CAPÍTULO 8 

 

CUANDO él regresó de la cocina y vio que estaba dormida, decidió no despertarla, a pesar de haber planeado enfrentarse cara a cara esa misma noche a ella. Lilia se despertó a la mañana siguiente, nada más amanecer, y le encontró tendido junto a ella, mirándola fijamente. Esto le hizo pensar de nuevo en su situación. De pronto experimento un temblor peligroso y emocionante, un profundo deseo de abrazarle. 

—Es extraño cómo sucedió todo —comentó antes de que ella pudiera hablar—. Hemos dado una vuelta completa, ¿verdad? Estás de nuevo en mi cama, me perteneces otra vez. Lilia se incorporo, cuando él intentó apartarle un mechón que había caído sobre su frente. 

—Yo no pertenezco a nadie —negó ella con vehemencia— y pienso salir de aquí inmediatamente para volver a Londres. 

—No seas tontuela. No puedes hablar en serio —trató de atraerla de nuevo hacia él y ella, hizo todo lo posible para no rendirse—. ¿No te das cuenta de que por fin las cosas se están arreglando para nosotros? Ahora ya sabes quién eres, quién soy yo. ¡Oh Lilia! —exclamó Tor—, entristecido te vi salir de la iglesia, del brazo de Dane, pensé que ése era el fin de todo. Yo... 

—Así que eras tú —murmuró Lilia instintivamente—. Eso pensé, pero no estaba segura. Te fuiste en seguida. 

—Porque no podía soportar por más tiempo el espectáculo. Pero no llegué lejos. Algo me hizo quedarme cerca de la multitud y me alegro de haberlo hecho. Vi cómo arrestaban a Dane, oí lo suficiente para entender lo que sucedía. Entonces me sentí feliz. Comprendí que aún tenía una oportunidad para recuperarte. 

—Nunca ha existido tal oportunidad —le contradijo ella—. Ni siquiera existe ahora. 

—Oh, ya sé que legalmente eres todavía la esposa de Dane, pero... 

—Aunque me divorcie de él no cambiarán las cosas —dijo ella con firmeza.—. Quiero olvidar el pasado y dedicarme a mi profesión. 

—Yo no te voy a prohibir que sigas dedicándote a tu carrera. No voy a oponerme a que aceptes otras comisiones, en tanto ilustres mis libros. 

Lilia había imaginado que él estaba interesado en ella por sus ilustraciones, pero ahora estaba completamente segura. 

—Estuve en el tribunal —continuó Tor, interrumpiendo sus pensamientos—, el día en que condenaron a Dane a cadena perpetua. Fue entonces cuando decidí escribirte, usando mi segundo nombre como alias. Quería ayudarte, borrar de tu rostro esa expresión tensa y desventurada, quería que volviéramos a estar juntos. 

«¡Qué consencuencias tan extrañas tuvo esa carta!» pensó Lilia. Sin la carta, Maurice tal vez no la habría incluido en sus planes para rescatar a su hermano, así fue, en cierta forma, Tor había sido el culpable de lo que le había sucedido hasta entonces. 

—Pero todo ha terminado bien —insistió él con tranquilidad, adivinando sus pensamientos. 

—Bueno, yo no estoy de acuerdo. Me siento... me siento como una tonta, avergonzada de pensar cómo viví bajo tu mismo techo, durante semanas enteras, sin saber quién eras... que tú sabías todo acerca de mí... todo —repitió con voz débil. 

—Te aseguro que me enfurecí mucho cuando te vi llegar convertida en la esposa de Maurice. Aunque sólo por algún tiempo. Yo en seguida imaginé sus intenciones y los acontecimientos posteriores me convencieron de que Sybil era en realidad su esposa. Fue muy conveniente para él que perdieras la memoria. Yo sé ahora que, hasta entonces, te negaste a cooperar con sus planes. 

—¡Por supuesto que me negué! 

—Bueno, todo eso ya ha pasado —Tor hizo una pausa y luego añadió—: Ahora podemos... 

—¡No todo ha terminado! —negó ella, tragando saliva con nerviosismo al ver la expresión de los ojos de Tor—. Todavía hay... 

—¡Olvídalo, Lilia, olvídalo todo! —agregó él con voz ronca—. Excepto la parte que se relaciona con nosotros. ¿Has olvidado los momentos en que estuviste en mis brazos, cuando casi... la tormenta, el bosque... 

