CAPÍTULO VIII 

 

 

La ciudad de San José, a pesar de su gran muelle y de la gran hilera de grandes almacenes de madera cercanos a la via del ferrocarril, se le antojaba siempre a Maury St. Johm como un brillante puerto de mar, sin terminar todavía, que de repente hubiese sido trasladado de una fábrica para ser enclavado en aquel lugar. El comercio de algodón había proporcionado un gran impulso, y, efectivamente, parecía como si todo el tráfico algodonero de la nación pasara por su puerto. Pero, a pesar de ello, la ciudad no daba la impresión de una base sólida, sino la de una ciudad alegre y despreocupada, sin tradiciones ni costumbres fuertemente arraigadas entre sus habitantes. Era el centro en que confluían las miradas de todos los habitantes del territorio. Todo el mundo que se considerase en algo, poseía en ella un hotelito o una pequeña choza según sus pretensiones y disponibilidades. Las grandes mansiones de los pudientes se hallaban enclavadas en la parte alta de la ciudad, extendiéndose en una longitud de aproximadamente dos millas frente a la bahía. A pesar de las muchas construcciones que se habían alzado en los últimos años, se observaban, no obstante, grandes espacios libres que, como cualquier habitante de San losé hubiera podido informar, no habían dejado de ser edificadas por falta de medios ni de posibles constructores, sino debido al juicioso proyecto de edificación elaborado por los padres da la ciudad. San José tenía un futuro y de ello estaban convencidos todos los que en ella habitaban. 

Pero sus habitantes no parecían darse cuenta del hecho de que junto con el crecimiento de la ciudad, había aumentado también su mala reputación y que por todas partes era calificada como la ciudad más perversa del Sur. El vicio empujaba a la gente a asistir a las carreras de caballos, a frecuentar el establecimiento de Josie Bang, junto al embarcadero del canal, o  a gastar sus dineros con las alegres muchachas que pululaban por los hoteles. Y es que, en realidad, la gente de toda la región sentía una gran atracción por aquella ciudad, en donde sabían que no se aburrirían ni un solo instante. La ciudad atraía a la gente con dinero como seguramente una ciudad reconocida por sus virtudes no hubiera logrado atraer. “Los fuegos artificiales de San José”, solían escribir los periódicos del territorio cuando se referían a la ciudad junto a la bahía, expresión que solía enojar profundamente a los habitantes, que la consideraban llena de malicia y envidia. En el fondo tenían razón; a pesar de su rápido crecimiento y la vida alegre y fácil que en ella se disfrutaba. San José se asentaba sobre unos fuertes cimientos. Sólo había que tener en cuenta los Bancos, el muelle y el ferrocarril. Este último representaba de por sí un capítulo. Había sido uno de los primeros en el mundo y todos hablaban de él como de una verdadera maravilla y con el corazón henchido por el orgullo. 

San José ya no era la ciudad de Rodman Carey. Su carácter extravagante, su afición por todo lo nuevo y desconcertante, más que el deseo de vengar un ultraje o el afán de lucro, habían inducido a este último a iniciar el movimiento que había culminado en la fundación de una nueva ciudad. Había visto la gran oportunidad que se le presentaba, había descubierto aquel lugar ideal para el emplazamiento de una nueva urbe humana y fue el primero en dar los pasos necesarios para la realización de su proyecto. Pero una vez terminados los trabajos iniciales, después de haberse divertido planeando y proyectando, Rodman Carey se haba retirado para dejar que hombres como los Saxon, los Crom Davies y demás personajes de importancia continuaran la labor que él había emprendido y continuaran la lucha contra los rivales de Apalachicola. Empujado por su espíritu comercial, de vez en cuando sola enfrascarse en algún negocio, pero negaba rotundamente que se dedicara al comercio o, como él solía decir, a ningún trabajo cotidiano que menoscabase su libertad. 

