CAPÍTULO XI 

 

 

El deslumbrante reloj de bronce dorado que había en la fachada principal del Ayuntamiento, señalaba las cinco y minutos. Dispona del tiempo suficiente, si procedía tal como había proyectado, pensó Maury. Tenía deseos de beber algo, pero la bebida no representaba ninguna necesidad vital en aquellos momentos, como tampoco la comida. No se sentía hambriento y sí sólo cansado, terriblemente cansado. 

Se encaminó directamente a sus habitaciones, se desnudó y, después de afeitarse cuidadosamente, se permitió incluso el lujo de tomar un baño de cinco minutos en agua tibia. Cogió ropa limpia del armario y se vistió rápidamente. Dio cuerda a su reloj y luego, de los bolsillos de los pantalones que se había quitado, sacó sus dos pistolas. Frunció el ceño al contemplar las armas, pues sabía que las cargas se habrían echado a perder con la humedad y que tendría que cargarlas de nuevo. Pero podía esperar hasta más tarde para hacerlo. Metió las dos pistolas en su cinto y pronto se olvidó de ellas al descubrir en aquel momento un billetito escrito que habían deslizado por debajo de la hoja de su puerta durante su ausencia. 

Se agachó para recoger el papel y vio entonces que se trataba de dos escritos diferentes. El primero era la factura del hotel, en la que se le suplicaba atentamente que saldara su cuenta lo antes posible. El segundo iba firmado por Two Jack. Profirió una blasfemia y arrojó los dos papeles en un rincón, después de estrujarlos entre sus dedos. Contempló de nuevo su reloj y vio que habían pasado unos minutos más de los que había calculado. Se dirigió al saloncito contiguo a buscar una botella plateada y cogió también el pesado bolso de piel de ciervo que había depositado sobre la cómoda Al salir precipitadamente de la habitación, se olvidó de cerrar la puerta. 

Una vez en la calle, sacudió violentamente a Cricket, que estaba medio dormido sobre el pescante del carruaje. 

-Sólo disponemos de tres horas -dijo-. De modo que ¡andando! 

Se retrepo en su asiento y echó un largo trago de su botella, saboreando el fuerte ron y desperezándose mientras sentía cómo la sangre volvía a fluir vigorosamente por su cuerpo. Cerró los ojos y reflexionó sobre su entrevista con Mace Bruin. 

Se daba cuenta de que Mace había aceptado su petición casi como un cumplido. Sólo le había dirigido una pregunta: 

-¿Piensas saldar tus deudas con Two Jack? 

-No, le pagaré cuando disponga de dinero suficiente... y no precisamente en oro. Este dinero lo necesito para un asunto mucho más importante que para saldar una deuda. Sólo es por algunas semanas. El único problema consistirá en devolverte el dinero en oro, pero ya encontraré una solución a esto. 

-¡Hum! -Bruin pasó sus dedos entre los escasos pelos de su barba de mandarín y adelantó unos pasos para encender otro farol-. Espérame aquí un momento. 

Se preguntó si el viejo era realmente tan rico como decía la gente y sintió una viva curiosidad por saber dónde escondía su dinero. Una cosa era cierta: en casa de Bruin había entrado mucho dinero y muy poco había vuelto a salir de allí. 

Después de una hora de espera había regresado Bruin, colocando en su mano la bolsa de piel de ciervo que ahora se veía en el asiento a su lado. Sabía perfectamente que no le sería fácil devolver aquel dinero a Bruin, pero tal vez su inversión en el ferrocarril diera los frutos esperados. Al llevar la mano al reloj, sus manos rozaron el frío metal de las pistolas. Sacó entonces las dos armas y las descargó. Las cargas estaban húmedas, tal como había sospechado. Con mucho cuidado limpió las dos pistolas y, después de cargarlas de nuevo, las enfundó en su cinto. Finalmente, después de echar otro trago muy largo, ofreció la botella a Cricket. 

La lluvia haba cesado hacía unas horas, pero el camino no estaba transitable. Al borde del mismo se oía el croar de las ranas,grandes, pequeñas y de todas clases, que parecían saltar de un lado a otro, estremeciendo el aire con sus extraños ruidos. 

