Capítulo 16
Traducido por Majurca20
Encuéntrame el jueves por la tarde, a las 2 en punto, cerca de los relojes.
Leah apartó la mano de su agarre. —Christine, ¿le importaría?
—De ningún modo. La veré antes de la cena de la señora Campbell. —La doncella se volvió y comenzó a caminar sola en dirección a las tiendas. Leah se dio cuenta que con mucha lentitud. No había duda de que esperaba escuchar furtivamente.
Leah se quedó mirando a Sebastian, buscando en su expresión alguna pista de lo que estaba pensando. Sus ojos verdes le devolvieron la mirada, impávidos, sin sentido del humor. Él le había pedido que se casara con él, y era sincero.
—No entiendo. ¿Quiere casarse conmigo?
—¿Vamos a dar un paseo en el parque juntos? —preguntó, señalando al otro lado de la calle.
Aturdida y desconcertada, asintió con la cabeza y le permitió guiarla hasta el parque, donde comenzaron a caminar por el sendero.
—Yo no quiero casarme con usted —dijo ella, su voz baja, su corazón retumbando en secreto.
—Sí, no me sorprende —respondió en tono bastante alegre, como si su respuesta no lo afectara ni por un momento—. Sin embargo, algo ha sucedido, lo que provoca mi petición.
Ella lo miró. Caminaba con facilidad a lo largo del sendero, su cuerpo relajado, sus ojos centrados en los árboles delante. Sólo la firmeza de su mandíbula traicionaba su ansiedad. —¿Es usted consciente de que, debido a sus acciones en la fiesta, han circulado rumores sobre que usted y yo estamos teniendo un amorío?
El calor le subió a las mejillas al recordar su beso en el jardín, y ella volvió la cabeza. —Sí.
—¿Y es también consciente de que, más recientemente, han surgido rumores del amorío entre Ian y Angela?
Leah tropezó, y Sebastian la sostuvo, su agarre cálido en la parte superior del brazo mientras él la estabilizaba.
—No, milord, no me di cuenta…
—Se lo advertí, ¿no? —preguntó en voz baja, su mano se retiró lentamente de ella.
Leah levantó la barbilla.
—Existe la posibilidad de que los rumores hubieran comenzado independientemente de lo que hice.
—Sí, está en lo correcto. Es posible, pero poco probable.
—Si le place, milord, no estoy de humor para ser sermoneada. Dígame por qué me pidió que me casara con usted para que yo lo rechace y podamos separar nuestros caminos una vez más.
—Creo que la mejor oportunidad que tenemos de acallar los rumores sobre Ian y Angela es redirigir las malas lenguas de vuelta en nuestra dirección. Dejar que crean que somos amantes, y confirmar la creencia casándonos. Si todo va bien, dejarán de especular sobre Ian y Angela y concentrarán toda su atención en nosotros, al final nos desharemos de esos rumores también.
—Si el rumor ya ha comenzado, milord, ¿por qué no dejar que siga su curso? ¿Es su orgullo tan grande que no puede soportar ser considerado como un cornudo? ¿Está tratando de proteger a Angela? —Leah vaciló, luego continuó, su corazón acelerado—. ¿Sigue enamorado de ella? —Él la miró con expresión sombría.
—Ha dejado fuera la razón más grande —respondió.
No había respondido su pregunta acerca de Angela.
—¿Y qué razón es esa?
—Henry.
—Oh —comenzó Leah—. Por supuesto, pero debe creerme, Sebastian… se parece a usted. No concibo que no sea hijo suyo. —Sebastian asintió sin reconocer sus palabras.
—Quiero protegerlo a toda costa.
—Incluso si usted cree que su mejor opción es casarse conmigo. —Leah observó una de las últimas hojas de la estación caer a la deriva hasta el suelo—. Lo siento, milord, pero aceptar el matrimonio parece totalmente innecesario. Henry es un niño maravilloso, pero…
—Además él... necesita una madre.
