Capítulo 4

Transcurrió menos de una décima de segundo entre el momento en el que Kirrily comprendió que iba a besarla y el instante en el que sintió sus labios sobre los suyos. En ese minúsculo lapso de tiempo, se dijo también que aquel gesto estaría condimentado con el sabor del enfado de Ryan, pero se equivocó.

A pesar de que la sorpresa la había llevado a entreabrir ligeramente los labios. Ryan no tuvo ninguna prisa por invadir el interior de su boca. En vez de eso, deslizó los labios sobre los suyos, cubriéndolos de unos besos tan delicados que le hacían pensar en todo momento que iban a ser los últimos.

Casi irremediablemente, la joven le rodeó el cuello con los brazos para evitar una posible retirada. No tenía intención de dejar que un beso con el que había estado soñando durante ocho años durara sólo ocho segundos. Así que, espoleada por la excitación y el conocimiento de que con Ryan necesitaba emplearse a fondo. Kirrily respondió con todo su ser.

Y las buenas intenciones de Ryan se esfumaron en cuanto la joven se estrechó contra él y mordisqueó suavemente su labio inferior. En algunos momentos de debilidad, había fantaseado imaginándose lo que sería sentir la lengua rosada de Kirrily en su boca, pero jamás había imaginado que se sentiría como si su sistema nervioso hubiera estado paralizado durante los últimos dieciséis años. Se sentía como si Kirrily hubiera encontrado el interruptor para sus emociones y a él le fuera imposible recuperar el control. Y el momento de impacto total llegó en el momento en el que sus lenguas se rozaron.

Las piernas iban a doblársele de un momento a otro. Kirrily lo sabía con la misma seguridad con la que sabía que Ryan Talbot estaba causando estragos en cada uno de sus órganos vitales. ¡Y eso que sólo estaba besándola! A Kirrily la habían besado cientos de veces, tanto personal como profesionalmente, pero nada la había preparado para lo que estaba experimentando en ese momento. Ryan estaba volviéndola loca con sólo su lengua, estaba despertando el deseo en todos los rincones de su cuerpo sin mover siquiera las manos de sus hombros. Era como estar siendo sometida a una especie de tortura celestial.

Kirrily quería que la tocara, que acariciar su piel, sus senos, sus pezones. Su cerebro reproducía la imagen de sus dedos en diferentes partes de su cuerpo y al final, como si se hubiera producido el milagro de la telepatía, Ryan apartó las manos de sus hombros y Kirrily ardió de deseo, anticipando ya cuál iba a ser su próximo destino.

Cuando Ryan abandonó también su boca, gimió a modo de protesta e, instintivamente, lo abrazó con más fuerza. La confusión y el placer le impedían darse cuenta de que Ryan ya no quería abrazarla, de que, en realidad, la estaba empujando.

—Apártate. Kirrily.

No fue el tono autoritario en el que fueron pronunciadas aquellas palabras el que aseguró la inmediata obediencia de Kirrily, sino la mirada de disgusto de Ryan.

—Supongo que a ti este tipo de prácticas te vienen muy bien, Kirrily, pero yo no tengo intención de entrenar a aprendices. Me gusta que las mujeres con las que salgo sean capaces de recordar dónde estaban cuando murió Elvis.

A Kirrily se le ocurrieron miles de respuestas adecuadas, pero no fue capaz de dar voz a ninguna de ellas. Le entraban ganas de empezar a darle puñetazos hasta que le sangraran las manos. Quería sacudirlo con la fuerza de cien ciclones y, más que cualquier otra cosa, quería sentir lo que era hacer el amor con él, tenerlo tan dentro de ella que no fuera capaz de sentir nada más.

—Tú has empezado. Ryan, así que ahora no me eches la culpa a mí. Y, además, creo que no te vendría mal empezar un cursillo de aprendizaje —le encantó advertir el asombro de Ryan—. Al fin y al cabo, teniendo en cuenta que el promedio de mujeres con las que te acuestas es de seis coma cinco por semana, supongo que ya estarás harto de mujeres con edad suficiente para recordar lo que estaban haciendo en agosto de mil novecientos setenta y siete.

—Cuando te dije lo de los preservativos estaba bromeando, y lo sabes.

