Capítulo 5

Oh, lo siento, Brett! No sabía que tuvieras visita. La llegada de Joanna distrajo a Brett de los planos de la casa que había estado examinando con Jason durante las últimas horas.

—¡No! Tranquila, Jo —se apresuró a decirle, dándose cuenta de que estaba a punto de marcharse otra vez—. Sólo es Jason.

—Parece como si te estuvieras refiriendo a un mueble de la casa —intervino su amigo—. Alguien que conoce a Brettland tan bien como yo ha aprendido a quererlo a pesar de su asombrosa falta de buenos modales.

—¿Brettland? Er… ¿ése es tu nombre de verdad?

—Sí —gruñó Brett—. Y este gigante pelirrojo y bocazas se llama Jason Albridge —lanzó al hombre en cuestión una mirada letal, que éste ignoró para concentrar su atención en la recién llegada.

—Ah, tú debes de ser la encantadora Joanna de la que tanto he oído hablar. ¿O la gente te llama Jo?

—Bueno, no… sólo Brett, algunas veces.

—¿De verdad? —preguntó el aludido, sorprendido por aquel comentario.

—Sí, algunas veces.

—Oh —sabía que pensaba en ella como Jo, pero dado que apenas llevaba ropa en sus imágenes mentales, le parecía demasiado íntimo llamarla de esa forma en público—. Lo siento.

—¡No, no! ¡Está bien! Me gusta.

La idea de que Joanna había advertido algo de lo que no había sido consciente le produjo una sensación extraña. Una sensación dulce, especial… tan especial que tuvo que hacer un esfuerzo para desviar la mirada y responder al comentario que Jason le estaba haciendo.

—¿Eh?

—Olvídalo. Es obvio que tu interés por seguir discutiendo sobre estos planos se ha visto reducido a cero —repuso con tono seco—. Será mejor que me vaya a casa.

A Brett aquello le parecía una gran idea; así no se sentiría obligado a concentrarse en cualquier otro asunto que no fuera su preferido: Jo. Aunque eso no parecía importarle mucho a ella, pensó al oír que le preguntaba a su amigo:

—¿Por qué no te quedas a tomar el té, Jason?

—¿Té?

—Me refería a cenar. Todavía se me escapan algunas expresiones del dialecto del interior.

—¿De dónde eres?

—De una pequeña ciudad de West Queensland. Dudo que la conozcas: Kuttibark.

En el rostro de Jason se dibujó una enorme sonrisa, y ante aquella espontánea respuesta Joanna pareció muy complacida.

—¡La conoces!

—No. ¡Jamás he oído hablar de ella!

Aquella broma divirtió mucho a Joanna, que volvió a aprovechar la oportunidad para insistirle en que se quedara a cenar.

Brett tenía que reconocer que el resentimiento que lo invadía al ver el despreocupado flirteo de su viejo amigo con Joanna no era en absoluto una buena señal. A un nivel cerebral sabía que aquella reacción era irrazonable… ¡y más aún teniendo en cuenta que su amigo era gay! Lo cual evidenciaba que el interés de Brett por Jo se extendía más allá de una posible y simple aventura: precisamente lo que tanto Meaghan como él habían temido tanto.

—¿Qué es lo que estás gruñendo por lo bajo? —Le preguntó Jason—. ¿Es que no te gustan las salchichas con verdura hervida?

—Y con salsa —terció Joanna, con lo cual poco contribuyó a clarificar el tema que estaban tratando—. ¿Sabes? Me gustan tus ideas para la casa, Jason —continuó—. Pero no comprendo por qué no te gustan las alfombras. Yo siempre he deseado tener una alfombra.

—¿Con el clima de West Queensland? —Intervino Brett—. ¡Estás de broma! —a pesar de su indiferencia por las alfombras y los climas, no había querido mostrarse tan sarcástico.

—Creo que es mejor poner alfombras que talar valiosos árboles sólo para poder pisar madera —le espetó ella—. Además, usar alfombras también ayuda a la industria textil nacional.

—Tranquilízate, Jo. La madera que usaré será de plantación, no de bosques centenarios —repuso Brett, disimulando una sonrisa ante la evidencia de que Joanna había leído y absorbido la información de las variadas y numerosas revistas que, según había observado, se estaban acumulando en la casa. Luego, al recordar la confesión que le había hecho durante la comida, experimentó una ternura tan grande que le entraron ganas de abrazarla. No saltar sobre ella como un animal en celo, sino abrazarla, consolarla, compensarla por su triste pasado…

Para cuando volvió a la realidad, vio que Joanna estaba intentando sacar de la despensa un gran saco de patatas.

