CAPÍTULO XVII
LA PISTA
AQUELLA misma noche Pete Rice escuchaba el informe médico presentado por el “Doctor” Buckley, después de efectuar la autopsia del cadáver del vaquero desconocido encontrado el Valle de Grama.
—Y bien, ¿cuál es el veredicto, “Doctor”? —preguntó Pete Rice.
—Pete-declaró el médico; —estoy un tanto confundido. Tengo que confesar que no encuentro ninguna herida de bala, de cuchillo, ni de aguja siquiera. Tampoco hay vestigios de veneno alguno. Es posible que la muerte se haya producido por un síncope cardiaco...
El sheriff llamó la atención del médico sobre la pequeña quemadura circular que se observaba en el pecho del cadáver.
—Ya me fijé en eso-declaró el “Doctor” Buckley —, y he tratado de encontrar alguna explicación, pero, hasta el presente, no la he hallado. Podría ser una quemadura producida por la colilla de un cigarrillo, que el muerto hubiese tenido en la boca al quedarse dormido...
—No. Eso no es posible, porque no había ningún resto de cigarrillo por las proximidades del cadáver. Además, el hombre no llevaba en sus ropas ni pitillos, ni tabaco, ni papel, ni cerillas...
—Entonces, me doy por vencido. ¿Usted qué opina, sheriff?
—Opino que es precisa hallar la solución a esta misteriosa ola de crímenes que se están produciendo en el Valle de Grama cuanto antes y que no descansaré hasta lograrlo. Va a ser necesario que dedique usted nuevamente su tiempo a los enfermos, “Doctor”. Porque en este último tiempo casi ha estado ocupado continuamente con autopsias...
Cuando Pete Rice llegó a su despacho encontró cuatro ejemplares de diarios, que habían llegado en el último correo.
Lleno de curiosidad, el sheriff revisó los diarios en cuestión, buscando los sitios en que habían sido recortados los ejemplares que encontrase en la habitación de “Doc” Brown. Esta tarea no le costó mucho tiempo y, cuando la hubo terminado, Pete Rice se encaminó derechamente al Arizona Hotel, donde se alojaba Seth Fernald.
Este estaba levantado aún cuando el sheriff golpeó a la puerta y le abrió en seguida.
—Le estaba esperando, sheriff-dijo —. ¿Ya se han establecido las causas de la muerte de ese vagabundo?
—No, el “Doctor” Buckley todavía no ha presentado su informe. Pero he venido a preguntarle otra cosa, Fernald.
—¿De qué se trata, sheriff?
—¿Sabía usted que la propiedad que compraba tenía mineral de radio cuando adquirió su finca, Fernald?
—¿Cómo lo ha sabido usted, sheriff? —preguntó a su vez el interrogado, demostrando una sorpresa extraordinaria—. No creí que ustedes por aquí tuviesen el menor conocimiento de esas cosas...
—La verdad es que no sabía nada de eso —admitió el sheriff;— pero, a pesar de ello, reitero mi pregunta. Y para que vea usted de dónde procede la pista, le daré esto.
Mientras hablaba, el sheriff entregó a Fernald un recorte de diario en que aparecía la siguiente información:
“NUEVAS RIQUEZAS EN ARIZONA”
“Recientes investigaciones han permitido demostrar la existencia de un rico mineral de uranio, conteniendo radio, en la parte Sur del Estado de Arizona. Se asegura que una empresa se dedicará próximamente a la explotación de dicha riqueza. Por el momento no se conocen mayores datos acerca de esta interesante novedad.”
En tanto que Fernald leía la información, Pete Rice continuó hablando como consigo mismo:
—Siempre me llamó la atención el que usted pagase tanto dinero por el campo que adquirió de Zeb Carson. Pensé, al principio, que usted sería un incauto y en ellos compartía la opinión de toda la gente de la Quebrada del Buitre, pero, al hablar con usted, muy pronto me convencí de que usted era más inteligente que todos los que le creíamos un tonto...
El sheriff refirió a continuación el encuentro de los diarios recortados en la habitación de “Doc” Brown y el pedido de otros ejemplares a las respectivas redacciones.
Fernald le escuchó con interés. Después, cuando el sheriff puso punto final a su relato. Seth inició el suyo:
—Bien-dijo; —voy a decirle toda la verdad. Usted me pregunta si sabía la existencia de ese mineral en la propiedad al adquirirla. Mi contestación sincera es que no estaba completamente seguro. Cuando adquirí esa seguridad tuve esperanza de ganar millones. Mas tarde, la muerte, la traición, el crimen, estuvieron a punto de hacerme desistir de mi propósito de explotar esa riqueza...
—¿Y “Doc” Brown intervenía en su negocio? —le interrumpió el sheriff.
—Sí-contestó Fernald —. Por lo reservado de la cuestión tuve que mentirle cuando usted me interrogó por primera vez, diciendo que no conocía a Brown. En verdad, era un geólogo que yo contraté para que estudiase el terreno y me informara acerca de la existencia o no del tesoro que yo creí haber encontrado. De paso, le diré que Brown, cuyo verdadero nombre era Huestéense, era un íntimo amigo mío. El informe de ese hombre fue absolutamente favorable.
—¿Y por qué ha hecho usted venir ahora un abogado de San Francisco? —le preguntó de pronto el sheriff.
—A eso iba precisamente-respondió Seth Fernald, con la mayor calma y mirando fijamente a los ojos a Pete Rice —. Cuando resulté sospechoso de la muerte de Lee Scott tuve ocasión de conocer al único abogado de esta zona, Sharon Pell, comprobando cuál era su catadura moral. Es verdad que me ha defendido muy bien; pero considero que ellos no era muy difícil, teniendo en cuenta, en primer término, que yo era inocente, y, en segundo lugar, que yo le di los argumentos capitales con los cuales podría probar mi inocencia: las botas de Lee, que, según yo sabía, se creían de mi propiedad. Ahora bien, cuando estuve seguro de que mi propiedad contenía el valioso mineral, necesitaba el asesoramiento de un abogado para saber si el título de compra que yo tenía incluía también derechos sobre el subsuelo. Considerando que Paul Withcomb es un buen abogado, un verdadero amigo y, además, mi futuro hermano político, creo más lógico que le haya llamado a él y no que hubiese consultado a Sharon Pell. ¿No lo parece a usted también que es así, sheriff?
—Evidentemente-respondió Pete, haciendo un gesto de franca afirmación —. ¿Y cómo se le ocurrió contratar a Montana, que no era nada más que un simple vaquero?
—Precisamente, para salvar las apariencias, tuve que tomar a mi servicio vaqueros, aun cundo sabía muy bien que el campo no sería destinado a la ganadería. Y en cuanto a Jocko Montana, le conocía de antes. Era un ayudante muy valioso.
Y, a continuación, Fernald admitió haber enviado a Jocko al Arizona Hotel para robar los equipajes de “Doc” Brown, con el fin de evitar que se conociese su secreto acerca de la personalidad del extinto.
Pete Rice escuchó en silencio todo el relato, comprendiendo que Fernald le estaba hablando con sinceridad y distinguiendo, por primera vez, en el tono de aquel hombre ese sello de veracidad que hasta entonces le había faltado siempre.