—Ah, ¿así que tú tienes derecho a hacer bromas sobre sexo y yo no? Pues bien, Ryan Talbot, quédate con tus estúpidos dobles raseros y déjame en paz.

El sonido del coche de Jayne le indicó a Ryan que Kirrily estaba llegando a casa. Y, por cierto, una hora más tarde de lo que debería haberlo hecho.

Maldiciéndose entre dientes, levantó una vez más por encima de su cabeza el peso del aparato de musculación y al cabo de unos segundos lo volvió a bajar hasta su pecho. Se había comportado como un idiota, y no sólo al besarla, sino también por el modo en el que había conducido después los acontecimientos. Pero lo que le hacía sentirse peor era que en realidad, sólo estaba sinceramente arrepentido de cómo se había comportado después del beso, no del beso en sí mismo. De hecho, se había pasado todo el día replanteándose la escena mentalmente y especulando con las posibilidades de lo que podría haber pasado si no hubiera terminado allí.

—Bonito trabajo, Talbot —murmuró mientras elevaba de nuevo el peso—. No sólo no aprendes de tus errores, sino que encima les añades detalles.

¡Clang!

Cuando el peso cayó en su lugar. Ryan dejó caer los brazos a ambos lados del banco en el que estaba tumbado. Estaba físicamente agotado, y aun así, todavía no se sentía capaz de estar en la misma habitación que Kirrily sin rodearla con sus brazos con la única intención de seducirla.

Cuando se había dado cuenta de que Kirrily iba a ir a la oficina, había decidido quedarse a trabajar en casa para poder concentrarse en el proyecto que estaba trabajando y presentarle una cifra definitiva al constructor. Habría sido un buen plan, pero para ello su mente tenía que haber sido capaz de pensar en algo más que en Kirrily. Al cabo de dos horas de infructuosa pelea con la calculadora, había salido a correr con la intención de sacarse de la cabeza tanto la imagen de Kirrily como el sentimiento de culpabilidad. Pero la carrera podría haberse convertido en un maratón antes de que hubiera alcanzado sus propósitos, así que se había decidido recurrir a las pesas.

Suspiró. Sabía que le debía una disculpa. Qué demonios, debería servirle su cabeza en una bandeja.

—Vamos Talbot —gruñó mientras se levantaba—. Ya es hora de enfrentarte a lo inevitable.

Kirrily entró en la casa y se dirigió directamente a la cocina. Después de haberse saltado el desayuno, haber estado trabajando a la hora del almuerzo y haber permanecido toda la tarde concentrada en las facturas, necesitaba una buena dosis de comida y de cafeína.

Dormir era otro de los lujos a los que habría dado la bienvenida con los brazos abiertos, y tampoco habría recibido con disgusto la noticia de que no iba a tener que volver a ver a Ryan durante el resto de su vida. Lamentablemente, estaban en la misma casa, y ésa era una de las razones por las que después de comer algo iba a salir de casa, en vez de meterse directamente en la cama. No pensaba pasar en presencia de Ryan ni un segundo más de lo imprescindible.

En teoría, ese era el plan. Pero la realidad se impuso: Ryan estaba en la cocina.

Lo primero que pensó la joven fue que los asesinos volvían siempre al lugar del crimen. Lo segundo, que era evidente que Ryan había estado haciendo ejercicio y que el sudor que hacía brillar sus músculos y pegaba la camiseta a su cuerpo como una segunda piel incrementaba todavía más su atractivo. Pero, recordándose su decisión de limitarse a recibir una experiencia humillante por día, se volvió para irse.

—Kirrily, espera.

—No tengo tiempo, yo…

—Pues intenta tenerlo, por favor. No tardaré mucho.

Kirrily adoptó una expresión de profundo aburrimiento y se volvió lentamente.

—Kirrily, siento todo lo que ha pasado esta mañana. Me he comportado como un verdadero estúpido. En primer lugar, no debería haberte besado y… bueno, sinceramente, he sido un auténtico canalla al decirte después lo que te he dicho.

—Mira, Ryan, no hace falta que te flageles por lo que ha pasado. Ha ocurrido y ya está; dejémoslo así.

—Sí, pero ése es precisamente el problema, que no debería haber pasado. No debería haber ocurrido en absoluto.

