CAPÍTULO 2
SUS palabras fueron como un tremendo golpe para Lilia y pasó algún tiempo antes que ella pudiera contestar, después de un momento de silencio.
—Yo... yo no entiendo. ¿Qué quiere usted decir? Por supuesto que he perdido la memoria.
—¡Ya veo! —la expresión de cínica incredulidad del hombre no se había alterado un ápice y ella comprendió con profunda indignación que él en realidad, no daba crédito a su estado mental.
—Usted no me cree —le reprochó, enfurecida—. Si usted supiera lo... lo horrible que es —contuvo a duras penas un sollozo—. ¿Por qué iba a mentirle sobre una cosa tan terrible? Es... espantoso despertar y descubrir que no sabe una quién e,. de dónde viene ni a dónde va.
—Desde luego, su esposo debe haberle ayudado, ¿no es cierto? —preguntó con sarcasmo.
—Sí. pero no es lo mismo que poder recordar por una misma.
—Supongo que recordará cómo escribir a máquina, ¿no? —añadió con sequedad—. Porque, con toda franqueza, no me serviría de nada si no es así.
—Supongo que no se me habrá olvidado... yo...
—Bueno, lo intentará mañana —le dijo él bruscamente.
Empezó a caminar de un lado para otro, con su extraña mirada todavía clavada fijamente en el rostro pálido y demacrado de la joven.
—No puedo creerlo, es inaudito —insistió él.
—¿Por qué? —preguntó ella en un intento de rebeldía—. Mucha gente sufre de amnesia. ¿Por qué no me cree usted?
—¿Espera realmente que crea que no recuerda nada en absoluto?
—¡Por supuesto! —dijo ella con firmeza—. Porque es verdad —movió la cabeza con desesperación—. Todo lo que recuerdo es haber despertado y sentido... ese horrible temor... no recuerdo el accidente, ni a dónde iba ni por qué... —en ese momento se dio cuenta de que no había preguntado nada de eso a Maurice. Era de suponer que él sabía todo eso—. Todo lo que sé —añadió emocionada— es lo que me han dicho: mí nombre, edad, de dónde vengo y por qué estoy aquí. Me pregunto si no sería mejor para mí volver a Australia y...
—¿A Australia? —el tono de él fue de asombro—. Pero...
—Posiblemente allí podría recordar algo.
—¡Espere! —la interrumpió—. Usted no es australiana.
—¡Ya lo sé! —protestó ella con dignidad—. Ninguno de nosotros lo somos. Parece que Maurice y Sybil estuvieron mucho más tiempo allí que yo. Lo bastante como para adquirir acento del país y...
—¿Eso es lo que ellos le han dicho?
—Naturalmente —ella estaba casi gritando—, puesto que no recuerdo nada...
—¿Cuánto tiempo hace que está casada?
—Seis semanas.
Los ojos verdes la miraron, entrecerrados.
—¿Y cómo sabe eso?
Lilia empezaba a sentir menos piedad de sí misma y más furia contra ese hombre.
—Lo sé porque mi marido me lo ha dicho.
—¿Y le recuerda a él? —preguntó Tor con una extraña expresión en los ojos.
—No —contestó ella.
—Extraño, ¿no? —murmuró él provocativo—. ¿Cómo es posible que no recuerde usted a alguien con quien mantenía relaciones tan íntimas? ¿Está usted segura de que él le está diciendo la verdad? ¿Ha visto usted su acta de matrimonio?
Lilia se ruborizó. ¿Por qué estaban hablando de algo tan personal?
—¿No recuerda qué sentía al hacer el amor con él?
—¡No! —exclamó ella cada vez más enfadada—. ¿Por qué me hace estas preguntas, señor Endacott? Si usted cree que no digo la verdad, tendrá que interrogar a mi esposo o a mi amiga. Ellos no sufren de amnesia.
—No recuerdo haber dicho en ningún momento que no estaba usted diciendo la verdad —respondió él suavemente, con aire de inocencia.
Lilia le miró con expresión de reproche ya que estaba convencida de que él había insinuado que ella estaba mintiendo. Sin embargo, continuó diciendo él:
—Mi experiencia me dice que la mayor parte de las mujeres tergiversan un poco la verdad, pero si yo alguna vez descubro que usted está... —de pronto, se detuvo, decidido a olvidar ese tema—: ¡Al diablo con eso! Será mejor que se vaya a la cama y descanse. Amnesia o no, aquí va a trabajar muy duro. No acepto huéspedes en mi casa.
Ella se puso de pie inmediatamente y se enfrentó a él, irguiéndose en actitud altiva.
—Si usted no me considera una secretaria eficiente, puede despedirme en cualquier momento.
