CAPÍTULO 7 

 

CON el corazón palpitante y todos los nervios en tensión, Lilia bajó la escalera y se dirigió hacia la cocina. Todo estaba tal como lo había dejado. Aunque Michael no podía oírla, se dirigió de puntillas hacia la puerta posterior y estaba corriendo el pesado cerrojo, cuando un ruido le hizo volverse con rapidez. El estaba adentro, observándola. —¡Oh! ¿Cómo...? —empezó ella a tartamudear. —¡Zorra traidora! —exclamó furioso, propinándole una bofetada—. Pensabas dejarme afuera, ¿verdad? ¡Me alegro de haberte vigilado! —examinó los pantalones y el suéter que ella había bajado y entonces volvió su atención a la olla de cocido que hervía en uno de los fuegos—: ¡Un plato! —ordenó. 

—¿No... deberías irte? —sugirió ella nerviosa. La aterrorizaba la idea de que Tor pudiera volver y encontrar allí a ese hombre.  

—No veo por qué. No sé dónde ha ido el dueño de la casa, pero nosotros estamos adentro y él afuera. Esto es muy confortable, después de recorrer ese maldito páramo. Hay comida, te tengo conmigo y nadie pensará buscarme aquí —empezó a llenarse la boca, como si no hubiera comido hacía varios días—. Siéntate, ahí, donde yo pueda verte —señaló la silla que había frente a él. 

Mientras le observaba comer, Lilia se preguntó cómo sería su vida si a Michael no le hubiesen arrestado el mismo día de su boda. ¿Se habría revelado tal como era, como lo estaba haciendo en ese momento? Ella se estremeció. Gracias a Dios, eso no había sucedido. 

Por fin, Michael retiró el plato con un suspiro de satisfacción.  

—¡Excelente! Bueno, cualquier cosa sabe deliciosa después de la comida que dan en ese maldito lugar. Además, se quita el apetito con sólo pensar en dónde está uno. Y no voy a volver ahí —dijo dando un puñetazo en la mesa—.  ¿Me oyes,  Lilia? 

Ella asintió en silencio. ¿A qué extremos sería él capaz de llegar para no ser capturado de nuevo? 

—Nos quedaremos aquí esta noche —añadió él—. Para mañana, la policía que me está buscando se habrá alejado de aquí. Ahora, hazme un café. 

En silencio, Lilia obedeció. ¿Cómo podría convencerle de que se fuera, antes de que Tor volviese? A ella no le gustaba nada la idea de pasar la noche a solas con él allí. Él nunca la amó realmente, como pretendía fingir. Aun si Sybil no se lo hubiera revelado, ella habría llegado a adivinar que Michael la deseaba más que nada por su dinero. Pero, ¿y si él decidía reanudar su relación? Horrorizada, Lilia cerró los ojos y se tambaleó un poco. Tuvo que detenerse en la cocina de guisar para no caer. 

—¡Date prisa con ese café! —ordenó Michael— ¿Tienes cigarros? 

Al principio, Lilia movió de un lado a otro la cabeza. Tor no fumaba. Entonces recordó que Maurice sí lo hacía. Al darse cuenta de eso, pensó también en el baño adjunto a la habitación que ella y Maurice compartían. Tenía una puerta sólida y un cerrojo macizo, podría encerrarse allí. 

—Creo que hay unos arriba —dijo—. Maurice fuma. ¿Quieres que...? 

—Vamos a subir juntos —le dijo en tono sombrío y Lilia sintió que se le hundía el corazón. No iba a ser nada fácil engañar a Michael. 

Cuando subieron al dormitorio, la mirada de Michael examinó con avidez la habitación y se detuvo de pronto en las camas. 

—¿Así que no tenéis cama de matrimonio? —miró fijamente a Lilia—. ¿Habéis compartido alguna vez una de estas? 

Si Maurice hubiera estado presente, ella habría mentido para enemistar a los dos hermanos. Pero no merecía la pena provocar la furia de Michael, cuando sólo podía desquitarse con ella. 

—No —dijo con firmeza, y luego añadió—: Maurice... Maurice siempre ha sido muy... considerado. Pensó que... como yo había perdido la memoria... 

