CAPÍTULO IX

UNA TUMBA RECIENTE

Pete Rice comprendió en seguida la intención de su contrario y, apuntándole con el índice de su mano tostada, gritóle con toda la autoridad de una orden perentoria:

—No saque el cuchillo, Jumbo.

El mejicano vaciló, pero no retiró la mano del cinto. El sheriff continuó hablando con el mismo tono:

—No dudo que haya usted tenido motivos para estar indignado con Lee Scott. De lo contrario, no habría usted disparado esos tiros. Pero, felizmente, no tiene buena puntería. Nadie ha resultado herido. En cuanto a su pelea conmigo, estoy dispuesto a no darle trascendencia, Jumbo, usted tiene mujer e hijos, y trabajo. Piense bien lo que va a hacer.

—¿Me deja usted en libertad? —inquirió Jumbo, sorprendido.

—Será el juez Grange quien decida eso-respondió Pete Rice —. Por el momento, tendrá que ir usted al calabozo. Pero es muy posible que todo se reduzca al pago de la vidriera rota y a que entregue usted su revólver y su cuchillo. Un hombre de su temperamento no debe ir armado. Si le sorprendo llevando armas de hoy en adelante, no le perdonaré. Pero si ahora se muestra razonable, le daré una oportunidad para salir con bien de este asunto. Sea cuerdo, Jumbo, y piense en su porvenir, en su mujer y en sus hijos...

El mejicano se levantó, avergonzado.

—Es usted un buen hombre, Pete Rice-dijo —. Admito que tengo mal carácter; pero ese individuo, Lee Scott...

—Yo ajustaré las cuentas con él-le interrumpió el sheriff, y, dirigiéndose a sus comisarios, ordenó: —Lleven a Jumbo al calabozo, muchachos.

Hicks “Miserias” y Teeny Butler se hicieron cargo del detenido. Teeny aventajaba al mejicano en una pulgada de estatura. En cuanto a Pete Rice, se dirigió al lugar en que continuaba Fernald hablando con Lee Scott.

—Ya le advertí ayer que no debía provocar más desórdenes, Scott-dijo el sheriff, con tono severo, al joven.

Fue Seth Fernald quien tomó la palabra:

—He estado hablando con Lee-declaró —. Creo que ha vuelto a ser razonable. Usted ha dado una oportunidad al mejicano, sheriff. Haga otro tanto con mi primo. Será la última vez.

Y, acercándose al sheriff, bajó la voz para que no pudieran oírle los curiosos.

—Si permite usted que se vaya-dijo —, lo llevaré conmigo a mi casa. Volveré a enderezarlo. Ha estado bebiendo. Cuando esté completamente sereno, le daré el dinero suficiente para que salga del Estado y no cause más molestias en este distrito.

Los curiosos habíanse aglomerado en derredor de Fernald. Un momento antes, la pelea había concentrado toda su atención pero, terminado el encuentro, volvió a manifestarse claramente la hostilidad que existía hacia él.

—¿Por qué no echa usted al calabozo a ese coyote? —preguntó uno de los circunstantes, dirigiéndose al sheriff—. No queremos a ese individuo aquí.

—Sabe más de la muerte de “Doc” Brown de lo que quiere admitir-comentó otro.

Pete Rice no hizo ningún comentario y el que acababa de hablar, tomando coraje, se acercó a Fernald y le levantó la mano hasta la cara:

—No lo queremos aquí a usted, ¿me entiende? —preguntó—. Si no se marcha en seguida...

¡Crac!

El puño de Pte Rice entró en contacto con la mandíbula del que así amenazaba a Fernald y le hizo caer al suelo.

—Basta ya de esas amenazas-declaró el sheriff, con severidad.

En seguida, dirigiéndose a los demás curiosos, prosiguió:

—¡Bien, muchachos, circulen! Supongo que algunos de ustedes tendrán que hacer... La función ha terminado. A trabajar...

Los circunstantes se dispersaron. Al individuo que había sido castigado por el sheriff por su insolencia se alejó, mirando hacia atrás con una expresión de odio contra Fernald.

El rostro del hacendado estaba serio.

—No alcanzo a comprender estos prejuicios en contra de mí-lamentóse —. Puede usted creerme, sheriff, si le digo que estas cosas me molestan mucho.

