CAPÍTULO 3
Como si nada hubiera pasado
—Simon, para…
Aguantando mi peso con los antebrazos, beso cada centímetro de piel del cuerpo de Chloe. Me agarra la cabeza para intentar apartarme mientras yo me resisto. Se debate entre la risa y el placer, soltando alguna carcajada para luego morderse el labio de forma lasciva, arqueando la espalda. Estira los brazos y sus dedos acarician mi pecho, descendiendo peligrosamente hacia mi vientre. En un acto reflejo, tenso los músculos, temiendo las inminentes cosquillas.
—Bendito sea el deporte… —susurra.
Entonces, araña mi pecho con sus uñas, acto que no me resulta para nada desagradable. Se me escapa un jadeo, justo antes de que Chloe, apoyando los codos en el colchón y sin darme tiempo para reaccionar, acerque su boca a mi pecho y clave los dientes en él.
—¡Ah, joder! —me quejo.
Pero enseguida se me dibuja una sonrisa pícara de medio lado y vuelvo a la carga. Mis labios se acercan a uno de sus pechos y en pocos segundos, mis dientes apresan el pezón. Chloe suelta un quejido de placer, mientras se agarra con fuerza de mi pelo. En ese momento, su teléfono empieza a sonar, y ambos nos quedamos inmóviles.
—¿Es el mío? —me pregunta.
—Sí. Yo no suelo poner canciones de Meghan Trainor como tono de llamada…
—¿Dónde está mi teléfono?
—En algún lugar de este piso, sin duda.
—Eso me lo imagino —me reprocha, dándome un manotazo en el hombro—. Calla y escucha.
—“Thank you in advance, I don't want to dance. No. I don't need your hands all over me. If I want a man, then I'm going to get a man” —empiezo a cantar, poniendo voz de chica.
—Eres idiota perdido… —ríe Chloe mientras se levanta en busca de su móvil, el cual no debe andar muy lejos.
—Tendrás que cambiar ese tono de llamada, porque falta a la verdad…
—¿Qué dices? —me pregunta haciendo una mueca con la boca.
—Por lo de que no quieres que mis manos recorran tu cuerpo… Llevas toda la noche rogándome para que lo haga…
—Te apuesto lo que quieras a que yo aguantaría mejor sin sexo que tú.
—Ya, claro. Muy segura estás ti misma… —me mofo, pero entonces se agacha y me muestra su trasero, dejándome con la boca seca de golpe. Me mira de reojo, totalmente satisfecha con el resultado de su artimaña, pero yo contraataco bajándome un poco la goma del calzoncillo y tensando los músculos del vientre. Me llevo las manos a la cabeza y empiezo a mover las caderas lentamente, de forma sensual, hacia delante y hacia atrás.
—Es Mike —dice, mirando fijamente la pantalla de su teléfono, apresurándose a descolgar—. Hola, mi vida. ¿Estás bien? ¿Ocurre algo…?
Empieza a dar vueltas por la habitación buscando su ropa. Agarrando el teléfono entre su hombro y la barbilla, se pone los pantalones. Encuentra su camiseta, pero busca su sujetador con insistencia, agachándose para mirar debajo de la cama. De repente, se incorpora de golpe y me mira con los ojos muy abiertos.
—Esto… Por supuesto que recordaba la entrevista con el director del instituto. —Sin haber encontrado aún el sujetador, se pone la camiseta y corre hacia el baño para mirarse en el espejo. Resopla desesperada al ver que los pezones se le marcan a través de la camiseta—. Sí, por supuesto. Allí estaré. Hasta ahora, cariño.
Cuando cuelga el teléfono, se vuelve a tirar al suelo en busca de su sujetador.
—Esto… ¿A qué hora tienes que estar en el instituto…?
—Dentro de… —Asoma la cabeza y echa un vistazo al despertador—. ¡Oh, mierda, mierda, mierda!
—¡Vaya…! ¿Tres mierdas seguidas? ¿Tan poco tiempo tienes de margen?
—¡Podrías dejar de cachondearte y hacer algo para ayudarme!
—¿Como encontrarte el sujetador?
—Por ejemplo.
