Capítulo 5
Lo intentó.
Lo intentó con todas sus fuerzas. Había escondido el despertador. Había tratado de contar las grietas del techo de su dormitorio. Había cantado para sí todas y cada una de las canciones de “Mary Poppins”, que era un truco que no le fallaba ni en las peores circunstancias. Pero nada había funcionado.
Al final tuvo que rendirse y se levantó. Le pareció que los dichosos papeles de los McKay le hacían guiños crueles desde sus pulcras carpetas.
—¡Maldita sea, son las tantas de la madrugada! -gimió mientras se acomodaba de nuevo en el sofá, frotándose los ojos.
“Solo un pequeño vistazo por encima”, se dijo. Cinco minutos y a la cama...
La letra de Sean McKay era sorprendentemente clara y sus trazos denotaban una energía que se traslucía en cada pequeña coma y vocal.
Cinco minutos... eso fue lo que tardó en quedar atrapada por la historia que las cartas de Sean, escritas durante el cortejo a Michaella Burley, le transmitían.
Edimburgo, 5 de julio de 1798
Querido hermano:
Ante todo un saludo, espero que al recibir esta carta, todo esté tan bien como lo dejé al partir. He decidido escribir estas cartas en inglés para ahorrarte el esfuerzo de tener que traducírselas a tu querida Susan. Como siempre, ya os echo de menos y espero que mis sobrinos no esperen grandes regalos a mi regreso, porque pretendo gastarme todo el dinero que he traído en engatusar a un tipo que he conocido esta mañana.
Debo decir que no me cae precisamente bien, pero tiene una hija soltera, es rica, y por lo tanto, tiene todo lo que necesito para salvar el viejo castillo.
El padre me ha dicho que no me dará problemas, que la tiene convenientemente domada.
No me ha gustado la manera en que lo ha dicho, ni su mirada al decirlo. Me ha recordado al viejo McMurray, y eso me ha inquietado bastante. Solo espero que la pobre muchacha no sea una de esas truchas secas que tanto les gustan a los tipos del sur.
Dentro de unos días firmaré el acuerdo y podré volver a casa con una buena remesa de dinero fresco... y una esposa.
Besos a tu esposa y a los pequeños.
Te mandaré noticias en cuanto tenga novedades.
P.D.: por favor, dile a Susan que vaya aireando la habitación de madre, y que prepare una buena provisión de paciencia para recibir a su nueva señora sureña.
Edimburgo, 10 de agosto de 1798
Querido Duncan:
Por fin la he conocido.
Se llama Michaella y me ha sorprendido gratamente. Conociendo a su padre, me había preparado para una especie de ratoncillo asustadizo, pero me he encontrado con una muchacha bastante guapa, para ser sureña, con una bonita sonrisa y una voz que sonará preciosa en cuanto aprenda a hablar en gaélico. Juraría que canta a escondidas... y que lee libros escandalosos.
Se ha sonrojado cuando le he besado la mano, pero sus ojos han brillado de una forma que, entre tú y yo, me hace pensar que será una buena esposa.
Mañana acudiré a uno de esos horribles bailes donde al fin haremos oficial nuestro compromiso.
El viejo ogro me ha dicho que debo acudir sobrio. El muy cabrón. Me temo que me tiene tanta simpatía como yo a él, pero necesita la influencia que le dará tener un título en la familia, y él sabe muy bien que necesito su sucio dinero.
Solo espero que la muchacha no tenga que pagar las consecuencias de este repugnante trato.
Saludos, como siempre, de tu querido hermano.
Edimburgo, 11 de agosto de 1798
Querido hermano:
Supongo que esta carta habrá llegado tan seguida de la anterior que te habrás sorprendido al recibirla.
Pues bien, solo te escribo para anunciar que mi compromiso con la señorita Michaella Burley es oficial. Puedes decírselo a todo el mundo en el castillo. Muy pronto tendrán una nueva señora.
Deberías haberla visto cuando su padre anunció el compromiso, temblaba tanto que pensé que se iba a caer redonda allí mismo. Pobrecilla, creo que, de alguna manera, esta boda le ha roto el corazón.