—Yo lo haré —y de manera instintiva se acercó para ayudarla. Sus manos se cerraron sobre las suyas, y entonces algo pareció apoderarse de él.

La sangre le estaba hirviendo, pero permanecía helando, paralizado. Cuando levantó la cabeza, su rostro quedó sólo a unos centímetros del suyo.

Era un rostro por el que habría matado cualquier escultor. Sus ojos almendrados estaban muy abiertos, y Brett tenía la sensación de que podría bucear en aquellas profundidades y descubrir su alma en el fondo. Podría haberlo intentado, de no ser porque lo distrajo el movimiento que hizo al humedecerse los labios con la punta de la lengua, nerviosa…

De pronto, sin previo aviso, Joanna retiró las manos de debajo de las de Brett, escapando a su contacto.

—Está bien, Brett. Me he pasado la vida cargando sacos tan pesados como éste. En el tercer cajón, si estás buscando el pela patatas, Jason.

—Sí que lo estaba buscando. ¿Quieres que también pele la calabaza?

—¡Pues claro! —Su risa resonó en la habitación—. No puedes comértela con la piel.

—¡Tonterías! La calabaza al horno con piel y todo sabe a gloria.

Aunque Brett había escuchado y comprendido cada palabra de aquel intercambio verbal entre Joanna y Jason, aún no podía sobreponerse a la abrumadora sensación que poco antes había experimentado. Necesitaba tiempo para asimilar lo que le estaba ocurriendo. De alguna manera el deseo se había confundido con el sentimiento, y sus más primarios instintos habían sido atenuados, o agudizados, por emociones que poco tenían que ver con un nivel estrictamente sexual.

Su cerebro le proporcionó la excusa de que debía ducharse antes de cenar, y no supo bien si había llegado a verbalizar ese pensamiento; en cualquier caso, cerró la puerta de la despensa y salió de la cocina.

 

Más de media hora más tarde, cuando se reunió con Jason y Joanna para cenar, comprobó aliviado que había tenido éxito al analizar las cosas con algo de perspectiva. Le había llevado algún tiempo hacerlo, pero últimamente había sido capaz de explicar sus confusas sensaciones como debidas al hecho de que realmente le gustaba Joanna, y porque su juventud y su carencia de experiencia despertaban en él una especie de instinto protector. Lo cual normalmente no habría sido ningún problema… de no ser porque además era demasiado atractiva, demasiado sensual para que su propia libido no hubiera empezado a emerger después de cuatro meses de hibernación.

Así que había llegado a la conclusión de que Joanna no lo atraía físicamente más de lo que le habría atraído cualquier otra mujer bella, inteligente y sexy con la que se hubiera topado en aquel mismo momento. Sencillamente el instinto protector, no sexual, que había despertado en él era más fuerte de lo que había esperado. Aunque no estaba muy seguro de todas estas reflexiones mientras veía cómo Joanna se llevaba una cucharada de helado a la boca.

—¿Qué pasa contigo, Brett? —le preguntó Jason, mirándolo expectante—. ¿Quieres venir mañana por la noche a la velada benéfica contra el SIDA o no?

Aquella inesperada pregunta hizo que Brett se atragantara con su postre. Mientras se esforzaba por levantarse, ahogándose y con los ojos llenos de lágrimas, Joanna saltó como un resorte de su silla y lo abrazó por detrás.

La sensación de sus senos apretados contra su espalda no le ayudó mucho a oxigenar sus pulmones, aunque seguramente sí lo hizo el puñetazo que recibió dos veces en las costillas. En todo caso se impuso el instinto de supervivencia, y se las arregló para agarrarle la mano a Joanna impidiendo que le propinara un nuevo golpe.

—¿Es que… es que quieres matarme? —pronunció entre toses, mientras tomaba el vaso de agua que Jason le ofrecía.

—No quería que te ahogaras…

—¿Cómo? —Brett se aclaró la garganta—. ¿Apretándome los pulmones y machacándome las costillas? ¿No sabes que el método más común son unos golpecitos en la espalda?

