CAPÍTULO X
Durante el camino de regreso, trató vanamente de convencerse a sí mismo de que aquel asunto no le importaba en absoluto; qué sólo se trataba de un extraño parecido físico que momentáneamente le había desconcertado sobremanera y que sería mucho mejor olvidar aquel incidente. ¿Acaso era más importante la vida de aquella muchacha que la de los cuarenta y cinco negros que se hablan asfixiado a bordo de la goleta? Además, quedaba por dilucidar si Zeda era realmente blanca o llevaba sangre de negros en sus venas. En Mobile y en Nueva Orleáns había muchas mujeres de color que daban la impresión de ser blancas; sus madres, abuelas y bisabuelas se habían relacionado sólo con hombres blancos y en varias generaciones no había habido ninguna mezcla de sangre. Sin embargo, jamás alcanzaban una pureza completa. Era como si se tratase de una línea divisoria que no pudieran cruzar.
Además, ¿qué podía hacer él en aquel asunto? Si intervenía en favor de la muchacha, se hundiría a s mismo en la ruina. La única solución factible era comprarla. Pe en aquel momento no podía permitirse aquel lujo. Y aún contando con que tuviera dinero, ¿qué haría luego con ella? Alguien tenía que cuidar a la muchacha y en su posición no podía permitirse hacer una cosa parecida sin que la noticia corriera de boca en boca y le vedara para siempre la amistad con Catalina.
No, en realidad nada poda hacer, y lo único sensato era olvidar el asunto.
-Es blanca -se dijo a sí mismo en voz alta-, tan blanca como yo mismo.
-Decía usted algo, señor? -pregunto Cricket.
-¡No, nada! -gritó, y se percató en aquel momento de que ya estaban en la ciudad y que pasaban por delante de uno de los hoteles. Era el hotel Byron-. Párate aquí -ordenó al criado negro-, necesito tomar un trago.
Se dirigió al bar del hotel y pidió un vaso de ron. Ingirió rápidamente la mitad del contenido y dejó de nuevo el vaso sobre el mostrador mientras contemplaba la imagen de bronce que se reflejaba en el espejo que habla encima del mismo. Era un espejo idéntico al que se veía en el bar del Mansion House. Se volvió de lado para no tener que contemplar aquella estatua que parecía sonreírle burlonamente.
“Claro que la muchacha es blanca”, pensaba. Lo adivinó desde el primer instante en que lá vio. De nada le servía negárselo a sí mismo. Pero, en el fondo, ¿qué importancia tenía si un ser humano era blanco o negro? ¿Espiritualidad? ¿Orgullo? ¿Inteligencia? ¿Pureza de sangre? ¿Belleza? Todas aquellas cualidades podía aplicarlas perfectamente a Zeda, pero había muy pocas personas blancas que pudieran enorgullecerse de ellas. Tulita, por ejemplo, era blanca y, no obstante... Y Jug Slatter representaba un grado mucho más inferior todavía.
Cogió de nuevo el vaso y tomó un sorbo. ¿Qué era lo que realmente distinguía a unos hombres de otros?
-Se siente usted preocupado, señor St. John?
Alzó la mirada y vio cerca de él a Hugo Bishop, que, ataviado con un impecable traje azul pálido, le estaba contemplando por encima del borde de su vaso de whisky. Era la segunda vez que volvía a ver a Bishop desde la noche de su llegada a San José. Sus ojos recorrieron al hombre de pies a cabeza y sus meditaciones sobre las diferencias raciales dejaron paso a una súbita ira contra el individuo que tenía delante de él.
-Estaba meditando en estos instantes sobre las cualidades que diferencian a un hombre blanco de un hombre negro, señor Bishop. Yo creo que la única posible razón que tiene el hombre blanco para sentirse superior al negro es la pigmentación de su piel.
Hugo le contempló con mirada sombría.
-¿Qué quiere usted insinuar?
-Trato de poner en claro una verdad oculta. Si usted no es capaz de seguir mis explicaciones, más vale entonces que no se tome la molestia de escucharme.
Maury dejó otra vez el vaso y Hugo Bishop tuvo en aquellos instantes la impresión de que el hombre que tenía delante le iba a echar el contenido del vaso en su rostro. Si esto hubiera sucedido, no le hubiera quedado otro remedio que desafiarlo. Maury, por su parte, sentía unos deseos locos de abalanzarse sobre aquel hombre y abofetearle. Hubiera representado un eran placer para él matarle y, a pesar de la reputación del otro, se sentía capaz de hacerlo.
