CAPÍTULO 4
Tú te lo has perdido
—¡Vamos, Mike! ¡Puedes hacerlo mejor!
Con un movimiento rápido, aprovechándome de su despiste, le propino una patada a la altura de la rodilla que consigue desestabilizarle fácilmente. Se queda tirado en el suelo boca arriba, respirando de forma agitada, con los ojos clavados en el techo.
—¡Te estoy machacando, colega! —le reto sin bajar la guardia en ningún momento, con los puños en alto y las piernas ligeramente separadas, sin dejar de moverme para esquivar una posible réplica.
Al rato, al ver que no se mueve, me quedo quieto, le miro durante unos segundos, y finalmente, me agacho a su lado.
—¿Qué pasa?
Mike esconde los labios, valorando qué decir. Sé que algo le sucede desde que ha entrado por la puerta del gimnasio, cuando ni siquiera giró la vista para mirar a Mel, como hace siempre que viene. Luego, ya entrenando, ha estado taciturno, apático y, sobre todo, muy despistado.
Al no contestarme, me desato el cinturón y me estiro a su lado, también boca arriba. La parte de arriba del kimono se me abre, dejando al descubierto parte de mi torso, incluyendo mi tatuaje. Mike lo mira fijamente, entornando los ojos.
—Escucha… Sé que nos conocemos desde hace bien poco, y que sería lógico que no aceptaras mis consejos, pero… Mike, sea lo que sea que te preocupe, cuéntaselo a alguien. Tu madre te quiere con locura y lo ha pasado muy mal cuando veía que le ocultabas tus problemas…
—No se lo puedo contar a ella —me corta con un hilo de voz.
—Joder, Mike… No me asustes.
—Quiero… conocerle.
—¿Conocerle…?
—Sí… Ya sabes… A mi padre.
Me quedo helado, sin respiración, mirándole fijamente con los ojos muy abiertos. Él sigue estancado en la frase de mi tatuaje, puede que porque esa frase haya calado hondo en él, quizá por vergüenza a mirarme a la cara.
—¿Por qué no se lo puedes decir a tu madre? Ella lo entendería…
—No quiero hacerle más daño, no después de todo por lo que la he hecho pasar. No quiero que piense que quiero conocerle porque sigo… idolatrándole de algún modo. No es por eso… Quiero ver con mis propios ojos cómo es, si me sigo pareciendo a él… Necesito verle para quitarme esa imagen de él que me creé en la cabeza. Para mí, mi… ese tío era un superhéroe, y quiero que mi cerebro elimine esa imagen de él y guarde la nueva…
—¿Y cómo… lo vas a hacer?
—Mamá me contó varias cosas de él: que se llama Joseph Adams, que fue su jefe y que mantuvieron una relación durante un tiempo, hasta que ella se quedó embarazada de mí. Entonces, como él estaba casado y tenía dos hijas, se cagó de miedo y la dejó. Le dio dinero para que abortara, pero mamá no lo hizo… —Aprieto los labios mientras asiento—. Pero tú eso ya lo sabías…
—Algo me contó, sí…
—Fui un idiota…
—Yo lo soy constantemente, no te preocupes. Lo bueno es saber darse cuenta y remediarlo. Entonces, ¿estás decidido a buscarle?
—Ya lo he hecho…
—¿En serio? —le pregunto con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas, mientras él asiente, sacando un papel del bolsillo trasero de su pantalón y me lo tiende—. ¡Vaya!
—Vive en el Upper East Side…
—De acuerdo, entonces. Adelante.
—¿Lo hago?
—¿Has venido hasta aquí para preguntarme qué hacer?
—Bueno… Supongo que necesito una segunda opinión… La primera es la de mi cabeza, que me dice que rompa este papel en pedazos y me olvide del tema.
—Mira… Si me preguntas mi opinión, te diré que me parece que, al menos en este caso, tienes que hacer lo que te dicte tu corazón. Yo no soy un tipo brillante, nunca se me dio bien pensar demasiado. Soy más bien de acción y de actuar según lo que me dicten mis impulsos. ¿Y sabes qué? Me he equivocado muchas veces, pero también me han pasado cosas maravillosas que, de haberlas pensado algo más, quizá no me habría atrevido a hacer.
