Capítulo 9
Ryan suspiró aliviado cuando por fin llegaron al aeropuerto de Mascot, a la una en punto del domingo, y no sólo porque en Sidney Kirrily estaría a una distancia prudente de su perseguidor, sino porque encontró el Jaguar exactamente donde lo había dejado.
Después de la avalancha de consejos de la policía y las compañías de seguro, dejar el coche toda una noche en un aparcamiento público era una abierta invitación a posibles ladrones.
Si su suerte continuaba, no tendría ningún problema en convencer a Kirrily de la idea que se le había ocurrido durante el vuelo a Sidney.
Desconectó la alarma del coche y abrió la puerta para que entrara Kirrily.
—Me gustaría hacer un pequeño desvío antes de ir a casa —dijo con naturalidad.
—De acuerdo, ¿pero te importaría sacar mi teléfono móvil antes de guardar la maleta? Quiero hacer algunas llamadas.
Ryan obedeció sin hacer ningún comentario y en el momento en el que se puso al volante, encontró a Kirrily marcando un número de teléfono.
Ryan consideraba los teléfonos móviles como una intrusión de la que, si no hubiera sido por asuntos de trabajo, habría prescindido encantado. Sin embargo para Kirrily parecía ser algo tan fundamental en su vida como la comida. Pero como Ryan no estaba seguro de cuánto tiempo iba tardar la joven en dejar de tragarse el cuento del «pequeño desvío», esperaba que al menos el teléfono la distrajera y no se le ocurriera pensar que tirarse del coche era la mejor opción que tenía.
Aunque había conseguido convencerla para que volviera a Sidney con un mínimo debate, no esperaba obtener una segunda victoria sobre su cabezonería, y mucho menos en un día. Le habría gustado creer que Kirrily tenía sentido común suficiente como para alegrarse de que él siguiera controlando la situación, pero como mucho sabía que sólo podría contar con su resignación.
La bilis le subió a la garganta al pensar en la gravedad de la situación. Desvió la mirada hacia la mujer que iba sentada a su lado. Quisiera ella o no, iba a hacer todo lo que fuera necesario para protegerla.
Una hora después, Kirrily continuaba hablando por teléfono con su agente, aparentemente ajena al lugar en el que se encontraban. Pero Ryan la había visto fruncir el ceño en un par de ocasiones al leer algunas de las señales que indicaban la carretera en la que se encontraban. Lo que no entendía era por qué todavía no le había hecho ninguna pregunta insidiosa sobre el supuesto desvío.
Al contrario, entre llamada y llamada le dirigía benignas sonrisas y lo trataba con una educación tan exquisita que podrían haber pasado por dos desconocidos. A Ryan no le gustaba nada aquello.
Aun así, continuó evitando dar ninguna explicación, decidido a distraer la atención de su hermosa, pero enigmática pasajera. Al principio funcionó, pero cuando llegó un momento en el que la melodiosa risa de Kirrily en respuesta a algún comentario de su agente, comenzó a irritarlo hasta tal punto que le entraron ganas de quitarle el teléfono. Consciente, sin embargo, de que habría sido una venganza propia de un hombre inmaduro, se aferró al volante con tanta fuerza que a punto estuvo de que se le cortara la circulación de los dedos.
No era normal estar tan cerca de Kirrily y no ser él el que estuviera charlando con ella. Caramba, casi preferiría que discutiera con él antes de ser ignorado de aquella forma tan descarada. Quizá, razonó, evitar hablar con él fuera su forma de enfrentarse a lo que había sucedido la noche anterior. Si así era, esperaba que por lo menos a ella le estuviera funcionando porque, lo que era a él, no lo estaba ayudando en absoluto. Dios, no había sido más consciente de la cercanía de una mujer en todos los años de su vida.
En el momento en el que Kirrily terminó de hablar, Ryan tenía los nervios destrozados.
—¿Qué era lo que tenía que decirte tu agente? ¿Te ha llegado alguna oferta de Hollywood?
—Ojalá. Lo único que tenía era una aparición en una comedia en la que tenía que salir con una peluca roja y decir un par de líneas. Pero lo he rechazado.
—¿Por qué?
—No creo que fuera el papel más adecuado para resucitar mi carrera.
Permanecieron en completo silencio durante algunos; kilómetros, hasta que apareció una nueva señal. Kirrily volvió a mirarla sin hacer ningún comentario, obligándole a Ryan a hablar.
—¿No me vas a preguntar que a dónde vamos?
—No. hace un rato que ya me lo he imaginado.
—¿Sí?
—Sí, no creo que a esto pueda llamársele un pequeño desvío. Vamos hacia Bowral; mi madre me comentó que te habías comprado un terreno por esa zona. ¿Me equivoco?