Y así como si nada, tocó una de las cuerdas de su corazón, haciendo que se estremeciera, se sacudiera y danzara dentro de su pecho a la vez.
—Aquí hay otra alternativa, milord. Encuentre a otra persona para casarse. Pondrá fin a los rumores acerca de que nosotros tengamos un amorío, también podría terminar los rumores de Ian y Angela, y también proporcionará a Henry una nueva madre. No hay necesidad de que yo me involucre
—Su hermana me contó que se ha convertido en la acompañante de la señora Campbell.
—Ah, Beatrice. Me preguntaba cómo me encontró. —Un vendedor empujando su carrito los pasó por el camino, con la espalda inclinada.
—¿Disfruta paseando a su perro?
—Sí —respondió ella—. Minnie es una compañía bastante agradable. —Lo dijo de tal manera que él tendría que ser tonto para no entender la inferencia de que por el contrario, su compañía no era tan agradable.
—En Linley Park habló de la libertad y la independencia. No me puedo imaginar que tenga mucho de eso aquí, al ser convocada aquí y ordenada allí al antojo de su señora, alguien para quien usted es en realidad más que una igual.
Leah sonrió.
—Si está tratando de convencerme de que voy a tener más independencia como mujer casada, milord, por favor, no se moleste. Soy muy consciente de los grilletes que conlleva.
—Yo le permitiría….
—Precisamente. Usted “me permitiría”. ¿No implica eso que usted sería mi amo y mi independencia se cimentaría en sus deseos por completo?
Él apretó los labios.
—Lo diré de otra manera, entonces. Si se casara conmigo y se convirtiera en la madre de Henry, el único requisito sería que velara por sus necesidades maternas. En lo que resta, sería libre para hacer lo que quisiera. Cabalgar, practicar el tiro con arco, navegar en bote, pasear por el jardín a la medianoche. Lo que le plazca.
—¿Y si deseara no verlo nunca? —preguntó. No porque considerara su propuesta. Simplemente porque sentía curiosidad de ver hasta dónde llevaría la conversación.
—Deberíamos tener salidas con Henry, pero por lo demás, no hay necesidad de que sufra de mi compañía. —Hizo una pausa, y luego se volvió hacia ella con una pequeña sonrisa—. O yo de la suya. —Leah no pudo evitar sonreírle un poco.
Abruptamente, Sebastian miró hacia adelante de nuevo.
—Y debido a que es necesario decirlo —continuó—, eso incluiría cualquier interacción que pudiera esperarse que ocurra en el dormitorio. —Leah tragó.
—¿Quiere decir que no requeriría la consumación?
—No.
—Usted no desearía tener relaciones maritales.
—No.
—¿Nuestro matrimonio sería sólo de nombre? Si ninguno de nosotros muere temprano y estamos casados por los próximos treinta años, ¿nunca trataría de acostarse conmigo?
Le pareció oír que él se ahogaba. —No.
—Entonces tomará una amante.
Él la miró, su mirada aguda, las marcas en los bordes de su boca se profundizaron.
—Le seré fiel a usted.
Leah se echó a reír, aunque no había alegría en el sonido.
—Vamos, milord. ¿Me quiere decir que permanecerá célibe por el resto de su vida, si yo accediera a casarme con usted?
Su mirada verde, tan profunda e intensa, se oscureció más.
—Voy a ser célibe durante el tiempo que usted lo desee. Hasta que decida que me quiere en su cama.
Su garganta se espesó, rígida. Ella trató de reír de nuevo, pero el sonido salió ronco y tenso.
—Qué confiado es usted, milord. ¿Pero qué pasaría, si por casualidad, yo nunca lo deseo? De hecho, ¿qué pasaría si encuentro a alguien más a quien quisiera llevar a mi cama?
—Los dos hemos experimentado el dolor del adulterio de nuestras parejas. Incluso si el nuestro no es un matrimonio por amor, si usted no puede comprometerse a la fidelidad ahora, entonces no hay necesidad de continuar con esta discusión.
