Capítulo 10
El recuerdo de su propia casa, convertida en cenizas por las llamas, todavía estaba fresco en su memoria, de modo que cuando metió la llave en la cerradura, no pudo evitar que la tristeza inundara su corazón; pero eso no le impedía experimentar cierta emoción ante la perspectiva de explorar una casa diseñada y construida por el hombre al que amaba.
Su condición de hija de un proveedor, como era ella, supo apreciar el excelente trabajo de carpintería de la puerta, que se abría con el mínimo esfuerzo. Y tampoco pudo dejar de admirar el trabajo de artesanía de la entrada.
El suelo era un mosaico de intrincado diseño, con losetas de color crema, verdes y castaño rojizo, un complemento ideal para el maderaje de las paredes. Kirrily calculó que debía medir unos cinco metros de ancho y más de diez de largo. Al final había unas dobles puertas idénticas a las que tenía a derecha e izquierda, y un poco más allá se divisaban otras dos, éstas más pequeñas y una frente a otra. Todas estaban preciosamente talladas y cerradas, avivando así la curiosidad de la joven.
—Ahora ya sé como se sienten los participantes en los concursos de televisión —musitó, y Ryan soltó una carcajada tras ella.
Kirrily se volvió, pero antes de que tuviera posibilidad de decir nada, un aullido agudo quebró el aire. Ryan dejó las maletas en el suelo y corrió hacia una de las puertas. Pocos segundos después, el silencio fue reinstaurado, pero Kirrily tenía los nervios de punta. —Lo siento, se me había olvidado que la última vez que estuve aquí dejé conectada la alarma —la explicación de Ryan no consiguió tranquilizarla, sobre todo porque había más diversión que sinceridad en su mirada—. Pero tienes que admitir que es una alarma muy disuasoria.
Kirrily estaba deseando estrangularlo: pero en vez de eso, miró alrededor del vestíbulo, en el que no había ningún tipo de mueble.
—Puesto que la alarma funciona, asumo que la completa ausencia de muebles se debe a un ejemplo extremo de decoración minimalista.
—Qué va, es el resultado de un tipo que no tiene tiempo para comprar muebles.
—¿Y por qué no contratas a un decorador?
—Porque quiero que lo haga alguien que me pregunte de vez en cuando mi opinión, no alguien que piense que ya sabe todo lo que yo quiero.
—¿Y qué es lo que quieres?
Ryan frunció el ceño pensativo antes de contestar.
—Un estilo que vaya tanto con la casa como conmigo.
—Una especie de estilo de finales del diecinueve, arrogante e imponente, ¿no? —ignorando su mirada burlona, dio una vuelta por el vestíbulo—. Pues bien, si yo tuviera que decorar esta habitación, me dedicaría a recorrer todas las tiendas de antigüedades para buscar un aparador —comentó—. Tiene que ser algo que tenga la personalidad y las cicatrices dejadas por el tiempo. Y también colgaría docenas de fotos antiguas de los ancestros de la familia.
—No tengo ninguna.
—Pero tampoco hace falta que sean tus antepasados —repuso ella—, pueden valer los de cualquiera.
Ryan permanecía en silencio mientras Kirrily vagaba por la habitación.
—Quizá pondría también un espejo —musitó para sí—. Se podría poner algo así como una fuente…
—¿Una fuente? —jadeó Ryan. Sólo Kirrily podría desear poner una fuente con un cupido desnudo chorreando agua en medio de…
—¡No seas ridículo! —le dijo, como si le estuviera leyendo el pensamiento—. He dicho algo parecido a una fuente, para cerrar un poco este espacio. ¿No tienes la sensación de que estás en medio de un aparcamiento vacío? Podría ser una urna antigua, no sé, pero algo discreto, nada chillón.
—Vuelves a sorprenderme, Kirrily. Pensaba que tendrías unos gustos algo más…
—¿Excesivamente teatrales? —terminó por él.
Ryan se encogió de hombros.
—Como ya te he dicho, eres una caja llena de sorpresas —el problema era, pensó, que aunque había algunas sorpresas a las que podría enfrentarse de forma racional, había otras, como la de la noche anterior, que nunca podría asumir con tanta tranquilidad.
Kirrily no era capaz de apartar los ojos de la penetrante mirada de Ryan. Al principio, se dijo que la razón era que no tenía otro lugar al que mirar estando en medio de una habitación vacía, y envueltos en el sobrecogedor silencio del campo. Pero inmediatamente se recordó que había sentido lo mismo en una habitación elegantemente amueblada de un hotel de Melbourne.
