El muerto
La cinta teletransportadora del aeropuerto estaba lista. Absen Lukas apuró sus pasos para llegar antes de que el empleada habitual la cerrase; era sábado y la mayoría de las personas en la ciudad se tomaban el fin de semana de descanso para oxigenarse un poco luego de seis días de arduo esfuerzo en sus respectivas tareas.
–Su pase por favor –dijo la empleada genéticamente preparada para estar en el recibimiento de los clientes del viaje Sudamérica-Europa.
–Aquí tienes –respondió Absen displicente y entregó su chip personal a su compañía favorita Telepor S.A., que aunque tardaba 17 minutos, 3 más que Europa Viajes S.R.L., sentía que la compañía era mucho más cómoda y confortable.
–Lo siento, señor. Su permiso está caducado.
Absen miró sin reaccionar sorprendido un instante a la chica. Sonrió.
–Debe haber algún error. Es el que uso habitualmente. Viajo a Europa todas las semanas, ¿me recuerda?
–No.
–Fíjese de nuevo, por favor; seguro que es un error.
La chica colocó otra vez el chip en el ojo magnético.
–Su pase está caducado.
–¡No puede ser! ¡Fíjese de nuevo! ¡Rápido! Que el teletransportador va a partir.
–Lo siento, su pase está caducado –repitió fría la empleada.
Absen respiró hondo, cerró los ojos y trató de pensar ante este imprevisto.
–¿Dice el motivo de la caducidad? –dijo por fin. Ya no sonreía.
La chica colocó una vez más el chip personal de Absen y respondió:
–Sí, señor. Usted está muerto.
Absen abrió enormemente la boca. Sus ojos parecían salirse de su órbita ante la sorpresa. Luego mostró una sonrisa sarcástica.
–¿No me ve acaso? ¡Eso es un error grosero!
–No sé, señor. Yo le digo lo que dice su chip. Usted está muerto –repitió la dependiente a la vez que le devolvía la minúscula identificación. –Reclame en la compañía. Hágase a un lado, por favor, que tengo que seguir atendiendo. Muchas gracias por usar nuestra compañía, señor.
Absen se colocó a un costado de la ventanilla y se refregó la cara. Nunca le había pasado por algo así.
–¡Esto es un atropello! –dijo, pero la empleada ya no le prestaba atención. Mientras veía como el teletransportador cerraba sus puertas; luego de atender al último pasajero. Allá a lo lejos a la vez que la nave comenzó su veloz recorrido hacia Europa, Absen caminó hacia el sector de reclamos.
A pocos metros un gran ventanal de cristal fosforescente que se iluminó por dentro a los ojos de Absen al acercarse, pareció tomar vida.
–Oficina de Reclamos. ¿En qué podemos serle útil? –dijo una voz metálica al pararse sobre la pequeña plataforma metálica para clientes.
–No pude coger el teletransportador porque saltó un error en el chip identificatorio.
Un empleado muy guapo con cara de nada lo miró sonriente y respondió:
–Nuestra compañía es la que tiene menor margen de error en el mercado. Le diría que es casi imposible, señor.
–Pero esta vez se equivocaron. Me dijeron que estoy muerto –contestó Absen con una sonrisa.
–Permítame su chip si es tan amable, señor.
Absen se lo entregó y el muchacho al instante observó en una pantalla que aparecía automáticamente.
–Lo imaginé. No es un error de la compañía, señor. Es un informe del Estado Central.
–¡Ah! ¿Entonces?
–O bien el Estado cometió un error, señor, o...
Absen arqueó las cejas esperando la otra parte de la respuesta.
–O usted se encuentra muerto, señor.
Absen agarró de nuevo su chip personal y no contestó cuando el empleado de Teleport S.A. dijo:
–Muchas gracias por usar nuestra compañía. Esperamos haber sido de su mayor satisfacción.
Absen Lukas se fue directamente a los comunicadores y llamó a la 0ficina del Estado. Una grabación respondió:
–Esta es una Oficina de Información del Estado. La llamada es gratuita. Identifíquese y explique brevemente su problema y lo comunicaremos con el departamento correspondiente.
–Me llamo Absen Lukas, número identificatorio AF 1-300-345. Mi chip personal dice que estoy muerto. Quisiera saber qué debo hacer para aclarar la situación.