—Eso no es lo que se hace cuando alguien se está ahogando —replicó Joanna—. Te he hecho la Maniobra Heimlich que es la manera más adecuada de despejar cavidades o conductos obstruidos. Lo he leído en una revista de primeros auxilios…

—Déjalo, Joanna —intervino Jason, esperando a que ella se sentara de nuevo a la mesa—. Algunas personas no saben lo que es el agradecimiento.

—Tienes razón —asintió, suspirando con gesto teatral—. La próxima vez dejaré que se ahogue.

—¡De acuerdo, te estoy agradecido! ¿Vale? —Brett sabía que su tono contradecía claramente sus palabras. Aspirando profundamente, intentó pasar por alto el hecho de que estaba furioso porque, en el espacio de sólo unos segundos, debido a algo tan inocuo como una cucharada de melocotón con helado, Joanna se las había arreglado para volver a alterar completamente su sistema nervioso—. Permíteme un nuevo intento… —añadió, haciendo a un lado el plato de postre—. Gracias, Jo… digo… ¡Joanna! Aprecio tu ayuda.

—No importa. Sólo lo he hecho porque quería conservar intacto mi récord… jamás he matado a nadie por comer algo que yo he preparado.

Brett se dijo que el guiño que le había hecho Joanna era inocente, exento de cualquier doble intención. Pero mientras su cerebro se tragaba aquella explicación, su cuerpo se negaba a hacer lo mismo. Se sentía condenadamente agradecido de que aquella fiesta benéfica de la noche siguiente pudiera facilitarle algún tipo de entretenimiento femenino… que lo distrajera de su obsesión por Joanna.

 

A la mañana siguiente se quedó deliberadamente en la cama hasta asegurarse de que Joanna había salido a trabajar. También concibió la idea de escabullirse para cuando ella volviera de la agencia y hasta que tuviera que marcharse a la fiesta benéfica, pero aquel proyecto fracasó cuando Joanna regresó una hora antes de lo esperado.

—¿Qué haces…?

—He ahorrado una hora trabajando durante el tiempo libre de la comida —le explicó ella—. No tengo tiempo para hablar ahora —añadió con una sonrisa mientras pasaba de largo a su lado.

Antes de que Brett se sintiera impulsado a moverse del lugar donde se había quedado literalmente clavado Joanna asomó la cabeza por la puerta de su dormitorio al otro extremo del corredor.

—Por favor, ¿puedo tomar una ducha primero? —le preguntó con tono zalamero—. Te prometo que no tardaré demasiado.

«¡Tardarías demasiado si yo me reuniera contigo!», pensó Brett para sus adentros.

—Sí, adelante —consintió con voz débil, diciéndose que hasta que tuviera la oportunidad de aplacar aquella noche a sus amotinadas hormonas, lo más prudente sería evitar toda discusión con ella que pudiera complicarle las cosas—. Avísame cuando salgas, Jo… anna —se apresuró a corregirse—. A las seis y media tengo que salir.

Apenas había terminado de hablar cuando Joanna irrumpió en el pasillo, con su fantástica melena negra ondeando sobre sus hombros; en una mano llevaba una enorme bolsa de aseo, mientras que con la otra se sujetaba estratégicamente los pliegues de la vaporosa bata de seda. En un santiamén se colocó en la puerta del cuarto de baño, acelerándole el corazón a Brett cuando su bata se entreabrió lo suficiente para proporcionarle una fugaz vista de sus espectaculares piernas.

—Gracias, Brett —sonrió—. Eres un ángel. Me daré prisa. Y desapareció en el cuarto de baño, dejándolo sumido en la paradójica reflexión de cómo un hombre tan excitado podría parecerse a un ángel.

 

—¡Breeeett? ¿Puedes venir un momento? —gritó Joanna desde el fondo del pasillo.

Justo en aquel momento Brett se estaba poniendo su chaqueta de noche, dispuesto a salir lo antes posible para la fiesta benéfica. «¡Oh, Dios! ¿Qué pasa ahora?».

—¡Brett! —Lo llamó de nuevo—. ¿Me oyes?

—Ya, ya. Te oigo —musitó. «¡Te oigo, te veo, te huelo!» ¡Hago de todo excepto tocarte y sacarte de una vez de mi cabeza!», exclamó para sus adentros. Se dirigió al dormitorio de Joanna, contento ante la perspectiva de salir cuanto antes de casa para dar el primer paso del plan que la exorcizaría de su cerebro—. ¿Qué es lo que…?