—¿Y qué gano yo a cambio?
En cuanto escucha mi pregunta, levanta la cabeza y clava sus ojos en mí, fulminándome con ellos. Entonces se da cuenta de que su sujetador cuelga de uno de los dedos de mi mano.
—Me lo iba a quedar de recuerdo, pero viendo que parece que le tienes algo de apego…
—Trae aquí —dice mientras me lo quita de las manos de forma brusca. Me da un beso corto, demasiado para mi gusto.
—¿Te llamo luego…? —pregunto inseguro.
Esta noche ha sido una pasada, como cuando nos conocimos, divertido, impulsivo y ardiente, justo lo que ambos esperamos de una relación. Aun así, tengo miedo de que haya sido algo así como un arrebato producto de la intensidad del momento al vernos de nuevo.
—Vale —contesta Chloe, sonriendo y haciendo desaparecer todas mis dudas de un plumazo, devolviéndome la seguridad en mí mismo.
Enseguida sale de la habitación y escucho cómo habla con Bond. Hace solo unos segundos que no está a mi lado, pero ya siento su ausencia, así que corro para intentar saciar mi mono de ella.
—¿Te cuento un dato curioso sobre los sujetadores? —suelto de sopetón cuando llego al recibidor, intentando decir algo ingenioso para retenerla algo más de tiempo.
—¿Cómo dices? —me pregunta extrañada, frunciendo el ceño, ya con la mano en el pomo de la puerta.
—¿Sabes que en algunas culturas el sujetador no está bien visto socialmente porque es una prenda que usan las mujeres libertinas para seducir a los hombres?
Mi plan no surte el efecto deseado, y me mira torciendo el gesto.
—Esto… No sé cómo tomarme eso… ¿Me estás comparando con una furcia?
—¡No! ¡Qué va…! Joder… A mi padre se le da bien esto… Él sabe este tipo de cosas, ¿sabes? No solo de sujetadores, sino de todo…
Al ver que no lo estoy arreglando, decido callarme y agachar los hombros en señal de derrota.
—¿Tu padre suelta este tipo de comentarios?
—Sí… Pero a él le da mejor resultado que a mí… Yo solo quería… —balbuceo mientras me froto la nuca con una mano—. No sé… Es solo algo que me acabo de inventar porque… Porque aún no te has ido y ya te echo de menos…
Chloe vuelve a acercarse a mí y, rodeando mi cintura con sus brazos, me da un casto beso en los labios.
—Eres adorable, ¿lo sabías? No conocía esta faceta tuya, y está siendo una grata sorpresa.
—Pero es que yo no quiero ser adorable. ¡Los “Osos Amorosos” son adorables!
—También eres jodidamente sexy —añade ella mientras se vuelve a alejar de mí, caminando de espaldas—. Eres como… Como un “Oso Amoroso” con abdominales de acero.
Los dos nos imaginamos la imagen en nuestra cabeza, y nos da tanta grima que no podemos evitar una mueca de asco.
—Vale, olvida lo que he dicho —me dice, ya en la puerta—. ¡Llámame luego!
—¡Suerte!
≈≈≈
Una hora más tarde, aun remoloneando en la cama, Bond ladra reclamando mi atención. Le miro, él me devuelve el gesto ladeando la cabeza, y entiendo perfectamente lo que me pide.
—Deja que me dé una ducha rápida y salimos.
Bajo de la cama de un salto y corro hacia el cuarto de baño. Enciendo el pequeño reproductor de música y, en cuanto abro el grifo del agua, me meto bajo el chorro. Adoro el agua fría por la mañana porque me ayuda a despertarme del todo. Canto a pleno pulmón mientras me enjabono el pelo, hasta que la canción que sonaba acaba y entonces me parece escuchar el sonido de mi teléfono a lo lejos. No sé el tiempo que lleva sonando, puede que un buen rato y que esté a punto de cansarse de esperar, así que me apresuro a salir de la ducha y del cuarto de baño a la carrera, sin siquiera coger una toalla para secarme.
—¡Voy! ¡Voy! ¡No cuelgues, Chloe!
