CAPÍTULO XX
DESENMASCARADO
Cuando el asesino se internaba en uno de los senderos de la sierra, Pete Rice recurrió a un medio que sólo empleaba como último recurso. Su propósito invariable era el de capturar a los delincuentes con vida, para poder someterlos a sus jueces, pero antes de permitir que un criminal escapase al justo castigo prefería incluso utilizar su pistola 45. No obstante, al apretar el gatillo del arma, el sheriff la dirigió contra una de las piernas del fugitivo.
La puntería de Pete Rice no tenía igual en todo el distrito. Junto con el ruido producido por el disparo se escuchó un grito de dolor y el criminal cayó al suelo...
Pero estaba dispuesto a defenderse hasta el último momento. Cuando el sheriff se acercó el hombre, desde el suelo, le hizo aún varios disparos que no dieron, empero, en el blanco.
Esto no tenía nada de extraño, si se tiene en cuenta que el criminal enmascarado utilizaba la mano izquierda, por tener la derecha inmovilizada, herido por el primer disparo del sheriff, que le alcanzara en el brazo de ese lado.
Para no exponerse a un riesgo inútil. Pete Rice resolvió entonces hacer uso de su lazo y, con un movimiento hábil, logró inmovilizar al asesino caído, rodeándole el cuerpo y los brazos con la cuerda y tirando del lazo con violencia, a fin de apretar el nudo todo lo más posible...
Reducido a la impotencia, el asesino esperó que el sheriff se acercase, esperando sin duda tener todavía una última ocasión para librarse de él; pero Pete Rice se echó encima del bandido con un salto formidable y le arrebató la pistola...
A continuación terminó de atarle con el mismo lazo y, ya completamente sujeto, le arrancó la mascara que hasta entonces cubriese sus facciones.
Por un instante el sheriff no quiso dar crédito a sus propios ojos. Aquel hombre diabólico, autor de tanto crímenes, que había aterrorizado la región hasta el punto de que el Valle de Grama fuese calificado como el Valle de los Hombres Muertos, ese asesino que, confiado en su astucia, había realizado sus fechorías hasta entonces impunemente, era Zeb Carson, un anciano casi y sobre quien seguramente no habrían recaído jamás las sospechas de la justicia de no haber sido por la celada que le preparara aquella noche Pete Rice.
Porque el sheriff de la Quebrada del Buitre no era menos astuto que los que trataban de burlarse de la Ley, y cuando comprendía que tenía por rival a un criminal inteligente, le combatía con sus propias armas.
En el despacho del sheriff Pete Rice se hallaba éste en compañía de Teeny Butler e Hicks “Miserías”.
Frente a la mesa, Zeb Carson, con sus heridas vendadas por el “Doctor” Buckley, respondía a las preguntas que le dirigía el sheriff. Estaba un tanto abatido, pero no por eso dejaba de brillar en su mirada cierta expresión de vanidad, característica en todos los criminales de su talla. Estaba convencido de que solamente la mala suerte le había hecho caer en las manos de la justicia, e interiormente sentía cierto orgullo al pensar que en ningún momento se había conducido como un delincuente vulgar.
Este era el mal de los grandes criminales y que una vez más había provocado la derrota de un asesino, que, creyéndose genial, había caído en una celada hábilmente preparada por la justicia.
—Carson-comenzó diciendo el sheriff —, está usted acusado de homicidio en las personas de “Doc” Brown, Lee Scott, Jocko Montana y quizá algunos más. Es inútil que trate usted de negar esos cargos toda vez que las pruebas que tenemos en contra de usted son terminantes...
—Lo sé, sheriff, y no soy de los que retroceden cuando pierden una batalla. He luchado y he sido vencido. Ahora solamente me resta esperar resignadamente la suerte que la Ley me depare. Le advierto que ya la conozco y estoy dispuesto a subir a la horca cuando así lo dispongan ustedes...
—Todavía nos falta su confesión, Carson. ¿Está dispuesto también a formularla?
—Sí. Haga usted las preguntas que quiera...
—¿Sabía usted que el subsuelo de la finca que vendió a Fernald contiene minerales valiosos?
—Cuando vendí la propiedad, naturalmente, ignoraba ese detalle, Pero, intrigado por conocer los motivos que habrían impulsado a Fernald a comprar mi finca por un precio tan elevado, cosa que al principio creí fuese consecuencia de su ignorancia, me dediqué a interrogar a “Doc” Bronw. El hombre era muy instruido y sagaz, pero yo lo era en mayor grado que él y, por último, obtuve una explicación del geólogo, que me reveló el mal negocio que había realizado al vender por sesenta mil dólares lo que valía varios millones. Desde entonces decidí apropiarme nuevamente de la finca a cualquier precio.
—¿Y por qué mató usted a “Doc” Brown y a todos los demás?
—Estos crímenes solamente constituyeron medios para lograr el fin que me proponía. Fue una cadena que resultaba necesario para poder adquirir nuevamente los derechos de propietario sobre esas tierras.
