CAPÍTULO 3 

 

COMO si considerara haber invertido tiempo más que suficiente en la rehabilitación de Lilia, Tor trabajó durante toda la tarde, en su libro. Las palabras fluían de su pluma casi con la misma rapidez con que ella las transcribía a máquina. 

Durante la comida, él había permanecido en silencio y a penas la había mirado. ¿Qué era lo que ese hombre pensaba de aquel extraño grupo? Ella misma no lo sabía. Al margen de lo que sintiera por Maurice, debía reconocer que era un esposo muy comprensivo, ya que había permitido que otra mujer viviera con ellos. 

—Será mejor que yo transcriba esa parte del libro —anunció Tor cuando interrumpieron el trabajo a media tarde para tomar el té—, ya que usted no sabe nada sobre Dartmoor. Recuerde que es un área con la que usted no puede tomarse libertades e inventar cualquier cosa, particularmente en esta época del año. El clima a veces es horrible. La neblina es el peor enemigo. Lo hace a uno perder el camino y la cabeza. Se puede caer con facilidad en un pantano, o en una barranca, casi siempre con resultados fatales. Así que si usted siente deseos de explorar, busque la compañía de alguien experimentado. 

—¿Como usted? —preguntó ella con sarcasmo. 

—Sí —contestó con seriedad—. He vivido la mayor parte de mi vida por aquí. 

—¿Y usted participa de las supersticiones de este lugar, también? —su pregunta contenía cierta frivolidad, pero él contestó de nuevo seriamente. 

—No les temo —dijo—, pero tampoco las descarto por completo. Nada más los tontos rechazan algo que no puede explicarse. El páramo tiene sus tabúes y es prudente ser consciente de ellos. 

—¿Usted cree, que puede suceder eso? Por ejemplo, ese personaje. El Cazador Negro que describe en sus relatos. 

—No creo que sea inteligente negar la existencia del mal, del diablo o como quiera llamarle. Se dice que Dewer es el demonio que recorre todas las noches los páramos con sus infernales sabuesos negros. Descubrirá, si alguna vez llega a leer mis otros libros, que en todos los lugares salvajes ocurren ciertos fenómenos extraños que se atribuyen al viejo Satanás. 

—Me gustaría leer algunos de sus otros libros... aunque sólo  por pasar el tiempo —añadió, para que no pensara que quería halagarle. 

—Coja los que quiera, cuando quiera —indicó una hilera de libros que cubrían toda la pared—. Pero si en algún momento siente aburrida, dígamelo —añadió con una leve sonrisa—. Este seguro de que se me ocurrirá alguna forma de buscarle ocupaciones adicionales —antes que ella pudiera decidir cómo debía inteiJB pretar este comentario, añadió—: ¿Y qué dice de usted? ¿Es supersticiosa? 

—No lo creo —Lilia frunció un poco el ceño— aunque debo admitir que no me gustaría verme sola ahí fuera, de noche. 

—Aparte de las supersticiones y del clima, no es conveniente estar solo en el páramo en ningún momento. No es algo frecuenta por fortuna, pero siempre existe la posibilidad de que alguien se fugue de la prisión. ¿Sabe que estamos muy cerca de Princetown?  

—Sí. ¿Qué piensa la gente de por aquí al respecto? 

—Hay sentimientos contradictorios cerca de eso. No se puede evitar el sentir compasión por esos pobres diablos. Es una de las prisiones peores que existen y se habla ya de cerrarla. Sin embargo la compasión se esfuma cuando suenan las sirenas y todos temen encontrarse con un prófugo. 

—¿La gente albergaría a un prisionero en su casa? ¿Lo haría usted? 

—No... ¡Por supuesto que no lo haría! ¡Así que si se encuentra por ahí alguno, no lo traiga aquí! —aunque aparentemente parecía bromear, Lilia  advirtió la seriedad de sus palabras.  

Esa noche. Tor sugirió que empezara a hacer su retrato. Lilia no creyó que se lo pediría tan pronto y titubeó buscando disculpas.  

—No tengo papel de dibujo adecuado, ni plumas. Me gusta cierto tipo especial de pluma para... —se detuvo y sus ojos se agrandaron al clavarse en la penetrante mirada de Tor—. Esto significa que acabo de recordar algo —dijo llena de excitación— ha aparecido de repente en mi cerebro. —Eso parece. 