Mike respira profundamente durante un buen rato. Luego empieza a asentir con la cabeza, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo.
—¿Vendrías conmigo?
≈≈≈
Cuando me preguntó si le acompañaría, me dejó sin palabras. No esperaba que confiara en mí a ese nivel, y me sentí tan halagado que no pude negarme. Luego, pasado el “subidón” del momento, me empezó a entrar el miedo. Miedo de que se produzca el encuentro… Miedo de que no se produzca… Miedo de no saber cómo van a reaccionar Mike al verle… Miedo de no saber cómo reaccionará ese tío… Miedo de que el tipo no quiera saber nada de él… Pero, sobre todo, miedo de que sí quiera mantener relación con él y perder esta especie de complicidad que empezamos a tener, bastante parecida a la que deberían tener un padre y un hijo. Y ahora que lo pienso, también me da miedo admitir que siento celos de ese tipo…
Han pasado algunos días desde que me lo propuso, y vamos en el metro, dispuestos a plantarnos frente al domicilio de ese tipo, en el Upper East Side. Hemos aprovechado que Chloe tiene que impartir clases durante toda la mañana, así que hemos podido quedar sin tener que andar a escondidas, aunque ambos sabemos que estamos haciendo mal al esconderle nuestras intenciones.
—¿Viste anoche el partido de los Yankees? —le pregunto para intentar calmar los nervios, pero niega con la cabeza al instante—. Yo sí… Parece que esta temporada van mejor las cosas…
Lo intento, pero él no parece estar por la labor de hablar de la jornada deportiva de anoche… De hecho, parece no estar por la labor de hablar de nada. Dudo incluso que piense en otra cosa que no sea en lo que puede suceder en un rato.
—¿Estás nervioso? —Se encoge de hombros a modo de respuesta, apoyado contra la pared del vagón, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón—. Yo también.
Levanta la cabeza y me mira extrañado, frunciendo el ceño.
—¿Tú? ¿Por qué?
—Porque no quiero que te hagan daño, Mike, y puede que lo que pase en un rato, te haga sufrir. ¿Eres consciente de que puede que su reacción no te guste, ¿verdad?
—No busco su aprobación, Sy.
—Aun así, lo más probable es que no te guste lo que veas.
—Soy consciente.
—Bien…
—Tenemos que bajarnos aquí… —me dice muy serio, cuando el convoy ya está aminorando la marcha.
Camina con paso ligero y decidido. Parece haberse aprendido el camino de memoria, y solo duda cuando llegamos a la calle y busca el edificio en cuestión. Yo le sigo de cerca, aunque dejando una distancia prudencial. Quiero que se sienta acompañado, y que mi inseguridad y mis miedos no le influyan para nada.
—Es aquí… —susurra de repente, deteniéndose al pie de unas escaleras que llevan a una enorme puerta de hierro.
Me paro a poca distancia, y ambos levantamos la vista a la vez para admirar el edificio señorial que se alza frente a nosotros. Es uno de esos edificios con toldo sobre la puerta principal y portero disponible las veinticuatro horas del día. Ya sospeché que el tipo debía de tener mucho dinero para poder permitirse vivir aquí, y el edificio no ha hecho más que confirmármelo. Como si me leyera el pensamiento, Mike agacha la cabeza y mira sus vaqueros gastados y su sudadera negra, una indumentaria que seguro que dista mucho de la de los habitantes de estos apartamentos.
Aun así, Mike sube poco a poco los cinco peldaños. Al llegar arriba, veo cómo aprieta los puños y mueve la boca, seguramente para infundirse del valor necesario para seguir caminando. Me acerco unos pasos, hasta llegar al pie de la escalera.
—¿Le puedo ayudar en algo? —le pregunta entonces el portero, que ha salido a su encuentro antes de que él pudiera agarrar el pomo de la puerta.
—Eh… Sí… Esto… Venía a ver a Joseph Adams…
—¿Le está esperando? —Le mira de arriba abajo, disimulando a duras penas una mueca de asco—. ¿Había quedado con él?
—Eh… No…
—Entonces me temo que no puedo permitirle entrar…
—No sabía que tenía que pedir cita como en el médico.