Se quedó sin palabras al ver su espalda desnuda, delante de él, en el umbral de la habitación. Tragando saliva una, dos veces, extendió una mano para apoyarse en el marco de la puerta. El vestido era de terciopelo negro, lo cual, según reflexionó Brett en un intento por pensar de manera racional, era la única razón por la que su piel parecía tan maravillosamente blanca. Tampoco había conocido nunca a ninguna mujer que tuviera una nuca tan preciosa como la suya; la boca se le estaba haciendo agua de ganas de saborearla.

—¿Brett? —Frunció el ceño, ladeando la cabeza—. Por favor… necesito que me abroches el vestido. Yo no puedo y además tengo las uñas recién pintadas.

—¿Qué? —tragó saliva de nuevo.

—Los botones. Que me abroches los botones del vestido.

Brett se dijo que tenía que estar bromeando… ¡que le abrochara los botones del vestido cuando habría unos… catorce por lo menos! Catorce botones desde el cuello alto del vestido hasta la deliciosamente tentadora curva de su trasero. Catorce diminutos botones de perla que necesitaban ser abrochados con un igual número de lazos… por él. Y no había manera de que pudiera hacer eso sin tocarla. «¡Ni hablar!», exclamó para sus adentros.

—No puedo hacerlo —dándose cuenta de que había expresado aquel pensamiento en voz alta, añadió—: Esto… ¿no puedes esperar hasta que se te sequen las uñas?

Mirándolo por encima del hombro, Joanna frunció el ceño con expresión preocupada.

—Brett… —su tono era vacilante—. ¿Algo va mal? ¿He… dicho o hecho algo que pueda haberte molestado? —Eso depende de lo que entiendas por el verbo «molestar»… —aquella respuesta los tomó a ambos por sorpresa—. ¡Espera! No he querido decir eso…

Joanna se tensó, pero permaneció en la misma posición, de espaldas a él.

—¿Pero he hecho algo para enfadarte?

Quizá si no hubiera parecido tan confusa, o si hubiera sustituido la palabra «enfadarte» por «excitarte», Brett habría contestado de manera afirmativa.

—No —respondió, obligándose a enlazarle el primer botón del cuello, a pesar de que su deseo le impulsaba a empezar por el último de la espalda—. No estoy enfadado contigo. Es sólo que…

Se interrumpió cuando el primer botón escapó de su lazo correspondiente y los dedos pulgar e índice de su mano derecha hicieron contacto con su piel.

—¿Y bien?

—¿Eh? Oh, es sólo que ahora mismo me encuentro sometido a una fuerte presión —explicó, diciéndose que aquello era rigurosamente cierto.

—¿A causa de Meaghan y de sus planes de establecerse en Londres? —inquirió Joanna.

—En parte sí —respondió Brett, decidiendo que dado que su hermana había sido responsable de ponerlo a vivir bajo el mismo techo que Joanna, indudablemente estaba más que capacitada para asumir una parte de culpa de sus problemas actuales.

—¿Tienes frío? —le preguntó ella.

—No, ése es un problema que, desde luego, no tengo —contestó con tono seco, suspirando.

—Tengo la sensación de que te tiemblan las manos.

—No.

—¿Cuánto tiempo hace que conoces a Jason?

—Desde que éramos niños. Su abuela vivía al otro lado de la carretera y él se fue a vivir con ella cuando murieron sus padres.

—¿Qué edad tenía entonces?

Era como si una niebla le hubiera nublado los sentidos, y cuando finalmente se despejó, Brett no estaba seguro de haber contestado debidamente a sus preguntas. Sin embargo, dado que era vagamente consciente de haber oído su propia voz mezclada con el melodioso tono de la de Joanna, y dado que ella todavía seguía confiadamente de espaldas a él, pensó que seguramente no habría dicho nada extraño o inadecuado. Su suspiro fue una mezcla de alivio y de temor: sólo le quedaban cuatro botones… toda su fortaleza iba a ser puesta a prueba en ellos.

Se detuvo para secarse el sudor de las palmas de las manos en los pantalones. Apretando los dientes, se aprestó a aquella colosal tarea. Milagrosamente, lo consiguió.

—Gracias —le dijo ella, acercándose rápidamente al vestidor—. Recojo mi abrigo y nos vamos.

