CAPÍTULO 5
AUNQUE sorprendida de que Tor se lo pidiera así; Lilia le llevó cierto fin de semana a su casa de Gloucestershire y se quedó satisfecha al ver que el escritor también le resultaba simpático a su padre. Ella siempre había creído que era una buena prueba el ver a su amigo en su propio hogar y de manera particular, en compañía de su padre.
—Él me parece mucho mejor que los jóvenes que has traído a casa en otras ocasiones y, sobre todo, no puede compararse con ese muchacho llamado Michael a quien trajiste dos veces el año pasado —comentó Sir John—. ¿Realmente estás enamorada esta vez?
—No... no... claro que no —se apresuró a decir Lilia sin pensarlo demasiado. Pero, ¿lo estaba? Esperaba que no, porque eso haría su separación todavía más difícil. Tor comenzaba a hablar de su necesidad de volver al trabajo.
—Estoy investigando acerca de las costumbres y de la cultura de la región de Devonshire —le dijo un día—. Sólo Dios sabe por qué no lo he hecho antes, teniendo la fuente de información casi en la puerta de mi casa... —luego, para gran asombro de Lilia, añadió—: Y he cambiado de opinión. Me gustaría que trabajaras conmigo en este libro... esto es, si todavía te interesa, por supuesto.
Su tono hizo que la joven se sintiera insegura sobre si él aperaba que aceptara o rechazara la proposición.
—¡Vaya, eso sí que es inesperado! —dijo Lilia, sin poder evitar el tono sarcástico—. ¿Ya no tienes miedo de que te complique la vida?
—No —dijo titubeando—: He llegado a la conclusión de que tu eres sensata y lo bastante madura para mantener una relación profesional sin que surjan complicaciones emocionales.
—¿De veras? —preguntó Lilia irritada—. ¿Y qué pasará si yo no he cambiado de opinión? Todavía no me has preguntado si yo quiero colaborar contigo.
—¡Lilia! —Tor frunció el ceño, asombrado—. ¿Qué he dicho de malo? Pensé que éramos amigos. Además, lo único que pretendía era halagarte.
—¿Esa ha sido tu intención? —el tono de ella era irónico, pero suave. Lilia no se sentía en absoluto halagada cuando Tor estaba tan seguro de que ella no alteraría su tranquila vida de trabajo.
—Lo que me gustaría—continuo él, ignorando que ella seguía enfadada— es que vinieras conmigo a la granja Wolfstor. Eso te daría oportunidad de conocer el ambiente de la zona.
—¿Cuánto tiempo tendría que estar allí?
A pesar de lo ofendida que aún se sentía, la invitación excitó a Lilia por todas las posibilidades que ofrecía; sin embargo, también la asustaba. Se sentía muy impresionada por la intensidad de los sentimientos que la impulsaban a aceptar el ofrecimiento de Tor.
—Yo había pensado que te quedaras un mes. Pero tal vez el lugar no te atraiga demasiado —continuó el apresuradamente—. Está completamente aislado. No hay vida social. Estaríamos tú, yo... y el páramo.
No fueron tanto sus palabras, como el tono de su voz lo que le hizo temblar. Muchos hombres habían estado enamorados de ella, pero era la primera vez que la joven quería realmente a un hombre... aunque era improbable que su amor fuera correspondido.
A Lilia le encantó la granja Woltstor tal como había imaginado y estaba segura de que se sentiría muy feliz viviendo allí para siempre, con Tor.
Lilia pasó sus primeros días en la granja leyendo algunos de los libros de Tor para darse una idea del tipo de ilustraciones que debería realizar. Tor le hizo comentarios sobre su nuevo libro, pidiéndole su opinión sobre las ilustraciones. Pero a pesar de lo ocupados que estaban. Lilia no pudo menos que darse cuenta de la magnética atracción que ese hombre ejercía sobre ella.
Aunque el tema nunca había surgido, a Lilia le daba la impresión de que Tor nunca se había casado, a pesar de que tenía ya alrededor de treinta y cinco años. ¿Pero había habido alguna mujer en su vida? Eso era casi seguro. A pesar de su dedicación al trabajo era un ser humano. Sin embargo, el pensar en Tor haciendo el amor a otras mujeres le resultaba insoportable.