—Sí, así es —replicó con brusquedad—. Pensé que se alegraría de que mi memoria estuviera mejorando. 

—Tal vez eso no me gustaría mucho —añadió con voz débil— porque en ese caso usted no necesitaría de mis tratamientos. 

—Eso no será necesario en ningún caso —replicó ella con voz aguda—. Prefiero recuperarme de manera natural, poco a poco. 

—Pues resulta —dijo él volviendo al tema del dibujo— que tenemos materiales suficientes. Estaba esperando que un buen artista ilustrara mis leyendas. Tenía preparado todo lo necesario, plumas y papeles, pero me dejaron plantado. 

—¿Y qué piensa hacer? 

—No sé. Uno no puede fotografiar el misterio, ni la imaginación. Buscar a otra persona, supongo —sonrió, divertido—. ¿Quien sabe? Tal vez descubramos que su trabajo es más que regular. 

—¡Oh, señor Endacott! ¿Lo dice en serio? —preguntó mirándole fascinada— Me... me encantaría y... y tengo la impresión de poder hacerlo. 

—¡Yo podría apostar cualquier cosa a que es así! —comentó él misteriosamente. ¿Había interrogado a Maurice sobre el pasado de ella?—. Sin embargo, debemos esperar a ver cómo sale el retrato, antes de entusiasmarnos demasiado. 

Sybil y Maurice estaban en la sala, escuchando la radio. En Wolfstor no había televisión. Lilia les dijo que iban a seguir trabajando en el libro y Tor asintió con la cabeza. No sentía deseos de confesarles todavía el descubrimiento de su habilidad artística. Además, no le gustaba que nadie viera un dibujo hasta que estuviera terminado. 

Estuvieron trabajando, con música clásica como fondo; Tor posaba tranquilamente y ella dibujaba en silencio. Una vez que dio los toques finales a su dibujo, ella lo firmó con el nombre de Lilia. 

No sintió deseos de añadir «Dane», ni ningún otro apellido como si su nombre de pila hubiera sido la firma acostumbrada en todos sus trabajos: ¿Acaso ese era otro detalle que acababa de recordar? 

Tor examinó el retrato y dijo con satisfacción. 

—Sí, éste es todavía mejor. Sin importar lo que haya sucedido; a su memoria, ciertamente no ha perdido el talento. ¿Cuánto quiere por éste? 

—¿Cuan... cuánto quiero? —preguntó muy sorprendido. 

—Este es un trabajo muy bueno y su esfuerzo debe se compensado. 

—Yo no esperaba... quiero decir... 

—¿Le gustaría ilustrar mi libro, Lilia? 

—Lo dice de verdad. ¿Es en serio? 

—Pocas veces he dicho algo más en serio en mi vida. Tendríamos que llegar a un acuerdo en cuanto al aspecto económico, desde luego. ¿Y bien?  

Él parecía impaciente de que Lilia tomar una decisión. 

—Eso me gustaría mucho, pero, ¿y el trabajo de mecanografía? 

—Puede hacer las dos cosas. Y subiría sus ingresos a más de doble. 

—Maurice se pondrá muy contento. 

—¡No me diga que va a darle todo el dinero a él! —exclam Tor con voz aguda— ¡Caramba, la capacidad de usted para ganar dinero es muy superior a la de él! 

—No lo sé —admitió ella—. No he pensado en eso. Si alguna vez discutimos él y yo sobre esto y llegamos a algún arreglo, no lo recuerdo. Yo suponía... 

—Le pagaré por separado sus dibujos —dijo Tor con firmeza—. No tienen nada que ver con el triple contrato. Deje que piensen que trabaja únicamente como mecanógrafa. 

—No me gusta la idea de engañar a mi esposo. 

—No entiendo cómo pudo casarse con Dane —dijo Tor con un gesto despectivo—. ¿Qué fue lo que vio en él? 

—Prefiero no discutir eso —dijo Lilia, que también se había preguntado lo mismo varias veces—. Sería muy injusto para Maurice. No puedo recordar nada sobre nuestro matrimonio y no estoy en posición de defenderlo, como podría hacerlo si... 

—¡No podría hacerlo! —exclamó con firmeza—. Cuando recobre la memoria, confío en que reconocerá que fue un gran error.  

—No diga eso, por favor —suplicó ella con voz ahogada—. Maurice es lo único que tengo en el mundo. 