—¿Cómo? —en vano intentó convencerse de que Joanna no había hablado en serio.

—¿A dónde?

—Pues a la fiesta benéfica; ¿a dónde si no? Jason dijo que…

Brett estaba demasiado ocupado maldiciendo a su amigo como para poder escucharla. Si no hubiera estado tan obsesionado intentando no pensar en Joanna, podría haber deducido fácilmente lo que estaba pasando. Ahora, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Era demasiado tarde para echarse atrás pretextando cualquier excusa. ¿Qué pasaba con sus planes para aquella noche? ¿A dónde habían ido a parar sus posibilidades de encontrar una mujer que le hiciera olvidarse de la obsesión que sentía por Joanna?

—Ya estoy lista —exclamó, interrumpiendo sus reflexiones. Salió del vestidor con una extraña capa bajo el brazo y un pequeño bolso en la mano.

Y lo único que pudo hacer Brett fue quedársela mirando. Dado que su padre había sido diseñador de moda, Brett siempre había estado inmunizado contra la tendencia a impresionarse que tenían algunos compañeros suyos de profesión. O, al menos, así había sido hasta aquel momento.

Ahora no sólo estaba impresionado, sino también furioso. Había sudado sangre para abrocharle los botones de la espalda del vestido… ¡sólo para descubrir que la parte delantera era casi inexistente! Oh, claro, era de cuello alto, pero desde su misma base se abría en dos, revelando el valle que se abría entre sus senos, literalmente hasta el ombligo. A todo ello se añadía el exótico detalle de una hilera de perlas atravesando horizontalmente el escote, colgando suelta y balanceándose a cada movimiento de sus senos. Brett no sabía si estaba contemplando su mejor sueño o su peor pesadilla.

—Ponte el abrigo y vamonos…

—No estoy segura de que realmente lo necesite —frunció el ceño—. No parece que haga frío.

—Joanna, en beneficio de los dos… ponte el abrigo.

A Brett no le pasó desapercibida la inmediata reacción de los hombres que estaban presentes en el guardarropa en el mismo momento en que Joanna se quitó la capa.

—No esperaba que hubiera tanta gente —le comentó Joanna cuando se detuvieron a la entrada del vestíbulo del hotel para contemplar a la multitud—. Y todo el mundo va tan elegante… nunca antes había estado en un lugar así.

Su ingenua excitación resultaba tan contradictoria con su apariencia que Brett no supo si reír o llorar.

—Menos mal que Jason me aconsejó que me arreglara un poco.

—Ya —musitó Brett, distinguiendo a su pelirrojo amigo y dirigiéndose a su encuentro—. También podrás echarle la culpa si llegas a agarrar una pulmonía.

Su avance entre la multitud se vio dificultado por la cantidad de viejos conocidos que todavía no habían saludado a Brett a su regreso a Australia. Jo se mostraba encantadora con todo el mundo, ajena a las miradas de admiración que suscitaba su vestido.

—¿Es que conoces a todo el mundo en Sydney? —le preguntó ella cuando finalmente lograron escapar de un destacado político.

—Todavía no, pero mi madre sí. Aunque, teniendo en cuenta la atención que estás suscitando, probablemente me marche de aquí después de haber conocido a todos los varones heterosexuales presentes en la fiesta.

—Hetero… ¡oh! —asintió Joanna.

Como era habitual en aquel tipo de actos, había una gran variedad de políticos, actores, médicos y miembros de distintos colectivos gays. Brett había estado colaborando con fundaciones de ayuda contra el SIDA desde los primeros tiempos, cuando el número de personas asistentes a aquellas actividades difícilmente habría llegado a la centena.

—¡Brett McAlpine! ¡Hacía siglos que no te veía! ¡Dios mío, qué maravilla! ¿Y quién es esa princesa tan encantadora que te acompaña?

Kirk O'Grady nunca había contado con sus simpatías. Era un tipo vano, malicioso y obsesivamente centrado en sí mismo. Si Toni había significado un desastre personal para su vida, Kirk había ejercido el mismo efecto sobre la de Jason. Y tuvo que hacer un inmenso esfuerzo por no borrarle aquella estúpida sonrisa de la cara y comportarse de manera civilizada.

—Joanna, te presento a Kirk O'Grady. Kirk, Joanna Ford.

