Por María Teresa Sousa Couto, autora invitada.
Miraba escaparates sin tener muy claro que es lo que realmente deseaba comprar, observó el reloj y maldijo entredientes: “ya es muy tarde”. Las luces del escaparate fue apagándose, señal inequívoca de que ya no podría obtener nada.
Se arrebujó en el abrigo, sopló la punta de los dedos y observó que a su alrededor no quedaba nadie en la calle el frío y la oscuridad naciente incitaba a recogerse.
Un sonido le llegó desde la puerta que se abría, giró la cabeza lo suficiente para ver a las dos chinas saliendo de la tienda de regalos, la miraron como si fuera un bicho raro, se sintió estúpida allí delante del escaparate apagado, se dio la vuelta y azorada caminó hacia el cercano puente mientras sentía como se iba sonrojando. En ese preciso momento se odiaba precisamente por toda la vergüenza gratuita que era capaz de sentir hacia ella ante la más insignificante situación, odiaba su inseguridad, su falta de autoestima, la gordura de su cuerpo, y la rabia fue dando paso a la tristeza, se sentía tan desafortunada, tan anodina, tan poca cosa.
Cuando llegó al estrecho puente suspiró a salvo. Se trataba de un antiquísimo puente construido en lo que fue un estrecho callejón y que al llegar al otro lado era literalmente engullido por un edificio, una obra insólita ante los ojos de un foráneo pero tan cotidiano para ella que ni se daba cuenta de su peculiaridad.
Oyó un ruido, se paró, parecía provenir debajo del puente, recordó como de niña, ella y unos amigos del barrio habían descubierto una portezuela con unas escaleras que bajaban hacia el río, dejando al descubierto una serie de columnas y pilares sobre las que se asentaban los edificios colindantes, recordó que había una chabola construida por un extraño mendigo, que rehusó vivir en ningún otro lado. Hoy, era un lugar tenebroso, oscuro, inexpugnable.
Se asomó a la barandilla, seguía oyendo ruidos, pensó en que quizá fueran patos o ratas o quizá un nuevo indigente, de losa muchos que comenzaron a aparecer en el pueblo en los últimos tiempos. Con medio cuerpo fuera intentó apreciar en la oscuridad al o a los artífices de ese ruido, estaba concentrada en esa tarea cuando sintió algo en su hombro, dio un grito y se giró de un salto, el rubor acudió de a su cara, se hallaba ante ella un hombre joven con cara desconcertada, casi asustado sin saber qué hacer. Ella reaccionó antes que él:
–Me has asustado.
–Perdón, no era mi intención; no soy de aquí y estoy perdido, además de helado. ¿Sabes si hay algún café cerca?
Con la cara ardiendo porque aún en la débil luz de las farolas podía ver que se hallaba ante un ejemplar impresionante de adonis herculíneo.
–Sí, claro, tienen un irlandés en esta misma calle, un poco más adelante –indicó señalando con el dedo mientras sentía una flojera en sus piernas y un no se qué en el estómago.
–Disculpa mi atrevimiento, pero ¿podrías acompañarme? Me siento perdido y necesito compañía. Sólo será un café, te lo prometo.
Ella únicamente podía escuchar esa voz tan sensual, con un extraño acento, ¿argentino quizá?, huy…. ¡Hablan tan bien de los argentinos…!
–¡Por supuesto, no tengo nada mejor que hacer! –respondió con una sonrisa. Un pensamiento cruzó su mente: “no me he puesto roja”. Se sentía extrañamente segura; ¡qué pensarían al verla entrar con semejante monumento! Eso daría de qué hablar a todo el pueblo durante seis meses.
Caminaron juntos y en silencio, de vez en cuando ella miraba al joven sorprendiéndose de que éste la mirara tan fija y extrañamente, se sintió complacida, en la cara de él se reflejaba cierta atracción.
–¿Eres de fuera? –le preguntó
–Sí, de bastante lejos, llegué hoy.
Ambos entraron en el café, no había gente, apenas un par de hombres en la barra y el camarero. Pidieron un par de cafés y por acuerdo tácito y silencioso se fueron a sentar en uno de los reservados.
–¿Y qué haces por aquí?
–Digamos que ha sido accidental.
–¿Se te ha estropeado el coche?
–¿Eh?, sí, eso es.