—¿Y perder un ama de llaves y un ayudante? Oh, váyase a la cama. Es tarde.
Él parecía también muy cansado.
Ella le miró furiosa. No era justo. No sólo tendría que soportar el haber perdido la memoria, sino que también se vería obligada a trabajar con aquel hombre odioso, que había aprovechado la primera oportunidad para estar a solas con ella, para insultarla, para hacerle insinuaciones desagradables...
¿Estaría su esposo dispuesto a abandonar ese aislado lugar, dejar de trabajar para este tipo tan arrogante, por ella? Comprendió desesperadamente que no conocía ni a su propio esposo, ni sabía qué podía pedirle. Se dio la vuelta con rapidez, pero no consiguió ocultar las lágrimas que se agolparon en sus ojos y se deslizaron por sus pálidas mejillas.
—¿Lágrimas ahora?
A pesar de sus esfuerzos, un sollozo salió de su garganta.
—¡Me lo imaginaba! Las mujeres siempre terminan llorando —continuaba hablando con la misma brusquedad con que lo había hecho durante toda la conversación—. Escúcheme, siento mucho si me equivoco, pero... ¡oh, cielos, todo me parece tan extraño! De cualquier manera le pido que acepte, que tengo mis razones para pensar que tal vez está usted fingiendo.
—¿Qué razones? Dígamelas —le suplicó ella.
—No. Si usted ha perdido la memoria, no las entendería. Y ahora, olvídelo, ¿quiere? —impaciente, le entregó su pañuelo y después se volvió de espaldas. Caminó hacia la chimenea y se quedó mirando el fuego, que estaba casi totalmente consumido—. Váyase a la cama, Lilia —le ordenó una vez más.
Despacio, ella se dirigió hacia la escalera. Luego fue en dirección al dormitorio que debía compartir con su esposo, al que ella todavía no podía recordar. De pronto, casi dio la vuelta para pedir a Tor Endacott una habitación separada. Pero ¿por qué iba hacerlo? Si él le pedía que se comportara como una verdadera esposa, se reiría en su cara, aunque Maurice tendría todo el derecho del mundo a sentirse ofendido y lastimado.
Hasta que recobrara la memoria, ella no ignoraba que dependía en gran parte de la buena voluntad de él. Si pudiera recordar algunos detalles, como el amor y la confianza que debió sentir en algún momento por ese hombre para ligar a él su vida, todo sería, posiblemente más fácil. Para Lilia el matrimonio era una cosa definitiva y permanente. Con timidez, entró en la habitación. Maurice ya estaba acostado, fumando y leyendo el periódico.
—Has tardado mucho. ¿De que habéis estado hablando?
—¡Oh! —hizo un gesto despectivo y se preguntó si debía confesarle todo lo que el escritor acababa de decirle—. De varias cosas.
—¿Sabes ahora lo que él espera de ti? ¿Crees que podrás con el trabajo? —él parecía ansioso.
—No... no sé. No hemos hablado mucho de trabajo.
—¿De qué habéis hablado entonces? —su expresión era de desconfianza, como si se tratara de un marido celoso.
—El señor Endacott me ha estado haciendo algunas preguntas sobre la pérdida de la memoria —subió el tono de voz al recordar su indignación— ¡Prácticamente me ha acusado de... de estar fingiendo!
—Pero no es verdad eso. ¿o sí?
Lilia abrió los ojos sin poder creer que su supuesto marido dudara de que ella estaba diciendo la verdad.
¿Que les ocurría a todos?
—Maurice, tú mejor que nadie debes saber que no estoy fingiendo pues ni siquiera a ti puedo recordarte.
—Sí... sí —él se tranquilizó—. Claro que sé que no estás fingiendo. No he querido decir eso... bueno, trataba de confirmar que no fingías. Por eso es por lo que... —se detuvo y a ella le pareció que se sentía un poco turbado—, por eso es por lo que pensé que preferirías esta... clase de arreglo —hizo un gesto hacia las camas separadas.
—¡Oh, Maurice! —exclamó ella, agradecida—. Eres muy considerado. Espero recobrar pronto la memoria... por ti también.
Se preguntó si debía acercarse a darle un beso, pero finalmente no se decidió. En cambio antes de acostarse le hizo una pregunta que a él no debió parecerle muy oportuna:
—¿Supongo que no traes... nuestra acta de matrimonio, verdad?
—¿Por qué? —preguntó, haciendo un evidente esfuerzo por controlarse. En realidad, sí la traigo. Quieres verla, ¿verdad? ¿Quieres pruebas concretas?
