petronio dijo:
- Todo es antiguo. Menos la disposición, que es moderna. No debemos aceptar la belleza que nos impo nen, sino aquella que seamos capaces de crear. Este tablino lo he creado yo. Y de las cosas que hay en él, pocas son heredadas, las más son adquiridas. La gente sin imaginación respeta el gusto de sus antepasadas. Te confieso que hasta ahora no he conocido ningún antepasado de las familias romanas que tuviera buen gusto. Habrás visto que en el atrio no conservo ninguna mascarilla de mis ancestros. Un elemental pudor me obliga a ocultarlos. Cuando somos ricos por herencia debemos tener la plena seguridad de que si nuestros abuelos no fueron unos canallas, no se libraron de ser granujas. ¿Qué sentimiento artístico puedes acreditarle a quien no ha tenido el buen gusto de no extorsionar a su prójimo, de no engañarle ni envilecerle? ¡No creo en los abuelos, Clío! ¡Creo en los nietos, que nos superarán! ¿Y tú, Mileto, por qué no hablas?
- Hoy prefiero escucharte. Estoy preocupado por Benasur.
- Una noble preocupación, Mileto. Pensar en el dolor de los demás nos haría mejores si lo hiciéramos desinteresadamente. Debes tu fortuna a Benasur y es justo que te preocupes por él. Donde se advierte, caro Mileto, que tu filantropía también es susceptible de graduación… Es loable que salvemos a Benasur si con ello obtenemos que rabien los que quieren perderlo. ¿Has visto ya a Appiano?
- Ya… Me prometió pensar si estima conveniente hablarle a Calígula…
- ¡ Pobre Appiano! Cuando se tienen esos pies y su sórdida mentalidad, la muerte es una reparación. Calígula lo sabe, y por eso le deja vivir. ¿Te enteraste que le sorprendieron ordeñando a Cayo César cuando éste en una de sus alucinadoras metamorfosis, se creía la burra preñada de Cibeles? Es divertidísimo. Hay que oírselo contar a Lucio Parissi…
- ¿ Quién es Lucio Parissi…, caro Petronio? -inquirió la britana.
- El más acertado remedo de senador que se sienta a dormitar en la curul. Cuando lo despierta el vocerío, levanta la mano y dice: « ¡Soy de la misma opinión de aquellos que no han hablado!» Pero Lucio Parissi no es hombre que te interese. No tiene llaves eficaces para el Palatino ni para la Curia. Su precario prestigio se acabó con la muerte de Tiberio.
- ¿ Conoces a un tal Pomponio Secundo?
- ¡ Por Júpiter, Clío! Estamos hablando de maleantes no de personas honestas… Para salvar a Benasur hay que mover a los malhechores. Las personas decentes hace tiempo que no pintan nada en la cosa pública y mucho menos en el Palatino…
- Dicen, Petronio, que hay probabilidades de que lo hagan cónsul…
- Suele suceder que a los hombre s íntegros los nombren cónsules, no para prestigio de la magistratura, sino para corromperlos. Ahora bien, si como se dice quieren hacerlo cónsul, pues la Casa imperial necesita frenar su caída vertiginosa en el desprestigio, es posible que una petición de Pomponio Secundo sea escuchada en el Palatino…
- Deseaba el informe, pues tengo medios de llegar a él…
- No lo dudo, Clío… -repuso Petronio mirándole el busto significativamente.
- Sin necesidad de dejarme martirizar ni de que me hagan cosquillas… -concluyó la britana con tono irónico.
- Tu palabra pica y deja dulzor como la abeja ática, Clío… ¿Dices que tocas la lira?
- Y la cítara y el arpa alejandrina… Y un día, cuando el humor me asista, pondré música a tus poemas.
- ¿ Conoces la composición?
- Sé componer. Y conozco los ritmos índico y persa, elamita y palestino… El griego y el latín no tienen secretos para mí.
- ¿ No eres demasiado joven para que no haya presunción en tus palabras?
- No, Petronio. Me has deslumbrado. Seducen tu palabra y tu inteligencia. Seduce tu gusto… Permíteme que me defienda con mis naturales armas. Sería tonto adjudicarme méritos que tú, dentro de poco, descubrirías que no existen. Pero dime, ¿qué influencia tiene Claudio con su sobrino?
- Desde hace seis meses, bastante. Calígula ha descansado en él muchas obligaciones palatinas… Como me parece que Claudio nunca le ha pedido un favor, el Emperador se impresionaría oyéndole hablar a favor de Benasur… ¿Tienes modo de llegar a Claudio?
- Lo conocí en casa de Emilia Tría…
- ¿ De Regina? ¿Acaso tú conoces a Regina?