No supo en qué momento comenzó a mirarle fijamente y con descaro, a la luz del bar podía distinguir con claridad las líneas de su rostro, tenía unos hermosos ojos verdes, de un verde que jamás había visto, parecían desprender luz, sus labios eran carnosos, sensuales, el mentón firme partido por un hoyuelo que aportaba masculinidad y belleza.. Le subyugaba aquel extraño, tanto que deseaba poder tocar su rostro. Sentía un calor suave que le invadía las entrañas, fantaseo en cómo estaría desnudo.
El desconocido la observaba en silencio, como si prestara atención también a los rasgos de ella..
–Eres perfecta –dijo de repente.
–¡Huy, no me digas eso…!
–No, en serio, nunca había visto una mujer como tú.
–Gracias, tendría que adelgazar…–Se mordió la lengua, ¡qué estupidez! ¡Mira que resaltar su gordura! ¡Vaya forma de seducirle, justo mostrando sus defectos!
–¡Noooo! ¡Qué dices! ¿Estás loca? Estás perfecta tal y como estás te aseguro, si estuvieras más delgada no me habría fijado en ti.
Con el café en la mano y la boca abierta por el estupor, atinó a cerrarla luego de unos segundos, tras tragar saliva y preguntar:
–¿Te habías fijado en mi? ¿Te gusta como estoy?
–¡Por supuesto! Llevo aquí todo el día, te he visto en varias ocasiones pero tú no te has fijado, eres sin duda la mejor mujer que he visto, la que más me ha gustado.
Ella lo miró anonadada, no sabía por qué, pero sentía que se le embotaban los sentidos, sólo podía mirarle, mientras las últimas palabras del desconocido rebotaban como un eco en su cerebro “la mejor que he visto,”, quiso besarle, quiso llorar, quiso lanzarse sobre él, abrazarlo.
Él se acercó hacia ella, tan cerca que ella podía percibir su aliento, no pudo más…Cerró los ojos y se dejó envolver por una cálida sensación de deseo sexual incipiente, sintió el primer beso, sintió los labios cálidos y envolventes de él, sintió las manos de él recorriéndola.
Quería más y más, abrió los ojos, se sentía febril, se sentía loca de deseo, de necesidad de ser poseída.
–¡Vámonos de aquí!- atinó a susurrar.
Él se levantó, agarrándola de la mano y sin dejar de mirarla. Ella se dejó llevar, una vez fuera del café él la atrajo hacia sí, ella se apretó, se sentía enloquecer.
–¿Quién eres, de donde vienes?
La respuesta llegó en forma de besos apasionados, de caricias que la hicieron gemir, era tanto el deseo que él le provocaba que se sentía enferma, verdaderamente enferma..
Llegaron al puente, ya no era dueña de sí misma, su cuerpo simplemente se hallaba descontrolado, él la llevó hacia la portezuela, un atisbo de antiguo miedo visceral la sacudió.
–¡No, ahí no!
Pero él la arrastraba en silencio. Ella volvió a gemir, se dejó arrastrar. Entre la penumbra pudo observar una luz tenue, ¡la chabola del viejo! ¡Todavía está en pie! El hombre abrió la puerta, una luz imprecisa iluminaba el interior, parecía sorprendentemente cómoda, caliente y limpia.
–Vivo aquí –musito él, no tengo otro sitio, mientras recorría con la lengua el lóbulo de su oreja derecha.
–¿Aquí? ¿Por que aquí? –susurró ella.
–Vengo de lejos, de muy lejos, no tengo dinero.
Giró alrededor de ella, acarició su pelo, sopesó su cuerpo, la miró con una fuerza tal que ella se estremeció.
–Eres perfecta.
Ella sólo quería quitarse la ropa, únicamente deseaba ser poseída por él, nada más tenía importancia, nada más existía.
–Desnúdate –escuchó.
De manera automática se sacó toda la ropa con los ojos cerrados mientas imperceptiblemente se balanceaba, sentía su cuerpo vibrar, prepararse para lo que iba a acontecer.
Sintió que él se situaba por detrás, le abrazó por la cintura, ella simplemente se dejó hacer, no podía luchar, ni hacer nada más, sintió como él la movía, la situaba, ella sólo deseaba, sólo quería ser penetrada, lo necesitaba. Gemía.