—Son las normas. Si alguno de los inquilinos va a recibir visita, me lo comunica para que yo esté al corriente y les deje entrar.
Mike duda durante unos segundos, hasta que se da la vuelta y empieza a descender hasta mí, cabizbajo. Veo cómo el portero se aleja hacia dentro del edificio, echando algún rápido vistazo hacia nosotros.
—¿Qué hacemos? —le pregunto.
—Irnos —contesta, encogiéndose de hombros.
—¿Te vas a rendir tan pronto?
—¿Y qué quieres que haga?
—Que tú no puedas entrar no quiere decir que él no pueda salir… Sabes poco de él, pero hay pocas posibilidades de que sea una especie de ermitaño viviendo en semejante choza…
—¿Esperamos a que salga…?
—Sabes que no tiene más de cincuenta años y que te pareces a él, así que, aunque nos pese, tiene que ser bastante guapo… Eso reduce mucho los candidatos a capullo del año que salgan por esa puerta.
Consigo sacarle una tímida sonrisa, así que me doy por satisfecho.
≈≈≈
—¿Será ese? —pregunta al aire, más para sí mismo que para mí, poniéndose en pie de un salto y sentándose segundos después—. No… Es asiático.
Para no levantar las sospechas del portero, estamos sentados en la acera, unos metros más abajo, donde no puede vernos desde el interior del edificio.
—A ver que te mire… —le pido—. No, no tienes los ojos rasgados.
Disimulamos, intentando aguantar la risa cuando el tipo pasa por nuestro lado. Pero entonces, la puerta del edificio se vuelve a abrir y sale un tipo con paso decidido. Es alto, de pelo castaño y debe de rondar los cincuenta años. Tiene que ser él, porque puedo ver el parecido con Mike. Este se pone en pie y da un par de pasos hacia delante, pero conforme el tipo se va acercando a nuestra posición, se detiene en seco. Creo que incluso aguanta la respiración cuando se cruza con nosotros.
—Vamos… —le animo susurrándole cuando me mira de reojo.
Se humedece los labios varias veces, hasta que, llevado por un impulso, dice:
—¿Señor Adams? ¿Joseph Adams?
El tipo se da la vuelta a cámara lenta. No sucede así en realidad, sino que es como lo dibuja mi cabeza.
—¿Te…? ¿Te conozco…? —pregunta el tipo, mirando a Mike de arriba abajo.
—Sí… Bueno, no…
Mike tiene la frente poblada de gotas de sudor, y la inseguridad reflejada en la cara. El tipo no tarda en empezar a ponerse nervioso, echándome rápidos vistazos a mí también, aunque me mantengo en un segundo plano. Se lleva una mano al bolsillo, lentamente, y saca su teléfono móvil.
—Soy Mike —suelta sin pensar.
—¿Mike? ¿Mike, qué?
—Mike Richards. —Hace una pausa antes de añadir—: A lo mejor le sirve de ayuda que le diga que soy el hijo de Chloe Richards.
—¿Chloe…?
—¿Tampoco se acuerda de ella? Le refrescaré la memoria algo más… Trabajó para usted durante un tiempo y mantuvo una relación con ella, hasta que la dejó embarazada y se desentendió del todo.
—Yo… Yo no… —balbucea mirando alrededor, preocupado porque le pueda ver algún conocido—. Le di dinero para…
—Callarle la boca, lo sé.
—¡No! Le di dinero para que… Escucha, yo quería a tu madre… —dice bajando el tono de voz, sin dejar de mirar a un lado y a otro—. Pero… Ya estaba bien como estábamos… No necesitaba nada más…
Miro a Mike, el cual aprieta los puños con fuerza, tiñendo sus nudillos de blanco.
—No me necesitaba a mí… —susurra.
—Nos lo pasábamos bien. Los dos. Tu madre también. Sin obligaciones. Sin cargas. Sin quebraderos de cabeza.
—¡Pero la engañó!
—Yo no la obligué a acostarse conmigo.
—¡Porque creyó sus mentiras! ¡Le hizo falsas promesas que nunca pensó cumplir!