No, ella no había olvidado y tenía muchos otros recuerdos además de esos, aunque no estaba dispuesta a confesarlo. 

—Se nos ha brindado una segunda oportunidad, Lilia. No la desperdiciemos... —impaciente ante la insistencia de ella por alejarse, la atrajo de nuevo hacia su pecho, tratando de besarla, de vencer su decidida resistencia. 

—No, Tor... 

—Cedí anoche porque estabas muy cansada, pero esta mañana las cosas son diferentes. 

—No lo son —respondió con voz débil. A pesar de no querer creerlo, desde el momento que él la tocó, Lilia supo que estaba perdida, cuando un deseo doloroso cobró vida en su interior. Él nunca solía tardar mucho tiempo en provocar su respuesta. 

En ese momento las caricicias de Tor se volvieron más íntimas y ella no pudo permanecer fría e indiferente como se proponía. Sus labios se volvieron suaves y apasionados, bajo los besos firmes y seguros de él que despertaban un deseo que ella no podía ignorar. 

Los gemidos de Lilia se volvieron febriles, pues la sensación del cuerpo de Tor contra el suyo era lo único que necesitaba. Como si hasta ese momento jamás se hubiera sentido satisfecha, Lilia continuó explorando el cuerpo masculino, moviéndose sensualmente contra él, provocando una urgente necesidad entre los dos para la cual sólo podía haber una solución satisfactoria. 

Pero no pudo ser. En el instante que todo parecía consumarse se oyó un fuerte golpe a la puerta, Lilia permaneció inmóvil por un momento. 

Tor, enfurecido, se puso los pantalones y el suéter y bajó a comprobar quién llamaba. Lilia se dirigió al cuarto de baño y se dio una ducha fría, para recobrar el sentido común. 

Mientras el agua refrescaba su cuerpo, ella comenzó a pensar preguntándose quién podría estar llamando a esa hora tan temprana. De pronto su corazón le dio un vuelco. ¿Y si era Michael? 

Con un profundo nerviosismo, Lilia corrió a la otra habitación, en la que tenía su ropa y se puso unos pantalones vaqueros. 

Abajo, en el umbral de la cocina, se detuvo para lanzar un gran suspiro de alivio. El hombre con quien estaba hablando Tor, no era un prófugo de la justicia, sino un fornido policía, quién se volvió para mirarla. 

—¡Buenos días, señora Dane! Me alegra ver que no ha sufrido ningún daño después de lo sucedido ayer. Pensé que usted y el señor Endacott debían ser puestos al corriente de lo que está ocurriendo. 

Ella se sentó en una silla de la cocina. 

—¿Ya le... han detenido? 

—No, todavía no, pero no puede haber ido muy lejos. Tenemos los caminos bloqueados y patrullas por todos los alrededores. ¿Me permite sugerirle algo? No quiero alarmarla, pero creo que sería mejor que se marchara usted de esta zona, en tanto no le encontremos. Lejos de aquí estaría mucho más segura. 

Aunque la advertencia del policía produjo en Lilia un profundo terror, pensó en utilizarla como excusa para irse de la granja y escapar del laberinto de sus emociones. Pero, ¿y qué pasaría con Tor si Michael regresaba? 

—Por si le interesa, señora —continuó el policía—, voy a pasar por la estación, cuando vaya a entregar mi informe, dentro de unos minutos. 

Tor intervino bruscamente. 

—Yo mismo iré a Londres, en cuanto haga arreglos para que alguien venga a cuidar de mis animales. 

—Prefiero irme ahora —agregó Lilia apresuradamente—. No quiero pasar un momento más en este lugar. 

—Me parece muy inteligente de su parte —comentó el policía. 

Ella no podía decirle que tenía tanto miedo de que volviera su esposo, como de no poder resistir a Tor. 

—Iré a recoger mis cosas —anunció Lilia y dio la vuelta con rapidez, saliendo de la cocina, antes que Tor pudiera protestar. 

Lilia sabía que Tor no se atrevería a hacer una escena frente al policía y ella no podía permitir que éste se fuera sin ella. Aun así, recordó Lilia, una semana más tarde, Tor manifestó claramente su disgusto, pero le conocía demasiado bien y no estaba dispuesta a quedarse para ser utilizada por un hombre que no la quería en el verdadero sentido de la palabra. La simple atracción física no era suficiente. 

Sin embargo, la invadió un dolor intenso al marcharse de la granja sin despedirse  de Tor,  se iba de ahí para siempre. 