—Yo no quiero casarme con usted —repitió. Y sin embargo, esta vez la frase abandonó sus labios como un susurro, inseguro.
Él se detuvo en medio del sendero y se volvió hacia ella. No tomó su mano de nuevo, o se acercó, pero estaban solos, con los sonidos distantes de la ciudad que les rodeaban, pero no interferían. Leah resistió la tentación de dar un paso atrás, para escapar del momento de intimidad.
—Entonces, permítame que le diga por qué me quiero casar con usted, Leah.
No señora George, sino Leah. Cómo había extrañado escuchar su nombre en sus labios. No debería haberlo extrañado en absoluto.
—Yo sé por qué se quiere casar conmigo. Para redirigir el escándalo.
—Sí.
—Tener una madre para Henry.
Él inclinó la cabeza. —Sí. Y como dijo, podría encontrar a cualquier otra mujer que me ayude a hacer lo mismo. Pero quiero casarme con usted, Leah George, no con otra persona. Ya ve, me he acostumbrado bastante a su sonrisa. Incluso si me enoja cuando estoy decidido a ser miserable. Y he llegado a anticipar sus endiabladas travesuras, parece que me gusta ver que disfrute de su libertad tanto como le gusta a usted explorarla. Usted ya conoce a Henry. La he visto interactuar con él antes, y creo que la relación entre ustedes dos podría convertirse rápidamente en algo más. Y… —Su mirada fue más allá de su cabeza.
Leah esperó, luego insistió cuando pareció que no terminaría. — ¿Y?
Él la miró de nuevo, su expresión cautelosa. —Cuando estoy con usted, de alguna manera soy capaz de olvidarme de Angela e Ian. No puedo ni siquiera imaginar su rostro, porque todo lo que veo es a usted. Y creo que, si no por otra razón, por eso la necesito.
—¿Quiere que le ayude a olvidar a su esposa.
Él sacudió la cabeza, murmurando una maldición. Luego dio un paso más cerca. —Mujer tonta —susurró, su expresión torturada. Su mano tomó la mejilla de ella—. ¿No recuerda cuando lo dije antes? No importa, lo diré de nuevo. La quiero. —Su pulgar se extendió por todo el labio superior, como lo había hecho antes de besarla en el jardín—. La deseo. —Su mano abandonó la mejilla, sus dedos acariciaron los extremos de las cejas, las pestañas cuando ella cerró los ojos, serpentearon por su rostro hasta sostener su mentón.
Abrió los ojos cuando él no hizo ningún otro movimiento. Él retiró el brazo y dio un paso atrás.
—Pero voy a mantener mi palabra. No voy a exigirle sufrir de mi compañía a menos que estemos con Henry, y no voy a tratar de ir a su cama a menos que usted me lo pida. A pesar de mis propios deseos, voy a darle su libertad. Ayúdeme a proteger a Henry. Sea una madre para mi hijo. Si dice que sí, nunca estará sola de nuevo.
Leah comenzó a respirar de nuevo, hasta que la primera exhalación escapó de sus pulmones, no se dio cuenta que siquiera se había detenido. Cruzó los brazos sobre el pecho y miró hacia otro lado, fingiendo estudiar una ardilla mientras se deslizaba de un árbol a otro.
—Voy a pensarlo —dijo ella, aun sabiendo que debía negarse ahora.
—Gracias —contestó, y ella pudo darse cuenta por el alivio en su voz, que él había esperado otra respuesta completamente diferente—. ¿Cuándo debo volver a buscarla?
Cuán educado era, preguntando por la preferencia de ella en lugar de decirle cuándo iba a venir. Pero ella deseó que él ni siquiera hubiera preguntado. No quería darle una respuesta definitiva. Tal vez, si ella no decía nada, él no volvería.
—El próximo domingo —respondió antes de darse cuenta siquiera que estaba hablando—. A la misma hora. Entonces le daré mi respuesta.