Carey, como hombre convencido de que su vida declinaba ya, contemplaba con ojos tolerantes y divertidos todo cuanto suceda alrededor de él. Y en este sentido se pueden incluir todas las formas de vicio o de maldad, ya que, a pesar de sus afecciones físicas, no dejaba pasar nunca por alto una ocasión que le brindara la oportunidad de pasar unos momentos alegres y distraídos. El artritismo le había reducido a una sombra de lo que había sido en años anteriores y paseaba ahora sus miembros doloridos sin que por ello, en las conversaciones, sus ojos dejaran de brillar continuamente con astucia y llenos de malicia, como los de un sinsonte. Durante toda su vida había permanecido soltero y ahora habitaba una mansión cerca de la casa de los Saxon, junto con cinco negros que cuidaban de su bienestar corporal. A todas horas del día y de la noche se podían ver a os más extraños visitantes entrar y salir de aquella casa. 

Aquella noche, por extraña casualidad, Rodman Carey se encontraba solo en su casa y recibió a Maury con grandes muestras de afecto y un entusiasmo más exagerado de lo que era habitual en él.  

-Hablas del diablo y... -comenzó por todo saludo-. Precisamente iba a mandarte otra nota, muchacho. Pero instálate cómodamente. Bebe algo y explícame cosas. ¿Qué tal está nuestro pecador en Sodoma? 

-Sediento y curioso de oír cosa nuevas. Y muy contento de volver a ver a nuestro santo de Gomorra. 

-Palabra de honor que me alegro de volver a ver la cara de un hombre que es un perfecto y honorable sinvergüenza, alguien con el que poder desembuchar todo lo que uno lleva dentro. ¡Ah, por  cierto! Tu nombre lo he oído pronunciar mucho últimamente. 

-¿De veras? 

-Pues así es. 

Apoyándose sobre su grueso bastón y arrastrando los pies pesadamente por la gruesa alfombra, Carey se dirigió al estudio, con artesonado de madera de ciprés, que daba sobre una galería desde la cual poda divisarse la bahía en toda su amplitud. Billy, su mayordomo, acercó vasos y copas y botellas con toda clase de licores, junto con trocitos de hielo. 

Maury contempló atentamente los pedacitos de hielo con expresión curiosa. 

-Tomaré ron -dijo cogiendo una de las botellas-. No te preocupes, yo mismo me serviré. ¿De modo que has oído mencionar mi nombre repetidas veces en estos últimos tiempos? 

-Sí; y ésta es una de las principales razones por las cuales te iba a escribir de nuevo. Tenía la intención de invitarte a pasar unos cuantos días en la ciudad, y no, como tú acostumbras, sólo a darte un paseo por estos alrededores. Temía que no hubieras recibido mi primera carta, aunque, en realidad, el tiempo era un poco justo para contar ya con tu visita. 

Carey tomó un vaso de encima de la bandeja, mezcló ginebra con una bebida amarga, inclinó su calva cabeza hacia atrás y contempló a Maury de reojo. 

-Estaba seguro de que tu visita en estos momentos podría resultar muy propicia para ambos... 

-De veras que lo siento, Carey, pero sólo podré quedarme un par de días. Te aseguro... 

-¡Tonterías! Te quedarás aquí aunque tenga que retenerte a la fuerza. Has de saber que los Saxon piensan organizar una fiesta para la semana próxima. 

-¡Dios mío! 

-No temas. Esta vez será una fiesta muy diferente a todas las anterior. Una especie de homenaje a mi ahijada Kitty. 

-¡Hum! 

-¿Acaso altera esto la situación? 

-Desde luego. Yo... -Maury se sintió súbitamente desconcertado, apuró rápidamente el contenido de su vaso y depositó luego éste sobre la bandeja-, ...quiero decir..., en fin, que tratándose de un baile en honor de Catalina, creo que se debe pasar por alto que el homenaje lo organicen los Saxon. 

Carey estalló en una ligera carcajada. 

-Estaba seguro de que dirías eso. Bien, lo principal es que te quedarás aquí. Si te marchas, te iremos a buscar a la fuerza a Apalachicola para que asistas al baile. 

Se acercó a la balaustrada de la galería y contempló el sol poniente, que en aquellos momentos semejaba un inmenso disco rojo en el horizonte. 

