CAPÍTULO 4 

 

—PRONTO recordarás lo que se siente —le susurró al oído con voz ronca, a la vez que intentaba desabrocharle s vaqueros.  

—¡No! —exclamó ella volviendo a la realidad. ¿Y si el recuperar la memoria le hacía comprender que el suyo era un matrimonio sin amor, que el éxtasis que Tor le ofrecía sólo podría proporcionarle otro tipo de tortura? Ella no estaba en libertad de amarle y para él esto no era más que un experimento, así que luchó desesperadamente por impedir que ocurriera lo que parecía inevitable. 

—¡Suéltame! —exclamó la joven, enfurecida—. Nada más que los animales se portan de este modo. 

—¿Prefieres seguir oculta en la oscuridad? —preguntó el escritor irónicamente—. No te creo, Lilia. 

La respiración de él era jadeante, mientras intentaba con las manos y con el peso de su cuerpo dominar los movimientos ella, que se retorcía tratando de liberarse. 

—¡Lo prefiero —replicó ella—, y también preferiría a otro hombre! 

Sus palabras lograron el efecto deseado. Él la soltó y se incorporó con rapidez, dejándola con los brazos y las piernas extendidas sobre las hojas húmedas. 

—¿Qué quieres decir exactamente con eso? —murmuró él tratando de controlar sus reacciones físicas. 

—Que me niego a tener relaciones fuera del matrimonio. 

—¿Aun cuando tu marido no siga las mismas reglas? 

—Puede ser que sea culpa mía —replicó en voz baja—, tal vez no he hecho el esfuerzo suficiente —añadió poniéndose de pie. 

—¿Y ahora lo vas a hacer? —preguntó él con frialdad—. ¿A pesar de que no reconoces a tu marido? ¡Cielos Lilia, es increíble!. 

—¿Sería mejor tener relaciones sexuales contigo? Si recuerdo o no, no importa. Estoy casada con Maurice y no hay ley que diga que no puedo hacer el amor con mi propio esposo. 

Ella se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el automóvil. Tor se detuvo para recoger el cuaderno de dibujo, antes de alcanzarla. Lilia deseaba llegar a casa lo antes posible. 

—¿Y cuándo piensas entregarte de nuevo a tu marido? 

Lilia no estaba dispuesta a hacerlo, pero no iba a decírselo a él. 

—¿Por qué no esta misma noche? Cuanto antes mejor, ¿no crees? 

Él lanzó una maldición entre dientes y aceleró bruscamente. 

 

 

Durante los días siguientes Lilia se dio cuenta de que ella y Maurice eran observados de cerca por Sybil y Tor. Estaba segura de que los dos darían cualquier cosa por saber, lo que sucedía en su habitación y eso le hizo sonreír. A Tor logró causarle la impresión de que estaba tranquila y satisfecha, por lo que él se mostraba nervioso e irritante. Lo único que parecía complacerle de ella eran sus dibujos. 

Una tarde, el escritor se fue a Tavistock por motivos de negocios. Como no tenía trabajo pendiente. Lilia empezó a sentirse inquieta. Quedaban todavía un par de horas de luz y decidió llevar sus cosas de dibujo al páramo. Había un lugar en concreto, que debía dibujar para uno de los más espeluznantes relatos sobrenaturales. 

Encontró el sitio que buscaba y. en el momento en que iba a instalarse sobre una roca, oyó el ruido distante de un trueno, Pero no hizo caso, ya que la tormenta parecía estar aún muy lejos de allí. Absorta en el dibujo, no advirtió que el cielo se volvía más gris a cada momento. La voluminosa negrura de las nubes cubrió totalmente el panorama. Fueron las primeras gotas de lluvia, que salpicaron su cuaderno de dibujo, las que le hicieron comprender que debía buscar refugio. 

A la lluvia siguieron los truenos. Un relámpago surcó las nubes y chocó contra las rocas. «La Tierra del Trueno» pensó con un sentimiento muy cercano a la excitación, al recordar que ése era el nombre que la gente del lugar dio a Dartmoor, hacía muchos siglos. 

Lilia metió su cuaderno bajo el abrigo, agachó la cabeza par protegerse de la lluvia y emprendió, tambaleándose, el regreso casa. 

Medio ciega por la lluvia, no le fue posible encontrar e sendero de regreso y comprendió que estaba perdida al llegar un arroyo por el que no había pasado antes. La lluvia lo había hecho crecer, de modo que se desbordaba de sus riberas nórmales y no era posible cruzar más que metiéndose en él. Sin pensarlo mucho, puesto que ya estaba empapada, Lilia se metió en el agua y caminó hacia la otra orilla. 

La tormenta empezó a amainar, pero estaba oscureciendo su punto de referencia, el Wolfstor, ya no era visible. «El páramo puede matar» le había advertido Tor. ¿Y si caía en un pantano la arrastraba al fondo algún remolino? 

