Capítulo 22
Traducido por Brig20
Me he dado cuenta de que tus besos recientemente han sido más largos, más dulces. ¿Será porque sabemos que pronto tendremos cada minuto de cada día para estar juntos, que ahora no hay necesidad de apresurarse?
Tres horas después, mientras Leah se estaba preparando para ir a la cama, alguien llamó a la puerta del pasillo. Apretando su batín alrededor de su camisón, después de atravesar la alfombra, abrió la puerta.
Sebastian estaba de pie del otro lado, cubierto con una capa negra. Le tendió la mano con la palma hacia arriba. En ella había una pequeña caja, envuelta en papel de color marrón claro.
—Un regalo para ti —dijo—. Quizá fui negligente al no decirte que, además de visitar a los inquilinos, nosotros también te compramos algo en el pueblo.
—¿Nosotros? —cuestionó Leah, sonriendo. Quería preguntarle por qué la había dejado como lo había hecho antes, pero parecía que el momento había pasado. Todo estaba bien entre ellos otra vez. Sebastian estaba aquí, su boca se curvaba con encanto, y su corazón se aceleraba como resultado. Sí, justo como debía ser.
Él se encogió de hombros. —En realidad Henry lo eligió, aunque utilizó mi dinero. Por lo tanto, supongo que sí, que lo compramos juntos.
Leah se acercó y levantó el paquete de su mano. Mirándolo desde debajo de las pestañas, desenvolvió el papel. Dentro había una caja de plata. La sacudió.
—Tal vez esté vacía. A Henry le gustan cajas, después de todo.
Ella levantó una ceja. —¡Oh! quizá lo esté. ¡Qué hermosa caja! —dijo, dándole la vuelta para poder contemplarla desde todos los ángulos.
Sebastian se rio y dio un paso adelante, tomando sus manos entre las suyas. —Sin embargo, yo te prometo que hay algo en el interior de ésta.
Leah tragó por su cercanía, su piel demasiado sensible a su toque.
—Ábrela —insistió—, sino vamos a llegar tarde.
—¿Llegar tarde? —Leah sacó la tapa de la caja y miró dentro, consciente de las manos de Sebastian rozando contra su pecho cuando ella acercó el regalo. Una cinta azul yacía en el fondo, su longitud de satén estaba bordeada por encaje.
—Henry quería comprarte una cinta para el cabello —explicó Sebastian—. Buscamos durante más de una hora el regalo perfecto, y esto fue lo que escogió. Aunque... —Se detuvo, bajando la cabeza para presionar un beso en el cuello de Leah—. Debo admitir que cuando lo vi, pensé en atar otras cosas en vez de tu cabello.
Leah inclinó la cabeza. La besó de nuevo. —Debiste dejar que él me la entregara.
—Tal vez. Pero quería una razón para venir a verte.
El corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Leah cerró la caja y volteó la cabeza, encontrando su boca con la suya.
—Ahora que estoy aquí —dijo sobre sus labios—. Quiero que vengas conmigo.
—¿A dónde vamos, milord? —Ella trató de apoyarse en él, pero él se alejó, regresando hacia la puerta.
—He venido a llevarte a una excursión secreta —dijo, levantando las cejas—. Una aventura, se podría decir.
La mirada de Leah cayó de la capa sobre sus hombros a la anchura de su pecho, la delgadez de su cintura y abajo a la longitud de sus piernas. Por supuesto que iría con él. Podía pedir llevarla a Francia en un mar tormentoso en nada más que una canoa, y ella diría que sí.
—Sólo un momento —dijo—. Tengo que…
—Shh. —Ella lo miró, frunciendo las cejas.
Sebastian sonrió y le guiñó un ojo. —Debes susurrar, de lo contrario nos van a atrapar.
Incapaz de contener una nueva sonrisa, dio un paso atrás y cerró la puerta. Tan pronto como lo hizo, se puso un simple vestido de tarde y su propia capa, se reunió con él en el pasillo. —Aquí estoy, milord.
—Perfecto —dijo, y luego se la echó por encima del hombro.
—¡Sebastian! —gritó ella, pateando inútilmente, ya que su brazo estaba envuelto alrededor de sus muslos. La capucha de su capa cayó sobre su cabeza, oscureciendo su visión. Ella aferró la capa de él con el puño, tratando de mantener el equilibrio mientras bajaba las escaleras.