-La primera vez que la vi aquí apenas pude dar crédito a mis ojos -murmuró en voz baja-. Hace ya muchos años que salí de Saem. Entonces Kitty era una niña todavía -meneó dubitativamente la cabeza-. Siempre la he llamado Kitty, pero ahora tengo la impresión de que el nombre ya no le cuadra. Tendré que llamarla Catalina. 

-Me sorprende que jamás me hablaras de ella, Rod. 

-A fe mía que no había mucho que contarte, muchacho. No tenía la menor idea de cómo era ahora en realidad. Es tan parecida a su madre que cada vez que me fijo en ella me siento dominado por un extraño desconcierto. ¡Diablos! Bailaré con ella durante la fiesta. Me siento rejuvenecido cuando estoy a su lado, como si me hubieran quitado veinte años de encima. La invitaré a bailar un rigodón.  

Maury sonrió. 

-Tu aspecto es mucho mejor que cuando te vi últimamente. ¿Qué tal van esas rodillas? 

-Divinamente. Esta noche podría caminar una milla. De veras que me siento capaz de hacerlo. Si no tienes ningún inconveniente, luego daremos w paseo para visitar a Kitty. 

-No sé qué clase de recibimiento me dispensarán... 

-¡No digas tonterías! Piensa en todo lo que has hecho por ellos. Es cierto que..., bueno, quiero decir..., en fin, a Aarón no le causaste una impresión demasiado buena. Pero éste es precisamente uno de los motivos por los cuales tendrías que visitar con más frecuencia a los Delafield. Ya cambiará de parecer ese salmonete helado. Algunas veces me pregunto qué es lo que me empujó a hacerle venir a esta ciudad y pienso si no sería el placer de verle atónito y desencajado al observar una serie de cosas que le repugnan en lo más íntimo de su ser. Cuando me acuerdo de las cartas que le escribía a Kitty ensalzando las bellezas y virtudes de nuestra ciudad, siento como un estremecimiento me recorre la espalda. Desde luego, no hay duda de que éste es el sitio más indicado para la muchacha. Allí en Salem se estaba muriendo de nostalgia y aburrimiento. Aquí disfrutará del extremo opuesto. Aarón está todavía fuera de sí por el hecho de que tú transportaras esclavos negros a bordo de tu goleta... No temas, procuré defenderte lo mejor posible. 

-¿Qué le dijiste? 

-Le hablé de tu plantación en la parte alta del río. -Carey dibujó una maliciosa mueca en su rostro-. La plantación debe de hervir de negros en estos momentos. Me gustaría poder echar una mirada por allí. 

-Me encantará poder enseñártela. 

-¡Ya vuelves a decir tonterías ! Ni la propia. Kitty sería capaz de arrastrarme hasta aquellos malditos parajes. En realidad, amigo mío, tu presencia aquí es siempre una gran distracción para mí. No sé cómo van tus asuntos, pero si se tratara de cualquier otro, estoy seguro que le vería fracasar allí donde tú logras salir adelante. Francamente, no acabo de entender cómo te las las arreglas. Debe de ser a causa de esta extraña mezcla de sangre irlandesa y francesa que corre por tus venas... Pero, ¡caramba!, no eres el tipo clásico de sinvergüenza y estoy seguro de que gran parte de tu éxito lo debes al extraño atractivo que emana de tu persona... 

De repente se quedó inmóvil, con la mirada fija en la bahía. Hizo una seña a Maury para que se levantara y se acercara a su lado. 

-¡Caramba! -exclamó el viejo-. ¡Fíjate qué puesta de sol tan magnifica! 

Durante unos instantes los dos hombres estuvieron contemplando el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. En aquel momento divisaron a cinco figuras cuyas siluetas resaltaban claramente en el lindero del pinar contiguo a la bahía, y que se encaminaban directamente a la verja del jardín de la casa de Carey. Luego les vio cruzar la vereda, cubierta de hierba, que conducía hasta la galería. Eran Pat Saxon, su padre y los dos Delafield. Maury frunció el ceño al divisar y reconocer al hombre elegantemente ataviado que caminaba al lado de Catalina, el pelirrojo Hugo Bishop. 