Nuevos temores la invadieron cuando oyó pisadas de caballo y vio una luz que se encendía y se apagaba. Todas las historia que había transcrito acerca de jinetes fantasmales, volvieron a invadir su mente. Pero no era la voz de un espectro la que la llamaba, y con un sollozo de alivio, casi exhausta avanzó hacia el desconocido. 

Ya sintiéndose a salvo, lanzó una maldición en voz alta y Tor se detuvo, completamente enfurecido. 

—¡Grandísima tonta...! ¿Qué tratabas de hacer... suicidarte? 

Sin hacer caso del fango, él se puso de rodillas, y su furia volvió a transformarse en preocupación, cuando levantó el cuerpo empapado e inerte de Lilia. 

—Estoy bien —le aseguró ella con voz débil—. No me he desmayado. Es que me encuentro muy cansada y... ¡oh, Tor! —ella tragó saliva— ¡No sabes cuanto me alegro de que estés aquí! 

Lilia, sin darse cuenta de lo que hacía, apoyó la cabeza contra el pecho de él. 

—Eres sin duda alguna la... —ya no parecía estar enfadado, aunque sí invadido por una emoción casi tan intensa como la furia—. ¡Dios mío! ¿Puedes imaginarte lo que sentí cuando comprendimos que habías venido al páramo? ¿Te das cuenta de lo que ha podido pasar? 

—Sí —admitió ella suspirando profundamente—. Pero ahora estás aquí, no me ocurrirá nada. 

—Yo no estaría tan seguro de eso —le dijo posando sus labios en los de ella. 

Completamente mojada, Lilia sintió un familiar e insistente estremecimiento bajo el firme estímulo de esos labios. Responder fue tan natural para ella como respirar y él la oprimió con más fuerza. No hubo necesidad de que Tor presionara para que ella entreabriera los labios sino que la joven rodeó su cuello y se estremeció y respondió como jamás lo había hecho antes. 

Al pensar que Tor había arriesgado su vida para salvarla a ella, entreabrió más los labios. Tor se estremeció y la abrazó todavía con más fuerza, sin hacer caso de las incómodas condiciones en que ambos se encontraban. 

Absortos uno en el otro, casi no notaron que empezaban de nuevo los truenos, hasta que uno especialmente fuerte, le hizo temblar de miedo en los brazos de él. Tor la cubrió con su cuerpo sin pensar en lo que eso podría provocar en ella. 

La tormenta también estaba en el interior de la joven, pues los latidos de su corazón eran tan fuertes como la lluvia que caía sobre ellos. Con manos temblorosas, acarició el pelo y el rostro de Tor y su cuerpo se arqueó para unirse todavía más a él. Al principio ella no entendió las palabras que Tor le susurró al oído y él tuvo que repetirlas. 

—Te deseo, Lilia... y tú a mí... 

Lilia volvió de repente a la realidad y se separó apresuradamente de él, luchando por controlar su respiración. La voz del escritor se volvió trémula, cargada de autodesprecio, al incorporarse y ayudarla a ponerse de pie. 

—Parece que mi experimento estaba condenado al fracaso, no digas que lo sientes —ordenó él bruscamente—. no digas nada. ¡Dios mío, si supieras lo que acabas de hacerme!... 

Su tono de voz era tan apasionado, que ella temió que trataría de abrazarla de nuevo, así que dio a su voz un tono despectivo. 

—No iba a disculparme, excepto por haberte hecho salir con este tiempo. De hecho, creo que eres tú quien debe disculpas por... por... —Lilia retrocedió al ver que Tor había avanzado un paso hacia ella. 

—¡Oh, no te preocupes! —exclamó enfurecido—. Me he dado cuenta de pronto de que lo que más deseo es volver a casa. 

 

 

Cuando Lilia se puso a hacer de nuevo el dibujo, mojado pero, aún reconocible, comenzó a pensar en lo ocurrido aquella tarde. 

Entonces comprendió que siempre que mirara ese dibujo recordaría la pasión del extraño escritor. Por su parte, él no volvió a hacer referencia al incidente y parecía totalmente absorto en su trabajo. Después de varias semanas durante las que él no había vuelto a molestarla. Lilia supuso que había perdido el interés por ella... 

Había días, con frecuencia, en que Tor la dejaba trabajando sola, sin darle explicaciones por sus ausencias, que se volvían cada vez más frecuentes, excepto en la ocasión en que le aseguró que iba a la localidad más cercana para abastecerse de provisiones. El parte meteorológico aseguraba que el clima iba a empeorar en la zona, y que en el mejor de los casos, la neblina descendería sobre los páramos y duraría muchos días, haciendo peligroso el tránsito de automóviles. 

