PREFACIO
Este libro no se dirige principalmente a especialistas, sino a todas aquellas personas que sienten inquietud por sus vidas y están abiertas a las sugerencias. Por ello he renunciado aquí al empleo de terminología psicológica. Sin embargo, aparecerán repetidamente tres términos que he desarrollado en mis anteriores obras. Se trata de la «pedagogía negra», el «testigo auxiliador» y el «testigo conocedor». Para quienes no hayan leído mis libros, explicaré a continuación estos conceptos con el fin de facilitar la comprensión del presente escrito.
1. Entiendo por «pedagogía negra» una educación encaminada a cercenar la voluntad del niño y a convertirlo en un súbdito obediente por medio del ejercicio del poder, la manipulación y el chantaje, ocultos o manifiestos.
He explicado este concepto con la ayuda de numerosos ejemplos en mis libros Por tu propio bien y Du sollst nicht merken. En las otras publicaciones he hablado repetidamente de las huellas que deja en nuestro pensamiento y en nuestras relaciones como adultos la mentalidad engañosa de la pedagogía negra que nos impusieron en nuestra infancia.
2. Un «testigo auxiliador» es, para mí, una persona (y todavía son escasas) que ayuda al niño maltratado, que le ofrece un punto de apoyo, un contrapeso frente a la crueldad que determina su vida cotidiana. Puede tratarse de cualquier persona de su entorno: un maestro, una vecina, la empleada del hogar o la abuela; con mucha frecuencia suelen ser los propios hermanos. Este testigo es una persona que dispensa algo de simpatía, cuando no amor, al niño apaleado y desamparado, que no desea manipularlo aduciendo motivos educativos, que confía en él y le transmite el sentimiento de que no es malo y es digno de un trato amable. Gracias a este testigo, que no debe ser consciente en ningún momento de su decisivo papel salvador, el niño experimenta que en este mundo existe algo parecido al amor. En el mejor de los casos, el niño desarrolla la confianza hacia el prójimo y es capaz de conservar el amor, el bien y otros valores de la vida.
El niño glorifica la violencia allí donde los testigos auxiliadores han faltado y la suele aplicar después él mismo con mayor o menor brutalidad y bajo el mismo pretexto farisaico. Es muy significativa la imposibilidad de hallar un solo testigo auxiliador en la infancia de asesinos en masa como Hitler, Stalin o Mao.
3. Un papel parecido al del testigo auxiliador en la infancia es el que puede desempeñar el «testigo conocedor» en la vida de un adulto. Entiendo bajo este concepto a la persona que conoce las consecuencias del desamparo y los malos tratos en los niños. En consecuencia, este testigo estará en disposición de socorrer a esas personas dañadas, manifestarles empatía y ayudarlas a comprender mejor esos sentimientos de miedo e impotencia tan arraigados en su historia y que ni ellas mismas comprenden, para poder percibir con mayor libertad las opciones del que hoy ya es adulto.
He introducido ambos conceptos en mi libro El saber proscrito, a los que he dedicado un capítulo completo.
Entre los testigos conocedores se cuentan algunos terapeutas, pero también maestros, consultores, consejeros y autores de libros exentos de prejuicios. Yo misma me considero una autora que se plantea el objetivo, entre otros, de transmitir a sus lectores una información que todavía se considera tabú. Es también mi deseo hacer que los especialistas de distintas disciplinas comprendan mejor su propia vida y se conviertan en testigos conocedores para sus clientes, pacientes, hijos y, no en último lugar, para ellos mismos. Una muestra de que a veces esto funciona es la carta que me envió un cantautor y que reproduzco a continuación:
Apreciada señora Miller:
Le escribo esta carta y le envío mi CD para agradecerle el apoyo y la ayuda que me ha brindado a lo largo de muchos años. He mandado traducir los textos de mis canciones para que los pueda leer en su idioma.
Todavía recuerdo que sus libros eran mi conexión con la realidad durante la época en la que más sufrí las consecuencias de mi pasado. He quedado sorprendido de todo lo que he descubierto sobre mi infancia a través de las letras de mis canciones. Nunca imaginé lo que me revelarían. Durante mucho tiempo me he defendido de su contenido y de las consecuencias que se derivarían si lo aceptaba. Todo mi cuerpo gritaba, pero no entendía por qué, aunque a través de mis textos, que de manera intuitiva y en brazos de la música se escurrían de la censura de la defensa, me acercaba a lo que quería decirme a mí mismo. Las experiencias que no recordaba haber tenido se desplegaban lentamente ante mí. Si en esta tesitura tan sensible no hubiera entrado en contacto con sus libros, que mostraban con claridad que no me encontraba solo, no sé cuánto tiempo más hubiera continuado reprimiendo todo lo que mi interior quería decirme.
El apoyo que encontré en sus libros me animó finalmente a buscar ayuda psicoterapeutica y así fui progresando a través de la conversación. Al fin pude compartir con alguien mis vivencias reprimidas y, paso a paso, destapar lo que yo mismo me había obligado a ocultar. Mediante el enfrentamiento con la persona que había abusado de mí hallé la confirmación de que mis recuerdos emocionales me habían dicho la verdad y entonces se hizo más fácil la búsqueda de una verdadera curación. Tuve, sin embargo, una suerte relativa porque un mal terapeuta me hizo dar muchos rodeos y perdí mucho tiempo. Con todo, el camino hacia atrás es muy largo y los atajos suelen ser engañosos en estas situaciones.
