—¿Max va a venir? —le pregunto.

—Más le vale, porque le he pedido que sea mi padrino.

—¿En serio? ¿Tus hermanos no se van a enfadar?

—Dime tú a quién elegirías, ¿al antisocial rarito o al actor frustrado?

—No eres justo.

—Respóndeme.

—Harry es muy inteligente… Y Noah es un amor, aunque no ha tenido suerte…

—No me has contestado. ¿Prefieres que a nuestros invitados les peguen el rollo explicándoles los rituales de boda maorís o que les hagan una demostración de todos los registros que un prometedor actor en el paro puede ofrecerles en un solo discurso de una media hora?

Me quedo callada durante unos segundos, valorando las opciones. Adoro a la familia de Simon, a todos, pero tengo que reconocer que cada vez estoy más convencida de que me he llevado al más normal de los chicos Turner. Me cuesta entender nueve de cada diez frases que dice Harry, aunque a su favor tengo que decir que no sé si es por culpa de su rebuscada verborrea o de la combinación matadora de sus ojos azules y esos matadores hoyuelos. Y en cuanto a Noah, aunque despierta en mí un sentimiento maternal tan profundo que le achucharía hasta ahogarle, reconozco que su porte de actor entre bohemio y atormentado, confundiría a los invitados hasta el punto de no saber si la boda es real o un acto de una tragicomedia griega.

—Asegúrate de que venga —concluyo—. Págale el billete. Ve a buscarle y le traes a rastras si hace falta.

—Buena chica. Pero no creo que haga falta porque, si no viene, su madre le mata.

—Y entendería si lo hiciera —digo, a pesar de la mirada de pánico de Simon—. Livy y Aaron tienen que estar deseando conocer a la pequeña Abby.

—¿Quién puede tener ganas de estrujar un saco de caca? —Lo suelta casi sin pensar, pero entonces, al ver mi cara de espanto, palidece al instante y puedo ver una vena de su cuello palpitando—. O sea… Joder… No quería que sonara como ha sonado…

Él esboza una tímida sonrisa, como si intentara disculparse, pero se le hiela décimas de segundo después. Sigo atónita y muy quieta, mirándole con una mueca de asco dibujada en mi cara.

—Oh, joder… Verás… No tengo nada en contra de ese bebé en particular… Tampoco creo que sea culpa de los bebés en sí… Es más cosa mía… —Simon resopla, totalmente aterrorizado—. ¿Me vas a pegar la patada? ¿Te estás replanteando nuestra relación? O sea… ¿Esto es un problema para ti…?

No sé si su afirmación supone o no un problema para mí, de hecho, no me lo había planteado nunca. Nunca fui una niña de jugar a ser mamá con muñecas, y supongo que Mike llegó de forma tan inesperada que mi instinto maternal se tuvo que despertar a marchas forzadas. Así que no, tener hijos es algo que nunca me planteé hasta que llegó Mike, y después de él, nunca he sentido la necesidad de ser madre de nuevo… Tampoco tenía candidato alguno con el que compartir dicha responsabilidad, pero el caso es que no se me había pasado por la cabeza.

—Eh… —le escucho de nuevo, buscando mi mirada con insistencia.

Entonces, sin saber bien por qué, empiezo a caminar de espaldas hacia la puerta, primero de forma titubeante, para acabar llegando casi a la carrera. Bond se incorpora y me mira, por si entre mis intenciones esté el sacarle a pasear. Es un perro listo, y enseguida se da cuenta de que no es así, y vuelve a tumbarse.

—¿Chloe…? —Escucho su voz a mi espalda, llamándome con tiento.

Justo antes de llegar a la puerta, esta se abre y aparece Mike. Se queda parado al verme casi correr hacia la puerta con la cara desencajada, aunque no dice nada. Se limita a apartarse a un lado para dejarme pasar, justo antes de fijar la vista en mi espalda, donde supongo que debe estar Simon, totalmente confundido y supongo que muy asustado.

