Capítulo 8

—¡Gay! ¿Tú crees que soy gay?

Brett supo la respuesta cuando Joanna tuvo que agarrarse a la estantería… ¡para no caerse de la sorpresa!

—¿Qui… quieres decir que no lo eres?

—¡No, maldita sea, claro que no lo soy!

Joanna abría unos ojos como platos. Tenía la boca abierta, y retrocedía dos pasos por cada uno que avanzaba Brett.

—Y ahora… ¿te importaría decirme por qué has sacado una conclusión tan descabellada?

—Yo, bueno… por muchas razones, en realidad.

—¿Muchas razones? ¿Tengo que suponer que una de esas razones es mi amistad con Jason?

—En parte.

—Odio decirte esto, Jo, pero tu provinciana actitud homófona es…

—¡Yo no soy homófona! —Negó con énfasis—. Si lo hubiera sido, no habría seguido viviendo aquí, contigo, cuando pensaba que tú eras…

—¡Sé lo que pensabas, Jo! —la interrumpió, ya que no necesitaba que volviera a repetírselo—. ¿Qué fue lo que te hizo confundirte así conmigo, aparte de que tuviera un amigo gay?

—Oh, muchas cosas.

—¿Quieres dejar de decir eso? ¿Qué tipo de cosas?

—Bueno —suspiró—, primero, justo después de que vinieras, le dije a Karessa que no me sentía cómoda viviendo con un hombre del que no sabía nada. Y ella me dijo que no tenía por qué preocuparme por ti… —tragó saliva, nerviosa—…porque tú no estabas interesado en las mujeres…

—¡Temporalmente! —Aclaró Brett—. ¡No estaba interesado en las mujeres temporalmente!

—Bueno, ella no me dijo eso… la razón que me dio era que todavía estabas intentando superar lo de Toni.

—Y naturalmente supusiste que Toni era el diminutivo de Anthony, antes que de Antonia.

—No sabía que Toni fuera un nombre de mujer. ¡Y tú no hiciste nada para corregirme esa impresión! —el inusual tono cortante de su voz lo dejó casi tan confundido como su acusación.

—¿Perdón?

—No te comportas como los hombres normales.

—¿Y en qué está basada esa observación tuya? ¿En tu vasta experiencia con los hombres?

La única respuesta de Joanna fue un rubor de desconcierto, del que Brett se negó a sentirse culpable; después de todo, él era la víctima de todo aquello.

—Mira, Brett. Yo sólo quería decir que me parecías diferente a…

—¿A todos los otros hombres de tu pasado?

Joanna apoyó las manos en las caderas. Por primera vez desde que Brett la conocía, no parecía la tranquila y serena persona que tanto lo había fascinado.

—Puede que no sea tan… sofisticada como la mayoría de las mujeres de mi edad, pero una persona no necesita haber montado a caballo para reconocer uno.

Oír de sus labios un comentario con tan evidentes connotaciones sexuales hizo que Brett tensara la mandíbula, para no mencionar otras partes de su anatomía.

—Y tanto si te gusta como si no —continuó ella—, tu comportamiento no es el que yo esperaba de la mayoría de los hombres. Hasta que te conocí, Steve era el único hombre que no me trataba como a una sirvienta… o se comportaba amablemente conmigo porque quería llevarme a la cama. Te comportabas como un caballero ni me manoseabas ni querías acostarte conmigo…

«¿Quieres apostar?», le preguntó Brett en silencio.

—Además, había otros indicios que tendían a sugerir que eras un…

—¿Qué? —explotó.

—¡Oh, por el amor de Dios, Brett! ¡No te estoy diciendo que eres una persona afeminada! —Le espetó, leyéndole el pensamiento—. Pero míralo de esta manera: cocinas mejor que la mayoría de las mujeres, puedes reconocer al diseñador de un vestido con sólo echarle un vistazo…

—¿Quién ha dicho eso?

—Yo te he visto hacerlo —repuso ella—. En la gala benéfica adivinaste quién había diseñado mi vestido.