—¡Lilia! ¡Lilia! —la levantó de donde estaba sentada y le hizo tambalearse ligeramente—. Alguien como usted no necesita de las personas desesperanzadas como Dane. Usted podría ganarse la vida en cualquier parte. ¡Le diré algo! Cuando decida librarse de él, yo le haré un contrato fijo. 

—Pensé que ya teníamos un contrato indefinido.  

Tor movió la cabeza de un lado a otro, mientras contemplaba a Lilia fijamente. 

—Este trabajo sólo durará tres meses, a lo sumo. 

Ella se sintió muy desilusionada. 

—¿La idea fue de usted? ¿O de Maurice? 

—Fue un acuerdo mutuo. Wolfstor es mi hogar, pero yo viajo mucho, así que no puedo mantenerlo abierto todo el año. Paso casi siempre aquí el otoño y el invierno. Viajo durante la primavera y el verano. Espero salir muy pronto del país y volver a visitar algunos de los lugares en los que trabajé hace años. Cuando su esposo aceptó el trabajo, dijo que le parecía muy bien que los contratara nada más por tres meses —miró fijamente a Lilia—. Me sorprende que no le hayan comentado esto. 

—Tal vez no se le ha ocurrido —respondió a la defensiva—. ¿Y qué ha querido decir con eso de que Maurice es una persona desesperanzada? 

El se encogió de hombros y la soltó al hacerlo.  

—He querido decir que Maurice es un hombre que va pasando la vida sin importarle en qué circunstancias se encuentra.  

Lilia permaneció en silencio. Tor parecía saber más sobre su esposo que ella misma. ¿Cómo era posible que se hubiera enamorado de un hombre como el que Tor acababa de descubrir? 

—No tiene sentido, ¿verdad? —dijo Tor. 

—¿No será mejor que nos reunamos con los demás? —preguntó ella cambiando de tema— supongo que les parecerá extraño que pasemos aquí todas las horas del día y de la noche. 

—¿Tiene miedo de que su esposo se ponga celoso? —dijo él,| burlón. 

—Sería lo más natural del mundo, si se enterara de cómo se ha portado usted esta mañana. 

—Pero recuerde que hemos decidido no decirle nada. 

—Sí, sin embargo no cuente con mi silencio si intenta algo así otra vez. 

Tor no hizo ningún comentario, pero frunció el ceño con expresión sarcástica y ella comprendió que a él no le importaban sus amenazas. La acompañó hasta la puerta y durante el camino insistió en su oferta. 

—A usted le ofrecería un empleo permanente. 

—No puede hacer eso si va a estar viajando. 

—Las secretarias con frecuencia viajan con sus jefes y si va a ser mi ilustradora... 

Viajar por las Islas Británicas, tal vez más allá, en compañía de ese hombre, resultaba tentador. No podían ofrecerle un empleo que le resultara más atractivo... ¡pero, con ese jefe! Era imposible. Si hubiera sido el anciano profesor que ella había imaginado, tal vez sería factible, sin ningún riesgo para su matrimonio. Pero no creía que Maurice aceptara esa proposición. Además ella estaba segura de que no sería capaz de mantener sólo una relación platónica con Tor. 

—No, eso no es posible —dijo con decisión, aunque sentía una profunda tristeza al pensar en todo lo que estaba rechazando. 

—No tome una decisión precipitada. En tres meses pueden suceder muchas cosas. Yo puedo esperar. 

Cuando llegaron a donde estaban los demás, Tor se mostró especialmente amable con Sybil.  

Lilia, que trataba de actuar con naturalidad ante su esposo e intentó prestar atención a dos conversaciones a la vez: la que ella mantenía con Maurice y la de Tor con Sybil. Ésta podía responder a la sutil coquetería de Tor con toda libertad, ya que no tenía un esposo, y era indudable que la halagaba la actitud del dueño de la casa. 

Lilia comprendió horrorizada que incluso, la misma presencia de Maurice le molestaba. Estaba celosa de Sybil y envidiaba su libertad y atenciones que Tor le prestaba. Con la disculpa de que estaba cansada, se levantó y dijo que se iba a la cama. La maliciosa sonrisa de Tor le reveló que él había adivinado todo lo que realmente le sucedió a ella. 

—Supongo que eso significa que también perderemos su compañía, ¿no es cierto, Dane? Los recién casados prefieren siempre acostarse temprano. 