Él asintió y le ofreció su brazo. Ella puso su mano sobre su muñeca. Juntos, caminaron en silencio de vuelta a casa de la señora Campbell.
Durante los siguientes días, Leah deseó no haber dado a Sebastian una semana entera. Era demasiado tiempo, y aunque sabía que su respuesta sería negativa, parte de ella se mantenía vacilante y consideraba lo que él había dicho.
A ella no le preocupaba encubrir el escándalo de Ian y Angela, aunque si eso significaba proteger a Henry, entonces valía la pena.
La idea de ser capaz de actuar como una madre para el hijo de Sebastian era abrumadora. No podía dejar de pensar en lo maravilloso que sería prodigarle su atención, amarlo con todo su corazón. Pero se preguntó si podría alguna vez ser realmente de ella, o si podría satisfacer el anhelo de su corazón de un hijo propio.
Pese a las afirmaciones de Sebastian, no estaba segura de cuánta libertad sería capaz de tener si se casaba con él. Ciertamente trabajar como acompañante de la señora Campbell y también del perro de la señora Campbell, no era algo que ella esperaba hacer por el resto de su vida, pero al menos no estaba bajo el techo de su madre, y no estaba relegada a una vida miserable, simplemente porque había cometido el error de casarse. Pero si ella tenía su libertad como Sebastian afirmaba, no sería tan desgraciada, ¿verdad?
Él dijo que la deseaba, pero no iría a su cama. Sin embargo, que pasaría si su sueño por un hijo propio la llevaba a solicitar la presencia de él y entonces ella estaría en la misma posición en la que ya se había encontrado antes. Su cuerpo violado, no por su marido, sino por su propia voluntad.
La noche del sábado, después de que tanto la señora Campbell como Minnie se retiraron a descansar, Leah se sentó al borde de la cama. Una semana de consideración, y las dudas continuaban.
—Voy a decir que no —dijo en voz alta mientras se imaginaba la reunión con Sebastian en el camino frente a la casa la tarde siguiente. Miraría fijamente sus hermosos ojos verdes, ignorando la forma en que su cuerpo parecía tirar de ella hacia él, y rechazaría su oferta.
—No —dijo de nuevo. Su voz todavía sonaba débil. Se puso de pie y caminó. No podía alejarse mucho en la estrechez de su habitación, pero el movimiento ayudaba a su agitación.
Al casarse con ella, Sebastian le ofrecía un niño para amar, uno al que ella sabía que podía llegar a adorar. Podría ser la única oportunidad que tuviera de ser madre sin subyugarse a la cama matrimonial y tener un hijo propio.
Pero a pesar de que no podía negar su esperanza de convertirse en madre, Sebastian había ido tan lejos como para decir que quería casarse con ella porque la deseaba. No sólo su compañía, sino a ella. Él la quería en su cama.
Como había hecho el resto de la semana, Leah resopló. Giró sobre sus talones, envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Después de Angela, Sebastian creía que la deseaba.
¿Cuántas veces en su noviazgo Ian le hizo creer lo mismo? ¿Cuántas veces había susurrado a su corazón antes de poder hacerle el amor a su cuerpo? Y ella lo había creído. Dios, qué tonta había sido al creerle.
Sebastian dijo que la quería, que la deseaba. Dijo que ella le hacía olvidarse de Angela. Sin embargo, estas podrían ser todas mentiras, dichas para convencerla y salirse con la suya.
Sebastian e Ian. Ambos la habían querido por sus propias razones egoístas. Ian podría haber traicionado a Sebastian, pero habían sido amigos cercanos. ¿No eran similares? Ambos habían dicho…
Leah se quedó inmóvil, con las faldas balanceándose ante su repentino alto. Ian había hecho todo lo posible para que ella se enamorara de él. Le había llevado regalos, flores, poemas que había copiado. Le había escrito cartas de amor. Le había dicho que la amaba.
