CAPÍTULO IX
Maury se había olvidado por completo de Jug Slatter. Pensaba continuamente en Catalina y llegó el martes antes de que volviera a pensar en aquel hombre; entonces se dio cuenta de la rapidez con que transcurrían los días. El miércoles por la tarde se decidió finalmente a llevar a cabo aquella visita que había ido retrasando durante todos aquellos días.
La casa de Jug Slatter se encontraba detrás del hipódromo de San José, al borde de la carretera que conducía a Marianna. La residencia consistía en una serie de bajas edificaciones de madera sin pintar, rodeadas por una alta empalizada de madera de pino que le daba la apariencia de una pequeña fortaleza. El edificio principal había sido construido delante mismo de la gran puerta de entrada y aparecía adornado con una galería que circundaba toda la construcción. Encima de la puerta principal se veía un gran letrero en el que a leerse “SLATTER'S EMPORIUM”. Sin embargo, todo el mundo conocía aquel lugar por la “cárcel” de Slatter y no por el pomposo nombre con el cual su propietario haba querido dignificarlo.
Detrás del edificio principal se veía un gran almacén que parecía un granero, a lo largo del cual se observaban pequeñas ventanillas con barrotes y que podía albergar hasta doscientos negros: obreros del campo que eran alquilados a los plantadores o que esperaban cambiar de dueño para ser trasladados luego hacia el interior del país. Los esclavos de que se servía Jug para sus propios trabajos, las muchachas que en ocasiones eran alquiladas en los prostíbulos de la ciudad y las tres concubinas de Jug habitaban en un pequeño edificio contiguo. La parte más grande del edificio principal estaba destinada a sala de subastas. Sumas respetables de dinero solían cambiar de manos en aquel lugar, pues en muchas millas a la redonda era aquél el único sitio donde se llevaban a cabo toda suerte de transacciones privadas.
Cuando Maury llegó a casa de Jug Slatter, era la hora de la siesta y el lugar aparecía sumido en el más profundo silencio. Sólo tres chiquillos negros, desnudos del todo, le contemplaron curiosos a través de unos agujeros en la empalizada. Maury les arrojó unas monedas de cobre y estuvo mirándolos sonriente mientras los pequeños seres se revolvían por la arena buscando las monedas. A grandes pasos se acercó a la galería y llamó suavemente a la puerta. Al observar que nadie respondía a su llamada, levantó el picaporte y penetró dentro de la casa.
Sentado sobre un jergón que aparecía en el suelo, Jug Slatter daba la impresión de un Buda soñoliento. Era un hombre alto, grueso, de rostro ceñudo y cabeza tan calva colmo un huevo. Se hallaba apoyado contra la pared de la sala de subastas, con las manos cruzadas sobre su voluminosa barriga. Deelie, su favorita, se encontraba a su lado, en estado de duermevela y con una pala de matar moscas en su mano.
Maury estalló en una carcajada y la mujer se despertó de repente con sobresalto.
-¡Hola, señor! -saludó al recién llegado sentándose en una silla, sonrió picaronamente y volviéndose hacia Jug Slatter, le golpeó suavemente en la parte desnuda de su vientre, que se veía entre su camisa entreabierta-. Despierta, querido, despereza tus viejos huesos. El capitán Maury ha venido a verte.
Slatter lanzó una blasfemia, meneó repetidas veces su calva cabeza y abrió su ojo derecho. Repentinamente pareció despertarse del todo.
-Me alegro de que hayas venido -le dijo a Maury-. Vamos, Deelie, quítate de en medio y ve a buscar una garrafa para que podamos charlar de negocios.
Slatter se puso en pie y se acercó a Maury con vivas muestras de cordialidad y alegría. Deelie regresó con unos vasos y una garrafa de madera que contenía whisky. LIenó los vasos hasta el borde, colocó la botella en el suelo y luego se retiró. Maury se llevó el vaso la los labios sin probar el líquido, pero Slátter apuró el contenido de medio vaso de un solo trago. Luego chascó con la lengua, se sentó de nuevo y terminó el resto de la bebida. Se alimentaba casi exclusivamente de whisky y, según decía, gracias a aquella bebida conservaba todas sus fuerzas tanto físicas como espirituales.