No… no era exactamente lo mismo. Los sentimientos que despertaba aquella mirada en ella eran ligeramente diferentes, más sutiles. La noche anterior su cuerpo se estremecía tan locamente que tenía la sensación de que iba a explotar si Ryan no satisfacía su deseo, mientras que en ese momento, los latidos de su corazón habían llegado a ser tan lentos que temía que pudiera dejarle de funcionar. Porque no era sólo pasión lo que veía en sus ojos, sino algo más… un sentimiento que ni siquiera se atrevía a nombrar.
—Vamos —dijo Ryan bruscamente, rompiendo la atmósfera tan extraña que se había creado entre ellos—. Vamos a hacer un recorrido por toda la casa. Me has dejado tan impresionado con tu consejo que estoy deseando que me digas qué otras cosas necesita la casa.
Su tono puso a Kirrily a la defensiva.
—Olvídalo —repuso con voz tersa—. No necesito que me acompañes si vas a seguir mostrándote tan condescendiente. Me cuesta creer que puedas aprobar ninguna de mis sugerencias. Y lo que es más, nunca he pretendido ser una experta en diseño de interiores; mis sugerencias son puramente intuitivas.
El problema era, reflexionó Ryan, que últimamente todo lo que tenía que ver con Kirrily le parecía sugerente. Sobre todo aquello que tenía que ver con sus instintos…
—Mira, Ryan, estoy cansada. Dime dónde está el baño, dónde tengo que dejar mis cosas y me iré a acostar.
—¿A las cuatro de la tarde?
—Ha sido un día muy largo, estoy cansada.
—Entonces haremos un café.
—No me apetece tomar café.
—Me extraña. Kirrily, los dos sabemos que eres una adicta al café.
—Sólo quiero ir al baño. Ryan —lo que al principio sólo era una excusa para alejarse de él, había llegado a convertirse en realidad.
Ryan sacudió la cabeza con pesar.
—No es de buena educación llegar a una casa y meterse directamente en el baño.
—Tampoco es de buena educación orinar en el suelo.
Ryan se colocó entre Kirrily y la puerta que había abierto antes para desconectar la alarma.
—Ryan, no estoy bromeando. Necesito ir, en serio.
—¿A dónde?
—Al baño, maldita sea.
—¿A cuál? Puedes elegir entre tres, mejor dicho, entre cuatro si contamos el del dormitorio principal.
—¡Quiero ir al que esté más cerca, grandísimo idiota!
—¿Qué te parece si hacemos un trato, Kirrily? Te diré dónde puedes encontrar un baño si me prometes decirme lo que crees que hace falta en cada una de las habitaciones.
—Ya lo buscaré yo —musitó Kirrily pasando por delante de él y mirándolo de reojo mientras abría una de las puertas—. Lo único que tengo que hacer es abrir unas cuantas puertas.
—Eso es cierto, pero la cuestión es, ¿tienes el tiempo de hacerlo?
Eso esperaba, pensó Kirrily, justo en el momento en el que estaba a punto de meterse en un enorme armario. Al oír la carcajada de Ryan soltó un juramento. Furiosa, se volvió hacia el sonriente Ryan.
—Lo siento, señorita —dijo él, imitando al presentador de un concurso de televisión—, pero ésa no es la puerta de la suerte. Sin embargo, tendrá un premio de consolación por ser tan guapa —inclinó la cabeza y le dio un rápido, pero más que efectivo beso.
Kirrily se quedó tan estupefacta que ni siquiera protestó cuando Ryan la agarró del brazo y la condujo hacia la puerta que había al final del vestíbulo.
—Allí está —señaló una puerta que había a la izquierda—. Allí está el baño. Y por allí está la cocina. Si no apareces dentro de cinco minutos, vendré a buscarte.
—No tengo leche; ¿te importa tomarlo solo? —le preguntó Ryan cuando Kirrily se reunió con él en la cocina.
A Kirrily le sacaba de quicio que Ryan pudiera mostrarse como el hombre más insufrible del mundo en un minuto y ser la persona más amable de la tierra al siguiente. Pero lo más frustrante era la facilidad con la que conseguía alterar sus propios sentimientos. Suspiró.
—Lo tomaré solo, no me importa.
—¿Estás segura? Lo dices como si fuera un sacrificio.
—Teniendo en cuenta la forma en la que haces el café, puedo asegurarte que es un sacrificio. Ryan le dirigió una mirada de indignación tan falsa que Kirrily tuvo que desviar la suya y dedicarse a observar la cocina para no estallar.
Era preciosa y a la vez muy funcional. Espaciosa, luminosa y con todo tipo de electrodomésticos. Y a pesar de que todavía le faltaban las cortinas y algún que otro adorno que pudiera darle un toque más personal, era también muy acogedora.
—Es bonita —dándose cuenta de que estaba siendo un poco mezquina, añadió—, realmente bonita. ¿Pero por qué has mantenido en secreto la existencia de esta casa?
—No lo he mantenido en secreto.
—¿Entonces por qué yo no sabía nada de ella?