≈≈≈

Al marcharme, después de vagar sin rumbo durante una media hora, decidí llamar a Nat esperando que me invitara a su casa y así poder llorar mis penas sobre su hombro. Debí imaginar que Nat tiene otra manera de afrontar los problemas: ahogar las penas en alcohol.

—Dame un rato más…

—¿Tan difícil es de entender, Nat?

—Pues vamos a ver… ¿Quieres tener más hijos?

—No…

—¿Te ves pasando noches en vela para cambiar pañales llenos de mierda?

—No…

—¿No crees que ya viviste eso y que ahora estás muy cómoda con tu hijo pre-adolescente, y sobre todo autosuficiente en lo que se refiere a su aseo personal?

—Sí…

—Pues entonces, sí, es difícil entenderte. ¡Perdona! —Llama la atención del camarero que pasaba por delante de nosotras—. Ponme otro, bien cargado. Y otro para ella.

—No, no quiero otro —digo mirando al chico de detrás de la barra.

—Sí, sí lo quiere.

El camarero gira la cabeza de una a otra hasta que, agobiado, prepara los dos y me dice:

—Si no te lo bebes al final, estoy seguro de que lo hará tu amiga.

Coge el billete que Nat ha dejado encima de la barra y lo mete en la caja registradora, volviéndonos a dejar enfrascadas en nuestra pequeña discusión.

—Para una vez que encuentras a un tío que te hace feliz, que es genial con tu hijo, y que encima es sincero, sales huyendo de forma incomprensible porque, en el fondo, sabes que estás de acuerdo con él.

—Pero es que… Yo nunca… Yo siempre…

—Chloe.

—¿Qué?

—Bebe. —Como un autómata, la obedezco. Me llevo el vaso a los labios y doy un largo trago—. Ahora, vuelve a intentarlo.

—Estoy asustada, Nat —le confieso al fin—. ¿Y si estoy dando un paso incorrecto? ¿Y si nos casamos y fastidiamos lo nuestro? Todo había ido bastante bien hasta ahora y, de repente, empezamos a hablar de boda, y descubro que él no quiere tener… Bueno, descubro algo que no es como tiene que ser.

—¿Por qué no es como tiene que ser?

—Se supone que el hombre perfecto con el que toda mujer desea casarse es aquel que, entre otras virtudes, es un padrazo.

—De acuerdo…

—Y ahora Simon va y llama saco de caca a un bebé…

—Bueno, a mi modo de ver, Simon es ya más padre de Mike de lo que el capullo proveedor de esperma fue nunca. Quizá con el tiempo, es ese padrazo con el que toda mujer sueña casarse —dice, entrecomillando estas últimas palabras.

Abro la boca para replicar, pero enseguida me arrepiento. Dejo ir un largo suspiro y hundo los hombros.

—Chloe —vuelve a hablar Nat—, me parece que te está entrando la paranoia con todo esto de la boda y tu cabeza busca cualquier excusa para hacerte creer que Simon no es el indicado, cuando sabes de sobra que sí lo es.

La verdad es que sí lo es, pienso mientras me asaltan un montón de imágenes de los meses que hemos pasado juntos. Puede que no quiera cambiar pañales, que sea un desordenado total, que haya perdido ya tres juegos de llaves de casa, que ponga a prueba mi paciencia constantemente al intentar escaquearse de poner lavadoras, o que deje subir a Bond al sofá y me lo deje lleno de pelos, pero también me ha hecho sentir especial desde el mismo día en el que nos conocimos, me cuida y protege, me hace reír y, sobre todo, se está convirtiendo poco a poco en un referente fantástico para Mike, el cual le ha cogido muchísimo cariño.

—Tienes razón. Le voy a llamar —digo abriendo el bolso para buscar mi teléfono móvil.

—Deja —me pide Nat, agarrando mi mano para impedir que coja el teléfono—. Vamos a divertirnos un rato, que desde que te has echado novio formal, me tienes muy abandonada. Luego, cuando llegues a casa, te reconcilias por todo lo alto.