El monótono movimiento de las ruedas, del carruaje y el furioso croar de las ranas a lo largo del camino, le sumieron finalmente en un profundo sueño. Cuando despertó, era ya de noche. El carruaje se deslizaba rápidamente por entre las calles de San José. 

 

 

La residencia de Slatter se adivinaba gris y misteriosa por entre los pinos. Un débil resplandor de luz de vela se filtraba vagamente por una rendija de las cerradas ventanas. Media docena de caballos de silla aparecían atados a sendos pilares, delante de la fachada principal del edificio. A la luz de la luna le resultó fácil identificar aquellos caballos como pertenecientes a ciertos jóvenes caballeros de la ciudad. Maury saltó del coche y el negro condujo el carruaje junto a la empalizada, donde se veian otros calesines y coches de punto ocultos a las sombras de los árboles.  

El peso de la bolsa de piel de ciervo le molestaba en la mano. Al penetrar en la terraza de la casa se la metió en el bolsillo de la chaqueta, pero se sentía incómodo y entonces la ató a su cinto. Empujó la hoja de la puerta, pero descubrió entonces que estaba cerrada y golpeó bruscamente con sus nudillos sobre los maderos. Mientras esperaba que respondieran a su llamada, llegaron hasta él murmullos que se filtraban a través de las rendijas de las ventanas. Había llegado demasiado tarde. 

Abrieron la puerta y Deelie asomó la cabeza. Al reconocerle le instó a que penetrara rápidamente dentro de la casa, cerrando de nuevo la puerta detrás de Maury. 

-Vamos a empezar ahora mismo -observó la mujer mientras abría la puerta que conducía a la sala de subastas. 

Durante unos momentos Maury permaneció de pie junto a la puerta, contemplando con curiosidad a los hombres que aparecían sentados en la sala. Luego se deslizó sin llamar la atención hasta una silla vacía, en la última fila. 

Se percibía un fuerte olor a tabaco y al barato whisky de  Slatter, olor tanto más acusado cuanto que la sala estaba completamente cerrada. Pequeños candelabros dispuesto a lo largo de las pared iluminaban débilmente la amplia sala y solo un candelabro más grande que había cerca de una especie de entarimado esparcía una luz más viva. Detrás del mismo se veía una cortina de color rojo, la cual cubría una puerta que daba a una estancia contigua a la sala. Sobre el entarimado se podía ver una mesa, encima de la cual había un grueso madero de pino y al lado de éste un mallete. Al parecer, Slatter estaba muy ocupado en aquellos momentos detrás de la cortina, pues de vez en cuando esta se movía violentamente, dejando adivinar su obeso cuerpo. 

Maury cerró los ojos, se retrepó en su silla y desabrochó su chaqueta. La cargada atmósfera de la sala le producía náuseas y su cabeza le daba continuas vueltas. “No es de extrañar -pensó-. No he probado bocado desde la salida del sol.” Abrió de nuevo los ojos y miró cuidadosamente en torno suyo. Se reprochaba a sí mismo haberse dejado convencer para asistir aquella noche a un espectáculo tan denigrante y, de repente, sintió odio por el lugar y por todos los que se encontraban en él. Reconoció a algunos de los personajes que habían llegado para tomar parte en la subasta, pero otros le eran completamente desconocidos. Se trataba de comerciantes, plantadores que habían bajado de la parte alta del río, armadores, propietarios de hoteles, jugadores profesionales que tenían aspecto de banqueros respetables, y dos banqueros de rostros pálidos y siniestros que daban la impresión de ser jugadores. Deelie se movía continuamente por entre las sillas, llenando los vasos de whisky. Un hombre delgado, que hasta aquellos momentos había estado sentado en primera fila, se arrastró hasta donde él se encontraba y se sentó en una silla vacía, a su lado. Al levantar la mirada, sus ojos tropezaron con los de Rodman Carey, que le sonreían maliciosamente. 

La sonrisa de Carey era la de un chico que espera impaciente el resultado de una de sus travesuras. 