—Ryan —le dijo—, no es la primera vez que me besan.

—Lo sé —repuso él—, como tú misma me recordaste la otra noche, fui yo el que te salvó de los avances amorosos del señor Nichols.

—Si esperas que te dé las gracias, ya puedes ir olvidándote. Creo que aquél fue el momento más embarazoso de mi vida —lo miró con los ojos entrecerrados—. No sólo le partiste el labio a Rick, dejándole una cicatriz para el resto de su vida, si no que durante dos años no hubo ningún tipo que se atreviera a hablarme, y mucho menos a hacerme una insinuación amorosa.

Ryan esbozó una sonrisa.

—¿De verdad? Bueno, siempre puedes agradecer que fuera yo y no tu padre el que estaba vigilándote en aquella fiesta —en la mirada que Kirrily le dirigió, el último sentimiento que se reflejaba era la gratitud. Ryan se maldijo en silencio. Lo último que quería era empezar otra discusión con ella—. Mira —le dijo, decidido a cambiar de tema—. ¿Qué te parece que encargue comida china para cenar y…

—Gracias, pero voy a cenar fuera.

—¿Otra vez? ¿Y con quién? Bueno, lo que quiero decir es que pensaba que hoy querías acostarte pronto.

—Lo que quiero es disfrutar de la deliciosa comida francesa a la que Trevor me va a invitar.

—¿Vas a salir con Trevor Nichols? ¿Es que te has vuelto loca?

—Sí, voy a salir con Trevor y no, no me he vuelto loca. Sucede que me parece un hombre agradable.

—¿Y ese hombre tan agradable ya te ha comentado que está casado y tiene dos hijos?

—Está divorciado, y tiene tres.

—¡Pero tiene tantos años como yo!

—En realidad es mayor que tú. Cumple cuarenta años el mes que viene.

—Kirrily, ese hombre es demasiado mayor para ti.

—Por el amor de Dios, voy a cenar con él, Ryan, no a casarme con él.

—¿Y qué pensáis hacer después de cenar?

—No lo sé. Supongo que iremos a ver una película o algo parecido.

—¿Estás tonta? —le preguntó Ryan mirándola como si hubiera perdido el juicio—. Es muy probable que Trevor tenga intenciones con las que Rick ni siquiera se habría atrevido a soñar.

—¿Y?

—Lo que tienes que hacer es llamarlo y cancelar la cita.

La furia corría por las venas de Kirrily a tal velocidad que decidió guardar silencio hasta tener la seguridad de que no iba a traicionarle la voz.

—¡No pienso hacerlo! —exclamó—. No voy a quedarme en casa un viernes por la noche sólo porque tú lo digas, ya soy…

—Mira, si eso te hace sentirte mejor, saldremos juntos a cenar.

Lo hacía parecer como si para él fuera un gran sacrificio.

—Gracias, pero no. Como ya te he dicho, he quedado con Trev.

—Y yo ya te he explicado que Trevor es un hombre de mi edad y tiene las hormonas como las de un viejo verde —le espetó Ryan—, ¿es que eso no te dice nada?

—Claro que sí —contestó Kirrily con una enorme sonrisa—, me dice que en el momento en el que empiece a preguntarme que dónde estaba yo cuando murió el rey de la pista, debo de empezar a prepararme.

Durante las siguientes horas Ryan estuvo de tan mal humor que evitó incluso cruzarse con Kirrily. La idea de que Trevor fuera a salir con ella le revolvía las tripas.

No era que no le gustara. En general, podría decirse que era un hombre decente, pero Ryan sabía cómo funcionaba su mente en cuanto estaba delante de una mujer atractiva. De modo que, en cuanto sonó el timbre de la puerta, se levantó de un salto y corrió hacia ella.

—Ya abro yo, Kirrily —gritó.

—¿Qué tal, Ryan? —lo saludó Trevor, aparentemente inmune a la durísima mirada de Ryan—. ¿Cómo van los negocios?

—Extraordinariamente —replicó Ryan haciéndole un gesto para que entrara—. La cuenta que has pagado hoy nos ha salvado la vida. Trevor soltó una carcajada.

—Ya me conoces, me gusta rematar bien las cosas.