—Eso es una buena excusa para los dos —el tono de su voz le hizo temblar—. Así que... ¿todavía no te ha tocado ningún hombre? 

Lilia no contestó, Michael, al parecer, tomó su silencio como respuesta afirmativa y no insistió en el asunto. 

Ya con una cajetilla de cigarros, Michael se dedicó a examinar la distribución del resto de la casa, asegurándose de que la puerta delantera estuviera cerrada también. 

—¿Tiene Endacott armas de fuego en la casa? —preguntó y Lilia movió la cabeza de un lado a otro. Por fortuna Tor no guardaba ninguna arma ahí. La idea de ver a Michael con un arma en la mano le aterrorizaba. 

Se instalaron en la sala y Lilia vio cómo Michael subía los zapatos cubiertos de lodo sobre el sofá, pero no se atrevió a protestar. 

—¿Sabes a dónde ha ido Endacott? —preguntó él de pronto. 

—No, no lo sé —contestó ella. 

—Bien. Esperemos que no vuelva esta noche. Tal vez Maurice ha logrado alejarle de la casa o eliminarle. 

Callaron, sólo se oía el crepitar del fuego en la chimenea. De pronto se oyó, el sonido de pisadas de un caballo que se acercaba por el sendero de entrada a la casa. ¿Era el pony de Tor? ¿Qué sucedería si encontraba su casa cerrada por dentro? Era lo bastante astuto como para darse cuenta de que algo malo sucedía y sospechar de qué se trataba. 

Michael también oyó las pisadas y se levantó. Caminó hasta la puerta que comunicaba con la cocina y se quedó de pie, tenso y alerta. La puerta posterior retembló un poco, como si alguien tratara de abrirla. Después se oyó el sonido inconfundible de una llave que introducían en la cerradura. La puerta no se abrió, pues estaba cerrada por dentro. Ahogada por la gruesa madera de la puerta, Lilia oyó la voz de Tor. 

—¿Lilia? ¿Estás ahí? Soy yo, Tor. 

Michael se colocó inmediatamente junto a ella, la rodeó con un brazo y le cubrió la boca con una mano. 

—¿Es Endacott? —preguntó y ella asintió en silencio— ¡Maldición! va a desconfiar si no lo dejamos entrar. Puede ir a avisar a la policía... —hizo a Lilia volverse hacia él—. Escúchame bien... vas a abrir la puerta y a dejarlo entrar, yo me mantendré fuera de su vista. ¿Cómo es físicamente? 

—Grande y fuerte —contestó con rapidez—. Yo no me arriesgaría, si fuera tú. 

—Es un riesgo que tengo que correr. La próxima vez que llame, contéstale, abre con lentitud y cuidado... nada de trucos. 

En silencio, se quedaron esperando. ¿Volvería a gritar Tor? ¿Se atrevería ella a prevenirle? 

—¡Lilia! ¿Me oyes? ¿Estás bien? 

—Contéstale —ordenó Michael—. Y haz lo que te he dicho. ¡Ahora! 

La empujó bruscamente y luego él se ocultó. Lilia alcanzó el cerrojo y fingió tener dificultades para correrlo. Por fin, lo hizo. Ahora era sólo cuestión de dar vuelta a la llave y Tor estaría adentro y en peligro. Ella no podía hacer eso, prefería arriesgar su propia vida antes que la de él. Tor consiguió abrir desde afuera y entrar. 

—¡Vete! Él está aquí... él te... 

En ese momento, sintió un fuerte golpe en la cabeza que la envió con violencia hacia el suelo. 

Cuando recobró el conocimiento le dolía la cabeza y sentía un amargo sabor a sangre, por haberse mordido la lengua. No pudo moverse. Se encontraba tendida en el suelo, atada de pies y manos. Al oír una voz débil, abrió los ojos y se estremeció al sentir que la luz la deslumhraba. No lejos de ella, atado a una silla estaba Tor, con el rostro lleno de sangre. 

—¡Oh, Tor! 

Al oír su voz, él lanzó un suspiro de alivio. 