—¡Sólo porque leí la etiqueta cuando te estaba anudando esos condenados botones!

—Oh…

—Sí, Oh.

—Bueno, no puedes negar que tú sabes más que la mayoría de los hombres sobre cosas de las mujeres, como la ropa y… el estilo, combinar colores y todo eso.

—¡Lo extraño habría sido que no lo supiese! —Le experto Brett—. ¡Mi madre es decoradora profesional y mi padre era un guru de la moda!

—Lo siento, ¿vale? Pero tienes que comprender que, además de todas estas cosas, y después de leer aquel artículo…

—¿Estaba escrito en él que yo era gay?

—¡Oh, no! Era sólo un artículo general sobre cómo… Er… cómo saber si un hombre es gay. Yo…

—Dámelo.

—¿Qué?

—Que me des el artículo.

Mientras Joanna salía de la habitación a desesperada velocidad, Brett se dejó caer en el sofá y apoyó la cabeza entre las manos.

—¡No tardo nada! —la oyó gritar—. ¡Tengo que recordar en qué revista está!

Brett no se molestó en responder. Joanna debía de tener unas ochenta revistas o más en su dormitorio. Quizá para cuando lo encontrara, él ya se las habría arreglado para comprender aquella maldita situación.

Descubrir que la mujer por la que se sentía atraído lo había tomado por homosexual era un duro golpe. Era peor que ser simplemente rechazado, porque quería decir que ni siquiera había ejercido sobre ella el suficiente impacto sexual como para que pudiera rechazarlo. Como si su sexualidad y él mismo hubieran sido tan insustanciales hasta el punto de resultarle a Joanna completamente invisibles, inexistentes.

Maldijo en silencio. No podía creer que pudiera sentir lo que sentía por Jo sin que ella fuera mínimamente consciente de ello. Levantó la cabeza al oír el timbre de la puerta, y vio a Jo en el umbral de la puerta, con una revista en las manos.

—Er… ese será Steve.

«Estupendo», gruñó Brett para sí. Enfrentarse con su maldito novio era justo lo que necesitaba en ese momento.

—¿A dónde vamos a salir hoy? —inquirió, sarcástico—. ¿A otra excursión de descubrimiento del algodón de azúcar?

—No; vamos a comer aquí.

Brett volvió a maldecir para sus adentros. Sin poder hablar, se levantó, atravesó la habitación y le quitó la revista de las manos.

—¡Brett, espera! Yo… lo lamento de verdad. Yo… yo… —se encogió de hombros—. No sé qué decir.

Sin contestar, Brett se dirigió a su dormitorio. La revista era la típica de cotilleos de mujeres. El artículo en cuestión se titulaba: ¿Merece la pena el esfuerzo?, y el subtítulo rezaba así: ¿Cómo saber si el tipo que te ha estado mirando en el bar está interesado en ti o en tu hermano… antes de que te pongas manos a la obra?

El primer párrafo era una diatriba contra la manera que las mujeres se enfrentaban a sus dos mayores problemas en cuestión de hombres: que los mejores ya tenía pareja, y que los más guapos eran gays. Luego la escritora decía que había indicios que ayudaban a las mujeres a no malgastar el tiempo intentando cazar a tipos con los que no tenían ningún futuro.

Brett intentó imaginar a una Joanna del tipo depredador, batiendo sus largas pestañas. Pero tuvo que abandonar ese pensamiento cuando su cuerpo empezó a interesarse por lo que en un principio sólo había sido una pura especulación intelectual. Volviendo a concentrar su atención en la revista, continuó leyendo hasta llegar al párrafo en que las mujeres deberían sospechar de «cualquier tipazo que parece saber más de decoración que tú, y cuyos consejos a la hora de elegir tu vestuario suelen ser bastante razonables».