Había dejado a Lilia suficiente material para mantenerla ocupada y al principio ella trabajó duro, absorta como siempre en la historias escritas por él. Sin embargo, aproximadamente a media mañana, empezó a cansarse. Normalmente Tor y ella se detenía a esa hora para tomar café, pero nadie se había molestado e traerle a ella una taza esa mañana. Caminó por el pasillo hacia la cocina y entonces se detuvo al oír voces fuertes y airadas. 

—Ya estoy harta de esta vida —oyó decir a Sybil con furia—. Nosotros hacemos todo el trabajo duro, mientras que la «señorita Lilia» se pasa el día sentada, y tú tienes que venir a mi dormitorio por las noches como si fueras un ladrón. 

—Mira, amor —Maurice estaba tratando de calmar a la iracunda mujer—. Yo sé que la vida aquí no es fácil: pero ya no durará mucho, y una vez que esto termine, volveremos a nuestra querida Australia y a la buena vida. 

—Quisiera que nunca hubiéramos salido de allí —comentó Sybil con amargura. 

—Tú sabes que teníamos que hacerlo. Él no podía quedar desilusionado y cuando supimos lo sucedido, tuvimos que quedarnos. 

¿Quién era ese misterioso «él» de quien la pareja hablaba siempre? De algún modo, Lilia no pensaba que fuera Tor y, sin embargo... ¿a quién más podían referirse? 

—Bueno, yo sólo espero que él nos demuestre su gratitud, eso es todo... y hay otra cosa, ¿qué vamos a hacer con Lilia, después? 

Lilia se puso tensa y se acercó más a la puerta. 

—Eso, él tiene que decidirlo —contestó Maurice. 

—Ella podría recobrar la memoria en cualquier momento —añadió Sybil— y entonces sí que nos veríamos en aprietos. ¿Qué tal si sucede estando en algún lugar donde no pudiéramos localizarla? 

Lilia empezó a sentir que se le doblaban las piernas. Había un evidente veneno en el tono de voz de Sybil. Lilia se quedó sorprendida al descubrir que en lugar de desear su recuperación. Sybil y Maurice parecían aterrorizados de que ella recobrara la memoria. 

—Si ella hubiera escapado de nosotros aquella vez —continuó diciendo Sybil—, habría ido corriendo a acusarnos ante el primer policía que encontrara, y habría estropeado todo. 

Lilia se estremeció, pero comprendió que debía continuar escuchando. ¿Qué sabía ella para que ellos le temieran tanto? Su amnesia nunca le había resultado tan frustrante ni tan amenazadora como en esos momentos. 

—Creo que deberíamos tomar las medidas necesarias para hacerle callar definitivamente —continuó diciendo Sybil. 

Lilia sintió náuseas al oír lo que esa mujer acababa de decir. 

—Yo no voy a permitir que me cuelguen por asesinato —pro testó Maurice—. Además, a él no le gustaría eso. Está loco por ella. Eso haría que se volviera en contra de nosotros. 

—¡Él no tiene por qué saber la verdad, grandísimo tonto! ¡Trataríamos de que no pareciera un asesinato! Sería muy fácil en un lugar como éste, hacer que pareciera un accidente. Te digo que daría resultado; ella es lo bastante tonta como para ayudarnos. Casi lo hizo aquel día de la tormenta... lástima que la rescataran a tiempo. Espero que no te hayas encariñado con esa zorra aunque no sé qué diablos podrías ver en ella. 

—Nada —replicó Maurice—. De cualquier manera, tú hiciste lo posible por asegurarte de que ella no me resultara atractiva, ¿verdad? ¡Vaya ropa ridícula que le compraste! 

—Fuiste tú el que decidió que no usara su propia ropa. ¡Dijiste que las cosas familiares podían devolverle la memoria antes.! 

Lilia decidió no seguir escuchando, ya había oído lo suficiente. Quizá aprovecharían la ausencia de Tor, para llevar a la práctica el plan de Sybil. Tenía que huir, pero ¿cómo? Tor se había llevado su coche y Maurice cerraba el suyo siempre con llave y la escondía para que ella no la encontrara. Ahora sabía que ese, hombre no temía que ella sufriera otro accidente, sino que pudiera escapar. 

Apresuradamente volvió al estudio. Estaba segura de que Sybil podía convencer a Maurice de poner en acción inmediata su diabólico plan de matarla. Incluso era posible que en ese momento Maurice se estuviera acercando en silencio al estudio. No tenía tiempo siquiera para recoger su abrigo y su bolso. El más mínimo retraso podía resultar fatal. 

Se alegró de haberse puesto los vaqueros y un suéter de lana, pues hacía frío. Lilia abrió la ventana del estudio y saltó hacia el otro lado. Cuando salió volvió a cerrarla. Esperaba solamente que los dos conspiradores continuaran discutiendo en la puerta de atrás, mientras ella se dirigía por el sendero hacia la entrada de la granja. 