Aunque pasaron muchas horas juntos en el estudio, Tor la llevó a recorrer los alrededores, en su pequeño automóvil. Después de todo, el objeto de la visita era que ella se familiarizara con el peculiar ambiente de la región:
—Me entusiasma mucho la idea de que trabajemos juntos en este libro —le decía Tor una noche en que se dedicaron a hablar sobre su recorrido de ese día—. Creo que tus dibujos van a aumentar su valor —se dirigió hacia una de las estanterías, seleccionó un volumen y lo abrió en donde había una ilustración—. Este tipo era bueno, pero no puede compararse contigo. Tus dibujos tienen una calidad indescriptible, que aumenta el interés de las leyendas.
Un día particularmente productivo fue aquel en que hicieron una visita a una amiga de Tor que era según su opinión, todo un personaje. Cruzaron el ondulante páramo, sorteando el peligroso pantano de Wolfstor para dirigirse hacia la propia cresta de granito, que se elevaba, sombría y misteriosa, aun en aquel agradable día de verano. Sin embargo, a pesar de su impresionante aspecto, ese lugar le resultaba a Lilia muy atractivo.
—Ten cuidado con las grietas —le dijo Tor. mientras cabalgaban en los pequeños ponies nativos de Dartmoor—. Aun en los lugares que parecen más seguros.
Cuando se acercaron más a la colina. Lilia pudo ver sobre el propio risco, una rústica casita de granito.
—¿Ahí es donde vive tu amiga? —preguntó Lilia sorprendida.
No era un lugar agradable. Estaba demasiado cerca del pan taño y era un sitio muy desolado.
Pero la casita de piedra estaba sólidamente construida, con gruesas paredes y tejado de paja. Los viejos muros estaban cubiertos de líquenes y musgo, como un camuflaje natural que hacía casi imposible distinguirla de la colina donde descansaba.
Fuerte, diminuta y de piel morena, la amiga de Tor, Nan Jones, parecía parte de su agreste ambiente. Su piel y su pelo blanco eran producto de los sesenta y tantos años que llevaba soportando el clima de Dartmoor. Trataba a Tor con una curiosa mezcla de respeto y cariño maternal.
—¿Por qué no has venido a verme en tantas semanas? No, no me digas más. Yo tengo ojos. Puedo ver —y sometió a Lilia a un meticuloso examen que no resultó en absoluto impertinente. Por fin movió la cabeza de arriba abajo, como si estuviera satisfecha—. Esta muchacha te conviene, Tor, puedo asegurártelo. La vieja Nan no se equivoca, ¿verdad?
Había algo tan extrañamente impresionante en los ojos oscuros y penetrantes de la anciana, que Lilia presintió que esa mujer sabía cosas que no conocía todo el mundo. Al mirar a Tor, vió que tenía la vista fija en ella, como si estuviera pensando en la recomendación de la anciana. Lilia se ruborizó y desvió la mirada hacia otro lado, agradecida porque la mujer había empezado a hablar de nuevo atrayendo la atención de Tor.
—¿Estás escribiendo otro de tus buenos libros, eh? —preguntó mientras les ofrecía un poco de vino preparado en casa—. ¿Y en qué secretos estás escarbando ahora?
—Los tuyos, espero —dijo Tor con gravedad—. He recorrido nuestra región, recogiendo todo tipo de leyendas, y de pronto me he dado cuenta de que todavía no había buscado en el rincón más importante.
La anciana empezó a contarle varias historias, en las que los hechos reales se mezclaban con las leyendas, los mitos y las supersticiones. A medida que transcurría la tarde, Lilia llegó a la conclusión de que años atrás, Nan Jones había sido considerada como una bruja por su costumbre de recorrer el páramo en busca de hierbas curativas y el conocimiento de sus efectos sobre la salud humana.
—No eres más que una vieja bruja, Nan —dijo Tor confirmando la suposición de Lilia.