—¡Gracias a Dios! Pensé que ese cerdo te había matado. Tu advertencia llegó demasiado tarde, aunque no creo que la hubiera obedecido. No podía dejarte aquí sola, con ese animal. Entré corriendo, tropecé contigo y él me golpeó, cogiéndome por sorpresa. Entonces —añadió, entristecido—, me vio y pareció volverse loco de furia. 

—¿Te ha reconocido? 

—¿Qué quieres decir? —preguntó, sorprendido. 

—El no sabía tu nombre, pero te vio una vez conmigo... —se ruborizó ante la intensa mirada de los ojos de Tor. 

—¿Así que ya sabes quién soy? —había una extraña nota en la voz—. ¿Desde cuándo, se puede saber? 

—Desde que me he encontrado con Michael en el páramo y le he reconocido. Él me ha hecho recordar todo. ¡Oh, Tor! ¿Qué vamos a hacer? Es un hombre peligroso desesperado. 

—No hay nada que podamos hacer por el momento —y después de una pausa, continuó—: ¿Qué diablos te impulsó a casarte con Dane? ¿No tenías idea de la clase de hombre que era? Debes ser muy torpe para juzgar a las personas. 

—Sí, ¡debo serlo, sin duda! —exclamó, con furia, a pesar del peligro en el que se encontraban. 

—No ganaremos nada con reñir entre nosotros. Cuando salgamos de aquí, habrá tiempo suficiente para enfrentarnos a nuestras diferencias. 

Si salía con vida de esto, pensó Lilia, iba a poner una gran distancia entre ella y Tor Endacott. No quería volver a verle, ni recordar el papel que había desempeñado en su vida. En gran parte, era culpa de ese hombre el que ella se encontrara en esa situación. 

—¿Por qué lo hiciste, Lilia? —preguntó Tor de pronto— ¿Por qué te mezclaste en eso? ¿Estabas tan enamorada de Dañe que deseabas rescatarlo... aun sabiendo que era un ladrón y un asesino? ¿Y por qué clase de tonto me tomaste al utilizar mi casa para sacarle de prisión? 

—Yo no he hecho tal cosa. Todo esto nada tiene que ver conmigo. Yo no sabía... al menos... 

—Ah, ahora empezamos a entendernos. Me alegra que no intentes mentirme. Cuando recibí tu carta, aceptando el trabajo que te ofrecí, y vi los nombres de las personas que recomendabas como sirvientes... 

—Yo no escribí esa carta —le interrumpió—. Maurice vio tu carta un día, cuando estaba en mi apartamento. Y aceptó en mi nombre, sin que yo lo supiera, yo había rechazado la idea. Además, ¿cómo iba a saber que T. Brett eras tú? 

—Entonces, ¿cómo apareciste aquí? ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Cómo perdiste la memoria... si es que fue así? 

Lilia tardó varios minutos en poner a Tor al corriente de todo lo sucedido. Una vez que empezó su relato, y logró convencerle de que lo que acababa de contarle era la verdad, empezaron a pensar en su situación, hasta que, al oír el murmullo de voces, Michael volvió. 

—¡Así que ya has despertado! —comentó, al ver que Lilia había recobrado el conocimiento. 

—¡Y no gracias a usted! —exclamó Tor, antes que ella pudiera contestar—. Ha podido matarla. 

Michel dio un fuerte puntapié en la espinilla de Tor y Lilia lanzó una exclamación de furia y compasión, al oír que el escritor se estremecía. 

—No es necesario que hagas eso. 

—¡Por supuesto que sí! ¿Crees que soy tonto? Yo sé quién es ese tipo —se volvió hacia Tor—. No tiene por qué preocuparse por ti. Estás muy segura en mis manos —hizo una pausa y luego se dirigió hacia Tor—: ¿Sabe? No he terminado con ella todavía. Es mi esposa y tenemos pendiente algo que se llama luna de miel. 

Tor hizo un gesto de desprecio, pero no dijo nada. 

—Y ahora, Endacott... ¿en dónde está mi hermano? 

—¿Cómo va a saberlo Tor? —intervino Lilia con rapidez. 

—Creo que sabe más de lo que supones. Comienzo a explicarme muchas cosas ahora que sé quien es. Él nunca ha ignorado quién era Maurice. 

—No —respondió Tor de pronto—, ni la policía tampoco. Lo supo desde un principio. Pusimos una trampa para que cayeran todos. 