Indudablemente, Jason se habría reído a mandíbula batiente, pero aquel maldito comentario no le había reportado bien alguno a su causa. Para no hablar del perjuicio sufrido por toda clase de hombres cuyo único defecto consistía en tener buen gusto y ejercitarlo. Lo cual quería decir que el día anterior, cuando le había estado aconsejando a Jo sobre su manera de vestir… ¡lo único que había estado haciendo había sido atarse él mismo la soga al cuello!

Maldiciendo, lanzó la revista al suelo. Luego, dándose cuenta de que estaba sacando las cosas de quicio, intentó poner freno a su irritación. ¿Por qué debería sentirse tan furioso ante lo que debería haber sido una situación divertida?

«Porque», le contestó su ego, «esperabas que Jo se hubiera sentido abrumada por tu virilidad hasta el punto de dejar de leer toda esta porquería».

Aspiró profundamente. Siendo objetivo, suponía que alguien con tan poca experiencia como Jo muy bien podría haber malinterpretado las cosas, sobre todo cuando se había empeñado hasta la saciedad en guardar las distancias con ella. La carretera hacia el infierno estaba pavimentada de buenas intenciones, como se solía decir. El problema era que todavía la deseaba apasionadamente. Pero ahora, conociendo la verdad, Joanna se esforzaría por retraerse. Y luego, por supuesto, estaba el bueno de Steve…

 

—Buenos días, amigo. ¿Cómo van las cosas?

—Muy bien, gracias Brett —sonrió Cooper—. ¿Y a ti?

—Vamos tirando. Joanna, ¿puedo hablar contigo a solas un momento?

Su petición, hecha con una gran naturalidad, la hizo adoptar una expresión nerviosa a la vez que suspicaz mientras se levantaba de la mesa donde estaba compartiendo unos canelones fríos con Steve.

Disculpándose, Joanna siguió a Brett por la cocina hasta el cuarto de lavado. Y él la hizo esperar de manera deliberada.

—¿Y bien? —inquirió, inquieta.

—He leído el artículo. Y es el mayor montón de basura que jamás he visto publicado —respondió con toda tranquilidad—. Te sugiero que, si no quieres convertirte en una pánfila estúpida, te deshagas cuanto antes de él.

Joanna se ruborizó. Luego asintió brevemente con la cabeza y se volvió para marcharse, pero antes de que pudiera hacerlo, Brett la estrechó entre sus brazos y la arrinconó contra la pared.

El beso servía al propósito de enseñarle una lección acerca de no sacar conclusiones precipitadas sobre la gente. Iba a ser el más duro y ardiente beso de la corta vida de Joanna. Pero aquel plan tan fríamente elaborado fracasó tan pronto como Brett sintió el frágil contacto de su cuerpo contra el suyo. Inmediatamente alivió la tensión de su boca sobre la suya y… al sentir su exquisita suavidad, se disculpó sin palabras acariciándole delicadamente con la punta de la lengua el labio inferior una comisura a la otra.

Sin embargo, una oleada de deseo acabó con su paciencia y, desesperado por saborear más su dulzura, intentó entreabrirle los labios. Estaba tan convencido de que era eso lo que Joanna también necesitaba, que tardó varios segundos en darse cuenta de que estaba forcejeando con él.

Retrocedió instantáneamente, para enfrentarse con su furiosa expresión.

—No tenías necesidad de demostrarme nada —le espectó con voz tensa.

Antes de que él pudiera negar la acusación, que sólo en parte podría haber sido falsa, Joanna ya se retiraba a toda velocidad para reunirse con Cooper. Y una vez más Brett tuvo que decirse que se había comportado como un perfecto idiota.

Corregir las mal interpretaciones de Joanna acerca de su sexualidad no le reportó beneficio alguno a Brett. Mientras que antes se sentía relativamente cómoda en su presencia, ahora su comportamiento era reservado y taciturno. Ya no se tumbaba en el sofá en camisón, leyendo revistas. Habían desaparecido sus espontáneas sonrisas y las excitadas revelaciones de cosas que había hecho, pensaba a hacer o encontraba interesantes.