–¿Quieres saber de donde vengo? De muy lejos, de otra galaxia, de un mundo que desapareció, soy el único de mi mundo, necesito una compañera, necesito procrear.
Desde la penumbra inconciente las palabras llegaron a su cerebro, una pequeña alarma hizo el intento de aparición, pero el placer desenfrenable era más fuerte que esas palabras sin sentido.
–Yo puedo ser tu compañera, tómame.
–¿Estás segura?
–Sí, sí.
Los movimientos de él le causaban un placer tan grande que apenas podía respirar, le sentía dentro, penetrándola, horadándola, deseaba recibirle, deseaba sentirle.
–Serás la madre de mi progenie.
Los gritos de placer de ella se sucedieron, un orgasmo feroz y largo la sacudió y perdió el conocimiento.
Luz.
Parpadeo.
Luz. Poco a poco su mente fue reaccionando, abrió los ojos, él estaba a su lado, sentado en el jergón en el que se encontraba ella tumbada.
–¿Qué ha pasado?
–Te mareaste, creo que fue demasiado para ti.
Ella cerró los ojos un momento, se pasó la mano por la frente.
–¿Sabes? No se bien lo que ha pasado pero sí que me ha gustado mucho.
–Lo sé –dijo él.
–No te lo vas a creer, pero mientras estaba sin conocimiento he tenido una pesadilla; soñé que me decías q eras un extraterrestre –rió.
Su carcajada se quedó vibrando en el aire esperando una respuesta por parte de él, se asustó al ver que no reía.
–Eso no lo soñaste –dijo.
–¿Qué? –preguntó mientras pugnaba por incorporarse, sin poder conseguirlo.
Con pánico y asco descubrió que desde sus pechos hacia abajo estaba envuelta en una especie de crisálida, de capullo e intentó desprenderse de la parte que le cubría el abdomen, descubrió horrorizada como su vientre estaba abultado. ¡Estaba embarazada!
–¿Qué me has hecho?
–No te preocupes, es lo normal, te he fecundado, en mi especie todo es muy rápido.
Sintió un movimiento en su vientre
–¡Se mueve! –exclamó.
–Eso es que se acerca el momento.
Comenzó a sentir un dolor intenso, aterrada comprendió que iba a dar a luz.
–Me voy –dijo él – no es muy agradable para mí.
–¡Espera! – fue el grito desgarrador de ella..
Él no supo bien que hacer, se quedó mirándola.
El dolor se hizo más intenso, más fuerte, gritó al tiempo que sentía que algo se deslizaba suavemente entre sus piernas. Respiró, todo había pasado, se sentía bien, débil pero bien, pugnó con la especie de tela de araña que le recubría, quería ver como era el ser al que acababa de darle vida.
–Bueno ahora me voy –repitió él.
–Espera no puedes dejarme sola, ayúdame, quiero ver qué es lo que he tenido.
–No puede ser- respondió enigmáticamente él –los pequeños todavía no están preparados.
–¿Pequeños?
–Sí, has tenido varios.
–¡Espera! ¿Son tú? ¿Esa es tu forma?
–No, yo fui diseñado para ser así y para atraer con mis feromonas a hembras de tu especie, para poder asegurar la supervivencia de la mía, soy un producto genético modificado, mis hijos nacerán con su apariencia verdadera, pero podrán metamorfosearse en apariencia humana.
La atención con que ella escuchaba fue interrumpida por un penetrante dolor abajo. Gritó con todas sus fuerzas.
–¿Qué pasa?
Observó horrorizada como la crisálida parecía bullir, mientras ella sentía un dolor.
–¿Qué está sucediendo? –volvió a gritar.
–Nada, te dije que no iba a ser agradable.
Sintió que algo subía hacia arriba por su vientre y pugnaba por salir, estupefacta vio asomarse a través de los pegajosos hilos la cabeza de la que parecía una mantis religiosa que le observaba, gritó y gritó y siguió gritando al descubrir horrorizada como la pequeña mantis o lo que fuera le desgarraba con sus mandíbulas dejando a la vista las vísceras internas.
–Me voy –dijo de nuevo él –Me olvidé decirte que en mi especie, las hembras son devoradas por las crías, te lo dije: tú eras perfecta…
Salió dejando tras de sí unos gritos cada vez más ahogados y un siseo de mandíbulas cada vez más audible.