Llaves del alma
I
Sueño y vigilia son dos caras de la realidad secretamente unidas. Entender los sueños es un camino para conocernos y para cambiarnos, pero ¿hasta qué punto podemos hacerlo teniendo en cuenta que son regalos que no pedimos?
Sí podemos. Yo he pasado a lo largo de mi vida por distintos procesos con respecto al sueño. Venía de una familia neurótica, estaba angustiado, tenía unos padres que se odiaban y ello me producía pesadillas terribles. Tuve que vencer esas pesadillas enfrentándome a ellas, derrotando mi neurosis. Es cierto que contaba con el don de hacer sueños lúcidos, de dirigirlos, desde muy joven. Al principio, los sueños lúcidos se presentaban en forma de tentaciones: me despertaba dentro del sueño y quería obtener fama, hacerme millonario, tener experiencias sexuales. Al final, lo que sucedía es que me quedaba atrapado. En el momento en que pedía cosas individuales, me sumía en el sueño y consecuentemente perdía la lucidez. Volvía a meterme dentro de un sueño ingobernable. Más tarde, en mis sueños comenzó a hacerse presente el deseo de ser mago: jugaba con las imágenes, me volvía gurú, quería poder. De nuevo, atrapado, perdía la lucidez.
Los sueños van cambiando y puedes hacer dentro de ellos distintas cosas, como un demiurgo. Pero después te das cuenta de que si uno sueña es por algo y que no es sano interferir en el desfile de imágenes.
Ha llegado, por fin, el momento en que soy simplemente un testigo de mis sueños: los contemplo y descanso. Actualmente, no sé realmente si sueño o no, porque en mis sueños el personaje soy yo tal y como soy en la vida real.
¿Mezcla la vigilia y el sueño?
No, no es eso. Me refiero a que, cuando sueñas, normalmente no eres tú, tienes otras personalidades, eres capaz de hacer cosas que no haces en la vida real. En mis sueños, sin embargo, yo ayudo a la gente: sigo dando clases, leo el tarot, doy conferencias. En realidad, ya no hay diferencia entre lo que hago en mis sueños y lo que hago despierto. Eso al margen de su lenguaje o contenido simbólico. Anteanoche, iba en un avión en plena oscuridad y el avión entró en la luz. Lo que tengo ahora son sueños felices, ya no tengo pesadillas. No tengo miedo porque controlo esas situaciones. Duermo sin ninguna tensión. Se aceptan los sueños tal y como vienen. En cierta manera —no digo que mi ego, porque no me estoy refiriendo exactamente a mi personalidad— mi identidad se ha solidificado. Se ha coagulado. Mi personalidad en el inconsciente es exactamente igual que en la vida real.
¿Qué terapia recomienda para vencer las pesadillas?
Yo comencé por Freud y resultó muy divertido: para él los sueños son deseos reprimidos, deseos frustrados, etcétera. Con Jung también disfruté: soñaba y luego prolongaba los sueños en duermevelas, continuando la historia, interrogando al sueño para ver qué me quería contar. Luego seguí con los sueños despiertos, desarrollando la imaginación. Hay muchas terapias magníficas. En los sueños lúcidos nos acercamos a lo que hacen las tribus de los senoi, que trabajan con los sueños durante el día, realizándolos a través de una especie de teatro. En otras escuelas los esculpen, hacen figuras, los pintan… De este modo los introduces en tu vida real, ¿no?
Pero todo esto es sólo para cuando estamos enfermos. Cuando te curas ya no necesitas hacer nada. Simplemente vives, simplemente sueñas. No hay represión.
¿Los sueños nos enseñan la verdadera naturaleza de la vida?
La vida nos enseña la verdadera naturaleza de la vida. Y la verdadera naturaleza de la vida es una mezcla de sueños y vida. ¡Porque toda la vida es sueño! Esto ya lo dijo Calderón, que tenía un nivel de conciencia altísimo para su época. Cuando vives el ahora, ese instante nos parece real, pero una hora después pertenecerá a la memoria, y las imágenes de la memoria tienen exactamente la misma calidad que las imágenes de un sueño.
Podríamos decir que vamos montados en un sueño y que todo esto, en la medida en que vamos avanzando y viendo, se va infiltrando en el mundo de los sueños y se va convirtiendo en sueño. Pero ¿qué ocurre con los sueños? Pues todo lo contrario: soñamos y esos sueños se van introduciendo en nuestra vida real. Los sueños se van haciendo realidad, como la realidad se va convirtiendo en sueño. Todo lo que sueñas se acaba haciendo real.
Usted cuenta que podemos acceder a los difuntos que aparecen en los sueños y que moran en un lugar de nuestra memoria, que pueden darnos consejos y ayudarnos…
Tenemos una mente colectiva, un inconsciente colectivo que está en algún lugar. Debe de haber una región de los muertos que se encuentra en el inconsciente colectivo. Lo que se ha llamado «infierno» en algunas culturas.
A través de los sueños, también ha llegado a ser consciente de la existencia de la magia, ¿verdad?
En los sueños lúcidos puedo cambiar voluntariamente algunas cosas, pero hasta cierto punto. No puedo cambiar todo sino una parte del sueño. Con la magia sucede lo mismo: puedes producir cambios en la realidad pero no puedes cambiar toda la realidad.