—Todo se arreglará satisfactoriamente-le aseguró el sheriff —, pero, por el momento, le aconsejo que vaya andando en dirección a la prisión, Fernald, procurando no mostrarse demasiado en público mientras estén los ánimos agitados en contra de usted. Yo le llevaré a Scott dentro de algunos minutos y, después, ambos podrán dirigirse de regreso a la casa de usted.

—Perfectamente, sheriff; comprendo que está en lo cierto.

Con estas palabras Fernald se alejó lentamente, tomando el camino que conducía a la prisión del pueblo.

En cuanto a Pete Rice, se puso a conversar con Lee Scott. El joven se hallaba ligeramente mareado. Su rostro mostraba evidentes señales de ebriedad. Pero no tuvo ninguna dificultad en probar su inocencia en lo que se refería al tiroteo de la meseta, cosa que no sorprendió al sheriff. Su coartada era perfecta.

Scott admitió sin vacilaciones que el rifle encontrado por Pete Rice era de su propiedad; pero insistió en que alguien debía haberlo robado, colocándolo en el lugar en que lo había encontrado el sheriff para hacer recaer las sospechas en él.

—Como usted comprenderá-terminó diciendo —, yo no puedo haber sido el autor de ese tiroteo en la meseta, teniendo en cuenta que durante los últimos tres días no he salido ni un minuto de la población. Permanecí constantemente en distintos locales que, si bien no son de la mejor reputación, prueban, sin embargo, lo que le digo.

Pete Rice no insistió. Estaba interrogando a Lee Scott con el mero propósito de llenar los formulismos legales, pero, desde hacía tiempo, estaba convencido de que aquel joven era inocente y que, por el contrario, el autor del hecho tenía interés en hacerle aparecer como sospechoso.

—Bien-dijo; —acompáñeme en un paseo hasta la prisión, Scott. No quedará usted detenido, pero quiero que se reúna allí con su primo y que, después, salga de la ciudad. Usted se está matando a sí mismo con toda esa bebida y demás vagabundeos por aquí. Además usted no parece ser un hombre muy fuerte y será bueno que no olvide que la bebida ha matado a individuos de más resistencia que usted. Yo le aconsejaría que se buscase trabajo. Un hombre que trabaja activamente nunca es malo.

Mientras hablaban fueron aproximándose a la prisión, penetrando en ella.

Jumbo Llado había sido encerrado en uno de los calabozos del frente. Fernald se hallaba delante de la celda, hablando al mejicano en castellano. Le estaba diciendo que pagaría los daños producidos en la vidriera y, además, devolvería a Llado el dinero que su primo Lee Scott le había estafado en el juego. Con esta suma, Jumbo tendría seguramente lo suficiente para pagar la multa.

Pete Rice permaneció un momento en el corredor, estudiando el perfil de Fernald. Aquel hombre le causaba cada vez mayor asombro. Después de unos minutos se acercó a él:

—Ignoraba que usted supiese hablar el castellano, Fernald-dijo.

Seth Fernald sonrió:

—No es mucho lo que sé-dijo —. Estudié ese idioma en el colegio. Además viví durante algún tiempo en California. Usted sabe que allí son muchas las personas que hablan el español.

Posó la mirada en Scott.

—¿Estás dispuesto a venirte conmigo, Lee? —preguntó.

—Creo que no habrá inconveniente-respondió el interpelado.

—Bien, vamos entonces.

Lee Scott salió a la calle y Fernald se acercó al sheriff y le dijo, en voz baja:

—Espero que esta será la última vez que haya tenido usted que molestarse por algo relacionado conmigo-dijo —. Haré que ese muchacho se vaya de aquí cuanto antes. De esa manera no nos molestará más. Es joven y difícil de manejar.

Pete asintió con un movimiento de cabeza y no dijo ni una palabra. Ni siquiera interrogó a Fernald acerca de los motivos de su presencia en el tercer piso del Arizona Hotel. Juzgó que aquella no era la ocasión propicia para ello. Cuando Fernald salió de la prisión le siguió con la mirada. Después se volvió hacia sus comisarios.

—¿Han encontrado ustedes algún rastro de Jocko Montana, muchachos? —inquirió.

—Precisamente estábamos hablando de eso-contestó Hicks “Miserias” —. Teeny me estaba diciendo que, a su juicio, el hombre debe haber pasado ya la frontera.