—Ella también estaba de acuerdo con lo que teníamos… Nunca hablamos de un embarazo… De hecho, con el tiempo he llegado a pensar que ella lo planeó todo… Que se quedó embarazada a propósito para obligarme a dejar a mi mujer…
—¡Hijo de puta…! —grita Mike, abalanzándose sobre él.
Por suerte, estoy atento a todo lo que sucede y consigo pararle a tiempo. Adams me mira con una mezcla de miedo y gratitud. Mike clava sus dedos en mi antebrazo, con el pecho subiendo y bajando a un ritmo desenfrenado.
—Tranquilo… —le pido, agarrándole del pecho mientras acerco mi cara a la suya—. Shhhh… Tranquilo…
—¿Qué quieres? —interviene de nuevo Joseph—. ¿Dinero? ¿Es eso? Tengo mucho dinero. ¿Cuánto quieres?
Mike le mira con cara de asco y con las lágrimas resbalando ya por sus mejillas.
—¿Dinero? —pregunta.
—No puedo permitirme que esto salga a la luz. Mi mujer… Dime cuánto quieres.
—¿Pagarme? ¿Por mantenerme callado? ¿Quiere pagarme para que no diga que es mi padre? ¡Estaría loco si quisiera alardear de ello! ¡Usted no eres mi padre! ¡Es el hijo de puta que se aprovechó de mi madre!
El tipo intenta dar un par de pasos para alejarse calle abajo, pero Mike consigue zafarse de mi agarre y se interpone en su camino para bloquearle la escapatoria.
—¡¿A dónde te piensas que vas?! ¡Aún no he acabado!
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡No te entiendo!
—Mike, escúchame —le pido, palmeándole el pecho—. Relájate… Habla tranquilo y suelta todo lo que tengas aquí dentro.
Mike me mira fijamente, asintiendo con la cabeza y resoplando con fuerza por la boca. Segundos después, parece preparado para continuar.
—Yo… Venía para borrar la idea que mi cabeza había creado de ti… Y… en el fondo tenía un poco de miedo de no conseguirlo. Tenía miedo de que fueras un tipo genial y… te cargaras de un plumazo mi intención de odiarte durante el resto de mi vida… Pero, ya ves. Me lo has puesto muy fácil. Así que, gracias. Gracias por ser un grandísimo capullo.
Dichas estas últimas palabras, se da la vuelta y, con una sonrisa satisfecha, empieza a caminar en dirección contraria. Entonces, se detiene y se da la vuelta para, sin moverse del sitio, añadir:
—¿Sabes una cosa? No te la mereces. Mi madre es una mujer increíble y se merece estar con alguien que la quiera por encima de todo.
Entonces me mira y sonríe sin despegar los labios, y quiero entender que esas palabras van dirigidas también a mí. Quiero creer que, con esa sonrisa, me dice que yo soy esa persona con la que su madre merece estar.
Adams se queda petrificado en el sitio mientras Mike se aleja. Parece respirar aliviado, y empieza a formarse en su cara esa expresión de soberbia odiosa. Entonces me doy la vuelta para encararle. Me acerco con paso lento pero firme, hasta que mi cara casi roza la suya.
—Déjame añadir algo… —digo en un tono de voz amenazante y tuteándole, porque no quiero demostrarle ningún tipo de respeto—. No te mereces a Chloe, pero tampoco te lo mereces a él. Y tiene razón en algo, no eres su padre, para nada… Él es mil veces mejor que tú.
—¿Y tú quién eres? ¿El que se la folla ahora?
Sin contestar, armo el puño con rapidez y lo estampo en su mandíbula. Cae al suelo, a plomo, llevándose las manos a la cara mientras grita y llora.
—Pero, ¡¿qué haces?!
—Yo soy el que se la merece. Y tú… Tú te lo has perdido.
—¡Te voy a denunciar a la policía por agresión! —me grita aún desde el suelo, tocándose la cara.
—Hazlo. No me importa. Aun así, yo sigo ganando.
≈≈≈
Llevamos un rato en el metro, de vuelta a casa. Ambos estamos muy callados, y con la vista fija en el suelo del vagón. El convoy llega a una de las estaciones y se detiene. En ese momento, levanto la mano con la que le he asestado el puñetazo a Adams y veo que se está hinchando. La muevo, abriendo y cerrando el puño, y estirando los dedos, hasta que me doy cuenta de que Mike me mira. Cuando nuestros ojos se encuentran, levanto la mano y me encojo de hombros.