II
En la base de su terapia son fundamentales el arte y la poesía.
Creo que todo ser humano debe dedicarse a escribir poesía media hora al día, sin preocuparse de si lo que escribe es bueno o malo, si va a tener éxito comercial o no. La poesía ha de ser una constante en la vida para depurar el ego… Cada día deberíamos realizar un acto gratuito, una cosa chiquita que sirva a los demás, como dar una chocolatina a un niño, cosas simples. Yo he llegado a cierta depravación en la búsqueda de la bondad. A veces deposito un billete en el bolsillo de un mendigo que está dormido, para que crea que tiene suerte. Invento milagros. Aunque no creas en los milagros puedes hacer pequeñas obras para ayudar a los otros.
Esta habitación está repleta de cartas de agradecimiento en las que se me pregunta qué deseo en compensación por la ayuda otorgada. Yo respondo que nada, porque ayudo gratuitamente. Hago todo esto en función del tiempo del que puedo disponer para los demás.
¿Qué usa para acompañarse cuando crea?
Desde hace treinta años trabajo siempre con música de fondo de arpas célticas, que producen un efecto un poco hipnótico. Si no estoy muy inspirado, perfumo las suelas de mis zapatos o dibujo con un pincelito empapado en miel un eneagrama[4] en la planta de mis pies. Y, en momentos de sequía creativa, me tiño los testículos de rojo con pintura vegetal.
Dice que el arte cura. ¿De qué manera?
El arte cura porque tenemos que curarnos de no ser nosotros mismos y no estar en el presente. Hay una frase hasídica que dice: «Si no eres tú, ¿quién? Si no es aquí, ¿dónde? Si no es ahora, ¿cuándo?». Si eres capaz de solucionar el cuándo, el aquí y el quién (el tú), estás siendo tú mismo, y ya has logrado curarte.
¿Realizar arte es conocerse a sí mismo?
Sí, pero conocerse a sí mismo es conocer a la humanidad y al universo. Es pasar de lo singular a lo plural.
¿Podría explicarlo?
Piensa que la necesidad de curación se produce por la falta de conciencia. La enfermedad consiste en que hemos cortado las uniones con el mundo. La enfermedad es falta de belleza, y la belleza es la unión. La enfermedad es falta de conciencia, y la conciencia es unión con uno mismo y con el universo.
¿Qué artistas han logrado sanarse plenamente?
Lo más difícil del mundo es hacer un arte sublime. Poca gente lo ha conseguido. Pero podría citar a René Daumal, que aprendió sánscrito, fue alumno de Gurdjieff, se realizó. García Lorca es el caso contrario: no pudo ni supo hacerlo. Cuando lees Poeta en Nueva York, te da pena.
Ha dicho que la literatura no sirve si no cura. ¿Y si sólo cura al autor? ¿Puede el arte curar a unos y enfermar a otros?
Me recuerdas a esos artistas que dicen que este mundo no vale nada, que es una porquería, que no llegamos a nada, que Dios está muerto y todas esas cosas. La literatura mala es eso. Ir a mostrar el ombligo, decir cómo te tomaste el café con leche por la mañana, en medio del disgusto general, cuando todo está podrido a tu alrededor. Mientras el mundo está muriendo, yo me tomo mi café con leche. O realizo mi pequeño acto sexual. Eso resulta anticuado. Hay que atravesar la cortina neurótica. Yo, por ejemplo, confieso que no puedo leer a Proust. Está demasiado enfermo para mí y me puede contagiar su neura. Si cada día veo casos de neurosis, para qué voy a leer a otros enfermos. Hoy en día Kafka anda suelto por todas partes. Voy a echar una carta y me encuentro con Kafka en la oficina de correos. Un funcionario lleno de problemas.
¿Qué escritores y pintores salvaría? ¿Cuál sería su galería de arte curativo predilecta?
¡Vaya pregunta! En ella se traduce el concepto del campeonato de boxeo que se ha establecido en el arte, en el que podemos decir cuál es el mejor cuadro, el mejor libro, la mejor música, etcétera. Pero yo no veo la vida así.
Veo, en el arte, estructuras. Por ejemplo: en el cine, más que la mejor película yo preguntaría por géneros, por los mejores westerns o dramas. Yo tengo mi casa llena de westerns, en mi biblioteca hay novelitas de Silver Kane y de otros autores; y cómics, libros de filosofía oriental, de sufismo, Cábala, magia, alquimia, psicoanálisis… Soy hombre de mi época, y en mi época está Internet. Ya no se puede ni se debe hablar de la obra personal, tenemos masas enteras de obras por secciones y no por autores. Internet ha revolucionado todo esto. Yo tendría bibliotecas enteras. Mi ideal como humano sería un viejo sueño: todos los libros de la historia de la humanidad, todos los cuadros de la historia, todas las películas, músicas, esculturas, etcétera.
Y el arte que no sana, ¿también lo incluye?