-¡Brre! -esputó-; ¡qué alcohol tan endiablado! Lamento tener que ofrecer una bebida así a mis distinguidos invitados, y tú eres uno de ellos, capitán Maury. Pero en estos días no hay nada que valga la pena. Todo es malo, absolutamente todo... Bueno, bueno, ¡qué alegría verte de nuevo por aquí!
Durante largo rato estuvieron charlando sobre los precios del algodón y la escasez de mano de obra en las nuevas plantaciones y, finalmente, pasaron a tratar del último viaje del Salvador.
-Tenía deseos de verte para hablar de varios asuntos -dijo Jug Slatter finalmente-. Te dijo Two Jack algo a este respecto, ¿verdad?
-¿Two Jack? No, no me dijo nada -Maury frunció el ceño. Jamás era prudente darle demasiada confianza a Slatter-. Fui a visitar al viejo Carey y, ya que estaba aquí, pensé venir a verte... Por cierto, Two Jack y yo hemos roto nuestras relaciones comerciales. los resultados del último viaje del Salvador parece que le han decepcionado un tanto y le dije que pensaba continuar los negocios por mi propia cuenta.
-¿De veras? ¡Ya te aseguro yo! Vino a verme la semana pasada, pero no me dijo nada de esto. Nunca dice nada. Sospeché que algo raro debe de ocurrirle, pues vino a ver si disponía de alguna muchacha para él.
-¿Quiso comprar alguna?
-Sí, pero yo no se la vendí.
-¿Por qué no?
-Este es precisamente el motivo por el cual quería hablarte. Pero antes déjame preguntarte una cosa. ¿De modo que piensas continuar desde ahora los negocios por tu cuenta?
-No sé todavía lo que haré, Jug. Quiero intentar primero otros asuntos. Existen otros medios para ganar dinero.
Slatter le observó de reojo.
-Tal vez. Depende del dinero que se tenga. Ya sabes que siempre me encontrarás aquí metido en toda clase de negocios. No quiero socios. Es demasiado arriesgado para un hombre como yo. Pero dispongo d mucho sitio en este lugar y además gozo de excelentes relaciones. Quizá tú y yo podamos llegar a un acuerdo y te aseguro que prefiero tratar contigo que con Two Jack.
-No lo dudo. Pues bien, tan pronto se me presente la ocasión, pensaré en ti. Ahora, escúchame bien, ¿tienes alguna mujer que sirva para los cuidados de una casa y que además no me resulte muy cara?
-Sí, desde luego -asintió Slatter, pero repentinamente pareció reprocharse aquellas palabras-. Quiero decir, tengo tres o cuatro muchachas aquí, pero la cuestión es que no puedo cederlas muy baratas. Los negros suben cada día de precio.
-Lo que yo deseo es una muchacha joven, de unos catorce años, que pueda servir de doncella.
-Tengo a Lissa, aquella muchacha que sirvió a la señorita Jill Hamilton; tú ya la conoces. Me a mandaron aquí al día siguiente de morir la vieja. No encontraras otra mejor que ésta.
Maury conocía a Lissa y por medio de Cricket se había enterado de que la muchacha había ido a parar a la “cárcel” de Slatter para ser vendida de nuevo. Se trataba de una muchacha silenciosa, de buenos modales y que era capaz de llevar a cabo todos los trabajos que conciernen a una doncella.
-No sé... -murmuró en voz baja- es un ser muy débil. No te pagaría más de doscientos por ella.
-¿Doscientos? Escúchame, Maury, esta muchacha vale por lo menos trescientos, y eso contando poco. Esa es la cantidad que me han ofrecido ya, pero si la vendo a uno de los prostíbulos de la ciudad me darán mucho más por ella. Por cierto, eso es lo que haré. La exhibiré el viernes por la noche. Maury, el viernes por la noche será un gran día aquí. Este es uno de os motivos por el cual también quería verte.
-¿De veras? -Maury abrió un bolso y comenzó a contar un puñado de monedas de oro, que luego depositó sobre la mesita-. Aquí tienes doscientos en moneda cabal, Jug. El equivalente a cuatrocientos dólares en el papel que corre por ahí.
Slatter contempló con mirada ansiosa el montón de monedas encima de la mesita. el papel moneda tena su valor legal, pero el oro era oro. Y, además, en los últimos tiempos cada vez era más raro de ver.
-¿Por qué diablos quieres comprar a Lissa?
-Quiero regalarla a una amiga.