—¿Estás enfadada por que no te he dicho que me estaba construyendo una casa?
—Enfadada no, pero me resulta curioso —aunque en secreto, tenía que confesarse que sí le producía cierta decepción—. Me extraña que nadie me haya comentado nada.
—Supongo que todo el mundo pensaba que no te interesaba.
—Para mi madre eso nunca ha sido un obstáculo; normalmente se comporta como si tuviera la obligación de mantenerme informada de todos tus movimientos —respondió secamente—. Lo más lógico habría sido que me soltara un discurso entusiasta sobre lo inteligente que eres y la casa tan maravillosa que te has construido.
—Nadie ha visto la casa terminada, supongo que eso explica que no te hayan dicho nada. Y supongo que no ha alabado mi brillante inteligencia porque se imagina que ya lo sabes.
—¡Por favor! Tu ego está empezando a alcanzar unas cotas increíbles, Ryan Talbot.
Jamás le había parecido a Ryan tan agradable el sonido de las risas y las bromas de Kirrily como en aquella habitación. Hasta ese momento, pensaba que el ambiente solitario de la casa se debía a la falta de muebles; durante el trayecto hasta allí, había pensado incluso que el sabor tradicional de la casa chocaría con el carácter vivaz y despreocupado de Kirrily. Pero estaba equivocado. La presencia de Kirrily daba un ambiente que nunca podrían proporcionarle los muebles.
La siguió con la mirada mientras estudiaba el diseño de la cocina. Después de abrir un par de armarios. Kirrily hizo lo mismo con el refrigerador.
—Eh, Ryan —le dijo—, no estoy segura de que me guste esta dieta consistente en la ausencia total de comida por la que pareces inclinarte.
—Ya compraré algo cuando salgamos a cenar. Normalmente, sólo compro lo que voy a necesitar mientras esté en la casa.
—¿Vienes mucho por aquí?
—Cuando puedo. Normalmente, cada tres fines de semana, más o menos.
—¿Habías pensado en traerme aquí cuando estábamos en Sidney, o mi presencia en esta casa sólo es el resultado de los acontecimientos?
Ryan sabía que no le habría hablado de la casa a no ser que ella hubiera hecho alguna referencia, y también que no la habría llevado allí aunque se lo hubiera pedido. Empezaba a sospechar que inconscientemente ya sabía el impacto que tendría Kirrily en aquella casa y. consecuentemente, en él.
—No había pensado en traerte aquí hasta que estábamos volviendo hacia Sidney. ¿Por qué lo preguntas?
—No, por nada.
A Ryan le pareció advertir cierto dolor en su mirada, pero Kirrily se volvió antes de que pudiera estar seguro.
—¿Que hay allí?
—El cuarto de la lavadora.
—¿Puedo mirar?
—No.
—¿Por qué no? Antes me has dicho que íbamos a hacer un recorrido por toda la casa.
—Y tú has protestado porque estabas demasiado cansada. Hace unos minutos lo único que querías era irte a la cama.
—Supongo que el café me ha ayudado a recuperarme.
—Admirable, teniendo en cuenta que ni siquiera lo has probado —tomó la taza que la joven había dejado en la mesa y se la pasó.
—Eh… gracias —consiguió decir a pesar del temblor que la dominó cuando Ryan rozó su mano. Se llevó la taza a los labios con la esperanza de que la cafeína la ayudara a dominar la reacción provocada por su cercanía. Bebió un sorbo de café, pero estuvo a punto de atragantarse ante la intensidad de la mirada de Ryan. Éste la miró preocupado y la agarró de la muñeca para evitar que las cosas empeoraran si tomaba un segundo sorbo.
—Estoy bien —mintió Kirrily, con el corazón latiéndole como si quisiera salírsele del pecho.
Ryan frunció el ceño y recorrió su rostro con mirada especulativa. Incapaz de desviar los ojos. Kirrily se apartó un mechón de pelo de la cara, no porque lo necesitara, sino porque quería convencerse de que su parálisis era sólo mental.
—Entonces —dijo Ryan con expresión tensa, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para dominarse—, ¿ahora prefieres que demos una vuelta por la casa en vez de irte a la cama?
Kirrily tuvo que morderse la lengua para contener la descarada respuesta que amenazaba con salir de sus labios y se limitó a asentir. Ryan apretó los labios y se dirigió hacia el otro extremo de la cocina con evidente enfado.
—Es una pena —musitó de malhumor.
Kirrily estaba a punto de decirle lo que podía hacer con su mal genio cuando Ryan empujó una puerta y, mirándola con exagerada paciencia, le indicó que lo siguiera.
—Llévate el café —le dijo con una repentina y sorprendente sonrisa.
Kirrily se dijo a sí misma que era la curiosidad, y no aquella radiante sonrisa, la que la llevaba a obedecerlo.