—Oh no... no he querido decir eso. Sólo me gustaría verla... no porque no... te crea. Pensé que... tal vez me ayudara a recordar.
—¡Es muy natural! —él bajo de la cama, fue al guardarropa y sacó de su chaqueta la billetera—. ¡Toma! —le pasó un papel muy doblado.
Lilia extendió el papel con nerviosismo. El acta había sido redactada por alguien que parecía tener una gran personalidad.
En uno o dos lugares la tinta estaba corrida, por lo que algunas palabras resultaban casi indescifrables.
El nombre de Maurice, apenas podía leerse, sólo estaba clara la letra «M». Cuando ella hizo un comentario al respecto, él dijo:
—Sí... lamento mucho eso. Estaba tan orgulloso de... haberme casado, que la saqué para mostrarla a unos amigos. Empezó a llover de pronto y se manchó. Tal y como está, supongo que no te sirve de mucho.
—No —admitió ella, a pesar de que le había servido para conocer dos datos importantes sobre ella misma: que su apellido de soltera era Sinclair y que había trabajado como dibujante comercial. Además vio que junto al nombre de Maurice se encontraba la palabra: «desempleado».
—Bien —murmuró Maurice—, no tiene sentido forzar tu memoria. Deja que las cosas sigan su curso natural.
Cuando él se volvió de espaldas para que pudiera desnudarse. Lilia comenzó a hacerlo con un gran alivio. Él debía tener un tremendo autocontrol, a pesar de su aparente brusquedad... y sus labios, además, revelaban que era un hombre muy sensual, parecía también una persona buena y considerada a diferencia de su nuevo jefe.
¡Qué lástima! Si Tor Endacott poseyera las cualidades de su esposo, combinadas con su atractivo físico, sería el tipo de hombre con quien le gustaría estar casada. A pesar de sus esfuerzos por olvidar esa idea, la imagen de Tor permaneció en su mente como algo de lo que no podía librarse. En un intento por no pensar en esas tontas fantasías, preguntó en voz alta:
—Maurice ¿que me ocurrió?
—Esperaba que no me preguntaras eso —murmuró él eligiendo cuidadosamente sus palabras—. No quería preocuparte aún más.
—Prefiero saberlo —insistió ella.
—Muy bien. Pero no vayas a creer que nuestro matrimonio no estaba funcionando. Claro que iba bien, y así será también en el futuro. Tuvimos una discusión. Nos acaloramos, tú dijiste que me abandonarías, saliste corriendo v te subiste al coche. Yo salí del hotel justo a tiempo para ver cómo sucedía... la salida del aparcamiento era muy estrecha y había una curva muy peligrosa. No te detuviste a ver si venía otro automóvil y entonces oí el ruido más terrible que es posible imaginar.
—Pero el coche está muy bien —murmuró desconcertada. —No es el mismo. ¡El otro quedó deshecho!
—¡Oh! —Lilia se sintió culpable, aunque seguía sin recordar nada del incidente—. ¿Teníamos... dinero para comprar otro?
—Por eso estamos casi sin un penique —dijo él con sequedad—. Ahora debemos empezar de nuevo y salir adelante aquí.
—Lo haremos —le aseguró ella—. Yo trataré de hacer bien el trabajo. Te lo prometo, Maurice. Siento mucho no poder recordar nada. Pero si fue culpa mía, yo...
—Olvídalo —dijo él con amabilidad—. Supongo que yo también fui culpable de que riñéramos. Pero prefiero que no conduzcas durante algún tiempo.
—No... claro que no lo haré —dijo ella apresuradamente. Luego, él siguió leyendo el periódico y Lilia volvió a quedarse sola con sus pensamientos. Se preguntó cuál habría sido la razón de su riña para que ella se marchara tan furiosa. Sin embargo, quizá era mejor para su matrimonio el no poder recordar los motivos de su discusión.
Cuando estaba a punto de quedarse dormida, oyó un ligero ruido y al abrir los ojos, vio en la penumbra de la habitación a Maurice, que se aproximaba a ella. Entonces su corazón comenzó a latir con fuerza. Pero no se detuvo. Siguió hacia la puerta, la abrió y la cerró después de salir, con tanta suavidad que, de no haber estado despierta jamás se habría enterado. De pronto se quedó dormida y no volvió a ver a Maurice.
A la mañana siguiente, cuando Lilia se despertó, Maurice estaba abajo ya que debía empezar a trabajar antes que ella. Había algunos animales que atender, aunque Wolfstor no era ya una granja. Los animales que aún había allí eran para el abastecimiento de la casa, sobre todo durante las estaciones más crudas. Era posible según les había dicho Tor, que los páramos fueran inacessibles durante el próximo invierno.