-¡Ah! -Slatter sonrió como si comprendiera de lo que se trataba-. De modo que quieres explotar a esa hermosa cubanita, ¿eh? -se pasó su mano derecha por la barbilla y se apoyó de nuevo contra la pared. Sus ojos adquirieron una expresión vaga, como si repentinamente se hubiese olvidado de Lissa y del oro que estaba sobre la mesita.
-¿Te ha hablado alguien de lo que pensamos hacer aquí el próximo viernes por la noche?
-No.
-¡Pero si todo el mundo habla de lo mismo! Por lo menos, todo aquel que se estime en algo.
-¿De veras?
-Sí, amigo mío, el viernes por la noche voy a celebrar una gran subasta. Sólo muchachas, ¡pero vaya muchachas! Maury, se trata de las chicas más hermosas que habrás visto en toda tu vida. No has visto cosa parecida en ningún otro sitio, ni siquiera en Nueva Orleáns, hermosas, elegantes, educadas, de buenas familias, ¿qué más puedes desear? Se trata de más de una veintena y con la piel casi blanca. Hay dos entre ellas que tú jurarías que son blancas. Si señor. Juddy, una de ellas, canta como un ruiseñor y Phoebe baila...
Al oír aquellas exclamaciones tan entusiastas en boca del hombre, Maury estalló en una corta carcajada. Jug Slatter se mostró severo.
-Escúchame, Maury, no vayas a creer que soy un idiota. Espera a ver a las muchachas y luego tú mismo decidirás.
-No soy ningún posible cliente, Jug. Sólo me interesa Lissa.
-Dentro de unos momentos iremos a buscar a Lissa. Pero deja que te hable de las otras chicas. Son de primera calidad. Diez mil me han ofrecido por cinco de ellas; se trata de ese individuo llamado Gaddis, de Tallahassee. Si las llevara a Mobile, podría ganar mucho dinero, mucho; pero también aquí en esta ciudad corre el dinero.
-¿Y piensas venderlas en pública subasta el viernes por la noche?
-Sí, ya lo tengo todo dispuesto. He avisado ya a la gente. Será un asunto completamente privado. Sólo personas que realmente puedan comprar, mercaderes de la parte alta de la ciudad, algunos plantadores y varios caballeros...
Maury movió la cabeza.
-No me parece bien.
-¿Qué quieres insinuar?
-No hagas las cosas de ese modo, Jug, sobre todo si se trata de unas muchachas tal como tú dices. Si realmente son muchachas educadas, no puedes venderlas en subasta como si se tratara de unos negros corrientes. ¡Dios mío!
-Sé perfectamente lo que quieres decir. Cuando un hombre quiere comprar una mujer para disfrutar con ella, y, sobre todo, cuando se trata de una muchacha de calidad, va entonces a casa de un tratante particular. Le hacen esperar allí en un pequeño saloncito, rodeado de blancos almohadones, sobre los que aparecen sentadas las muchachas, vestidas a la última moda, haciendo punto de encaje o tocando incluso el dulcemele. Ya sé que es así como suelen proceder en Charleston y en Nueva Orleáns.
De una caja que sacó de debajo del jergón, Slatter extrajo un cigarro puro de diez pulgadas y lo encendió, aspiró profundamente el humo y, después de lanzarlo contra el techo, tomó otro trago. Se llevó de nuevo el cigarro a la boca, se apoyó contra la pared y contempló fijamente a Maury con sus pequeños y vivaces ojos de cerdo, en los que se leía la avidez por el dinero.
-Maury, esta ciudad es diferente. Es na ciudad en donde se vive de la especulación. La gente trata de aparentar aquí una vida que no se corresponde en absoluto con la ciudad. Construir una ciudad no es lo mismo que crear una familia. Se requiere mucho tiempo para que todo se vaya sedimentando y corra por sus cauces normales. Prescindendo del juego, todo dólar se gana en la ciudad a base de especulaciones. El algodón, los barcos, los negros... o los mulos, da lo mismo. Te elevas o te hundes sea la suerte que tengas en las especulaciones y en las subastas -aspiró una profunda bocanada de humo y permaneció en silencio durante unos minutos-. He organizado una subasta para el próximo viernes por la noche y he invitado a la misma a una serie de personajes importantes; el señor Munn, el señor Rankin, al señor Montague..., gente por el estilo. He tratado de animar un poco el asunto y por este motivo no he aceptado pagos a cuenta -se inclinó hacía delante y contempló fijamente a su interlocutor- Maury, te aconsejo que vengas el próximo viernes a las nueve de la noche. Jamás habrás presenciado cosa igual. Los caballeros más nombrados de la ciudad lucharán ávidamente entre sí para quedarse con las muchachas. Será realmente algo magnífico.
