CAPÍTULO X

LA SOMBRA DE LA HORCA

Por la activa mente de Pete Rice pasaron infinidad de pensamientos en rápida sucesión. Distintas escenas reaparecieron ante sus ojos, como en una visión de lo sucedido.

Vio a Seth Fernald, con el rostro demudado por la ira, descargando furiosos golpes contra su primo delante del Descanso de los Vaqueros. Después, él mismo se le apareció, sentado en la galería de la casa de Sims Hart, acusando a Lee Scott de ser el autor de las tentativas de homicidio que habían sido dirigidos contra él. Por último, se le apareció Fernald, cuando, después de la pelea con Jumbo Llado, le había pedido hacerse cargo de su primo para “enderezarlo”.

En esta ocasión, Fernald había manifestado que estaba dispuesto a pagar el viaje de su primo para que éste abandonase el Estado. Pero el hallazgo que Pete Rice acababa de hacer parecía indicar que Fernald había enviado a Lee Scott mucho más lejos que “fuera del Estado”. Haciéndole realizar el último viaje del que no se regresa y para el cual no se paga billete, a menos que se considere como tal la propia vida.

Y como segundo plano de todas esas visiones que se presentaron en la mente del sheriff, veíase la imagen de una horca y de una cuerda con un nudo corredizo en su extremo... Las pruebas contar Fernald era suficientes para condenarlo.

Este pensamiento hizo nacer en la mente de Pete Rice la imagen de la joven Sally Fernald. Víola implorar un perdón, que él no estaba en condiciones de conceder.

Una vez más el sheriff pensó en la traste suerte de tantas mujeres honestas-esposas, madres, hermanas, novias-que sufrían directamente las consecuencias de la conducta de los hombre allegados a ellas, con un criterio distinto de la ida del que debe regir las buenas relaciones de la sociedad civilizada.

Las palabras de Fernald resonaron aún en los oídos de Pete Rice: “Quise guiar a ese hombre por el camino del bien, pero él llegó a odiarme. Y, después, yo llegué a odiarle a él. Es un mal sujeto.”

Una voz interrumpió el hilo de los pensamientos del sheriff. Era Hopi Joe quien decía:

—Veo pisadas aquí, Pete. Llevan de regreso al sendero. Son de un hombre a pie.

Hasta Pete Rice, no obstante tener bastante experiencia en la busca de huellas, no hubiese sido capaz de ver aquellas débiles señales que el pie de un hombre había dejado en el piso de arcilla endurecida y rocoso de la arena. Pero la mirada águila del indio supo distinguirlas con la misma claridad como si hubiesen sido un papel impreso.

—Vengan. Vamos a ver adónde conducen-manifestó el indio, abriendo la marcha, con la vista fija en el suelo.

—Trae tú el cadáver, Teeny-ordenó Pete.

Sin demostrar la menor vacilación, el indio siguió la huella. En algunos lugares donde la tierra era más blanda, también Pete Rice reconocía claramente las señales dejadas por las pisadas.

—Podemos seguirlas a caballo-decían Hopi Joe, cuando llegaron nuevamente a terreno plano —. Ganaremos tiempo.

Los cuatro hombres montaron a caballo abriendo la marcha Hopi Joe, quien montaba su pony indio. En un lugar del camino se hallaba un trecho de tierra muy blanda en que las pisadas habían dejado una huella de excepciónal claridad. Veíase, en dicho lugar que una de las botas del presunto criminal tenía un remiendo en la suela. Dicho remiendo hallábase hundido a mayor profundidad que el resto de la suela. Además, podía observarse que estaban muy gastadas.

Joe no tuvo ninguna dificultad para seguir la huella, incluso cuando ésta cruzó un trecho de terreno rocoso. Las pisadas tomaron por el sendero, que pasaba delante de la casilla del vaquero.

Pete pasó revista al terreno que le rodeaba. No se veía ninguna señal de vida en todo el valle, con excepción del Este, donde varios animales pacían tranquilamente. La macabra comitiva siguió su camino. Hopi Joe abría la marcha sin vacilaciones. El sendero conducía directamente a la finca de Fernald.

Pete Rice perdió de vista las pisadas, probablemente porque otra imagen ocupaba su mente. Era la de la cuerda, de cuyo extremo pendía Seth Fernald, purgando su crimen conforme a los dictados de la Ley.

También Hicks “Miserias” siempre tan hablador-como que era peluquero de oficio-guardaba silencio en aquellos instantes. Su rostro estaba grave. Sus ojos celestes mostraban una expresión mística.

Llegaron a la casa de Fernald. En el almacén servía de dormitorio a los vaqueros no había nadie. ¿Se habría fugado Fernald después de cometer su crimen? Hopi Joe se apeó y arrodilló en el suelo. Un rápido examen le permitió seguir de nuevo las pisadas. Llevaban a la cocina de la casa.

La puerta estaba cerrada. Teeny Butler depositó en el suelo su carga macabra y ayudó a Pete Rice a abrir la puerta violentamente. Los hombres de la ley penetraron en la cocina. Nadie se encontraba en su interior. Además, en las paredes se veían solamente algunos utensilios y un lazo viejo.

Pero Pete Rice descubrió una trampa en uno de los rincones de la dependencia y la abrió. Debajo de dicha trampa había un pequeño pozo, en cuyo interior se veían distintas legumbres, como patatas, cebollas, etcétera.

Pete Rice comenzó a revolver entre ellas hasta que, de pronto, extrajo de debajo de las mismas un par de botas. Una rápida mirada fue suficiente para comprobar que en la suela de una de ellas había un remiendo nuevo.