- Soy su amiga -respondió Clío.
- ¿ Pero cuánto tiempo llevas tú en Roma?
- Hoy cumplo veintisiete días…
- ¡ No es posible, Clío! Hay gentes en Roma que llevan cuarenta años ambicionando relacionar con Regina y no lo han conseguido. ¿Entrar en su casa?
- Entro en su casa y como del pastel que tú comes y que hace Helanio…
- Tú, Clío, no eres persona humana… ¡No sabes, Mileto, quién viene contigo! ¡Esta helena tiene los poderes de seducción de una diosa! Ni el mismo Apolo ni Marte Vengador ni Venus Genetrix han logrado conmover a Regina y entrar en su círculo social. Y bien, ¿has hecho amistad con Claudio?
- Me ha invitado a cenar en su casa… Petronio hizo un gesto de consternación.
- ¡ Oh, lamentable! Supongo que te será preferible pasar por las lubricidades de Herodes Agripa, que por cascado no serán excesivas, a soportar a Messalina, que le ha dado la chifladura de adulterar con mujeres…, pero sin noble vocación para ello. ¡Y cuando se entere de que tú eres de Mitilene…! Procura que Claudio te invite a cenar en Makronidas o en el Pabellón Augusto, que es el que ocupa en el Palatino… Claro, lo malo es que no tiene un denario para llevarte a Makronidas, pues Messalina le guarda la bolsa… Pero no desaproveches la ocasión de cenar con él, sin la presencia de esa perra caliente de su mujer. Es insoportable… A mí me saca de quicio. Si un día cayera en desgracia la peor sentencia que me podían dar sería la de convivir tres días con Messalina. A las tres horas me cortaba las venas… Él, Claudio, es inteligente. Tan inteligente que el hipócrita de Augusto, la intrigante de Livia, la tonta de su madre Antonia y el taimado de Tiberio lo tenían por imbécil. Tiene la chifladura lingüística, pero háblale de un idioma que él no conozca, el elamita, por ejemplo, y la monserga será más leve… No debes temer ningún arrebato de él; cuando mucho querrá chuparte el lóbulo de la oreja… Bien, dame más nombres…
- Ya no me queda ninguno… Plinio, ¿conoces tú a los Plinios?
- Ni la menor idea…
- ¿ Y a los Tulios?
- ¿ De la rama de Cicerón?
- De la rama de los Sergios…
- Tampoco…
- Son unos honestos ciudadanos del Argileto…
- Ya te he dicho, Clío, que sólo conozco a indeseables… Conozco un Tulio del Argileto, que es editor y librero. -Y a Mileto-: Fue el que me editó mi primer libro de poemas diónicos.
- Se llama Lucio Tulio Sergio, ¿verdad?
- Sé que se llama Lucio, pero ignoro si pertenece a la rama Sergia. Por cierto que ayer en el Foro me dijeron que en las Saturnales le había salido un rey Momo y que la cena terminó en orgía crapulosa, con homicidios y todo. Lo sentí, porque Lucio es un buen hombre. Ha perdido dinero con mi libro. De los trescientos ejemplares que hizo sólo ha vendido veintitrés y cuarenta que yo le compré para mis amigos.
Clío no se atrevió a decir que había estado en las Saturnales de los Tulios.
Entraron dos pajes con el vino y las pastas. Estaban vestidos con cuidada corrección. Impecables. Petronio, mientras uno de ellos escanciaba, dijo:
- He hablado sin respiro sólo para distraer a mis huéspedes… ¿Por qué habéis tardado tanto?
Uno de los pajes dijo que no encontraban la llave de la bodega. Petronio tenía fija la vista en una arruga del cuello de la esclavina del otro paje.
- Tu clámide tiene una arruga. Es deprimente, Orvio. -Lo dijo en voz baja. Y sin transición, dirigiéndose a Mileto-: No es vino venal. Se trata de una cosecha particular de una granja de Caleno. Probadlo y decidme a qué vino se parece.
Mileto aspiró el aroma y dio un trago. Lo paladeó.
- ¿ Layetano?
- Exacto. Cuando me lo dieron a probar me acordé del ánfora de vino Layetano que me enviaste hace dos años… Tiene un tenue, exquisito punto de acidez. Luego deja un sabor pastoso… Es un vino muy apropiado para tomar con pastas. -Y a Clío-: ¡Qué vino tan infame se toma en casa de Emilia Tría!
Después Petronio se excusó para ponerse a escribir las cartas:
- Mientras escribo, tú, Mileto, acompaña a Clío al peristilo… En la segundo hornacina de la derecha tengo un mármol, que acabo de adquirir, que creo os gustará… Y en la rosaleda del fondo un ejemplar de lirios dacios que están de moda porque florecen en invierno sin necesidad de invernáculo.