Bond se incorpora cuando salgo del baño, y emite un ruido al verme correr desnudo. Me lanzo sobre la cama para alcanzar la mesilla de noche y, en cuanto agarro el móvil, descuelgo.
—¡Chloe! —grito a la desesperada, a riesgo de dejarla sorda. Eso debe haber pasado, porque no hay respuesta al otro lado, solo un sonido como embotellado—. ¿Hola? ¿Chloe?
Entonces escucho la risa inconfundible de Max. Sin poder evitarlo, me desinflo de inmediato. Resoplo decepcionado y hundo la cara en el colchón.
—Joder, macho… ¿Aún tienes esperanzas de que esa mujer te dé otra oportunidad? —se burla de nuevo.
—Vete a la mierda, Max…
—Hablo en serio. Quizá deberías empezar a plantearte olvidarla y…
—¿Cómo la voy a olvidar si hace una hora escasa la tenía desnuda en mi cama?
—Espera. ¿Está ahí contigo?
—Lo estaba, pero tenía una reunión con el director del instituto de su hijo.
—¿Se ha vuelto a meter en problemas ese pandillero en potencia?
—Sí, por mi culpa. Machacó a tres chicos gracias a mis clases y consejos…
—¡¿En serio?! ¡Qué bueno! Bueno, no porque les pegase, sino porque entiendo que ya no te odia… tanto. ¿Qué obró el milagro?
—Es una larga historia y estoy mojado y en pelotas, así que, ¿por qué no me llamas algo más tarde?
—¡Sy, te llamo desde Mali, capullo, no desde Brooklyn! Ya sé que esa mujer tiene mejores tetas que yo, pero macho, hazme algo de caso…
Río algo más relajado, rodando hasta tumbarme boca arriba, y le cuento todo lo ocurrido.
—¿Cómo está Bond? —me pregunta entonces.
—Espera, que le pregunto. ¡Bond! ¿Estás bien, colega? —Escucho cómo se va acercando con pereza—. Ya llega… Espera… Aquí está. Es para ti, colega.
Le pongo en la oreja el teléfono y escucho cómo Max le habla. Bond abre la boca y saca la lengua, y casi podría asegurar que sonríe, hasta que segundos después de cansa y se tumba en el suelo, a los pies de mi cama.
—Ya está. Se ha vuelto a dormir.
—¿Cómo le ves?
—Viejo, pero bien. No te preocupes. Le he comprado otro tipo de comida. Tiene calcio para los huesos y…
—Simon. Gracias.
—No es nada, colega. Espero que cuando yo me lo haga todo encima, me devuelvas el favor cuidándome como me merezco.
—¿Y ahora qué? —me pregunta, cambiando de tema—. ¿No me digas que te ves ejerciendo de padre de ese chaval?
—¿Tú me crees capaz de ser el ejemplo a seguir de alguien?
—No, pero teniendo en cuenta que el ejemplo a seguir de ese chico fue un grandísimo capullo que no quiso saber nada de él, tú puedes ser… un mal menor.
—Pues anda que empiezo con buen pie… Siendo el culpable de su expulsión…
—O el culpable de que haya tumbado a tres tipos que le hacían la vida imposible… —Me quedo en silencio, intentando buscar algo con lo que contradecir sus palabras, hecho que me lleva tanto tiempo que se forma un silencio entre los dos que Max toma como una victoria—. Así que, pensándolo un poco, sí, creo que puedes ser… alguien importante en la vida de ese chico.
La afirmación cae como una losa sobre mí. Seamos sinceros, nunca he sido alguien de fiar. Siempre he conseguido camelarme a la gente con mi labia, ya que mis capacidades intelectuales estaban a la sombra de las de mis hermanos. Así que ahora, de repente, tener esa responsabilidad, puede que me abrume un poco. Aunque, por otro lado, sé que es el precio a pagar si quiero estar al lado de Chloe.
—Eh, Sy… Tranquilo. No hace falta que te cagues en los calzoncillos. Ser más o menos responsable no es para tanto. No le des muchas vueltas y no lo eches todo a perder con tus dudas.