La anciana asintió, como si se sintiera muy orgullosa de ello.
—Tienes razón, pero la brujería que yo practico no es mala. La gente por aquí reconoce que yo sólo les hago el bien con mi magia.
—Nan lee la suerte también —dijo Tor a Lilia—. Deja que te lea la mano.
—¡Oh!... yo no pienso... quiero decir, no creo en...
Pero antes de que ella pudiera impedirlo, Nan le cogió las manos y examinó sus palmas con mirada penetrante.
—Son manos artísticas... —entonces el rostro de la anciana se contrajo en un gesto de desconcierto—. Su futuro es extrañamente nebuloso, querida. Como la neblina que a veces cubre el páramo. Puedo ver a un hombre... alto, de pelo rubio—se detuvo y miró a Tor, que tenía el cabello castaño oscuro—. Hay no uno, sino dos hombres en su vida, querida. Son tipos muy parecidos, que le están causando graves problemas.
Lilia pensó que lo que la anciana acababa de decir no tenía el menor fundamento. El único hombre rubio que conocía, era Michael Dane, compañero de estudios, con quien había salido en algunas ocasiones y que persistía en sus esfuerzos por reanudar una amistad terminada poco antes de conocer a Tor. La voz de Nan se elevó de repente.
—¡No debe usted confiar en ellos! ¡No, no confíe en ellos, niña! Veo el mal... la muerte... asesinato... y veo el pantano de Wolfstor como el fin de todo —miró a Lilia con una expresión angustiada—. ¡No se acerque al pantano, y aléjese de esos hombres!
Lilia debió palidecer porque de pronto intervino Tor.
—¡Basta. Nan, la estás asustando!
Contra su voluntad, Nan soltó las manos temblorosas de la joven.
—Tal vez la he asustado —murmuró con terquedad—, pero he dicho la verdad.
Lilia sintió un gran alivio cuando Tor dijo que tenían que irse. Aunque no era supersticiosa, las palabras de la anciana la habían impresionado considerablemente. Ella siguió a Tor. Prometiendo, aunque no tenía la menor intención de cumplir tal promesa que volvería a visitar a Nan.
—Yo estoy obligada a decir lo que veo... y he visto la muerte en su mano... una muerte en Dartmoor—insistió la anciana antes de que ellos se alejaran.
—¿Te ha asustado Nan? —preguntó Tor una vez que se encontraron en la calle.
—N... no. al menos... no sé. ¿Tú crees que ella puede ver realmente el futuro?
—¡Claro que no! —exclamó Tor—. Pero cuando menos recuerda una de sus advertencias y no te acerques al pantano.
—Eso es simple sentido común —añadió Lilia, echándose a, reír—. No se necesita ser vidente para saber que es peligroso.
Lilia obligó a su ponny a que se adelantara un poco. Por las estrechas veredas que cruzaban los páramos era mejor cabalgar en fila india. Al hacerlo, un pájaro se elevó por los aires saliendo justo por debajo del ponny. El animal, que solía ser muy tranquilo, se asustó. Se levantó sobre sus patas traseras y entonces se lanzó al galope, cogiendo a Lilia por sorpresa.
Aunque Sir John Sinclair era un gran jinete. Lilia nunca compartió el interés de su padre por los caballos, y aunque para entonces se acostumbraba ya al paso tranquilo de los ponies, no era lo bastante hábil como para detener al animal en casos como ese.
De pronto. Lilia salió despedida por encima de la cabeza del animal. Entonces, el ponny quedó medio sumido por la parte de atrás en el pantano, luchando de forma desesperada con las patas delanteras. La joven tuvo la suerte de caer en terreno relativamente firme. Al ponerse de pie, consciente de los dolorosos moretones que iban a seguir a su fuerte caída, vio que Tor iba ya a rescatar al ponny ignorándola a ella. ¿Acaso es que no le importaba nada a ese hombre?