Todo ese día, la niebla había permanecido sobre los páramos y Lilia pidió que se volviera más espesa para poder ocultarse de sus enemigos. Sus deseos se hicieron realidad cuando, a medida que se alejaba de la granja, la neblina empezó a hacerse más densa, de modo que era imposible ver más que unos cuantos pasos adelante. Debía tener cuidado para no caer en un barranco, porque en tal caso complacería a Maurice y a Sybil, y eso era lo único que ella no quería en el mundo. 

No podía ver algún punto de referencia, era difícil determinar cuánto debía desviarse hacia la izquierda para evitar el peligroso pantano de «Wolfstor», y llegar a la cabana de Nan. De pronto, se detuvo en seco. Pero, ¿quién era Nan Jones y por qué recordaba ella su existencia? 

Al avanzar tambaleante, oyó un extraño ruido que se extendió por todo el páramo con lúgubres augurios. Lilia sabía lo que eso significaba. Era la sirena del penal de Princetown. Uno de los presos había escapado. Ella se estremeció, en parte al pensar en la desesperación que debía impulsar a un hombre a escapar en un día así, y en parte al irracional temor de que el hombre pudiera encontrarse en esa parte del páramo. 

Mentalmente, Lilia se reprendió a sí misma. Con lo grande que era Dartmoor, ¿por qué iba él a llegar precisamente a ese punto? Si era un tipo listo, debía tener amigos esperándole cerca de allí, para ayudarle a escapar y llevárselo tan lejos como fuera posible. 

Llegó a la orilla de un arroyo. Ella recordó que los arroyos siempre llevaban a algún lado. La orilla del arrollo era pantanosa, pero Lilia empezó a caminar por ella, tan aprisa como le era posible, a través de la neblina. Empezó a llover y a oscurecer al mismo tiempo. Comprendió que la corta tarde invernal llegaba a su fin. Estaba perdida, jamás encontraría la casita de Nan. Si no caía en un barranco, probablemente moriría de una pulmonía, en cuyo caso, más le hubiera convenido correr el riesgo de morir a manos de Maurice y Sybil. 

En ese preciso momento de desolación, apareció alguien frente a ella. Por un momento, Lilia pensó que se trataba de una alucinación. 

Una ráfaga de aire hizo a un lado la neblina... sólo por unsegundo; pero fue suficiente para que ella supiera de quién setrataba. Lilia empezó a gritar; era un grito de horror, de desesperación y de involuntario regreso total a la realidad. 

—¡Vaya, vaya! —dijo aquella voz familiar—. ¡Qué buen suerte la mía! Pero si es mi pequeña Lilia. 

Lilia se estremeció cuando él la cogió por los brazos. 

Incapaz de hablar, ella se quedó mirando aquel rostro anguloso, cubierto casi totalmente por la neblina. Volvió a ver la frialdad de aquellos ojos azul pálido. Tan parecidos a los de antaño y, sin embargo, sutilmente diferentes; por la palidez poco natural de su piel, producida por tantos años de prisión. Era Michael Dane, el hermano gemelo de Maurice y su verdadero esposo. 

Con razón Maurice no significaba nada para ella. A pesar del parecido superficial, Maurice era una pálida sombra comparado con el carácter fuerte y dominante de su gemelo. Maurice era débil y fácil de manejar. Michael era diabólico, sólo que ella no lo supo hasta que fue demasiado tarde. 

—Mi hermano dice que has olvidado mi existencia, Lilia. Eso es muy poco alagador, algo que no puedo permitir. 

Era evidente que Maurice le había dicho a Michael lo de su amnesia. Por fortuna, no había pronunciado su nombre. Era más seguro para ella hacerle creer que seguía sin recuperar la memoria. 

—Lo... lo siento. Debe disculparme. Me ha asustado. No esperaba encontrar a nadie por aquí. ¿Dice usted que conozco su hermano? 

—¡No me vengas con eso, Lilia! —su voz tenía un cierto ton de duda—. Mi hermano es Maurice Dane. Yo soy Michae ¿recuerdas? 

«Lo recuerdo demasiado bien», pensó Lilia con amargura. Era realmente increíble que hubiera olvidado la existencia de Michael. 

—Por supuesto que conozco a Maurice. Él es mi esposo, pero yo no sabía que tenía un hermano. 

Lilia se sintió orgullosa de sí misma. Aunque la recuperación de su memoria traía con ella todo el horror del pasado, también empezaba a sentirse más segura. 

—¿Maurice te ha dicho eso? —preguntó, enfurecido—. ¿Qué diablos se trae ese entre manos? ¿Habéis estado viviendo juntos, como marido y mujer? 

—Por supuesto —contestó Lilia con aire inocente—. ¿Por qué no? 

Sabía que estaba jugando con fuego, que Michael tenía un carácter peligroso, pero Lilia estaba segura de que de ese modo podría conseguir que su verdadero marido comenzara a odiar a Maurice, en vez de enfurecerse con ella. 