—Eso lo dices tú porque a ti sí es fácil imaginarte ejerciendo ese papel…
—¿Yo? No te creas… Llegado el momento, también me cagaría de miedo. Además, Sy, si lo piensas, a ti te va a tocar lo divertido… No tienes por qué ser ese tío que no le deja salir por la noche, pero sí puedes ser ese tipo enrollado que está con su madre y con el que puede ir al baseball o tomarse su primera cerveza…
Eso me gusta, pienso mientras sonrío.
—Oye, ¿por qué no vas con ellos?
—¿Ahora? Están en el instituto…
—¿Y por qué no vas a esperarles a la salida? Que vean que te interesas por ellos, que te importan. Chloe necesita a alguien que no se desentienda ni de ella ni de su hijo. Y Mike necesita saber que siempre vas a estar ahí cuando te necesite.
—¿Sabes una cosa? —le pregunto pasados unos minutos—. Te echo de menos, tío…
—¿Sabes tú otra? Yo algo menos ya…
Río a carcajadas porque sé quién es la culpable de ello.
—¿Está bien Ash?
—Sí… —contesta, y sé que lo hace con una enorme sonrisa en la cara—. Se ha adaptado muy bien… Y la gente de aquí también a su presencia… La ven como a una más… Me equivoqué, Sy… Cuando la conocí, la juzgué mal. Pensé que no duraría ni dos horas aquí y mírala…
—La gente comete muchas locuras por culpa del amor. Porque está claro que hay que estar loco como para querer irse a África contigo…
—O para querer criar a un hijo adolescente a tu lado…
Ambos nos quedamos callados, sonriendo e incluso dejando escapar algún suspiro.
—Llámame de vez en cuando —digo, dando por finalizado este momento sentimental nada propio de nosotros.
—Sabes que siempre lo hago.
≈≈≈
Media hora después, siguiendo el consejo de Max, al girar la esquina de la calle del instituto de Mike, le veo junto a su madre, caminando calle abajo.
—¡Eh! ¡Chloe! ¡Mike! —grito mientras corro a su encuentro.
Se dan la vuelta a la vez, y ponen la misma cara de sorpresa al verme. Mike incluso dibuja una mueca en su cara que soy incapaz de interpretar, pero que no me desanima.
—Hola… —les saludo sonriendo cuando me detengo frente a ellos.
—¡Hola…! —me contesta Chloe mientras su rostro se ilumina.
—¿Cómo…? ¿Cómo ha ido? —pregunto.
Miro a Mike, cuya expresión aún no ha cambiado, y me sigue mirando de arriba abajo.
—Bueno… Bien… No le han expulsado.
—Eso es bueno —contesto mientras la miro embelesado, hasta que giro la cabeza hacia Mike—. ¿O no…?
Los labios de Mike se van curvando poco a poco hacia arriba, dibujando una tenue sonrisa.
—Bueno… Más o menos… —responde.
—Ha quedado todo en una advertencia, ya que han tenido en cuenta todo lo que les ha explicado Mike acerca del… acoso al que esos chicos le sometían —me aclara Chloe.
—A ellos sí les han expulsado.
—¿En serio? Oh, mierda… Ahora que les habías pillado la medida…
Le enseño mi puño y Mike no tarda en chocármelo con el suyo, hasta que nos damos cuenta de que Chloe nos mira muy seria.
—Medida que no voy a tomarles nunca más en la vida… —se apresura a aclararle Mike—, aunque sí me gustaría seguir… yendo al gimnasio a practicar…
Justo después de hablar, nos mira a ambos dubitativo.
—Eso está hecho, siempre y cuando a tu madre le parezca bien… —le contesto un rato después.
—Mmmm… —Chloe dirige la vista al cielo, haciendo ver que lo está valorando mientras Mike la mira esperanzado—. Está bien…
—¡Genial!
—Y a mí me gustaría seguir viendo a Sy… Siempre y cuando a ti te parezca bien…
Mike imita a su madre, mirando al cielo, hasta que pocos segundos después, me mira fijamente y contesta:
—Está bien… Mola bastante…
—Genial. Pues os invito a comer para celebrarlo.
—¡De acuerdo! ¡Un perrito en ese puesto tan chulo de la 42! ¿Sabes el que te digo, mamá?