Esperó uno segundos que se procesaran sus palabras y por fin la misma voz indefinida respondió:
–Lo siento, la persona de identificación AF 1-300-345 no existe o no se encuentra más registrada en nuestra base de datos; ingrese de nuevo el número identificatorio, por favor. De persistir el error acérquese a nuestra oficina en el barrio Tramital Oeste ventana 9741. Muchas gracias.
Absen cortó la comunicación y ya con evidente fastidio se acercó a los teletransportadores locales para ir al sector de trámites del Estado. Comenzó a sentir hambre.
–Lo siento, señor –le dijo la empleada de recepción que tomó su chip. –Usted no está habilitado para viajar en el teletransportador.
–¡No puede ser! ¡Qué sucede ahora!
–Su pase ha caducado, señor. Le dieron de baja.
–Pero viajo todo el tiempo. Viajé está mañana.
–Lo siento, señor, no puede viajar. Su pase ha caducado. Aquí dice que usted está fallecido.
–¿Usted se escucha? –esta vez no disimuló su fastidio. –¿Entiende lo que dice? ¡Cómo voy a estar muerto! –Absen dio un golpe en la ventana con su puño. –¿Siente los golpes? ¿En qué libro dice que los muertos golpean, hablan, andan, respiran?
–Lo siento, señor. No estoy capacitada para leer. Sólo tenemos la información magnética pertinente para la atención al cliente. Lo siento, no puede viajar; su pase ha caducado.
–¡Uff! ¡Están todos equivocados! ¿No se dan cuenta?
–Lo siento, señor, nuestro registro no se equivoca, aquí marca que usted ha fallecido. ¿Sería tan amable de dejar pasar al pasajero siguiente? Que tenga un buen día, señor. Gracias por usar nuestra compañía.
Absen apretó el puño y recapacitó que su situación se estaba complicando demasiado. Calculó la distancia de donde se encontraba al Barrio Tramital y supuso que al menos habría dos horas andando. Miró el sol tibio y pensó que no estaba tan mal después de todo. Pero a los pocos minutos se sintió agotado; no estaba acostumbrado a utilizar sus propias piernas para transportarse; aun así no le quedó más remedio que continuar el paso. Cogió del bolsillo de su camisa de temperatura graduada una pastilla amarilla y se dio cuenta que era la última. Estas pastillas eran sus preferidas, no sólo poseía todos los nutrientes que un ser humano necesita para sobrevivir un día, sino que además contenía compuestos de naranjas de la mejor calidad, –dicen –hechos en los mejores laboratorios de Oceanía. Puso pues su última tableta en su boca y dejó que se disolviera lentamente para adquirir su equilibrio biológico. Mientras, miraba el enorme complejo de cintas pasar con los miles de pasajeros que viajaban por toda la ciudad, hacia otras ciudades, hacia otros continentes. Se vio totalmente solo caminan do entre las murallas de columnas que sostenían la estructura de la ciudad.
Agotado vislumbró a lo lejos, por fin, un complejo de edificios que se confundían con las nubes. La temperatura había bajado.
–¡Tramital! –se dijo. El barrio era llamado así porque se hacían allí los trámites de toda la ciudad y de las confederaciones continentales. Hizo el último esfuerzo y por fin quedó ante las cintas que transportaban a todas las ventanas de trámites. Estas cintas eran de uso automático y no precisaba de los chips personalizados. Ingresó a una de las callejas móviles que poseía habitáculos individuales.
–Ventana, por favor –dijo una voz metálica.
–97-41 –respondió Absen.
La cinta se puso en movimiento y segundos después se encontraba en el barrio Oeste a una altura de casi 1000 metros frente a una de las ventanillas. Una mujer de sonrisa amplia apareció detrás del cristal.
–Buenos tardes, señor. ¿En qué podemos serle útil?
–Me ha sucedido algo increíble. Mi chip personal ha caducado. Sale en todos los servicios que estoy muerto –Absen mostró su más amplia sonrisa para reafirmar lo ilógico de la situación.
–Permítame su chip si es tan amable, señor.
Absen se sentía más descansado y menos nervioso. Entró el chip a una pequeña bandeja que ingresó automáticamente a la pequeña oficina de la empleada estatal. Esta lo puso en una máquina y dijo:
–Absen Lukas. Número identificatorio AF 1-300-345.