Aunque no sane —que eso es otra cosa—, entretiene. Una persona sana puede leer a Cioran o Houellebecq y reírse mucho. Aunque yo no produciría ese tipo de literatura, porque está superada totalmente. Pero ahí está. Uno puede pasar de Kafka a Castaneda y seguir formándose. De la misma manera que el hombre va mutando de unos niveles de conciencia a otros, el arte va mutando de unos niveles de conciencia a otros. Es colectivo y no individual. No puedo decir que el mejor pintor sea Leonardo. Podré decir que él llego a otro nivel de conciencia, pero como era un individuo pudo llegar solamente hasta cierto nivel. Si te fijas, a sus máquinas les faltaba el motor porque carecían de energía. Esas máquinas maravillosas no disponían de lo esencial, que es la energía; usaban una energía muy primaria y escasa, a base de presión y agua. Leonardo no pudo resolver ese problema. Sus límites los estableció la humanidad de entonces, cuya naturaleza es colectiva, ¿comprendes? Si me hicieran la clásica pregunta de: «¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?», respondería que un ordenador con Internet. Es evidente.
III
¿Cuál cree que es la verdadera finalidad del lenguaje? ¿Cómo interpretarlo y hacerlo útil?
El lenguaje es ante todo una actividad del cuerpo, se corresponde con la naturaleza del sistema nervioso. Desde mi punto de vista, debemos ser capaces de producir un lenguaje bello y poético. Un lenguaje sano. Las enfermedades mentales, como las enfermedades corporales, se reflejan en la manera de hablar. Hay palabras dementes, enfermas, tuberculosas o cancerosas; palabras que no son naturales sino violentas y criminales. La enfermedad y el lenguaje insano se retroalimentan y resultan destructivos.
A través del lenguaje, además, nos transmitimos enfermedades y accedemos a niveles de conciencia inferiores. Los niveles de conciencia del lenguaje coinciden con los del ser humano. De la misma manera que el cuerpo humano ha ido mutando, el habla también. Si estancamos nuestro lenguaje, usamos una forma y un contenido que ya no nos corresponde. Si empleamos un vocabulario enfermo que no es el nuestro, nos va minando poco a poco.
Ahí está el uso de lo malsonante, lo grotesco, el exabrupto…
Si te refieres a las palabrotas, te diré que las palabrotas son simpáticas porciones revolucionarias que están destinadas a romper moldes familiares, sociales y de todo tipo. Tenemos la impresión de que se tiene una gran libertad al pronunciar una palabrota, sin embargo su uso reduce el nivel de conciencia. La palabrota no es útil, o lo es sólo al comienzo, para liberarse. Al principio resulta revolucionaria, pero no conduce a ninguna mutación. Es como el argot. La gente va deformando el lenguaje a través del argot, que en principio puede ser útil en la medida en que establece fuertes relaciones identitarias de grupo, pero que baja de golpe el nivel de conciencia. El único lenguaje que nos sube de nivel de conciencia es el lenguaje sublime: el del arte y la poesía.
Por lo que dice, recrear un nuevo lenguaje es necesario para dejar de ver el mundo de una manera determinada. ¿Qué deberíamos cambiar de nuestro lenguaje para cambiar nosotros?
Estoy trabajando en un libro de definiciones que se llama Intelectualmente correcto. Todos pensamos mal, y por eso necesitamos cambiar unos conceptos por otros. Yo he comenzado por cambiar las siguientes expresiones:
—Nunca por muy pocas veces.
—Siempre por a menudo.
—Ladrón por alguien que se apoderó de algo ajeno.
—Infinito por extensión desconocida.
—Eterno por fin impensable.
—Eres mi maestro por me enseñas a aprender de mí mismo.
—Quiero hacer por estoy haciendo cosas inútiles.
—Quiero ser por me desprecio.
—Dame por permite que yo tome.
—Imítame por no te respeto.
—Mi mujer por el ser con el que comparto mi vida.
—Mi obra por lo que he recibido.
—Así eres por así te percibo.
—Lo mío por lo que ahora tengo.
—Morir por cambiar de forma.
Estoy haciendo este libro escuchando a la gente hablar por el camino, voy creando senderos en el lenguaje. También estoy aportando definiciones que rompen con las que existen. Todas ellas se definen por su propia negación:
—Felicidad es estar cada día menos angustiado.
—Decisión es estar cada día menos confuso.
—Valentía es ser cada día menos cobarde.
—Inteligencia es ser cada vez menos tonto.
Así podemos comprender las cosas de otro modo. Considero que hay que trabajar el lenguaje de esta manera porque, por simple falta de entendimiento, avanzamos hacia una catástrofe. Estamos pensando mal. Así, debemos sustituir en nuestro lenguaje:
—Comienzo por continuación de.
—Hermoso día por hoy me siento bien.
—Fracasar por cambiar de actividad. —Yo sé por yo creo.
—Soy culpable por soy responsable.
¿Cuál es el mecanismo por el que pueden las Bellas Artes aumentar nuestro nivel de conciencia?
La explicación se encuentra en su propia definición: arte bello y creación artística. La belleza es el límite máximo al que podemos acceder a través del lenguaje. No podemos alcanzar la verdad, pero podemos aproximarnos a ella a través de la belleza. En el lenguaje no hay verdad. La belleza es lo que los iniciados llaman «el resplandor de la verdad». Es lo máximo a lo que puede llegar el ser humano.