Patty subió corriendo las escaleras, gritando alegremente : 

-¡No podemos quedarnos mucho tiempo! La cena está ya preparada. Hemos dado un paseo hasta la casa del gobernador en compañía del señor Bishop. 

Era una muchacha baja y gorda, con el rostro manchado de pecas, que no carecía de atractivos femeninos, pero que se parecía extraordinariamente a su padre. Los dos personajes tenían las narices exageradamente rojas y los cuerpos demasiado anchos; la piel era blanca y jamás adoptaba un color bronceado, sino que cundo se exponía al sol adquiría inmediatamente un tono rojizo  vivo. Maury estaba convencido de que la muchacha lanzaría vivos gritos de sorpresa cuando le viera y que luego empezaría a reír estúpidamente. Así sucedió, en efecto. 

-¡Oh, señor St. John! ¡Qué sorpresa verle a usted aquí! ¡Hacía tanto tiempo que no le veíamos por nuestra ciudad! 

El hombre se inclinó, saludándola, y estrechó la mano que le ofrecía la muchacha. 

-Soy el primero en lamentarlo, señorita. Si no fuera por mis  viajes a Nueva Orleans... 

-¿Nueva Orleáns? -le interrumpió Bishop vivamente, encarándose con el hombre-. ¿No cree que sería más correcto decir Cuba? 

Durante unos instantes reinó el más profundo silencio. Finalmente, Patty estalló en una nerviosa risita. Maury fijó sus ojos en Bishop por encima de sus hombros. 

-He dicho Nueva Orleáns, Hugo. Si su memoria se muestra débil en cuestiones geográficas, tendré sumo gusto en darle una lección -se inclinó respetuosamente ante Catalina y sintió un extraño estremecimiento cuando estrechó la mano de la muchacha. 

Catalina iba ataviada con un vestido de algodón blanco muy sencillo. Maury observó que Bishop no apartaba la mirada de ella. Estrechó la fría mano de Saxon mientras escuchaba ausente las palabras de agradecimiento que le dirigía Arón por su amabilidad al cederle sus habitaciones en el hotel. Hugo Bishop musitó unas palabras de excusa y se alejó del grupo. 

Contemplaron al hombre mientras se alejaba de ellos. Saxon, un individuo de rostro lleno y venas de color púrpura, que se transparentaban bajo su blanca piel, comentó con gesto aprobador : 

-Hay que reconocerlo, es un hombre que llegará lejos. 

-Parece... un hombre muy seguro de sí mismo -observó Aarón. 

-En efecto. Ganó mucho dinero gracias a su propio esfuerzo. Proviene de una familia distinguid. Tengo el convencimiento de que ocupará el puesto de Call bastante pronto. 

-Si su buena puntería no le falla -opinó Rodman Carey fríamente. . 

Saxon asintió con la cabeza. 

-Conozco el asunto, Rod. Sé perfectamente que Hugo se ha batido repetidas veces y esos duelos han dado mucho que hablar. Personalmente, no soy partidario de que la gente se tome la justicia por su mano. Pero hay momentos en que un hombre tiene que luchar, en que debe salir en defensa de sus intereses y de su honor. En caso contrario, no actuaría como un caballero. Hugo es un hombre importante en nuestra región y cada día lo es más, a pesar de que son muchos los que intentan detener sus pasos. Pero no lo conseguirán. Hugo es un individuo fuerte y sabrá sobreponerse a todos los demás. 

Maury fijó su mirada en Carey y observó la mirada maliciosa y burlona en el rostro del viejo. Sabía perfectamente que la mayoría de los duelos en que había intervenido Carey habían sido provocados por Bishop a fin de eliminar posibles obstáculos en su carrera política.   

-Política, todo es política -murmuró Carey como hablando  consigo mismo. Luego se dirigió a sus visitantes-: Por favor,  amigos míos, siéntense ustedes, y disfruten de esta magnífica vista. ¿Comprendes ahora Aarón por qué insistí en que construyeran una galería en vuestra nueva casa? Disfruten de la vista que se ofrece ante sus ojos;  realmente maravillosa. 