 

 

—¿En dónde has estado metida todas estas últimas semanas, quieres decírmelo? —preguntó indignado el agente de Lilia, cuando entró en su nuevo apartamento. 

—¡Oh... he estado en el campo! —contestó la joven, evitando decir la verdad—. Lo siento mucho, más no pude avisarte que me iba. 

Lilia no soportaba todavía el contar sus experiencias de las recientes semanas, ni siquiera a un amigo de tanta confianza como Charlíe. 

Había hablado por teléfono con Charlie Laing para darle su nueva dirección, porque tan pronto como volvió a Londres, dejó su antiguo apartamento, para que no la encontrara ni Michael Dañe ni Tor Endacott. 

—Tengo media docena de contratos listos para ti —continuó Charlie, todavía sorprendido—. Este no era el momento oportuno para irte de vacaciones al campo. Además, yo pensé que ibas a entregarte en cuerpo y alma al trabajo, después de ese terrible asunto de tu matrimonio. ¿Cuándo puedes venir a mi oficina? Quiero que... 

—De ello quería hablar contigo y por eso te he hecho venir —lo interrumpió Lilia—. No quiero ir a tu oficina, Charlie, al menos por el momento. Hay... hay personas con quienes no quiero encontrarme. ¿Podrías... podrías venir aquí durante algún tiempo y mantener mi domicilio como una cosa estrictamente confidencial? 

—¿Tiene esto algo que ver con Tor Endacott, por casualidad? 

—Sí, ya que lo preguntas —respondió decidida—. De él se trata precisamente. 

—Hum... seguramente por ese motivo estuvo rondando mi oficina toda la semana pasada. 

Lilia contuvo la respiración, aunque no le sorprendía que Tor hubiera tratado de buscarla. Sabía que él no iba a darse por vencido con facilidad y, en cierto modo, se alegraba, ya que no podía pasarse la vida escondiéndose de él. 

Finalmente consiguió que Charlie aceptara, no revelar a nadie su nuevo domicilio y visitarla él, al menos por algunas semanas. Se sintió un poco más tranquila, aunque no completamente. Podría ocultarse de Tor, pero le era imposible olvidarle para siempre. 

Además, jamás podría estar segura de que Michael no la encontraría pasado algún tiempo, aunque ella abrigaba la esperanza de que ya hubiera logrado salir del país. 

Era evidente que Tor estaba ahora en Londres, abrumando a Charlie con preguntas sobre el paradero de ella. ¿Podría guardar éste el secreto? Charlie era, de hecho, su única posibilidad de contacto con el hombre a quien más quería en el mundo, y cuando su agente le llevara el trabajo, ella no podría resistir la tentación de preguntarle por él. 

Sin embargo, antes de la siguiente visita de Charlie, Lilia recibió otra, completamente inesperada. Convencida de que Michael había logrado escapar, no esperaba saber nada de él y al ver a dos policías frente a su puerta, ella supuso que estaban ahí para informarle que seguían buscándole. 

Los oficiales eran, en esta ocasión, un hombre y una mujer, quienes la siguieron a la sala del apartamento. Lilia esperó de pie, con las manos metidas en los pliegues de su falda, para disimular su ansiedad. 

—Por favor, siéntese, señora Dane —sugirió la mujer—. Lo que tenemos que decirle le causará una fuerte impresión. 

Ella obedeció, mirando asombrada de un policía a otro. 

—Cuando usted escapó del automóvil en que su esposo huía esa noche, ¿tenía idea de dónde estaban, exactamente? 

—No. Había mucha neblina. Yo iba asustada... muerta de miedo. Perdí todo sentido de orientación. 

—Entonces será una sorpresa para usted enterarse de que se encontraba a sólo cincuenta metros, más o menos, del pantano de Wolfstor... 

Lilia sintió un ligero temblor. Eso no sólo la sorprendió, sino que la dejó completamente horrorizada. ¿Y si en su desesperada huida hubiera corrido hacia el pantano, en lugar de hacerlo en la dirección opuesta? ¿pero por qué la estaban torturando una vez que había pasado todo? 

—Cuando nuestras patrullas no consiguieron encontrar a su esposo... tuvimos que considerar otras posibilidades. Señora Dane, no hay modo de que podamos suavizar esta noticia. Su esposo está muerto, su cadáver lo rescataron ayer... del pantano de Wolsftor. 