¿La fealdad se correspondería, por el contrario, con el nivel más bajo de conciencia?
Al decir belleza hablamos de fealdad, al decir luz hablamos de oscuridad. Son opuestos. Al citar a una, ya estamos hablando de la otra. Si tenemos que definir la fealdad, te diría que muchas veces yo busqué un concepto antagónico a la belleza… Con este sistema de opuestos hablaba de bueno y malo, de bello y feo. Pasé por todo aquello y al final me quedé con dos conceptos-herramienta: útil e inútil. Útil es todo aquello que nos ayuda a alcanzar niveles de conciencia más elevados; inútil es todo aquello que nos rebaja el nivel de conciencia, lo que repercute sobre el sistema nervioso provocando depresión y autodestrucción. El ataque a nuestra propia salud conduce a la destrucción de los demás. Sin embargo, el nivel de conciencia más alto conduce a la euforia de vivir y al deseo de inmortalidad, eternidad e infinito. La inmortalidad se alcanza probablemente —ya que la muerte es un fenómeno individual— de manera colectiva: exaltando y defendiendo a la humanidad. La raza humana como colectivo puede ser infinita. La muerte es individual, y saberlo ayuda a entender el mundo. La negación de la muerte es la negación de lo individual.
IV
¿Es necesaria la ebriedad para soportar la vida?
Emborracharse produce una gran alegría emocional, pero el alcoholismo es horrible. Puede ocurrir que bebamos de manera esporádica como escape o diversión, pero no es necesario. Pienso que la gente inteligente tiene que abrir las puertas de la percepción, pero no hace falta que lo haga como hizo Timothy Leary, que convirtió su mundo en ebriedad, se hizo adicto y murió drogado, sin ser él mismo.
Una cosa es romper con tus propios límites y otra, evadirte. No recomiendo a nadie que se evada, no hago apología de esa ebriedad escapista. Ni siquiera recomiendo la marihuana, porque es un prozac generoso, un calmante, pero no es bueno estar sedado todo el día.
¿Y tomar hongos al menos una vez en la vida?
Eso es distinto. La experiencia que produce te acerca a la metafísica y a la mística. Cuando se fuma marihuana por primera vez, también se abren los sentidos: enseña a comer bien, a oler bien, a sentir bien la música. Pero basta una o dos veces para aprender. Si no, acaba creando un ejército de necios sensuales y perezosos que se sienten genios, así como el alcoholismo acaba volviendo a la gente violenta, y esto de poco sirve.
¿Habría llegado usted a ser como es sin haber tomado sustancias alucinógenas?
Yo no he llegado a nada. ¿Adónde he llegado? (Se levanta y gira sobre sí mismo). No se llega. En mi caso, necesité tomarlas en un momento dado, hacia los 40 años, cuando iba a hacer La montaña sagrada y tenía que interpretar a un maestro. Necesitaba saber cómo era la mente de un sabio. Yo no tenía esa mentalidad, y percibía mis límites. Entonces contraté a un gurú, Oscar Ichazo, que fue uno de los creadores de la moda del eneagrama y el maestro de Claudio Naranjo. Le pagué diecisiete mil dólares para que me diera un LSD y me guiara. Era un ácido puro, un polvo que disolvió en zumo de naranja. Una hora más tarde me dio un cigarro de marihuana. La primera toma duró ocho horas, pasado un tiempo volvimos a tomar. Fueron dos sesiones en las que aprendí mucho y rompí mis propios límites. Yo creo que estas experiencias no deben hacerse por espíritu festivo, tampoco solo ni en compañía de gente que no haya alcanzado un alto nivel de conciencia. Puede ocurrir que durante la toma veas a esa gente como a demonios.
Esta es la explicación de por qué tomé este tipo de drogas. La consecuencia es que me abrió la mente y me sirvió para demostrarme hasta dónde podía llegar. Gurdjieff decía que las drogas son para eso: tú estás en el sótano de un edificio y la droga te hace subir a la terraza de golpe. Estás en el garaje y te hace saltar cincuenta pisos. Ves todo el horizonte, toda la ciudad, y cuando vuelves, te das cuenta de que para llegar de nuevo arriba tienes que trepar todos los pisos tú solo, sin drogas.
Como en el mito de la caverna, pero pudiendo otear más allá.
Sí. Pero, en este caso, trepando con tu propio esfuerzo, sin LSD. Se trata de llegar a ver sin drogas, y se puede hacer. De otro modo no sirve.
En Occidente, carecemos de un marco de referencia o de una cultura de usos para la toma de estas sustancias. Por ejemplo, los hongos aquí se consumen de los modos más brutales, en fiestas, sin referencia ni finalidad. A usted se los proporcionó María Sabina, la chamanita…
Me los mandó a través de una persona llamada Francisco Fierro, que era su asistente. Él sabía cuánto había que tomar, cómo vomitar, qué hacer durante la toma y todo eso. Esa experiencia puede resultar un ritual muy sabio si prescindimos de inyectarle dioses. Porque eres tú quien tiene que hacer el viaje, sin dejarte teledirigir desde fuera ni que te impongan arquetipos; entre otras cosas, porque tus arquetipos están dentro de ti y tu viaje es tuyo.