Mauty sonrió.
-No me cabe la menor duda de que será un espectáculo digno de verse.
Slatter manoseó entre el montón de monedas.
-Unas cuantas más, Maury, y Lissa es tuya.
-¿Qué quieres decir?
-Sólo unas cuantas más, Maury. Trabajar en un sito como este resulta cada ve más peligroso. Tengo que prevenir todos lo posibles riesgos. Supón por un momento que un caballero como el señor Montague me compra una de mis doncellas y a su debido tiempo descubre que está enferma o que hay algo en ella que no le gusta. ¿Comprendes lo que quiero decir? En tal caso se echará sobre mí y tratará de arruinarme. Tengo que preverlo todo, Maury.
-¿Compraste a las muchachas con certificado de garantía?
-Sí, desde luego, los certificados están en regla. Pero ya sabes que uno no se debe fiar de los médicos. Firman todo aquello que se les presenta.
-¿Insinúas, acaso, que se trata de muchachas importadas?
Slatter sonrió débilmente.
-Sí, de eso se trata.
-¿Sabes el riesgo que estás corriendo? Nadie te dirá nada cuando se trata de trabajadores para el campo y menos aún si se trata de negros africanos. Pero con respecto a esas muchachas...
-La ley nada tiene que reprocharme, y mi único interés estriba en satisfacer los deseos de algunos caballeros. Disfrutamos de libertad para que cada uno haga lo que más le convenga.
-Tal vez.
-pues claro que tengo razón. A los caballeros no les importa un comino de dónde proceden las muchachas. Eso es asunto del que las vende. Esta ve he querido ofrecer algo diferente y te aseguro que lo he conseguido. Todas la muchachas llevan sangre mezclada en sus venas y todas ellas hablan perfectamente el inglés. tienen caras de ángeles, pero serían capaces de arrancar un árbol de cuajo. Claro que si las ves ahora no te harás cargo de lo que digo, pues no están arregladas convenientemente y, además, hay un par de ellas que...
-No me agrada esto, Jug. ¡Maldita sea, pero...!
-Vamos, hombre. No te fijes en tantos detalle. Tú quieres comprar a Lissa, ¿verdad?
-En efecto.
-Y, de paso, podrías...
-Sea, echaré una ojeada a tus muchachas..., pero te aseguro desde ahora que no pienso firmar ningún certificado.
-Para ser tratante de negros tienes unas ideas muy graciosas -comentó Slatter maliciosamente. Deslizó las monedas de oro por entre sus dedos y luego se las metió en el bolsillo de su pantalón-. Te extenderé un recibo por Lissa. ¿Adónde quieres que te la mande?
-Dale un vestido nuevo con una gran cinta azul alrededor de la cintura. Mándala a casa de los Delafield. Y añade esta nota: “Para la señorita Catalina, de parte de Maury St. John.
-¡Hum ! Vayamos arriba ahora.
Slatter y Maury se dirigieron a la puerta que aparecía al final de la sala; el comerciante hizo girar la llave y cuando los dos hubieron cruzado el umbral, la volvió a cerrar de nuevo. Por una estrecha escalera subieron al piso superior y penetraron en una habitación decorada alegremente. Una cómoda, una amplia otomana, una alfombra de vivos colores y una chimenea con un espejo esmaltado encima de la misma convertían aquella estancia en la más agradable de toda la casa. Claramente se adivinaba que aquél era el sitio donde Jug solía ofrecer su mercancía de más calidad. Slatter desapareció en la habitación contigua. Maury aguardó indolente a que regresara el otro, convencido de que, como en tantas otras ocasiones, se trataba de mercancía vieja y en mal estado que Slatter había comprado baratísima y que luego trataba de vender a precios elevados.
Slatter regresó acompañado de una mulata de piel clara, ojos ardientes y anchas caderas. Sólo llevaba prendido un pañuelo de color rojo alrededor de su cintura.
-¡Fíjate en ella, Maury! -exclamó el obeso Buda-. Esta es Lupe. Lupe éste es el joven médico. No trátes de conquistarlo. No ha venido para comprarte. Te reservo para el señor Munn.