En ese momento, a Lilia se le ocurrió pensar que posiblemente Tor sabía que ella estaba más bien a salvo, mientras que su montura parecía encontrarse en peligro. Venciendo su momentáneo resentimiento, corrió en ayuda del escritor. Entre los dos, asiendo con fuerza las riendas, lograron tirar hasta que el animal pudo apoyar sus patas delanteras sobre suelo firme. Entonces, luchando desesperadamente, logró salir del pantano, totalmente cubierto de lodo.
Una vez que el animal estuvo a salvo. Lilia se dio cuenta, desolada, que un profundo nerviosismo se apoderaba de ella y empezó a temblar casi con tanta fuerza como el animal. Tor la miró y fue a cogerla en sus brazos.
—Ya ha pasado todo, mi amor. Estás a salvo, gracias a Dios.
—Tor... ha sucedido... tan poco tiempo después de la predicción de Nan —dijo Lilia tratando de sonreír.
—¡Es pura coincidencia! —dijo él con sequedad.
Tor la oprimió con más fuerza y los temblores de la joven aumentaron, aunque en esa ocasión eran provocados por sensaciones muy diferentes.
—¡Lilia —exclamó Tor sorprendido al ver que ella le abrazaba con cierta sensualidad.
—Yo... lo siento. Ha sido... el susto. Estoy bien ahora... de veras —dijo Lilia, tratando de separarse de él.
Sin embargo, no la soltó, sino que cogiéndola por la barbilla, acarició su pálido rostro.
—¿Lilia?
—Yo... yo no me dejo influenciar con tanta facilidad... —trató de evitar la penetrante mirada que parecía leer cada tumultuoso pensamiento que aparecía en su cerebro.
—No —murmuró él. recorriendo sus labios con el pulgar—. Yo tampoco, pero cuando te he visto he pensado, por un terrible momento, cómo podías haber... —la oprimió de pronto con fuerza—. Me has dado el mayor susto de mi vida —sus manos empezaron a moverse sobre sus caderas—. Me ha hecho comprender cuánto... Creo que tengo un buen remedio para la impresión que acabamos de sufrir tú y yo —continuó con voz ronca.
Ella levantó la mirada y al ver la expresión de su rostro no dudó de la sinceridad de sus palabras. Él, sin embargo, no perdió más tiempo hablando e inclinó la cabeza para apoderarse de boca de ella.
—¡Oh Lilia. Lilia!
Lilia se aferró a él, con febril excitación. Todos los anhelos que había reprimido durante las semanas anteriores salieron flote, haciendo que la pasión de él la incitara a arquearse contra su cuerpo.
—¡Vayamos a casa! —le susurró él al oído—. No puedo hacerte el amor aquí —le cogió de nuevo el rostro y esperó su respuesta—. Y quiero hacerte el amor.
—¿Tú... quieres que...?
—¿Lo dudas?
Lilia no podía dudar de él cuando toda la tensión de su cuerpo confirmaba sus palabras.
Tor le rodeó la cintura y los dos comenzaron a caminar, seguidos por los ponnies. De pronto, al darse cuenta que él había hablado de su casa como si le perteneciera también a ella, Lilia llena de asombro, levantó la mirada hacia Tor.
—¡Cielos, Lilia! No me mires así, o te haré el amor aquí y ahora.
La joven se dio cuenta de que volvía a sentir un profundo temblor sin poder evitarlo, con la intensidad de su propio deseo. Pero no debía ceder a él tan fácil. Ella le quería, pero Tor nos había dicho una sola palabra de amor, sólo de deseo.
—No, Tor, por favor... suéltame —ella forcejeó.
—No lo dices en serio. Lilia. Deja de luchar conmigo. ¿Crees que no me he dado cuenta de la atracción que existe entre nosotros? ¿Crees que no he intentado luchar contra ella...?
—No...
—Lilia —su voz era cálida—, no sigas diciendo «no», cuando los dos sabemos que quieres decir «sí».
Empezó a caminar de nuevo y ella le siguió, todavía en un estado de atontamiento, hasta que llegaron a la casa.