Sebastian simplemente había estado allí, enumerando lógicamente cada razón por la cual debían casarse. No le había traído regalos y no había intentado cortejarla. Ni siquiera había lucido feliz al confesarle que la deseaba, parecía bastante miserable, en realidad.
Él no había mentido, se daba cuenta. Y lo más importante, Sebastian no había declarado amarla.
Sebastian llegó a la casa Campbell media hora antes. Hubiera sido una hora antes, pero había dado instrucciones a su cochero de dar círculos alrededor del parque.
Estaba nervioso, más de lo que nunca recordaba haber estado con Angela. Ella sabía cómo hacer que un hombre se sintiera a gusto. Con sus ojos, su voz, las pequeñas cosas que decía, le había hecho posible sentirse como si fuera la única persona que importara. Su atención demandaba confianza.
Pero con Leah... Debió haber pasado por seis pañuelos diferentes esa mañana, sus dedos de repente demasiado grandes y torpes para hacer el trabajo correctamente. Desde que se había deshecho de su ayudante, una vez que se casó, Sebastian finalmente tuvo que llamar a su mayordomo para que le ayudara con el pañuelo.
No es que importara. Sebastian tiró del pañuelo ahora, incapaz de aflojárselo lo suficiente para poder respirar. No sabía por qué había vuelto. Todo lo que Leah había hecho la semana pasada, y todo lo que no había hecho, su postura, las palabras que había dicho y las palabras que quedaron sobredichas le llevaron a creer que ella negaría su oferta. La única razón por la que se la jugaba y regresaba fue porque ella le había dicho que le iba a dar una respuesta hoy. Podría haber dicho que no, pero no lo había hecho.
Existía una posibilidad. Y ahora que había vuelto a revelar que la deseaba, además de necesitarla por el bienestar de Henry, Sebastian no podía volver a Hampshire sin recibir su respuesta final.
Pero no, ni siquiera eso era verdad. Incluso si lo rechazaba, aun querría volver a verla. Una última vez.
Retiró la cortina y miró por la ventanilla del carruaje, deseando que ella apareciera.
Y entonces lo hizo, rodeando la esquina de la parte posterior de la casa, tomando la ruta de los criados.
Pero se movía con la cabeza en alto y la espalda recta; ningún desconocido podría haberla confundido con una sirvienta.
Al acercarse al carruaje, Sebastian golpeó el techo. Un lacayo abrió rápidamente la puerta, y Sebastian salió, con el brazo estirado hacia ella. Aunque el día estaba nublado y no podía ver si ella había fruncido el ceño debajo de su velo, sonrió.
—¿Quiere dar un paseo hoy? —La vio estremecerse bajo su capa negra, resistiendo la tentación de mencionar el frío que hacía y ordenarle que entrara.
—Sí, gracias —dijo ella, y le permitió ayudarla a entrar en el carruaje. Mientras se acomodaba en el asiento, deseó no haberla tocado. Toda la semana la memoria del tacto de su piel bajo sus dedos enguantados le había torturado, y ahora podía sentir el calor en la presión de su mano caliente contra su palma.
—He decidido aceptar su propuesta —dijo ella, incluso antes de que el cochero diera la orden a los caballos de avanzar.
Sebastian apretó en puño sobre su rodilla la misma palma que ella había tocado.
—¿Está segura? —Ella se rio sin alegría.
—¿Le gustaría que lo rechazara?
—No.
—En verdad, milord, pensé en una razón que usted omitió mencionar, la cual me hizo darme cuenta que sería una tonta si no aceptaba.
Sebastian se removió en su asiento, incapaz de no inclinarse más cerca. Sí, allí estaba. Dentro de los confines del carruaje, con la suciedad y humo de Londres bloqueados en el exterior, podía oler su aroma, como antes. Dios, cómo lo había extrañado.
—¿Qué razón es esa?
Sus manos levantaron el borde de su velo, luego lo levantó sobre su cabeza, revelando una sonrisa pícara.
—No más ropa de luto. No negro, sin crepé o bombasí, no más sombrero de viuda, y no velo.