—¿Por qué? Te lo diré... es un cerdo sucio y traidor. ¡Él debía dedicarse sólo a su propia esposa! 

—Pero... pero yo soy... 

—¡Oh, no, claro que no eres su esposa y me gustaría saber por qué te dijo tal mentira! Su esposa se llama Sybil. 

Lilia no necesitaba que Michael se lo dijera; ahora recordaba, con aterradora claridad cómo había conocido a Sybil y a Maurice Dane. 

—Usted se parece mucho a Maurice —dijo ella, fingiendo sorpresa—, pero, ¿está seguro de que yo soy...? 

—¿Quién puede estar más seguro que yo? —replicó él furioso—. Yo soy tu esposo, y cuanto antes lo recuerdes, mejor. Ese tipo para el que estáis trabajando... Maurice no mencionó su nombre. ¿Qué tal es? 

—Él es... agradable... 

—Más vale que lo sea, porque vas a llevarme a su casa. Por la puerta de atrás, recuérdalo. 

—¿Por qué no por la delantera? —preguntó Lilia, sorprendida. A toda costa debía mantener su pose de inocente ignorancia. Debía ganar tiempo, durante el cual podría suceder el milagro de que las autoridades de la prisión le dieran alcance. 

—Porque acabo de escapar de Princetown —le dijo él con brusca franqueza— y se suponía que Maurice debía esta esperándome con un automóvil —su voz se llenó de exasperación. 

—Hemos estado planeando esto durante semanas enteras y el muy tonto no ha aparecido. Bueno, ahora tú vas a ayudarme, pues que mi querido hermano no ha cumplido con su parte del trato. 

Todo era muy extraño. Lilia acababa de recordar que Maurice Dane siempre fue dominado completamente por su hermano gemeló más fuerte. 

—Tienes que darme alguna ropa de tu jefe, así como su automóvil. Entonces nos iremos de este maldito lugar. Nadie sospechará de una pareja, que vuelven a su casa. 

—Pero —Lilia continuó desempeñando su papel de amnésica—, yo sólo tengo su palabra de que es mi esposo. 

Él volvió a cogerla por los brazos con brusquedad. 

—¡Será mejor que lo creas! Porque si recuerdas o no, eso mí no me importa ahora. Cuando estemos lejos de aquí yo me encargaré de que recuerdes, ¿entendido? ¡Bien! ¡Enséñame camino! 

—No estoy segura de poder encontrarlo. Me he perdido, puede creerme. 

—Aun así, trata de encontrarlo. ¿Qué andabas haciendo por aquí, me lo quieres explicar? 

—He salido a caminar un poco y me he perdido. 

—¿Con esta maldita niebla? —dijo él con un gesto de de precio—. Bueno, tú siempre fuiste una bobalicona. 

—Sí —murmuró ella en tono inaudible. Realmente debió ser una tonta redomada para no darse cuenta de qué clase de hombre era aquel. Ahora comprendía por que en su subconsciente había tratado de olvidar su pasado. 

Ella comenzó a caminar al lado de Michael. La neblina empezaba a esfumarse. Pronto no tendría disculpa para no conducirlo hasta «Wolfstor». 

—¿Ya sabes dónde estamos? 

—Sí —dijo ella, contra su voluntad. Ya casi no había neblina y ella empezaba a reconocer algunos puntos de referencia. 

—¡Bueno! Cuando lleguemos a la casa, me dirás dónde puedes esconderme, y te asegurarás de que no hay ningún peligro par mí. Después me prepararás algo de comer. 

Después de ocultar a Michael en una pequeña bodega, Lilia se dirigió hacia la puerta posterior, preguntándose con temor si aún estarían allí Maurice y Sybil. Ella tenía ahora más razones que nunca para temerles, pues recordaba cómo la habían tratado antes del accidente. 

Titubeó frente a la puerta, pero en ese momento sentía más miedo de su esposo que del hermano, así que entró. No se veía gente en la cocina, pero se percibía un aroma apetitoso. Sybil tenía lista la comida; eso significaba que todavía no pensaba irse de Wolfstor. Tal vez habían planeado ocultar a Michael en la granja, sin que Tor lo supiera. 

La casa estaba vacía, sin señales de Maurice, de Sybil o de Tor. Esperaba que Tor, no volviera mientras Michael estuviera escondido allí. 

 

 

Cuando Lilia deseaba con tanta desesperación recobrar la memoria, no soñó siquiera que sería de este modo, no se le había ocurrido pensar que el recuerdo de su pasado iría acompañado de vergüenza, desventura y, sobre todas las cosas, miedo. 