—No estás siendo muy silenciosa —le advirtió.
Mientras continuaba caminando y la capucha se balanceaba hacia fuera y lejos de su cara, Leah pudo ver por el rabillo del ojo a dos hombres de pie mientras atravesaban la puerta principal.
—Sí, y mucho bien haría estar en silencio cuando todos los sirvientes ven la forma en que te estás fugando conmigo.
Sebastian le palmeó el trasero como si necesitara ser tranquilizada. Entonces, mientras salían fuera del círculo de luz de la lámpara de la casa, su movimiento se convirtió en una caricia, rodeando sus glúteos.
—Sebastian —Leah advirtió, ahogándose entre un ataque de risa y el ardor inmediato del deseo.
—Antes de que nos casáramos, dijiste que quería aventura. ¿Recuerdas?
—Sí. También recuerdo haber dicho que me gustaría la independencia. Tener un bruto Conde que me lleve por encima del hombro no me hace sentir muy independiente.
—Mi pobre y querida esposa. Bueno, no se puede tener todo, ¿O sí? —Con un brazo todavía sosteniéndola clavada en su pecho, sintió la otra mano arrastrarse hasta la pantorrilla.
Leah soltó un puñado de su capa y tiró de la mano, tratando de alejarlo. —No hagas eso.
—¡Oh!, ¿esto? —Como si su mano no fuese más que una suave brisa, sus dedos continuaron su ascenso, deslizándose sobre la parte posterior de sus rodillas para hacerle cosquillas a sus muslos.
Leah se quedó sin aliento. —Sebastian.
—Estamos aquí —anunció, y la bajó, ella se deslizó por la parte delantera de su cuerpo, mientras él le ponía las manos en las caderas para sostenerla cuando sus pies tocaron el suelo, apretándola contra él.
Había estado tan preocupada por ser transportada lejos, que ni siquiera había prestado atención a dónde iban; no es que hubiese podido con la capucha oscureciendo su visión, de todos modos.
El aire de la noche se sentía fresco en sus mejillas sonrojadas, pero todas las demás partes estaban cálidas—quemaban—por él. Él le alzó la barbilla con el dedo y se inclinó, para besarla suavemente.
Leah cerró los ojos, saboreando con su toque tanto su propio gusto como el de él. Nunca había pensado volver a ser capaz de disfrutar de un simple beso. Pero cuando sus manos se movieron de su cintura, hacia sus pechos, se tensó involuntariamente, entonces se odió a sí misma por hacerlo. Las manos de él cayeron, y con un último beso rápido, él se apartó un paso.
Leah se volteó, sintiéndose abandonada por su ausencia, como si un gran regalo le hubiera sido arrebatado. Detestaba esta desconfianza. No tenía ninguna razón para no confiar en él, ninguna razón para no darle todo. Una y otra vez había demostrado que no era en nada parecido a Ian.
Quería disculparse, pero antes de que pudiera abrir la boca, su mirada se posó detrás de Sebastian, en el pequeño bote que flotaba en el borde del agua. La había llevado al lago en la propiedad Wriothesly. Sin lámpara, la única luz era la de la luna y las estrellas, las que estaban parcialmente oscurecidas por las nubes que se deslizaban por el cielo. El agua estaba mitad sombreada, mitad plateada por la tenue luz. Una línea de árboles rodeaba el lago; desde esa perspectiva, parecía que eran los únicos que existían, los árboles protegiéndolos del mundo exterior.
Leah miró de nuevo a Sebastian. Él se puso de pie en la proa de la embarcación, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Porque arruiné tus planes el día que decidiste ir en bote —dijo, y extendió su brazo hacia ella.
Ella dio un paso adelante, incluso mientras las preguntas subían a sus labios. —Hace mucho frío, ¿no es así? —Su mano estaba caliente, mientras envolvía la suya—. Y está demasiado oscuro. ¿Y si nos volcamos y caemos? ¿O golpeamos algo?
Sus ojos estaban aún más oscuros cuando estabilizó el bote con una mano y la guío con la otra.
—No voy a permitir que se vuelque.