Cuando estuvieron solos en el peristilo, Mileto comentó:
- Me ha mareado con su charla. Sospecho que le has interesado vivamente. Lo conozco muy bien y sé cómo se comporta ante las mujeres. Hasta me parece que mi presencia le molestaba. Hubiera deseado estar a solas contigo…
- Me ha dicho Emilia Tría que es un hombre peligroso.
- Yo sólo le he conocido amoríos… Se ama demasiado a sí mismo para tener la generosidad de enamorarse… Estoy seguro que mañana recibirás invitación a una cena. Por lo que has oído ya sabes el terreno que pisas en Roma, precisamente el terreno en que tú quieres actuar… ¿Eres capaz de sacrificarte?
- No consideraré sacrificio todo aquello que haga a favor de mi padrino.
Tras una pausa, Mileto deslizó una pregunta al oído.
Clío se ruborizó y mintió.
- No, no estoy entera… -Y aun mintió más para que a Mileto no le quedara duda-. Un día me entregué voluntaria y gustosamente a un hombre que estaba sediento y atormentado…
- ¿ Tu novio?
- No… Era un amigo: Bardanes, el hijo de Artabán.
- Es un alivio saberlo…
- ¿ Por qué, Mileto?
- Porque ninguno de esos canallas a quienes vas a ver te merecen.
- Gracias, Mileto.
Pero Clío quedó tan triste desde ese momento que cuando se juntó a ellos Petronio con las cartas, de sus labios no salieron más que monosílabos.
Contrariamente a lo que pensaba, no tuvo humor para aceptar la invitación de Mileto. Y se fue al hostal a almorzar.
Clío lo veía todo con claridad. En una composición, las notas se sucedían unas a otras y cada cuerda era pulsada a su tiempo. No sabía si de aquel orden surgía el ritmo y la melodía o si eran éstos los que imponían el orden. Cada cuerda pulsada a su tiempo. Y sabía que en esta composición que era su plan para salvar a Benasur, a la cuerda de su integridad le llegaría el turno.
Pudo haber ocurrido hace tiempo, siendo niña, con Tele, en Miti lene. ¿Acaso una esclava podía defender su virginidad como algo propio, de su exclusivo dominio? Si no cayó con Marsafil, en Antioquía, se debió más que a falta de acoso por parte del traficante a exceso de vigilancia de Eucrata. Después… Hierón. El sátrapa de Tigranocerta cuando la miraba lo hacía con la misma expresión del eco del taller de Lucio Tulio. También en Emporio, durante las tardes de lluvias torrenciales, el príncipe Bardanes daba vueltas en el atrio mirándola y remirándola como bestia en celo. Ella, cuando veía así a Bardanes, terminaba encerrándose en su cuarto a estudiar. Vangamí era distinto.
Pero los demás, la misma mirada, idéntico gesto. Todos los hombres teman igual expresión para ella: en Tebas, en Alejandría, en Tarso, en Siracusa, en Gades, en Tarraco, en Massilia, en Genua. Y en Roma.
Estaba dispuesta a dar la vida por su padrino. Y todo lo que no fuera eso, no pasaba de ser un simple menoscabo. Al primero que le ofreciera un buen servicio, una ayuda eficaz, le pagaría el precio. Se sentía comprometida en un asunto demasiado importante para oponerse a una pasajera servidumbre de su cuerpo. La lista de potenciales candidatos no era pequeña: Máximo Mínimo, el escriba del Castro Peregrino, el centurión Galo Tirones, Herodes Agripa, Casio Querea, quizá Claudio o Messalina. Y día a día según se ampliase la red de sus relaciones, crecería la lista de peticionarios.
No había escape. El oro sirve para todo menos para defender la integridad de una mujer. Un día u otro tendría que ceder. Lo adivinaba en los ojos de los hombres de Roma. Toda la población varonil estaba al acecho de la mujer. Una minúscula parte de esa población comenzaba a acosarla.
Recordaba que a los pocos días de conocer a Benasur éste le dijo poco más o menos: «Conserva tu virginidad por virtud, no por vanidad ni soberbia».
La había conservado por virtud. Desde muy niña ambicionaba ser lirista del templo de Artemis. Benasur le había echado por tierra aquel sueño infantil. Esa virginidad era una virginidad prostituida, porque era idólatra. «Serás virgen hasta que te cases», le dijo en otra ocasión Benasur.
Pero ahora estaba por medio la vida de su padrino.
Después de la siesta se metió en el baño. Llamó Sergio y le dijo que pasara.