Maurice se quedó muy sorprendido ante la pregunta de Tor, pero contestó con cortesía y, aunque era evidente que esa no era su intención, se levantó para seguir a Lilia. 

Lilia permaneció despierta un buen rato, escuchado el rumor de la charla y las risas procedentes de la planta baja. Por fin, el rumor se hizo más fuerte cuando Tor y Sybil subieron juntos por la escalera, todavía enfrascados en amistosa conversación. Entonces oyó con claridad como se cerraban dos puertas y eso pareció aliviar su tensión. 

Ya casi dormida, se acomodó de nuevo en la cama, de pronto, sintió que Maurice se levantaba y salía de la habitación, como una sombra silenciosa. Esta vez Lilia, al contrario que la noche anterior, decidió permanecer despierta hasta que su marido regresara.  

Maurice no volvió y después de algún tiempo, la curiosidad levantarse de la cama y salir al pasillo. No había señales de Maurice, pero vio una luz bajo la puerta de Sybil y oyó un leve murmullo procedente del interior Sin pensar en los motivos que la impulsaban a hacerlo, Lilia recorrió el pasillo sin hacer ruido. 

Al acercarse más una de las voces se alzó con furia. ¿Qué hacia Maurice en la habitación de Sybil? Extrañamente no sintió rencor, no furia, solo una gran curiosidad. 

—¿Cómo puedo saber lo que ha estado sucediendo aquí? —gritó Sybil, y esta vez fue Maurice quien trató de hacerle hablar en un tono más bajo. 

—Recuerda que él está en el cuarto de al lado y que no es un tonto. 

—Es todo un tipo, ¿verdad? —añadió Sybil con una risilla ronca. 

—Cuidado, Syb, no juegues conmigo. Me he dado cuenta de lo decidida que estabas a quedarte ahí abajo con él. 

—Está bien, está bien, sólo bromeaba. Pero, escucha, ¿estás seguro de que no finge eso de la amnesia; es como una zorra astuta. Yo no me sentiría muy segura de que no nos va a jugar una mala pasada, aun ahora. Si él no hubiera insistido en que trajéramos... Si se hicieran las cosas a mi modo... 

¿Quién había insistido?, se preguntó Lilia, desconcertada ¿Quién era él? 

—Todavía es posible que las cosas salgan bien —continuó Maurice, no demasiado convencido. 

El sonido de pasos, hizo que Lilia volviera apresuradamente a su habitación. Pero había oído lo suficiente para enterarse que Maurice era amante de Sybil, y le resultaba muy extraño que eso le afectara tan poco. ¿Por qué, entonces, Maurice no se había casado con Sybil en lugar de hacerlo con ella? ¿Y cuánto tiempo pretendía mantener esa extraña situación? ¿Había sido ése el motivo de la discusión que habían tenido justo antes de que ella se estrellara en el automóvil? Tal vez acababa de descubrir su infidelidad. 

 

 

Lilia pensaba que el día siguiente sería igual que el anterior, pero Tor cambió de planes. En lugar de entregarle las notas para mecanografiar que ella esperaba, le ordenó que se pusiera el abrigo. 

—Lo ideal, sería que usaras pantalones —dijo mirando con un gesto de desprecio su falda gris que combinaba con un suéter azul, tan horrible como el del día anterior. 

—No tengo pantalones —contestó ella con firmeza, al advertir que ese hombre se había atrevido a tutearla. 

Él se quedó un momento pensativo y luego añadió: —¡Ven conmigo! 

Ella le siguió hasta el dormitorio desocupado, que estaba situado en la parte de arriba. Cuando entraron, él abrió el guardarropa y le enseñó varios pantalones, entre los que había unos vaqueros casi nuevos. 

—Usa cuanto quieras de esto —le dijo Tor—. La mujer a quien pertenece estas cosas ya no las necesita y sólo están ocupando espacio. 

Lilia las aceptó sin protestar. No eran prendas nuevas, pero estaban bien hechas, era de su talla y más de acuerdo con sus gustos. Pero ¿de quién eran? ¿De alguna ex-amante de Tor? Se encogió de hombros y decidió no pensar en eso, ya que no le importaba lo más mínimo las mujeres que hubieran pasado por la vida de ese hombre. 

Se llevó las cosas que había allí a su habitación y, diez minutos más tarde y mucho más cómoda con esa ropa que parecía estar hecha para ella, acompañó a Tor hacia el patio posterior. 