Lilia se quedó inmóvil, sin hablar, estremecida por sus confusas emociones, un abrumador alivio y una cierta piedad por Michael, por su vida lamentablemente desperdiciada, la invadían al mismo tiempo. 

Después de todo, ella le había estimado... en otra época. 

—Gracias por decírmelo —agregó con voz baja, con una tranquilidad que asombró a los dos policías. 

—¿Hay alguien a quién podamos buscar, para que la acompañe? —preguntó la mujer policía, con amabilidad. 

Lilia movió la cabeza de un lado a otro. Ella quería recurrir a una sola persona, alguien a quien deseaba abrazar, pero el orgullo le impedía buscar la ayuda de esa persona. 

—No, no hay nadie, no se preocupen por mí. Estaré bien, una vez que me acostumbre a la idea. 

Casi contra su voluntad, los policías decidieron dejarla sola y Lilia se alegró de ello. Desde ese momento, debería enfrentarse a esta nueva situación y, a pesar de que era un gran alivio ser libre de nuevo, no pudo evitar un estremecimiento de terror por la horrible muerte de Michael. 

 

 

¿Cómo afectaría a Tor la noticia cuándo llegara a sus oídos? Sin duda, se alegraría por ella, pero... Una nueva llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Por un momento estuvo a punto de no abrir. Pero si eran los policías de nuevo y ella no constestaba, podrían pensar lo peor y echar la puerta abajo. 

—¡Charlie, eres tú! ¡Pasa, por favor! 

Su agente llevaba dos voluminosas carpetas, además de su cartapacio y lanzó un gran suspiro de alivio cuando ella abrió la puerta. 

—¡Cuánto me alegro de que estés en casa! Me desagradaría tener que volver a la oficina con todo esto. Perdí tu número de teléfono y como es privado... —depositó los papeles en una mesa y se acomodó en el sofá. Entonces se dio cuenta de que Lilia estaba alterada—. ¿Qué te sucede querida? Te noto un poco extraña. 

En el momento que Lilia se disponía a contarle sus más recientes tribulaciones, tuvo que volver a abrir la puerta, porque estaban llamando de nuevo. No se le ocurrió siquiera preguntarse quién podía ser, puesto que sólo Charlie y la policía tenían su domicilio. Al ver quien estaba frente a la puerta, intentó cerrarla, pero Tor se lo impidió. Éste cruzó el umbral decidido, y ella le siguió sin protestar, cuando él se dirigió hacia la sala, después de cerrar la puerta.   ¿Cómo habría descubierto él su paradero? 

—¿Charlie? —preguntó ella con tono acusador—. Creí haberte dicho que... 

—No culpes a Charlie —la interrumpió Tor con brusquedad—. Él no lo sabe, pero le he estado siguiendo a todas partes los últimos dos o tres días. Estaba seguro de que se pondría en contacto contigo tarde o temprano —se volvió al agente—. Hazme un favor, viejo amigo, márchate. Vuelve otro día, ¿quieres? 

Después de mirar a Lilia y a Tor con una expresión amable, Charlie decidió obedecer, aunque no sin antes protestar. 

—¿Cuando voy a tener listo algún trabajo tuyo? —preguntó dirigiéndose a la joven. 

—Puedes pedirle todos los trabajos que quieras —añadió Tor—, dentro de un mes. No, no discutas, sólo perderías el tiempo. 

Cuando Tor y Lilia se quedaron solos, ésta descubrió que sus piernas comenzaban a debilitarse y se sentó en el lugar que Charlie había dejado vacío, esperando temblorosa a que Tor volviera de la puerta. 

—¿Qué... qué es lo que quieres? —murmuró Lilia rompiendo el tenso silencio que se había producido entre ellos. 

—Solamente a ti. 

—Por favor... —suplicó ella, tratando de no perder la compostura—, no empecemos de nuevo con eso. Yo... yo no creo que pueda soportar más. 

—¡Lilia! —él se sentó junto a ella, y le cogió las manos—. Tenemos que ser realistas. Muy bien, han sucedido muchas cosas desagradables. Hemos sufrido muchos malentendidos. Pero todo eso se puede aclarar y arreglar. Vas a solicitar el divorcio, naturalmente, pero no quiero que esperes hasta que sea definitivo para que me haga cargo de ti. Debes dejarme... 

—No hay necesidad de divorcio —respondió en voz baja, al darse cuenta de que él todavía no conocía la noticia de la muerte de Michael. 