—¿En qué forma asesinó usted a Brown?
—Lanzándole al precipicio por medio de una horquilla de mango largo. Creí haber preparado el hecho con la suficiente habilidad como para darle las apariencias de un accidente; pero no pensé que los dientes de la horquilla pudiesen dejar huellas tan visibles en el cuerpo de aquel hombre....
—¿Y cuál fue el motivo de la muerte de Lee Scott?
—Con ella pretendí hacer recaer sospechas sobre Fernald, pensando que sería condenado a muerte y que después me sería fácil obtener la propiedad que anhelaba. Estaba dispuesto, incluso, a pagar por ella cien mil dólares si era necesario... Naturalmente, para comprarla, era preciso que se ignorase la existencia del mineral y ello sólo podía obtenerlo con la muerte de los dos únicos hombre que estaban en el secreto: “Doc” Brown y Seth Fernald.
—¿Y no tenía usted miedo de que Fernald, antes de ser ejecutado, revelase el secreto?
—Sí, pensé en esa posibilidad. Por eso prefería que no muriese a manos del verdugo, sino ajusticiado de acuerdo con las prácticas de la ley de Lynch.
—¿De modo que también organizó el desorden para apoderarse del acusado?
—No lo niego.
—Y Jocko Montana, ¿por qué fue asesinado?
—Por el mismo motivo...
Por un momento el criminal volvió a mostrarse orgulloso de sus condiciones y de la perfección de su plan. Después suspiró profundamente:
—Hubiese sido un hombre verdaderamente rico si no hubiese sido por sus procedimiento diabólicos, sheriff...
Ya era de noche cuando, después del proceso y condena de Zeb Carson, represaba Pete Rice a su casa, íntimamente reconfortado con la satisfacción del deber cumplido.
Nuevamente volvería a reinar la paz en el Valle de Grama y la tranquilidad retornaría al espíritu de sus habitantes. La muerte había hecho sus estragos allí, pero con las riquezas que provendrían de la explotación de los ricos yacimientos minerales muy pronto se varían compensadas las horas de angustia que viviera la población de la Quebrada del Buitre.
Cuando el sheriff llegó a la casa de su madre vio delante de la puerta un caballo completamente cubierto de sudor, señal evidente de que acababa de efectuar un largo viaje.
Al acercarse Pete, descendió de la galería, donde le estaba esperando, un hombre de robusta complexión física, que estrechó la mano del sheriff.
—Buenas tardes, Pete. Acabo de llegar y le estaba esperando...
—Buenas tardes, Les. ¿Qué le ocurre?
El comisario Les Moines era el representante de la ley en Sutter’s Bend, uno de lugares más alejados del distrito de Trinchera.
—No se asuste, Pete-dijo —. Esta vez no se trata de un asunto del carácter corriente de los que son sometidos a su actividad y en cuya solución ha dado usted tantas muestras de capacidad. No es un crimen, ni un robo de ganado, ni nada pro ese mismo estilo. Y, sin embargo, nos vemos precisados a resolver un difícil problema en el Valle de Charici, cerca de Sutter’s Bend.
En pocas palabras, el comisario explicó al sheriff que los pobladores de su zona habianse visto molestados en los últimos tiempos por la presencias de grandes rebaños de caballos salvajes que, procedente de las sierras, bajaban a los valles, devorando los pastos reservados para el ganado de los colonos.
Los pobladores estaban acostumbrados a solicitar la ayuda de Pete Rice cuando se veían en dificultades, y por eso enviaron al comisario Les Moines a la Quebrada del Buitre a fin de informar al sheriff acerca de lo que ocurría.
—Algunos propietarios están realmente preocupados-terminó diciendo el comisario —, porque se trata justamente de una época en que los pastos están escasos. Parecen estar decididos a matar los potros antes de permitir que sus animales se mueran de hambre...
—No creo que sea necesario matar a esos pobres animales-declaró Pete Rice —. Son ya demasiado numerosas las muertes que se han producido en el último tiempo, de manera que ahora quisiera asegurar la vida hasta a las mismas moscas...
El comisario Les Moines soltó una carcajada.
—Bien-dijo —. ¿Puedo decir a la gente que usted irá a ver cómo puede resolverse el problema?
—Con el mayor gusto, Les Moines. Mañana mismo saldré para Sutter’s Bend.
Pero cuando Pete Rice ensilló, a la mañana siguiente, a “Sonny”, con el fin de trasladarse al Valle de Charici, estaba muy lejos de suponer que allí se vería precisado a resolver una de las cuestiones más difíciles que se presentan en su larga carrera. Muchas habrían de ser las detonaciones que se escucharían en ese valle antes de que transcurriesen otros tres días.
La muerte estaba escribiendo un nuevo mensaje de destrucción con sus descarnadas manos...
¡Pero, de momento Pete Rice había triunfado!
¡Y volvería a triunfar!
FIN