Brett podría haber extraído algún consuelo del hecho de que Steve Cooper hubiera dejado de frecuentar a Joanna, si la vida social de la joven no hubiera adquirido dimensiones alarmantes. Por aquellos días su presencia en la casa parecía limitarse a dormir y a cuidar su higiene personal. No habían compartido una sola comida juntos desde que Brett la besó, hacía doce días.

Brett se decía a sí mismo que eso no le importaba. Durante la última semana, había tenido trabajo más que suficiente como para preguntarse por lo que estaba haciendo Jo con su vida. Aquel día había asistido a varias reuniones en la agencia, para ultimar los detalles del viaje que Meaghan realizaría a Londres el domingo. Además, su abogado le había telefoneado para decirle que la pareja propietaria de la casa que deseaba comprar se había divorciado, con lo que la «parte agraviada» se negaba a vender. Y, por si todo eso fuera poco, el día anterior, cuando Brett estaba a punto de firmar un contrato con una cadena televisiva para producir un programa de variedades, descubrió que el director de la cadena pretendía controlar la contratación de los presentadores. Y después de haber padecido con anterioridad esa desastrosa experiencia, Brett se había prometido no cederle jamás a nadie la palabra final en aquellas cuestiones.

«No», decidió mientras entraba en la casa después de aquella agotadora jornada. Lo último que necesitaba era una alegre, escasamente vestida Jo para torturarle las hormonas. Por un momento pensó en irse directamente a la cama, pero luego optó por beberse una cerveza mientras veía los últimos informativos de televisión. No fue hasta cerca de una hora después, mientras se dirigía al cuarto de lavado, cuando descubrió una figura acurrucada en el césped del jardín.

—Joanna, ¿eres tú?

Vestida con un anorak y unos vaqueros, se hallaba sentada en el suelo abrazándose las rodillas, perfectamente inmóvil.

—Podrías haber encendido la luz —le dijo Brett—. Has tenido suerte de que te haya visto antes de cerrar.

—No te preocupes. Ya cerraré yo cuando entre.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí sentada, en la oscuridad?

—Pensando.

Su tono era rotundo, frío. Pero también lleno de dolor, según advirtió Brett. Ignorando el frío reinante sentó en el suelo a su lado.

Joanna no le dijo nada, ni siquiera lo miró. Apoyando los codos en las rodillas, Brett se dedicó a contemplar silencio el horizonte, satisfecho simplemente de estar allí, con ella.

Cinco minutos después, sin embargo, como Joanna no manifestaba deseo alguno de hablarle, Brett se levantó disgustado e inquieto. Ya se disponía a marcharse cuando su voz triste, de tono suave, le hizo cambiar de idea.

—Yo creía que ella ya me había perdonado. Pensaba —continuó— que una vez que tuviera tiempo para… para tranquilizarse, se daría cuenta de que no fue tanto que yo rechazara sus principios como que siguiera los míos propios.

—Estás hablando de tu hermana…

—Ella me odia, Brett —susurró con voz temblorosa.

La desolación que traslucían sus palabras le desgarró el corazón.

—Me odia de verdad. De mi familia sólo me queda ella y… no quiere nada que ver conmi… —se le quebró la voz y estalló en sollozos.

Brett no estaba seguro de si fue él quien la atrajo hacia sí, estrechándola contra su pecho, o si fue ella quien se lanzó a sus brazos.

—He intentado explicárselo —continuó, ahogadas sus palabras por el llanto—. Le he escrito todos los días, a pesar de que ella no me contestaba… y hoy… hoy… era su cumpleaños, así que yo… la llamé. Para fe… felicitarla.

—Shhh, corazón —le susurró Brett mientras le acariciaba el cabello—. Tranquila… todo va a salir bien.

—Eso es lo que intento decirme… que todo se arreglará. Pero no es así. Faith jamás me perdonará… Ahora lo sé.

Su largo y tembloroso suspiro destilaba tanta resignación que Brett deseó tener el poder necesario para solucionar todos sus problemas. No conocía demasiados detalles sobre su relación con su hermana, pero sí sabía que aquella mujer la había abandonado cuando más vulnerable se sentía. Aunque por otro lado tenía la sensación de que el tierno corazón de Joanna siempre sería vulnerable, tanto a los veintidós años como a los noventa.

