CAPÍTULO VIII
LOS PUÑOS DE PETE RICE
Las mandíbulas de Pete Rice mascaron activamente la bola de goma que tenía en la boca, cuando su cerebro comenzó a elaborar conjeturas en derredor de esta nueva pista.
—Me ha dicho usted que acaba de sacar algunos diarios de esta habitación. Catalina-declaró —. ¿Tendría usted algún inconveniente en volver a traérmelos?
—Ninguno, señor, con el mayor gusto.
La mujer salió de la habitación y recorrió el pasillo.
Por su parte, Pete Rice permaneció ensimismado en sus pensamientos.
Evidentemente, Seth Fernald había enviado a Jocko Montana a la población con el propósito de que robase el equipaje de “Doc” Brown que, según sabía, se encontraba en la habitación del hotel.
Todos los detalles observados coincidían perfectamente con el razonamiento lógico que realizara el sheriff. Recordaba éste con cuánta disposición se había ofrecido Fernald para guiarle hacia el lugar en que había sido encontrado el cadáver de Brown. También volvió a su memoria la pasajera visión que tuvo del rostro de Jocko Montana, que había estado espiándolos desde el interior del almacén donde se alojaban los vaqueros, cuando Fernald y él se dirigieron hacia el lugar en que encontrara el cuerpo del infortunado Brown.
Sabiendo que Pete Rice no podría molestarle por el momento, indudablemente Jocko Montana se habría dirigido sin pérdida de tiempo a la población para cumplir la misión que Fernald le encomendase. ¿Pero adónde estaba Jocko ahora? Esta era la pregunta que el sheriff trataba de contestarse.
También recordó el sheriff que cuando Addickes declaró que Jocko Montana había salido del país, Fernald había dado pruebas, primero de una intensa ira, a la que siguió una expresión de incredulidad y por último, una evidente nerviosidad. Montana no había vuelto a la finca, ni se le había encontrado en el camino que procedía del pueblo, cuando se trasladaron con los carros hasta la Quebrada del Buitre, conduciendo en ellos los muertos, heridos y prisioneros.
Fernald habíase detenido delante del hotel con el pretexte de ver a su hermana; pero, evidentemente, ello no constituía el motivo de su visita al hotel, por cuanto la joven Fernald se alojaba en el segundo piso y el sheriff había sorprendido a Seth en el tercero.
No le cabía la menor deuda al sheriff de que, si no hubiese sorprendido a Fernald en dicho lugar, éste habría tratado de sobornar a la sirvienta, para que le dejase entrar en le habitación que había sido de “Doc” Brown. En esa forma, por lo menos, podría cerciorarse acerca de si la maleta de “Doc” Brown estaba todavía en la habitación o no.
¿Y el motivo de tan extraño interés?
Esta pregunta volvía a presentarse de nuevo a la mente del sheriff. ¿Era posible que Seth Fernald hubiese matado a “Doc” Brown? Indudablemente, esa posibilidad existía y hasta las circunstancias parecían confirmar cualquier hipótesis en este sentido. Las respuestas de Fernald a todas las preguntas referentes a “Doc” Brown habían sido vagas y llenas de evasivas desde el principio.
Del mismo modo, cabía suponer que para evitar que el examen de los efectos personales de “Doc” Brown pudiese suministrar a la justicia documentos o cartas capaces de demostrar que alguna relación en el pasado había existido entre el muerto y Seth Fernald, éste no habría reparado en hacer por su parte los mayores esfuerzos posibles para hacer desaparecer ese equipaje.
¿Habría sido ésta también la razón por la que Fernald había enviado a su hermana a que se alojase en el mismo hotel? ¿Era posible que Sally Fernald estuviese también complicada en este asunto?
Pete Rice no pudo creerlo. Sabía muy poco acerca de las mujeres, pero era un hombre capaz de leer el carácter en el rostro de una persona. Y jamás había admirado una mirada más franca que la de aquellos ojos de color violeta, que poseía Sally Fernald. Pero, ¡podía uno fiarse!, el mismo Fernald tenía una mirada bastante franca.
Había evidentemente en todo ellos un misterio que tenía preocupado al sheriff desde hacía ya algunas horas, induciéndole a mascar su bola de goma con redoblado entusiasmo.
En ese momento regresó Catalina, trayendo los diarios que había sacado de la habitación de “Doc” Brown. Había bastantes ejemplares y el sheriff los estudió con interés. Si se trataba de diarios editados en la ciudad de procedencia de “Doc” Brown, quizá podría averiguarse por ese medio cuál era el origen del muerto. Pero en los ojos de Pete Rice se observó cierta desilusión, cuando examinó los mencionados diarios.