—¿Tienes algún motivo fundado para pensar así, Teeny? —preguntó Pete Rice al comisario.

—Estuve hablando con el viejo Zeb Carson-contestó el interpelado —. Tú ya sabes que el viejo habita ahora esa cabaña, que se encuentra al sur de la población. Dice que anoche, en el momento que se preparaba para ir a dormir, oyó que pasaba un jinete a galope tendido y que está seguro de que era Jocko Montana.

—Será bueno que reunamos mayores detalles acerca de Jocko Montana, ya que, por el momento, éste parece representar la clave del asunto-opinó Pete Rice —. Sin embargo, no estoy seguro de que ese hombre hay sido el instigador del asalto contra la casa de Fernald. Es posible que se trate de una mentira de Tom Addickes. En cambio, no me cabe la menor duda de que debe haber sido Jocko Montana quien robó la maleta de “Doc” Brown del Arizona Hotel.

—Ese Fernald es un individuo muy extraño-comentó Teeny —. A veces me parece que es sincero, y en otras tengo la seguridad de que miente y que hay algo oculto detrás de todas sus acciones.

Pete asintió:

—Son muchas las cosas que tendrá que explicar Fernald-dijo —, cuando llegue el momento. Mientras tanto, opino que nuestra misión consiste en encontrar a Montana.

Con estas palabras dio un paso hacia la puerta, pero giró en seguida sobre sus talones.

—No expresen ninguna opinión acerca de Fernald en el pueblo-recomendó —. Será conveniente darle bastante cuerda, quizá se ahorque solo. No debemos apurarnos. A veces se pierde más tiempo llegando a la estación antes de la llegada del tren, que perdiéndolo y esperando al próximo.

El sheriff salió, montó en ”Sonny” y se dirigió lentamente hacia el centro de la población. Apeose delante del Descanso de los Vaqueros y penetró en el local, pasando al campo donde se jugaba a los bolos.

Hopi Joe, no obstante sus condiciones de experto en huellas, que revelaban su condición de indio, era aficionado a las diversiones de los blancos cuando se hallaba en la población. En aquellos instantes, en efecto, asistía con interés a un partido de bolos entre Curly Fenton y otro vaquero. El hombro del indio había sido cuidadosamente vendado por el “Doctor” Buckley.

—¿Por qué no se ha quedado usted en cama, Joe? —preguntó Pete Rice.

El interpelado gruñó. Su rostro de indio siempre impasible, no revelaba muestras de dolor.

—Estoy bien-dijo —. Mucho ruido... pero agujero pequeño... Si me necesita par algo... siempre estoy a sus órdenes, Pete. Ya lo sabe.

—Entonces le necesito ahora mismo-manifestó Pete Rice —. Es preciso seguir la huella de Jocko Montana. Tengo que encontrarlo. Quédese un momento aquí, Joe, mientras yo trato de reunir algunos datos sobre él en el pueblo. Quisiera establecer en qué dirección se fue...

Pete Rice empleó las primeras horas en preguntar a distintos amigos, en la población si habían visto a Jocko Montana la noche anterior. Varios de ellos contestaron afirmativamente pudiendo deducir Pete Rice de sus declaraciones que Jocko Montana había estado en el Descanso de los Vaqueros en las primeras horas de la noche. Más tarde se le había visto en una cantina mejicana, jugando al “monte”.

Sam Hollis y Zeb Carson fueron quienes pudieron suministrar los datos más concretos acerca de Montana, aun cuando sus declaraciones no concordaban. Carson estaba seguro de que era Jocko el jinete que había visto alejarse hacia el Sur, ya entrada la noche anterior.

Sam Hollis tenía la misma seguridad de haber visto a Montana por el camino del norte, al regresar de la casa de un cliente, que había ido a ver para cobrarle una factura. Agregó el comerciante que Montana-ya que estaba seguro de que era él-se dirigía en aquellos momentos hacia la hacienda de Fernald.

—¿Habló usted con él, Hollis? —inquirió Pete Rice.

—Yo no hablo con semejante individuo —aseguró el comerciante, con un tono de amor propio ofendido—. Pero, a pesar de ello, juraría que era Montana. Montaba un caballo corpulento, cuyo pelo pude distinguir porque nos cruzamos en un lugar bastante oscuro del camino.

