Hacen noche, una jornada de Sevilla, nuestros caminantes; y saliendo con el alba de la posada, el mozo de mulas da fin a su canto y Montúfar a su novela.
TAN cansados llegaron todos al lugar y con tan buen ánimo el vientre para acometer contra cualquier cosa que le pusiesen delante, que Montúfar no se acordó más del señor Federico y se le dejó con su secretario Jacobo en buena conversación, pareciéndole que a dos hombres que eran tan discretos y amigos no les faltaría plática para toda aquella noche, y que él podía con mucha seguridad tratar de la cena. Hízolo así con aplauso general de toda la compañía, que igualmente traía dispuesta la voluntad. Cenóse regalado y abundante, y danzaron los brindis tan aprisa alrededor de la tabla, que si todos los comensales no tuvieran más del color moreno que del blanco y rubio, hubieran pasado por flamencos. El vino trajo a su compañero el sueño, que fácilmente le introdujo en los miembros de aquella comunidad por apelar sobre el cansancio y fatiga de la jornada; hasta que la risa del alba los despertó y volvió al camino. Pero como aún Montúfar no tuviese acabadas cuentas con el sueño y le faltase por satisfacer tina partida, y como buen soldado se hallase con tanto valor que le impidiese el trote de la mula, para cumplir con esta petición no pudo por entonces volver a la plática, y, en el entretanto, para que le sirviese de ayuda el canto, a instancia de aquellas señoras el mozo de mulas, volviéndose a entonar segunda vez con no menos gracia que la primera, tomó a Malas Manos en la boca y, arrojándose con un grito tan fuera de compás y término de buena música que las espantó, prosiguió de esta suerte:
Dando pasos liberales, siendo carga de un rocín, vuelve descortés espalda a la gran Valladolid
el que hizo con el padre de tanta moza gentil el estrago que en las almas suele hacer el dios Machín.
Hacía Valencia camina, campaña hermosa y feliz, pues la dura todo el año la recámara de Abril;
cuyos azahares, que labran un generoso jardín, siendo amargos a los labios son dulces a la nariz.
Toda gente de la era le ha salido a recibir, que le aclaman valeroso por hazaña tan civil.
Quiso dar luego señal de su bendito vivir y que las obras pregonen quién es el que viene allí.
Y a la hija regalona de cierto oficial sutil en consolar un zapato cuando se quiere morir,
pues aunque esté más caído y le amenace su fin, en pie le vuelve a poner porque en pie vuelva a servir,
la robó de sus paredes con sagacísimo ardid, siendo virginal bocado, que es lo más que hay que pedir:
pues si el mundo se rigiera como me parece a mí, beber frío y gozar virgen vedara a la gente vil.
Usurpó su flor primera el bisnieto de Cegrí, que andándose en estas flores de un árbol vendrá a morir.
Avisóla en el lenguaje del germánico latín, lengua para el Calepino lo que el griego para mí.
Dio con ella en Zaragoza, donde la hizo servir de obligado de la carne, plato del bueno y del ruin.
Era la moza ojinegra, más bella boca no vi: cada labio es una rosa, cada diente es un jazmín.
Vestida con un vaquero levantar puede un motín según la sigue rabiosa la ignorancia juvenil.
Llamados de su belleza, que es clarísimo clarín, todos vienen con sus cuartos para dar y recibir.
Ella tiene buen despejo Y es mujer tan varonil que, sin empacharse en nada, con todos sabe cumplir.
Cierto hijo de vecino, que es aperreador gentil de las damas, porque a muchas dar perros muertos le vi,
usó de la misma gracia con ella, sin advertir que aun se castigan agravios hechos contra su chapín.
El hijo de la Tovar, avariento en el sufrir, tan sangriento en las venganzas que le queda atrás el Cid,
por su mal le halló en el coso cuando el plateado candil que trae la dormida noche se planta en nuestro cenit:
y, sin decirle "¡agua va!", le arrojó su bergantín dos balas, y no de azúcar, mortales de digerir
por boca de una pistola. Dieron un grito infeliz: naturales de Vizcaya eran a lo que entendí.
Salióse el alma de casa con el ruido, y al huir el cuerpo abrazó la tierra por ver que es su madre al fin.
Romper quiso por los vientos con más bríos que un neblí el autor de aquella sangre, temiendo su San Martín;
pero el señor Zalmedina, sin fiarse de alguacil, le llevó a la casa honda que jamás vistió tapiz;
donde sin darse en los pechos, que no se los quiere herir, le dijo a voces su culpa; la penitencia fue así:
OTRO ROMANCE
Antes que el Sol cuatro veces, sobre su carroza azul, se humanase con la tierra comunicando su luz,
mandó el señor Zalmedina llevar a nuestro Gazul a una cama donde le echen eternamente a la mu.5
Ya traen para consolarle la imagen del buen Jesús. que dio fruto de la vida en árbol de muerte y cruz;
el que rescató las almas de la eterna esclavitud y las hizo vencedoras del enemigo común.