Uno de ellos era un ejemplar del “Chronicle”, de San Francisco. Otro era un diario editado en Omaha. Además, había dos ejemplares del “Post”, de Denver y uno del “Tribune”, de Nueva Cork. Como puede verse, no se trataba en consecuencia de diarios editados en la ciudad natal de Brown.
Pete Rice revisó rápidamente un ejemplar del “Chronicle” y en su mirada brilló una expresión de interés, cuando llegó a la tercera página, viendo que de ella había sido cuidadosamente recortada una parte. Sin pérdida de tiempo, el sheriff revisó también los otros diarios, observando entonces que todos ellos tenían un trozo recortado.
De ese hecho podía surgir, quizá, alguna pista. Pete tomó nota de los nombres de los diarios y de su fecha y devolvió los periódicos a la sirvienta.
—Quémelos-ordenó.
—Es lo que pensaba hacer, señor. Los uso para encender las chimeneas en las habitaciones, cuando...
Fue interrumpida por el ruido de un disparo, que provenía de la calle principal. Al primer tiro siguió otro y, después, un tercero.
Era demasiado temprano aún para que un grupo de vaqueros ebrios pudiesen estar celebrando algo por medio de disparos al aire. Por el contrario, debía de tratarse de algún hecho en que habría de intervenir Pete Rice.
El sheriff corrió hacia la galería existente sobre el frente del hotel y miró a la calle. Los disparos habían producido excitación entre la población, porque muchos eran los hombres que salían de los comercios para asistir al espectáculo.
Un mejicano corpulento estaba corriendo detrás de otro de menos estatura, que escapaba por la calle principal. En el preciso momento en que el sheriff reconoció en el más pequeño de los hombres a Lee Scott, el primo de Seth Fernald, su perseguidor hizo nuevamente fuego sobre él.
La bala hizo añicos el cristal de un comercio y el ágil Lee Scott fue a refugiarse detrás de unas barricas que se encontraban en la acera, delante del Descanso de los Vaqueros.
El mejicano disparó, todavía, otro tiro y fue creciendo en dirección a Scott. Pete Rice pasó por encima del parapeto de la galería, de deslizó por una de las columnas y, tan pronto como estuvo en la acera, salió en persecución del mejicano.
Alcanzó al individuo en el preciso momento en que doblaba la fila de barricas, para disparar un tiro final contra Lee Scott. Sin perder un solo segundo, el sheriff sujetó al corpulento individuo por las piernas, haciéndole caer al suelo y echándose encima de él.
En los ojos del mejicano brillaba una expresión de intenso odio. Pete reconoció en él a Jumbo Llado, que trabajaba en una finca situada al norte de la Quebrada del Buitre.
—Déjeme-gritó el hombre, quien, con su fuerza de toro, logró librarse de los brazos del sheriff.
Pero Pete Rice volvió a sujetarle en seguida, arrancándole el revólver de las manos y tirándolo en el centro de la calle. Jumbo trató de librarse nuevamente de los brazos del sheriff para recuperar su revólver. Su rostro estaba descompuesto por la ira.
—Déjeme-gritó —. Voy a matar a ese canalla. Me ha hecho trampas en el juego. Me ha quitado mi dinero.
Realizando un movimiento repentino, consiguió librarse por unos momentos de las manos del sheriff, pero fue sólo por un instante, porque Pete Rice volvió a sujetarle inmediatamente. El sheriff conocía muy bien el temperamento de Llado y comprendió que, si en esos momentos no le contenía, seguramente cometería un crimen. Ya en otra oportunidad Jumbo habíase peleado con un compatriota por cuestiones relacionadas con el amor de una mujer y, como consecuencia de ello, tuvo que cumplir una condena en al penitenciaria de Florence; dejó a su rival sin nariz y con un solo ojo.
Al salir de la cárcel, Jumbo se casó con la mujer en cuestión., la que, en todo el tiempo que duró su condena no fue molestada en absoluto por su rival.
—Es preciso que se domine usted, Jumbo-ordenó el sheriff severamente —. ¿O es que desea usted volver a la cárcel? Si ese hombre le ha estafado, yo arreglaré cuentas con él.
Pero Jumbo estaba fuera de sí. Uno de sus gruesos puños entró en violento contacto con la cara de Pete Rice, abriendo una herida en la mejilla. Era un golpe que hubiese provocado la indignación de cualquier hombre capaz de defenderse con sus puños y el sheriff de la Quebrada del Buitre era uno de ellos.