-Una reunión en donde se han dado cita los personajes más importantes del territorio -comentó-. Pero ¡vaya sorpresa encontrarte a ti también aquí, muchacho! Casi no puedo dar crédito a mis ojos. ¿Qué dirán los Delafield? 

Maury le contempló con expresión cansada y Carey se volvió rápidamente hacia él. 

-¿Te encuentras bien, amigo mío? Tienes el aspecto de un hombre enfermo. ¿Te ha sucedido algo grave durante estos días que has estado fuera de la ciudad? 

-No, no; sólo estoy muy cansado. 

No le sorprendió lo más mínimo encontrar a Carey en aquel lugar. Carey jamás se perdía un espectáculo que pudiera significar una distracción para él. 

Deelie se acercó a ellos y les sirvió sendos vasos de whisky. La mujer sonrió coquetamente fijando sus grandes ojos en Carey y murmuró en voz baja: 

-Señor Carey, si hubiera sabido que iba usted a venir esta noche, le hubiera pedido a mi marido que me presentara también a mí en la subasta. ¿No le gustaría quedarse con esta mulatita tan simpática y cariñosa? 

-Ya lo creo, Deelie. ¿Quieres que le hable a Jug para que te permita...? 

-¡Oh, no, no, señor! Va he cambiado otra vez de parecer. Es usted muy voluptuoso, señor Carey; todos los hombres calvos lo son. 

Maury se sonrió. 

-Eso lo trae el país consigo, Maury -dijo Carey-. Es como un veneno sutil que se va infiltrando en tu ser y destrozando todas las fibras morales, sobre todo en nosotros, los del Norte, que nos dejamos influir un poco más. Antes que nos hayamos dado cuenta, ya nos han conquistado y destruido. He venido esta noche aquí con la sana intención de pasar un rato divertido y disfrutar de algunas emociones. Pero acaso también yo me decida a comprar alguna de as muchachas. ¡Quién sabe! 

-Apuesto cien dólares a que no comprarás nada. Jamás has comprado una mujer y no hay ningún motivo paro que lo hagas esta noche. 

-Acepto, amigo mío Palabra de honor. ¿Quién puede asegurar lo que haré si yo mismo no lo sé? Tal vez una de esas doncellas de Slatter me sirva perfectamente para aliviar estos estúpidos dolores que me aquejan. No obstante, muchos de los que están aquí tienen más posibilidades que yo para llevárselas. Mira alrededor. Los jóvenes van algo cortos de dinero, pero ahí está Flavy Munn. Apuesto cien dólares a que Munn comprará. 

-Esta vez no acepto la apuesta. 

  -Fíjate en aquel individuo grueso de Marianna... Apuesto ciento cincuenta a que comprará. 

-Tampoco acepto esa apuesta. 

-¿Qué te sucede, muchacho? ¿Acaso se ha derretido tu sangre de jugador? No podemos estar de acuerdo en todo. Doscientos dólares a que el próximo individuo que elija, comprará. ¿Aceptas? 

-Está bien, apto. ¿Cuál es tu hombre? 

-Two Jack. 

-¿Cómo? Dónde está? 

-Al otro lado de la sala, junto a la pared. . 

Maury miró en la dirección que le indicaba Carey y vio sentado a Two Jack algo apartado del resto de los invitados y con la silla reclinada contra la pared. Tenía los dos pulgares metidos en los respectivos bolsillos de su chaleco y permanecía con la mirada fija en el entarimado. 

Maury guardó silencio. Su depresión aumentaba por momentos. Trató de tomar un sorbo de whisky que le haba ofrecido la favorita de Slatter, pero notó que su estómago no lo aceptaba. Lo escupió de nuevo dentro del vaso y colocó éste debajo de su silla 

Jug Slatter apareció en aquel momento por detrás de la roja cortina y en la sala se hizo un súbito silencio. El mugriento Buda que Maury había visto días atrás se había transformado en un individuo pulcramente vestido con unos pantalones blancos, un chaleco de color verde y una chaqueta amarilla que haba sido confeccionada de tal modo que ocultaba en parte la voluminosa barriga. Agitado interiormente, pero mostrando un semblante sereno y tranquilo, Jug Slatter daba en aquellos momentos la impresión de un mercar de joyas dispuesto a mostrar sus más bellas piedras a una selecta concurrencia de entendidos. Habló de un modo amanerado, con voz estudiada, suave y confidencial. Recordó a su auditorio que se trataba de una ocasión única y que cada uno de los que estaban presentes disfrutaban en aquellos momentos de un privilegio especial. 