Mientras cepillaban a los caballos, Lilia reconoció su propia ansiedad contenida, y sentía que Tor era también muy consciente de ella, pero era un hombre demasiado escrupuloso para descuidar a sus animales. Por fin, cuando terminaron, él cogió sus manos y dijo:
—Y ahora, Lilia, tenemos todo el tiempo del mundo para hablar... y para hacer el amor. Pero primero, creo que los dos necesitamos darnos un baño.
Eso dio a Lilia un poco más de tiempo para pensar las cosas. Se quedó un buen rato en la bañera, disfrutando de los aceites perfumados y del agua tibia y después se lavó el pelo. Sabía que estaba posponiendo deliberadamente el inevitable enfrentamiento, el momento de la decisión y de la verdad.
Al oír un fuerte golpe en la puerta del baño, volvió a la realidad. Ella no contestó, pero vio cómo la puerta se abría y aparecía Tor, cubierto sólo con una bata corta de seda, que dejaba al descubierto sus musculosas piernas.
—Ve... vete —murmuró ella, buscando con qué cubrirse.
—No lo dices en serio... —él recorrió todo su cuerpo sin la menor timidez—. Déjame ayudarte... —cogió una toalla del armario y se puso de pie junto a Lilia, extendiéndola.
—Yo no salgo de esta bañera hasta que no te hayas ido.
—Tú sabes lo que yo disfrutaría esperando a que lo hicieras —murmuró él—. En cambio tú tendrías que soportar el agua fría.
Desafiante, ella extendió la mano hacia el grifo del agua caliente, pero él la detuvo.
—¡Qué mujer tan despilfarradora eres! No te puedo permitir que gastes más agua caliente.
—Por favor., yo...
—Estoy esperando, Lilia —el tono era apremiante.
Temblando, aunque no sabía si era porque el agua estaba fría ya o por los nervios, Lilia se puso de pie y le dio la espalda, buscando refugio en la toalla que él había extendido. Tor evadió los dedos con los que ella buscaba la forma de cubrirse y la envolvió, para después levantarla en sus brazos. Era imposible resistirse a esa fuerza y ella no pudo hacer otra cosa que volver el rostro y mirarle a la cara.
—Ahí tienes... no ha estado tan mal, ¿verdad? —preguntó Tor con una sonrisa divertida.
—Yo... —comprendió, aun antes que él inclinara la cabeza hacia ella, que no podía seguir resistiéndose a ese hombre.
Tor la besó, después de dejarla con cuidado en el suelo alfombrado del dormitorio. Fue un beso largo y apasionado, con sus cuerpos unidos por una necesidad que parecía encenderse entre ellos. Entonces la contempló una vez más con mirada interrogante.
—Lilia, tú sabes que esto no puede ser suficiente para mí... para nosotros. ¿Sientes lo mismo que yo? Dime que sí.
Y cuando la joven murmuró una trémula afirmación, la boca de él volvió a apoderarse de la de ella.
Lilia deslizó las manos por el pecho de Tor y lo recorrió suavemente. Contuvo la respiración, satisfecha, cuando el escritor sintiendo una profunda excitación, la oprimió con fuerza.
—¿Ha habido alguien... antes que yo? —preguntó con voz ronca, e hizo un gesto de satisfacción cuando ella negó con la cabeza y añadió.
—Nunca ha habido ningún hombre en mi vida... de esta forma... y jamás lo habrá ya. sólo tú.
Lilia se alegraba de que así fuera, porque en esos momentos ya no tenía la menor duda de que se entregaría a Tor porque le amaba.
—¿Y me dejarás que te ame?
En silencio ella asintió, con una profunda emoción, al comprender lo que iba a suceder entre ellos.
Las manos de Tor se apoderaron de sus senos cuando él la cubrió con su cuerpo. Le parecía excitante y terrible al mismo tiempo que en todo el mundo, sólo Tor tuviera la clave de esa felicidad, ya que si llegara a perderle no podría soportarlo.
—Tor —murmuró—. ¿me quieres?
—No lo dudes ni un momento —murmuró él. Era imposible para ese hombre disimular el deseo que sentía por Lilia, quien tragó saliva, mientras él añadía—. Y ahora voy a demostrarte cuánto...
