Prólogo
El oficial de aduanas que había recibido al anterior pasajero sin la menor objeción, a pesar de su estrafalaria apariencia, se estaba poniendo cada vez más pesado y meticuloso en el registro del equipaje de Brett McAlpine. Y aquello, como colofón de un viaje plagado de retrasos desde Nueva York, le estaba poniendo a Brett más nervioso por momentos.
—Vamos, hombre —le dijo con tono irritado—. ¿Es que acaso tengo aspecto de ser un correo de droga?
—Desde luego que no, señor —le informó el funcionario, posando su mirada inexpresiva en su abrigo de diseño, de estilo informal—. Pero el perro no parece pensar lo mismo.
A pesar de sí mismo, Brett sonrió ante aquella irónica respuesta. Había echado de menos aquel típico humor australiano durante los cuatro años que había pasado en la «capital del mundo». Y aquella pequeña e inesperada dosis de ironía venía a recordarle que al fin había vuelto a casa.
Después de su agitado paso por Los Ángeles como productor de un programa televisivo de variedades, en un ambiente laboral que parecía profesar un extraño culto a los adictos al trabajo, Brett se hallaba más que dispuesto a aceptar la más relajada actitud de su país natal. Además, el funcionamiento de la industria del cine y de la televisión en Australia, a pesar de su reducido tamaño en comparación con la de Norteamérica, le parecía incluso más profesional. No existía la posibilidad de que una estrella de una serie televisiva australiana se negara a trabajar hasta que le doblaran el salario. Allí, los ejecutivos de las cadenas no se arrastraban a sus pies.
De acuerdo, volver a casa significaba que iba a ganar menos, pero a cambio estaría menos estresado y en mejor situación para volver a hacer balance de su vida y de lo que más le importaba. Treinta y cuatro años parecía una buena edad para hacerlo, sobre todo cuando había desperdiciado los tres últimos en una relación con una modelo-presentadora de televisión… que se había preocupado más de su propia carrera que de él mismo.
Gruñó mentalmente cuando la imagen de Toni Tanner apareció en la pantalla de su mente. En un futuro inmediato, sólo quería tener cerca a tres mujeres: su hermana gemela Meaghan, su sobrina Karessa y su madre.
Cuando el funcionario de aduanas terminó de revisar su equipaje, lo despidió con una ligera sonrisa y un sencillo: «Bienvenido a casa, compañero».
Quizá fuera el acento, pero de alguna manera aquellas palabras le parecían muchísimo más sinceras que toda aquella rutina hipócrita del «que te vaya bien» que había tenido que escuchar durante los últimos cuatro años. Más de una vez se había sentido tentado a contestarles groseramente, sólo por suscitar una sincera e impulsiva respuesta… aunque para ser sincero, reflexionaba mientras avanzaba con su carrito del equipaje por el vestíbulo, no había empezado a sentirse molesto por aquellas cosas hasta que Toni…
—¡Brett! ¡Hey, Brett! ¡Aquí!
Al volver la cabeza, vio a su hermana saludándolo con todo tipo de cómicos aspavientos, acompañada de su hija de catorce años.