—¡Es usted un...! —Michael iba a lanzar un insulto, pero Tor le interrumpió. 

—Será mejor que se entregue, Dane. Maurice y su esposa están ya en manos de la policía. Tan pronto como usted escapó, ellos fueron detenidos. Nosotros sabíamos que algo así iba a suceder. De no ser por la neblina, también lo habrían atrapado a usted. 

—Tor, si la policía sabía todo, ¿por qué lo dejaron escapar? —preguntó Lilia. 

—Porque de otra manera no podrían detener a sus cómplices. Siento mucho, Lilia, que las cosas no hayan resultado tal y como fueron planeadas —luego miró a Michael—. No pasará mucho tiempo sin que deduzcan donde está. ¿Por qué no acepta eso? 

—Nadie me hará volver a ese sitio, jamás —respondió Michael, convencido—. Primero os mandaré a vosotros dos al infierno. Pero antes... —su áspera mirada recorrió a Lilia, haciéndole estremecer—, hay algo que tú me debes. 

—¡Dan! —gritó Tor en tono urgente, luchando contra sus ataduras—. Si usted le pone un dedo encima, yo lo... yo lo... 

—¿Usted qué hará? —preguntó el otro con ironía— No está en situación de hacer nada. 

—¡No, oh, no! —exclamó Lilia con voz ahogada—. No es posible que... seas tan cruel... tan asqueroso. 

La expresión de Michael le reveló que era capaz de eso y más. Intentaba hacer uso de lo que consideraba que eran sus derechos de marido e iba a obligar a Tor a ser testigo de su posesión. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Lilia, al pensar en esa brutal humillación. 

Tor comenzó a lanzar maldiciones cuando vio que Michael la levantaba del suelo para arrojarla sobre el sofá, y Lilia se quedó muy sorprendida, pues nunca había oído en sus labios tales insultos. Al mover el fugitivo la mano hacia sus pantalones y humedecerse con la lengua los labios, Lilia suplicó en voz baja que se desmayara. 

Entonces un ruido en el exterior hizo que su corazón se llenara de repentina esperanza. Alguien llamaba a Michael con un altavoz. ¡Era la policía! 

—Sabemos que está ahí, Dan. Entréguese o será peor para usted. 

Michael titubeó. 

Salió de la habitación y subió los escalones de dos en dos. Luego se oyó el ruido de una ventana del piso superior al abrirse y la voz de Michael, que resultaba amenazadora en medio del silencio de la noche. 

—Tengo dos rehenes aquí. Será mejor que piensen las cosas, si no quieren cargar con dos muertes en la conciencia. 

—No sea tonto, Dane —fue la respuesta. 

—¿Qué hay de tonto en esto? —contestó burlón—. Ya he matado a otros, dos muertes más no significarán nada para mí. 

Abajo, las dos personas cuya vida estaba en juego, contuvieron la respiración. 

—¿Qué es lo que desea, Dane? 

—Protección para salir de aquí, un automóvil a la puerta, con el motor encendido, y que me permitan llevarme a mi mujer conmigo, es mi esposa. 

—¿Le darán lo que pide? —preguntó Lilia a Tor, aterrorizada. 

—Creo que van a dejar la decisión en tus manos —respondió él en voz baja y con una profunda preocupación—. Lilia, quiero que sepas... 

—Lleve a su esposa a la ventana —la voz interrumpió la conversación—. Queremos hablar con ella. 

Oyeron fuertes pisadas en la escalera. Michael cogió a Lilia en los brazos y volvió a subir a la habitación. 

—¿Señora Dane? ¿Está usted bien? 

—Hasta ahora sí —gritó ella con amargura—, exceptuando algunos golpes. 

—¡Cállate! —ordenó Michael apretándole la muñeca con fuerza—. Coopera o acabaré con Endacott antes de irnos de aquí. 

—¿Está usted dispuesta a irse con su esposo, si se lo permitimos? 

—No parece que tenga alternativa —contestó ella, finalmente, aunque su declaración terminó en un sollozo ahogado. 

—¿Está el señor Endacott bien? 