—¿Un perrito? Pues sí que me vas a salir barato…
—¡Sí!
—A mí me va bien… —intervengo yo.
—Es un sitio genial, Sy. Son así de grandes —dice entusiasmado, gesticulando mientras brinca a mi alrededor. Por el rabillo del ojo veo que Chloe no nos pierde de vista—, y le ponen cantidad de cebolla. ¡Y jalapeños! Yo siempre les pongo jalapeños porque me encanta que pique… ¡Y cantidad de kétchup y mostaza!
—¡Oh, sí! ¡Ahora te escucho, colega! —digo, chocando los cinco con él.
≈≈≈
—¿También jugabas al baseball?
—Ajá… —respondo sin mirarle, con la cabeza agachada, mientras doy cuenta del último bocado de mi perrito.
—¿Tan bien como al kárate?
—Mejor.
—¡Venga ya!
—Me dieron incluso una beca en la universidad…
—¿Y qué pasó?
—Me lesioné.
—¿Y…? —me pregunta, mirándome con las cejas levantadas.
—De gravedad. Lo suficiente como para no poder seguir jugando. Y sin baseball no había universidad. Sin baseball no había nada.
Chloe se cuelga de mi brazo y apoya la cabeza en él. Me acaricia la mejilla porque entiende mi incomodidad. Sabe que es un tema que sigue siendo doloroso para mí, porque el baseball era toda mi vida, y casi me lo arrebató todo.
—¿Y qué hiciste entonces…? —insiste Mike casi susurrando, con gesto de preocupación—. O sea, ¿cómo llegaste a…?
—No fue fácil… El baseball lo era todo para mí. Pensaba que no sabía hacer otra cosa, así que durante mucho tiempo estuve perdido. Me metí en problemas, empecé a fumar marihuana para evadirme de todo y… Bueno, ya sabes… Todas esas cosas no llevan a nada bueno…
Mike me mira con los ojos y la boca muy abiertos, incluso aminorando el ritmo de su paso.
—¿Por qué me miras así? ¿No me digas que te pensabas que había sido un adolescente modélico?
Con ese comentario, consigo que relaje el gesto y se le forme una tímida sonrisa. Niega con la cabeza, así que decido explicarle el resto de la historia enseñándole mi tatuaje. Me levanto la camiseta y, después de fijarse en alguna de mis cicatrices, lo ve.
—Entonces recordé que no solo sabía jugar al baseball. “Haz que parezca difícil ser tú”. Es una frase que nos decía mi padre a mis hermanos y a mí para recordarnos que todos, a nuestra manera, somos especiales, y que no nos tenemos que esconder por serlo. Recordé que no era especial por jugar bien al baseball, sino que lo era por ser Simon Turner.
Sonrío al mirar a Mike. Imagino el interior de su cabeza, con los engranajes a toda máquina, valorando mis palabras y sacando sus propias conclusiones. Lo sé por su ceño fruncido y su expresión contraída.
—La lesión me hundió y las drogas me aislaron del mundo. La soledad es un sentimiento horroroso, ¿sabes? Y si encima es autoimpuesto, peor aún.
—¿Autoimpuesto…?
—Sí, me aislé yo solito, porque estoy rodeado de gente genial. Tengo una familia grande y formidable, y muchos amigos también. Así que, cuando me di cuenta de ello, cuando me dejé convencer por todos ellos, que no se dieron por vencidos conmigo, decidí salir a la superficie y dejarme ayudar.
Mike asiente con solemnidad, hasta que me mira y dibuja una sonrisa de medio lado en sus labios.
—¿Por qué me parece que es una historia de esas con moraleja, de las que debería sacar una valiosa lección?
—Porque eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de ello.
Sin despegar los labios, sonríe mientras me mira a los ojos durante un rato. Luego se da la vuelta, saca unos auriculares del bolsillo de la sudadera y se lo pone en las orejas. Camina varios pasos por delante de nosotros, dándonos algo de intimidad.
—Sabía que os llevaríais bien… —susurra Chloe cerca de mi oreja.
—No es difícil. Es un gran chico, Chloe.
—No siempre ha sido así de fácil…
—Lo sé… Pero yo tampoco lo fui y mírame.