—¿Quieres que vayamos a ver el área por donde se supone que ronda Dewer, El Cazador Negro y veas si puedes empezar a hacer algunos dibujos? 

Lilia asintió con la cabeza. Esa oportunidad de ilustrar las leyendas de Tor le entusiasmaba mucho. Eso no sólo aumentaba su confianza en sí misma, sino que era un eslabón que la unía a su pasado y que podía resultar la clave para echar abajo el muro que la separaba de él. 

Ella esperaba que un escritor como Tor tendría un automóvil grande, costoso, pero el vehículo era el más pequeño que ella había visto nunca. Era un pequeño coche de color rojo brillante y casi no cabían en él. Lilia se acomodó al lado del conductor, y sintió que estaban demasiado cerca. 

En aquellas condiciones, Lilia era muy consciente de la presencia de Tor. La mano de ese hombre rozó su mejilla al cambiar de velocidad y ella se separó fingiendo que contemplaba el panorama. Poco después fijó realmente la atención en el paisaje. Hasta donde podía ver, se extendían hileras interminables de colinas cubiertas de brezos. Era un panorama silencioso, solitario, y desolador. Los afloramientos de granito levantaban sus puntas hacia el cielo. Eran los famosos tors, aunque ninguno era tan impresionante como el que daba nombre a la granja. Wolfstor, le dijo Tor, se podía divisar desde casi cualquier lugar a muchos kilómetros a la redonda. Era un gran punto de referencia si uno llegaba a perderse. 

Todas las lomas de Dartmoor estaban casi desnudas, pero el bosque de Wistman, su destino final ese día, era una espesa arboleda situada en una parte alta. Estaba formada por robles retorcidos en extrañas formas. 

—Es como el bosque de un cuento de hadas —suspiró Lilia deseando dibujar lo que estaba viendo en ese momento—. Casi puede uno imaginarse estas ramas como brazos retorcidos y diabólicos, ¿no es cierto? 

—De acuerdo con la leyenda local, éste es el bosque donde deambula El Cazador Negro. Aquí, puedes oír cómo hace sonar su cuerno y los feroces aullidos de sus perros por la noche 

Lilia estaba ya absorta, con un cuaderno de dibujo en la mano, haciendo bocetos de raíces, ramas y troncos, así como de los grandes trozos de roca de los alrededores. 

—Convertiré esto en un verdadero dibujo esta misma noche —prometió ella, levantando la mirada hacia él, entusiasmada— ¡Oh, señor Endacott, cómo voy a disfrutar de esto! 

—¿Por qué no me llamas Tor? —él se sentó junto a ella, entre las retorcidas raíces, y la miró fijamente a los ojos—. Yo te llamo Lilia. 

—Yo... yo... —sus dedos aferraron con tanta fuerza el lápiz que la punta se rompió— ¡oh... y no tengo otro! 

—¡Olvídalo! 

Él cogió el lápiz y se lo metió en el bolsillo. Después, arrojó el cuaderno de dibujo al suelo, se puso de pie y ayudó a la joven a levantarse. Ésta bajó la mirada y sintió cómo un extraño calor invadía todo su cuerpo y aumentaba el rubor de sus mejillas. 

—¡Dilo! ¡Di mi nombre! —exclamó Tor obligándola a mirarle a la cara. 

Lilia, irritada ante su brusca actitud, contestó. 

—¡Muy bien! si insistes te llamaré Tor. 

—Insisto —dijo él con suavidad— como insisto en besar tus labios. 

Ella se retiró, resistiéndose, aunque, en realidad deseaba que Tor la besara. No podría detenerle aunque quisiera. Cuando difícilmente él rozó su boca, Lilia se apartó aún más. 

—¿Olvidas que soy casada? 

—¿Y acaso no lo ha olvidado Maurice? —replicó él—. Anoche estuvo en el cuarto de Sybil ¿no es cierto? 

—Yo... yo no sé a qué... te refieres. 

—¿De veras? —repuso Tor con ironía—. Supongo que estabas demasiado ocupada con la orejita pegada a la puerta para notar que yo abría la mía un poco para ver lo que estaba ocurriendo. 

Lilia volvió a ruborizarse. El que la hubiera sorprendido escuchando detrás de las puertas ajenas era bastante vergonzoso para ella, pero que Tor supiera que Maurice le era infiel, después de estar casados sólo unas cuantas semanas, resultaba humillante. 

