Capítulo 12

 

Kirrily estaba tan encantada con la sensación de estar en brazos de Ryan que cuando sintió la alfombra bajo sus pies no pudo evitar un gemido de decepción.

—Espera un segundo, cariño, ¿de acuerdo? —susurró Ryan.

—De acuerdo —su decepción desapareció en cuanto Ryan le dio un beso y le dirigió una sonrisa llena de promesas. Momentos después, pudo contemplar la habitación en penumbra, tenuemente iluminada por la luz que se filtraba del baño.

Ese mismo día, cuando Ryan le había enseñado la casa, había observado el dormitorio con una forzada falta de entusiasmo, pero en ese momento, encendida por el deseo y la perspectiva de hacer el amor con Ryan, lo contemplaba todo intentando grabar hasta el último detalle en su memoria. Observaba las ventanas, por las que a la mañana siguiente se filtraría el sol para iluminar sus cuerpos cansados, el espejo en el que, pese a la tenue luz, se reflejaban la excitación y la pasión de su mirada, la silla en la que Ryan había dejado desordenadamente sus ropas…

Sonrió. Ryan era escrupulosamente ordenado y el hecho de que al volver del restaurante estuviera tan nervioso que ni siquiera hubiera colgado su ropa, la llenaba de orgullo. Miró hacia la cama: por el estado en el que se encontraba, cualquiera habría dicho que se habían pasado la noche haciendo el amor en ella.

Riendo suavemente, comenzó a arreglarla.

—¿Qué te parece tan divertido? Kirrily volvió la cabeza, con intención de contestar, pero al ver que Ryan estaba dejando un par de preservativos encima de la mesilla, se quedó sin hablar.

—Tu cama parece haber sufrido los efectos de una orgía —dijo por fin. esperando parecer más tranquila de lo que realmente estaba. Se volvió hacia la cama para continuar estirando las sábanas, pero en cuanto Ryan la abrazó por la espalda, olvidó sus intenciones.

—Tú no tienes ni idea del aspecto que tiene una cama después de una orgía —bromeó.

Kirrily se quedó sin aliento cuando Ryan empezó a desabrocharle la bata.

—Eso es cierto —contestó con voz trémula—, pero tengo mucha imaginación.

—Yo también —musitó Ryan contra la curva de su cuello mientras deslizaba la bata por sus hombros—. Por eso está la cama hecha un caos. Dios mío, Kirrily, estás tan guapa, tan increíblemente guapa…

Le besó en el hombro con tal reverencia que Kirrily se quedó paralizada, pero en cuanto Ryan posó las manos en sus caderas para estrecharla contra él, dejando a la vez que la bata cayera hasta el suelo, reaccionó. Se abandonó en sus brazos, y Ryan la abrazó con fuerza, pero Kirrily quería estar más cerca. Necesitaba estar más cerca.

Quería acariciar hasta el último centímetro de su piel. Ansiaba sentir sus brazos alrededor de los músculos desnudos de su espalda, sentir el vello de su pecho contra sus senos, quería ver sus pezones irguiéndose a la par que los suyos. Deseaba deslizar la lengua por sus dientes perfectos y admirar su rostro transfigurado por el placer.

Sobrecogida por la intensidad de sus propios pensamientos, intentó volverse, pero Ryan se lo impidió.

—Uh, uh. Tranquilízate. Kirrily —le dijo con voz ronca.

—¿Que me tranquilice? —repitió ella, mientras Ryan enterraba el rostro en su cuello.

—No voy a dejar que te des la vuelta.

—Ryan…

—Vamos a hacerlo todo muy despacio: ésas son las reglas. Aunque me muera en el intento, voy a procurar hacer las cosas bien.

¡Ryan y sus estúpidas reglas!, pensó Kirrily, con todos los nervios en tensión mientras él cubría de besos sus hombros. ¡Ella era la única que iba a morir si continuaba aquella tortura!

