1. El amor de una mujer generosa
Hace ya dos décadas que existe un museo en Walley dedicado a la conservación de fotografías y mantequeras y arreos de caballo y un viejo sillón de dentista y una rudimentaria mondadora de manzanas y otras curiosidades tales como los pequeños aisladores de porcelana y vidrio que solían utilizarse en los antiguos postes telegráficos.
También se conserva allí una caja roja sobre la que se puede leer: D. M. Willens, optometrista; y junto a la caja una pequeña placa con la siguiente leyenda: «A pesar de que esta caja de instrumentos de optometrista no es muy antigua, guarda un considerable interés local, ya que perteneció al señor D. M. Willens, quien en 1951 pereció ahogado en el río Peregrine. Es de suponer que la caja, que se salvó del fatal accidente, la recuperó el mismo donante anónimo que más tarde la legaría a este museo».
El oftalmoscopio recuerda a un muñeco de nieve. Al menos la parte superior, la parte que está sujeta al mango hueco. Un disco grande, con otro más pequeño encima. Un agujero en el disco grande por el que mirar mientras las distintas lentes se van alternando. El mango pesa porque aún conserva las pilas. Si se quitasen y se insertase una vara con un disco en cada extremo, se podría enchufar a un cable eléctrico; pero tal vez fuera preciso utilizar el instrumento en lugares donde no había corriente eléctrica.
El retinoscopio parece más complicado. Debajo del aro circular que se coloca en la frente hay algo que se asemeja a la cabeza de un elfo, de rostro plano y redondo y con un capirote metálico, inclinado en un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia una fina varilla sobre la que debería brillar un diminuto haz de luz. El rostro plano es de cristal, una especie de espejo oscuro.
Todo el aparato es negro, pero en realidad está pintado. En ciertas partes, allá donde el optometrista debe haberlo manoseado con mayor frecuencia, la pintura ha desaparecido, dejando a la luz destellos de un metal plateado.