Así, pues, Pete Rice perdió también la calma que observaba hasta entonces. Cuando Jumbo se lanzó nuevamente sobre él, el sheriff le recibió con una formidable derecha a la mandíbula. Por efectos del fuerte golpe, Jumbo Llado se tambaleó, pero era un hombre fuerte. Recibió el castigo; pero no por eso se amilanó, sino que lanzó un swing al sheriff, que afortunadamente no dio en el blanco.
Pete Rice contestó con otro swing, pero él no erró el golpe. La mejor prueba de la eficacia de los golpes de Pete Rice fue el chorro de sangre que, inmediatamente, escapó de la nariz de Jumbo. Sin embargo, el corpulento mejicano continuó luchando con igual energía.
Mientras tanto, habíase formado un círculo de curiosos en derredor de los dos contendientes. No era ciertamente la primera vez que los habitantes de esa población asistían a una pelea a puño limpio, entre su sheriff y algún individuo que no había sabido demostrar el respeto necesario por las disposiciones de la Ley. Nadie ignoraba que Pete Rice prefería sus puños a cualquier arma porque con ello podría castigar sin matar, es decir, llenar su cometido de defensor de la Ley en la forma que él lo entendía.
Hicks y Teeny Butler se acercaron, corriendo, por la calle, aun cuando estaba muy lejos de su intención intervenir en la lucha. Entre los curiosos se encontraba, también el viejo Zeb Carson, que tenía muy poco que hacer después de haber vendido su finca a Fernald. Para él aquel espectáculo tenía la ventaja de ser, además de interesante, completamente gratuito.
Además, aquel encuentro era completamente distinto de los otros que había presenciado la población de la Quebrada del Buitre; porque, por lo general, Pete Rice resultaba fácilmente vencedor en sus contiendas. En cambio, en esta ocasión, el resultado parecía ser un tanto dudoso.
El sheriff era un púgil de gran resistencia física y poseía un conocimiento perfecto del arte del boxeo; pero, a su vez, Jumbo Llado era un mejicano de gran talla y la ira que le dominaba redoblaba sus energías y daba mayor violencia a sus golpes. Cada vez que uno de sus swings alcanzaba al sheriff, éste sentía que las rodillas se le doblaban.
Ello hizo que Llado pensase por un momento que resultaría vencedor del encuentro, atacando a Pete Rice aún con mayor violencia. Por las mejillas del sheriff corría un hilo de sangre, dando mayor ferocidad a sus facciones tostadas por el sol.
Jumbo lanzó, de pronto, una terrible derecha a la cabeza de Pete Rice; pero el sheriff se agachó a tiempo, entrando ambos en clinch. La lucha prosiguió por un momento en un violento cuerpo a cuerpo.
Una mirada rápida de Pete Rice, por encima de los hombres de su rival, le permitió ver a Fernald hablando animadamente con su primo Lee Scott, que había sido el causante de aquella pelea.
Pero una formidable derecha a la mandíbula, lanzada con extraordinaria precisión por el mejicano, borró por un momento la visión de los ojos del sheriff, quien comprendió que Llado era demasiado fuerte para ser derrotado en un match llevado cuerpo a cuerpo. En consecuencia, cambió de táctica. Retrocedió unos pasos y atacó furiosamente al mejicano con una lluvia de golpes directos de derecha e izquierda que, al dar en el blanco, decidieron pronto el resultado del encuentro a favor de Pete Rice.
La nariz de Jumbo Llado despedía sangre en abundancia. Además, el hombre daba evidentes muestras de cansancio. Influía en ellos el hecho de que el mejicano era un hombre de muchos vicios y que, en consecuencia, no se encontraba en el inmejorable estado físico en que estaba el sheriff. Se tambaleó como un ebrio. Solamente su ira y su indomable espíritu le mantenían aún en pie. Su rostro habíase convertido en una máscara roja, que expresaba claramente su estado de ánimo.
Volvió una y otra vez a la carga como un toro embravecido. Mantenía la cabeza agachada, hasta que un formidable uppercut de Pete le obligó a levantarla.
Los golpes se sucedieron con gran violencia por ambas partes. De pronto un hook de derecha, que alcanzó a Jumbo en la mandíbula le hizo caer la suelo. Pero no estaba knock out. Solamente se encontraba mareado y pareció aprovechar aquel momento de tregua para reunir fuerzas y seguir la pelea. Sus ojos estaban vidriosos. De repente, llevó la mano hacia el cinto.