—Inclínate hacia delante —le pidió Ryan y continuó aquel seductor asalto por su cuello, hasta que llegó un momento en el que Kirrily pensó que se iban a derretir todos sus huesos, uno por uno.

Convencida de que iba a desmayarse de un momento a otro, se aferró a sus piernas, que descubrió cubiertas por los vaqueros… pero éstos no impidieron que sintiera toda la fuerza de la excitación de su amante contra su espalda.

—Ry… an —gimió mientras él deslizaba la mano desde su muslo hasta la axila—. ¿No deberías…? —pero cuando Ryan posó la mano sobre su vientre ya no fue capaz de seguir hablando.

—¿No debería qué? —preguntó Ryan, maravillándose de poder articular palabra. Sin hacer otra cosa que abrazarla y acariciarla en las zonas más inocentes de su cuerpo, ya estaba ardiendo de deseo.

—¿No deberías… quitarte los vaqueros?

De los labios de Ryan escapó un gemido de angustia. Aquella pregunta había ido acompañada de un sutil movimiento con el que Kirrily rozó con el trasero el centro de su masculinidad. Decidido a mantener el control y a detener aquella estimulante sensación, Ryan cambió la posición de sus manos. Pero fue una pobre defensa…

Kirrily sintió los dedos de Ryan en el límite del vello que cubría parte de su vientre. Lo oyó tomar aire y lo envidió. A esas alturas ella ya ni se acordaba de lo que era respirar. Y como Ryan continuara desplegando su magia, iba a llegar un momento en el que empezara a hervirle, literalmente, la sangre.

—Por favor, Ryan… —le suplicó.

—¿Por favor qué? —le preguntó mientras continuaba acariciándole hacia arriba y hacia abajo, alargando aquella dulce tortura hasta que Kirrily estuvo prácticamente convencida de que tenía un escuadrón de mariposas revoloteando en su interior.

«Continúa bajando, continúa bajando», gritaba mentalmente, pero otra parte de sí misma la instaba a tener paciencia, le decía que, milímetro a milímetro, Ryan iría acercándose al rincón que ella deseaba.

—Tócame —le suplicó—. Por favor, Ryan… —volvió la cabeza hacia él y no pudo continuar hablando porque Ryan le cerró los labios con un beso.

Kirrily apenas había rozado su boca cuando Ryan sintió su corazón latiendo con la fuerza y el poder de lo que sentía por aquella mujer. Además de las incomparables sensaciones físicas, fluían en su interior todo tipo de emociones. Durante mucho tiempo había sospechado que Kirrily podría llevarlo hasta el límite de sus sentimientos, pero descubrir que él tenía el mismo efecto en ella, lo volvía loco.

Durante un largo y delicioso momento, permitió que su ego se viera reconfortado por el beso de Kirrily y deleitado por los gemidos de frustración que escapaban de su boca mientras se retorcía intentando satisfacer su anhelo.

Al descubrir que él mismo estaba temblando de pies a cabeza, cambió ligeramente de postura y le hizo apoyarse a Kirrily sobre su muslo derecho. Después, hundió la lengua en la húmeda caverna de su boca, mientras con los dedos descubría otra parte de su cuerpo igualmente húmeda.

Kirrily agradeció en silencio la fuerza con la que la agarraba porque de otra forma podría haber terminado en el suelo, pero la gratitud se transformó en ardiente pasión cuando Ryan empezó a acariciarla tal y como ella deseaba, excitándola como sólo él sabía hacerlo. Instintivamente, intentó acercarse a él, necesitaba su magia, necesitaba que continuara aquel rítmico movimiento.

Aquel ritmo lo invadía todo; era como una canción pagana, primitiva, que sonaba cada vez más fuerte, hasta alcanzar un volumen ensordecedor. Era un ritmo que la devoraba, consumía su cuerpo entero mientras Ryan, en roncos susurros, la instaba a sentir, a disfrutar.

Inspirada por sus consejos e incapaz de negarse aquel placer. Kirrily se dejó atrapar por ese ritmo, olvidándose de todo lo demás.