El sol se hundía  aquellos momentos por detrás del horizonte. Desde algún lugar de la ciudad, rompiendo el silencio del atardecer, llegó hasta ellos una voz grave y profunda. 

-¡Caramba, ya tenemos de nuevo a Ledbetter por ahí! ¿Lo oyen ustedes? 

Después de un silencio de diez días, el falso apóstol de San José volvía a lanzar sus violentos sermones sobre sus oyentes. A causa de la distancia, no se lograban distinguir sus palabras, pero en el silencio que los rodeaba, el eco de la voz resultaba más impresionante aún. 

Catalina juntó sus manos. 

-Es al mismo tiempo terrible y fascinador -dijo dirigiéndose a Maury-; jamás oí nada semejante. 

-Parece un personaje sacado del Antiguo Testamento -opinó Maury-. ¡Quién sabe si es Josué! 

-¡Oh, no, no te gustaría si le vieras! exclamó, Patty-. Está loco. Es un hombre terrible, un viejo loco. 

Saxo gruñó por lo bajo. 

-Cuando la tormenta destruyó su tienda, creí que nos habíamos librado definitivamente de ese hombre, pero veo que no es así. Es el hombre más inoportuno y pesado que conozco. A estas horas todos los negros de la ciudad estarán comentando sus palabras y mañana ninguno de ellos servirá para nada. ¡ Palabra que voy a echar a ese hombre de la ciudad, aunque sea éste el último acto que haga en mi vida! 

-No le resultará tan fácil --comentó Carey sonriendo maliciosamente-. Clifford, yo creo que lo primero que tendrían que hacer ustedes sería erigir una iglesia en nuestra ciudad. 

-¿Cómo? ¿Acaso insinúan ustedes que no hay ninguna iglesia en San José? -exclamó Aarón Delafield con faz aterrorizada. 

-¡Oh, sí! Hay una pequeña capilla en la que oficia el padre O'Leary. 

Una campanilla que provenía de la casa de los Saxon les anunciaba que la cena estaba servida. 

-Bueno, creo que tenemos que marcharnos -dijo Saxon. Carey ofreció su brazo a la ruidosa Patty y descendieron por la vereda que conducía hasta la verja. Clifford y Aarón iban delante. 

-¡ Pobre tío Rod! -musitó Catalina al observar cómo el viejo Carey avanzaba penosamente apoyándose en su bastón y arrastrando los pies- ¿Cree usted que mejorar de sus dolencias? -preguntó dirigiéndose a Maury, que iba a su lado. 

-No lo creo probable -respondió Maury-, unas veces está mejor que otras, pero la realidad es que cada día empeora un poco. Pero eso no significa que el hombre no vaya a todos los lugares que desee. Cuando no puede por sus propios medios, entonces es el negro Jub el que le sube en brazos al carruaje. Hoy está mejor que de costumbre. Debe usted de ejercer una gran influencia sobre él. 

Continuaron unos pasos en silencio. Luego, repentinamente, Catalina se volvió hacia Maury y le preguntó: 

-¿Por qué no se muestra más atento con Patty? Todo el mundo se da cuenta de que la muchacha está loca por usted. 

-Pues yo creo que por quien está loca es por Bishop. El hombre le ha estado haciendo la corte durante varios meses. No  quisiera ofenderle haciendo ahora un caso demasiado exagerado de Patt.  

-¿De veras? Me pareció oír que le quería dar usted una lección de geografía hace poco. ¿Por qué insinuó que haba estado usted en Cuba? 

-Nací en Nueva Orleáns y de ve en cuando voy a aquella ciudad a solventar algunos negocios -se evadió Maury sin responder a la pregunta que le dirigía la muchacha. 

-Pero de vez en cuando también solventa algunos negocios en Cuba. 

-Todo es posible. 