—Le diste bien —dice sonriendo—. ¿Y tú eras el que intentaba evitar que me dejara llevar por mis impulsos?
—Y conseguí que no lo hicieras, pero yo soy algo más… complicado de aplacar —contesto guiñándole un ojo.
—Gracias.
—No tienes por qué darlas.
—No solo por pegarle… También por acompañarme, y por enseñarme todos esos golpes, y por defenderme, y por… no rendirte con mi madre a pesar de… mí.
—Gracias a ti por… creer que sí os merezco.
—No olvides todo eso que he dicho cuando mi madre nos pegué la bronca más tarde. Porque se lo tenemos que decir, ¿verdad?
—Sí, se lo tienes que decir.
—¡Eh! ¿Por qué hablas en singular? Estamos los dos metidos en esto.
Me señala con un dedo mientras me lo dice, justo antes de que el convoy se detenga en nuestra estación. Cuando nos bajamos y salimos a la calle, caminamos uno al lado del otro, en silencio.
—Estoy nervioso… Mamá se va a enfadar… —me confiesa al rato—. Sé que me dirá que no debería haber ido a verle… Y sé que tiene razón, pero es algo que necesitaba hacer.
—Pues explícaselo así mismo, como me lo has dicho a mí ahora.
—No quiero hacerla enfadar. No después de todo lo mal que se lo he hecho pasar ya… No quiero que se enfade conmigo y… no sé… me odie… No quiero que se piense que soy un desagradecido, porque sí valoro lo que ha hecho por mí todos estos años…
Su tono de voz ha ido menguando hasta convertirse casi en un susurro.
—Es tu madre. Por mucho que se enfade contigo, nada de lo que hagas conseguirá que te odie… ¿Te acuerdas cuando te expliqué que después de lesionarme de gravedad, cometí muchos errores? —Mike asiente sin decir una palabra—. Pues, verás… me he pasado la vida cometiendo errores y tomando malas decisiones, a diferente escala, claro, y, a pesar de todo eso, mis padres siempre me los han perdonado todos. Y eso tiene mucho mérito, porque se podían haber cansado de mí. Verás… el resto de mis hermanos son bastante… perfectos, unos más que otros, pero todos más que yo. Siempre la he estado liando… Como cuando el director del instituto les llamaba porque había robado y distribuido el examen de final de curso de cálculo… O cuando bloqueé los aspersores del riego de los jardines de los vecinos e inundé toda la calle… O cuando empecé a drogarme para evadirme de la realidad… Todas esas tonterías tuvieron algo en común: que mis padres estaban allí para darme una colleja que me abriera los ojos en primer lugar, y después para ayudarme a salir de ello. Siempre me tendieron la mano.
Giro la cabeza para descubrirle totalmente absorto en mi explicación. Sonrío algo incómodo, porque nunca he sido un tío digno de dar sermones, hasta que cuando levanto la vista, diviso ya el edificio donde vive con su madre. Ese donde me trasladaré con Bond, a su debido tiempo, etapa a etapa. Ahora lo entiendo y no tengo tanta prisa. No quiero precipitar las cosas. Quiero que ambos estén seguros de ello antes de hacerlo. No quiero ser un motivo de conflicto en su vida familiar.
—¿Sabes qué? Creo que os voy a dejar solos… Necesitáis hablarlo, y es algo demasiado íntimo y familiar como para que yo esté ahí en medio.
—Pero…
—No me estoy escaqueando, Mike, solo os doy algo de espacio.
—¿Estás seguro…?
—Llámame si necesitas ayuda y vendré en tu auxilio. Puedes decirle a tu madre que yo te acompañé y te apoyé a hacerlo, y asumiré las consecuencias.
Mike resopla al tiempo que deja caer los brazos a ambos lados del cuerpo.
—Está bien… Deséame suerte, entonces…
—¡Vamos! ¡Valor! —le digo, agarrándole y zarandeándole de los hombros.
Le observo mientras se aleja y se acerca al portal del edificio. Luego me doy la vuelta para dirigirme a casa.
