CAPÍTULO XIV

PREPARADOS PARA LA LUCHA

A las tres de la tarde del día siguiente, Pete Rice había reunido un número de hombres suficientemente elevado, como para poder tomar a su cargo la defensa de la finca de Fernald, contra un ataque, llevado a cabo por los bandidos.

Cuanto más reflexionaba acerca del asunto, tanto más seguro estaba de que dicho ataque se produciría y que no tardaría mucho tiempo. Si el “León” tenía el propósito de llevar a cabo una acción de ese carácter, no perdería el tiempo; por el contrario, se apresuraría todo lo posible, escapando, después, para cruzar cuanto antes al frontera. Hasta ese momento, todas sus fechorías en territorio norteamericano habían sido llevadas a cabo en esa forma.

¿Y por qué no habría presentado batalla el bandido la noche anterior?

Pete Rice sabía perfectamente que no sería por falta de coraje, porque demasiado sabía que el bandido mejicano era un individuo de gran valor personal; pero también sabía que era un hombre eminentemente práctico, que no arriesgaría ver reducidas sus fuerzas la víspera de tener que descargar un fuerte golpe, por el que habría de recibir una buena recompensa.

El sheriff hubiera podido organizar una fuerza de treinta o cuarenta hombres, pero prefirió reducir ese número, dando participación solamente a los que de mayor confianza, a fin de asegurar el secreto de su acción. Era evidente que, si trascendía la noticia de que el sheriff había organizado la defensa de la finca de Fernald, el ataque planeado contra ésta seria postergado.

Pete visitó, pues, en secreto a todos los hombres que había elegido. Eran éstos: Sam Hollis, Hopi Joe, Curly Fenton y Jumbo Llado, que, puesto en libertad, observaba ahora una conducta ejemplar. Uniendo a esos cuatro hombres sus dos comisarios, serían —con él— siete.

Ciertamente era probable que el número de los atacantes fuese mayor; pero el sheriff planeó llegar antes que sus enemigos a la finca y allí ofrecer una inesperada resistencia contra los bandidos, valiéndose del factor de la sorpresa para equilibrar, más o menos, las fuerzas.

Pete Rice decidió no decir de todo ello ni siquiera una sola palabra al propio Seth Fernald, que permanecía en cama, en el Arizona Hotel. Fernald, que había demostrado tener nervios de acero durante su arresto y enjuiciamiento, hallábase ahora totalmente deprimido, a pesar de haber obtenido la libertad como consecuencia del fallo absolutorio.

De acuerdo con las instrucciones de Pete Rice, cada uno de los hombres que habrían de ayudarle, debía salir del pueblo por separado, debiendo reunirse, al oscurecer, en un pequeño bosque, existente a corta distancia, al sur de la finca de Fernald. Cuando la oscuridad fuese completa, se dirigirían, juntos, a dicha finca.

Para dirigirse al lugar de la cita, Pete Rice describió un amplio rodeo, que le llevó hacia el Oeste del sitio indicado, desde donde enfiló en la dirección del bosque mencionado. “Sonny” galopaba hacia ese punto, cuando, de pronto, el sheriff observó que se aproximaba a él otro jinete, en el que reconoció inmediatamente a Sims Hart.

Como éste parecía no tener nada que hacer en aquellas horas, Pete Rice decidió invitarle a participar en probable encuentro contra los bandidos.

—¿Estará Fernald allí? —preguntó Hart.

—No-contestó el sheriff —. Fernald está en cama, enfermo, en el Arizona Hotel.

Hart no hizo ningún comentario. El sheriff prosiguió:

—¿Me permite usted una pregunta de carácter particular, Hart?

—Sí. ¿De qué se trata?

—¿Qué ha pasado entre usted y Fernald?

A pesar de la escasa luz, Pete Rice pudo observar que Sims Hart desviaba el rostro, y, cuando volvió a mirar al sheriff, le dijo:

—Discúlpeme, Pete, pero se trata de una cuestión privada, que además no creo pueda interesar a nadie más...