Muchos practican cultos sincréticos con la ayahuasca, como con otras drogas.
La ayahuasca no tiene por qué ser mezclada con santerías y cosas de este tipo, como ninguna otra droga. La ayahuasca hay que tomarla tranquilamente, sin ritos, y guiada por alguien que la conozca, como todas las drogas psicodélicas.
Quiere decir que estas sustancias hay que tomarlas con alguien que las conozca, pero que no proyecte una forma de cultura religiosa o su interés o historia personal sobre los demás…
Efectivamente, con alguien que haya desarrollado su espíritu y que actúe como guía, pero sin imponerte sus conceptos durante la experiencia. Que cuando tengas angustia te muestre el camino de salida. Yo estaba con Óscar Ichazo tomando y, de pronto, sonó el teléfono. Estaba en pleno viaje, y me dijo: «Contesta». «Pero ¿cómo?», le pregunté. «Tú puedes estar en dos mundos», contestó. Cogí el teléfono, hablé normalmente y seguí con la toma. Ese es un buen guía.
Pude, y cualquier persona puede estar en dos mundos: uno que se llama real y el otro. Esa es una gran lección que sólo puede dar un maestro. Esto es sólo un ejemplo de lo que podemos aprender en un viaje.
O sea que la sustancia le abrió al conocimiento…
Para mí fue un gran paso. Recomiendo hacerlo al menos una vez y de una manera guiada. Yo observé que mi mujer, Marianne, tenía límites espirituales a pesar de hablar seis idiomas, ser joven y universitaria, precisamente por haber recibido una educación francesa racionalista. Quería seguir el camino del tarot y le dije que no se podía quedar presa en esa cárcel de lo racional y que necesitaba una experiencia psicodélica. Entonces la acompañé a Holanda. Arrendé un cuarto cuya ventana daba al cielo y a las dos o tres de la mañana le hice comer unos hongos para que el efecto llegara hasta la luz del amanecer. La guie. Le fui marcando el camino y resultó ser una experiencia decisiva en su vida. Si yo hubiera aprovechado que estaba en un viaje y la hubiera seducido, ella habría perdido todo el beneficio de aquella experiencia.
Incluso la marihuana debería ser tomada como algo iniciático, como el alcohol en las fiestas báquicas. El ágape forma parte de esa cultura que hemos perdido.
¿Qué extraño mecanismo de la conciencia puede hacer que estas sustancias rompan límites?
Estamos acostumbrados a vivir en un mundo lineal, en una arquitectura cúbica y racional, y por eso estamos obligados en un momento dado a romper las limitaciones. Muchas veces no podemos hacerlo, precisamente porque estamos presos en la mente. Por eso tenemos que realizar una experiencia en que nuestros mecanismos de percepción salten con el fin de conocer otros mundos.
Los chamanes eran gente primitiva; pero ahora somos nosotros los que queremos tomar hongos a nuestro aire, no con sus ritos. Yo no voy a tomar nada con un chamán, a la antigua. ¿Para qué? ¿Para que tomando ayahuasca se ponga a cantar a la Virgen María o a la serpiente? ¿Qué me importa todo eso? Algunos seguidores de la terapia gestalt ponían discos de Wagner para tomar ketamina. ¡No, por favor!
Cuando tomas sustancias debes estar en la naturaleza, esperando que llegue la luz del día, con la menor interferencia posible. Basta con un maestro que te diga por aquí y por allá. Y con una o dos tomas es suficiente para que el cerebro se te abra bien para toda la vida.
En realidad no se trata de drogas. Una experiencia de hongos no es como consumir drogas. Yo tenía un frasco con un polvo de hongo y decidí dárselo a unos seres queridos porque pensé que era mejor dárselo yo a que se lo diera cualquier imbécil con la excusa de montar una fiesta y hacer tonterías.
Imagino que estas sustancias son sagradas para usted.
Un momento, no caigamos en la trampa del concepto «sagrado». Todo puede ser sagrado para un santo, hasta un excremento de perro. Y para un ciudadano normal nada es «sagrado» sino quizás «útil». Hay que decir que estas experiencias cambian de función y de resultado según los niveles de conciencia que tenga quien las toma. Las sustancias psicodélicas fueron, en primer lugar, tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de conciencia superior a la tribu. Mi tesis es que son recomendables sólo para gente que tenga un alto nivel de conciencia. Hay gente con un nivel de conciencia casi animal que puede perderse o acentuar su tendencia enfermiza con las sustancias. Hay que tener mucho cuidado, no sólo a la hora de ver a quién se las das, sino para decidir con quién las tomas. Tengo una frase que puede resumir esta situación: «No se adonde voy, pero sé con quién voy». No se debe tomar este camino con personas que son incapaces de absorber la vivencia, porque te intentarán arrastrar y sacarte de tu viaje. Da drogas a los soldados y los convertirás en asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras magníficas. Mucho cuidado con esto. No pensemos, como pretendían algunos, que al echar LSD en las fuentes de una ciudad vas a mejorar la sociedad. Eso sería un peligro público.