-Empezaré por exhibir ante ustedes a las muchachas para que cada caballero pueda ya decidirse sobre cuál de ellas le gusta más -saludó con una corta inclinación de cabeza, se acercó a la cortina y con aires de cortesano se hizo a un lado para dejar paso a la primera muchacha, la primera oferta de aquella noche, una muchacha que respondía al nombre de Judy. 

Maury reconoció inmediatamente en ella a una de las mulatas. El elegante atuendo y la habilidad de Deelie la habían transformado por completo. Levaba un vestido azul y su pelo negro de pequeños bucles había sido cuidadosamente peinado de modo que le favorecía bastante. Permaneció durante unos momentos completamente inmóvil sobre el entarimado, iluminada de lleno por la luz del candelabro y con la mirada sumisa. Una estatua virginal, sensible y bella. Contra el fondo rojo de la cortina el efecto resultaba sorprendente. Un murmullo de aprobación rompió el silencio en que, hasta aquel momento, había estado sumida la sala. 

Aún duraban los murmullos cuando apareció de nuevo Slatter y, cogiendo delicadamente a la muchacha por la mano, la condujo detrás de la cortina. Transcurrieron unos segundos y de nuevo se presentó el hombre ante sus invitados y con los mismos aires ceremoniosos presentó a la segunda muchacha. Vestía un traje lbanco y parecía más decidida que la primera, aun que a la luz de las velas su rostro era extremadamente pálido. De nuevo se alzaron los murmullos de aprobación y admiración en la sala. No cabía la menor duda de que Jug Slatter sabía manejar perfectamente aquel asunto para incrementar el interés entre sus posibles compradores. 

Carey, a pesar suyo, estaba impresionado. 

-Te aseguro, Maury -murmuró en voz baja-, que el viejo cerdo se ha superado en esta ocasión. Tenía la impresión de que presentaría sólo muchachas de segundo orden, pero éstas son maravillosas. Jamás he visto nada mejor. Maury, creo que vas a perder la apuesta esta noche. 

Maury no contestó. Estrujó nerviosamente su blanco pañuelo de seda entre sus dedos y luego se asió fuertemente a los brazos de su silla. Slatter acababa de correr de nuevo la cortina y presentaba en aquellos momentos su tercera oferta. Se trataba de  Lupe, la mulata enferma y con respecto a la cual Maury había insistido cerca de Slatter para que no la ofreciera en subasta. Pero el afán de lucro había triunfado finalmente en aquel hombre. 

Al verla, Maury se sintió dominado por súbita ira. ¡Qué fácil resultaba vender cualquier cosa mientras se la envolviese en ricas telas! El vestido que llevaba Lupe hacía resaltar sus formas voluptuosas. Ella fue la piedra de toque del deseo. El ambiente de la sala cambió instantáneamente. 

El hombre de Marianna, con la voz ronca por el whisky, gritó: 

-¡Vamos ya, Slatter! Empieza de una vez. Ofrezco mil doscientos dólares por la mulata. 

Slatter, que en aquel instante se disponía a conducir de nuevo a la muchacha a la pequeña estancia contigua al salón de subastas, aprovechó el momento psicológico y, situándose detrás de la mesa que aparecía sobre el entarimado, cogió el mallete. Al mismo tiempo se oyó la profunda voz de Flavy Munn: 

-¡Mil quinientos dólares! 