—Yo... yo no tenía pegada la oreja contra la puerta y... tal vez estuvieron hablando de negocios. 

—¿Qué negocio podría ser tan importante como para hablar de él a medianoche? Vamos, Lilia. Dane estuvo en esa habitación durante dos horas y apenas hablaron, después de que te fuiste. 

—Así que yo no era la única que escuchaba... 

—Por supuesto que no —Tor rozó la sien de Lilia suavemente con los labios—. ¿No te dije que me preocupaba lo que pudiera sucederte? 

Ella, ignorando el tono seductor de las palabras de ese hombre repuso con cierta indiferencia. 

—No creo que consigas ayudarme diciéndome eso. 

—No necesitabas que yo te lo dijera. Ya lo sabías. Me pregunto cuánto tiempo hace que son amantes. ¿Desde tu accidente, o mucho antes? No debe sentirse satisfecho contigo. Lilia. 

Sin pensar en las consecuencias, ella le atacó usando cuantas armas tenía a su disposición: puños, pies, uñas, hasta los dientes. Pero no pudo contra él. Tor evitó los golpes y después le cogió con fuerza las manos, riéndose de sus esfuerzos inútiles y desesperados hasta que ella se echó a llorar, llena de furia y frustración Entonces, Tor, cambiando de expresión, la atrajo hacia él de nuevo y ella no pudo resistirse. 

—¡Pobrecita mía! —murmuró contra su pecho—. No sabes en quién confiar, si en tu esposo, en tu amiga, en... 

—Tampoco puedo confiar en ti —sollozó Lilia, aferrandose más a él—. Todo lo que tú haces es acusarme de fingir mi amnesia. Y si no es así, entonces estás... estás tratando de... de seducirme. 

—¡Lilia! —exclamó, aparentemente escandalizado—. Todo lo que deseo es ayudarte a recordar. 

—Tienes una manera muy extraña de ayudar a la gente —protestó ella, aún llorosa—. ¿Por qué no me das mejor un golpe en la cabeza? No sería más doloroso de lo que me estás haciendohora. ¿No se supone que de ese modo se recupera la memoria? 

—En las novelas sensacionalistas, tal vez, pero yo no me imagino golpeando a una mujer. Personalmente —su voz se volvíó insinuante—, prefiero acariciarla. 

En ese momento, Tor comenzó a explorar con sensualidad cuello de Lilia, para después bajar la cremallera de su chaqué y deslizar las manos bajo el suéter con suavidad. 

La empujó contra el tronco de un roble retorcido y Lilia percibió ni siquiera la molesta presión que ejercía contra su espina dorsal, mientras los muslos de él se amoldaban a los de ella y sus labios absorbían las lágrimas que corrían por sus mejillas. Entonces, su boca se movió contra la de ella tratando de hacerle responder. Así consiguió que se aferrara a él, deseando, un contacto todavía más estrecho. 

El beso hizo que Lilia olvidara su indignación, de pronto recordó haber estado alguna vez en los brazos de un hombre alto cuyos besos provocaban una necesidad tan grande como la de ese momento. Era un rostro que ella estaba ansiosa de ver, pero que le era completamente imposible. 

El permitir que él la siguiera besando de ese modo era un terrible error. Ahora que ella conocía su propia pasión ¿podría controlar su deseo? Lo intentaba con todas sus fuerzas. Pero, ¿era a él a quien respondía? ¿Estaba Tor sacando a la superficie fragmentos del pasado, tal como tenía planeado hacerlo? ¿No era su esposo ante quien ella debía reaccionar de ese modo? Lilia no tenía derecho a responder así ante Tor Endacott, si su respuesta era realmente provocada por él. 

Ella trató de empujarle luchando por detener sus manos. Pero si las caricias de Tor habían comenzado siendo un experimento terapéutico, no cabía la menor duda de que su cuerpo usurpaba ahora las funciones de su cerebro. Olvidando los motivos que le habían llevado a seducirla, él se lanzó contra ella con toda la fuerza contenida de su propia excitación, con un deseo tan profundo como el de Lilia. 

Ella no pudo disimular un involuntario estremecimiento de placer. Ni siquiera podía protestar, porque él tenía sus labios aprisionados con los suyos. 

Poco a poco, procurando no separarse de ella, Tor le hizo descender hacia el suelo, cubierto de hojas húmedas, a modo de colchón.