Desayunó con Sybil, quien le informó que su jefe se había levantado muy temprano y que estaba trabajando en su estudio desde hacía una hora. Sus instrucciones eran que Lilia fuera a hablar con él en cuanto pudiera.
—¡Qué cómodo es para algunas personas —comentó Sybil bruscamente— levantarse tarde y encontrar la casa ya caliente y la comida lista!
—Podemos cambiar los trabajos —agregó Lilia con ansiedad—. A mí me encantaría hacer tu tarea en lugar de la mía —dijo con franqueza, pensando que no era grata la perspectiva de encontrarse de nuevo con Tor Endacott.
—¡Es imposible! —exclamó Sybil—. Yo no sé escribir en máquina.
El estudio de Tor estaba amueblado parcamente. La decoración era a base de un tono rojo cálido, que contrastaba con el ambiente gris de ese día de noviembre. El escritorio de Tor se encontraba bajo la ventana, desde la que se divisaba todo el paisaje exterior. Había otro pequeño escritorio empotrado en la pared, con una máquina de escribir encima, que debía ser para ella. Lilia se detuvo, titubeante, en la entrada, no sólo porque iba a encontrarse con ese hombre de nuevo, sino porque se sentía avergonzada por su propia apariencia.
Había tardado varios minutos en decidir qué ponerse, no porque fuera muy exigente, sino porque todas sus prendas eran horribles. Sin embargo, aunque el suéter que llevaba puesto era demasiado grande, lo prominente de sus senos compensaba, en cierta medida, sus líneas poco agradables.
—¡Pase! ¡Pase! —él la contempló con un gesto de impaciencia. Luego, se levantó y la vio cruzar la habitación, con una expresión que no dejaba la menor duda respecto a lo que pensaba de su apariencia—. ¡Santo cielo! ¿Se ha visto obligada a vestirse de ese modo? ¿Ha comprado su ropa en los saldos?
—¡No! —replicó ella, furiosa no sólo por su falta de tacto, sino porque se daba cuenta de que lo que ese hombre acababa de decir era cierto—. Esta ropa no la he elegido yo. Y no es que lo recuerde, pero creo que jamás elegiría estas cosas. De cualquier modo, no tiene usted derecho a esos comentarios personales. Mi ropa no le interesa... nada más mi trabajo.
—Lo siento. Lo que ocurre es que no me gusta verla... —se detuvo—. ¿Está segura de que esa ropa es suya? Parece la talla de Sybil.
—Me han dicho que esta ropa es mía y no tengo más alternativa que creer que es la verdad —continuó entristecida—. De todas las maneras. ¿Solamente le preocupa la talla que usan las mujeres?
—Desde luego que me preocupan otras cosas —hizo una pausa y luego añadió—. Tome, mire esto —le entregó varias hojas manuscritas con letra muy fina—. Dígame si entiende mi letra.
Ella empezó a leer las notas, deseando poder encontrar algo que criticar, para desquitarse de los comentarios de él, pero su letra, aunque menuda, era perfectamente clara y legible.
—Me parece que la entiendo bien —admitió casi contra su voluntad.
—Bien. Ahí en el escritorio hay hojas y papel carbón. Necesito el original y dos copias, a doble espacio. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el escritorio.
Lilia se sentó y examinó la máquina de escribir, decidida a no pedir a Tor que le explicara su mecanismo. Por fin introdujo las primeras hojas de papel y empezó a trabajar, al principio con lentitud y mucho cuidado, advirtiendo que él la estaba observando. Cometió un error y maldijo en voz baja.
—El tippex está en el primer cajón —le dijo él irónicamente. ¿Por qué no se dedicaba él a su propio trabajo, en lugar de quedarse sentado ahí, mirándola y poniéndola nerviosa?
A medida que continuaba trabajando, la confianza en sí misma aumentó, hasta que logró una velocidad bastante aceptable. En apariencia. Tor Endacott escribía acerca de la campiña británica, pero no sobre topografía, sino sobre su folklore. Este libro en particular hablaba sobre Devon... sobre los rituales de sus antiguos habitantes, sobre sus historias de fantasmas, sus leyendas, etcétera. Lilia se dio cuenta en seguida de que ese tipo de literatura era muy del gusto de ella.
Tardó menos tiempo del que esperaba en pasar el texto a máquina. Cuando levantó la mirada, después de terminar, vio que él seguía sentado, con la cabeza inclinada, completamente absorto en su trabajo.