Leah inclinó la cabeza hacia atrás y miró el cielo, mientras se acomodaba en el otro extremo de la embarcación. —Las nubes hacen parecer que fuese a llover.
—Leah. —Su voz llamó su atención, dirigió su mirada hacia él mientras le daba al bote un empujón, y luego saltaba por la borda—. Es una aventura. Si sucede algo terrible, entonces eso es parte de la diversión.
—¿Entonces esperas que algo terrible suceda?
Él se rio mientras empujaba el resto del camino con los remos, adentrándolos aún más en el lago.
Ella sonrió, incapaz de evitarlo, y observó en la luz de la luna plateada el movimiento de su pecho y sus hombros, el juego de músculos revelados por su capa abierta. Ella envolvió la suya a su alrededor con más fuerza, deseando estar todavía recluida en su abrazo. Deseando, por una vez, poder dejarse ir y no pensar en nada más que el placer que ella le daba y el que él le daba a ella.
Después de unos minutos, Sebastian sacó los remos del agua y los puso en sus ganchos. Miró más allá de ella mientras el bote iba a la deriva a capricho del lago, una brisa tiró los extremos de su cabello.
Leah le dedicó una media sonrisa, curiosa de lo que estaban por hacer a continuación. Él no le sonrió en repuesta.
—¿Te acuerdas de la fiesta en Linley Park, cuando te besé en el jardín, y tú escapaste?
—Por supuesto que sí —respondió ella. Era la primera vez que la había tocado. Incluso ahora sentía el calor de un rubor debajo de su piel, bañándola con calidez.
—Supongo que no puedes huir ahora ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Leah se puso rígida ante la silenciosa y murmurada amenaza. —¿Sebastian?
—Ha habido muchas maneras en que he pensado decirte esto…
En su mente, vio a Ian inclinarse sobre el pecho de Angela de nuevo. Leah se aferró a cada lado del banco, a la espera, insegura de lo que iba a decir, pero se tambaleó por lo superior que era el dolor esta vez.
—… Y también muchas veces, pero nunca sentí que fuese el momento adecuado. —Él miró hacia el agua, luego levantó una mano para frotarse la mandíbula—. En verdad, creo que nunca sentiré que es el momento adecuado.
—Ya no me deseas. —Esa era la conclusión más obvia; bastante fácil de creer después de la forma en que había abandonado su habitación esa misma tarde.
Su mano se apartó y él la miró fijamente. —Te amo, Leah. —Incluso en la débil luz de la luna, su expresión era de tormento.
—Yo… yo —balbuceó ella, y de pronto se sintió caliente por todas partes, luego fría. Luego, porque a pesar de que había tratado de escapar de su pasado, y porque la cortesía aún estaba arraigada en su esencia misma, dijo—: Gracias.
—¿Gracias? —Él se rio, un sonido de incredulidad—. ¿Gracias?
—No sé qué decir —dijo ella, bajando la mirada.
Él tampoco dijo nada, y cuando por fin ella levantó la vista después de un largo momento, lo encontró estudiándola, una esquina de su boca dibujaba una sonrisa tensa y triste. —Cometí un error, ¿no? Estaba en lo cierto al principio… Nunca debí haberte pedido que te casaras conmigo.
Ella juntó las manos, las escondió en los pliegues de su capa mientras las retorcía. —Yo... disfruto de estar casada contigo, Sebastian. Realmente lo hago. Y adoro a Henry…
Él la interrumpió, golpeando su mano en el aire con furia. —No se trata de Henry —dijo—. Esto se trata de ti, y de mí, y el hecho de que nunca me perdonarás.
—No tengo nada que perdonarte…
—Nunca vas a perdonar a Ian.
—¡Ya lo he perdonado! —gritó.
El bote se meció, el lago lamía con pequeñas olas los costados. A pesar de sus mejillas sonrojadas, Leah sentía repentinamente más frío en el silencio, y se acurrucó aún más en su capa. —Lo he perdonado —repitió. Luego, sintiendo la necesidad de defenderse a sí misma, dijo—: Nunca ha sido acerca de Ian... bueno, al menos, no todo.
Ella se miró las manos, las apretó con tanta fuerza sobre el regazo que sus nudillos se pusieron blancos. Inhaló profundamente, y luego lanzó un suspiro. Levantó la vista, le miró a los ojos, y luego miró hacia otro lado, al reflejo de la luna en el agua. —Siempre ha sido Angela.