—¡Joanna, corazón, es un verdadero placer conocerte! ¡Y permíteme decirte que tu vestido es absolutamente di-vi-no! Un David Lingard, ¿verdad?

Brett contestó antes de que Jo tuviera tiempo de reponerse de su turbación:

—Lo siento, Kirk, es un Nightwatch. Adiós —y tomándola de la mano, se dirigió hacia la barra.

—Eso ha sido muy grosero por tu parte —le comentó Joanna.

—Bien. Espero que lo haya notado —ante su murmullo de sorpresa, añadió—: Ese tipo es un canalla. Un manipulador. Es un embaucador insensible que sólo piensa en sí mismo. Si sabes lo que quiero decir…

—Desgraciadamente, sí —admitió Joanna, entristecida—. He padecido a alguien así en mi vida.

—Yo también —reconoció Brett—. Aunque afortunadamente Toni no me hirió tanto como Kirk a Jason. Bueno, nombra un veneno —se esforzó por adoptar un tono ligero.

—¿Que nombre un ve…? —inquirió asombrada, antes de comprender—. Vaya, supongo que se trata de otra expresión de argot artístico, porque la verdad es que… —sonrió—…ahora mismo no tengo ganas de suicidarme.

—Te estoy preguntando qué es lo que quieres tomar —rió Brett—. Debe de resultarte todo un desafío comunicarte con todos esos fotógrafos y modelos. A veces creo que hablan otra lengua.

—Mmmm —asintió—. Pero ya me voy acostumbrando. Al menos ahora sé que si una modelo me dice que hay un tipo en el edificio que va a dispararle, no por ello debo concluir que me está pidiendo que llame a la policía.

—¿Lo hiciste?

—Desgraciadamente, sí.

Brett no pudo contener una carcajada, y Joanna añadió con una sonrisa:

—Ahora resulta divertido, pero en aquel momento creí morirme de vergüenza y salí corriendo. Menos mal que la modelo se encargó de explicarles que se trataba de un error, y que simplemente iba a someterse a una sesión fotográfica.

—Apostaría a que todavía lo pasas mal en este ambiente.

—Sí, pero la verdad es que todo el mundo es muy paciente y amable conmigo.

—Según mi experiencia, «amable» y «paciente» no son palabras que la gente asocie al mundo de las modelos —repuso secamente Brett.

Durante varios segundos, Joanna permaneció inmóvil, reflexionando sobre su comentario, antes de sacudir firmemente la cabeza… una acción que hizo tambalear la hilera de perlas que colgaba sobre sus senos. Brett maldijo en silencio. ¡Una copa! Necesitaba una copa… y rápido.

—Brett —le susurró nerviosa al oído, sentada a la mesa—. Ayúdame… —le golpeó la rodilla con una mano—. No puedo recordar qué tipo de tenedor es el que debo usar…

¡Un tenedor! Joanna le estaba enviando descargas eléctricas por todo el cuerpo, dejándolo tan confundido que ni siquiera recordaba su propio nombre… ¿y se preocupaba por un simple tenedor? ¿Por qué él, en cambio, era incapaz de concentrarse en la rubia que estaba sentada a su derecha… y que prácticamente se le había echado encima?

—Brett… —en esa ocasión el susurro fue acompañado por un poco gentil codazo en las costillas—. Ayúdame a…

La conversación de los comensales transcurría a un volumen lo suficientemente alto como para que nadie pudiera oír la exclamación de Joanna… cuando él le tomó una mano por debajo de la mesa. Brett había actuado puramente con la intención de guiársela hacia el tenedor adecuado, pero en aquel momento se la estaba agarrando como si no quisiera soltarla jamás. No había sido ese su propósito, pero el impulso había resultado incontenible y, a juzgar por su fulminante mirada, Joanna no estaba nada contenta con su comportamiento.

—¿Qué estás haciendo? —susurró.

—Intentando discretamente enseñarte cuál es el tenedor adecu… —recibió una patada en el tobillo. Bien fuerte.

—No alces la voz —musitó Joanna, disimulando frente a los demás—. Y no digas nada —esbozando una radiante sonrisa, respondió a un comentario que le había hecho uno de los comensales antes de volverse para mirar con el ceño fruncido a Brett—. Simplemente déjame echar un vistazo al que estás usando tú.

El primer impulso de Brett fue espetarle un «¡arréglatelas como puedas!», pero eso habría sido infantil e inapropiado.