–Correcto.
–Su chip ha caducado debido a que usted ha fallecido el día 25 de junio del 2159 a las 7:32 horas. Es decir esta mañana, señor.
Lo que a Absen le podía causar cierta gracia al comienzo, esto ya le preocupaba enormemente.
–Señorita...
–Dígame, señor.
–¿Cómo podría estar muerto si estoy hablando aquí con usted?
–No sé.
–No estoy muerto; los muertos no hablan, ni se comunican con el mundo de los vivos.
–Hmm... Es muy razonable lo que usted expone, señor. Aguarde que voy a consultar.
Absen respiró condescendiente, aunque fastidiado. La empleada se levantó de su asiento anatómico y se introdujo en una puerta metálica que parecía un ascensor. Tardó unos tres minutos; regresó con un compañero de trabajo que observó a Absen de arriba abajo. Luego observaron en la pantalla de información. Finalmente fue el muchacho quien habló:
–¿Está usted seguro que este chip es suyo?
–¡Claro! ¡De quién otro! Lo usé esta mañana sin problemas y luego me comenzó a dar esos mensajes estúpidos –dijo visiblemente alterado.
El muchacho no respondió y dijo algo en tono bajo a su compañera. Apretó algunos botones y finalmente dijo:
–Evidentemente se trata de un error.
–¡Ah, lo sabía! –dijo Absen triunfante. –No puedo estar muerto si hablo con ustedes.
El muchacho siguió mirando su pantalla.
–¿Tal vez se descompuso el chip? –preguntó Absen.
–No, no. Eso no. El chip simplemente le transmite lo que está registrado oficialmente –dijo el empleado estatal. –Nuestros registros dicen que usted ha fallecido hoy. Debe haberse ingresado mal la información automática.
–¿Y qué puedo hacer entonces? –Absen arqueó las cejas.
–Lo dejo aquí con la responsable del área –dijo el empleado. –Ella le dirá cuáles son los pasos a seguir.
Mientras el empleado desapareció por la puertita metálica, la chica puso en la bandeja una tableta plástica.
–Aquí, señor, le dirá que debe hacer. Puede colocarla en cualquier intercomunicador del Estado.
–Muy bien.
–Que tenga buen día, señor –y la ventana perdió iluminación. Segundos después la cinta teletransportadora volvía al punto de inicio.
Absen buscó un telecomunicador y puso la tarjeta que la empleada le había dado. Una voz metálica dijo:
–Por favor, ponga su número identificatorio para comenzar el trámite.
Absen así lo hizo, momentos después escuchó.
–Lo siento, señor. El número AF 1-300-345 ha caducado. Ingrese su número identificador para comenzar el trámite.
Absen sintió que los latidos de su corazón aumentaban; aun así repitió la operación. Esperó de nuevo.
–Lo siento, señor. El número AF 1-300-345 ha caducado. Ingrese su número identificador para comenzar el trámite.
Absen golpeó desesperado con manos y pies el intercomunicador, mientras algunas miradas furtivas miraban desde lo alto en las cintas transportadoras lo que hacía sin darle demasiada importancia. Agotado, se dejó caer sentado, con la espalda apoyada en la pequeña columna del intercomunicador.
–¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! –dijo llorando desde el suelo.
Respiró hondo y se dijo que debía solucionar cuanto antes el error de datos. Pensó que su única camino era volver a la ventanilla donde le entregaron esa tableta de trámites y comentarles el nuevo error.
Se subió entonces de nuevo el habitáculo teletransportador y momentos después estaba de nuevo frente a la ventanilla de ciudad Tramital N° 97-41.
La misma chica, con la misma amplia sonrisa lo atendió:
–Buenos días, señor. ¿En qué le podemos serle útil?
–¿Me recuerda? Yo estuve hace unos instantes aquí y me dieron esta tableta que...
Un ruido extraño pero suave comenzó a oírse. La luz de la ventana fue disipándose lentamente y una voz metálica dijo:
–Ventana 97-41 cerrando. Nuestro horario de atención de lunes a sábados de 8 a 18 horas. Muchas gracias por su atención.
–¡No, espera!