Eran botas de asesino, botas que habían sido empleadas para llevar a un hombre a la tumba y que servirán para llevar a otro a la horca. Teeny Butler había permanecido delante de la cocina. De pronto anunció:

—Alguien se acerca a la casa, jefe. Son tres o cuatro vaqueros... ¡Ah!, parece que Seth Fernald está con ellos.

Pete levantó la mirada. En sus ojos veíase un brillo acerado. Sus mandíbulas masticaban pausadamente una bola de goma. Salió al patio de la casa y dirigió la vista hacia el grupo que se aproximaba, reconociendo a Fernald a la cabeza del mismo.

También Fernald reconoció el sheriff y le saludó desde lejos, levantando el brazo, a la vez que lanzaba su caballo al galope, adelantándose a sus vaqueros.

—Usted es, precisamente, el hombre a quien quería ver, sheriff-dijo cuando frenó su cabalgadura a corta distancia del lugar en que se encontraba el sheriff —. He estado recorriendo el campo con mis hombres y he podido observar que me han sido robados algunos animales... Parece que las cosas siguen...

Se interrumpió repentinamente. En ese momento pareció observar la puerta de la cocina, que había sido abierta violentamente. Su mirada se posó en el bulto que yacía en el suelo, envuelto en la manta.

—¿Qué? ¿Ha ocurrido alguna otra desgracia? —inquirió alarmado.

—Sí-contestó el sheriff secamente —. ¿Usted despachó de aquí a su primo Lee, verdad?

—Así es. Anoche le di cincuenta dólares y un caballo. Me prometió que no se acercaría a la Quebrada del Buitre, sino que se dirigía en línea recta a Wilceyville donde tomaría el primer tren para salir de este distrito.

—Pues bien, Lee Scott ha sido asesinado-manifestó rotundamente Pete Rice —. Me veo precisado a detenerle, Fernald, y llevarlo a la Quebrada del Buitre. ¿Quiere entregarme su revólver?

—Lee asesinado... —balbuceó Fernald, mientras clavaba la mirada en el cuerpo que yacía en el suelo, cubierto por la manta. Después sus ojos se dirigieron hacia las botas que Pete Rice llevaba en la mano, y una intensa palidez cubrió sus facciones.

Al mismo tiempo, Seth Fernald levantó las manos.

—Hágase cargo e mi revólver-dijo —. No digo nada por el momento. Estoy dispuesto a acompañarle, sheriff.

Durante todo el tiempo que duró el viaje hasta la población. Seth Fernald permaneció callado. Solamente cuando salieron del valle de Grama dirigió la mirada por encima de sus hombros hacia dicho lugar y dijo con amargura:

—Valle de Grama... Debieran llamarle el Valle de los Hombres Muertos. Porque eso es en realidad: un valle de cadáveres, de traición, de crimen...

—¿Quiere usted que notifique a alguien su arresto, Fernald? —inquirió Pete Rice—. Quizá su hermana, Sims Hart...

—Avise a mi hermana, por favor, señor Rice. En cuanto a Sims Hart, no quiero saber nada de él.

El sheriff frunció el ceño. En la última ocasión en que había visto juntos a los dos vecinos, eran buenos amigos. ¿Cuál será la causa de su actual disgusto?

Cuando Fernald estuvo alojado en el calabozo, rogó aún al sheriff:

—Quisiera que avisase usted también a Sharon Pell, el abogado de Mesa Ridge. Deseo encomendarle mi defensa.

—Bien-declaró Pete Rice, quien, aunque no veía con simpatía al abogado, no privaba a ningún acusado de los medios para defenderse antes el juez.

Pete Rice cumplió todas las formalidades del caso y ya era de noche cuando emprendió el regreso a la casa de su madre. De pronto, ya cerca de su casa, vio que, en sentido contrario, venía un joven vaquero, Curly Fenton, gran amigo del sheriff, llevando sobre la silla de su caballo un bulto parecido al que condujera Teeny Butler.

Los ojos del sheriff se ensombrecieron al ver que, según todas las apariencias, se había llevado a cabo un nuevo crimen.

—¿A quién lleva ahí, Curly? —preguntó.

—Al viejo Zeb Carson-contestó el vaquero —. Creo que ahora no le servirá de gran cosa su dinero.

Mientras hablaba, Curly movía la cabeza.

—Pobre viejo-continuó diciendo —. Yo había ido a visitar a Sims Hart y, cuando regresaba, se me ocurrió mirar hacia una zanja, que había a corta distancia del camino, viendo entonces que, en el interior de ella, se encontraba el viejo Zeb.

Pete Rice abrió los ojos. Zeb Carson era el dueño anterior de la finca que actualmente pertenecía a Fernald. ¿Habría estado en lo cierto Seth cuando exclamó que al Valle de Grama habrían tenido que darle el nombre de Valle de los Hombres Muertos?

“Doc” Brown había sido asesinado allí. Lee Scott también murió allí con la hoja de un puñal en la espalda. El cadáver de Jocko Montana bien podría estar descansando en alguna tumba de los alrededores. Fernald podía contarse ya entre los muertos, por cuanto no tardaría en ser ahorcado. En la batalla librada por el sheriff contra los bandidos que atacaron la casa e incendiaron sus almacenes, habían perdido la vida cuatro bandidos. Además, otros hombres como el joven vaquero de la finca de Sims Hart, habían derramado allí su sangre, en defensa de la ley, luchando contra el crimen...

Pero lo más extraordinario era que tanto el invitado, como el propietario anterior y el actual, su pariente y el mayordomo de aquella hacienda, estaban muerto o bien —como en el caso de Seth Fernald— lo estarían dentro de poco tiempo.

¡El Valle de los Hombres Muertos! ¡Era un nombre terriblemente acertado!