≈≈≈
Llevamos un rato frente al portal de su casa, plantados uno frente al otro, con las manos entrelazadas.
—Vives demasiado cerca.
—¿Demasiado cerca de dónde?
—Demasiado cerca de cualquier sitio en el que estemos… —digo con la vista clavada en el suelo—. Me gustaría alargar esto… Y no quiero que pienses que quiero precipitar las cosas. Sé que todo tiene que seguir un ritmo… normal, pero…
—El fin de semana que viene, Mike se va a Boston, a visitar a mis padres.
—¡¿En serio?! ¡Alabados sean!
—¡Oye! ¡Que sigo aquí! —interviene él entonces.
—¿Escuchas algo? —pregunto mirando al cielo, provocando la risa de Chloe.
—¡Tú ve haciendo tonterías y verás qué pronto me pongo en tu contra y qué rápido te pega mi madre la patada!
—No serías capaz…
—Pruébame.
—Además —nos corta Chloe—, ya no colaría, porque sé que Simon te cae estupendamente. Y no lo puedes negar. De hecho, te cae bien desde el primer día que le viste. Lo noté en tu cara, vi cómo le mirabas, como con… admiración.
—¿En serio…? —le pregunto, hinchándome de orgullo.
—Yo no diría tanto… —contesta él con el ceño fruncido—. Mi madre es una exagerada.
—Entonces, ¿qué me dices? ¿Te apetece el plan? —me pregunta Chloe, intentando encauzar de nuevo la conversación—. Podríamos planear algo que hacer juntos…
—A mí, así improvisando y sin darle muchas vueltas a la cabeza, se me ocurren varias cosas que hacer juntos y ninguna requiere que la planeemos demasiado…
—Ah, ¿sí?
Ella desliza un dedo por encima de mi pecho y lo hace descender por mi vientre, hasta que, poco antes de llegar a la cinturilla de mi vaquero, nos vuelven a interrumpir.
—¡Vale ya! ¡Estáis muy salidos, colegas! ¡Parecéis adolescentes! —se queja Mike—. ¿Por qué no esperáis a estar cada uno en su casa y os decís todas esas cosas por teléfono, sin que yo esté necesariamente presente?
—¿Ciber-sexo? Me gusta…
—¡Oh, por favor! Mamá, déjame las llaves que subo a casa.
—Tranquilo. Subimos juntos —le contesta ella, besándome repetidas veces mientras se empieza a alejar de mí, muy a mi pesar.
Nos decimos adiós con la mano, siempre bajo la mirada desaprobatoria de Mike. Entonces le miro y, justo antes de guiñarle un ojo, le señalo y le digo:
—Te espero mañana, ¿de acuerdo?
—Sí, vale —responde una vez recuperado el brillo en sus ojos.
Sigo inmóvil frente a su edificio a pesar de que hace un rato que la puerta se ha cerrado a su espalda. Y sigo sonriendo como un bobo. Incluso cuando me suena el teléfono, segundos después.
—¡Hola! —respondo sin mirar la pantalla.
—Veo que nos has hecho caso. ¡Bien hecho!
—¡Eh, hola, papá! —Río—. ¿Tanto se me nota?
—Eres totalmente transparente, Simon…
—Bueno… Pues entonces… Sí. Las cosas van muy bien con Chloe. Incluso con su hijo.
—Me alegro. Espera. —Escucho la voz de mi madre a lo lejos. Luego les escucho discutir un poco, hasta que, como siempre, mi madre se impone y poco después vuelvo a escuchar a mi padre, resoplando—. A ver… Tu madre dice que si tienes intención de venir a vernos en breve, que no dudes en traerlos a ella y a su hijo contigo.
—¿En serio?
—No te lo estarás siquiera planteando, ¿verdad?
—No… O sea…
—¿Vas a venir pronto?
—Bueno… No sé… No me lo había siquiera planteado hasta que no lo has mencionado, pero…
—¿Pero en serio los traerías?
—¿Crees que sería un poco pronto?
—¡¿Un poco solo?!
Resoplo mientras me froto la nuca. A pesar de que el tiempo es muy agradable, un escalofrío me recorre de pies a cabeza.