–Muchas gracias por su comprensión –concluyó la voz grabada y luego se oyó un sonido definitivo de cerradura y ya no se oyó más. Absen no tuvo tiempo de decir más cuando el habitáculo donde se encontraba comenzó su regreso
Absen respiró hondo.
–¡Sábado! –dijo. –¡No puedo estar así hasta el lunes!
Llegó a destino y bajó al abrirse la puerta automática. Miró el cielo del hemisferio sur y ya comenzaba a oscurecer. Resignado comenzó su regreso a su casa. De repente recordó a su amigo Carlhos, que vivía en Colonia Nueva en Marte. Se llevó su mano a la boca y dio el nombre a su agenda telefónica:
–Carlhos Emerson.
–Llamando –le dijo la voz metálica de su teléfono pulsera.
–Hola –la imagen de su amigo en su mini visor apareció con mucha nitidez. –Hace tiempo que no te mostrabas, amigo. ¿Cómo va todo por la vieja Tierra?
–Hola, Carlhos. Tengo un grave problema.
–Dime, Absen.
–Aparezco en las bases de datos como muerto.
–Jajajaja. –La risa sonora de Carlhos se oyó en los alrededores de Absen. Algunos transeúntes miraron asombrados. –¿Muerto tú? Si te estoy viendo. ¿O eres una grabación?
–De eso nada. Estoy desesperado, porque no puedo viajar a Europa. Ni siquiera puedo comprar las pastillas amarillas ni nada. En todos lados, me sale que he dejado esta tierra de los vivos.
–No te desesperes. Yo te enviaré un cargamento de pastillas amarillas para dos vidas –dijo risueño.
–Muchas gracias.
–Dime que más necesitas y te enviaré, ¿vale?
–Por ahora sólo eso. Antes que pierda mi equilibrio vital.
–Muy bien, problema solucionado –dijo Carlhos con su habitual sonrisa. –Dame el número de identificación.
–El número es AF 1-300-345, pero sale que estoy fuera del sistema.
–Bueno, ya veré cómo hago, no te preocupes. ¿Para cuándo lo necesitas?
–Lo antes posible. ¡Hoy tomé la última!
–Muy bien. ¿Te lo envío mañana?
–Sí, está bien. Te agradezco mucho. –Absen dejó escapar un suspiro de satisfacción. –Espero que podamos vernos pronto.
–Con gusto, tengo muchas ganas de conocer la Tierra. Así que un mes de estos me tienes instalándome en tu habitáculo.
–Con mucho placer, Carlhos. Te recibiré como sólo a los amigos se reciben.
–Un saludo desde el planeta rojo.
La comunicación se cortó, pero Absen se sintió más tranquilo. No conocía en persona a Carlhos y siempre la comunicación fue telefónica, pero aun así alcanzó para ser una amistad fortalecida de los nuevos tiempos. Lo había conocido en una reunión de su empresa. Carlhos trabajaba en la sección administrativa en el planeta rojo y Absen en producción en la Tierra en la misma compañía. En esa reunión a distancia a través de sus cámaras de videoconferencias, comenzaron a charlar y al poco tiempo coincidieron en otra reunión, se reconocieron y se hicieron amigos. Desde entonces siempre se comunicaban, aunque sea para charlar de cosas triviales. La última gran charla fue cuando a Absen le asignaron la nueva casa, especial para su nuevo nivel y con las cámaras le mostraba cada rincón de la casa. “Eso está muy bien”, le había dicho su amigo marciano. Y hacia allí, su confortable casa computarizada se dirigía Absen para al menos descansar un poco de tantos problemas de sistema.
Cuando se paró frente a la cerradura magnética de su casa, se sintió reconfortado. Sacó su llave magnética personalizada y la introdujo en la ranura.
–Error –gritó la máquina. –Por favor, introduzca la clave de emergencia.
Todos los habitantes de las nuevas casas tenían una clave especial para estos casos. Absen la introdujo y la máquina repitió:
–Error. Por favor, introduzca la clave de emergencia.
Absen repitió la clave hasta el cansancio pero la respuesta fue siempre la misma. Por fin Absen decidió pulsar el botón de emergencia para casos extremos. Una pequeña pantalla se abrió, dejando ver a una empleada de la compañía de llaves.
–Servicios de Emergencia, ¿en qué podemos ayudarlo? –dijo la mujer.
–No puedo ingresar a mi casa y cuando doy la clave especial me sale error también.