Mientras observaba, vio una onda en el reflejo de la luna. Pensó que era un pez, pero luego otra ondulación estropeó la superficie y sintió una salpicadura húmeda contra su mejilla.
—¿Angela? —preguntó él y aunque no levantó la voz, podía oír el toque de impaciencia, de confusión.
Leah examinó el cielo. Otra gota de agua, luego otra, salpicándole las mejillas, aterrizando justo debajo de sus ojos. —Está lloviendo —dijo, mirándolo—. Deberíamos volver.
—No. Es sólo un poco de llovizna. No huirás esta vez.
Antes de que pudiera terminar la frase, el estruendo de un trueno vertió desde el cielo, y como declaración, una capa de lluvia cayó de los cielos. —Bien —dijo Sebastian, alzando la voz para hacerse oír por encima de la lluvia. Él la miró, como si hubiera sido ella la que comenzó la tormenta—. Voy a remar de vuelta, pero no hemos terminado de hablar.
Ella asintió, aliviada de al menos tener un respiro momentáneo.
Descolgó los remos. —¿Cómo puedes decir que es acerca de Angela? —Al parecer, él no tenía la intención de esperar hasta que regresaran a la casa.
Pensó en fingir que no lo oyó, pero él sólo dijo su nombre más fuerte. —¿Leah? ¿Qué quieres decir…?
—Nada. No debería haber dicho nada. —Ella también alzó la voz para hacerse oír por encima del ruido de la lluvia en cascada, azotando contra el lago.
—Bueno, lo hiciste, así que termina. —Él miró sobre su hombro para dirigirlos. Su capa se abría a cada momento, revelando la parte delantera de su camisa ya pegada a su pecho por la lluvia.
—Sólo que… No soy ella, Sebastian.
Giró la cabeza de golpe, fijando su mirada sobre ella. Abrió la boca, pero el bote encalló, tirándola hacia delante. El viento envió la lluvia dentro de su capucha, se deslizó por sus mejillas y en el interior del cuello de su vestido. Sebastian salió, jalando el bote más hacia la orilla, luego se metió en el agua. Leah se puso de pie y le tendió la mano, pero él la cogió por la cintura y luego la acunó, con un brazo detrás de la espalda y el otro debajo de sus muslos mientras la llevaba a tierra firme. Tan pronto como salió del agua, ella dijo: —Bájame.
Esta vez, él no se negó, pero se aferró a su muñeca cuando ella tiró para irse. —Sé que no eres Angela —gritó por encima del viento.
Ella negó con la cabeza. —Desde el principio, me has comparado con ella. No huelo a ella, no actúo como ella.
Él la atrajo hacia sí, sin parecer darse cuenta de su resistencia. —Me disculpé…
—Sí, lo hiciste. Pero ¿no lo ves? Tú la amabas. Ian la amaba. Ella era todo lo que yo no soy. —Él trató de tirar de ella contra su pecho, para envolverle su capa alrededor, pero ella se liberó, y la capucha cayó libre—. Lo siento, pero no puedo ser la esposa que tú necesitas.
Se dio la vuelta y echó a correr, resbalando en la arena ahora convertida en barro.
—No me importa que no seas Angela —llamó a su espalda—. ¡Me alegro de que no seas ella!
Ahora las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con la lluvia mientras luchaba por avanzar. —¡No importa! Ella siempre estará ahí, entre nosotros. Justo como estaba allí con Ian. Es posible que no lo creas ahora, pero te darás cuenta pronto. Te despertarás y la extrañarás, desearas que ella estuviese contigo en mi lugar. Tú…
Una mano atrapó su hombro, girándola. Leah gritó cuando perdió el equilibrio, pero Sebastian la atrapó. La estabilizó.
—¡Maldita sea, mujer! —gritó por encima del viento y la lluvia— ¡Escúchame! Siempre serás tú. —Un trueno rugió de nuevo. Sus manos pasaron de su cintura hasta sus hombros—. ¡Tú, Leah! —De los hombros a su cuello, acunando su cabeza entre sus manos—. ¡Tú!