-Sí, amo -respondió la mulata fijándose con evidente interés en Maury.
Jug exclamó enojado :
-¡Maldita seas! ¿Qué modales son ésos? ¿Acaso no sabes hablar inglés?
-Sí..., sí, señor -contestó en inglés la muchacha, con vago gesto de sumisión.
Slatter se dirigió de nuevo a la puerta.
-Hazme una señal cuando quieras que haga entrar a las otras -y sonriendo maliciosamente añadió-: Y cuidado con tomarte demasiadas libertades con mis vírgenes.
-Esta hace tiempo que ha perdido ese estado idílico -le respondió Maury, malhumorado. Se sentía a disgusto.
-Quítate el pañuelo -ordenó dirigiéndose a la muchacha-. ¿En qué diablos está pensando? ¡Vamos ya!
La exploró rápidamente y después se acercó a la puerta.
-¡Levántate! Va puedes salir.
La muchacha recogió rápidamente su pañuelo y salió de la habitación.
Slatter asomó con expresión curiosa por el marco de la puerta.
-¿Te ha gustado? Veo que te has deshecho muy pronto de ella.
-No había necesidad. Será mejor que no la pongas en venta.
-¿Por qué?
-Está enferma.
-Vamos, no digas disparates. .
-Y no me pidas que la ponga en tratamiento. En todo caso, mándala a casa del doctor Ormond. ¿Y ésas son tus muchachas? ¡Al diablo! A docenas las puedes encontrar en casa de Josie Bang.
-Escúchame, Maury, la muchacha tiene buen aspecto. ¿Cómo podía adivinar yo que estuviera enferma? -Jug permanecía de pie junto al umbral de la puerta, rascándose su voluminosa barriga y profiriendo blasfemias. Tenía el aspecto de un cerdo desengañado.
-Estâ bien, veré a las demás muchachas. Pero te aconsejo que no vendas a Lupe. Ni tampoco a Josie. Te expones a que se desate el infierno sobre tu cabeza.
Las dos muchachas siguientes tenían una piel casi banca, y habían sido educadas para el oficio desde pequeñas. En sus ojos se podía adivinar una mirada de tristeza, de experiencia en la vida, que había reemplazado prematuramente a su ingenuidad infantil. “Lástima de muchachas -pensó Maury-; han sido educadas con el fin de sacar de ellas el máximo rendimiento en su venta. ¿Por qué la vida tiene que ser tao injusta?”
Súbitamente se sintió muy deprimido, reprochándose haber ido a visitar a Jug Slatter precisamente aquel día.
Slatter compareció con la cuarta muchacha, un ser de rostro pálido, de unos dieciocho años de edad. La muchacha era realmente hermosa, pero tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Maury se fijó en sus abultados senos y no tuvo necesidad de hacer ninguna pregunta para comprender el estado de la muchacha. Se sintió dominado por una viva irritación.
-¡Jug! Esta muchacha ha dado a luz recientemente. ¿Dónde está el niño? -preguntó enojado.
-¿Qué diablos sé yo del niño? -gruñó Slatter retrocediendo unos pasos-. Cuando yo la compré no tenía ninguno.
-¿Dónde la has comprado?
-Al mismo individuo que me trajo las demás, McSwade, de Roatan. Las escondió entre un cargamento de café y almendra de coco. Las trajeron aquí mientras tú estabas de viaje. Todas provienen de las islas, de la parte alta del Caribe.
Maury se había olvidado ya de McSwade, aquel individuo alto y fuerte, de rostro enmarcado por una espesa barba roja, que reía como relincha un caballo. McSwade era capaz de vender a su abuela si le ofrecían un dólar por ella. En cuanto a las muchachas, le resultaba extraño no haber adivinado en seguida que provenían de las islas; todas ellas tenían unos cuerpos magníficos y dentaduras blancas y sanas.
Impulsado por una falsa compasión, Slatter se acercó a la muchacha y cubrió sus hombros con una capa.
-¡Quién hubiera podido suponer una cosa así! -exclamó. McSwade no mencionó para nada al niño.
-Pues no hace muchas semanas que ha dado a luz. La muchacha todavía no se ha hecho a la idea de que le han arrebatado a su hijo.