La volvió a levantar en brazos y la echó sobre la cama. Sus labios y sus manos se volvieron más exigentes, provocando en ella sensaciones que jamás había experimentado antes.
—¿No tienes miedo?
—No... ¡oh, no!
Con rapidez, él se quitó la bata y quedaron tendidos sobre la cama, completamente desnudos, con sus cuerpos unidos y llenos de pasión, sin ningún obstáculo entre ellos. Los besos de Tor se volvieron más íntimos y el cuerpo de Lilia se estremecía al menor contacto, moviéndose bajo el de él con una pasión que no creía poseer.
—Lilia —dijo Tor. deteniéndose de pronto—, trataré de no hacerte daño. La primera vez puede ser...
—Ya lo sé —murmuró ella— y contigo no tengo miedo. Te deseo. Tor.
—Él se movió entonces sobre ella. Cualquier leve sensación de dolor se perdió en la gozosa oleada de placer que los dos compartieron, mientras gemidos de amor y de satisfacción salían de sus labios.
Durante la última semana de su estancia en la granja Wolfstor, Lilia pareció vivir en un paraíso de felicidad absoluta, porque pasaba todos los instantes del día y de la noche en compañía de Tor. Pensaba que no podía pedir más a la vida... dormir en sus brazos y despertar cada mañana para encontrarlo a su lado, listo y ansioso para hacerle de nuevo el amor era lo único que deseaba.
Tuvieron que volver a Londres. Los dos tenían compromisos importantes, que habían descuidado por algún tiempo. En el caso de Lilia se trataba de dibujos para otros clientes; en el de Tor, un libro sobre leyendas escocesas que estaba a punto de terminar, pero que le obligaba a ir a Escocia.
Londres resultaba ruidoso y asfixiante después de la paz y la soledad de los páramos. Cuando pagaron el taxi que los condujo de la estación a la casa de Lilia, ésta le dijo a Tor.
—Siempre pensé que me gustaba vivir en la ciudad, pero ahora no estoy ya tan segura. Yo... creo que me he enamorado de tu Dartmoor.
—¿Sólo de Dartmoor? —preguntó él, bromeando, e inclinándose hacia ella, la besó sin timidez delante de los transeúntes que pasaban en ese momento—. No te preocupes, querida, que volveremos muy pronto, en cuanto los dos hayamos puesto en orden nuestros respectivos asuntos. Me imagino que podrás trabajar en Wolfstor, con la misma facilidad con que lo haces aquí.
Los ojos de ella brillaron con alegre malicia, al devolverle su ardiente mirada.
—Tal vez... sí no hay demasiadas... distracciones.
—No creo poderte garantizar eso —murmuró él con voz ronca. Entonces, con una urgencia que excitó a Lilia, agregó—: ¿Sabes que me parece que hace mucho tiempo que no te hago el amor?
Ella miró su reloj.
—Así es —contestó con coquetería—, hace ya ocho horas.
—Entonces, ¿qué estamos esperando? —la acompañó hasta la entrada del edificio en el que se encontraba el apartamento de ella. Lilia estaba tan ansiosa como él de llegar a su casa.
Sin embargo, ellos tuvieron que detenerse ante un hombre alto y rubio, cuyo rostro y voz estaban cargados de reproches, al tiempo que sus ojos azules no dejaban de mirar a Tor.
—Te he estado llamando todos los días desde hace un mes, Lilia. Hasta me he puesto en contacto con tu padre, pero nadie parecía saber dónde estabas.
A pesar de que Tor la tenía cogida por el codo, Lilia se detuvo, casi contra su voluntad. Michael Dane era un viejo amigo, de cualquier modo, y no podía tratarle con descortesía aunque deseaba que no fuera tan persistente en sus pretensiones.
—Hola, Michael. Sí, he estado fuera, en un viaje de negocios.
—¿Sí? —la mirada inquisitiva de Michael se desvió hacia Tor.
—Lilia —intervino el escritor—, si me permites tus llaves, te espero arriba. ¿Te parece que tome un baño? —ella asintió con la cabeza y la invadió una profunda excitación al comprender sus intenciones—. No tardes... mi amor.