Maury no despegó los labios, pero la expresión de sus ojos traslucía con suficiente claridad sus verdaderos sentimientos.
Bishop permaneció con el vaso en la mano unos instantes, luego lo depositó sobre el mostrador y, sin pronunciar plalabra, se alejó del bar.
Por suerte, el bar estaba vacío a excepción de ellos dos, y el mulato que serva se hallaba en aquellos momentos ocupado al otro extremo del mostrador, vuelto de espaldas. Nadie había reparado en el incidente. Precisamente por esta circunstancia, Bishop no llevó las cosas a un punto irreparable. Maury emitió un profundo suspiro. Terminó su bebida y se machó del bar.
Al subir al carruaje, se sintió extrañamente deprimido.
Cuando regresó a casa de Carey para la cena, encontró a su anfitrión de un envidiable buen humor.
-¡ Hola, amigo mío ! -le saludó alegremente-. Estamos solos. Pensaba invitar a algunas personas a cenar con nosotros, pero luego he desistido, seguro de que sólo lograra aburrirte. Claro que me hubiera gustado poder invitar a Kitty, pero en este caso hubiéramos tenido que invitar también a Aarón, y no puedo sufrir la presencia de ese individuo. La vida siempre consiste en un compromiso entre lo que tenemos y lo que deseamos obtener. ¡Palabra de honor! Si tú no hubieses venido esta noche, hubiera ido seguramente a casa de Josie Bang, no tanto para hundirme en una orgía de la carne, como simplemente para variar la compañía. Por lo menos, la gente que encuentras allí son siempre personas interesantes...
Carey se detuvo para tomar aliento y luego continuó:
-Me doy perfecta cuenta de que estás de mal humor. ¿Se trata de un ataque de hígado o es que te molesta el estado gene ral de las cosas?
-Creo que se trata de esto último.
-El hombre -filosofó Carey- se queja siempre de las circunstancias que acompañan a la vida desde que viene al mundo. Vive, procrea de acuerdo con su naturaleza y muere. El temor del hombre a la muerte es, por cierto, algo muy curioso. Aunque sienta un profundo desprecio por la vida, siempre sigue adelante y... Pero te estoy aburriendo, amigo mio. ¿Quieres que te hable del ferrocarril? Progresa, he estado hablando con los ingenieros...
-¡Al diablo el ferrocarril!
-¡Ah, perdona! Me había olvidado de que no te interesa el esplendoroso futuro que se ofrece a nuestra ciudad. Disertaré de nuevo sobre el problema del sexo; no hay duda de que se trata del problema que te ha sumido en el estado actual. Gracias a Dios, paso ya de los cincuenta y he alcanzado aquella edad en que el hombre empieza a razonar. Pero los jóvenes son todos unos esclavos del sexo y si no contraen matrimonio a edad temprana, entonces encaminan sus vidas por derroteros equívocos...
Carey se llevó el tenedor a la boca, pero lo volvió a dejar sobre el plato y se retrepó en su silla.
-Pero estoy cometiendo una gran injusticia contigo, querido amigo. Todo cuanto acabo de exponer no se puede aplicar en absoluto a tu persona. Ya sabes que siempre me he preguntado cómo es posible que un hombre con tu habilidad e inteligencia se haya enfrascado en negocios tan poco honorables. Pero ahora te comprendo perfectamente.
-¿De veras?
-Eres un romántico.
-Creí que sólo los poetas eran románticos.
-En cierto modo tú también eres un poeta. Los románticos necesitan expresarse o buscar algo. Tu espíritu aventurero te lanzó a la mar. Personalmente, el mar me desagrada y sólo me gusta cuando puedo contemplarlo desde mi galería. Pero a ti el mar te atrae como e canto de una sirena. Ves belleza y embrujo en sus aguas y te sientes irresistiblemente atraído por el lejano horizonte. Comprendo perfectamente que te rebeles contra los mezquinos puntos de vista de nuestra sociedad... En eso consiste precisamente tu romanticismo. No obstante, en esa búsqueda infructuosa para hallar aquello que te falta, has de cruzar una línea divisoria. Pero los románticos jamás la encuentran. Hay que ser un gran realista para tener éxito en esta vida, de modo que tú estás condenado forzosamente al fracaso.
-Ya he fracasado.