Ryan le dirigió una rápida mirada y se sintió absurdamente complacido al verla sonreír. Volvió a fijar sus ojos en la carretera, preguntándose si alguna vez habría estado tan preocupado por la felicidad de Kirrily como en ese momento.
—¿Y bien? —insistió la joven—. ¿Tengo razón o no?
—Más o menos.
—¿Qué quieres decir?
—Si te lo digo no será una sorpresa.
—Si no me lo dices, me bajaré del coche en el próximo semáforo.
Era una amenaza absurda, puesto que no había semáforos en la autopista, pero volver a oír aquella determinación en su voz fue para Ryan como escuchar música celestial.
—¿Dónde está esa jovencita educada y obediente en la que te habías convertido desde que nos hemos montado en el avión esta mañana?
—Todo hay que hacerlo con moderación, Ryan. Y ahora, ¿me vas a decir que es esa sorpresa o no?
—No.
—¡Ryan! ¡Exijo saber por qué me estás llevando hacia Bowral!
Ryan sonrió.
—Ah, aquí está la Kirrily que todos conocemos y amamos. Autoritaria, temperamental, cabezota…
Pero desde que mencionó la palabra «amar», Kirrily ya no escuchó nada más. Aunque sabía que procediendo de Ryan, no se refería a otro tipo de amor que al que podían albergar hacia ella sus padres.
Pero a pesar de lo que Ryan pudiera sentir después de la noche anterior, Kirrily sabía que estaba más enamorada de él de lo que iba a estarlo de cualquier otro hombre en su vida. El hecho de no haber tenido amantes anteriores no le impedía valorar su reacción hacia él; sabía, sin ninguna sombra de duda, que había nacido para amar a Ryan y se moriría amándolo. El problema era lo que podía hacer con aquel sentimiento.
A cualquier otro hombre no le habría importado perseguirlo, sabiendo que no tenía nada que perder, pero con Ryan temía perderlo todo. Aunque considerando que ya le había entregado su corazón, la virginidad y una parte considerable de su orgullo, tampoco le quedaba mucho por arriesgar.
Sólo su independencia, le recordó una vocecilla interior.
Sí, suspiró, eso era lo que le impedía seguir los dictados de su corazón, el miedo a que el amor por Ryan la absorbiera por completo. Para Kirrily, que prefería seguir cualquiera de sus impulsos a dejarse abrumar por las dudas. Ryan Talbot era un hombre tan condenadamente seguro de sí mismo que temía que aquella confianza pudiera minar su independencia. ¿Qué ocurriría si después de alcanzar al único hombre al que había querido, él terminaba siendo lo único importante de su vida? Steve lo había sido todo para Jayne, incluso después de muerto. Y a Kirrily la aterrorizaba la idea de llegar a estar tan atada emocionalmente a otra persona.
—Eh, Kirrily —la llamó Ryan, deteniendo el curso de sus pensamientos—. Si sigues arrugando el ceño de esa manera te van a salir arrugas y entonces, ¿qué va a ser de tu carrera de actriz?
—Odio pensarlo, pero no creo que pueda ir peor de lo que va.
Entonces fue Ryan el que frunció el ceño.
—¿Tan mal están las cosas?
—Veamos… Para empezar, me han echado de una serie de éxito diciendo que soy una actriz con la que resulta difícil trabajar —dijo, empezando a contar con el pulgar—. Estoy siendo perseguida por un maníaco que me quiere matar —estiró el índice—. Mi casa ha sido reducida a un montón de cenizas, mi agente no tiene nada recomendable para mí, y no estoy preparada para trabajar en ninguna otra cosa —terminó con todos los dedos extendidos—. Si no he contado mal, son por lo menos cinco cosas contra mí. Jamás había tenido tantas. Así que ya ves, las cosas van muy mal.
Tomándola completamente por sorpresa. Ryan le agarró la mano y la apoyó en su muslo. Lentamente, fue haciéndole extender los dedos y colocando los suyos entre ellos. Para Kirrily, fue un gesto increíblemente erótico y tuvo que luchar contra la tentación de acariciarle la pierna.
—Primero —dijo Ryan con los ojos fijos en la carretera—, por lo que tú misma me dijiste, no te despidieron—, no te renovaron el contrato porque eres una mujer que sabe conservar su orgullo, fueron ellos los que perdieron, no tú. Segundo, después de lo que ha pasado, para la policía es una tarea prioritaria atrapar a ese tipo. Además, no es probable que sea capaz de encontrarte, porque nadie, excepto yo. sabe exactamente dónde estás, y yo no voy a dejar que te ocurra nada, ¿entendido?