—¡Espero que, si alguna vez te llaman para comentarte que, por ejemplo, me las he ingeniado para hacerme con una copia de la llave del vestuario femenino, me apoyes como tus padres hicieron contigo…! —grita para llamar mi atención, la cual consigue de inmediato.
—Que yo sepa, el teléfono de contacto que tienen en tu instituto para casos de emergencia como ese, es el de tu madre…
—Ya, pero soportarme es el precio que vas a tener que pagar por estar con ella, así que…
—Tomo nota… Gracias por la advertencia, de todos modos.
—De nada.
—¿Tienes algún golpe más escondido que deba saber…?
—Alguno —contesta guiñándome un ojo—. Aunque, por lo que veo, tú podrías darme algún consejo también…
—Alguno —le doy la réplica, incluso imitando su gesto, justo antes de alejarme calle abajo.
≈≈≈
“Mike me lo ha contado…”
Ese es el mensaje que acabo de recibir de Chloe. Han pasado varias horas desde que me despedí de él, y durante este tiempo, me he estado imaginando decenas de escenarios posibles. Desde los que acaban con final feliz, pasando por los que acaban en masacre, e incluso los que acaban con ella llamando a mi timbre para cruzarme la cara de un tortazo.
Cansado de esperar noticias, me lancé a la calle y vagué sin descanso, acercándome unos metros a su barrio, y luego arrepintiéndome y volviendo sobre mis pasos. Este mensaje, un tanto ambiguo, no me da ninguna pista acerca de cuál ha sido su reacción al saberlo. La postura cobarde sería contestarle a ese mensaje con otro, pero eso a la larga me traería problemas. Así que, sin pensármelo demasiado para no arrepentirme antes, me llevo el teléfono a la oreja y resoplo con fuerza mientras escucho los tonos de llamada.
—Hola —me saluda al descolgar, en un tono neutro que solo consigue ponerme algo más nervioso.
—Hola… —contesto con miedo—. ¿Cómo estás…?
—No lo sé…
—¿Y eso es… bueno o…?
—No lo sé… —contesta, pero esta vez soltando un largo suspiro—. Estoy… asombrada, aliviada, enfadada, feliz… Siento muchas cosas.
—Vaya… Algunas algo contradictorias…
—Lo sé.
—Él… Necesitaba hacerlo, Chloe.
—No estoy enfadada con él. Estoy furiosa por haber creado para Mike una imagen idílica de su padre, porque ese cretino no se lo merecía. Asombrada porque haya sido capaz de hacerle frente con tanta valentía y hablarle como me ha dicho que le habló. Aliviada porque, en el fondo, tenía miedo de que hubiera cambiado de opinión acerca de Mike y quisiera mantener la relación y, en cierto modo, le alejara de mí. Feliz porque decidiera pedirte ayuda, porque creo que yo no habría podido acompañarle y verle de nuevo.
—Me alegro. Tenía mucho miedo de que le odiaras, aunque ya le dije que sería imposible que lo hicieras.
—Espera. No he acabado… Creo que siento algo más y necesito decírtelo. —Hace una pausa durante la cual aguanto la respiración. Al otro lado de la línea, escucho una puerta cerrarse y luego nos sumimos en el más absoluto silencio.
—Estoy esperando… —susurro—. Pero ahora mismo tengo taquicardia y no sé si aguantaré mucho más. ¿Tienes a mano el teléfono de emergencias?
—Calla —me pide riendo, gesto que logra calmarme un poco.
—De acuerdo.
—Estoy enamorada, Simon. —Los latidos de mi corazón martillean mis tímpanos, se me seca la boca y mis piernas flaquean hasta el punto de obligarme a apoyarme en la fachada de uno de los edificios que me rodean—. Y espero que no haga falta que te aclare que es de ti.
—No… —río frotándome la nuca.
—Lo que has hecho hoy, lo que llevas haciendo por Mike desde que nos conocemos… Nos haces feliz, Sy. Y eso es todo lo que necesito. No quiero cargarte con la responsabilidad de sentirte padre de Mike, eso nunca lo haría, pero quiero que sepas que, para él, te has convertido en un referente a seguir… Y no se me ocurre nadie mejor…
Y entonces mis pies, sin haber recibido ninguna orden por parte de mi cerebro, el cual está demasiado abrumado procesando su confesión, empiezan a acortar la distancia entre nosotros. Primero caminando, luego a paso ligero, para finalmente acabar corriendo como un desesperado.