—¿También montaba un caballo de gran alzada cuando le vio usted, Zeb? —preguntó Pete Rice a Carson.

—Ya lo creo-contestó el viejo; —y en un animal que corría como si le llevasen mil diablos por el aire...

Pete siguió visitando otros salones y formulando preguntas. Era posible que tanto Carson como Hollis estuviesen equivocados y quería comprobarlo. Montana bien pudo salir de la ciudad por el camino que conducía a la finca de Fernald para evitar sospechas, después de robar la maleta de “Doc” Brown, regresando después por el camino que cruzaba el campo en dirección a la salida sur de la ciudad, y, en seguida, tomar hacia la frontera por la ruta en que le había visto Carson.

El sheriff volvió a la prisión e interrogó nuevamente a Tom Addickes.

El detenido confirmó su anterior declaración de que Montana había sido el instigador del asalto contra la hacienda. Al afirmar tal cosa, el hombre permaneció completamente tranquilo y habló con tono de desafío. Tampoco pareció preocuparse por cuestiones de dinero. Con toda calma anunció que encomendaba su defensa al abogado Sharon Pell, de Mesa Ridge.

Pell era un hábil abogado, especializado en asuntos criminales, pero sin escrúpulos. Había defendido a más de la mitad de los bandidos que había detenido Pete Rice.

Pete Rice regresó a su despacho, ocupándose en escribir sendas cartas a los diarios, de los cuales habíase encontrado ejemplares en la habitación de “Doc” Brown. Al llevarlas al correo, ya casi de noche, la suerte quiso que obtuviera una información fidedigna acerca de Jocko Montana.

Dos de los vaqueros de Sims Hart, que habían estado en la población la noche anterior, habían visto a Montana. Lo vieron cuando regresaba a la finca de Mesa, ya muy entrada la noche. Admitieron que habían bebido con algún exceso y agregaron que por eso regresaban al paso de sus caballos, sin ninguna prisa.

Cuando marchaban tranquilamente, un jinete había pasado delante de ellos, montando un gran caballo bayo. Estaban seguros de que se trataba de Jocko Montana. Además, vieron perfectamente cómo tomaba un sendero que conducía directamente al Valle de Grama y a la finca de Fernald.

Pete Rice, entonces, fue en busca de Hicks ”Miserias” y Teeny Butler.

—Muchachos-dijo; —parece que Hopi Joe ya se siente bastante bien. Ese indio parece tener una complexión de acero. Ya es demasiado tarde para poder seguir una huella esta noche, pero a primera de mañana quisiera que me hiciesen ustedes un favor.

—A tus órdenes, jefe —contestó Hicks “Miserias”.

—Cuenta conmigo —manifestó Teeny Butler.

—Salgan al amanecer a la finca de Fernald y averigüen, en primer término, si, por casualidad, Jocko Montana ha vuelto allí. No lo creo, pero debemos estar seguros de ello. Si está allí, tráiganlo al pueblo. Necesito hablar con él.

—¿Debemos colocarle las esposas? —inquirió Hicks.

—Eso lo dejo al buen criterio de ustedes-respondió Pete —. Sólo debo recomendarles que será conveniente que registren bien a ese individuo, porque es de los que llevan armas ocultas...

El sheriff quedó pensativo por un instante.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Hicks “Miserias”, con curiosidad.

—Acabo de tener una repentina inspiración. Tengo la absoluta seguridad de que Addickes está mintiendo. ¿No les pareció a ustedes que estaba muy satisfecho al declarar que Jocko Montana era el instigador del asalto y que había cruzado ya la frontera?

—¿Qué deduces de ello, Pete? —preguntó Teeny.

—Estaba pensando que quizá tenga razón Fernald y que lo peor en Montana es su aspecto.

—Ciertamente, tiene la apariencia de un criminal-comentó “Miserias”.

—Estoy de acuerdo contigo en eso, Hicks-replicó Pete Rice, a su vez —, pero no es menos cierto que las serpientes más hermosas son las más ponzoñosas. Por lo demás, Montana jamás ha cometido ningún hecho grave en este distrito. Estoy seguro de que robó la maleta de “Doc” Brown, pero puede haber tenido otras razones para ello. Además juraría que es leal a Fernald...