-¡Oh! Es una lástima que no escogieras un momento más oportuno para venir al mundo. Cincuenta o cien años atrás hubieras sido seguramente un pirata y hubieras gozado de la estima de tus compatriotas. Pero hoy en día... -Carey meneó la cabeza meditabundo-. Claro que todavía hay personas que forjan una aureola de admiración alrededor de las personas que viven fuera de la Ley. Todavía existen filibusteros. Me pregunto, amigo mío, si sabes adónde te conducirá esta vida que llevas...
Maury tabaleó con su dedo meñique sobre el madero de la mesa y se acordó repentinamente de que era miércoles.
-¿Qué es lo que busca el romántico? -preguntó Carey-. El amor, amigo mío. Pero ¿qué es el amor? Ahora llegamos a la clave de todo el asunto, allí donde empezarnos. El amor es fundamentalmente sexo, pero sólo es un refinamiento del sexo. Amor es una palabra que el hombre ha dado a algo que él no logra comprender. El hombre está solo, tiene miedo y es incompleto. Trata de realizarse a sí mismo plenamente y huir de la soledad que le rodea. Busca, busca continuamente porque teme la soledad. Lo sé por experiencia propia; yo siempre he estado solo.
Carey empezó a juguetear con su vaso.
-Sólo en dos ocasiones logré evadir esta terrible soledad. Una vez fue con la hija de un mercader de vinos, en Roma. Era muy joven todavía y todo se me antojaba altamente romántico. Vivimos felices por espacio de un año hasta que el marido regresó de la guerra. La segunda vez fue un amor platónico, una mujer a la que yo adoré desde lejos. Fue cuando regresé a América --emitió un profundo suspiro y su voz cambió de tono-. Lucía era extrañamente parecida a Kitty, excepto que era muy fría. Nunca..., nunca llegué a entenderla. Era una Daubigny. Una familia de origen muy ilustre en Mobile. Jamás comprendí cómo una muchacha como ella pudo casarse con Aarón.
-¿Estás..., estás hablando de la madre de Catalina?
-Sí. Era una mujer de extraordinaria belleza. Cada vez que miro a Kitty es como si volviera a ver a Lucíaa resucitada..., quiero decir, tal como me hubiera gustado que hubiera sido Lucía. No creo que Kitty sea feliz en estos momentos. En realidad, no creo que jamás lo haya sido, pues ninguna mujer puede sentirse feliz al lado de un hombre como Aarón. Siempre fue una chiquilla rara. Sea como sea, posee unaa gran fuerza vital y un apego a la vida del que siempre careció Lucía ¡Pobre mujer! A veces creo que llegó a odiar la vida. Por espacio de muchos años busqué toda clase de excusas para poder estar a su lado. Me fascinaba de un modo que resulta difícil explicar.
-Te comprendo perfectamente -dijo Maury, y pensó para sus adentros que sólo le quedaban dos días hasta el viernes por la noche. Cuarenta y ocho horas.
Carey llenó su vaso de vino, lo vació de un trago y frunció el ceño.
-Ahora comprenderás también el desconcierto que reinó en mi interior cuando volví a ver a Kitty después de tantos anos. Cada vez que la miro tengo la impresión de que la vida me ha jugado una mala pasada. Hay momentos en que tengo celos de ti y deseo entonces tener veinte años menos. ¡Dios mío! -meneó repetidamente la cabeza y luego clavó su mirada en el techo-. Pero, en realidad, eres tú el que deberías estar celoso.
-¿Cómo? iPor qué?
-Patty Saxon. ¡Pobre infeliz! En fin, ya sabes cuál es mi opinión respecto a Bishop. Durante muchos meses le ha estado haciendo la corte a la muchacha. Pero no hubiera podido cometer peor equivocación que casarse con una Saxon. Durante todo este tiempo he estado esperando que me anunciase el noviazgo, pero ahora empiezo a dudar de que así sea. Últimamente Hugo ha descuidado bastante a la muchacha.
-No tienes necesidad de recordármelo -gruñó Maury.
-¡Hum!... últimamente ha estado muy atento con Kitty. Le ha mandado repetidas veces bombones franceses e incluso le ha regalado una cajita de música. Esto mucho más de lo que jamás hizo con Patty. Sinceramente, Maury, me temo que ese individuo se esté engriendo demasiado. Ten mucho cuidado con lo que haces.
-Será mejor que él se cuide de su propia persona. En cuanto a Catalina, mañana la mandarán una doncella de mi parte.