≈≈≈

Llevamos un buen rato dándolo todo en la pista. No hemos parado de bailar en ningún momento, ya que incluso nos hemos turnado para ir a la barra a por más bebida. La noche está siendo de lo más divertida, aunque empiezo a tener serios problemas para mantener la verticalidad.

—Estoy algo mareada… —le digo a Nat al oído. Noto cómo arrastro las letras de algunas palabras, e incluso se me traba la lengua en alguna ocasión.

—¡Pero no nos podemos ir…! ¡Estamos en el mejor momento de la noche!

—Pero…

—¿Cuánto hace que no salimos las dos? Te lo diré yo: desde que prefieres tener a Simon entre tus piernas. Me lo debes…

—De acuerdo… Voy al baño a hacer pis y a mojarme un poco la nuca.

—¡Esa es mi chica!

De camino, un tipo se me planta delante y baila de forma exagerada. Esbozo una sonrisa rápida, sin despegar los labios y hago el intento de esquivarle. Digo intento porque, a pesar de su evidente estado de embriaguez, se mueve con agilidad para cortarme el paso.

—¡Eres guapa! —grita en mi oreja, escupiéndome a la vez.

Intento que mi sonrisa parezca más sincera, y despego los labios, enseñando los dientes. Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja a la vez que lo hago, y me mira embelesado, momento que aprovecho para hacer un rápido quiebro y colarme dentro del baño de mujeres. Para no variar, hay una cola que casi llega a la puerta, así que me toca esperar. Al principio intento distraerme prestando atención a las conversaciones de las mujeres que me rodean, hasta que me doy cuenta de que me aburren demasiado, así que abro la cremallera del pequeño bolso que llevo colgado del hombro y saco el teléfono. Para mi sorpresa, hay tres mensajes, uno de Mike de hace un par de horas, otro de Simon de pocos minutos después de que me largara de casa y otro de hace unos minutos de… ¿Nat? Frunzo el ceño y giro la cabeza hacia la puerta. Llama tanto mi atención, que es el primero que leo.

“Espero que estar muy borracha no haya sido solo una excusa para escaquearte al baño y llamarle. Te lo confirmo: es el tipo con el que debes casarte, así que deberías reconciliarte con él… pero mañana”

No puedo evitar soltar una carcajada, que me convierte en el centro de atención durante dos segundos, lo que tardan en darse cuenta de que no tengo mucho más suculento que ofrecerles y vuelven a sus escandalosas conversaciones.

Luego leo el mensaje de Mike.

“Mamá, ¿estás bien? ¿Os habéis peleado? Cuando le he preguntado, lo único que me ha respondido Simon es que la había cagado, algo que he supuesto yo solito al verte la cara cuando te ibas. ¿Qué te ha hecho? ¿Me tengo que liar a hostias con él?”

Otro mensaje que me hace sonreír. O quizá sea mérito del alcohol. Sea como sea, me preparo para el último mensaje, seguro que mucho menos gracioso…

“Hola… Esto… No sé qué otra cosa decir aparte de lo siento… Es cierto… No me gustan los bebés ni me imagino con uno porque no puedo desearle peor desgracia a una criatura, y por consiguiente a su madre, que tenerme como su padre… Soy un desastre, y lo sabes. Un bebé es mucha responsabilidad, porque son muy frágiles y… Con Mike es diferente porque todo lo importante ya se lo has enseñado tú. Tú eres su ejemplo a seguir. Yo solo voy a estar allí para lo divertido: emborracharle por primera vez, llevarle a un partido de baseball y comprarle condones. Perdóname. Te lo suplico. Os necesito a ti y a Mike. Te amo”.

Me muerdo el labio inferior mientras intento acompasar los latidos de mi corazón. Inspiro con fuerza y suelto el aire lentamente, mientras mis dedos acarician la pantalla del teléfono. Sé que le he prometido a Nat que dejaría la reconciliación para más tarde, pero no le he prometido no escribirle para empezar a allanar el camino hasta ese momento.