La intensidad de su mirada y la total seguridad de su voz, le daban a Kirrily una confianza plena. La joven asintió en silencio, por miedo a que se le quebrara la voz.
—Estupendo. Por otra parte, tu casa estaba asegurada, ¿no?
—Sí —musitó la joven.
—Bueno, entonces, económicamente tampoco estás en una situación tan difícil. Además, por si lo has olvidado, tienes excelentes relaciones con el mundo de la construcción. Entre tus padres y yo, podremos reconstruirte la casa sin ningún problema. Y cuarto, no puedes decir que estés en paro, sino, como se suele decir en el mundo artístico, «decidiéndote entre distintos proyectos», pero en esta ocasión, en vez de esperar entre bambalinas estás trabajando para Talbot's Building Supplies.
Cuando llegó al dedo anular de Kirrily, le dirigió una sonrisa tan radiante que la joven estaba convencida de que, si no se había derretido completamente, su corazón debía de haber sufrido un daño serio.
—¿Y el otro problema? —preguntó, estirando el dedo meñique, que Ryan todavía no había cubierto.
—¿Te refieres a tu supuesta falta de habilidades? —Ryan suspiró en respuesta a su asentimiento, tomó su mano, se la llevó a la boca y le dio un dulce beso en la muñeca—. Estoy seguro de que tendrás éxito en todo lo que te propongas. Sé, por experiencia propia, que aprendes muy rápido.
Kirrily no se engañaba; sabía que estaba refiriéndose al trabajo que había hecho en la compañía. Pero antes de que tuviera tiempo de replicar, su mano estaba de nuevo en el regazo, y lo único en lo que pedía pensar era en que Ryan acababa de poner una cinta de Bruce Springsteen, en que una señal de la autopista anunciaba la salida hacia Southern Tablelandas y en que Ryan acababa de besarla sin que ella pusiera ninguna objeción.
Haciendo un esfuerzo por recobrar la compostura, se quedó mirando fijamente hacia las colinas de Southern Tablelands.
Cuando era niña, había pasado muchas tardes de domingo con sus padres, recorriendo las tiendas de antigüedades y artesanía de Bowral, Mittagong, Moss Vale y Kangaroo Valley; la belleza y la tranquilidad de aquella zona siempre la había impactado. Pero vivir allí no era nada barato: lo que alguna vez había sido una pequeña comunidad rural, se había convertido en una zona de moda a la que acudían todo tipo de celebridades y políticos.
—No puede decirse que tus vecinos se caractericen por su sencillez —comentó la joven al ver una limusina conducida por un chófer esperando frente a unas verjas de hierro forjado.
Ryan le explicó que aquella propiedad era de un político retirado cuya riqueza siempre había estado bajo control.
—Si ese es uno de tus vecinos, no sé si debería dejarme impresionar por tu éxito o lamentar que hayas dejado atrás tus raíces obreras. En cualquier caso, supongo que éste es un lugar ideal para invertir.
—¿Y que te hace pensar que la compra que he hecho ha sido sólo una inversión?
—Bueno, no creo que te resulte práctico vivir aquí. Con la cantidad de horas que pasas en la oficina, tener que viajar hasta aquí todos los días acabaría contigo. Además, supongo que en este pueblo la vida nocturna es prácticamente inexistente.
Ryan la miró con expresión interrogante. —Al contrario de lo que pareces imaginarte, mi vida nocturna suele limitarse a unas cuantas cenas de negocios.
—Seguro, y a esa rubia tonta que llevaste a la cena de Navidad la sacaste de un congreso de constructores.
—Pues resulta que Rachel es la directora de contabilidad de una firma muy importante. No creo que pueda decirse de ella que es una rubia tonta.
—Llámala como quieras, el caso es que estoy segura de que no la encontraste en una cena de negocios.
—Eso es cierto. Fue ella la que me encontró a mí en una reunión comercial. Rachel trabaja para una empresa de levantamiento de estructuras muy importante.
—Podía imaginármelo —farfulló Kirrily, sin pretender que la oyera.
—¡Estás celosa! —exclamó Ryan divertido.
—No señor.
—¿No?
—¡No! Jamás en mi vida me ha apetecido ser directora de contabilidad ni nada parecido.
—¿Eso significa que no vas a echar de menos el trabajo de Talbot?
Kirrily frunció el ceño.
—¿Ésa es una forma sutil de decirme que estoy despedida?
—¿Es que hay alguna razón por la que debería despedirte?
Kirrily recordó que el viernes se había pasado todo el día actualizando la contabilidad.
—Ya no —respondió secamente.
Ryan la miró con expresión interrogante, pero Kirrily no pensaba darle ninguna explicación.
—Cierra los ojos.
—¿Qué?