—Lo estará si dejan ustedes ir a mi esposo —contestó Lilia con nerviosismo. De repente, se produjo un largo silencio, que pareció interminable. Era indudable que varias personas estaban discutiendo los pros y los contras. 

—¡Muy bien! —dijeron un momento después a través del altavoz—. Tendrá un coche frente a la puerta de atrás dentro de cinco minutos. No habrá intento alguno de impedir su fuga. 

Michael desató los pies de Lilia para que pudiera caminar y la empujó en dirección a la escalera. 

—Di adiós a tu amante —dijo sarcásticamente—, porque ésta es la última vez que le verás. Me pregunto si no debo terminar con él antes de irme. Las cosas no cambiarían. 

Lilia sintió que algo le oprimía el estómago y el corazón. Si algo le pasaba a Tor, no tendría sentido que ella siguiera viviendo. Decidió suplicar a Michael, pero se detuvo. Eso sólo convencería a su esposo de que seguía amando a ese hombre y alentaría su propósito de matarle. Así que, aunque sabía el riesgo que corría, se encogió de hombros. 

—Haz lo que quieras... si deseas seguir perdiendo el tiempo.  

Ella quiso que Tor comprendiera por qué lo estaba haciendo, pero cuando le miró se dio cuenta de que no había sido así. Su corazón volvió a darle un vuelco. 

—Tienes razón. ¿Para qué perder tiempo con él? —murmuró Michael, al fin—. Que siga viviendo, sabiendo que tú estás conmigo, eso será peor que la muerte. 

Tal como lo prometieron, un automóvil estaba aparcado cerca de la entrada posterior. Tenía las puertas abiertas y el motor en marcha. Con rápidas miradas furtivas a un lado y otro, Michael salió de la casa llevando a Lilia como rehén, a modo de escudo protector. Aunque ella también miraba a su alrededor con desesperación, para ver si alguien acudía en su ayuda, no vio a nadie y comprendió que la policía no se atrevía a hacer nada, temiendo que Michael la matara. 

Ahora, la seguridad de Tor estaba garantizada y eso produjo una leve tranquilidad en ella. Su viejo espíritu de lucha volvió a imponerse. Michael no podría estar alerta siempre. Algún día, de algún modo, en alguna parte, ella podría escapar, pero hasta entonces, debía fingir que se sometía a su voluntad. 

Michael cerró las puertas del automóvil y avanzó entre el chirriar de neumáticos. Salieron por el estrecho sendero, en dirección al camino que cruzaba el páramo. Lilia volvió la mirada hacia la granja Wolfstor. Nunca volvería a verla, pero jamás la olvidaría. 

La neblina volvía a descender y además llovía, así que, después de esa rápida salida, Michael tuvo que reducir la velocidad. No podía correr el riesgo de que el coche se desviara del camino. Era su única esperanza de salvación y tuvo que reducir al mínimo la velocidad para tomar una curva muy cerrada, en aquel camino estrecho. De pronto, a Lilia se le ocurrió algo e inmediatamente actuó: con un solo movimiento, logró abrir la puerta, a pesar de tener las manos atadas, y se lanzó afuera, en la esperanza de caer en terreno firme. 

Sintió la hierba suave y húmeda del páramo, al hacer su cuerpo contacto con el suelo. Logró ponerse de pie y corrió sin saber dónde estaba, ni a dónde se dirigía, excepto que cualquier lugar era mejor que la proximidad de Michael Dane. Contaba con que, estando ansioso por escapar, él continuaría adelante, considerándola como perdida. Pero no. Su corazón dio un vuelco de terror cuando oyó que el coche frenaba. Ella corrió entonces hacia la neblina, para que él no pudiera verla. 

En cierto momento, cayó y se torció el tobillo. De algún modo logró incorporarse y haciendo un esfuerzo sobrehumano, continuó huyendo. Se deslizó por una suave pendiente y el repentino contacto helado del agua le reveló que llegaba a uno de los arroyos que serpenteaban por entre los páramos. Empezó a seguirlo, alegrándose del efecto anestésico que el agua helada tenía sobre su tobillo lastimado. 