“Perdóname tú. Mike y yo te necesitamos más de lo que te imaginas. Espérame despierto porque quiero mi reconciliación. Te amo”.

Poco después de escribir la respuesta, entro en uno de los cubículos, hago pis y cuando salgo, refresco mi nuca y al instante me siento mejor. No creo que sea más mérito del agua como de los mensajes. Aun así, con fuerzas renovadas, vuelvo a la pista de baile, donde Nat me espera, rodeada de hombres.

—¿Se puede saber quiénes son estos? —mascullo entre dientes cuando llego hasta ella.

—Fulanito, menganito y… ¿Qué más da? Nos hemos asegurado las copas gratis durante un buen rato.

≈≈≈

Nat está desatada, bailando con los brazos levantados y un vaso de tubo en la mano, cantando la canción a pleno pulmón mientras se frota descaradamente contra un tipo que tiene pegado a su espalda. No cambiará nunca, pienso con riendo.

—¡Hola! ¡Eres tú, la guapa! —dice el tipo que me cruce antes, de camino al baño. Su nivel de embriaguez parece haber ido en aumento desde nuestro encuentro.

—Te confundes… —le miento para intentar quitármelo de encima, justo antes de moverme hacia la derecha para esquivarle.

—¡Estamos predestinados! —insiste, poniéndose delante de mí de nuevo y acercándose demasiado.

—Qué suerte la mía… —respondo. Me veo obligada a echar la espalda hacia atrás, mientras coloco las palmas de las manos para apartarle si fuera necesario—. ¿Te importa? Me estás molestando…

—Baila conmigo.

—No me apetece.

—Te invito a una copa.

—No me apetece.

Parece que estemos jugando al juego del gato y el ratón. Él se interpone en mi camino, yo le esquivo. Él busca mi mirada, yo la desvío constantemente. Él se acerca, yo me alejo.

—Hay química entre tú y yo. Lo noto —vuelve a insistir.

—Las ciencias no son lo tuyo, por lo que veo… —Ríe de forma exagerada por mi comentario, escupiéndome a la vez. Rodea mi espalda con un brazo y me aprieta contra él—. Suéltame, por favor.

—Vamos… —Apoyo las palmas de las manos en sus hombros y le aparto, arqueando la espalda hacia atrás—. No te hagas la estrecha… Aprende de tu amiga…

—¡Suéltame!

Tras dos intentos de acercamiento más por su parte, mi paciencia llega a su límite y, sin pensármelo demasiado, le propino un rodillazo en la entrepierna que le obliga a doblarse. El movimiento funciona, porque me suelta al instante para cubrirse la zona dolorida con ambas manos. Sonrío satisfecha al comprobar lo mucho que he cambiado. Me siento bien, poderosa y, sobre todo, orgullosa de mí misma.

Sigo sonriendo cuando, al levantar la cabeza, veo que a lo lejos, a unos metros de distancia de lo sucedido, está Simon mirándome. Con una pose de lo más relajada, con las manos en los bolsillos del vaquero, me sonríe de medio lado. Levanta los puños en alto justo antes de empezar a caminar hacia mí. Yo también me acerco, dejando atrás al pegajoso insistente, aun doliéndose por el golpe.

—Espero que estuvieras atento por si la cosa se hubiera puesto fea… —le digo cuando rodea mi cintura.

—Lo estaba, pero tengo fe ciega en tus patadas a la entrepierna.

A pesar de estar en mitad de la pista de baile, rodeados de gente saltando y bailando a nuestro alrededor, nosotros nos mantenemos muy quietos, abrazándonos. Simon pasea la vista por toda mi cara, mientras aprieta los labios. Se le nota igual de incómodo que a mí.

—Oye…

—Escucha…

Hablamos a la vez.