—Es que… A mí me parece que… —titubeo antes de confesar mi opinión—. Creo que sí los traería.
Se forma un silencio entre ambos. Conociendo los antecedentes antisociales de mi padre, me preocupa que no le haya dado un síncope.
—¿Estás bien…? —me atrevo a preguntar.
—Qué valiente eres, cabronazo —dice al final, pasados unos segundos que se me antojan horas—. Estoy muy orgulloso de ti.
—¿En serio?
—¡Pues claro que sí! Yo soy un cagado marginal que está necesitando varios años de terapia impartida por tu madre para, por ejemplo, no bostezar mientras tu tío nos pega la charla durante la cena de Acción de Gracias, o saber encajar un abrazo sin que los latidos de mi corazón martilleen mis tímpanos hasta casi hacerlos explotar.
—¡Papá…! —le reprocho, sin poder evitar reír.
—Tú me conociste mucho más amaestrado —me corta—. Hablo en serio, Sy. Eres muy valiente, el más valiente de todos tus hermanos. Por no tener miedo de tus sentimientos ni de demostrarlos en público. Bien por ti, Simon. Bien por ti.
—Gracias, papá.
—Ahora, no la cagues. No seas yo.
—Lo intentaré —contesto—. Y en cuanto a lo de no ser tú… Tus datos curiosos, no funcionan con ella.
—Lo dudo. Funcionan con todas. Te lo demuestro cuando la traigas, pero luego no te quejes cuando se enamore de mí…
—Te lo advierto: aléjate de ella.
—Dios me libre… Bastante tengo con tu madre.
—Te quiero, papá.
—Y yo. Escucha, hablando de tu madre, te la paso.
—De acuerdo.
Escucho la risa de mamá, seguro que provocada por algún comentario picante de mi padre, o puede que por un pellizco en el trasero, o vete a saber…
—Hola, cielo —me saluda, justo antes de volver a dirigirse a mi padre—. Vete. Déjame. No seas pesado.
—Hola, mamá.
—No, no, no. No me toques…
—Mamá.
—Lucas, por favor… —ríe, pasando totalmente de mí.
—Mamá.
—Luego… Déjame hablar con Sy un minuto…
—Mamá, te cuelgo.
—¡No, no, no! ¡Sy! ¡Ya estoy! ¡Vete! ¡Tú no, Sy! ¡Vete, Lucas! —Espero unos segundos más, hasta que, al fin, mi madre parece estar por la labor de hacerme caso—. ¿Cómo estás, cielo?
—Muy bien.
—Eso he escuchado… Oye, ¿qué le gusta a Chloe? Para comprarle un regalo, digo…
—Eh… No sé…
—¿Cómo que no lo sabes?
—Es que me pillas en frío, mamá… ¿Por qué le vas a comprar algo?
—Para darle un detalle cuando vengáis.
—Pero es que no sé cuándo vamos a ir y, de hecho, no sé si llegado el caso, vendría conmigo…
—¿Por qué no? ¡No comemos a nadie!
—Te has convertido en la abuela. Lo sabes, ¿verdad?
—No me cambies de tema. ¿Qué le gusta?
—Eh… —Lo pienso durante un rato, hasta que se me dibuja una sonrisa y sé qué responder exactamente—. Los paseos por el parque a primera hora de la mañana, los atardeceres sentada en la bahía de Brooklyn, el olor del café por la mañana, leer sentada en su butaca mientras se tapa con su raída manta marrón, la sonrisa de su hijo, los besos en el cuello, practicar yoga al aire libre, el chocolate negro, los programas de crímenes imperfectos que dan en la tele… ¡Ah! Y yo. O al menos, eso parece. ¿He contestado a tu pregunta?
—Perfectamente, cariño —me responde varios segundos después, cuando recupera el aliento. Entonces, dándose por satisfecha, se despide—: Adiós, mi vida. Te quiero.
—Y yo, mamá.
Cuando cuelgo, sigo con la misma sonrisa que cuando les dejé en la puerta de su edificio. Parece ser que el mero hecho de hablar de ellos, me provoca este estado de felicidad. Y eso, me encanta.