-¡Ah, magnífico! -se sonrió Carey. Estará encantada. No hay duda de que Aarón intentará poner muchos reparos y que Maude Saxon hará una serie de comentarios maliciosos..., pero Kitty lo arreglará todo. He oído decir que estuviste en casa de Slatter esta tarde.
-En efecto, estuve allí. Confidencialmente te diré que el próximo viernes por la noche el viejo cerdo piensa ofrecer unas muchachas en pública subasta.
-¿Viste, por casualidad, a las muchachas?
-Sí, las vi. -Maury bajó la mirada fijándola en su vaso y se preguntó a sí mismo si era conveniente informar a Carey del asunto de la muchacha blanca. Pero ¿qué sacaría de ello? Carey escucharía indignado el relato, luego se serenaría y, finalmente, haría lo posible para asistir a la subasta y ver a Zeda.
Empujó la silla hacia atrás y se puso en pie.
-Perdóname, Rod, pero hay algo que debo resolver lo antes posible. Yo... tal vez permanezca ausente durante un par de días.
-Te marchas, pues, viejo amigo. Carey se levantó a su vez y contempló a Maury con expresión de afecto no exenta de cierta compasión-. Espero que no se trate de nada grave. ¿Puedo ayudarte en algo?
-Gracias, temo que no. Yo... ya te hablaré en otra ocasión del asunto. Tengo que regresar a Apalachicola.
-Lamento de veras que tengas que marcharte tan precipitadamente. Después del anochecer, las carreteras no son muy seguras. Últimamente han sucedido cosas muy desagradables.
-No temas. Siempre llevo dos pistolas encima... y las llevo cargadas.
El viaje de regreso a Aplalachicola transcurrió sin ningún incidente digno de mención, excepción hecha de la lluvia, que cayó pertinaz durante todo el recorrido. Hacia medianoche llegaron a la Mansión House bajo un chubasco impresionante. Maury dio instrucciones a Cricket con respecto al carruaje y a la yegua, y luego se dirigió al bar del hotel, donde pidió m vaso de ron. Cuando subía por la escalinata para dirigirse a sus habitaciones, se detuvo unos instantes para fijar su mirada en las mesas de juego. Los grandes comerciantes de algodón aparecían reunidos frente a una espaciosa mesa, jugando silenciosamente y haciendo grandes apuestas a cada envite. Siempre sucedía lo mismo en una noche de lluvia. Two Jack no se encontraba en la sala.
Maury subió meditabundo a sus habitaciones y se despojó de su traje, mojado por la lluvia. Sacó de su ropero un traje seco y se puso a recorrer su habitación de un lado a otro. Había regresado a Apalachicola expresamente para jugar a las cartas. Pero, súbitamente, se asustó. La casa parecía estar desierta e incluso sus habitaciones se le antojaron frías e impersonales. Sólo la estatuilla de piedra parecía tener vida allí. Maury se detuvo y la contempló con el ceño fruncido. Parecía como si el ídolo le contemplara con expresión burlona.
“Un hombre que tiene miedo jamás debe jugar a las cartas”, parecía decirle una voz interior. “Sí, lo sé, pero necesito el dinero”, se respondió a sí mismo. “Si no gano esta noche, tendré que vender mis almacenes, mis acciones del ferrocarril e hipotecar la casa.”
“Los Bancos no te darán oro, St. John.”
“Lo sé. Si sólo fuese dinero lo que necesito, lo pediría prestado bajo palabra de honor. Pero me extenderán entonces unas cartas de crédito contra alguno de los Bancos del territorio. Lo que yo necesito es oro, oro, oro.”
Se acercó al gran lecho de ébano. Escondidos en la parte superior de cada columna de madera que sostenía el dosel, había treinta doblones en oro que hacían un total de mil dólares. Cuando adquirió el lecho ya estaban allí y jamás los había sacado de su sitio, creyendo que se trataba de w augurio de buena suerte.
Ciento veinte piezas de oro español. Pero necesitaba más, mucho más todavía.
Oyó como llamaban suavemente a la puerta de su habitación y Cricket penetró en el cuarto con los vestidos chorreando.
-¿Nos dirigiremos río arriba, señor?
-Así es.
Los ojos del negro se fijaron en la ventana, contemplando por unos momentos el refulgir de los relámpagos. Luego dirigió su mirada al sofá que se veía el saloncito contiguo. Alguna veces Maury le haba permitido dormir allí.