- He recogido la lira del taller del musicarius. Ha quedado nueva…
- Tengo ilusión por verla. En seguida salgo.
Y, en efecto, salió del balnea cubriéndose con un jitón, con gotas de agua en el pelo, en el rostro, en las manos. Y mientras se secaba con la toalla, miró la lira que le mostraba Sergio. Había quedado muy bien. Mas en seguida sintió un escalofrío.
- ¡ Pero, Sergio…! -exclamó.
El muchacho apretaba las mandíbulas. Clío quedó consternada. Comenzó a mover la cabeza, a secarse descompuesta.
- ¡ Pero qué has hecho, Sergio!
Sergio no resistió aquella proximidad húmeda, tibia, palpitante, de Clío. Se apartó intensamente pálido y retrocediendo fue a sentarse en la litera. La britana se quedó mirándolo sin comprender.
- No sé qué me pasa, Clío… Me siento mal… Me haces daño, Clío.
Y se tapó el rostro con las manos. Clío le dio un sorbo de vino.
- Bebe… ¿No me decías que eras hombre?
- Sí, soy hombre… ¡Por eso me haces daño, Clío!
- Bebe conmigo… Ya nos curaremos de esos daños. Pero no puedo perdonarte lo que has hecho en la lira… ¿Por qué no me obedeciste? Ya nunca Plinio podrá ver la lira… ¡Hasta la fecha la has cambiado! ¿Qué fecha tiene?
- El día que nos conocimos… -dijo el muchacho sin mirarla.
Clío se sirvió de nuevo y tomó de un trago el contenido de la copa. Cogió la lira: «No me toques… si no es para entregarte a mí». Y abajo: «Clío y Sergio». Y la fecha.
- ¿ Crees que te censuro? ¡No! Has hecho muy bien. La estúpida fui yo al darte la lira sabiendo la antipatía que le tienes a Plinio. ¡Hiciste muy bien! Pero yo no me perdono haber sido tan inocente. ¿Qué va a pensar Plinio?
- ¡ Qué te importa lo que piense! ¿Te hubieras preguntado qué habría pensado yo de mí mismo si le digo al musicarius que pusiera el nombre de Plinio?
- Triste para seis cuerdas… Plinio me inspiró esta composición.
- ¡ No es cierto, Clío! ¡No mientas! Esa pieza la compusiste en nuestra casa, en la ínsula Camila. Yo estuve toda la tarde a la ventana escuchándote. Testigo, Gala Domicia. ¡Si ella pudiera hablar…!
- Eres un encanto, hasta cuando gritas. Y si se te pasó el arrechucho, ayúdame a secarme las piernas…
- No, no te seco las piernas.
- Como quieras. Debo pensar que tienes miedo. ¿Quieres abrir el armario y darme la synthesis y la capa?…
- ¿ Es que vas a vestir a estas horas la synthesis?
- Sí; porque voy a cenar fuera de casa… Plinio me dijo que hay un Pabellón Dorado en el Campo de Marte en que se puede cenar sin que nadie le importune a una…
Sergio, que andaba buscando en el armario la synthesis, se volvió y con la vista en el piso, sin mirar a Clío, le dijo:
- A ese Pabellón Dorado sólo van parejas… ¿Acaso vas a cenar con Plinio? -Y como la joven no le contestara-: ¿Ya te pusiste la subúcula o todavía estás…?
- Sí, todavía estoy. Pero mira si quieres, no seas tonto…
- ¿ Cuál synthesis?, ¿la bordada con perlas?
- La que a ti más te guste…
- A mí me gusta ésta que tiene bordados en oro.
- Pues dámela… ¿Te gustan estos zapatos?
- No mucho. Parecen de actor con ese coturno que tienen.
- Son la última moda. Hacen a la mujer más esbelta.
- Yo no he visto unos zapatos como ésos -arguyó Sergio.
- Porque en Roma no sabéis vestir. Me los compré en Gades. Son preciosos.
- Con esos zapatos llamarás la atención como con tus mantos… Todos los hombres te miran de un modo en que se adivinan malos pensamientos… Ese Pabellón Dorado es sólo para parejas. No me has contestado si vas a cenar con Plinio.
Clío rió.
- ¡ Plinio! ¿Quién piensa en Plinio, Marco Tulio? Yo sólo pienso en ti. ¿No te regañarán tus padres si no vas a dormir esta noche a casa?
- Si digo que estuve contigo, no.
- Ése es el inconveniente. No tienes que decir que estuviste conmigo.
- Entonces tampoco me regañarán si llego a la casa antes de que se levanten…
- ¿ Quieres acercarme el pomo que está en ese trípode de la litera?