-Pues claro que sí. He oído hablar un  de usted -le dirigió una mirada llena de malicia  estalló en una ligera carcajada. ¿Por qué no me cuenta usted más cosas sobre su persona? Yo..., sinceramente, me gustaría saber más cosas sobre su vida y lo que hace. Realmente estoy muy interesada. Hay una cosa que no comprendo. ¿Por qué trae usted los esclavos a este sitio? ¿No sería mucho más seguro y menos peligroso desembarcarlos en la costa del Atlántico?... O quién sabe si en algún lugar más allá de la península de Florida. El viaje desde Cuba, a través del Golfo, para llegar hasta este puerto se me antoja una travesía llena de riesgos.  

-Hay que vender a los negros allí donde realmente se necesitan. Las plantaciones están en esta parte. Y en cuanto a desembarcarlos en otro punto de la península... Pues bien, allí no hay ningún puerto que valga la pena. La gente ya se ha acostumbrado a venir en cuanto necesitan un trabajador negro. Incluso nuestro querido amigo Bishop viene aquí a comprarlos. 

-Tengo la impresión de que ese hombre no le resulta muy simpático a usted. 

-¿Y a usted? 

-Lo considero muy interesante. 

Maury no respondió. 

-Sólo por la reputación de que goza -añadió la muchacha-. Me gustaría verle por los suelos. 

-Es usted una mujer sedienta de sangre -murmuró el hombre. 

-Sí, tal vez sea esto -rióse Catalina burlonamente, y usted es un adorador de ídolos. ¿Acaso le ofrece sacrificios a aquel ídolo de piedra de facciones tan horribles que guarda usted en sus habitaciones? . 

-No, pero debería hacerlo. Suele darme muy buenos consejos. ¿Esta ya adelantada la instalación de la nueva casa? 

La muchacha suspiró. 

-Lo hemos desembarcado todo, incluso a Tawny, pero en la casa reina el desorden más espantoso. Los Saxon quieren que nos quedemos con ellos hasta que todo esté listo definitivamente. Pero yo pienso trasladarme a la casa mañana mismo, esté como esté. 

Maury sonrió y contempló  la muchacha con mirada expresiva. 

  -No sé qué excusas dar -murmuró Catalioa en voz baja-, pero no puedo quedarme ni un día más en aquella casa. Son tan cumplidos y tan rígidos en sus costumbres... Todos ellos se han portado maravillosamente bien con nosotros y no debería hablar de este modo. Tengo que resolver también el problema de la servidumbre. Según tengo entendido, aquí los criados sólo se pueden comprar o alquilar. Usted ya conoce la opinión de mi padre a este respecto. Los Saxon quieren prestarnos a tres de sus negros y mi prima Etta los ha estado instruyendo convenientemente durante estos das. Pero yo quiero tener mis criados propios. Por lo menos una doncella, aunque tenga que comprarla con mis recursos. 

El hombre se rió entre dientes. 

-No olvide que es usted yanqui. 

-¿Y eso qué importa? Mi madre era criolla y en estos momentos ya no vivimos en Salem. 

Maury levan súbitamente la mirada. 

-¿De modo que lleva usted sangre criolla en sus venas Debí suponerlo. En fin, si usted me lo permite, me agradaría poderle ayudar a resolver su problema de la servidumbre. 

-Muy amable de su parte..., pero preferiría que aguardara usted todavía un poco. A tío Rod le dije lo mismo. Tengo que discutir el problema con mi padre y estoy segura de que me costará cierto trabajo convencerle. 

-De todos. modos, para los trabajos de traslado de una casa a la otra podría cederle e una de mis muchachas. 

-Puede usted hacerlo si quiere -asintió la mujer sonriendo. 

-Y cuando esté convenientemente instalada, aceptará entonces la donación de una criolla a otra criolla? 

-¿Qué quiere insinuar? 

-Diga que acepta primero. 

Catalina sonrió. 

-De acuerdo, acepto. 

 

 

Durante el camino de regreso a la casa, los dos hombres permanecieron sumidos en sus propias meditaciones. Pero, durante la cena, Carey con su humor malicioso y divertido, le contó los chismorreos de la ciudad hasta que, hacia el final, adoptando un tono más grave, comentó: 

-Estuviste muy violento con Bishop. 