—Déjame a mí primero —se adelante él entonces—. Seré muy breve. Soy un gilipollas. Perdóname. He estado pensando y… Si quieres tener hijos, de acuerdo, lo haremos. Me parece bien.

—Simon…

—No puedo creer que te… atrevas a ello conmigo, pero…

—Sy…

—En fin… Si quieres, adelante.

Le hago callar poniendo los dedos sobre su boca, los cuales retiro lentamente para dejarle paso a mis labios. Se le escapa un largo jadeo que estremece todo mi cuerpo. No puedo creer que mi cabeza haya podido olvidar por un rato esta sensación de protección, deseo y amor que siento cuando estoy a su lado, así que me propongo besarle muy a menudo para que no se vuelva a repetir.

—No quiero tener hijos contigo —afirmo con rotundidad.

—¡Ah, genial! —contesta él, provocando nuestras carcajadas.

—Cuando eres adolescente, sueñas con casarte con un hombre guapo y fuerte, que te quiera, y tener muchos hijos juntos. En mi cabeza ha sonado una señal de alerta cuando antes has sido tan… sincero. Y a pesar de que yo siento lo mismo y estoy totalmente de acuerdo, algo me decía que se suponía que no tendría que ser así.

—Bueno, tampoco te has alejado mucho de esa idea… Soy guapo, fuerte y mataría por ti de lo mucho que te quiero. Y, aunque no quiero tener muchos hijos contigo, estoy dispuesto a soportar la adolescencia del tuyo… Yo diría que casi haces pleno, así que… —Se encoge de hombros, antes de continuar—: Chloe Richards, ¿sigues queriendo casarte conmigo?

—Por supuesto —contesto, justo antes de colgarme de su cuello y besarle.

≈≈≈

Llevamos un rato despiertos, desayunando en la cocina, cuando Mike aparece arrastrando los pies, bostezando y rascándose la cabeza.

—Espera, espera… —dice Simon—. Anoche, cuando me fui, te dejé aquí en casa, ¿no?

—Por vuestra culpa —nos pregunta, entornando los ojos, los cuales aún no se han acostumbrado a la claridad.

—¿Nuestra culpa? —le pregunto, incrédula.

—¡Ya me diréis! ¡Os largáis y me dejáis aquí tirado, preocupado! ¡No os dignasteis ni a escribirme un mensaje para decirme que estabais juntos o lo que sea! ¡Y luego volvéis a las tantas de la madrugada, borrachos perdidos, tropezando con todos los muebles que encontrasteis en vuestro camino hasta el dormitorio! ¡Y, por si fuera poco, os ponéis a darle trabajo al colchón!

Abro los ojos como platos y giro la cabeza hacia Simon, lentamente. Él, lejos de estar avergonzado, sonríe orgulloso y divertido.

—Sí, mamá. Os oí. Así que me puse los auriculares y estuve despierto hasta que… acabasteis… Enhorabuena, por cierto. No está mal para vuestra edad…

—¿Para nuestra edad? —le pregunto.

—Puedo mejorarlo, algo más sobrio.

—¡Simon! —le llamo la atención.

—Cuando intentéis batir vuestro record, avisadme con tiempo, que me buscaré un plan alternativo…

Coge un bol del armario y lo llena hasta arriba de cereales. Luego vierte leche en él y hunde la cuchara. Se sienta delante de nosotros, apoyando los codos en la mesa y tapándose la boca al bostezar. Después de dos cucharadas, nos mira a los dos durante un rato, y pregunta:

—Entonces, ¿la boda sigue en pie?

—Eso parece —contesta Simon. Mike asiente con la cabeza.

—¿Existe la posibilidad de que en tu extensa familia haya alguna chica soltera de unos diecisiete, rubia, con cuerpazo y unas tetas enormes?

—¿Perdona? —le pregunto mientras Simon mira el techo, pensativo—. ¿Y tú no te estarás planteando contestarle a eso?

—¿Por qué no?

—Porque no. Porque tiene catorce años.