–Muy bien, señor. Permítame su número de identificación.
–Me temo que hay un problema con el número... Yo...
–Permítame el número de identificación, señor. Sin el número no podemos atender su problema.
–Es que... Sale que estoy... muerto –Absen sintió que se sonrojaba.
–Permítame su número de identificación, señor.
–El número es AF 1-300-345.
La chica procesó los datos y esperó dos segundos. Al cabo de ese tiempo miró hacia la pantalla.
–El número pertenece al señor Absen Lukas, fallecido esta mañana a las 7:32.
–¡Absen Lukas soy yo, señorita! ¡Hay un error!
–Lo siento. Esa casa ha sido redesignada a un nuevo habitante.
–¿No entiende? –ya gritó Absen–. ¡Absen Lukas soy yo! ¡Hay un error! ¿No se da cuenta?
–Lo siento, no podemos hacer nada. El lunes pase por la Oficina de Información del Estado.
–Ya fui y...
–Muchas gracias por usar nuestros servicios. –Y la comunicación se cortó.
Absen se sintió impotente. Comenzó a golpear con violencia la pantallita que desaparecía.
–¿Señor? –dijo una vez a su espalda.
Absen se dio vuelta y dos hombres de la Patrulla Inter Urbana con sus cascos azules, gafas infrarrojas y sus ropas negras estaban mirándolo.
–¿Qué está haciendo aquí? –dijo el hombre que lo interpeló.
–Estoy tratando de entrar a mi casa.
–¿Me permite su identificación, por favor?
Absen entrega su tarjeta identificatoria y dice:
–Hay un error de sistema y sale que estoy muerto.
Los policías miraron la tarjeta y la pusieron dentro de su lectora de identificaciones. No respondieron nada y luego de ver la respuesta de su aparato se miraron mutuamente.
–Esta identificación pertenece a una persona fallecida.
–Señor –grita Absen. –Esa persona pertenece a Absen Lukas, identificación AF 1-300-345, que soy yo, ya se lo he dicho. Hay un error de sistema y desde hoy sale que estoy muerto. Ni siquiera puedo entrar a mi propia casa.
–Si eso es real, el mapa pupilar debe ser el mismo que tenemos registrados nosotros.
–¡Por supuesto!
El segundo policía saca un aparato más bien parecido a una caja con dos agujeros por donde Absen colocó sus ojos. Del otro lado daba la respuesta en letras fosforescente azules:
–Absen Lukas. AF 1-300-345. Barrio 4253 Sur, N° de Asignación 401.746. Productor 2da. Clase en Malvide S.R.L.
–Muy bien –dijo el primer policía. –Sus datos son correctos.
Devuelve la identificación a Absen.
–Por favor, ayúdenme.
–Seguramente esto lo podrá resolver el Departamento de la Oficina de Información del Estado.
–¡No, señor! –protestó Absen. La Oficina de Información del Estado repite que estoy muerto y no resuelve nada.
–No es nuestra tarea, señor –dijo el segundo policía. –De todas maneras pasaremos el informe al Estado Central.
–¡Es que es el Estado Central el que ha originado ese error!
–Lo siento, señor, es lo único que podremos hacer nosotros –dijo el primer policía. –Perdone por las molestias ocasionadas. Buenas noches.
Absen se sintió desamparado total. Sin poder entrar a su casa, sin poder realizar absolutamente por un error de sistema.
A medida que la noche avanzaba, un rocío helado comenzó a descender. Sintió una sensación extraña en su rostro, que nunca había experimentado. El denominado “frío”, que alguna vez vio en algún libro electrónico. La falta de las tabletas de temperatura hizo que le diera un pasmo que los médicos llamaban escalofrío y comenzó a sentir un desequilibrio biológico. Su casa ambientada automáticamente y el hecho de no tener que pasar por una situación similar, le permitió a Absen, sentirse seguro de sí mismo, y del sistema al que pertenecía, cosa que se veía privado en la nueva situación.
Al despertar en la mañana cuando ya aparecía el primer rayo del sol, sintió su cuerpo entumecido. Estaba al pie de su casa y la ciudad ya comenzaba a mostrar su movimiento. Desde la ventana de sus vehículos, allá arriba en la cinta transportadora, algunos curiosos echaban una mirada al hombre que estaba tirado al pie de una casa y lo confundían con un marginal de los barrios abandonados del oeste, pero sin darle tampoco demasiada trascendencia.