-Toma la manta y acuéstate -le ordenó Maury-. Pero, por Dios, no dejes que mañana me quede dormido.
Llovía aún cuando se levantaron cuatro horas más tarde y el viento del sudeste soplaba con gran fuerza. Se vistieron rápidamente y se dirigieron al embarcadero, abrieron el pequeño cobertizo donde guardaba el pequeño bote y lo subieron a bordo del paquebote correo. Sólo entonces Maury se dio cuenta de que no haba nadie en el embarcadero y de que el barco permanecía casi a oscuras.
Cogió el farol de manos de Críckte, y se dirigió al salón. Allí encontró a un grumete y al ayudante del ingeniero, sentados frente a una mesa y jugando perezosamente a las damas.
-No, esta mañana no salimos -respondió el grumete en contestación a la pregunta de Maury. Se nos ha roto el timón. Hasta que no cese el temporal permaneceremos en el puerto. ¿No se da cuenta de la furia del viento?
Con cada ola que chocaba contra el costado del barco, éste se tambaleaba y los maderos del salón crujían con estrépito.
Maury lanzó una maldición y subió lentamente a cubierta. ¿Acaso incluso los elementos de la Naturaleza se habían confabulado contra él? ¿Había alguna fuerza enemiga que le ponía obstáculos a la realización de sus planes?
-Nada me podrá detener -murmuró hablando consigo mismo-. Saldré, sea como sea.
Oyó que Cricket se acercaba a su lado y que le decía:
-Señor, hoy no podemos salir. Es completamente imposible.
En un paquebote tal vez pudieran cruzar el puerto hasta alcanzar las aguas más tranquilas de los canales, que cruzaban por entre los pantanos, pero allí les sería imposible continuar si no lo hacían a bordo de un pequeño bote.
-Probaremos en el desembarcadero de Beadie -dijo Maury-. Pero tendremos que damos mucha prisa.
Regresaron al hotel, entraron en la cocina y de pie ingirieron un frugal desayuno. A continuación se dirigieron a la cochera y despertaron al soñoliento dueño. Era ya de día cuando marchaban por la carretera de San José.
A una milla de la ciudad giraron hacia el Norte hasta llegar a un claro en el bosque, junto al río, que haba sido dispuesto para construir en él un embarcadero. Maury abrió la puerta de la empalizada que rodeaba una serie de pequeños cobertizos y llamó a la puerta de uno de los mismos. Una voz soñolienta y malhumorada respondió a su llamada.
Media hora más tarde, mientras la lluvia caía todavía a torrentes, se deslizaban a bordo de una frágil canoa por el canal.
Se hallaban cerca del establecimiento de Josie Bang, a una distancia parecida de Whisky George desde la ciudad, pero con la ventaja de que allí las aguas estaban tranquilas y no tenían necesidad de cruzar el puerto.
De vez en cuando, dejaban de remar para sacar el agua que iba llenando el bote. Hacia mediodía se detuvieron unos instantes para tomar el frugal almuerzo que se habían llevado consigo. La lluvia no cesó durante todo el día. Cricket empezó a entonar con voz monótona y cansada canciones de su raza.
La oscuridad los envolvía por todas partes y las sombras dibujaban extrañas y fantasmagóricas figuras.
Finalmente, cuando ya haba anochecido, oyeron a lo lejos el ladrido de uno de los perros de Bruin.
Sólo en aquel momento Maury sintió el aguijón de la duda. ¿Qué insensata y loca esperanza le había inducido a emprender aquel viaje, que representaba una pérdida de tiempo tan considerable? Veía ya la mirada fría e impersonal de Mace Bruin clavarse en la suya. ¡Quién se hubiera nunca atrevido a solicitar de Mace Bruin el favor que él iba a pedirle en aquellos momentos?
Cuando atracaron junto al desembarcadero, llegó hasta ellos la poderosa voz de Bruin. Maury se dio a conocer y el hombre los invitó entonces rápidamente a penetrar en la casa.
Repentinamente la duda pió desaparecer de la mente de Maury, la mirada de Bruin ya no se le antojaba tan fría e impersonal; y experimentó una inmensa sensación de alivio cuando creyó adivnar que Bruin se alegraba sinceramente de volverle a ver.
Finalmente las palabras huyen da sus labios:
-Mace, necesito que me ayudes. Me son precisos cinco mil dólares en oro.