-¡Quién sabe si McSwade lo abandonaría en algún lugar! -comentó el mugriento Buda-. Pero, ¿quién quiere a un recién nacido? A nadie le gusta cargar con un niño de pecho.
-¡Demonios! ¿Acaso no comprendes que es un crimen arrebatar un niño de brazos de su madre?
Slatter se manifestó ofendido.
-Te tomas las cosas demasiado en serio, Maury. Yo mimo he tenido que proceder así muchas veces. Casi todos los comerciantes lo han hecho. No es posible atender a esta clase de negocios y al mismo tiempo mantener una guardería infantil.
Maury hizo intención de encaminarse hacia la puerta.
-¡Espera un momento! -le atajó Slatter-. Todavía no hemos terminado.
-Yo sí he terminado.
-No, todavía no. Hay todavía...
-Te he dicho que yo he terminado...
-¡Diablos! Tienes el genio más violento que he conocido en mi vida. Escúchame, Maury; no te marches todavía. Yo nada puedo hacer ya por el pequeño. Pero hay aquí aún otra muchacha y quiero que la reconozcas. Está enferma...
-¿Qué tiene?
-No lo sé. No puede hablar.
-Bueno, en fin, tráela.
-Es que... es todo un problema para mí. No querrá entrar. Jamás uso el látigo con las muchachas. Pero si ésta continúa así, no sé si finalmente me veré obligado a...
-Está bien, iré yo mismo a verla.
Slatter le condujo al fondo de la estancia y abrió de golpe la puerta. Penetraron en una pieza pequeña, en la que no se veía ningún mueble y sí sólo un jergón en uno de los ángulos. Una pequeña ventana con barrotes iluminaba la estancia. Los rayos del sol caían directamente sobre la muchacha, que aparecía sentada sobre el jergón. Contempló a los dos hombres con ojos desmesuradamente abiertos por el terror y se llevó una mano a su garganta mientras trataba de cubrir la desnudez de su cuerpo con una manta amarilla.
Al fijar sus ojos en la muchacha, Maury experimentó un vivo sobresalto. Tenía la impresión de estar contemplando a Adriana. Tal vez fuera por la posición que adoptaba la muchacha o la forma como la iluminaban los rayos del sol, o quizá por aquel brillo asustado y enigmático en sus ojos. Tuvo la sensación de haber retrocedido muchos años y se olvidó momentáneamente del lugar en donde se encotraba y de Jug Slatter, y recordó vivamente la última noche que había visto a Adriana en su casa. Él era mayor, y ya desde niña, cuando algo preocupaba a la muchacha, siempre había acudido a él en su auxilio. Pero en el último momento, cuando más le hubiera neceesitado ella, no había podido ayudarla
Oyó la voz de Slatter que le decía:
-¿Qué diablos te ocurre, Maury? , .
Cerró los ojos y volvió a abrirlos. La muchacha permanecía completamente inmóvil. De nuevo vio en ella la imagen viva de su hermanastra Adriana. Sus ojos eran más grandes y más oscuros y sus labios más gruesos, y a pesar del temor que parecía experimentar la muchacha, se adivinaba en ella un frío aire de desafío, un gesto que jamás hubiera sospechado en Adriana. Y, no obstante, en muchos otros aspectos eran idénticas.
-Es blanca -murmuró en voz baja.
-¡No digas tonterías! No es blanca ---saltó Slatter instantáneamente-. No hay peligro de confundirse a este respecto...
-Es blanca -repitió Maury con voz hosca-. No puedes ofrecerla en subasta. -Aquella sola idea se le antojaba como un terrible ultraje.
-Escúchame, Maury, no te rogué que vinieras aquí para discutir este asunto conmigo. Tengo en mi poder el recibo legal de compra, claro está, extendido en la isla, pero no hay la menor duda sobre la naturaleza de la muchacha. Es una muchacha de color, hija de un plantador y su favorita, y jamás hubiera sido puesta en venta si el hijo de perra de su padre no hubiera muerto a consecuencia de la peste. McSwade la compró. Tiene diecisiete años y se llama Zeda. Ni a mí ni a nadie le harás creer que es banca. En te caso, sabes perfectamente que no la hubiera adquirido; yo no comercio con muchachas blanca.
-Yo no sé de lo que eres capaz o no.
-Reconócela y dime si lo que tiene son deseos de que use mi látigo.