Cuando Tor desapareció, ella se volvió hacia Michael y dijo, enfurecida:
—Michael, ¿por qué continúas persiguiéndome? Ya te dije que entre nosotros todo había terminado. Estás perdiendo el tiempo.
—No creo —su voz era suave, pero había una furia contenida en sus ojos azules—. Yo todavía te quiero. Aún quiero casarme contigo y estoy celoso de todos los hombres que comparten tu tiempo. ¿Quién es ese tipo? —hizo un movimiento con la cabeza hacia el edificio—. Le das demasiada confianza.
—Es un escritor con quien estoy trabajando —Lilia no estaba dispuesta a hablar de Tor con Michael. La irritación se reflejó en su voz cuando agregó—: Nuestra relación terminó hace tiempo, Michael. No tienes derecho a estar celoso de nadie. Lo siento, pero debo irme.
—¿Para estar con él?
—Ese es asunto mío —contestó ella con brusquedad, pero enseguida su tono se suavizó un poco—. Mira, me siento... muy halagada de que me quieras todavía. Yo esperaba que nos separáramos de manera amistosa...
—Yo nunca te he considerado como una simple amiga —dijo él con nerviosismo—. No he renunciado a ti todavía, Lilia. Un día de éstos vas a recobrar el sentido y yo te estaré esperando.
—Michael...
—No, no digas más, Lilia. No quemes tus naves. Yo no lo estoy haciendo. No dejaré de esperarte, hasta que te vea salir de la iglesia del brazo de otro hombre —por un momento la mano de él se aferró al hombro de la joven—. ¡Te deseo, Lilia!
Luchando con todas sus fuerzas, ella consiguió liberarse y corrió hacia el interior del edificio. Cuando llegó al umbral de la puerta, se volvió y vio a Michael Dane todavía de pie donde lo había dejado, con el mismo gesto de determinación en el rostro. Pero se olvidó de él completamente para pensar en Tor mientras subía corriendo a su apartamento.
La idea de casarse con él la invadió un poco más tarde, cuando se encontraba en los brazos de Tor, después de haber hecho el amor de nuevo.
—Cuando nos casemos, será así siempre... —murmuró, sin darse cuenta de que había expresado en voz alta sus pensamientos.
—¡Santo cielo! ¿Quién ha hablado de matrimonio?
Lilia se quedó rígida. Tal vez no había oído bien.
—Tú... —empezó a decir ella, mientras él negaba con la cabeza.
—Lo siento, mi amor, pero yo no he mencionado en ningún momento el matrimonio. Y lo he dejado de hacer a propósito. Tú sabes lo que siento con respecto a la idea de estar atado a alguien. Pensé que ya lo sabías.
Lilia emitió un sollozo ahogado, más bien de furia, mientras trataba de escapar de los brazos de él.
—Suél... suéltame... eres un...
—Vamos, vamos, no te pongas así —murmuró él bromeando aún—, no hay necesidad de eso. Tú eres una mujer adulta y creí que pensarías lo mismo. Para una mujer de carrera, no está mal tener una relación sin comprometerse demasiado. Puede ser tan duradera como el matrimonio... todavía más en algunos casos. Recuerda la cantidad de personas que...
—¡Basta! ¡Basta! No digas una palabra más.
Lilia no permitiría que siguiera burlándose de ella. No dudaba de lo que ese hombre sentía y estaba segura de que su mayor deseo era vivir a su lado para siempre, pero no podía aprobar el tipo de relación que él le había sugerido.
Finalmente, consiguió librarse de él y se dirigió apresuradamente hacia el baño, donde se encerró con llave.
—¡Lilia! ¡Caramba... sal de ahí y ven ahora mismo! ¡Sé sensata!
Golpeó la puerta y continuó protestando.
—Quiero que te vayas —le gritó ella con voz tensa—. Vete de mi casa y no vuelvas.
Ahora ya no podría trabajar con Tor. Sería una horrible tortura, sabiendo que ese hombre no ignoraba lo que ella pensaba.
—¡Vete! —repitió ella— ¡Te odio! ¿Me oyes? ¡Te odio!