Incluso en aquel momento, mientras la acunaba entre sus brazos, Brett sabía que Joanna no estaba buscando y esperando nada más que consuelo. Así que, con un esfuerzo hercúleo, se acorazó contra toda tentadora falsa ilusión de actuar movido por las más nobles intenciones… tumbándola sobre la hierba y besándola hasta convertir su dolor en el más exquisito placer. Joanna había confiado en él, y por ello Brett jamás abusaría de su confianza ni siquiera mintiéndose a sí mismo.

Durante lo que le pareció una eternidad, Brett la abrazó sin dejar de consolarla, de susurrarle tiernas palabras que ni tenían sentido ni necesitaban tampoco una respuesta. Eran las mismas genéricas frases que había usado tantos años atrás para consolar a Meaghan, pero entonces como ahora, poco podían hacer para atenuar su dolor.

Cuando el llanto se fue aplacando y cedieron los sollozos, Joanna empezó a hablar de nuevo:

—Siempre pensé que Faith era como yo. Que de no haber sido por nuestros padres, habríamos sido capaces de reír, de comportarnos como dos hermanas verdaderas. Hacer lo que hacían todas las familias… ir a ver películas o… o irnos de vacaciones. Pero eso no sucedió. Nada ha cambiado. Excepto que Faith asumió el papel de controlarme, de fiscalizarme. De decirme lo que tenía que hacer, lo que tenía que pensar… yo entonces sabía que tenía que resistirme si quería acceder a una vida normal, o ser como las otras chicas de mi edad y tener ropa bonita y un novio… pensé que esa era la forma más fácil de empezar… con un chico que me ayudara. Así que durante las vacaciones de Navidad, cuando un chico empezó a fijarse en mí cuando entraba en la tienda, yo no lo ignoré que era lo que se suponía tenía que hacer con los chicos… —aspiró profundamente antes de continuar—: Él empezó a venir cada día, cuando yo pasaba la hora de la comida en el cobertizo de detrás de la tienda, Una vez intentó besarme y yo se lo permití. Nadie me había besado nunca, ni siquiera mis padres.

Brett la miraba incrédulo. ¿Qué clase de padres podían negarse a besar a sus hijos? La idea le resultaba incomprensible.

—Fue un beso inocente —continuó Jo—, pero a continuación apareció Faith gritando y amenazando con llamar a la policía, hasta que me arrastró de nuevo a la tienda. Durante tres días sólo se dirigió a mí para leerme citas bíblicas sobre los pecados de la carne —suspiró—. Luego me llevó a Brisbane y me ingresó en el internado.

Brett se contuvo de decirle que aquello fue lo mejor que pudo haberle sucedido.

—Cuando terminé los estudios y regresé a casa para trabajar en la tienda, supe con absoluta certeza que yo jamás podría vivir mi vida como ella. No sabía exactamente lo que quería hacer, pero estaba segura de que necesitaba escapar y conocer el mundo del que tanto había leído y había experimentado tan poco. Intenté explicarle lo que sentía, pero Faith se negó a escucharme. Me decía que la vanidad y el egoísmo eran pecaminosos, que mis obligaciones para con Dios y mi familia estaba en la tienda. Decidí marcharme tan pronto como ahorrara algún dinero… y fue entonces cuando conocí a Andrew —se detuvo, suspirando—. Era representante comercial de una empresa de tractores, y poseía un piso donde se quedaba cuando visitaba la región. No tenía ni idea de que estuviera casado. Hasta que su esposa y su hijo se plantaron en la casa tres meses después mientras él estaba ausente.

Brett ardía de furia por dentro. La palabra «canalla» siseó a través de sus dientes apretados.

—No sabía si me sentía más dolida que humillada, pero fui a casa creyendo que Faith no me abandonaría en tal trance —Joanna emitió una risa temblorosa, sin humor—. Supongo que hice el ridículo dos veces.

