Capítulo 12
Tras una cena alegre y llena de conversaciones a varias bandas, Alexandra casi lamentó tener que retirarse a su dormitorio, porque hacía tiempo que no se lo había pasado tan bien, como no fuera con Honor. Lo cierto era que apenas tenía vida social, y esa noche había llegado incluso a olvidarse de sus problemas.
Se despidió de Morgan en el pasillo, sintiéndose cómoda por primera vez con él en todos esos días.
Por un instante él pareció a punto de decir algo más que buenas noches, pero luego pareció pensárselo mejor, y desapareció tras la puerta de su dormitorio.
Alexandra suspiró sin saber si sentirse feliz o decepcionada, porque francamente se había sentido bien a su lado, compartiendo bromas con él.
Tratando de mantener la cabeza despejada de ideas peligrosas, dedicó quizás diez minutos a examinar la habitación como no había tenido tiempo de hacer antes. Toqueteó las figuritas de porcelana, ojeó libros, apartó las cortinas para mirar el paisaje por la ventana. Como había hecho durante todo el día, llovía.
Probó la cama, que se hundió notablemente bajo su peso. Crujió de modo ostensible, haciendo que todos sus muelles chirriaran a la vez, como si fuera a desmantelarse en mil piezas en cualquier momento. Se preguntó si la cama era tan antigua como el resto del castillo. Con una sonrisa irónica, se desvistió para meterse en la cama.
De pronto su mirada se vio atraída hacia el retrato de Sean McKay y Michaella. El parecido entre él y Morgan era tan notable que la sorprendió, teniendo en cuenta el tiempo que había transcurrido. Sintió que el corazón palpitaba con más fuerza de pronto, con algo cercano al temor. Era increíble que ellos hubieran estado allí mismo, riendo, abrazándose con pasión, y que su historia hubiese terminado de un modo tan horrible.
Con un suspiro, se preguntó qué diablos hacía allí. Por más que trataba de convencerse a sí misma, sabía muy bien que el caso no había tenido demasiado que ver en el hecho de aceptar la invitación de Morgan. Podía intentar engañarse a sí misma mil veces diciéndose que necesitaba escapar de Londres y de sus deudas con Franklin Forrester o de su vida aburrida, pero no podía engañarse tanto.
Estaba alojada en un hotel que parecía sacado de una película romántica, en un lugar remoto, con un hombre atractivo y misterioso que la quería mantener alejada de su vida y a la vez fingía de maravilla que quizás tenía algo más que una relación laboral con ella. En circunstancias normales, su alarma mental estaría pitando con todas sus fuerzas, pero una de dos, o se había estropeado irremediablemente o Morgan no suponía un peligro para ella, al menos físico.
La cruda realidad era que le gustaba y que ya ni siquiera podía imaginárselo vestido con su repelente disfraz de profesor chiflado. Cuando cerraba los ojos lo veía envuelto en una sábana arrugada, con el cabello cayéndole sobre los ojos oscuros, su lenta sonrisa cuando quería camelarla o fingía que era su secretaria o algo más.
Y lo peor de todo era que sabía que a él también le gustaba, y eso lo hacía todavía más difícil.
Tenía la sensación de que esos días iban a ser complicados en más de un aspecto, por más que intentara quitarle importancia al asunto.
Trató de olvidarlo con todas sus fuerzas. Se tapó con las fragantes sábanas y escuchó el arrullo de la lluvia y el extraño sonido hueco, como de olas entrechocando contra la piedra, que la llevaron a un sueño inquieto antes de que se diera cuenta.