Por ejemplo, la ayahuasca ha caído en manos de gente con mentalidad romántico-infantil y la ha convertido en religión. Grave error. Los grados de conciencia bajos, de manera sistemática, malgastan estas energías. Pero está claro que en un momento dado, cuando se accede a una formación social racional, como la que nos imparten, es necesario que la gente que tiene responsabilidades tenga una experiencia para que sepa qué hay más allá de lo racional.
Pero habrá gente que no las necesite…
Claro. En este momento yo no las necesito. Es como estar dentro de los sueños, y yo ya lo estoy. ¿Qué gano con ver alucinaciones y cosas que ya conozco? La experiencia es hermosa, de acuerdo, pero ¿qué voy a encontrar allí? Es útil cuando sientes que tienes un límite y tomas para que te ayude a superarlo. La persona con bajo nivel de conciencia se asusta si descubre que tiene un límite, se enoja y llora al saberlo. La persona con un nivel más alto de conciencia lo único que desea es que le digan dónde están sus límites para poder vencerlos, y lo agradece profundamente porque podrá mejorar. La gente con bajo nivel de conciencia anda buscando que alguien le confirme sus valores, pero la gente con alto nivel de conciencia lo que busca es que alguien le marque sus defectos para superarlos.
V
¿Podría explicarnos qué es realmente el tarot?
El tarot es una máquina metafísica. Un organismo de imágenes y formas muy difícil de resumir, uno de los primeros lenguajes ópticos de la humanidad. El tarot tiene 22 arcanos mayores. Si con el alfabeto español se puede escribir El Quijote, imagínate lo que puedes hacer con 22 cartas, a las que hay que sumar otros 56 arcanos menores.
El tarot responde a unas reglas de óptica proyectiva. Es como un espejo que te permite desarrollarte en la medida en que vas viendo más y más de ti mismo. Yo lo uso para los demás y también para mí, para asomarnos a este espejo y poder comprendernos. Si, por ejemplo, le pregunto «¿Qué es rezar?», él me responde. «¿Qué es el amor?», me lo explica. «¿Quién soy yo?», y ahí apareces. El tarot nos enseña el inconsciente del consultante y, si puede ayudarle, le ayuda. Sirve para sanar.
El tarot se puede usar para todo menos para leer el futuro.
Cuando la gente se interesa por el porvenir, y me pregunta por ejemplo «¿Voy a encontrar un hombre?», les contesto: «Eso no te lo voy a decir porque puedo influenciarte, lo que te voy a explicar es por qué hasta ahora no has encontrado un hombre». «¿Voy a tener dinero?», quieren saber, y lo que les enseño es por qué no tienen dinero. «No sé si vivir en Madrid, o Barcelona», me plantea otro, y, bueno, lo importante es saber por qué no sabes decidirlo. Todo lo reduzco a la actualidad.
En realidad yo no creo en el futuro, es una cosa que no quiero ni tocar porque el cerebro tiene tendencia a obedecer predicciones. A la persona que tiene un poquito de fe en ti, si le dices que se va a partir la pierna, se la parte.
A veces lo que ocurre es que esa gran máquina mágica que es el tarot, cuando cae en manos de los pseudotarotistas, queda reducida a un instrumento para leer el futuro. Lo convierten en un objeto. Es un crimen que se desconozca que el tarot es una obra de arte sagrada.
Ha dicho que para poder leer el tarot hay que distanciarse del consultante, no interferir en su vida para nada.
Sí y no. Para leer el tarot hay que identificarse totalmente con el consultante, ahora bien sin interferir en sus asuntos. Hay que respetarle, sin pretender influirlo o utilizarlo.
Yo siempre lo he leído de manera gratuita —excepto durante unos meses cuando empezaba, porque tenía que ganarme la vida— no porque fuera generoso, sino porque el tarot es algo útil para los demás. Si cobro lo desvirtúo y, de esa manera, no lo puedo conocer a fondo. Hacer tarot es hacer el bien y es hacer arte.
O sea que lo que hace con el tarot es «consultar al consultante».
Sí. Es como un contador Geiger. Te dice qué pasa, qué sucede, cómo va esa persona. Se lo dice a ella misma. Y a veces responde cuando existe una duda o una elección. El tarot aclara, muestra la voluntad del consultante y ayuda a descubrir lo que hay en él.
¿Cómo podemos entender lo que nos dice el tarot?
Al principio tratando de desarrollar la telepatía, intenté adivinar. Luego me dediqué simplemente a leerlo, lo que no me impide tratar de ver cómo es la persona consultante, cómo están su salud, afectos, sexualidad o intelectualidad. Acepto al consultante con sus límites, siento su voz, noto cómo huele su aliento y, a veces, le toco. Capto todo lo que puedo antes de echarle las cartas: veo cómo las mezcla, cómo se mueve, cómo actúa, cómo me habla.
VI
A lo largo de la historia de la humanidad, la metáfora de la transformación personal ha tomado distintas formas. Una de ellas ha sido la magia. ¿Es posible la magia sin superstición?