—¡Sí, te oigo... y está bien, me iré! Pero no creas que me doy por vencido, seguiré buscándote. Cuando logres tranquilizarte, te darás cuenta de que estás exagerando las cosas y de que yo tengo la razón.
Temiendo no poder resistir a las demandas de Tor, si iba a buscarla, Lilia fue a refugiarse en la casa de su padre, pero eso; no le sirvió de nada.
—No sé qué esperabas lograr huyendo —anunció él con voz tensa cuando cruzó el umbral de Gluocestershire. A ella le sorprendió tanto verle allí, que no tuvo tiempo de cerrarle la puerta contra la nariz. Era evidente que Tor estaba furioso.
—¿Y qué esperas conseguir siguiéndome? —replicó ella, irritada, tratando con desesperación de disimular el dolor que sentía al verle de nuevo.
—No te imaginarías que iba a dejar que te fueras de mi vida así sin hacer nada por evitarlo, ¿verdad?
Lilia se estremeció y cruzó los brazos, como si eso le permitiera borrar el recuerdo de los de Tor. Ella no quería que se quedara allí, pero sabía que no se iría hasta conseguir lo que deseaba.
—¿Quieres decirme qué crees que han significado para mí estas últimas semanas? —preguntó él.
—Al principio fue cuestión de negocios, exclusivamente —contestó ella—. Hasta que tú consideraste tener una oportunidad de combinar los negocios con el placer.
—¿Intentas decirme que tu cooperación ha sido involuntaria? ¿Que no has disfrutado de todo lo que hemos compartido? Sabes muy bien que seguirías disfrutando, a no ser por una cosa.
—¡El matrimonio! —ella casi le escupió la palabra—. Eso es lo que quieres decir, y fue lo que te ha asustado. Tal vez te sorprenda saber que jamás se me ha ocurrido pensar que tú...
—¿Te iba a poseer sin la intención de poner un anillo en tu dedo? Eres como una niña. Lilia. No todo idilio apasionado conduce al matrimonio... y el nuestro ha sido verdaderamente apasionado, ¿no es cierto?
—No —respondió tensa— no te acerques a mí —exclamó Lilia al ver que él daba un paso hacia ella—. Nuestra... nuestra amistad ha terminado. Yo... yo no quiero volver a verte jamás.
Él extendió la mano, cogió su rostro y la obligó a mirarle, haciendo que su corazón latiera con fuerza.
—No te creo —murmuró él.
—Tendrás que hacerlo cuando descubras que lo digo muy en serio. Llamaré a Charlie Laing mañana mismo. No voy a firmar el contrato que le pediste que preparara, puedes buscarte otro ilustrador. Por favor, vete —continuó ella con frialdad—. Estoy ocupada, tengo mucho trabajo atrasado y ya he desperdiciado bastante tiempo contigo.
—¿Es esa tu última palabra? —sus ojos brillaron profundamente.
—Sí —agregó desafiante, aunque en su interior quería desesperadamente ceder ante él.
—Entonces me iré, pero no antes de decirte mi última palabra.
Ella esperaba un largo discurso sobre las ventajas del amor libre. Lo que no esperaba es que Tor la abrazara, la estrechara con fuerza contra su pecho, levantándola varios centímetros del suelo, y buscando sus labios en que ella los abría para protestar. Fue un largo beso que expresaba una gran sensualidad, manifestando el profundo deseo que el uno sentía por el otro. Entonces con lentitud, recorrió todo su cuerpo, dejando de manera deliberada y perversa, que ella sintiera su excitación, su masculinidad palpitante.
—Procura estar segura de lo que dices, porque si salgo ahora de aquí, será para siempre.
Ella no contestó, no pudo hacerlo. Sentía como si las palabras la ahogaran, y se limitó a mantener la mirada fija en él.
Tor se separó de ella bruscamente y salió de casa. Aunque ella deseaba llamarle el orgullo se lo impidió ¿Cómo podría resistir sin volver a verle? ¿Cómo seguiría adelante, sin volver a experimentar las sensaciones que él era capaz de despertar en ella?