—¿Qué quieres decir? —preguntó, enfurecido—. No me digas que intentas seguir atada a ese... a ese... 

—Tor, por favor —añadió con nerviosismo—, sin importar lo que él haya hecho, no debes... no debes hablar mal de los muertos. 

Al oír lo que Lilia acababa de decir, Tor se quedó muy sorprendido. 

—¿Muerto? ¿Dane? ¿Cuándo recibiste la noticia? 

La pregunta pareció retumbar en la cabeza de Lilia, que hizo un movimiento afirmativo, y por primera vez desde que había recibido la noticia de la muerte de Michael, sintió que sus labios temblaban. 

La cercanía de Tor siempre le provocaba ese efecto, debilitando su resolución de ser fuerte. 

—Esta mañana... hace como media hora —logró decir, antes de perder el control por completo. Se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar sin poder evitarlo. 

Tor la rodeó con los brazos y ella sintió que pertenecía completamente a ese hombre. 

Sin embargo no pudo dejar de sollozar durante casi veinte minutos, con un llanto en el que volcó toda la tensión acumulada durante meses enteros, tal vez desde que se había separado por primera vez de Tor. 

Cuando logró tranquilizarse, él le levantó el rostro, y empezó a recorrerlo suavemente con sus labios. Agotada por el llanto, Lilia no pudo resistirlo. Sabía que realmente no deseaba resistirse. 

—¿Has derramado todas esas lágrimas por Dane? —le preguntó él de pronto. 

—No por lo que supones. Es terrible pensar que alguien a quien conociste ha muerto de esa manera tan espantosa —su voz tembló—, me siento culpable, porque su muerte me produce un gran alivio... porque estoy contenta de haberme librado de él. ¿No te parece un sentimiento cruel? 

—No, de ningún modo, él no merece tu lealtad. En cuanto a la forma en que murió, no creo que a Dane le hubiera gustado pasar el resto de su vida encerrado. Pero, basta, no quiero parecer inhumano, debemos olvidarlo y pensar en nosotros mismos. 

Tor recorrió las caderas de Lilia en un gesto acariciante y posesivo. 

—¿En nosotros? —ella movió la cabeza de un lado a otro. 

—¡Lilia!, escúchame —ordenó él, al tiempo que sus manos continuaban siguiendo el contorno del cuerpo femenino, con movimientos tranquilos, seductores—. Hemos perdido demasiado tiempo en separaciones forzadas, malentendidos y cosas así. Aprovechemos esta nueva oportunidad, cariño. 

Al mismo tiempo que sus labios se unieron, impidiéndole a Lilia protestar, él continuó acariciándola, evitando con la posesión de su cuerpo que escapara. 

Al principio se mantuvo rígida, tratando de convencerse de que ese hombre no le haría sentir nada, ya que era incapaz de responder. Sin embargo, él era demasiado experto para no despertar en ella un placer físico, que no tardó en convertirse en urgente necesidad. 

—Tor —protestó Lilia, jadeando—, no puedes llegar aquí y... 

—¿Reanudar las cosas dónde las dejamos? ¿Por qué no? sus manos recorrían las partes más íntimas del cuerpo de la joven evocando una dulce y aguda sensualidad—. Te deseo, Lilia...te deseo ahora. Hemos esperado demasiado tiempo. 

—No, yo... —movió la cabeza de un lado a otro, tratando de liberarse de la opresión de los labios masculinos y de negar esta tentadora locura carnal. 

—Tú me deseas también. Siempre lo has hecho. ¿Por qué intentas negarlo, Lilia? 

Estaba decidida a aclarar la situación de una vez por todas, eso le dio la fuerza necesaria para empujarlo y hacerlo a un lado. 

—Porque no voy a hacer lo que tú quieres, no seré tu amante, Tor. Sé muy bien que he hecho un lío terrible de mi vida hasta ahora. Pero aunque elegir a Michael fue un error de mi parte, al menos me casé con él. No cometeré otro error y no voy a olvidarme de mis principios, ni a ir en contra de lo que yo considero correcto. 

Lilia le miró desafiante y furiosa. 

Tor se quedó completamente sorprendido y por su propia voluntad se retiró de ella. 

—Vamos a aclarar esto. ¿Tú crees que sólo estoy interesado en tener una aventura? 

—Sí —de algún modo, ella logró mantener el tono de desafío—. Yo sé que así es. Tú mismo me lo has insinuado más de una vez. 