La magia no es la superstición, la magia es la naturaleza del mundo. El mundo no es lógico ni racional, es mágico, y existe una estrecha unión de todos los acontecimientos, por eso llamé a mi libro La danza de la realidad, porque todos los acontecimientos están ligados, unidos; el tiempo no es lineal, los efectos algunas veces se producen antes que las causas, hay misterios… El setenta por ciento del mundo no podemos comprenderlo, como el chimpancé no comprende el noventa por ciento del mundo. Nos queda mucho por aprender. La realidad es milagrosa, es mágica. Obedece a principios que no son científicos. La realidad no es científica.
Y cuando no entendemos esa naturaleza del mundo creamos supersticiones…
Exacto, y creemos en cosas que no son porque las necesitamos.
¿La magia trabaja sobre la realidad o sobre nuestra manera de ver el mundo?
En la magia, si eres consciente, podrás ver las metáforas, las analogías: para que llueva, el chamán hace ruido con los dedos en la tierra. Si has evolucionado te das cuenta de que esto, a un cierto nivel, funciona porque esa analogía es útil. El inconsciente acepta las metáforas, y cuando tú conoces las leyes del inconsciente te das cuenta de que la magia maneja esas leyes. La magia trabaja sobre el inconsciente.
Hablo del inconsciente de la realidad, no de nuestro pequeño inconsciente. Al ser misteriosa, la realidad muestra que existe un inconsciente personal, uno familiar, uno de grupo, uno del planeta, uno del universo… Así es la realidad. El mundo es tanto lo manifestado como lo no manifestado. El mundo es tanto lo que es como lo que no es. El mundo es tanto la posibilidad que se nos aparece como las infinitas posibilidades que se nos ocultan.
Uno es una conciencia inmortal, una exacta reproducción del universo. Tu inconsciente es una partícula y al mismo tiempo la totalidad del cosmos. Y digan lo que digan respecto a tu limitado cuerpo, eres la conciencia total. Te cuenten lo que te cuenten de tu carne efímera, si llegas a integrarte en la conciencia divina, eres inmortal. Sin embargo, para lograrlo hay que tener la humildad de borrarse personalmente aceptando ser sólo un canal. Pero si te presentas como un ser todopoderoso que lo sabe todo, serás un farsante. Por más que yo trate de ser más de lo que soy, no soy más de lo que soy. Hay que ser consciente de lo que somos. El poder más grande de tu vida es poder ayudar, y el beneficio más grande que tiene el hombre es vivir en paz. Hay misterios, pero uno no los domina. He conocido pequeños milagros telepáticos, que cada día son un poco mayores. Pero no llego a las cosas que se cuentan en las leyendas: «El maestro ve a una persona, y conoce su nombre y fecha de nacimiento». No llego a eso, pero llego a otras cosas. La telepatía existe, lo sé.
¿Cómo definirías la magia negra, frente a la magia blanca?
La magia negra es una magia enferma que intenta aprovecharse de la naturaleza del mundo. Es una magia inútil porque se encamina hacia la destrucción. Existe sólo en quien cree en ella. Abrirle la puerta puede ser muy peligroso para uno.
¿Cómo se explica la existencia de una magia blanca y otra negra?
El espíritu tiene raíces profundas, ramas profundas. Te puedes fundir hasta lo negativo infinitamente, en lo oscuro, o puedes elevarte hasta la luz. Es una cuestión de elección. Pero de la magia negra no quiero hablar porque, como ya he dicho, es una cosa enferma.
La técnica ¿no es la magia actual aplicada?
No sabemos qué es. Sabemos que funciona. Al igual que desconocemos qué energía mueve al universo. Todavía lo ignoramos. Podemos intuir cómo funciona el mundo y a eso lo llamamos de muchas maneras, incluso Dios. Lo que no llegamos a entender lo denominamos magia, pero en realidad es una utilización de lo mágico. Estamos hablando de un uso de la magia, pero no sabemos exactamente qué es. No lo controlamos. No podemos todavía.
¿Cuáles son las leyes de la magia?
Son cuatro: querer, osar, poder y callar. Por «callar» entiendo «obedecer». La fuerza en reposo es la mayor fuerza, por eso a veces cuento esa historia iniciática que relata cómo el hombre más fuerte del Imperio chino hace su demostración de fuerza sacando una mariposa de una cajita y diciendo: «Soy tan fuerte que puedo tomar una mariposa por las alas sin dañarla». Eso es callar.
El conocimiento hay que manifestarlo sólo cuando se nos pide, y si no hay que callar. Una cosa es dar y otra obligar a recibir a los demás…
¿Y cómo interpreta «querer, osar, poder y callar»?
«Querer»: si tú no quieres, no avanzas. Hay quien no quiere curarse. Los evangelios lo apuntan cuando Jesús pregunta al paralítico si quiere andar, porque si uno no quiere, ni un dios te puede curar.
«Osar»: curarte es hacer frente a los cambios que la curación te va a producir. El paralítico llevaba cuarenta años inválido, así que curarse para él significaba no tener dinero porque no mendigaría más. Cuando estás enfermo, en realidad, estás llamando la atención de los demás para que te cuiden, estás pidiendo cariño. La enfermedad es una comedia de peticiones. El enfermo pide a gritos que lo amen. Hay que osar ser curado, entrar en una nueva individualidad en donde desconoces la dirección porque se produce un cambio y, en cierta medida, una nueva personalidad.