Después hemos tenido que salir a bailar, y ella apenas sabía dar un paso seguido del otro. Me temo que su padre la ha tenido encerrada en casa, ya que jamás había conocido a una muchacha que no conociera todos los bailes de moda.
Poco después hemos abandonado la fiesta. Los he acompañado a casa, como debe de hacer todo novio devoto.
Cuando me he despedido de Michaella, he sentido un impulso extraño. Ríete, querido Duncan, pero de pronto he pensado que esa pobre dama necesita reírse más. Es demasiado seria. Creo que voy a empezar a cortejarla en serio, por mucho que le desagrade a su padre.
Al despedirnos, juraría que me ha dado las gracias con esos grandes ojos oscuros.
Debo decirte, hermano, que poner una mirada de felicidad de esos ojos va a ser mi objetivo futuro.
Como siempre, besos a todos en el castillo.
25 de agosto de 1798
Querido hermano:
Debo decirte, ante todo, que Michaella Burley es la muchacha más dulce y amable que haya conocido en mi vida. Y no solo eso, además tiene genio, aunque se afana tanto en ocultarlo que ha conseguido engañarse a sí misma, aunque no a mí, que estoy atento a cada una de las señales que me brinda su mirada.
En tu anterior carta me decías que comenzaba a desbarrar como un enamorado cualquiera...
Hermano, ¿realmente sería tan grave enamorarse de una mujer como ella?
Por supuesto, no es perfecta, pero yo tampoco lo soy, ni lo pretendo.
Creo que hasta ahora ha sido tan infeliz que se sorprende de que alguien la trate con amabilidad y aun con educación. Excepto su amiga Shaunna, una jovencita picante demasiado interesada en los muchachos, no tiene ninguna amiga. Y su padre no es la mejor compañía para nadie.
Esta misma tarde hemos salido a pasear por cerca de los muelles. Tenía un plan, y ése era el lugar ideal para llevarlo a cabo.
Esquivar a la doncella—espía que su padre nos ha endilgado ha sido más sencillo de lo que pensaba. Necesitaba una prueba y la he obtenido. ¿Una prueba de qué?, te preguntarás, querido Duncan. No le digas esto a Susan, pero la he besado. Y debo decirte que ha sido de lo más estimulante.
Esa joven me gusta y me ha alegrado comprobar que yo también puedo gustarle a ella.
Ahora tengo que dejarte, querido hermano. Saluda como siempre a todo el mundo y preparaos para nuestra próxima llegada como recién casados.
4 de octubre de 1798
Querido hermano,
Te sorprenderá saber que estoy impaciente porque llegue el día de mañana.
¡Si me sorprendo hasta yo mismo!
Hace apenas unas semanas, me habría reído si me hubieran dicho que se podía ser tan feliz. Ahora te comprendo cuando dices que Susan te completa, porque... ahora puedo decírtelo sinceramente, Duncan, Michaella Burley me completa a mí.
La amo, y creo sinceramente que ella me ama también.
Siento el corazón tan colmado de dicha que podría bailar y gritar de alegría. Lo único que lamento es que no estéis todos aquí para compartir esta felicidad conmigo.
Cambiando de tema, debo decirte que hoy el viejo me ha sorprendido gratamente.
Yo pensaba que no se dignaría a regalarle nada a su hija como regalo de bodas, quizás tema que venda lo que sea para gastármelo en whisky, pero hoy me he dado cuenta de que no era así. Quizás he sido demasiado duro con él.
Ha comprado para ella unas joyas que deben de haberle costado una fortuna.
Me imagino la pregunta de mi querida Susan. Pues dile que no sabría decirle cómo eran las joyas, te recuerdo que soy un hombre enamorado. Para mí no había más joyas en esa sala que los ojos de mi amada.
No, en serio, apenas las he visto durante unos segundos. El viejo las ha guardado tan rápido en la caja de caudales que ni siquiera le ha dejado tocarlas a Michaella, como si temiera que se desgastaran con el roce o al contacto con el aire.
Debo despedirme, Duncan. Mañana es el día de mi boda y debo dormir para aparecer radiante ante mi hermosa prometida.
Oh, sí, ya sé que hablo como un estúpido enamorado, pero compadécete de mí, hermano.
17 de octubre de 1798
Querido hermano, te escribo para anunciarte nuestra próxima llegada.