Ya los padres religiosos, que tratan de la salud de su alma y que conquiste aquel celestial Perú,
templar quieren para el cielo este, aunque humano, laúd, como su arpa solía aquel yerno de Saúl.
Cierta señora africana, mujer de mucha virtud, tan familiar con los diablos que a los más llama de tú,
como a pariente le llora antes de ir al ataúd, Y en vez de decirle misas se le encarga a Belcebú.
Ya la cadena de esparto se pone, y negro capuz viste para la jornada sin prevenir más baúl.
Todos aquellos hidalgos que hacen mal rostro al testuz y que comen pasa e higo con más gusto que alajú6,
aullaban por su muerte, y con triste betún se afeaban los vestidos: ¡Oh triste solicitud!
Entre hembras del mercado fue el sentimiento común y la que hizo menos muestra bien lloró más de un almud.
Los compañeros del rancho, con dolorosa inquietud se bebieron más que cabe la cuba de Sahagún;
que así lloran por su amigo en su estrecha esclavitud, el día que ellos conocen que le quieren dar tus mus.
Desmayóse, y los ministros de Herodes, haciendo el buz,7 le ruegan que coma un poco, y él les responde "non plus";
porque ve que aquel regalo que no es para más salud, que por eso a perro viejo se dijo que no hay cuzcuz.
Más porfiárosle tanto, que por ir con la común bebió más que perro en siesta Y comió más que avestruz.
Paseáronle por las calles: y, al fin, de su juventud, entre los pies del verdugo sus años hicieron flux.8
—Enronquecerme han hecho Vs. ms. —dijo el pedestre caminante—: pero porque un honrado mancebo tratante en mulas ha de dar la obediencia a los amos con quien caminare, y yo me precio de tan agradable que, por hacer gusto, me dejaré freír, he querido verles el fin a estos romances, aunque voy, tan seco en el paladar y enjuto en el estómago como se deja considerar.
—¡Oh qué bien —dijo la bellísima y sutil Elena— pediste tu ayuda de costa!, pues de suerte representaste tu necesidad que casi nos has encargado la conciencia, como a las que fuimos, con haberte hecho cantar, las despertadoras de tu sed. Toma ese pedazo de plata con la imagen de los castillos y leones y estima esta merced en tanto como ocho reales, porque con eso la das todo el valor que merece.
Agradeció Sebastián, que así se llamaba, la liberalidad de la mano hermosa y dio buenas esperanzas a su garganta para la primera ocasión. Ya estaba desatado del sueño Montúfar, que puestos los ojos en Elena dijo:
—Si V.m. es tan agradecida con los que la entretienen que sabe ser generosa, animarme debo yo a proseguir mi relación, que podrá obligar por verdadera y admirable lo que desagradare por mal referida:
«—A la puertas de palacio, después de haber cumplido con el precepto de la misa con la atención y cristiandad que nos podemos prometer de dos hombres tan bien entendidos (porque verdaderamente todos los actos de virtud son naturales y propios efectos de un alto ingenio), llegaron Jacobo y su favorecido Federico en el mismo tiempo y hora que el Rey estaba cercado de todos los grandes y poderosos príncipes de su reino, que a una voz, y siendo común el deseo, le suplicaban se sirviese de no dar oídos a tantos embajadores extranjeros que de parte de sus príncipes hacían instancia por la serenísima Casandra, hija única suya y heredera de sus estados, pues podía de entre ellos mismos, siendo los más sus deudos y todos procedidos de su real sangre, elegir uno, el que más acepto fuese a su voluntad, para cabeza coronada; en que haría dos cosas: a ellos favor y singular merced y a los vulgares y plebeyos pondría freno en su inquietud, que ya algunos habían mostrado los ánimos dolientes y inclinados a escándalo, representándole para esto algunas desgracias que sucedían en la ciudad después que había corrido la voz por parte y en favor del de Hungría, pues sin guardar el respeto y decoro con que todas las repúblicas tratan a los embajadores se habían entrado por su casa, con mano armada, hiriendo parte de sus criados y defensores. Viose el Rey en lugar estrecho y obligado tanto de la petición justa que les dijo:
»—Caros parientes y verdaderos amigos, de cuyo fiel vasallaje y leales ánimos tengo hecha larga y segura experiencia: yo soy quien os quiere con amor de padre, y como tal, el que más ha procurado daros dueño y superior que, conformando con vuestra naturaleza y costumbres, participe de vuestra sangre y nobilísimo deudo; mas he temido siempre no acertar con esta elección tan a vuestro gusto como yo querría para conseguir el fin de la paz, porque mi deseo y voluntad sólo camina a excusar las guerras civiles que de esto se podrían seguir, pues cualquiera de vosotros piensa, y con razón, que iguala a los demás en valor y sangre y querrá para sí la compañía de Casandra, en quien son tantos los dones de naturaleza que, respeto de ellos, es pobre en los de la fortuna con ser heredera forzosa de este reino de Nápoles. Y así quiero remitir esto a vuestros propios votos, y daros en eso toda la mano que tengo, para que si, lo que Dios no permita, por castigo de nuestros pecados la elección se errase, no forméis de mí la queja sino de vosotros mismos; por eso, animaos y en nombre de Dios, cuya virtud invoco, llegad con gallarda resolución y desnuda de toda pasión y propio interés a darme el voto.