Absen, comenzó a levantarse y estirar sus piernas y brazos. Le dolía el cuello por la mala posición en que durmió. Sacudió un poco su ropa y se tocó la cara que comenzaba a salirle la barba. El escalofrío aún no se le había ido. El sonar de su intercomunicador lo sorprendió.
–¿Sí?
–Hola, Absen. Aquí tu amigo marciano –dijo Carlhos. Absen se sintió reconfortado con la imagen de su amigo.
–Hola, Carlhos.
–He intentado enviarte las vitaminizantes amarillas pero el sistema permanentemente me dice que no existe ese número de identificación que me diste. Inclusive quise enviarte sin la identificación a tu dirección, pero me sale que pertenece a otra persona. ¿Qué está sucediendo, querido amigo?
–No sé qué sucede. Siempre pone que... –Un ruido extraño interrumpe la comunicación y se cortó la señal de la imagen recibida. Seguidamente una pequeña pantalla oscura con letras fosforescentes rojas puso:
–Señal caducada... Señal caducada... Señal caducada... –infinitamente.
Absen se arrancó de la muñeca el intercomunicador y lo arrojó contra su casa y cayó de rodillas vencido. Luego recapacitó:
–Debo hacer algo, debo hacer algo….
Corrió hacia la zona de los teletransportadores gratuitos que lo llevaban directamente a la Oficina Central de Información del Estado. Comenzó a sentir la falta de energía en su cuerpo, señal de que ya hacía un día que no probada las pastillas amarillas. Tampoco tenía las azules de hidratación, ni las verdes de vitaminas secundarias. Con dos amarillas eran más que suficiente para soportar...
Finalmente se acercó al vehículo esférico que lo llevaría al sector reclamos y segundos después bajaba frente a una ventanilla con una empleada detrás con la misma sonrisa artificial.
–Esta es una atención de emergencia para los días domingos. Buenos días, señor. ¿En qué podemos ayudarlo?
La voz de imitación de bondad de la chica no le sacó el mal humor a Absen.
–¡No tiene nada de bueno este día! Por algún motivo vosotros los de Información del Estado me ponéis en la lista de los muertos y yo estoy vivo como puede notarlo.
–Permítame su identificación, señor.
–¡Nada de identificación! ¡Me llamo Absen Lukas! ¡Esta maldita identificación pone que estoy muerto y no puedo viajar, no comprar vitaminas y ni siquiera puedo ingresar a mi propia casa!
–Permítame su identificación, señor. Si no la ingreso no podremos hacer nada por usted –siempre con la misma voz amable y una sonrisa que parecía natural.
–¡Aquí tiene! ¡Pero esa maldita lectora le dirá que estoy muerto!
La chica cogió la tarjeta chip de Absen y la colocó en la lectora.
–Así es, señor. Pone que usted ha fallecido.
–¡Pues haga algo! ¡Esto no puede seguir así!
–Lo siento, señor, esta es una atención de emergencia para los días domingos y esta oficina no está autorizada para solucionar su problema hoy. Lo único que podremos hacer es enviar un Informe con su problema la Oficina de Reclamos.
–¡Ayer fui allí y no me pudieron atender porque estoy muerto! –gritó Absen.
–Pero ahora tendrán nuestro informe, señor
–¡Sirve para algo eso, maldita sea!
–Lo siento, señor. No podremos hacer otra cosa.
–¡Los demandaré! ¡Haré de vuestra vida un infierno por lo que me están haciendo!
–Gracias por usar nuestros servicios, señor. Buenos días. –La ventana se cerró, dejando a la vista sólo un cristal oscuro, desapareciendo la sonrisa de la empleada que tanto exasperaba a Absen.
Sin detenerse en pensar, Absen volvió al teletransportador y tomó rumbo a la Oficina de Reclamos. La persona que terminaba de ser atendida lo miró despectivamente. Su figura había comenzó a mostrarse desalineada y con algo de deterioro, lo que provocaba un rechazo en los que lo observaban.
–Buenos días, señor –dijo otra empleada de la Oficina de Reclamos. –Esta es una atención de emergencia para los días domingos.