En el estudio, la chimenea estaba encendida y Lilia sintió calor, pues llevaba puesto un grueso suéter. Tor estaba en camisa y se había subido las mangas, de modo que se veían sus musculosos antebrazos y ella no pudo evitar preguntarse qué se sentiría al acariciar esa piel, que todavía mostraba el precioso bronceado del verano. Los brazos y las piernas de Maurice eran lampiños y esto hacía que Tor pareciera más atractivo y más viril que su esposo.
De nuevo pensó en el certificado de matrimonio y en su supuesta profesión. Debía comprobar si realmente era artista. ¿Por qué no hacerlo en ese momento? Subrepticiamente, empezó a dibujar. El retrato fue surgiendo con rapidez. Se recostó en su asiento con una gran satisfacción, al comparar su trabajo con el original. Tenían un gran parecido.
De pronto, se dio cuenta de que Tor la miraba fijamente. Ella se apresuró a esconder el dibujo, pero él era demasiado rápido. De unos cuantos pasos, cruzó la habitación y cogió la lámina. Lilia creía que iba a regañarle, en cambio, él oprimió su hombro con una mano, en un gesto de felicitación, mientras le devolvía con la otra el dibujo.
—Está muy bien, pero es natural, puesto que usted... —cambió de tono—. Supongo que su talento es otra de las cosas que al parecer ha recordado.
—¡Sí! —exclamó en tono desafiante, pues no pensaba confesarle que le había pedido a su marido el certificado de matrimonio.
—Es realmente extraño —murmuró él— las cosas que usted recuerda y las que no.
A pesar de la inquietud que le provocaba su proximidad. Lilia se enfrentó a él.
—Le puede parecer extraño, señor Endacott, puesto que usted no sabe nada sobre amnesia. Una de las enfermeras me contó el caso de un famoso cantante popular que perdió no sólo la memoria, sino hasta el sentido del olfato y el gusto... tenía que escribir lo que pasaba cada día porque su cerebro no retenía nada. Al menos yo no estoy así de mal. De cualquier manera —concluyó entristecida—, es como... vivir en un pozo oscuro.
—Usted está hablando de la amnesia a corto plazo, pero es más común en víctimas de accidentes como el de usted, sufrir de amnesia retrógrada, es decir, quedarse incapacitada para recordar sucesos que tuvieron lugar antes y en el momento de la conmoción cerebral. Sin embargo, usted no parece tener nada grave, ¿verdad? —mientras hablaba, le retiró a ella un mechón que tenía sobre la frente y después acarició suavemente su pelo, produciéndole una sensación agradable.
Para su horror. Lilia sintió un impulso casi irresistible de apoyarse contra él, pero consiguió reprimirlo.
—¿Es usted aficionado a la craneología?
—No —le susurró en voz profunda al oído—. No necesito estudiar su cráneo para analizar su carácter. Supongo que ustéd por alguna razón, ha decidido borrar ciertos acontecimientos de su mente.
—Lo dice como si lo hiciera deliberadamente.
Enfurecida, Lilia empujo su silla hacia un lado, y se alejó de él.
—Quizás en su subconsciente sí deseaba olvidar algo. Me pregunto —añadió con ironía— si no es significativo el que una de las cosas que no puede recordar es su matrimonio.
—Si está insinuando que no quiero recordarlo, está usted loco.
—¿Cómo puede estar segura, si no lo sabe a ciencia cierta ¿Y por qué dos camas? Esa fue idea de Dane, pero sin duda alguna lo más natural sería que él tratara de ayudarle a recorda haciéndole el amor. Eso es lo que yo haría si fuera su esposo.
Al oírle hablar de ese modo, se enfureció todavía más:
—Usted no es mi esposo y le agradecería mucho que se ocupara de sus propios asuntos.
—Sin duda alguna, sobre la base de que somos de la misma raza, es asunto mío también, ¿no cree? ¿No trataría de ayudar, dentro de sus posibilidades, a alguien que estuviera en las condiciones en que está usted?
—No creo que usted pueda hacerlo.
—Al menos déjeme intentarlo —contra su voluntad, Lilia comprendió que ese hombre la atraía profundamente.
—¡Claro que me opongo! Si se atreve a ponerme siquiera un dedo encima, me iré de aquí inmediatamente y...
—¿Quién ha dicho que voy a tocarla? —preguntó él con fingida inocencia.
—Usted... ha dicho, dijo que Maurice debía tratar...
—¿De hacerle el amor? Sí, pero él es su esposo, ¿o ha vuelto a olvidarlo? Aunque estoy dispuesto a llevar mis comentarios a la práctica si usted lo desea. Tal vez prefiera que sea yo quien le haga el amor.
—¡Basta! ¡Basta! —Lilia se tapó los oídos con las manos, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Ya estoy bastante confusa.