Ella, hija única de Sir John Sinclair, cuya casa de campo estaba en Gloucestershire, llevó siempre una vida holgada, porque su familia poseía una moderada fortuna. Además de eso, tenía un considerable talento artístico. A diferencia de muchas jóvenes de familias acomodadas como la suya, que no se molestaban en forjar su propia vida, Lilia decidió desde muy joven desarrollar su habilidad natural para el dibujo. Ella nunca tendría necesidad de trabajar para ganarse la vida, pero estaba decidida a demostrarle al mundo que podía hacerlo. 

Estudió en un buen colegio de arte y pronto su trabajo empezó a llamar la atención, en las salas donde expuso. Recibió buenas críticas por parte de la prensa y empezó a aceptar tantas ofertas como podía cumplir, casi siempre para ilustrar libros, en los que la exactitud de líneas y detalles hacía su trabajo especialmente valioso. 

—Hay alguien a quien quisiera que conocieras, Lilia —le dijo Charlie Laing por teléfono, un lunes por la mañana, en que la llamó a su apartamento en Londres—. Un escritor famoso, quien yo también represento, está buscando un ilustrador. Tal ve has oído hablar de él. Se llama T.B. Endacott. Le dije que tú serías la persona ideal para el tipo de libros que él escribe. Vea a la oficina a mediodía y te lo presentaré. 

—No sé —Lilia dudó durante un rato—. Tengo ya demasiados compromisos pendientes. Además, estoy preparando trabajos para otra exposición. 

—Él no tiene prisa —le aseguró Charlie—. Está comenzando el trabajo de investigación. Viaja mucho, pero casualmente ahora se encuentra en Londres. Yo sé que una vez que le conozcas y sepas de qué se trata, no podrás decir que no. 

Después de la llamada de Charlie, continuó trabajando de; forma ininterrumpida hasta que se acercó la hora de la cita. Entonces se fue tal y como estaba, con un atuendo de trabajo, que consistía en unos vaqueros y una camisa, arrepintiéndose de haber ido vestida de ese modo nada más ver a T.B. Endacott. 

Tor Endacott resultó ser una agradable persona. Con su gran estatura y su admirable personalidad, era el nombre más atractivo que ella había conocido. 

—Me impresiona de verdad su estilo —dijo a Lilia, al terminar de examinar el muestrario de dibujos que ella llevaba. 

A Lilia la sorprendió el comentario, pues al ver su expresión había supuesto que no encontraba aceptable su trabajo. 

—Sin embargo —continuó él con voz profunda y suave— voy; a ser muy franco con usted. No considero que sea buena la idea de Charlie de que trabajemos juntos. 

—¡Estoy de acuerdo con usted! —dijo Lilia, ligeramente ofendida. 

—¡Oye espera un poco! —intervino Charlie cuando vio que la joven se levantaba, dispuesta a marcharse—. No toméis decisiones precipitadas. Los dos podríais lamentarlo más tarde. 

—¡Charlie! —exclamó Tor Endacott—. Tú sabes mi opinión; sobre la idea de trabajar con mujeres. El viejo Fred Linklater era ideal para mí. Él... 

—Pero Fred Linklater está muerto —expresó Charlie— Y sé sincero Endacott, su estilo era ya un poco anticuado. Lilia, en cambio, tiene una técnica fresca y agradable... 

—Y Lilia —lo interrumpió ella, levantando la barbilla con altivez— tiene más ofertas de las que puede realizar. No, no voy a trabajar con quien no desee mi colaboración, mi trabajo. ¡Olvídate, Charlie! 

—¡No! —insistió el agente—. No voy a olvidarlo, ni voy a permitir que los dos desperdiciéis una oportunidad como ésta, que os beneficiaría a ambos. 

—Y que indirectamente, te beneficiaría a ti Charlie —dijo Tor, con una irónica sonrisa. 

—Además, no puedes hacer que dos personas colaboren, en contra de sus propios deseos —señaló Lilia. 

—Cierto, pero puedo sugerir que lo mediten mejor, que lo discutan un poco. ¿Por qué no comemos juntos? 

—¡Oh, pero...! —Lilia se detuvo ante la intervención de Tor Endacott. 

—Está bien, Charlie, hablaremos, pero sólo porque creo que la señorita Sinclair merece una explicación. Ella ha perdido tiempo de trabajo viniendo aquí. 

—Gracias —le interrumpió Lilia—, pero no quiero seguir perdiéndolo. 

—Usted come habitualmente, supongo. 

—Desde luego, pero... 

—Entonces, ¿me permite recordarle que es la hora de la comida? Supongo que acostumbrará a interrumpir su trabajo para comer. 

—Algunas veces. Cuando estoy muy ocupada, me olvido de ello. 

—Lo mismo me sucede a mí —de pronto el rostro de él se iluminó con una sonrisa encantadora—. Vamos, señorita Sinclair, coma conmigo. Permítame disculparme por mi aparente brusquedad. Mi negativa a trabajar con usted no es nada personal, ¿sabe? Tengo muy buenas razones. 

