CAPÍTULO XVIII

LA CONFESIÓN DE SIMS HART

Tan pronto como el sheriff Pete Rice conoció toda la verdad de labios de Fernald, comprendió que los cargos formulados por Sims Hart contra Seth, en el sentido de que le había robado animales, debían ser infundados y, puesto a descubrirlo todo, se trasladó a la finca de Hart, a fin de interrogar también a éste y averiguar cuáles eran los motivos que habían dado origen al encono que se observaba entre ambos propietarios vecinos.

Dirigíase el sheriff a la casa de Sims Hart, cuando, al pasar delante de la casa del vaquero de la finca de Fernald, observó que de su interior se escapaba precipitadamente un hombre, montando a caballo y desapareciendo en la oscuridad.

Casi en el mismo instante se oyeron fuertes gritos en demanda de auxilio, que partían de interior de la casa y que, evidentemente, eran lanzados por el anciano vaquero. Además, de uno de los rincones de la casa elevábase una llamarada.

Pete Rice encontrase así, de pronto, colocado ante un difícil dilema. Por una parte, estaba un delincuente que se escapaba y que quizá no podría ser ya atrapado para imponerle el castigo merecido. Por el otro, un hombre pedía auxilio desde el interior de una casilla incendiada.

El sheriff no vaciló. Rápidamente, corrió hacia la puerta y penetró en la construcción, desatando sin pérdida de tiempo al morador de la misma, que había sido fuertemente sujeto a su cama, mientras que las llamas tomaban rápidamente incremento y el humo hacía sofocante el ambiente.

Pete Rice llevó al vaquero hacia el exterior y allí le prodigó los cuidados necesarios para curar al principio de asfixia de que daba muestras. En cuanto a la casilla, una simple ojeada al fuego fue suficiente para que el sheriff comprendiese la inutilidad de todo esfuerzo por salvarla.

Con mirada patética posada en su casa, presa de las llamas, el anciano vaquero empezó el relato de lo ocurrido:

—Bien dicen, señor-empezó —, que en este Valle de los Hombres Muertos, como se denomina ahora al Valle de Grama, existen fantasmas y suceden cosas que no tienen explicación posible. ¿Cómo se explica, si no, que yo, un hombre carente, no sólo de dinero, sino hasta de los objetos más necesarios, y sin enemigo alguno en todo el distrito, haya podido ser víctima de un asalto?

—¿Un asalto?

—Así es, sheriff. Alguien golpeó a la puerta de mi casilla y, cuando salí a abrirle, me aplicaron un golpe en el cráneo y me privaron del conocimiento, tirándome acto seguido sobre la cama, donde me ataron y prendieron fuego a mi pobre casilla, que era el único lugar donde yo podría dormir...

—¿A cuántos hombres vio usted?

—A uno solo. Estaba enmascarado y llevaba una larga capa oscura. Eso es todo lo que puedo decirle; porque solamente le vi un segundo...

La narración del vaquero fue interrumpida en ese instante por la llegada de Sim Hart, quien, desde su hacienda, había visto el incendio, apresurándose a acudir en ayuda del puestero.

Hart y Rice se saludaron con el afecto de siempre y, en seguida, el sheriff fue derecho al asunto.

—Hart-dijo —, como primera medida es necesario que, por el momento, aloje usted a este hombre en su casa hasta que encontremos la manera de lograr otra casilla para él. Ha estado a punto de aumentar el número de los misteriosos asesinatos en el Valle de Grama.

El propietario llevó al vaquero en su caballo hasta la casa, donde le destinó una hermosa habitación para que se instalase provisionalmente. Después, Pete Rice y él, cómodamente instalados en al galería, fueron al tema.

—Sims-dijo Pete Rice —, he venido a verle para decirle que, a pesar de ser dos viejos camaradas, no le permitiré que trate usted de engancharme con esa acusación falsa de cuatrerismo que ha formulado contra Fernald. Quiero saber, en esencia, lo que hay entre ustedes. Fernald ya me ha contado muchas cosas y necesito también una confesión suya para poder completar el cuadro de la situación y lograr así poner fin cuanto antes a los desagradables sucesos que vienen ocurriendo en el Valle de Grama.

Por un momento Sims Hart, guardó silencio. Después, con las facciones cubiertas de rubor, dijo, rotundamente:

—Lo que ocurre, Pete, es muy sencillo. Yo soy un viejo tonto y, como tal, a veces me conduzco incorrectamente...

—Ya sé lo demás, Sims. Usted se ha enamorado de Sally Fernald, y al no obtener la conformidad de ella ni de Seth, ha querido vengarse de este último. ¿Es eso lo que quería decirme?

—Exactamente. ¿Cómo ha podido usted saberlo, Pete? ¿Acaso se lo dijo Fernald?

—No me habló ni una palabra de usted, ni yo le pregunté sobre este particular. Pero las miradas delatan, y cuando Sally vino a anunciarnos la próxima llegada de su prometido, usted puso una cara que revelaba claramente el desagrado que le producía tal noticia. Eso ha sido suficiente para que yo pudiese adivinar todo el resto.

—Perfectamente, sheriff; pido humildemente que usted me perdone por haberle mentido, y si tengo alguna pena que cumplir por falsedad estoy dispuesto a hacerlo.

—Su conducía, Sims, ha sido poco digna de usted. Sobre todo si se tiene en cuenta nuestra vieja amistad. Pero, además, habrá reconocido usted al fin que su pretensión era absurda. Usted tiene cincuenta y cinco años, Sally Fernald cuanta diez y nueve... Vamos, hombre, podría ser casi su nieta...

—Tiene razón, Pete. Yo también he tenido que llegar a la conclusión de que me proponía un absurdo. Pero la verdad es que cuando estamos enamorados no vemos los inconvenientes y sólo nos ilusionan las esperanzas. Yo pensaba que siendo uno de los hombres de mejor posición económica del distrito podría llegar a convertirme en un partido interesante para cualquier mujer, por joven que fuese. Y, sobre todo me siento muy joven aún...

—Usted se sentirá joven, Sims, pero a los ojos de los demás no se ocultan sus años. Indudablemente, hay mujeres, quizá más jóvenes que Sally Fernald, que no vacilarían en casarse con usted, llevadas por el interés; pero la hermana de Fernald no es de esa pasta. Es toda una mujer sensata y jamás cometería semejante desatino. Creo ser un buen conocedor de hombres y, como tal, estoy seguro que, en este caso, no me equivoco.

—¿Cuál es la pena que corresponde por el delito que he cometido, sheriff?

—Detención y multa. La detención se la perdono por haber tenido, aunque tarde, el valor de reconocer su error y de arrepentirse de sus actos. En cuanto a la multa, no la cobraré en efectivo, sino en especie, como la autoriza la ley.

—Usted dirá, sheriff.

—La multa consiste en que usted haga construir una casilla nueva para el vaquero que ha perdido la suya en el incendio de esta noche y le reponga las provisiones que perdió. ¿Conformes?

—O.K., sheriff. Mientras se construya la casilla y se la proveamos de lo necesario, el hombre podrá alojarse en mi casa.

—Bien.

Pete Rice y Sims Hart se despidieron con un apretón de manos y el sheriff emprendió el camino de su casa, satisfecho por un lado, por haber echado luz sobre los misteriosos sucesos ocurridos últimamente en el Valle de Grama, pero preocupado porque el autor material de dichos crímenes se había fugado.

Y el sheriff de la Quebrada del Buitre no era hombre que dejara escapar a un asesino...