«Poder»: significa que una vez que estás haciendo las cosas, entras en lucha y no tienes que ser tu propio enemigo. Para poder hay que ser uno y no ser otro, no luchar contra ti mismo porque ello te producirá una gran neurosis de fracaso.
«Callar»: significa que cuando intentas transmitir lo que ganaste, lo pierdes por exhibicionista. Este es el problema que tienen algunos gurús: muestran su santidad y la pierden en ese mismo acto. El verdadero maestro es invisible: no tiene flores, ni collares, ni anillos, ni fotos, no tiene escuela ni discípulos. Para el verdadero maestro toda la humanidad es su discípulo. De manera disimulada desliza bienes y conocimientos que puedan elevar el nivel de conciencia del otro. No necesita escuela ni ambiciona ser maestro. Es maestro porque obedece a una voluntad universal que es superior a él.
¿Qué hace un alquimista?
Lo primero sería definir qué es un alquimista: el que busca la piedra filosofal, el que cambia los metales viles en oro, el que busca un disolvente universal y, por último, el elixir de la larga vida. La piedra filosofal: el alquimista quiere desarrollar sus valores interiores hasta lo increíble, hacer crecer su ser y, gracias a eso, a través de su nivel de conciencia, poderse elevar a otras dimensiones.
El elixir de la larga vida es una persona que acepta su vida y vive todo lo que tiene que vivir sin autodestruirse.
El disolvente universal es una persona que ha desarrollado en su corazón el amor divino. Amor es lo que disuelve todas las resistencias.
VII
¿Por qué nos curamos cuando reímos?
En cierta manera porque al reírnos nos desprendemos de lo que nos duele o tortura. La risa nos crea una distancia con nuestros propios conflictos y libera los nudos. Ayuda momentáneamente. Abre los diques y proporciona la felicidad durante unos instantes. Es tan buena como el estornudo, que es rápido y liberador.
Así funcionan también los chistes…
Pero no existe un solo tipo de chiste, sino muchas variedades. Hay chistes agresivos, racistas o sexuales que son enfermos. La gente expresa gran cantidad de enfermedades con este tipo de chistes que los libra de la angustia de estar cargando con esas cosas. Pero existen ciertos chistes, que podríamos llamar iniciáticos y que tienen un contenido metafísico, filosófico, humano: son chistes profundos. Esta manera de hacer humor fue siempre utilizada en las escuelas místicas: los sufíes contaban historias sobre el sabio idiota Mulla Nasrudin, algo parecido hacían los roshis zen, y también hay toda una serie de chistes sobre rabinos. En las escuelas iniciáticas el chiste es un elemento importante con tanto valor como los textos sagrados. Es increíble pero es así. De la misma manera tenemos que entender los cuentos, por ejemplo los de hadas, que también son valiosos.
Aunque nuestra cultura los denigra.
Sí, porque nuestra cultura denigra todo lo que es profundo. Por ejemplo la ceremonia del té. El té era un elemento esencial en las culturas orientales, en especial en China y Japón, como el café en el sufismo. En cambio ahora lo tomamos a todas horas, cuando en realidad se trata de productos sagrados, como lo es la marihuana. Cuando fui a Holanda y pregunté cómo tomaban los hongos, me contestaron que los ponían en una pizza. La gente se los come sin ningún sentido. Todo lo sagrado se ha perdido.
Hace poco vendieron en subasta pública las obras de arte que dejó en herencia André Bretón, y lo curioso es que lo mejor que tuvo fueron sus piedras. Bretón se dedicaba a recoger bellos guijarros que para él eran la obra de arte más grande que existía. Lógicamente, no tienen ningún valor comercial. La poesía tampoco se vende. Eso es lo maravilloso del verdadero arte, que no han conseguido que sea industrial. El hombre, cuando llega a un nivel de conciencia adecuado, siente lo sagrado en todo lo que le rodea y el mundo cobra así su sentido. Las plantas, las piedras, el chiste: son sagrados; las cosas se van sacralizando. Conocí a un chamán que curaba la afonía con una infusión de excrementos de vaca.
¿Recuerda algún chiste en especial?
Cada día tengo uno predilecto. El de ayer era acerca de un hombre que gana la lotería y le preguntan si está contento con los millones, y contesta: «No estoy contento, porque compré dos billetes: con uno me tocaron los millones, pero con el otro no me tocó nada». En lugar de ver la alegría de la vida, este hombre se aferra a lo negativo de ella.
Hay que reírse de lo absurdo del mundo y no creerse nada…, pero ¿tampoco a nosotros mismos ni a nuestras propias mutaciones?
Claro. Hay diferentes humores. El humor negro, que es distanciarse del mundo. El humor normal, que es reírse del mundo. El humor pánico, que es carcajearse y estar feliz de la vida. No hay que reírse de, como hace el humor vulgar, sino reírse con, como hace el humor surrealista. O el humor pánico, que es reírse, sencillamente: ser feliz en medio del caos y de la destrucción. Los chinos accedieron a este descubrimiento inventando el juego de morir… Un maestro murió con la cabeza en el suelo y con los pies en el aire, carcajeándose. Eso es entender la existencia.