El sheriff se detuvo un instante para mascar vigorosamente la boca de goma que tenía en la boca. Después continuó:

—Voy a decirles a ustedes lo que puede haber ocurrido. ¿Por qué está tan seguro Addickes de que Montana ha salido del distrito? Únicamente tiene que ser por estar plenamente convencido de que no volveremos a verle jamás y que creeremos que se ha fugado.

—¿Quieres decir que Montana...? —inquirió “Miserias”.

—Puede estar muerto. Addickes puede tener la seguridad de que Jocko fue asesinado por esos bandidos y enterrado. En esas condiciones, es muy lógico suponer que no rectificará su declaración.

—Por Jaspar, es una buena hipótesis-declaró “Miserias”.

—Así lo creo. En consecuencia, muchachos, les pido que vayan a la finca de Fernald con Hopi Joe y, si el hombre no está allí, que traten de encontrar donde está enterrado por los alrededores... Si pudiésemos encontrar el cadáver de Montana ello nos libraría de tener que buscarlo del otro lado de la frontera.

Se acercó a “Sonny”, mientras se despedía:

—Vayan a dormir temprano, muchachos. Todos necesitamos dormir unas horas y no olviden que es conveniente salir al amanecer.

Pete Rice montó a caballo y se alejó lentamente. La noche anterior había estado empeñado en un furioso tiroteo, protegiendo la casa de Fernald de un asalto a mano armada por un grupo de bandidos. Aquella misma tarde había sostenido un encuentro reñido con Jumbo Llado.

Pero en aquellos momentos, mientras recorría la calle que conducía a su casa, su rostro mostraba una expresión de mayor suavidad y amabilidad. Ya no era sino Pete, el hijo de la señora de Rice, que se dirigía a casa de su madre para visitarla. Pero cuando Pete Rice llegó a la casa en que se hospedaba su madre, desde que le incendiaran la suya, supo que ya se había acostado, y no quiso despertarla.

Por el contrario, se trasladó hasta su propia casa y penetró en ella. El sheriff tenía muchos amigos y la mayor parte de los daños producidos por el incendio ya habían sido reparados.

Pete bostezó. Necesitaba dormir. Pero antes de acostarse se fue a la caballeriza, dio de comer y beber a “Sonny” y le preparó la cama. Cuando el caballo estuvo bien acomodado, Pete Rice se retiró a descansar.

Las fatigas de los últimos días hicieron que se durmiese inmediatamente y que no abriese los ojos hasta que el sol penetró a raudales por la ventana. Pete se sentó en la cama. Debía ser ya bastante tarde. Hasta su lecho llegaba el aroma de unas tortas y café.

El sheriff se levantó, lavó, vistió y se dirigió hacia la cocina. Su madre estaba allí, preparando el desayuno. Pete la saludó con un beso filial y un fuerte abrazo.

—Madre-dijo; —¿por qué has venido? ¿Por qué no me despertaste?

La señora Rice posó una mirada de satisfacción en su único hijo.

—Pete-dijo; —esta mañana me dijeron que habías venido anoche a visitarnos cuando ya estaba durmiendo. En consecuencia, pensé que lo mejor sería darte la sorpresa de despertarte con un buen desayuno.

—Eres un tesoro, madre mía.

Madre e hijo se abrazaron nuevamente. De pronto, la señora de Rice observó la herida que Pete tenía en la mejilla, pero éste se apresuró a tranquilizarla.

—Es solamente un rasguño-dijo —. Una vieja herida que se ha abierto. Pero no hablemos de ello...

El sheriff ocultaba a su madre los numerosos peligros a que le exponía su cargo. Sobre todas las cosas quería que ella estuviese tranquila y juzgó que sería imposible lograr ese propósito, si la anciana tenía conocimiento de tales peligros.

Pocos minutos más tarde, el sheriff y su madre se hallaban sentados a la mesa y el primero rendía grandes honores a las tortas, porque, a decir verdad, sentía un apetito extraordinario y nadie sabía prepararle comidas tan sabrosas como su madre.

Cuando Pete Rice estaba tomando la segunda taza de café con leche, se escuchó el ruido de un caballo que se acercaba al galope y, pocos instantes más tarde, alguien golpeó a la puerta.

Era Hicks “Miserias” quien llegó.