El estremecimiento con el que alcanzó el climax estuvo a punto de poner en peligro el precario equilibrio de Ryan. Apretando los dientes, la sostuvo contra él con una mano, mientras con la otra se desabrochaba desesperadamente los vaqueros.

—Gracias.

Aquella dulce palabra le hizo alzar la cabeza. La angelical sonrisa de Kirrily amenazaba con llevarlo al abismo, pero la necesidad de saborear de nuevo su boca, le hizo tentar a la suerte haciéndola volverse en sus brazos.

—Disfruto —susurró contra su boca— cuando tú disfrutas —y la tumbó delicadamente en la cama.

A pesar de su intención de mantener aquella sensual lentitud durante todo el tiempo posible, una sola caricia de la lengua de Kirrily bastó para llevarlo al punto de ebullición. Sus bocas se fundieron, y rodaron en la cama abrazados.

Sentir el cuerpo de Kirrily sobre su piel desnuda era como estar rodeado de seda ardiente. Seda viva, que temblaba bajo sus dedos. Y en el momento en el que Ryan descendió con la boca hasta sus senos, aquel cuerpo se incendió como si le hubieran inyectado un millón de voltios. Kirrily alzó sus piernas y lo hizo tumbarse contra el valle que se escondía entre sus muslos, mientras estrechaba la cabeza contra sus senos. Kirrily gemía mientras Ryan continuaba acariciando sus senos y su cuerpo con caricias tan excitantes como frustrantes. Estaba siendo demasiado amable, demasiado delicado.

Era tal la intensidad de lo que sentía por Ryan que se preguntaba si realmente iba a ser capaz de ocultarlo. Lo amaba con cada fibra de su ser, con cada átomo de su cuerpo. Nadie era capaz de conmoverla como lo hacía Ryan: lo que sentía por él era algo infinito, intangible…

—Kirrily, Kirrily, dime lo que quieres —alzó la cabeza y Kirrily advirtió en sus facciones el mismo deseo que se reflejaba en su voz—. Quiero amarte como nunca te han amado. Esta vez va a ser algo muy especial.

—Sólo te quiero a ti —le respondió Kirrily enmarcándole el rostro con las manos—. Sin ningún tipo de barreras —al verlo fruncir el ceño, lo besó—. No soy de porcelana. Ryan, no me voy a romper.

Terminó sus palabras con un beso que estuvo a punto de destrozar toda la capacidad de control de Ryan. Cuando consiguió separarse de aquellos labios ardientes, buscó a tientas en la mesilla y tomó uno de los preservativos.

—¡Déjame a mí! —antes de que pudiera darse cuenta, Kirrily le había arrebatado el condón.

Ryan se volvió y, apoyándose sobre un codo, la observó deleitándose en su increíble belleza. Con la mano libre, empezó a acariciarle entre los muslos, pero ella se apartó.

—¡Para! —le dijo con el ceño fruncido—, me estás distrayendo.

Ryan se encogió de hombros.

—Las distracciones están permitidas. Tú misma lo has dicho, «sin barreras», ¿no? Sólo por curiosidad, ¿sabes lo que estás haciendo?

Kirrily se echó la melena para atrás y le dirigió una sonrisa afectada.

—Pues sí, sé exactamente lo que estoy haciendo —fijó en Ryan su mirada y con una seductora sonrisa, rasgó la envoltura del preservativo con los dientes.

Ryan se lanzó sobre ella y la agarró de la muñeca con firmeza.

—Um, no estoy segura, pero creo que vas a tener que levantarte para que pueda ponértelo.

—¡Olvídalo!

Tomó el condón y comenzó a enfundarse el preservativo; saberse bajo la atenta mirada de Kirrily lo ponía nervioso y lo excitaba. Cuando, una vez terminada su tarea, alzó la cabeza, comprendió que Kirrily también había encontrado excitante mirarlo.

—Ya me imaginaba que se ponía así —dijo con un brillo travieso en los ojos—. Pero supongo que pensabas que lo iba a hacer mal, ¿no?