Te sorprenderá no haber recibido noticias mías antes, y probablemente temas que algo haya salido mal.
En cierto modo, he pasado los peores días de mi vida, pero también los más felices.
El día de la boda fue maravilloso hasta que llegó la hora de consumar el matrimonio.
No temas que te cuente que mi esposa ya no era virgen ni nada que pueda mancillarla. En realidad, es la mujer más apasionada que he conocido. Y ahora es toda mía, para protegerla y darle todo el amor que no ha recibido nunca. No de su padre, al menos.
Siempre había pensado que el viejo era un tipo repugnante, pero cuando descubrí lo que le había hecho a su hija... Aún ahora necesito respirar profundamente para recordar que le he prometido a Michaella que no iría a buscarle para hacerle pagar por cada uno de los golpes que le ha propinado. Todavía me estremezco de furia y dolor al recordar sus marcas nuevas y las antiguas cicatrices.
Querido Duncan, mi amada Michaella ha vivido toda su vida en un infierno. Te pido, por favor, que me ayudes a darle todo el cariño que le ha faltado.
Desde ayer, Michaella es libre de ese hombre para siempre, porque ayer fuimos a despedirnos de él y del horrible lugar donde mi amada ha vivido encerrada durante años. No creo que haya lamentado no volver a verlos.
Esta noche ha dormido sin sueños, realmente segura, por primera vez en su vida.
Debo dejarte, querido Duncan. Michaella me acaba de decir que está lista. El carruaje nos espera abajo. Muy pronto estaremos en casa.
Hasta pronto, hermano.
P.D.: Michaella os manda saludos. Me ha dicho que está impaciente por conocer a toda la familia y ver de una vez nuestro polvoriento castillo.
Será feliz con nosotros aunque tenga que dar mi vida por ello.
Alexandra le dio la vuelta a la última carta de Sean McKay. No había nada más escrito. La última carta estaba fechada antes de su regreso a casa. No había nada posterior.
Ninguna mención a la última visita a la casa del señor Burley, que se había quedado descaradamente con el “regalo de bodas” de su hija. Además, la mención de las joyas era superficial. De no saber que se le había acusado de robarlas, Alexandra ni se habría fijado en las pocas palabras que dedicaba al asunto.
Nada que pudiera hacer pensar que hubiera habido un enfrentamiento entre ellos, a pesar de la promesa que le había hecho a Michaella. Sean estaba lo bastante furioso como para haber roto esa promesa y haberle partido la cara a su suegro. Pero de haberlo hecho, suponía que se lo hubiera escrito a su hermano, con el que mantenía una relación muy estrecha, casi de amigo. Parecían contárselo todo.
Aunque también era posible que hubiera preferido hablarlo con él en persona, ya que se verían unos pocos días más tarde.
Con un suspiro y mil preguntas, Alexandra buscó el reloj con ojos cansados y mirada turbia.
Fantástico. Eran las cinco y media.
En apenas unas horas debía estar de nuevo en la oficina.
De pronto pensó que era extraño que Sean no le hubiera escrito a su hermano mientras estaba en la cárcel, teniendo en cuenta que le escribía tan a menudo cuando no estaba en casa.
Además, cayó en la cuenta que el profesor no le había dicho si en algún momento Sean había alegado algo en su defensa, si había intentado salvar su vida. Al fin y al cabo, en aquella época un noble debía contar con el beneplácito de los jueces y la sociedad, y el único testigo de su supuesto crimen era una criada, cuyo testimonio nunca podría contar más ante ellos que el de alguien perteneciente a la nobleza y con una posición acomodada, ¿verdad? ¿Qué había ocurrido para que hubiera sido ajusticiado con unas pruebas que hoy día se considerarían meramente circunstanciales?
¿Habría más cartas que Morgan McKay no le había mostrado? ¿Cartas a jueces, abogados, a otros nobles pidiendo ayuda? Anotó con letra rápida y apenas legible esas preguntas para poder formulárselas más tarde al profesor.
—Gracias, señor McKay -dijo al caer en cuenta de la hora que era y que ya no sería capaz de dormir, dado el estado de excitación en que se encontraba, sin saber realmente si se refería a los McKay que habían muerto hacía doscientos años o al McKay que aún seguía vivo.