Sin los datos que usted aporta en sus libros no habría podido aceptar en su justa medida lo que he reconocido de mí mismo en los ojos de mis hijos. Con mi falta de libertad y la escenificación de mi anterior aislamiento me habría interpuesto con frecuencia en el camino de su libertad. Estoy contento por haber recibido ayuda y apoyo para retomar el camino de mi vida. Muchas veces, cuando la culpa aturdidora del pasado emerge y me dice que no puedo vivir, abro uno de sus libros y leo unas páginas. Eso me ayuda a volver a la vida.
En 1979, en El drama del niño dotado[1]. describí el sufrimiento de un niño en un mundo que ignora y niega sus sentimientos. Muchas personas descubrieron en aquel retrato su propia historia, ocultada hasta entonces por ellas mismas. En los libros posteriores he intentado demostrar que mi descripción de los mecanismos de renegación y represión del sufrimiento infantil y de la consiguiente falta de sensibilidad, que descubrí primero en mis pacientes, tiene una validez general. En las obras de escritores, artistas y filósofos de renombre como Kafka, Flaubert, Beckett, Picasso, Soutine, Van Gogh, Keaton, Nietzsche y muchos otros, he podido mostrar las huellas de su infancia con una repetición en los esquemas de la que yo misma he quedado sorprendida. También he vuelto a encontrar ese mismo esquema en las infancias de tiranos destructivos: malos tratos extremos, idealización de los padres, glorificación de la violencia, negación del dolor e ira hacia naciones enteras por la crueldad en su día vivida, ocultada y apartada.
Con el tiempo, el problema de los malos tratos infantiles ha calado tan hondo en la conciencia general que ya no he necesitado hacer más referencias al respecto. Sin embargo, el hecho de que aquello que comúnmente llamamos educación y damos por bueno y correcto viene acompañado de fatales humillaciones de las que, a pesar de todo, todavía no somos conscientes porque al principio de nuestras vidas se nos impedía tal percepción no está tan extendido. De ahí nace el círculo vicioso de la violencia y la ignorancia. Los recientes e interesantes descubrimientos de la neurobiología me han ayudado a comprender y describir con mayor precisión cómo funciona ese círculo vicioso que al principio reconocí de forma intuitiva:
1. Las formas tradicionales de educación que incluyen desde siempre los castigos corporales conducen a la renegación del sufrimiento y la humillación.
2. Esta negación, necesaria para la supervivencia del niño, posteriormente ocasiona una ceguera emocional.
3. La ceguera emocional levanta barreras en el cerebro («bloqueos mentales») para protegerse contra peligros (es decir, contra traumas que ya han tenido lugar y que no se vuelven a producir pero que, en tanto que negados, están codificados en el cerebro como un peligro latente).
4. Los bloqueos mentales inhiben la capacidad juvenil y adulta de aprender a partir de información nueva, de procesarla y de borrar los programas antiguos y caídos en desuso.
5. En cambio, el cuerpo posee la memoria completa de las humillaciones padecidas, la cual impulsa al afectado a infligir inconscientemente en la siguiente generación lo que él ha sufrido antaño.
6. Los bloqueos mentales no permiten o, como mínimo, dificultan la renuncia a la repetición excepto cuando la persona decide reconocer las causas de su violencia en su propia historia infantil. Pero, como estas decisiones son más bien poco frecuentes, la mayoría de gente repite lo que sus abuelos decían: los niños necesitan palos.
El filósofo Karl Popper escribió en los años cincuenta que una afirmación sólo se puede considerar científica si es refutable. Todavía hoy, y también en este libro, suscribo esta definición del método científico porque me evita dar muchos rodeos. Mis afirmaciones están formuladas de tal modo que cualquiera tiene la posibilidad de comprobarlas y, si es necesario, refutarlas. Pero este libro quiere ante todo dar sugerencias para la reflexión, para pensar sobre la vida de cada uno y sobre las singulares historias de nuestras familias. Espero que las siguientes páginas aporten datos que hayan pasado desapercibidos hasta ahora, pero que puedan ayudar a entender algo mejor nuestro entorno.
En la primera parte del libro («La infancia, una fuente de recursos ignorada») muestro con la ayuda de algunos ejemplos lo mucho que se evita el tema de la infancia, incluso en contextos en los que cabría esperar lo contrario.
En la segunda parte («¿Cómo surge la ceguera emocional?»), apoyándome en los nuevos conocimientos aportados por la investigación cerebral, intento responder a la pregunta de por qué resulta tan recurrente, a mi parecer, esta forma de tratar la temática de la infancia.
En la tercera parte («Romper con la propia historia») describo la suerte vivida por personas que han conseguido imponerse a sus orígenes y que han sabido sacar provecho de ello.
No he podido evitar que los temas se entrecrucen en algunos puntos del libro, pero he intentado mantener el esquema mencionado.