De pronto, vio algo ante ella entre la neblina y, por un momento, su corazón casi dejó de latir al imaginar que su perseguidor había atajado y estaba esperándola. Pero era sólo un puente de piedra, de construcción bastante rudimentaria. Lilia comprendió que aquel era un posible refugio. Sabía que no podía seguir adelante. ¿Sería el nivel del agua lo bastante bajo como para permitirle ocultarse bajo el puente? Descubrió que sí lo era. 

Había suficiente espacio y hasta un trecho de tierra firme y hierba, donde podía sentarse. 

Helada, temblando de miedo y de frío, se acurrucó en el pequeño hueco cuando oyó las pisadas de Michael. Si la encontraba en esos momentos, la mataría sin remedio, porque debía estar enloquecido de furia. Al final se alejó y ella pudo respirar con tranquilidad y sollozar sin hacer ruido. Decidió quedarse ahí, sin importar lo larga e incómoda que fuera la espera. A pesar de su incómoda situación, el sueño se apoderó de ella, sin embargo las pesadillas le hicieron despertarse enseguida, gritando desesperadamente. Calló al momento, al recordar en dónde estaba. Entonces volvió a oír pisadas sobre el puente, encima de ella, y se quedó petrificada. 

—¡Lilia! ¡Por lo que más quieras, contéstame! 

—¡Tor! ¡Estoy aquí... bajo el puente! 

Un gemido de alivio escapó de sus labios. Ella había jurado que no quería volver a verle, pero en ese momento era lo que más deseaba en el mundo. El rayo de luz de una linterna la iluminó y, luego, Tor se metió en el arroyo, lanzando maldiciones al ver sus lamentables condiciones. 

—Casi me vuelvo loco cuando la policía me ha dicho que había encontrado el automóvil abandonado. 

Era evidente que Michael seguía en el páramo, deambulando por alguna parte, todavía convertido en un peligro para ellos. 

—Él me hubiera matado, tarde o temprano... yo sé que sí —sollozó mientras Tor intentaba rescatarla—. He tenido que arriesgarme. 

—Por supuesto —dijo él en tono consolador, caminando con ella en brazos, por el mismo sendero que ella había recorrido con tantas dificultades. 

—¿Cómo sabías dónde estaba? 

—No lo sabía. He recorrido todos los alrededores en torno al coche abandonado. 

—¿Crees que él habrá... escapado? 

Esperaba que así fuera, no por Michael, sino porque no deseaba volver a encontrárselo. 

—Parece que así es. No obstante la policía sigue buscándole. Pero tengo que llevarte a casa antes de que pesques una pulmonía. 

—¿Cuánto tiempo llevas buscándome? 

—Desde que la policía me ha desatado, hace unas tres horas. 

En cuanto llegaron a la granja, Tor la llevó al piso de arriba, no al cuarto que había compartido con Maurice, sino al que estaba adjunto a su propio dormitorio. La dejó en una silla y empezó a preparar un baño caliente. Después de preparar todo lo necesario, Tor se quitó la chaqueta, se subió las mangas de la camisa, y se volvió hacia ella, al parecer decidido a oponerse a cualquier posible protesta. 

—¡Oh, no! —exclamó ella, moviendo la cabeza de un lado a otro, cuando le vio acercarse a ella, pues no podía permitir que él la tocara—. Yo puedo sola, ¡vete, yo puedo hacerlo sola! 

—¡Nada de eso! —respondió él con firmeza. La puso de pie y le quitó el suéter. Luego intentó hacer lo mismo con los vaqueros. 

Ella trató de impedirlo, pero fue inútil. Tor la despojó de todas sus prendas y le ayudó a meterse en el baño, con un leve suspiro, Lilia hizo todo lo posible para relajarse. 

Cuando vio que él se inclinaba sobre ella con el jabón en las manos, abrió los ojos, muy sorprendida y sólo un momento después, sintió cómo recorría todo su cuerpo, despertando muchas sensaciones adormecidas. En cierto momento, se atrevió a mirarle, pero enseguida desvió la vista con rapidez, porque la expresión de ese hombre era demasiado reveladora. 

Al darse cuenta de que Lilia ya no podía soportar más aquella situación, él la hizo salir del agua, la envolvió en una toalla y empezó a secarla suavemente. 

—¿Te sientes mejor ahora? —le preguntó, con voz ronca y una cierta insinuación provocativa. 