-¡Mil quinientos dólares! -repitió Slatter y golpeó sobre el madero de pino-. Mil quinientos dólares por Lupe... la mujer de cutis más perfecto de toda Florida. Fíjense en ella, caballeros, contémplenla... ¿quién ofrece mil seiscientos? ¡Mil seiscientos! ¡Mil seiscientos! Vamos, muchacha, enséñales tus caderas. En ningún otro lugar encontrarán nada parecido. Caballeros, caballeros, Lupe sabe guisar, Lupe sabe cantar... ¡Mil ochocientos!... ¡Mil ochocientos cincuenta!... ¡Mil novecientos!... ¡Mil novecientos cincuenta !... 

-¡Dos mil! -gritó Rodman Carey. 

-¡ Dos mil! -repitió Slatter. 

Maury se inclinó hacia el oído de Carey y le susurró unas palabras en voz baja. Este frunció el ceño y guardó silencio mientras Flavy Munn subía la oferta. 

-¡Dos mil ciento! -gritó el hombre de Marianna un tanto enojado. 

-¡Dos mil setecientos! -gritó Munn. 

-¡Tres mil! ¡Qué diablos! 

-¡Tres mil ciento! 

Las ofertas subían continuamente.. 

-Tres mil quinientos -ofreció Flavy Munn, y el hombre de Marianna se abstuvo esta vez de intervenir. 

-¿Quién sube hasta tres mil quinientos? gritó Slatter-. Caballeros, es su última oportunidad... tres mil quinientos... tres mil quinientos... ¡tres mil quinientos...! -con su mazo golpeó fuertemente sobre el madero de pino encima de la mesa-. Vamos, caballeros..., ¿quién la compra por tres mil quinientos? La magnífica Lupe es para el afortunado caballero por tres mil quinientos dólares. 

Maury dirigió su mirada a través de la sala, clavándola en la espalda de aquel hombre que aparecía como hundido en su silla, se encogió de hombros y luego apartó de nuevo su mirada de él. Tenía la seguridad de que con aquella compra Flavy Munn pagaría muchos de sus pecados. 

Cuando fijó de nuevo sus ojos en el entarimado, Lupe había desaparecido detrás de la cortiaa.n 

-Judy. ¡Trae a Judy! 

-Eso es, a Judy. 

-¡A PHoebe! 

-¡ Zeda! 

¿Quién había lanzado el nombre de Zeda? Un temblor recorrió el cuerpo de Maury. Vio a Slatter desaparecer tras de la cortina y reaparecer de nuevo, acompañado de la muchacha llamada Judy. Esta iba ataviada con un vestido de color azul y, á parecer, estaba algo asustada. Permaneció de pie sobre el entarimado, con las manos fuertemente entrelazadas y sus ojos fijos en el suelo. Su actitud púdica, virginal, causó una emoción más fuerte entre los concurrentes que la provocativa sensualidad de Lupe. Ya desde un principio las apuestas fueron elevadas. Maury cerró los ojos y trató de alejar sus pensamientos de lo que se ofrecía ante su vista. Hubiera deseado ponerse en pie y salir de aquella estancia, maldecir e todos aquellos cerdos que contemplaban con miradas impúdicas a las muchachas que les ofrecían. ¡Malditos cerdos!, gruñó en voz baja. Y Carey era un cerdo como los demás. 

-¡ Tres mil setecientos cincuenta ! 

-¡Tres mil ochocientos cincuenta!... ¡Cuatro mil ciento!... ¡ Cuatro mil doscientos! 

Maury abrió de nuevo los ojos y observó a la muchacha. La mirada de ella estaba fija en los hombres que la contemplaban y brillaba de excitación. 

Slatter bajó en aquel momento del entarimado y se apresuró a recoger los cuatro mil doscientos dólares que un algodonero haba ofrecido por la muchacha. 

Deelie apareció de nuevo para ofrecer más whisky. 

-¡ Por amor de Dios! --exclamó Maury-. ¿No tienes por ahí un poco de ron? Ese whisky es peor que el agua de cenagal... 

-¿Por qué ese mal humor? -preguntó la mujer suavemente. 

-¿Mal humor? ¡Qué diablos s yo! Si hubiese infierno, todos nosotros nos estaríamos asando allí dentro. No veo ninguna esperanza de salvación para ninguno de nosotros, sea blanco o negro, y todo me parece absurdo. 