Él igualó su sonrisa, aunque quería decirle lo mucho que le gustaría ver de nuevo el vestido con la V en la parte posterior, que ella se había puesto la última noche de la fiesta en su casa. Pero tuvo cuidado de no decir nada que pudiera interpretarse como una orden. No podía correr el riesgo de que ella lo viera como una amenaza a su independencia y cambiara de opinión.
—¿Quiere ir a la modista ahora? —preguntó.
Su boca formó un óvalo redondeado de sorpresa, y negó con la cabeza.
—No, pero gracias.
—No lo conversamos la última vez, por supuesto, pero ¿preferiría que solicitara un permiso especial para que pudiéramos casarnos de inmediato, o preferiría que publiquemos los edictos?
—Parece haber tomado mi aceptación bastante bien —bromeó.
Sebastian miró por la ventanilla del carruaje a las filas de casas.
—Estoy ansioso por ver a Henry de nuevo.
—¿No va a estar en la boda? —Volvió su mirada hacia ella.
—Si está de acuerdo, preferiría que se quedara en el campo. Me gustaría presentárselo de nuevo después de que nos casemos. No creo que él entienda lo que está sucediendo, de todos modos, y espero que esto no sea más extraño para su rutina habitual de lo que debe ser.
Leah inclinó la cabeza y lo estudió, dos líneas se formaron entre sus cejas.
Sebastian forzó su puño a relajarse finalmente.
—¿Sí?
—Parece muy encariñado con él. Por supuesto, lo he visto antes con él, pero nunca me di cuenta…
No funcionó. Sus manos se apretaron en puños, una vez más.
—Él es todo lo que tengo.
Ella no dijo nada, pero las líneas entre sus cejas se suavizaron y una pequeña sonrisa se formó en las comisuras de su boca.
—Entonces una licencia especial, creo. De esta manera podemos estar de regreso en Hampshire tan pronto como sea posible. Sin embargo, voy a tener que dar a la señora Campbell algún aviso para que pueda comenzar a buscar una nueva acompañante.
—Usted será capaz de avisarle a la señora Campbell con mucha antelación. Si bien estoy de acuerdo con una licencia especial, no creo que debamos crear algún rumor más por casarnos tan apresuradamente. La publicación de los edictos con el anuncio de nuestro compromiso distraerá a todo el mundo con bastante facilidad. Y no se olvide de las invitaciones —le recordó.
—¿Qué invitaciones?
—Para su familia y amigos.
—Esto es parte de la reorientación del escándalo, ¿no? —preguntó.
—Si desea, también podemos invitar a los que probablemente comenzaron todo. El señor y la señora Meyer, la señora Thompson, la señorita Pettigrew. El señor Dunlop y Lord Cooper-Giles. Lord Elliot y…
—Lady Elliot. Sí, vamos a hacerlo. Estoy segura de que fue mayormente Lady Elliot, en cualquier caso. Pero hay que asegurarse de que mi madre reciba la primera invitación. Tal vez deberíamos invitar a toda la alta sociedad, ¿no es así? A todos los que entren en la iglesia. Entonces estará en boca de todos.
Algo en su voz hizo a Sebastian entrecerrar los ojos.
—Tal vez debería estar preocupado de que haya aceptado mi propuesta. Me parece que siento sospechas ahora de que aceptara con tanta facilidad.
Ella se encogió de hombros.
—Es muy sencillo, milord. ¿Me ama?
Sebastian se quedó helado. ¿Qué esperaba que respondiera? Si contestaba honestamente, ¿le demandaría ella que la regresara con la señora Campbell?
Se miraron el uno al otro, cada muro alzado entre ellos estaba seguro en su lugar, y al mismo tiempo toda pretensión quedó al desnudo.
—No —dijo al fin, con rigidez descartó de sus labios la mentira.
Ella asintió con la cabeza, su expresión aliviada.
—Y es por eso que decidí casarme con usted, milord. Porque yo tampoco lo amo.