—Sí... gracias. 

Lilia no quiso enfrentarse de nuevo a la mirada de él, para que no pudiera ver hasta qué grado la afectaban sus atenciones. Ella no quería volver a experimentar la atracción que había existido entre ellos en otros tiempos. La vida era ahora demasiado complicada. 

Tor la llevó al dormitorio y la cubrió con su propia bata. Ella notó que él parecía también muy cansado y que aún tenía puesta su ropa mojada y salpicada de lodo. 

—Tú debes bañarte también —le aconsejó ella, preocupada—; puedes sufrir un enfriamiento. 

Los ojos de Tor brillaron profundamente. 

—¿Me quieres bañar tú? 

—¡Oh, no...! —exclamó, estremeciéndose de nuevo—. No podría hacerlo... prefiero no hacerlo —terminó con voz débil. 

—Muy bien —mientras se dirigía al cuarto de baño con expresión triste—. Espera aquí. No tardaré mucho. 

Cuando él cerró la puerta, Lilia se sentó en la orilla de la cama, mirando a su alrededor, sin ver nada realmente. La euforia provocada por su rescate y la sensación de bienestar que había experimentado dentro del agua, empezaron a esfumarse. No tenía sentido que tratara de engañarse. Sus problemas no estaban resueltos, de modo alguno. Maurice y Sybil estaban ya donde debían y no volverían a molestarla; pero seguía casada con Michael, un criminal que todavía andaba suelto, tal vez rondando la casa. 

De pronto, la invadió de nuevo el terror. ¿Y si Tor no había asegurado la puerta al entrar? 

Aunque sentía débiles las piernas y el tobillo le dolía muchísimo, hizo un esfuerzo y bajó a la cocina. De algún modo, llegó hasta la puerta y entonces lanzó un suspiro de alivio. Estaba cerrada con llave y con cerrojo. 

Estaba tan cansada que se apoyó en la puerta y se fue deslizando por ella hasta caer al suelo. 

—¿Y ahora qué tratas de hacer? —Tor estaba en el umbral de la cocina, con una toalla rodeada a la cintura. 

—Yo... quería comprobar que la puerta... estaba bien cerrada —le dijo con voz débil, al tiempo que él la levantaba para estrecharla contra su pecho desnudo. 

—¿Crees que soy tan tonto como para olvidar una cosa así? —preguntó mientras la llevaba de nuevo al dormitorio. 

—¡Tengo tanto miedo de que Michael vuelva por mí! 

—No te preocupes —la echó con cuidado en la cama—. No me cogerá de nuevo por sorpresa. ¡Él no te va a volver a arrancar de mi lado, jamás! 

Ella le miró y sus ojos se nublaron. ¿Acaso Tor no se daba cuenta? No era cuestión de que él se la llevara nada más. Michael Dane se interpondría entre ellos, porque era su esposo... al menos, lo sería hasta que pudieran obtener el divorcio. Pero, ¿cómo se podría divorciar de un hombre cuyo paradero no conocía? Y después del divorcio, ¿qué? Tor había dejado bien claros sus sentimientos. Además, ella ni siquiera estaba segura de querer correr el riesgo de casarse por segunda vez. Una experiencia desastrosa era suficiente. Lo mejor que podía hacer, cuando saliera de eso, era dejar atrás todos los pensamientos relacionados con los hombres y dedicarse exclusivamente a su carrera. 

Sin embargo, tuvo que reconocer que olvidar a Tor no le sería nada fácil. 

—Me alegro de que hayas recobrado la memoria —dijo por fin el escritor, sonriendo—. Empezaba a cansarme de hacer experimentos. Ahora podremos vivir la realidad, ¿no crees? —él se sentó en una orilla de la cama, pero Lilia se desplazó un poco al ver que se acercaba a ella. 

—No —dijo con firmeza. 

Él la miró extrañado. 

—¿Por qué? —preguntó—. Tú sabes ahora quién soy y lo que fuimos el uno para el otro. 

—Nada fuimos el uno para el otro —protestó ella. 