Aunque unos minutos antes ese hombre le había resultado muy agradable, Lilia cambió en seguida de opinión. Sin embargo debió reconocer que había algo fascinante en esa sonrisa, en el tono en el que repitió su invitación. 

—¿Qué dice señorita Sinclair? 

—Oh, está bien —aceptó finalmente—, pero no piense ustéd mal. No voy a comer con usted porque espere que cambie d opinión, sino porque tengo hambre. 

—¡Yo también! —exclamó Charlie Laing, levantándose de a escritorio rápidamente. 

—¡Lo siento, Charlie! —Tor Endacott movió la cabeza de un lado a otro—. Esta no será una comida de negocios, así que lo agentes no están invitados. Esto es sólo entre la señorita Sinclair y yo. 

Lilia disimuló a duras penas una sonrisa. Charlie, un hombre bajito y regordete, adoraba las comidas de negocios. Sin embargo Charlie no insistió y volvió a dejarse caer en su sillón, encogiéndose de hombros. 

Un poco asombrada por la actitud de Charlie, Lilia volvió la mirada por encima del hombro en el momento en que salían, con intenciones de dirigirle una sonrisa. Sin embargo, una expresión burlesca distorsionaba el rostro del agente, quien le guiñó el ojo con malicia. ¿Qué se traía entre manos el astuto de Charlie? 

A pesar del principio poco venturoso, Lilia no pudo evitar simpatizar con el escritor. Durante la comida, él no mencionó en absoluto la propuesta colaboración entre ellos, sino que habló sobre una gran variedad de temas. 

Lilia estuvo escuchándole con mucha atención. Tor era hijo de un pequeño granjero, y había estudiado a base de becas, trabajando duro para obtenerlas. Ella le dijo que compartía con él su determinación de triunfar por méritos propios. 

—En cierto momento, decidí trabajar recorriendo el mundo —dijo Tor a su absorta oyente—. Me codeé con toda suerte de tipos. Lo mejor de todo fue que aprendí mucho sobre el folklore de los diferentes países en donde trabajé —hizo una pausa y lúego añadió—: Yo siempre he sido un lector insaciable y siempre pensé que podría escribir. Entonces encontré el tema sobre el cual hacerlo. 

Aquel hombre le resultó fascinante a Lilia, no sólo porque ejercía una fuerte atracción física sobre ella, sino porque, sus mentes parecían funcionar de acuerdo, en muchos sentidos. Charlie estaba en lo cierto. Este era un hombre para quien ella trabajaría muy a gusto. 

La comida terminó, su mesa ya la solicitaban otros clientes y, sin embargo, Tor Endacott no había tocado el tema que era la razón de que estuvieran comiendo juntos. 

—¿De verdad tiene usted que trabajar esta tarde? —preguntó él, de pronto—. Hace tan buen tiempo, que parece un crimen pasar la tarde encerrado en una oficina. 

—Yo no tengo oficina. Trabajo en mi casa, en mi apartamento. 

La verdad era que ya no sentía deseos de volver al trabajo, aunque al interrumpir su dibujo aquella mañana, lo había hecho contra su voluntad. Ahora se sentía vagamente inquieta. Era lo bastante realista para comprender que esta inquietud era debida a que disfrutaba de la compañía de Tor Endacott, y al deseo de que su relación no terminara de manera brusca. 

Así que, después de una simbólica protesta, se dejó convencer y aceptó ir a caminar por el Parque Hyde. En lugar de hablar de sí mismo, como lo había hecho durante el desayuno, Tor empezó a interrogar a Lilia, para que le explicara cómo trabajaba y cómo vivía, antes y ahora. 

—¿Y está usted totalmente dedicada a su carrera? ¿No hay algún hombre en su vida? ¿Qué me dice del futuro? 

—No me dedico solamente a mi carrera, hago otras muchas cosas. En cuanto al futuro —ella se encogió de hombros—, me gustaría casarme algún día, supongo, pero no tengo prisa y espero, no, voy a seguir trabajando, aunque me case. Mi arte significa demasiado para que yo pueda renunciar a él. 

—¿Quiere decirme que no tiene novio, que es completamente libre? 

—No, no tengo novio —dijo Lilia sonriendo—. Sólo un ex novio que no acepta un «no» por respuesta. Sigue escribiendo y llamando por teléfono. 

—¿Así que no va a tener la suerte de volver a conquistarla? 

—No. Michael es divertido como acompañante, pero no es buen candidato para marido. 