Mortificada por interpretar mal sus palabras, las lágrimas se agolparon en sus ojos, como sucedía con facilidad desde su accidente. Eso la enfurecía, porque estaba casi segura de que ella no era así.
—Podríamos llamarlo un experimento, si usted gusta —continuó él—. Un experimento médico.
—No, no podríamos, porque usted no es médico.
—No se necesita estar titulado en medicina para hacer eso —murmuró con voz seductora—. Sería interesante, ¿no cree usted?, ver cómo responde a otro hombre, cuando no parece reaccionar ante su propio marido.
—¿Cómo sabe que no reacciono ante él? —preguntó, desalándole—. Usted no puede saber lo que sucede en la intimidad de nuestra habitación.
—¿No? ¿Durmieron en la misma cama anoche?
—Óigame, ¿a qué viene este interrogatorio? Usted no tiene derecho a entrometerse en mi vida personal —Lilia se levantó con intenciones de dirigirse a la puerta—. Y yo no voy a permitirlo.
—No quiere contestarme, ¿verdad? —añadió, impidiéndole el paso—. Porque no fue así. Usted permaneció sola, en su cama, mientras que su esposo...
—¡Cállese! —gritó ella— ¡Cállese! ¡Es usted una bestia sádica! ¿Se complace en atormentar a la gente?
El escritor cogió la mano de Lilia antes de que ésta le propinara una bofetada.
—¿Por qué? —insistió él atormentándola—. ¿Fue una tortura para usted no haber sido poseída por su marido? ¿Se quedó ahí, acostada en la oscuridad, ansiando ser acariciada por él? —Tor se acercó a ella hasta que los muslos de la joven quedaron presionados contra los de él. Lilia arqueó la espalda, y el escritor pudo contemplar su encendido rostro—. ¿Tembló usted de deseo, como lo está haciendo ahora?
—No —sollozó—, porque, como usted sabe muy bien, yo no recuerdo cómo era... él no me pareció mí esposo... y no es usted... el que me está haciendo temblar... me estremezco de asco, na...; nada más.
De nuevo, ella forcejeo en un inútil intento por liberarse. Sabía que a pesar de sus negativas, estaba respondiendo a ese hombre y esto aumentó su desconcierto, haciendo que se preguntara qué clase de mujer podía ser para reaccionar de tal manera ante un desconocido, cuando ni siquiera el haber compartido una habitación con Maurice con quien estaba casada, había despertado la misma urgencia en ella.
—Al menos, no todas sus emociones están dormidas —observó Tor con satisfacción cínica y con la mirada fija en los senos de ella—. Todavía es capaz de enfurecerse. ¿Está furiosa conmigo?
Estaba irritada con él y consigo misma, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—Y si puedo hacer que se enfurezca —murmuró él en tono persuasivo—, ¿no cree que puedo despertarle otras sensaciones? —preguntó, estrechándose cada vez más contra su cuerpo.
El corazón de Lilia latía con fuerza, aumentando la confusión que nublaba su cerebro, pues acababa de recordar que antes había vivido una situación parecida. Pero ¿era ese el mismo hombre? ¡Imposible! Y sin embargo, por una fracción de segundo le pareció corno si las nubes de la amnesia se disolvieran, como si pudiera captar un momento del pasado, lleno de sensualidad.
—Yo sé que podría ayudarle. Lilia —repitió él, recorriendo suavemente el cuello de Lilia—. No puedo creer que el cuerpo de una mujer pueda olvidar nunca las sensaciones de hacer el amor sin importar los trucos que su cerebro pueda hacer para no recordar otras cosas.
Con desesperación, ella volvía la cabeza de un lado a otro tratando de disuadirle golpeándole en las espinillas.
—¿Qué le hace pensar que debo reaccionar ante usted? —preguntó ella con desprecio—. No es mi esposo y nunca me ha hecho el amor.
—¿No? Pero tal vez le gustaría que se lo hiciera.
—No me gustaría y no se lo voy a permitir... yo...
—¿Qué daño puede haber en unos cuantos besos? ¿De qué tiene miedo? ¿De poder recordar algo... ¿Como que tal vez sea frígida? ¿Que es lo que no quiere recordar? —Tor seguía torturándola cruelmente.
—¡No lo sé... no lo sé! —sollozó ella—. Y yo quiero recordar, no me importaría si fuera algo terrible. Cualquier cosa sería mejor que esto... que sólo existir a medias.
—Sí, creo que usted merece vivir plenamente —dijo él oprimiéndola con fuerza—, así que veamos si podemos hacerle algo —en ese momento sus labios se posaron en los de ella y comenzó a besarla apasionadamente.