-Tal vez tenga usted razón. 

Otra de las muchachas aparecía en aquel momento sobre el entarimado. Slatter le había echado su chaqueta encima de sus hombros y Maury se preguntó si era la que hacía pocas semanas  había dado a luz. Pero el hecho no tenia gran importancia en aquellos momentos. ¿Qué importaba una vida más o menos? Cada día venían nuevos seres al mundo y no por ello mejoraba la raza humana. Y aquella muchacha era como todas las demás; al principio se asustaban y luego aceptaban con placer la vida que se les ofrecía. A todas les gustaba. ¿Por qué no? Veían ante ellas un grupo de hombres blancos que se disputaban ardientemente la posibilidad de obtener sus favores. Todas aquellas muchachas, durante el tiempo que duba la subasta, se sentían sin ninguna clase de duda superior a los hombres que tenían frente a ellas, aquellos hombres que con voces roncas y ansiosas ofrecían cada vez más dinero. 

¿Qué le importaba a él todo aquello? Daba exactamente lo mismo hacerle la corte a una mujer, que comprarla o tomarla a la fuerza, lo mismo si se trataba de una mujer blanca, negra o roja; en el fondo no había ninguna diferencia. La Naturaleza, fría e imponderable, fiel a sus propósitos, instaba a los hombres a unirse con una mujer. Y si contravenían esta ley, entonces se sentían presos de un inquieto malestar. Y todo para que la procreación no cesara y el mundo pudiera seguir adelante, siempre adelante. Y, ¿para qué?, ¿con qué fin? ¿Sencillamente para poblar la tîerra o proporcionar una pasajera distracción a un dios sonriente? ¿O había algo oculto detrás de todo aquello que su limitado cerebro no llegaba a comprender? 

A pequeños sorbos ingirió Maury el ron que le había servido Deelie y se tachó de loco por haberse dejado arrastrar a un lugar como aquél. Un idiota lleno de prejuicios sentimentales... 

Observó en aquellos momentos que Two Jack no había alzado todavía la mano ni una sola vez aquella noche. ¿No le habían gustado acaso las muchachas que Slatter había ofrecido hasta entonces? De nuevo un escalofrío recorrió su cuerpo mientras aguardaba el momento en que Slatter volviera a aparecer acompañado de otra de sus muchachas. Cuando, finalmente, aparecieron los dos sobre el entarimado, se dio cuenta de que se trataba de una de las chicas que McSwade le había vendido a Slatter. Apartó la vista de allí y prestó toda su atención al vaso de ron que tenía delante de él. La muchacha he vendida por cinco mil dólares, que en aquella noche representaba un precio nunca s perado. 

Súbitamente se hizo un profundo silencio en toda la sala. 

-¡ Zeda, tráenos a Zeda! -gritó alguien rompiendo el silencio. 

-¡Eso es! ¡Queremos a Zeda! 

De nuevo Maury se estremeció de pies a cabeza y observó cómo Two Jack adelantaba su cuerpo. Slatter desapareció detrás de la cortina. 

Después de unos minutos, regresó acompañado de la muchacha, a la cual conducía agarrada fuertemente por la mano como si ella se resistiera violentamente a presentarse en público. Su cabello estaba en desorden y sobre su vestido blanco se había echado un pañuelo gris, del cual rehusaba desprenderse en aquellos momentos. Clavó una profunda mirada de desprecio en el hombre y luego paseó su mirada por la sala, como tratando de descubrir a alguien. 

La luz del candelabro se reflejaba con extraños reflejos en su rostro. Maury sintió vivos deseos de levantarse; tenía la viva impresión de ver delante de él a Adriana. En aquel momento la muchacha le vio entre los demás invitados y ya no apartó su mirada de encima e él. Maury oyó la voz de Carey a su lado:  

-¡Dios mio! ¡Vaya temperamento que tiene la chiquilla! y cuidado que podría pasar por blanca... 

-¡Es blanca! -murmuró Maury con el ceño fruncido-. ¡Maldito sea! 

Two Jack había alzado su diestra mostrando cuatro dedos. 