Maury sintió un impulso apenas refrenable de matar a aquel hombre y arrojar su pesado cuerpo escaleras abajo. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se encaró con Slatter.
-Vamos, ¿qué esperas aquí? Déjanos solos. Tengo que hacerle unas cuantas preguntas.
Slatter salió de la estancia refunfuñando.
Maury cerró la puerta. Se volvió sonriendo con simpatía a la muchacha y le dijo en español:
-No tenga usted miedo.
Tomó asiento en una silla que había junto al jergón.
Los ojos de la muchacha perdieron un poco su expresión atemorizada, pero al observar que no se movía, dijo lo mismo en francés y luego en inglés.
-No tenga miedo, se lo aseguro.
Una débil sonrisa se dibujó en el rostro de la muchacha.
-¿Comprende el inglés? -preguntó Maury cariñosamente.
La muchacha asintió con un ligero movimiento de cabeza y, repentinamente, pareció como si cediera la tensión en que había estado sumida.
-Vamos a ver, ¿qué es lo que le pasa? ¿No puede hablar usted?
La muchacha negó con la cabeza y se llevó una mano a la garganta.
-Bueno, deje que la vea.
La muchacha se dejó explorar pacientemente. El resultado del examen desconcertó vivamente a Maury, pues el estado de la garganta era perfecto y no se observaba ninguna herida ni cicatriz en ella. Se trataba, evidentemente, de un caso de afasia, pero un caso complicado, pues la muchacha parecía inteligente. Le dirigió algunas preguntas que la muchacha trató de responder de la mejor manera posible, moviendo afirmativa o negativamente su cabeza y haciendo pequeños ademanes.
Maury llegó a la conclusión de que la muchacha había perdido el habla a consecuencia de un accidente o de una impresión haría aproximadamente un mes.
Mientras la contemplaba frunció el ceño, recordando con verdadera emoción a Adriana y compadecido extraña y súbitamente de aquella muchacha que tanto se parecía a su hermanastra. Apenas contaba diecisiete años y, a pesar de sus formas de mujer, era como el abrirse de un capullo en flor. Su aspecto era lozano e inocente y en su actitud se dejaba traslucir cierta coquetería. Sus manos eran delicadas, suaves, pero firmes y cada ademán suyo era extrañamente expresivo. En aquel preciso instante le pedía papel y lápiz.
A Maury no se le había ocurrido que la muchacha supiera leer y escribir. Palpó los bolsillos de su chaqueta y sacó un libro de notas y un lápiz de carbón. La muchacha los cogió con avidez. Se iluminó el semblante de la muchacha, la cual dibujó rápidamente unos signos sobre el papel. Maury la contempló con curiosidad, fijándose por primera vez en sus largas pestañas y en el exquisito modelado de sus ojos y de su nariz. Su rostro, inclinado hacia delante, presentaba unos pómulos algo acusados; luego se estrechaba para terminar en un pequeño mentón de gesto decidido. Su piel tena la suavidad del marfil. Sólo algunas latinas y guatemaltecas poseían una piel como aquélla. Su pelo negro, suave y fino, le caía en grandes bucles sobre la nuca. Toda su persona traslucía cierta fragilidad y tal vez fuera aquella característica la que más le recordaba a Adriana, así como también los movimientos expresivos de sus manos.
Se fijó en lo que estaba haciendo la muchacha y vio con asombro que estaba dibujando. Eran unas líneas cortas, pero seguras, que hablaban con tanta elocuencia como si la muchacha se expresara de viva voz. El dibujo representaba una chalupa a bordo de la cual se veían cinco personas. El segundo dibujo era la chalupa hundida y cinco cabezas humanas flotando sobre las aguas En el tercero, el barco había desaparecido y sólo se veía una cabeza humana. En la parte superior había dibujado unas estrellas y la luna, señal evidente de que aquello sucedió de noche.
La muchacha alzó la mirada, señaló la cabeza humana que aparecía flotando sobre las aguas y se llevó la mano señalando su propio cuerpo e indicando con ello que se había representado a sí misma. Continuó dibujando. Resultaba fácil seguir su relato por medio de aquellos dibujos. Maury distinguió un sol naciente y a la solitaria nadadora. Zeda alzó de nuevo la mirada y se llevó la mano a la garganta; el haber permanecido toda la noche en el agua habíale hecho perder la facultad de hablar.