—¡Oh, Dios mío! —se pasó las manos por el cabello provocando un completo desorden ap él—. ¡Caramba, Lilia, quiero casarme contigo! Admito que cuando nos conocimos, yo habría aceptado cualquier condición que me exigieras para obtener tu amor. Tú parecías totalmente entregada a tu carrera, tan ansiosa como yo de no comprometerte y fue una tremenda impresión para mí el descubrir que esperabas que me casara contigo. Al principio, no estaba dispuesto a sacrificar mi libertad. Hasta pasé varias semanas repitiéndome que podría vivir sin ti, que si no te veía, jamás te echaría de menos. Después comprendí que todo era inútil, que estaba enamorado, como nunca había estado antes. Volví con la intención de decírtelo, de pedirte que me perdonaras mi falta de sensibilidad, que te casaras conmigo, pero el día que regresé, te casaste con Dane. 

—Yo... pensé que sólo me deseabas, que querías una ilustradora para tus libros, que al mismo tiempo satisfaciera tus deseos... —titubeó ante la furia que se reflejaba en sus ojos. 

—Tienes una idea muy equivocada de mí. He estado muy confundido durante algún tiempo, pero jamás he sido calculador —se levantó y empezó a caminar de un lado a otro, para detenerse de vez en cuando y continuar su explicación—: ¿No te das cuenta de la verdad, después de todo lo que hemos pasado en las últimas semanas? ¿Acaso has creído que sólo intentaba experimentar contigo? Quería ayudarte, sí, esperaba ayudarte a recobrar la memoria, pero también consideré tu amnesia como una oportunidad de hacer que te enamoraras de mí. —Tor hizo una pausa y luego añadió—: No podías recordar a tu verdadero esposo y yo estaba bastante seguro de que no le amabas. Yo tenía más fe que tú. No podía creer que pudieras enamorarte, dejar de amar y volver a hacerlo con tanta rapidez. Y si le hubieras tenido algún cariño, sin duda alguna lo que él hizo te habría abierto los ojos. Yo deseaba estar a tu lado cuando recobraras la memoria, ofrecerte el amor y la seguridad que necesitabas. 

—Tú... tú nunca... has hablado de amor —comentó ella, sin atreverse a dejar que la semilla de esperanza, que él había plantado, creciera. 

—¿No? Yo te he dicho varías veces que te deseaba y eso es cierto. Pero pensé que te dabas cuenta de que mi deseo lo incluía todo. Te deseaba... te deseo de todas las formas posibles. Lilia —su voz se hizo más grave. Volvió a donde ella estaba y la cogió en sus brazos sin que ella pudiera resistirse—. Quiero compartir todo contigo, por el resto de mi vida, y no me refiero sólo al éxtasis de nuestros cuerpos cuando se unen. Quiero que compartamos experiencias de todos los tipos, todo lo que hay en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra alma, si crees en esas cosas, por supuesto. 

Lilia no podía creer que ese hombre estuviera realmente enamorado de ella, pues siempre había pensado que sólo la deseaba como amante. Ella le rodeó la cintura y le sintió estremecerse. Sabía que él esperaba con ansiedad su respuesta. 

—Yo creo en todo lo que tú crees —murmuró ella con suavidad, poniéndose de puntillas para besarle el cuello—. Y ése es el tipo de amor que yo deseo también. 

—¿Y tú... me quieres? —preguntó él. 

—Sí, te quiero —contestó gozosa—. Siempre te he querido, pero pensé que... 

Sin esperar que ella terminara de hablar. La levantó en sus brazos con una expresión de triunfo. 

—Le dije a Charlie que no trabajarías en un mes —murmuró con voz ronca—.  Será mejor que no lo hagas durante dos. 

Él no tardó demasiado tiempo en quitarle la ropa a Lilia y despojarse de la suya, porque ella no opuso resistencia, pero aún así, él no apresuró aquel precioso momento, sino que, lentamente la acarició y exploró todo su cuerpo, haciéndole sentir un profundo estremecimiento. Luego, la acercó más a él y se unieron sus cuerpos con apremiante necesidad. 

—¡Oh, mi amor, oh, Tor, ámame! —gritó ella—. ¡Ámame, por favor! 

—Todos los días, todos los momentos de nuestra vida —le aseguró él, intensificando con su íntimo contacto el ardiente deseo de la joven.