—Sí —gruñó Ryan, mientras la hacía tumbarse boca arriba—. Tan mal que podrías terminar apareciendo en la lista de las diez causas más comunes de eyaculación precoz.

Las carcajadas provocadas por aquel comentario se interrumpieron cuando Ryan le abrió suavemente las piernas. Inundado de emociones más fuertes que ningunas de las que había experimentado en su vida, comenzó a acariciarla. Sin apartar la mirada de su boca ligeramente entreabierta, fue descendiendo ligeramente, con intención de disfrutar de su dulzura, pero al bajar vio su alma reflejada en los ojos de Kirrily, y en ese instante supo que estaba perdido…

Al sentirlo dentro de ella, Kirrily comenzó a mover instintivamente las caderas, debatiéndose emocionada entre la risa y las lágrimas.

—No cierres los ojos —le pidió Ryan sin apartar de ellos su mirada.

—No lo haré —le prometió Kirrily, con los ojos inundados de lágrimas—. Oh, Ryan, es tan… Tan… —se aferró con fuerza a sus hombros.

—¿Tan qué? —susurró Ryan mientras le lamía el lóbulo de la oreja. Sumergida en aquel delicioso mar de deseo, amor y pasión. Kirrily intentaba encontrar las palabras adecuadas para describir lo que estaba sintiendo. Sacudió la cabeza, más perpleja que frustrada.

—Es… es…

—¿Cómo? —insistió Ryan, entrelazando los dedos con los suyos.

—Es —Kirrily estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener los ojos abiertos—. Oh, Ryan… Ry…

—Oh —gimió Ryan con todo su cuerpo en tensión—. ¡Eres tan maravillosa! Tan, tan… Oh, Dios mío, Kirrily, mírame. ¿Qué me estás haciendo?

Estallaron juntos en una explosión tan espectacular que Ryan continuaba estremeciéndose mucho tiempo después de haberse vaciado en ella. Durante un tiempo que no habría podido determinar, lo único que pudo hacer fue permanecer sobre ella, intentando recobrar el control sobre sí mismo. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba aplastándola e inmediatamente se tumbó boca arriba y la estrechó contra él.

Kirrily cerró los ojos e intentó sobrevivir con el poco aire que la pasión había dejado en sus pulmones. Ella ya había oído que los franceses llamaban al orgasmo «pequeña muerte», y acababa de comprender por qué, pensó con un estremecimiento.

—¿Tienes frío? —le preguntó Ryan.

—Creo que estoy temblando de la impresión —le dijo—, nunca habría pensado que podría ser algo tan poderoso… tan cósmico —apoyó la cabeza en su hombro—. Supongo que esa es la razón por la que se dice que algo es «mejor que el sexo», ¿no crees?

—Sí —contestó, dibujando lentamente los labios de Kirrily con un dedo—. Es posible.

—¿Sólo posible?

—Al contrario que tú. Kirrily, nunca me ha gustado tomar decisiones precipitadas y… —presionó el dedo contra su boca para silenciar su protesta—, basadas en tan pocas experiencias. Así que me niego a contestar.

—Ah —contestó ella con una sonrisa—, ¿y cuántas experiencias crees que necesitarías para llegar a una conclusión?

—Es difícil decirlo; algunos científicos tienen que pasarse años y años investigando.

El tono de Ryan podría parecer natural, pero su mirada era casi tan táctil como el dedo que deslizaba por su cuello.

—Dime Kirrily, ¿alguna vez has pensado en convertirte en ayudante de investigación?

Kirrily sacudió la cabeza, luchando contra le excitación que Ryan reavivaba en ella mientras acariciaba el valle de sus senos.

—La ciencia nunca ha sido mi fuerte. ¿Tú crees que es interesante?

—Desde luego —contestó Ryan mirándola a los ojos—. Mucho mejor que el sexo.

Kirrily soltó una carcajada.

—En ese caso, profesor, soy toda tuya.