Hasta que comprendió que la respuesta de Trevor no escondía segundas intenciones. Ryan estuvo a punto de soltarle un puñetazo.

—Kirri me ha comentado que Jayne está en Europa —comentó Trevor.

Ryan estuvo a punto de vomitar. ¿Kirri? Kirri y Trev. Era repugnante.

—Conociendo a Kirrily, estoy seguro de que todavía tardará años. ¿Te apetece tomar una copa?

—Te equivocas. Ryan.

Ambos hombres se volvieron al oír la voz de la joven y la observaron en completo silencio mientras ella entraba cubierta por una capa de lana negra.

—Hola. Trev —saludó, dirigiéndole a su acompañante una radiante sonrisa—. Como puedes comprobar, a pesar de la mala prensa, ya estoy lista, pero si te apetece, tómate una copa.

No fue ninguna sorpresa para Ryan que Nichols declinara la invitación. Era tan evidente su ansiedad por encontrarse a solas con Kirrily que Ryan estaba convencido de que hubiera rechazado la invitación aunque le hubiera ofrecido a la par un millón de dólares. Y la verdad era que no podía culparlo por ello. Kirrily parecía una auténtica princesa. Se había pintado los ojos de tal forma que su mirada inocente se había transformado en pura seducción y se había pintado los labios con una pintura que los hacía parecer deliciosamente húmedos.

—Trev —le preguntó Kirrily—, ¿tu coche tiene calefacción?

—Eh… bueno, sí, si tiene.

—Maravilloso, eso significa que no tengo que llevarme el abrigo.

Y mientras hablaba, fue quitándose la capa descubriendo al final el vestido más corto y ajustado que Ryan había visto en su vida.

Mientras Ryan permanecía en silencio, intentando recomponer sus sentimientos, Kirrily le dirigió una radiante sonrisa a Nichols.

—No tardaré ni un segundo. Voy a dejar esto en su sitio.

Trevor, que también había perdido ante aquella visión la capacidad para articular palabra, se limitó a asentir mientras la joven salía corriendo de la sala.

Ryan se debatía entre las ganas de salir corriendo detrás de ella y exigirle que se cambiara de ropa y la necesidad de dejarle claras unas cuantas cosas a Trevor.

—Escucha, Nichols —empezó a decir mientras se acercaba a él—. Como se te ocurra pensar si quiera en ponerle una mano encima, te juro por Dios que lo que le hice a tu hermano será como una caricia comparado con lo que te haré a ti. ¿Lo has entendido? Sales con ella, la invitas a cenar y vuelves inmediatamente a casa. Y fin de la historia.

—Kirri quería algo más.

—Entonces asegúrate de que no lo tenga.

La mirada de admiración de Trevor fue todo lo que Ryan necesitó para saber que Kirrily había vuelto a aparecer. Se echó a un lado, se obligó a esbozar algo que dudaba pudiera pasar por una sonrisa y murmuró con una total falta de sinceridad que esperaba que disfrutaran de la cena.

—Estoy segura de que lo haremos —contestó Kirrily, agarrando a Nichols del brazo.

—¿Qué problema hay entre Ryan y tú? —le preguntó Trevor a Kirrily en cuanto puso el coche en marcha.

—Sólo un caso crónico de sobreprotección. Él todavía cree que soy una niña y me trata como si fuera una hermana caprichosa.

—Y a ti no te gusta.

—Pues no. Me trata así desde que murió mi hermano, no le entra en la cabeza que ya soy una mujer.

Trevor la miró de soslayo. —Supongo que te das cuenta de que lo hace porque te quiere.

—Sí, eso ya lo sé. Pero también quiere a Jayne y no intenta dirigir su vida como dirige la mía.

—Lo que quiero decir es que está enamorado de ti.

Por primera vez desde que se había reunido con él, Kirrily le prestó a Trevor una atención absoluta.

—Si de verdad crees lo que estás diciendo es que estás completamente loco.

—Quizá —le dijo—, pero no soy ningún estúpido, Kirri —se volvió y le dirigió una sonrisa cargada de ironía—. A partir de ahora, cuando le pidas a un chico que salga contigo para hacer de cebo, procura advertirle que estás intentando pescar una piraña.