—Ni yo tampoco lo soy —afirmó Tor; al levantar ella la vista para mirarle sorprendida, añadió—: Teníamos que tratar el tema tarde o temprano, aunque confieso que he intentado posponerlo 

—¿Por qué tendríamos que discutir eso? —preguntó Lilia 

—Eso es sólo parte de la razón por la que no quiero que una mujer trabaje conmigo. Las mujeres tienden a comprometerá emocionalmente, se vuelven posesivas. He sufrido la experiencia dos veces, de pequeñas tontas que me han convertido en el blanco de sus fantasías románticas. Por eso lamento mucho la muerte de viejo Red. Necesito un buen dibujante, pero no una compañera de cama. Soy viajero incansable, por naturaleza, no me gusta estar atado. 

Lilia se irritó. ¡Vaya hombre arrogante y vanidoso! ¿Pensaba de verdad que todas las mujeres estaban destinadas a enamorara de él, si trabajaban a su lado? 

—Bueno, usted no tendría que preocuparse por eso en ese caso —le dijo sin disimular su irritación. 

—¿De veras? —los ojos verdes la examinaron con expresión especulativa—. ¿Cómo es eso? 

—Por una parte, no soy el tipo de mujer que suspire y sueñe sólo porque mi compañero de trabajo es un hombre. Se necesitaría que tuviera usted además muchas otras cualidades. 

—¿De veras? Me tranquiliza usted. 

—Aunque no hay necesidad de ello; no vamos a trabaja juntos. 

—Por supuesto que no. Pero si no estuviera tan ocupado gustaría descubrir qué cualidades tendría yo que poseer para interesarle. 

—No podría descubrirlas por la sencilla razón de que no las posee. 

Lilia descubrió que disfrutaba de aquel pequeño duelo palabras, con su leve tono seductor. Era una lástima no tener oportunidad de demostrarle que ella era ante todo, una artista profesional y no una mujer que se dedicaba a buscar marido. 

—Se hace tarde —dijo Tor de pronto—. Puesto que ya le he hecho perder la mayor parte del día. ¿no le gustaría pasar conmigo lo que queda de él? ¿Por qué no vamos a cenar a mi casa? 

Lilia disimuló lo mucho que se estaba divirtiendo. Era evidente que ese hombre estaba molesto porque ella no parecía encontrar atractivos en él. Sintió estremecimiento al pensar que, tal vez, Tor intentaría desafiarla emocionalmente de nuevo. 

—¿Por qué no? —exclamó ella—. Es demasiado tarde para empezar a trabajar ahora, de todos modos. 

En realidad, Lilia trabajaba con frecuencia por las noches y a veces lo hacía hasta cerca de la madrugada. 

Lilia supuso que pediría la cena a algún restaurante cercano, pero cuando la llevó a su apartamento, descubrió que su vida errante lo había convertido en un hombre totalmente independiente. 

En su pequeña cocina prepararon la cena los dos juntos, que consistió en un asado de carne y un poco de fruta fresca. 

—Supongo que usted está acostumbrada a comidas mucho más refinadas —comentó Tor—, pero yo vivo solo. No soporto sirvientes a mi alrededor, así que me he acostumbrado a comer de la forma más simple posible. 

Lilia le aseguró que ella hacía lo mismo. 

—¡Nada más que usted es mejor cocinero que yo! —admitió ella. 

Mientras tomaban café. Lilia aprovechó la oportunidad para examinar discretamente al hombre que tenía frente a ella. 

Se sintió entre desilusionada y aliviada cuando, después de la cena, la conversación se mantuvo a un nivel impersonal. Posiblemente, él no la consideraba atractiva. Tor insistió en acompañarla de regreso a su apartamento, pero no sugirió que le dejase pasar. En el momento en que ella se dispuso a abrir la puerta, él se dio !a vuelta. 

—Por supuesto —dijo con cierta brusquedad—. el que no vayamos a trabajar juntos no significa que no podamos ser amigos, ¿verdad? 

—Supongo que no —dijo ella, cautelosa, después de permanecer en silencio unos segundos. 

De pronto, una sonrisa iluminó el rostro de Tor. 

—¡Bien... entonces, la llamaré por teléfono... mañana! 

Se vieron varias veces los siguientes días y Lilia se pregunta qué sucedería con la extensa investigación que Tor iba a realizar para su nuevo libro. Él no parecía tener ninguna prisa por volver a dedicar su atención al trabajo. Aunque su actitud era todavía de cordial camaradería, Lilia no pudo dejar de pensar en que Tor, tal vez contra su voluntad, se sentía atraído hacia ella. Lo notaba en ocasionales gestos y expresiones. Pero fue al bailar juntos cuando se sintió casi segura. 

Sin duda alguna, no era sólo el cuerpo de ella el que percibía íntimamente el calor sensual que parecía brotar entre ellos. Y no podía ser sólo su cuerpo el que reaccionaba ante el mínimo contacto que se producía entre ellos, debido a cualquier movimiento accidental. Algunas veces ni siquiera estaba segura de que estos movimientos fueran realmente accidentales. Pero, aunque había esperado su declaración, él nunca llegó a confesarle que se sentía atraído por ella.