—¡No me digas que sigues enamorada de Dane! No es posible, después de todo lo que ha sucedido... —Tor parecía muy extrañado—. Yo sé que algunas mujeres obtienen un placer masoquista cuando las tratan con brutalidad. ¿Es ese tu caso? ¿Fue eso lo que te atrajo de él? Si es así... 

—¡No! —ella movió la cabeza de un lado a otro sin saber cómo explicarse. 

—No protestaste, ni trataste de detenerle —continuó él, furioso— cuando pensó en matarme, poco antes de marcharos los dos ¿verdad? 

—No, Tor, no quieres comprender —protestó ella, ansiosa por aclarar ese malentendido—. Yo sabía que cualquier oposición por mi parte le haría decidirse pues si él se daba cuenta de que tú me importabas lo más mínimo... —Lilia se detuvo, totalmente confundida. 

—Así que eso fue lo que pensaste —murmuró él—. ¡Y yo que creía que no te importaba lo que me sucediera! 

—¡Oh, no! —exclamó, ruborizada—. No habría podido seguir viviendo si... —se interrumpió de nuevo. 

—¡Entonces te intereso! —con un movimiento repentino, que la cogió por sorpresa, la abrazó y empezó a besarla en el cuello. 

—Tor, yo... —Lilia intentó protestar, pero temblaba ya violentamente bajo el contacto de sus labios firmes y tibios, mientras las manos de él se deslizaban bajo su bata para acariciarle los senos. 

—¡Bésame, Lilia! —era una orden, pero no esperó a que ella la obedeciera, sino que le obligó a abrir los labios para explorar su boca con verdadera pasión. Luego, le quitó la bata, y oprimió su cuerpo contra el de ella, para que no dudara de la intensidad de su deseo. 

Lilia no pudo resistirse. Gimiendo de placer, se abandonó a la demanda insistente de las manos de él, al tiempo que la invadía un deseo doloroso, intolerable. 

—¡Oh, cielos, qué horribles han sido estas últimas semanas! —exclamó Tor con voz ronca—. Si supieras el infierno que era para mí, saber que me pertenecías y no poder hacerte el amor como yo lo deseaba, porque no me recordabas... ¿cómo era eso posible? —preguntó asombrado, mientras su cuerpo se movía contra el de ella—. ¿Cómo pudiste olvidar lo nuestro, lo que significábamos el uno para el otro? 

—No sé, no sé. 

Lilia abrazó con más fuerza a Tor. Su cuerpo parecía palpitar, a medida que las caricias de él se volvían más íntimas. 

—Dilo entonces, Lilia, dime que todavía me deseas... que nunca has deseado a nadie más, que quieres hacer el amor como lo hacíamos antes... 

Una repentina repulsión se apoderó ella. Su mente se libró de pronto del efecto hipnótico que tenía sobre ella la cercanía de Tor. Se incorporó, en actitud de rechazo. ¿Cómo había podido permitir eso? No había forma de que ellos dieran marcha atrás, el pasado había quedado atrás destruido por el mismo Tor. 

—Suéltame... —trató de empujarle—. Estás equivocado, no te deseo. 

—¿No? —preguntó él, incrédulo—. Esa no es la impresión que acabas de darme. 

—Estoy cansada —añadió con brusquedad—, me siento débil y te has aprovechado de la situación. 

Él la soltó un poco y lanzó un suspiro. 

—Oye —continuó después de un largo silencio—, tenemos muchas cosas que aclarar. Pero tenemos toda la vida por delante. Voy a preparar algo caliente y hablaremos sobre nuestro futuro... —hizo un gesto que parecía indicar que la satisfacción de un deseo mutuo haría innecesaria cualquier discusión—. No puedo creer que hayas cambiado de manera tan radical con respecto a mí. 

Ella abrió los labios para protestar, se volvió hacia él para decirle que el abismo entre su pasado y su presente era ahora insalvable, que ella seguía negándose a convertirse en su amante, aun siendo libre. 

Tor se marchó. 

Consciente de su cansancio, que afectaba a su espíritu tanto como a su cuerpo, se apoyó contra la almohada. Intentó meditar bien la situación para formular argumentos lógicos y razonables que le pudieran hacer entender su idea de regresar a Londres y olvidar los acontecimientos de los últimos meses. Pero, no tardó en ser reducida por el sueño.