—El de tamaño mediano.

—Gracias.

—De nada.

Decididamente, Brett se concentró en la rubia que estaba sentada a su derecha. Para el final de la velada, o estaría fascinado por su encanto… ¡o moriría en el intento!

Más tarde, tuvo que decirse que la única razón por la que la rubia había desviado sus atenciones hacia otros invitados había sido porque, de manera voluntaria o no, finalmente la había ignorado por completo. En aquel momento Natasha, Natalia, o como diablos se llamara, estaba bailando con un tipo en la pista. Y, a unos pasos de ellos, Joanna estaba haciendo lo mismo con otro individuo…

—Esta velada ha sido un éxito en todos los sentidos, ¿no te parece?

Aquel comentario fue dirigido a Brett desde el pequeño grupo de gente que se había reunido en un extremo de la mesa, charlando con Jason. Según su propia opinión, mientras imaginaba que los organizadores habrían recaudado una muy respetable suma, en términos de éxito personal pensaba que habría tenido mejor suerte intentando hacer surf en el Antártico.

De pronto, se quedó de piedra al ver los intentos que hacía Jo por convencer a su pareja de baile de que no estaba interesada en nada más. Aunque estaba sonriendo, movía la cabeza negando con énfasis mientras intentaba liberar su muñeca derecha. Y Brett se levantó de la silla como movido por un resorte.

—Me estaba preguntando dónde te habías metido —le dijo cuando se acercó a su lado.

—¡Brett!

Había algo increíblemente embriagador en la manera en que pronunció su nombre. Una parte de su ser se negaba a aceptar la evidencia: que su tono de voz se debía a su alivio por haberla rescatado.

—Er… Brett, te presento a Peter. Peter, Brett McAlpine.

Aquella cortés presentación fue lamentablemente desperdiciada, porque Peter ni siquiera se molestó en levantar la mirada del vestido de Jo. Resultaba obvio que había bebido demasiado.

—Creo —pronunció Brett tomando del brazo a Joanna y acercándola hacia sí— que este baile es mío.

—¡Hey! ¡Retírate, tío! Todavía no he terminado. ¡Un hombre se merece alguna recompensa por haber tenido que aguantar toda una noche a un montón de tipos aburridos!

Brett sólo tuvo el placer de agarrar a aquel tipo de la pechera de la camisa y sacudirlo un poco antes de que dos hombres impecablemente vestidos aparecieran de pronto a su lado, flanqueándolo. Los reconoció como empleados de seguridad amigos de Jason.

—¿Problemas, Brett? —le preguntó el más bajo de los dos, con acento europeo.

—Sí, Stefan —respondió, sin hacer intento alguno por soltar al tipo—. Es una pena que hayáis venido tan pronto. Tengo ganas de pelea.

—Señor —el otro empleado se dirigió al borracho con un tono muy respetable, dadas las circunstancias—. Creo que sería mejor que se marchara.

Para decepción de Brett, el sujeto pareció aplacarse y asintió con la cabeza.

—Hum… Brett —pronunció el tipo más alto, con un tono levemente divertido—. Me temo que vas a tener que soltarlo.

Y así lo hizo. El individuo se tambaleó hacia atrás, v los dos empleados tuvieron que sostenerlo por los codos antes de llevárselo a la salida.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó a Joanna, buscando en su rostro alguna señal de aflicción y no encontrando más que un mudo asombro.

—Creo que sí —respondió al fin, vacilante.

—Si quieres podemos marcharnos.

—¿Marcharnos? ¡Cielos, no!

—¿Estás segura?

—Sí…

—No tienes necesidad de disimular…

—Yo no…

—Si quieres ir a casa, simplemente dilo. Porque a mí no me importa.

—¡Brett! No quiero ir a casa.

No fue la inasistencia de su tono lo que lo convenció, sino el hecho de que lo había agarrado de los antebrazos para asegurarse de contar con su atención. Desgraciadamente, una vez que Joanna se dio cuenta de su acción, se apresuró a soltarlo.

Se quedaron mirándose el uno al otro en el borde de la pista de baile. A la izquierda, la gente estaba charlando en grupos; a su derecha, las parejas bailaban en la penumbra al son de una romántica balada, y por primera vez en su vida, Brett se quedó sin palabras, sin saber qué decir a continuación.