-Fue él quien lanzó la primera piedra. 

-Está bien, amigo mío, pero ten presente que se trata de un hombre muy peligroso. Me disgustaría... 

-No temas. Sé perfectamente hasta dónde puedo llegar y tampoco Bishop se atreverá a ir demasiado lejos. 

-Desgraciadamente para sus enemigos, es el hombre que tiene la puntería más segura en todo el territorio. 

-La fortuna es una diosa veleidosa. En realidad, nada tengo contra ese hombre, excepción hecha de su maldita arrogancia y el hecho de que insista tanto en los convencionalismos sociales a pesar de ser un arribista. Y el hombre nada tiene contra mí, a no ser que le disguste haber perdido algún dinero jugando a las cartas conmigo. No comprendo por qué Call se relaciona con individuos de ese tipo, a pesar de que seguramente no está en condiciones de escoger a los hombres que le ayudan a sostenerse en el poder. De veras que me ha sorprendido ver que un hombre al parecer tan sensato como Saxon haga tanto caso de Bishop. 

-Hay cosas que tú no has logrado ver todavía. 

-¿De veras? 

-Patty está chiflada por Bishop y a Clifford no le iría mal que su yerno ocupara el puesto de gobernador o un escaño en Washington. Además, está el asunto del ferrocarril. 

-¿Qué tiene que ver con eso Bishop? . 

Una maliciosa sonrisa iluminó los ojillos del viejo. 

-Habrás oído hablar seguramente de que se tiene la intención de prolongar la vía del ferrocarril. 

-Algo he oído, pero lo he considerado una fantasía. 

-Pues se trata de un hecho cierto. 

-¿También tú crees en esa estupidez? 

Carey le contempló fijamente a través de la mesa. 

-El ferrocarril se extiende ya hasta donde puede llegar. Veintiocho millas a través de terrenos pantanosos. Un verdadero alarde de ingeniería. Por lo menos, eso es lo que dicen. Todo el mundo lo considera como una curiosidad nacional. ¿Por qué, pues, ese afán de aumentar su recorrido? 

-Se trata de una nueva vía que se dirigirá hacia el norte -apuntó Carey suavemente-. Quieren que llegue hasta una ciudad llamlada Atlanta. 

Maury fmció el ceño. 

-¿Hacia el norte? ¿Dónde está situada a ciudad? 

-En la parte alta de Georgia. 

-¿Georgia? -Maury contempló con mirada sorprendida al viejo. 

-¿Te sorprende? El proyecto no es aún del dominio público, de modo que guarda para ti todo lo que te diga. Atlanta es el nuevo corazón del tráfico algodonero. La ciudad crece a marchas forzadas. ¿Comprendes lo que significaría poseer una línea de ferrocarril  que llegara hasta la mencionada ciudad? Los plantadores ya no tendrían necesidad de servirse del tráfico fluvial, que lleva consigo toda clase de riesgos. Pondría punto final a todos estos problemas que hasta ahora parecían de tao difícil solución. En cierto modo significaría la muerte del tráfico fluvial. Creo que será su completa ruina. Pero, ¿y San José? 

Súbitamente, Carey apartó el plato que tena delante de él y se inclinó hacia delante. Sus pequeños ojos brillaban con extraña excitación. Raras veces le había visto Maury en aquel estado. 

-¡Dios mío, Maury! ¿Te das cuenta de todo lo que esto significaría para nosotros? Todo el algodón de la nación se concentraría .en nuestro puerto y la ciudad se extendería como reguero de pólvora encendida. En m corto espacio de tiempo sobrepasaríamos en mucho a la ciudad de Nueva Orleáns. 