El sheriff le invitó a tomar una taza de café con leche; pero el pequeño comisario barbero declinó el ofrecimiento. En sus modales observábase una excitación, que no lograba disimular.

—¿Qué ocurre, Hicks? —inquirió Pete Rice.

—Hemos encontrado lo que tú suponías. De acuerdo a tus instrucciones, salimos a primera hora con Hopi Joe, el indio. Este no tardó en encontrar una pista reciente que conducía al Valle de Grama. No se podía asegurar que se tratase de la pista de Jocko Montana, pero, a pesar de ello, la seguimos hasta que, pocas millas antes de la casa de Fernald, la perdimos en un terreno rocoso... Pero una hora más tarde, Joe encontró unas pisadas-continuó diciendo el pequeño comisario —, cerca del peñasco que se llama “Luz de las Estrellas” y, valiéndose de la habilidad que caracteriza a los hombres de su raza, la siguió hasta llegar a un sitio donde la tierra había sido removida recientemente.

—Supongo que, después de eso, ya no irían ustedes a preguntar por Jocko Montana en la finca-dijo Pete.

—No te preocupes, Pete. Yo regresé inmediatamente, considerando que ya era tarea inútil seguir buscando al mejicano. Pienso que tu hipótesis era acertada y que Jocko Montana no ha de estar ya en el mundo de los vivos, sino que descansará en esa tumba.

—Si llegase a ser así-contestó Pete Rice —, ni el mismo Sharon Pell logrará ya salvar la vida de Tom Addickes.

Mientras hablaba, el sheriff se preparaba para la partida. Su madre estaba habituada a esas interrupciones de carácter oficial. En tanto que Hicks “Miserias” corría al lugar en que se guardaban las herramientas, en busca de una pala, Pete Rice ensilló a “Sonny”. Un instante después, y una vez que se hubo despedido de su madre, el sheriff salió al galope, acompañado por su comisario, tomando la dirección del Valle de Grama.

Los defensores de la ley galoparon hasta más allá de la casa de Fernald, penetrando después en el Valle de Grama por el Este.

Cuando llegaron al lugar en que se encontraban Teeny Butler y Hopi Joe, encontraron a éstos tranquilamente recostados en el suelo, mientras sus caballos pacían a corta distancia.

—Joe ha encontrado algo interesante-anunció Teeny.

—Hallazgo fácil-limitóse a comentar el indio —. Síganme.

Pete y sus comisarios le siguieron. El indio dirigióse hacia el pie del peñasco de la “Luz de la Estrella”. Allí, Hopi Joe señaló la entrada de una cueva.

—Hombre trató de ocultar lo que hizo-dijo —. Esta era entrada de cueva, pero asesino tapóla con piedras. Era un tonto. Cualquier niño hubiese sido más inteligente. Yo saqué piedras y entré en la cueva...

Se detuvo un momento para penetrar en la caverna. Pete Rice, Hicks “Miserias” y Teeny Butler le siguieron. Era una cueva de reducidas dimensiones, a cuyo interior penetraba la luz por unas grietas existentes en el techo. Joe indicó un montón de tierra, que había en un rincón y que, sin duda, representaba una tumba.

—Esa tumba fue hecha hace solamente un día o dos, y quizá menos aún-declaró Hopi.

Teeny Butler empezó a trabajar con la pala. Solamente cavó hasta una profundidad de dos pies, cuando la herramienta entró en contacto con un cuerpo blando. El comisario siguió sacando la tierra con cuidado, hasta dejar completamente al descubierto el cuerpo de un hombre, envuelto en una manta.

Pete y “Miserias” le ayudaron para sacar el cadáver de la fosa.

—Me parece que esta hombre no es tan alto como Jocko Montana-declaró Teeny, mientras extraían el cuerpo.

—Por cierto-afirmó Hicks —, apenas tiene la estatura mía.

Pete Rice guardó silencio. Sus ojos grises brillaban en forma extraña. Cuando el cuerpo estuvo depositado en el piso de la caverna, el sheriff le quitó la manta. El hombre yacía con el rostro envuelto hacia el suelo. Estaba completamente vestido. En sus espaldas observábase una gran mancha de sangre, que había teñido su camisa. Cualquiera que fuese el muerto, indudablemente había sido asesinado por una puñalada a traición.

Pete dio vuelta al cuerpo inanimado.