Lilia deseaba responderle, sin embargo trató de dominarse. De pronto, recordó que no estaban solos en la casa. En cualquier momento podrían entrar Sybil o Maurice o pasar frente a la ventana. ¿Qué supondrían si la vieran en los brazos de Tor?
Pero él le impedía resistirse. Ahora no podía siquiera expresar de viva voz sus protestas, porque los labios de ese hombre seguían unidos a los de ella, firmes, tibios, insistentes, tratando de abrirlos para poder explorar el interior de su boca.
El beso era la caricia de un verdadero experto. Lilia comprendió, con una fuerte impresión, que era capaz de una sensualidad tan intensa como la de él. Que, aun si su cerebro no podía hacerlo, su piel recordaba otros momentos como ésos... pero... ¿con quién?
No pudo ocultar su instintiva reacción, ni resistirse a las suaves caricias de los labios masculinos. En ese momento algo cruzó por su mente, como una vaga pesadilla ¿Eran recuerdos o productos de su fantasía? Ella parecía vivir en una especie de limbo, detenida en algún punto entre la oscuridad del pasado y la incertidumbre del futuro|
Cuando el escritor empezó a acariciarla de nuevo, comprendió que debía detenerle, pues a pesar de la ambigua relación que existía entre ella y Maurice se sentía obligada a serle fiel a su marido. Además, el permitir ser atraída físicamente por otro hombre, sólo provocaría en ella más incertidumbre y más angustia.
Por suerte, fueron interrumpidos. Todavía para mayor fortuna, Sybil llamó antes de entrar y cuando Tor acudió a abrir la puerta, Lilia se dirigió al alféizar de la ventana para ocultar su rostro fingiendo que contemplaba el paisaje.
—No sé si usted acostumbra a tomar café a media mañana —dijo Sybil, y Tor contestó afirmativamente.
—No me había dado cuenta de la hora. Es asombroso cómo vuela el tiempo cuando uno disfruta de lo que hace.
Lilia comprendió que ese último comentario iba dirigido a ella, pero no se atrevió a volver la cara, por temor a que Sybil se diera cuenta de que le ocurría algo.
Al menos, el café pareció distraer a Tor, que permaneció frío y muy tranquilo, después de lo sucedido.
—Usted... usted tiene una vista magnifica desde esta ventana —comento Lilia, en un intento de romper el silencio que se produjo cuando Sybil se marchó—. ¿Qué es esa especie de ruina? —señaló hacia lo que parecían los restos de algún viejo castillo C una fortificación primitiva.
Lilia se arrepintió de haberle hecho esa pregunta cuando vid que Tor volvía a acercarse a ella.
—Aquel es el Wolfstor, del cual toma su nombre la granja. Un tor en el dialecto local, es una colina puntiaguda, un afloramiento rocoso.
—¿Es por eso por lo que sus padres... le pusieron ese nombre?
—Aja. Lo consideraron un nombre adecuado para un hombre de Dartmoor.
—¿El Wolfstor... está muy lejos de aquí?
—Si se pudiera ir directo hasta él, no. Pero jamás trate de hacer tal cosa. Entre nosotros y el Wolfstor está el «Pantano de Wolfstor», una trampa mortal de la que nadie sale vivo.
Lilia terminó de beberse su café. Hubiera querido que él se hiciera a un lado para poder dejar la taza vacía en la bandeja, pero Tor no parecía tener prisa y aunque le era imposible verle la cara, estaba segura de que no le quitaba la vista de encima. A pesar de la atracción irremediable que sentía hacia él, la escandalizaba que la cortejara tan descaradamente.
Ella no era una persona ingenua. Sabía el peligro que significaba que un hombre y una mujer trabajaran juntos y solos durante todo el día, pero no le pareció normal el comportamiento del escritor ya que apenas se conocían. ¿Realmente necesitaba a una mujer? ¿O era el tipo de hombre que pensaba que no se tenía que perder el tiempo en preliminares, si encontraba a una joven deseable?
Pero a Lilia no le importaban los motivos que ese hombre tuviera para seducirla. Sólo un hombre sin principios enamoraría a una mujer casada que trabajaba bajo el mismo techo que su marido.
—¿Tiene algo más que mecanografiar? —preguntó con frialdad, cambiando de tema y evitando mirarle a la cara.
Para su alivio, él asintió con la cabeza. En seguida Lilia se encontró transcribiendo los primeros párrafos de un libro titulado Fantasmas de Dartmoor, que prometía espeluznantes historias de damas espectrales, monjes aparecidos, perros negros y hasta un par de grandes manos velludas. Él sólo la interrumpió una vez, para preguntarle si podía quedarse con el retrato que había hecho de el, para adornar la contraporta de su libro.