—No es nada ridículo esperar que la gente a la que quieres corresponda a tus sentimientos —repuso Brett.

—Lo sientes como algo ridículo… pero ya no me va a pasar más. No creo que sea malo querer ser feliz sin perjudicar a los demás. Se trata de mi vida y quiero vivirla a fondo. Quizá sea algo egoísta por mi parte, Brett —añadió con tono suave—. Pero no puedo sentirme culpable por querer realizar mis sueños.

—Oh, Joanna… no tienes por qué sentirte culpable… si alguien se ha ganado el derecho a ser feliz, esa persona eres tú.

Mientras hablaba, le acariciaba una y otra vez el cabello con infinita ternura, como si con aquel gesto quisiera reflejar el eterno ritmo del mar. No la miraba a ella, sino que tenía la mirada fija en el océano oscuro, queriendo prolongar para siempre aquel instante.

Pero demasiado pronto para su gusto, Joanna empezó a moverse inquieta.

—Brett…

—¿Mmmm?

—¿Me vas a besar? —le preguntó, mirándolo a los ojos.

—¿Be… besarte?

Joanna asintió con gesto tranquilo.

—¿Por qué? —se oyó a sí mismo preguntarle.

—Porque el otro día estabas enfadado conmigo. Y tú me hiciste enfadar a mí. Pero durante todo el tiempo no he dejado de preguntarme lo que habría pasado si no hubiéramos estado tan enfadados…

—Habría sido algo… —respondió Brett, suspirando profundamente y tomándola de la barbilla—…ardiente… apasionado… difícil de controlar.

—Entiendo… —bajó la mirada hasta su cuello—. Yo me habría imaginado que sería suave… delicado… y también muy difícil de controlar.

En el lapso de un microsegundo, incluso antes de que sus labios hicieran contacto con los suyos, Brett comprendió que estaba enamorado.

Había supuesto que tendría que contenerse, pero no fue necesario. La ternura que sentía por aquella mujer daba una paciencia con la que no había creído contar no era para él sacrificio alguno acariciarle delicadamente los labios con los suyos, en vez de apoderarse apasionadamente de ellos. Y la gloriosa recompensa a su paciencia llegó cuando Joanna le echó los brazos al cuello y lo besó a su vez.

Luego todo lo que pudo hacer Brett fue tumbarse en el césped con ella, mientras se perdía en las sensaciones de lo que sabía era el primer beso de su vida. Incluso mientras sentía el contacto de la lengua de Joanna acariciándole la suya, la ternura era la mayor y más intensa de las emociones que lo abrumaban.

No supo durante cuánto tiempo permanecieron abrazados, besándose y acariciándose. Cuando empezó a lloviznar, se apartó levemente y le comentó sonriendo:

—Está lloviendo.

—No me importa; llevo un anorak.

Brett se echó a reír ante su vaga, automática respuesta.

—Desgraciadamente, yo no.

Después de incorporarse con agilidad la ayudó a levantarse; luego, de la mano, se dirigieron a toda prisa hacia la casa.

—Brett… —le dijo ella, deteniéndose bruscamente y haciéndole volverse—. Me gusta mucho que no estemos enfadados.

Aquella sencilla y espontánea sinceridad lo dejó conmovido. Si hubiera sido tan sincero como Joanna, le habría dicho en aquel mismo momento que estaba enamorado de ella.

Pero no lo haría. No podía.

Porque se había enamorado de una mujer que no había tenido suficiente experiencia de la vida como para atarse a un hombre con sus expectativas.

No sabía qué hacer en esa situación, pero lo más seguro y prudente era dejar las cosas tal y como estaban.

En aquel preciso instante, sintió una momentánea oleada de furia contra Joanna por haberle inspirado una ternura capaz de imponerse a su propio deseo por ella; un amor que le exigía dar prioridad a sus necesidades antes que a las suyas por miedo a herirla. Nunca se había sentido tan atormentado ni tan inseguro sobre sí mismo.