Joanna Ford era la mujer más asombrosa y fascinante que había conocido en su vida. Poseía una vulnerabilidad y una inocencia que parecían corresponder a una mujer de otra época. A veces lo excitaba de tal forma que le entraban ganas de hacerle el amor con locura, hasta que ambos cayeran inconscientes… otras veces su ingenuidad le enloquecía, le suscitaba una abrumadora necesidad de cuidarla y protegerla.

Pero Brett comprendía que nunca podría hacer nada de eso. Creía que su educación y el hecho de haber tenido una hermana gemela le habían imbuido de un conocimiento de las mujeres muchísimo mayor que el que tenían la mayoría de los hombres, pero Joanna Ford lo había dejado absolutamente perplejo.

—Baila conmigo —le pidió sin pensar.

—Yo… —Joanna lanzó una nerviosa mirada a la pista de baile, en aquel momento repleta de parejas, y luego miró a Brett—. No soy muy buena bailando; probablemente te avergüences de mí.

Pero Brett la tomó en sus brazos sin dudarlo.

—La buena noticia es que no me avergüenzo fácilmente de nada —le comentó mientras bailaban—. La mala es…

Joanna pareció vacilar, y se tambaleó. Instintivamente, Brett la acercó hacia sí.

—Ya lo sé —repuso la joven, sonriendo—. Acabas de pisarme y no sabes bailar: esa es la mala noticia.

—Eso es —suspiró Brett—. Lo siento.

—No se te da tan mal, de todas formas. De momento sólo me has pisado una vez.

—Quizá, pero creo que deberías conocer a la última mujer con la que bailé. Tengo entendido que aún lleva zapatos ortopédicos.

—Oh, eso no es nada —lo miró con los ojos brillantes—. El último tipo con el que bailé apenas podía ponerse de pie y dos fornidos hombres tuvieron que llevárselo agarrado de los brazos.

—Yo pensaba que estaba bebido —rió Brett.

De pronto, sintió que alguien le ponía una pesada mano sobre el hombro en el mismo instante en que Jo levantaba la mirada, exclamando sorprendida:

—¡Steve Cooper! ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Tú qué crees? Esperando bailar contigo. ¿Le importa que le interrumpa, amigo?

¡Diablos, claro que le importaba! ¿Quién diablos podría ser aquel tipo? Joanna le leyó el pensamiento:

—Brett, te presento a Steve Cooper.

No le había sacado de dudas. La pregunta era otra: ¿qué podría tener que ver con Jo?

Cuando Copper frunció el ceño, Brett se dio cuenta de que estaba ignorando la mano que le tendía. Finalmente, sus buenos modales le obligaron a estrechársela. Culpó también a su buena educación del hecho de que al momento siguiente se retirara cortésmente de la pista de baile… dejando a Jo sola con aquel gigantón.

 

Brett se volvió instantáneamente al oír el sonido de la voz de Joanna. Vio que atravesaba la sala a toda prisa hacia él. Sonrió para sus adentros. Cooper podría haber bailado con ella durante la última hora y media, pero sería él quien finalmente tuviera que desabrocharle los catorce botones de su fantástico vestido cuando regresara a casa.

—¿Y quieres marcharte? —le preguntó Brett.

—Sí. Pero quería saber si te importaría que le invitara a Steve a tomar un café en casa. ¡Es tan maravilloso volver a encontrar alguien del pasado…! ¡Y tengo que ponerme al día con él de tantas cosas…!

«¿Pasado? ¿Qué pasado?», se preguntaba Brett. ¡Jo había tenido una reprimida educación en algún pueblo insignificante del interior! ¡Y la única vez que había intentado escapar de ella, había resultado engañada por un canalla llamado Andrew!

—Jo —se dirigió a ella con tono exquisitamente razonable, cerrando los puños dentro de los bolsillos—, tienes todo el derecho del mundo a llevar amigos a casa. Sin embargo, ¿crees que Stan…?

—Steve.

—Bien ¿Crees que Steve realmente va a tener ganas de ir a Whale Beach a esta hora de la noche? Hay casi una hora de trayecto.

—Eso es lo mismo que ha dicho él —suspiro ella.

A duras penas logró Brett contener una sonrisa de satisfacción.

—Oh bueno… —Joanna se encogió de hombros, resignada—. Supongo que haremos lo que me ha sugerido y pasaremos la noche en casa de su abuela.