–¡Vamos al punto! Tu maldita máquina dice que estoy muerto.
–Permítame su identificación, señor.
–¡Aquí tienes!
La chica coge amablemente el chip y lo introduce en la lectora.
–¡Y no me digas que estoy muerto! –grita Absen.
–Así es, señor. Y también tengo un informe de Central.
A Absen se le iluminó el rostro.
–Sí, eso me dijeron. ¿Y qué dice?
–Que probablemente haya un error, señor, que mire en nuestros registros regionales.
–Muy bien –dice Absen con una inesperada esperanza.
La chica arquea sus ojos.
–¿Qué sucede?
–Que en los registros regionales dice que usted está muerto.
–¡Pero no lo estoy! ¿No ve? –gritó ofuscado Absen.
–Lo siento, señor. Remítase a la Oficina Central. –Y entregó el chip identificatorio a su dueño.
–¿Es una broma todo esto?
La ventana comenzó a cerrarse, mientras la empleada decía con una sonrisa:
–Gracias por acudir a nuestras oficinas, señor. Que tenga buenos días. Esta es una atención de emergencia para los días domingos.
–¡No cierres! ¡No cierres! –Absen golpeó la ventana varias veces.
Desesperado comenzó a ver la forma de poder abrir esa ventana, pero estaba herméticamente sellado todo y era imposible con sus uñas como toda herramienta y con sus fuerzas que comenzaba a abandonarlo. Ese día estaba nublado y la lluvia fría no tardó en caer sobre la ciudad.
Absen intentó una vez más comunicarse con su amigo Carlhos y la habitual señal de error se le puso una y otra vez. También se le ocurrió llamar a su oficina aun a sabiendas que no cogería nadie hasta el lunes, pero la respuesta fue exactamente la misma: ...señal caducada... señal caducada... señal caducada..
Absen se sentó al pie de la ventanilla a esperar el lunes; un frío interno comenzó a apoderarse de él y se abrazó a sí mismo para protegerse. Sus dientes tiritaban y su cuerpo mojado todo pedía ingerir algo caliente. Finalmente se quedó dormido.
Las nubes desaparecieron y las estrellas se apoderaron del oscuro cielo y el frío aumentó en todo el Barrio 4253 Sur, dejando una leve escarcha sobre las hojas de los escasos árboles. Al pie de la ventanilla de la Oficina de Reclamos, un hombre estaba echado en posición fetal, temblando y arrojando de su boca una respiración transformada en un hado tibio. En sueños, tal vez, miles de cintas teletransportadoras viajaron a todos los confines del universo sin pedirle su número de identificación y acudieron a su mente junto con un leve dolor en el pecho, que fue aumentando a medida que las cintas se acercaban a inexistentes oficinas; una última exhalación dejó escapar el aire final de su boca y el vapor de respiración desapareció junto con la noche. El nuevo día calentaba el frío cuerpo hasta que el movimiento de la ciudad comenzó a anunciar el comienzo de la nueva semana.
Cuando las luces de la ciudad se apagaron, la ventana de la Oficina de Reclamos comenzó a abrirse muy despacio nuevamente. La empleada que atendió a Absen la tarde anterior apoyó su cara contra el cristal para ver mejor.
–¿Qué le sucede? –le preguntó a su compañero.
–No sé, llamemos a la Patrulla.
La empleada tocó un botón y segundos después una navecilla azul aterrizó al lado del hombre en el suelo.
Dos uniformados bajaron y contemplaron el espectáculo.
–¿No es éste el que vimos ayer? –preguntó uno de ellos a su compañero.
–Sí, es el mismo –respondió el otro mientras con un pie tocaba el cuerpo rígido.
–Ya decía yo que estaba muerto –agregó el primero de los hombres ante las miradas curiosas de los empleados detrás del cristal.
–El Estado no puede estar equivocado.
–No, no puede. ¿Entonces qué hacemos?
–Nada. Avisa a Higiene y que se lo lleven junto con los otros.
–Vale.
Los empleados dejaron de mirar y los primeros clientes en la Oficina comenzaron a esquivar al muerto para ser atendidos. La ciudad seguía su movimiento y alguna mirada furtiva se detenía sin demasiado interés en el cuerpo acariciado por el viento que yacía el suelo con el chip identificatorio apretado en su mano.