Aquel fantástico proyecto -no cabía duda- era idea de Carey, prensó Maury. Aquel hombre medio inválido, sin hijos, que no se preocupaba de atesorar grandes riquezas como los demás hombres, vivía sólo para ver realizados sus sueños más fantásticos. Maury pensó que si no hubiera sido por aquellos proyectos que continuamente le estimulaban, el viejo Carey habría muerto ya hacía muchos años. A Carey se le había ocurrido esbozar el proyecto de aquel ferrocarril que cruzaba una extensa región de terrenos pantanosos, que ascendía hasta altos desfiladeros para bajar luego de nuevo a los verdes valles donde se cultivaba el algodón. De su mente había surgido la idea de aquel muelle que tanto nombre y beneficios había proporcionado a la ciudad de San José. Y había sido el mismo hombre quien había concebido la idea de unir las dos Floridas convirtiéndolas en un nuevo Estado. Carey proyectaba, instaba a los demás a que llevaran a cabo sus proyectos y entonces se retiraba. No era un hombre de negocios, era un artista que creaba para deleitarse luego en la realización de sus ideas. 

Y ahora le acababa de exponer a Maury su último proyecto, una idea tan fantástica que dejaba atrás todas las que había concebido hasta entonces. La nueva ramificación del ferrocarril no sólo afectaría a la ciudad de San José, sino a toda la costa del sur. 

-Pero, ¿quién lo subvencionará? 

-Clifford Saxon - dijo Carey-. Puede que en ciertos aspectos sea un perfecto idiota, pero no hay duda de que es un comerciante inteligente. Está dispuesto a invertir una gran cantidad de dinero en el proyecto y lo mismo puede decirse de Aarón, ese salmonete helado. A propósito, ¿tienes dinero invertido en el viejo ferrocarril? 

-Sí, poseo algunas acciones, pero jamás les concedí mucho valor. Jamás he cobrado un solo penique. 

-El ferrocarril no fue construido con la idea de lucro, sino que fue costeado por los armadores para que el algodón llegara al puerto. Pero en estos momentos Crom Davies está dispuesto a comprarte las acciones a buen precio. Aunque será mejor que no te desprendas de ellas. Dentro de poco valdrán mucho más dinero de lo que ahora ofrecen por las mismas. 

-¡Oh! Es una verdadera lástima ahora que sólo posea tan  pocas -comentó Maury y observó atentamente a Carey-. Dime, Rod, ¿verdad que detrás de todo esto se encierra mucho más de lo que me acabas de exponer? Necesitarán un millón, y quién sabe si mucho más, para poder construir el ferrocarril. Ni Saxon oi Davies pueden desembolsar ahora una cantidad tan grande. 

-Claro que no. De momento nos limitamos a comprar todas las acciones del ferrocarril viejo. Todo esto, claro está, en el mayor secreto. Luego emitiremos acciones nuevas. Cincuenta acciones nuevas por cada una de las viejas. El público invertirá su dinero, seguro del éxito del proyecto. Hay otros detalles, pero éstos no son de la incumbencia de Saxon. Será el público quien pagará la construcción del ferrocarril y no nosotros. El dinero que ahora estamos desembolsando volverá pronto a nuestros bolsillos con un interés muy crecido.  

-¡Dios de los cielos! El negocio lo trae consigo. 

-Si dispones de algún dinero, puedes invertirlo. Desde luego, a mi nombre, pues se trata de un asunto entre pocos. Sinceramente, a mí me disgustan todas estas operaciones financieras y si intervengo en todo esto es sólo para encontrar algo nuevo que me distraiga. La vida es más interesante si hay algo que nos estimula. ¿Cuánto estás dispuesto a invertir? 

-¿Te parecen bien unos cinco mil? 

-De acuerdo. 

-¿Cuándo quieres el dinero? 

-Ahora mismo. El asunto ya está en marcha. 

Maury firmó un cheque. Mientras estampaba su nombre, tuvo la  sensación de que estaba actuando de un modo insensato, pero se encogió de hombros y alargó el cheque a Carey. 

El viejo lo contempló con risita maliciosa. 

-Está bien, amigo mío -dijo-, y hablando de nuestro querido amigo el señor Bishop... 

-Me había olvidado de que Bisbop existiera. 

-No podemos olvidarle. Bisbop también está interesado en el negocio y guardo la esperanza de que ninguno de los dos morirá en el campo del honor. Lo necesitamos. Por el momento, nos ayuda mucho a despejar el camino a través de Georgia. Y, además, goza de la protección del Gobierno.