—¡Por eso mismo! —contestan los dos a la vez.

—A los catorce años, se piensa en jugar, y en estudiar, y en…

—Tú no has tenido catorce años… —comenta Simon, mirándome con incredulidad—. O, al menos, has tenido unos catorce años muy distintos a los míos. Yo con catorce ya me había enrollado con tres chicas de mi clase y estaba trabajándome a Stacy Olesson.

—No quiero ni saber a qué te refieres con trabajarte a esa pobre chica y con qué fin —digo al tiempo que me pongo en pie, llevándome las tazas del desayuno para meterlas dentro del lavaplatos.

—¡Yo sí lo quiero saber! —interviene entonces Mike.

—Era una chica noruega que vino con un programa de intercambio a nuestro colegio. Era… Joder… —Carraspeo para llamar su atención, así que, a pesar del cabreo de Mike, opta por explicarle la versión abreviada—. Imagina: estaba en un país nuevo para ella, viviendo en casa de una familia que no conocía, no tenía amigos, casi no hablaba nuestro idioma…

—Era vulnerable…

—Eso es.

—Y te convertiste en su mejor amigo…

—Incluso aprendí algunas palabras en noruego.

—Eres el puto amo, tío.

—Lo sé.

—¿Os estáis oyendo? Te aprovechaste de esa pobre chica —digo señalando a Simon, aunque no me olvido del otro caradura—. ¿Y a ti te parece que es un genio por hacerlo? ¿Os parece bonito?

—No sabes el final de esa historia… —interviene de nuevo Simon, con voz calmada.

—Eso, mamá. Deja que lo cuente todo. ¿Qué pasó, Sy?

—Que después de seis meses a su lado, de haberme convertido en su mejor amigo, de haber reído juntos, de haber sido el paño de lágrimas sobre el que llorar cuando echaba de menos a su familia, llegó el baile de fin de curso. Por aquel entonces, me había enamorado de ella hasta tal punto que, al verla aquella noche, tan guapa, sabiendo que posiblemente sería la última noche que estaríamos juntos, la situación me sobrepasó hasta tal punto que no pude hacer otra cosa aparte de tartamudear y cogerla de la mano intentando que no notase que estaba temblando.

Mike le mira con la boca abierta, esbozando una mueca de incredulidad y Simon, a pesar de saber que esta confesión le ha hecho bajar varios escalones en el pedestal, prosigue:

—No podía estropearlo, ¿sabes? Ella se había convertido en alguien tan especial, que no quise hacer nada que estropease aquella última noche. Fue la primera chica de la que enamoré. No lo tenía planeado, pero sucedió. Así que, en el momento álgido de la noche, cuando se suponía que tendría que estar besándola y metiéndole mano, cuando, según mis planes, me la tendría que haber llevado al armario del aula de ciencias, lo único que hice fue abrazarla y llorar en su hombro. Así que, ahora sí acabo la frase correctamente: yo con catorce años, me había enrollado con tres chicas de mi clase y me enamoré por primera vez.

Mike agacha la vista a la mesa y, después de dudar durante unos segundos, se humedece los labios y pregunta:

—¿Cómo sabes que estás enamorado?

—Porque haces cosas como llorar en el hombro de una chica —contesta Simon, guiñándole un ojo.

—O como asistir a sus combates para ver cómo le machacan… —añado yo.

—O como tener una charla de este tipo con su hijo adolescente… —dice Sy, mirándome de reojo.

—Llegado el momento, lo sabrás, cariño —le respondo.

—Lo sabré porque me volveré idiota, ¿queréis decir?

—Pues sí, pero si te sirve de consuelo, les pasa incluso a los más listos… Algún día te contaré la multitud de gilipolleces que ha llegado a hacer mi padre por mi madre…

—Pues menudo panorama… Visto en lo que me convertiré, voy a aprovechar el tiempo que me queda de lucidez… Me largo a mi habitación a jugar a la consola. ¿Me avisáis cuando esté hecha la comida?