—A pesar de tu creencia de que nunca has sido un ejemplo a seguir para nadie —sigue hablando Chloe—. A pesar de todas las tonterías que has cometido a lo largo de tu vida…
—¿Te las ha contado? —le pregunto jadeando, sin dejar de correr. Me quedan menos de diez calles para llegar a ella, y no pienso detenerme siquiera para recuperar el aliento.
—Ajá —contesta ella, risueña.
—Ahora ya no… O sea…
—Shhhh… Seguro que hiciste muchas más… Y me encantaría que me las contaras algún día.
—¡Claro!
—A lo que iba… Te decía que, a pesar de todas esas tonterías, a pesar de que te creas tan… imperfecto, para mí, eres perfecto. A tu lado me siento protegida. Eso era lo que buscaba cuando entré aquella tarde en el gimnasio. Lo que no me imaginaba es que encontraría esa seguridad tan rápido…
—¿Quiere decir eso que vas a dejar de venir a clase?
—Es que me han dicho que has aceptado a algún alumno más y tienes la agenda bastante llena…
—Bueno, siempre podría hacerte un hueco y podríamos practicar fuera del gimnasio…
Chloe ríe con ganas y es el sonido más bonito que mis oídos jamás han escuchado. Sé que no me cansaré nunca de hacerlo, por eso estoy más seguro que nunca de mi decisión. Enfilo su calle, a pocos metros de llegar a su edificio, cuando vuelve a hablar.
—Oye, guapito… No te creas que he pasado por alto que yo te he abierto mi corazón de par en par y tú pareces estar escaqueándote…
A lo lejos veo a una señora metiendo una llave en la cerradura del portal, así que, a riesgo de escupir el corazón por la boca, aumento el ritmo de mi zancada. La señora me mira de arriba abajo, con cara de espanto, cuando ve que me coloco a su lado. Para no levantar las sospechas de Chloe, me limito a levantar la mano para saludarla. Aprovechando su estupor, la adelanto y empiezo a subir las escaleras de dos en dos.
—¿Hola? —insiste Chloe al otro lado de la línea, mientras llamo al timbre de su puerta—. Espera un momento.
Escucho los pasos acercándose y entonces la puerta se abre. Tarda un rato en reaccionar, aun con el teléfono pegado en la oreja. Se lo separa, mira la pantalla, y luego vuelve a clavar los ojos en mí.
—¿Qué…? —empieza a decir, pero levanto un dedo y lo poso suavemente en sus labios.
—Estoy completamente enamorado de ti. Irremediablemente. Desde que te vi. Desde el mismo instante en el que nuestros ojos se encontraron. Y en cuanto mis manos te tocaron… ¿Te acuerdas cuando te apresé contra la pared…? Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no besarte en ese mismo instante. —Chloe abre la boca para intentar hablar de nuevo, pero esta vez, apoyo la mano en su boca—. Y yo también soy consciente de que dijimos que nos tomaríamos las cosas con calma por Mike, pero él… Le caigo bien, Chloe y… Creo que podemos llevarnos bien y… No quiero… No puedo despedirme de ti cada noche.
En ese momento, ella agarra mi mano y la aparta de su boca. Con su mano libre, me agarra de la camiseta y tira de mí hasta hacerme entrar en su casa. Entonces se abraza a mí con fuerza. Me lleva un rato desenterrar su cara de mi pecho, y cuando lo hago, descubro que está llorando y sonriendo a la vez.
—Te amo, Chloe Richards. Para siempre. ¿Te parece que quiera escaquearme?
Nos besamos lentamente, sin prisa, porque esta vez no me pienso despedir de ella. En ese momento, Mike aparece por el pasillo y se queda quieto al vernos. Ambos le miramos de reojo y vemos cómo las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba. Me guiña un ojo de forma cómplice, justo antes de dirigirse a la cocina.
—Tengo hambre. ¿Qué hay de cena?