—Que cierres los ojos —repitió Ryan.
—¿Por qué?
—Para seguirme la corriente.
Kirrily suspiró. —De acuerdo, ya los tengo cerrados. Pero me gustaría dejar claro que no lo hago para complacerte, Ryan Talbot. Creo que ya he hecho bastante por ti aceptando sin protestar este «pequeño desvío».
—Cierra la boca y abre los ojos. Kirrily.
La respuesta que Kirrily iba a dar a su tono de diversión murió en sus labios en cuanto fijó la mirada en lo que tenía ante ella. Aquella hermosa casa de estilo colonial la dejó sin aliento.
—Oh… es maravillosa. ¿De quién es?
—Mía.
—¡Tuya! ¿Eso quiere decir que la has comprado?
—No, la he construido yo.
—Pero… yo pensaba que sólo te habías comprado un terreno.
—Y lo hice. Pero después puse una casa encima.
—¡Y qué casa!
—Te gusta, ¿eh?
—¿Bromeas? Es maravillosa… Es más que maravillosa. Papá tenía razón, eres un arquitecto genial.
—¿Qué? —parecía ofendido—. ¿Quieres decir que no te dijo que también era un albañil y un carpintero y un fontanero genial?
—¿De verdad lo has hecho tú todo? ¿No has contratado a nadie?
—La mayoría lo he hecho yo, aunque por una cuestión de supervivencia, dejé que un electricista se encargara de la instalación eléctrica.
—Una sabia decisión, sobre todo teniendo en cuenta que una vez dejaste a todo un edificio a oscuras intentando poner unas luces de Navidad.
—Por favor, Kirrily, sólo tenía dieciséis años. ¿Y cómo iba a saber yo que ya había una sobrecarga en el suministro eléctrico debido a la tormenta? Además, tú ni siquiera puedes acordarte. Sólo tenías… ¿cuántos? ¿Cuatro años?
Kirrily soltó una carcajada al oírlo ponerse a la defensiva. —Eso es verdad, pero aquella historia se convirtió prácticamente en una leyenda. Cuando yo estaba en la escuela, la utilizaban como ejemplo de cosas que no deben hacerse.
—Muy graciosa. Toma —sacó unas llaves y se las pasó—, ve abriendo mientras yo saco nuestras cosas.
—¿Nuestras cosas? —lo miró confundida—. ¿Por qué?
—Porque —respondió—, nos vamos a quedar aquí hasta que la policía encuentre a ese tipo que te está persiguiendo.
—¿Qué? Ryan, podrían tardar años…
—Quizá, pero no pienso dejar que te enfrentes tú sola a todo este lío. Así que, o estás de acuerdo en quedarte aquí conmigo o…
—¿O qué?
—O llamaré a Claire y a Jack y les diré lo que está pasando.
—¡No puedes hacer una cosa así! No quiero que mis padres se preocupen.
—Me parece bien, pero si no estás dispuesta a quedarte aquí, los llamaré —Kirrily abrió la boca para decir algo, pero Ryan se lo impidió—. Ahórrate la discusión, Kirrily. No me vas a convencer, así que lo mejor que puedes hacer es aceptarlo, te guste o no.
—¿A qué estás jugando, Ryan? ¿Te crees Dios?
—Mira, sé que te crees capaz de manejar cualquiera de los problemas de tu vida, y estoy seguro de que en circunstancias normales puedes hacerlo…
—Caramba, gracias por el voto de confianza —musitó.
—Demonios, Kirrily —repuso Ryan golpeando el volante—, no puedes negar que todo este asunto sería complicado para cualquiera. Ya oíste lo que dijo ayer la policía… Te has convertido en la víctima de un violento criminal y tienes que tomar algunas precauciones.
—¿Entonces fue la policía la que sugirió que me escondiera aquí?
—Bueno… no, eso fue idea mía. Pero si consigues dejar de ser tan cabezota y de pensar que jamás renunciaras a la maravillosa virtud de tu independencia, te darás cuenta de que quedarte conmigo es lo mejor que puedes hacer. De hecho, es la única opción que tienes.
—Estoy de acuerdo contigo —contestó la joven mientras salía del coche.
—¿Estás de acuerdo conmigo? —estaba tan sorprendido que no era capaz de moverse—. ¿Otra vez?
Kirrily asintió.
—Supongo que no se me da mal renunciar a ciertas virtudes, ¿no crees?
Mientras la observaba subir los escalones que conducían hacia la casa. Ryan decidió que, o bien alguien le había echado algo en el café que se había tomado en el avión y estaba sufriendo alucinaciones o se lo habían echado al café de Kirrily. Y en ese caso, esperaba que el efecto fuera duradero.