»Así digo, cuando hincando la rodilla el Condestable y besando la mano al Rey propuso de esta suerte:
»—Dado caso, señor soberano, que yo no puedo votar por mí y que es fuerza hacerlo por otro tercero, después de mí a nadie quiero ni debo más que a Federico, porque confieso haber recibido de su mano más buenas obras y particulares beneficios que del padre de quien fui engendrado; ultra de esto, si yo pongo los ojos en la conciencia, ésa me señala por la persona de más méritos y partes más convenientes a este magnánimo caballero, en quien las virtudes se esparcieron tanto que, desde los pies a la cabeza, le cubren y rodean, siendo éste el traje que más le ilustra y adorna; porque, señor, ¿quién ha hecho a la justicia mayores amistades guardándola siempre el decoro y reverencia? La paz, ¿por quién vive y reina durmiendo segura y quieta si no por su desvelo y vigilancia? ¿En qué boca se halló la verdad tan igual y tan a todos tiempos? Su caridad nació en el cielo y su modestia y templanza son tales que no tienen parentesco ni aun remoto con las criaturas de la tierra. Estas que he dicho partes son que a cualquier hombre, en todo estado, le hacen bueno y loable; pero Federico tiene, entre muchas, dos particularísimas para reinar, y de suerte corroboran y fortalecen mi opinión que queda más inexpugnable que la roca fuerte que se burla de las olas del mar cuando, arrogantes, le meten al cielo la guerra en su casa y no perdonan las estrellas, y son: la una, el ser sobre todos los nacidos de desinteresado y liberalísimo, y hombre de quien se sabe que un día que se retiró temprano por andar con poca salud a la cama, volviendo a verle el médico que había dos horas o poco mas que acababa de estar con él, le halló crecidos los accidentes de la calentura y ocupado de una grave melancolía. Preguntada la ocasión, dijo:
»—¿Qué quieres? ¡Triste y miserable yo! No me preguntes cosa, que me ha de afrentar la respuesta. Sabe que luego que tuve uso de razón firmé en mi alma un propósito con las fuerzas que pudiera un voto: que no se me había de pasar día sin que hiciese a mis criados o vasallos alguna merced grande o pequeña. Y éste, bien es verdad que ha sido el descuido causado de mi poca salud, me ha cogido la noche sin haber comunicado mis manos algún bien a los míos.
»—¡Oh palabra digna de hombre que ha nacido para Rey! ¿Hay natural que más ajuste con la corona? Pues este caballero, desde el día que empezó a hacer merced reinó, porque si no tuvo el nombre de rey, que es lo menos, alcanzó el uso y ejercicio, que verdaderamente es lo más. La otra razón es que ya todos en el reino estamos enseñados a obedecerle muchos años ha, si no bien, como a rey original, como a sombra y retrato de V. Majestad, que esto es un privado, y le miramos con particular respeto y veneración, lo que en otro cualquiera ha de suceder al contrario, pues ha de pasar con violencia de amigo y compañero a ser príncipe y señor absoluto nuestro.
»Todos los demás señores confirmaron el parecer del Condestable y dijeron que cada uno en su ánimo, aun antes que él hablase, habían conocido las propias razones, de modo que se admiraban entre sí cuando le oían de verle que se ajustaba tanto a su opinión y sentencia. En esta ocasión llegó un recaudo al Rey de la Reina en que le suplicaba, de parte suya y de Casandra, que si la habían de casar con vasallo, como se entendía, fuese con Federico. Cuando, rompiendo la guarda, una multitud de pueblo desordenado entró por palacio pidiendo a voces lo mismo.
»El Rey, que amaba a Federico con amor de padre y vio que aquéllos mismos, por cuyo miedo él no había efectuado estas bodas le hacían instancia pidiéndole por merced aquello en que le hacían mucho gusto, entregó su hija única y heredera, Casandra, a su favorecido Federico, con gusto y aplauso universal, cuando él estaba más descuidado y ajeno de esta pretensión, que era tan alta que desvelaba a todos los príncipes de la Europa; sacándose de este suceso una moralidad admirable: que el mejor camino para conseguir todas las cosas es el desprecio de ellas.
»Jacobo casó en palacio con una dama de las de más calidad, riqueza y hermosura; celebrándose estos casamientos con fiestas y regocijos generales.
»Vs. ms. podrán creer de este cuento lo que fueren servidas, porque no es artículo de fe y yo dejo a cada una libre la voluntad y el crédito.»
Así dijo Montúfar, con que dio fin a su novela y los oyentes principio a sus alabanzas.
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