Se veía luego aparecer una goleta y la muchacha era izada a bordo de la misma. Dibujó cuatro figuras con faldas y un personaje muy parecido a McSwade. Sin duda se trataba de las cuatro personas que el individuo de barba pelirroja había comprado en las islas. Con un violento ademán señaló la figura que representaba a McSwade y rompió el papel en varios trozos.
La puerta se abrió bruscamente en aquel instante y Slatter penetró dentro de la estancia.
-¡ Supongo que no te vas a pasar el resto del día contemplando a la muchacha! -gritó airado.
Maury se puso lentamente en pie.
-Acabo de enterarme de lo que ha sucedido -dijo con el ceño fruncido-. No la vendas, Slatter. McSwade no tenía ningún derecho a vender esta muchacha. Fíjate e esto. Ahora sabrás de donde la sacó.
Le mostró a Slatter los dibujos que haba hecho la muchacha ym el hobre los contempló furtivamente.
-¡Maldita sea! Ya no puedo remediarlo. Tal vez sea cierto que McSwade no la adquiriera legalmente. ¡Quién sabe! Si ella lo dice, debe de ser verdad. Pero, de todos modos, eso no influye en mis planes. Se trata de wuna muchacha de color y, por lo tanto...
-Te asegwo que es blanca.
La cara de Slatteur se puso al rojo vivo.
-¡No quiero discutir contigo este asunto! Aunque sólo hubiera una gota de sangre de color en sus venas, bastaría...
-Jug, la muchacha no tiene la menor señal de sangre mulata o negra en sus venas. Tal vez sus pómulos un poco acusados señalen su procedencia india, quizá maya, pero en proporciones tan insignificantes que ni se la puede calificar como mestiza.
-India o negra, la cuestión es la misma. No me voy a entretener estudiando el caso detalladamente. Es una muchacha de vida alegre, yo he invertido mi dinero en ella y no estoy dispuesto a perderlo.
-No sabes ni tan sólo si es esclava, McSwade...
-¡Me importa tres pepinos si lo es o no! No me interesa saber de dónde la sacó McSwade. Ahora es una esclava.
-La ley dirá la última palabra a este respecto. Yo certificaré que se trata de una muchacha blanca.
Los ojos de Slatter se oscurecieron.
-Escúchame, Maury -comenzó arrastrando las palabras-. Siempre te metes en asuntos que no son de tu incumbencia. Te abstendrás de hacer ninguna declaración delante del tribunal. ¿Me oyes? Intenta algo en este sentido y verás cómo los muertos salen de sus tubas para acusarte a ti como asesino. ¿Qué harás entonces?
Maury guardó silencio. Dirigió de nuevo la mirada a la muchacha y vio que ésta aparecía de nuevo acurrucada sobre el jergón, con los ojos desmesuradamente abiertos por el espanto y con su mano cerca de su garganta. Podía haber encarnado la imagen de Adriana aquella noche en que su padre le comunicó su próxima boda con Henri Guidry.
Siguió a Slatter a la planta baja.
-No sé qué demonios te ocurre, Maury -le decía Slatter-. Hasta ahora hemos sido siempre buenos amigos. No vale la pena que rompamos este lazo que nos une por una cosa tan insignificante. Gustosamente te vendería la muchacha, pero hay un par de caballeros interesados por ella y para no reñir con ninguno les dije que esperaran hasta la subasta del viernes. He invertido mucho dinero en ellas. McSwade me exigió un precio muy subido.
-No me comprendes, Jug. Yo no quiero comprar a la muchacha. Y si la comprara, no sabría qué hacer con ella, excepto dejarla en libertad. Y no sé lo que le ocurriría si la dejara en este estado sin poder valerse de sí misma. Puede que tarde todavía mucho tiempo en recobrar su voz. Ella...
-¿Lo ves? Has estado predicando durante todo te rato que era una muchacha blanca, pero reconoces ahora que la mejor solución es que algún caballero se la lleve a su casa y la proteja. Crees que soy un hombre falto de escrúpulos, pero la realidad es que trato de mirar por el bien de la muchacha. Zeda es hermosa y hay muchos caballeros cansados ya de comprar mujeres que luego tienen que volver a vender a las pocas semanas. Por Dios, no sabes el trabajo que me han dado Deelie y Brownie a causa de la muchacha. ¡Al diablo todas ellas!
-¡Basta ya, calla de una vez! Necesito un trago...