El sheriff guardó silencio y no volvió a hablar más del tema. En cuanto a Hart, le acompañó hasta el lugar de la cita.

La oscuridad era ya casi completa y Pete Rice comprendió que se aproximara la hora del peligro. Si el “León” decidía atacar la casa en aquella noche, tanto podría llevar a cabo su propósito después de la medianoche, como en las primeras horas de la misma.

—¿Están todos listos, muchachos? —preguntó Pete Rice.

—Sí, sheriff-contestaron los interpelados al unísono.

—Vamos, entonces.

Los nueves jinetes partieron al galope en dirección a la casa de la finca de Fernald. Recordando que sus enemigos les habían atacado la noche anterior con rifles, Pete Rice dispuso que, de su grupo, también hubiese tres hombres armados con carabinas.

El sheriff tenía la intención de apresar, si era posible, al mismo “León” —jefe de los bandidos-porque la experiencia del año anterior en el distrito de Gila había demostrado que los hombres de aquella banda, que caían prisioneros, no hablaban ni una palabra, sabiendo que cualquier delación era castigada con la muerte por el famoso bandido.

El “León” manejaba a sus “cachorros” con mano de hierro. Les pagaba y alimentaba bien, los seleccionaba teniendo en cuenta su coraje y todos sus golpes eran descargados con rapidez y seguridad.

El sheriff y sus compañeros llegaron a la casa y se apearon, llevando los caballos hacia un lugar, distante unos cien metros al Este de la vivienda, pasando por un sendero que bordeaba el árbol muerto.

Pete Rice dispuso, en seguida, que sus hombres se escondiesen en el interior de la casa, que aún mostraba las señales del ataque anterior.

—No enciendan ninguna luz, muchachos-ordenó —. No fumen siquiera...

Hopi Joe se dirigió hacia la pared del salón, que daba al Norte, y aplicó, sucesivamente, el oído a ella y al suelo. Cuando se levantó, dijo con la mayor calma:

—No hemos llegado demasiado pronto. Escucho el galopar de caballos que se aproximan por el valle.

Pete Rice asintió con un movimiento de cabeza. De acuerdo con sus cálculos, el “León” había preferido atacar a una hora inesperada, es decir, justamente después de oscurecer.

—Prepárense, muchachos —dispuso Pete Rice—. Es posible que quieran penetrar en la casa, como primera medida. Si así lo hiciesen, duro con ello... Es mejor tener prisioneros que cadáveres, pero, si no hay otro recurso, ya saben que representan a la Ley...

La defensa se organizó en pocos segundos. Pete Rice se arrodilló debajo del marco de una de las ventanas que daban a la galería y que estaba provista de persianas. Teeny Butler hizo lo mismo en otra.

Sam Hollis y Curly Fenton, ambos armados con carabinas, se situaron detrás de la puerta lateral, que daba al Norte. Hopi Joe, Sims Hart y Hicks “Miserias” se situaron detrás de la puerta posterior, que daba al Este.

No se dispuso ninguna vigilancia en la parte sur de la casa, teniendo en cuenta que los bandidos venían desde el Norte. Un momento más tarde, los bandidos llegaron al patio de la casa.

—Mejor será que despachemos esos dos primero-reconoció una voz.

—Sí.

Pasó una fracción de segundo y, en seguida, se escuchó una terrible explosión. Pete Rice, mirando a través de la ventana, que daba al frente, vio que dos construcciones auxiliares volaban por el aire.

—Diablos... ¡dinamita! —exclamó Sims Hart.

—Silencio, Hart, podrían oírle-ordenó Pete con calma, en voz apenas perceptible. En seguida prosiguió: —Muchachos, vengan todos a este lado. Se acercan a la casa. No podemos andar con contemplaciones, si tienen el propósito de emplear dinamita. Tendremos que tirar a matar...