Él la besó. Duro. Leah clavó sus uñas en las muñecas de él para aferrarse a la embestida de su boca. Fue salvaje y despiadado. Había desaparecido el caballero que le había dado placer tan a fondo; atrás quedó el esposo comprensivo que la había abrazado toda la noche entre sus brazos. Exigió, y ella le dio; empujó contra la abertura de sus labios, y ella abrió, dándole la bienvenida. Él era como una ola que agredía sus sentidos, barriéndola bajo, hacia la marea.
Leah no podía pensar. La lluvia había alisado su cabello sobre su cara, obligándola a cerrar los ojos y simplemente sentir. El calor de las manos de él, que mantenía su cabeza firme para saquear su botín, el calor de su cuerpo mientras ella se adelantaba y se acurrucaba contra él, incapaz de acercarse lo suficiente. El rozar brusco de su boca cuando él le mordió los labios, la ternura de su carne cuando ella mordió los suyos.
Ella tiró de su capa, su camisa, grandes puñados de tela mojada luchaban contra sus intentos de despojarlo de su ropa. Sus dedos se enredaron en su cintura, y él gimió contra su boca. Ella se rindió, y le acarició a través de los pantalones, moldeando su palma contra la longitud caliente, rígida de él.
Sus manos cayeron de su cuello, pero su boca se quedó. Continuó besándola, su lengua en guerra con la de ella mientras tocaba sus pechos, su estómago, tiró de la empapada falda hasta las rodillas, y luego hasta sus muslos.
Leah rompió el beso, jadeando. —Sebastian. —Él capturó su boca otra vez mientras sus dedos la llenaban, y ella se dejó caer en el placer. Él la siguió hasta que estuvieron arrodillados en el suelo, con ríos de agua corriente que pasaban. Ella se acostó, tirando de él con ella, yendo contra sus caderas mientras él insertaba dos dedos, luego se retiraba. Una y otra vez. Ella sacudió la cabeza y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, tirando de él hacia ella, sobre ella. Ella logró aflojar sus pantalones y llenó su mano con su miembro, caliente y pesado en su agarre. Él se separó de su beso, deteniendo los dedos de su resbaladizo recorrido en su interior. Leah abrió los ojos. Él estaba encima, mirándola fijamente, el agua goteaba de su rostro. Mirando dentro de sus ojos, Leah empujó su brazo y abrió las piernas, ofreciéndose a él. No era una oferta sin alma a un hombre que no la deseaba, sino un sacrificio voluntario a un hombre que sí lo hacía. Levantó las caderas aún más cuando sintió las lágrimas calientes escapar de las esquinas de sus ojos. —También te amo —dijo ella, y luego selló su boca con la suya.
Él no se movió. No hasta que lo repitió contra sus labios, y lo urgió sobre ella, y luego la fue llenando, estirándola, empujándola, pesado y rápido. Sus manos se movieron frenéticamente sobre su espalda, la cabeza, hasta la cintura. Arañó su pantalón, instándolo a ir más rápido.
Él pasó la boca por su cuello, enterrando allí su cabeza, y ella echó la cabeza hacia atrás, atrapada en el torrente de éxtasis mientras sus caderas se levantaban una y otra vez para encontrarse con sus embestidas. Vio el relámpago en el cielo, y sintió que él apartaba su pecho de ella. Trató de tirar de él hacia ella, pero él empujó su mano entre ellos, acariciándola, acariciando su carne. Leah gritó, envolvió sus piernas con fuerza alrededor de él, y su grito fue seguido rápidamente por el grito de él cuándo encontró su liberación, sus manos agarrando su cintura con su estocada final.
Ella lo abrazó, abrigó la cabeza contra su cuello, manteniendo con su mano la lluvia lejos de los ojos de él.
Respirando profundo, dejó que el aire llenase sus pulmones, dejando que él la atrajera más contra sí hasta que no había duda de que eran uno, el rápido latido de su corazón a juego con el de ella.
Sebastian levantó la cabeza y la miró. De repente tímida, Leah trató de apartar la mirada, pero él le tomó la mejilla y dirigió su mirada en su dirección. Luego sonrió, la más impresionante y devastadora sonrisa torcida que jamás había visto.
Un rayo abrasó el cielo negro, convirtiendo en blanco todo el mundo. El rugido de un trueno le siguió poco después.
Y él la besó de nuevo.