-¡Cuatro ! -gritó Slatter y apenas anunció a la concurrencia que se trataba de la muchacha que comenzaba la subasta con la mayor oferta de aquella noche, ya uno de los algodoneros ofrecía más dinero por ella 

-¡ Cuatro mil ciento! 

-¡ Cuatro mil doscientos! -ofreció Flavy Munn. 

-¡ Cuatro mil quinientos! -gritó Maury y vio cómo Two Jack se alzaba sorprendido de su silla y le contemplaba con expresión de incredulidad en sus ojos. 

El rostro del jugador se ensombreció instantáneamente y se recubrió de una máscara impenetrable. Sólo sus ojos llameaban amenazadores. 

Uno de los comerciantes elevó la oferta, pero inmediatamente Two Jack se dirigió de nuevo a Slatter, alzándola a su vez. 

-¡ Cuatro mil ochocientos! 

-¡ Cuatro mil novecientos ! 

El tratante de algodón pareció dudar unos instantes, pero luego gritó: 

-¡ Cuatro mil novecientos cincuenta ! 

-¡ Cinco mil! --gritó Maury. 

Los ojos de todos los presentes se volvieron para fijarse en Maury, pero éste sólo veía a Two Jacl. 

-¡Seis mil! -ofreció el jugador. 

-Pago en oro, Jules. 

Rodman Carey emitió un ligero silbido. Un murmullo recorrió la sala y Slatter se apoyó en la mesita con evidente satisfacción, contento con el giro que para él tomaban las cosas aquella noche. 

-El caballero paga con oro -comentó Slatter golpeando por primera vez con su mallete sobre el tablero-. Cinco mil dólares en oro por la piedra más preciosa de la subasta. ¿Quién ofrece más? ¿Quién...? 

Slatter se interrumpió al observar que ya nadie le hacía caso. Two Jack se había alzado de su silla y se acercaba lentamente  al lugar donde se encontraba Maury. Todos los individuos que se encontraban sentados cerca de este último se levantaron y se hicieron a un lado. Sólo Carey permaneció tranquilamente en su silla. Slatter lanzó un grito de horror: 

-¡Por amor de Dios! ¡Caballeros! 

-¡Ladrón! -la palabra salió, como una explosión, de labios de Two Jack-. Un individuo como tú que no paga sus deudas... ¡Ladrón!... ¿Acaso esta noche tienes la intención de robarme de nuevo? Quieres comprar con dinero que no te pertenece, que es mío. Eres un hijo de perra... 

-¡Hijo de prostituta de taberna! Por todos eres conocido como un jugador de ventaja. Ten presente que no te debo ni un solo centavo. Te doy diez segundos de tiempo para pedirme perdón por tus insultos. Y si no lo haces así, por Dios que no saldrás de aquí por tus propios medios, sino que tendrán que sacarte. Señor Munn, tenga la amabilidad de contar hasta diez. 

Más tarde, Maury se preguntó por qué precisamente había elegido a Munn para un honor tan dudoso; quizá fuese por no ver envuelto en aquel asunto a Rodman Carey y, porque, de todos los presentes, Flavy Munn parecía ser el menos excitado y el que más se divertía con la escena. 

-Uno -oyó la ronca voz de Munn-, dos... tres... cuatro... 

Fijos sus ojos en el brazo de Two Tack, observó un movimiento apenas perceptible. En el mismo instante y con una práctica asombrosa, sacó de su cinto una de las pistolas cargadas. En el momento en que vio la pistola en manos de Two Jack, adelantó un paso separándose de Carey y apretó el gatillo. 

El estruendo de los disparos retumbó en la sala y Maury percibió el chocar de algo duro contra el saco de piel de ciervo que llevaba prendido de uno de sus costados y un dolor intenso en su brazo izquierdo. A través del humo y a la débil luz de los candelabros no le fue posible ver el rostro de Two Jack, pero en el momento en que apretó el gatillo, supo que la suerte había abandonado definitivamente a su enemigo. 

Bajó el brazo derecho, enfundó de nuevo el arma y ocupó otra vez su asiento al lado de Rodman Carey.