Hicks “Miserias” había estado esperando, ansiosamente, esa orden. Dos bandidos se acercaban en este instante a la casa. La pistola de “Miserias” funcionó dos veces, en rápida sucesión. La respuesta fue un grito de dolor, seguido por una orden en castellano:

—¡Hay alguien en la casa, muchachos! ¡Al ataque!

Se escuchó el ruido de las pisadas de los hombres que se acercaban por el camino que conducía a la vivienda. Detrás de ellos, observábase la silueta de un jinete.

El sheriff apuntó cuidadosamente e hizo fuego en el preciso instante en que el jinete lanzaba algo en dirección a la casa. El efecto fue instantáneo. El jinete cayó de la silla.

Se produjo otra formidable explosión. Un rincón de la galería y uno de los pilares desaparecieron. Una lluvia de vidrios cayó sobre la cabeza de Pete. Por efectos del golpe, cayó al suelo. Los oídos le zumbaban.

La cápsula de dinamita había sido lanzada contra la casa; pero había caído delante de ella, destrozando sólo la galería. Desde el interior de la casa, los disparos se sucedían en rápidas salvas. Los defensores comprendieron que solamente así podrían lograr rechazar a los dinamiteros.

Por un momento, los bandidos vacilaron en su ataque. Dos de ellos se desplomaron al suelo. Los demás retrocedieron. Pete Rice oyó una voz que decía en castellano:

—Vengan, cachorros. Hay cien pesos para el que consiga lanzar una cápsula al interior de la casa, por la ventana.

El sheriff comprendió que había estado en lo cierto y que aquellos bandidos formaban parte de la banda del “León”, el más famosos bandolero del Sudoeste. Más de una docena de ellos estaban aún en condiciones de proseguir la lucha y Pete Rice sabía bien que, aunque bandido, el “León” no podía ser calificado de cobarde.

Pete se mordió los labios. Sus ojos parecían despedir llamas.

—Sam-gritó —, dame ese rifle.

Hollis le alcanzó la carabina y el sheriff se la echó a la cara y empezó con ella un fuego mortífero. Un sujeto que se acercaba a la casa, corriendo, con el evidente propósito de ganarse los cien pesos, cayó pesadamente al suelo, con el corazón perforado por una bala.

Como si ello hubiese sido una señal esperada, abrióse entonces un violento fuego de fusilería por parte de los bandidos que, al no poder aproximarse a distancia suficiente para poder tirar las cápsulas de dinamita al interior de la casa, atacaban a ésta con un violento fuego, aprovechando la protección que les ofrecían las ruinas de los almacenes incendiados en el último asalto.

Una bala hizo saltar una astilla de una ventana, yendo a herir levemente a Sims Hart en la frente. Éste lanzó un grito de dolor, pero tranquilizó a sus compañeros.

—No es nada-exclamó —. Sólo un rasguño... No se preocupen...

La violencia del fuego, dirigido a ciegas contra la casa, hizo que Pete Rice sospechase alguna otra intención, trasladándose hacia otra ventana, para observar el exterior por ese lado. Y había estado acertado, por que aquel momento un individuo pretendía llegar, sigilosamente, hasta el lado sur de la casa, que no estaba protegido. El misterioso sujeto echó la mano hacia atrás, preparándose para lanzar el cilindro de dinamita, pero antes de que lograse su propósito, se escuchó una detonación y el individuo se desplomó al suelo. Pete Rice miró para ver cuál de sus compañeros había sido el autor de aquel tiro maestro, viendo que se trataba de “Miserias”, quien se hallaba a sus espaldas.

En seguida, otro individuo fue aproximándose al mismo costado de la casa, pero buscando la protección de los árboles. Pete hizo fuego contra él, pero no pudo alcanzarle, porque el sujeto se encontraba bien cubierto.

Un segundo más tarde, el sheriff observó que un proyectil luminoso cruzaba el aire. Era un cilindro de dinamita, provisto de una mecha encendida. Cayó a corta distancia de la casa y ésta fue sacudida por una formidable explosión.