—Por... supuesto—contestó ella, emocionada—. Pero, ¿será lo bastante bueno para eso?
—Es excelente. Si quiere puedo posar para usted, otra vez.
—¡Oh! —dibujarle sin que él supiera que lo hacía era una cosa, pero titubeó ante el hecho de tener que examinar su rostro, mientras él permanecía sentado.
—Piense en eso —sugirió él—. Si cree que no está demasiada perfecto, tal vez le gustaría pintar otro.
Lilia se quedó en silencio durante un rato sin saber que decir.
—Me... me gustaría hacerlo otra vez —respondió al final —¿Le parecería bien una de estas noches, entonces? —sugirió él—. Hay muy poco que hacer aquí en una noche de invierno Uno tiene que improvisar sus propias diversiones.
¿Que habría querido decir?, se preguntó Lilia, sorprendida.
El resto de la mañana pasó con rapidez para la joven, absorta como estaba en los relatos de Tor sobre algunas leyendas del lugar. Cuando estuvo lista la comida. Lilia se levantó y se estiró para relajarse un poco, después de haber pasado varias horas escribiendo a máquina, pues como no estaba acostumbrada a trabajar durante tanto tiempo se encontraba muy cansada. Su ligero movimiento atrajo la atención de Tor y ella se enderezó con rapidez al darse cuenta de que a pesar de que su suéter le quedaba un poco holgado, al arquear la espalda y los hombros, éste se habría ajustado a sus senos. Después de un rato, ella se levantó y se dirigió hacia la puerta, deseando reunirse cuanto antes con los demás: sin embargo, él actuó rápidamente y le impidió salir, apoyando una mano en la puerta.
—¿Qué tal su primer día de trabajo?— pregunto él con aparente inocencia?
—El trabajo me ha parecido muy agradable.
—¿Y qué tal la terapia? ¿Ha producido algún resultado? ¿Ha recordado algunas sensaciones... olvidadas? —él parecía tan seguro de que su táctica había dado resultados, que Lilia decidió desilusionarle.
—Lamento decepcionarle. Creo que su tratamiento ha sido inútil —mintió ella.
—No se preocupe, continúe con la medicina —añadió él irónicamente.
Por un momento, ella le miró, desconcertada, y entonces comprendió lo que quería decir.
—Si usted piensa que voy a permitir que se repita...
—¿Y cómo piensa impedirlo? —preguntó Tor con indiferencia—. Vamos a estar trabajando juntos durante semanas, tal vez meses enteros, en esa habitación y de algún modo, yo sé que no va a tratar de convencer a su esposo de que se la lleve de aquí. Ni siquiera creo que vaya a decirle lo de esta mañana, ¿verdad. Lilia? —él extendió la mano para cogerle la barbilla—. ¿Lo va a hacer?
Lilia bajó la vista con timidez y contestó:
—Usted sabe que no puedo hacerlo —murmuró ella—. Él necesita este trabajo. No sería justo y... y además, no sé cómo reaccionaría.
—Sí, él necesita este trabajo —repitió Tor como si estuviera realmente convencido de ello, y Lilia le miró con expresión interrogante. ¿Sabía él algo sobre Maurice que ella ignoraba? ¿Cómo era eso posible? Ellos dos apenas se conocían—. Desde luego, supongo que confiará a su amiga mi escandalosa conducta.
—¡No! —ella nunca confiaría en Sybil.
—¿No? —añadió él irónicamente—. Yo pensé que ustedes eran tan buenas amigas, que no podían vivir separadas. ¿Por qué insiste en que ella permanezca a su lado cuando usted ya es una mujer casada? ¿O se trata de una especie de triángulo?
—¡Es usted... insoportable! —enfurecida, pateó el suelo y sonrió al ver que él hacía un gesto de dolor, pues accidentalmente le había pisado.
—Creo que lo que usted no quería era quedarse a solas con Dane. Y yo me pregunto por qué.
—¡Señor Endacott! Me gustaría que dejara de inmiscuirse en mi vida privada. Quiero comer. Sybil ha llamado hace ya bastante tiempo y se estará preguntando...
Para alivio de Lilia, Tor abrió la puerta y le permitió salir.
—Por supuesto, comamos primero. Tiene una hora libre antes de seguir... donde nos hemos quedado.
Ella le miró con desconfianza. ¿Se estaba refiriendo a la transcripción del manuscrito? Cuando salió del estudio Liba sintió que le tiraban del pelo obligándola a detenerse. Antes de que ella pudiera mirar hacia atrás, él inclinó la cabeza y la besó suavemente en los labios.
—Pronto descubrirá la verdad, ¿no cree? —anadio sonriendo irónicamente.