Capítulo 9
AFLOJÓ el acelerador. El ruido del motor de la CMB 11 disminuyó, de un estruendo parecido al de un aeroplano pasó a un retumbo más suave pero gutural; la proa descendió bruscamente mientras la embarcación aminoraba y se nivelaba. Su estela avanzó desde popa formando una serie de jorobas que la alzaron y mecieron. Luego todo eso terminó y la embarcación avanzó de forma tranquila aunque potente por el oleaje.
Lejos, a estribor, hacia la costa, Nick vio que la embarcación de Harry Underhill describía una curva cerrada a babor, para reunirse con él. Le informó a Selby:
—Vamos a entrar.
—¡De acuerdo!
Selby se rió. Se reía por nada o, más bien, por todo. A Nick le resultaba irritante y se preguntaba cómo podía Weatherhead soportar tenerlo por allí permanentemente y tan cerca. En un puente de mando de tres metros por uno ochenta no podías alejarte de tus compañeros. El guardiamarina Selby tenía el cabello muy rubio y un rostro colorado marcado por el acné, tendría unos diecinueve años. Nick se había dado cuenta de que el rostro del maquinista Ross, el mecánico de la embarcación y el tercer y último miembro de la tripulación, perdía toda expresión al oír la risa de Selby, como si le hubiera gustado coger una llave inglesa y golpearlo con ella, y temiera que algún día pudiera hacerlo.
—Envíele: Vamos a casa —indicó Nick.
—¿Qué? —Selby soltó una risa estridente—. ¿Qué...?
—Oh, por Dios... —Nick señaló—. Deme esa lámpara.
Selby logró escuchar eso; la cogió rápidamente y se la pasó. Nick le ordenó gritándole al oído:
—¡Ahora quédese quieto!
Mantuvo la mano izquierda en el timón y usó la otra, manteniendo la lámpara en equilibrio sobre el hombro de Selby, para llamar a la CMB 14, a Underhill, y decirle que era hora de dejarlo. Harry respondió. Nick le entregó la lámpara a Selby, se agachó y estudió a Ross a través de la pequeña escotilla que había en el centro del mamparo de proa del puente de mando.
—¿Todo bien?
Ross, que estaba en cuclillas en su asiento de madera, en el lado de estribor del motor, le sonrió y levantó un pulgar. Se trataba de un hombre de huesos largos; el asiento estaba construido siguiendo la curva interior del casco de la embarcación. Cuando uno estaba agachado allí las rodillas sobresalían.
—¡Vamos a entrar! —le gritó Nick.
A continuación, se puso derecho, aceleró a cerca de un tercio y apuntó la larga y afilada proa de la embarcación hacia la entrada este.
Esta tarde no habían superado los tres cuartos de velocidad debido a este oleaje que aún seguía presente. Las CMB eran embarcaciones para el buen tiempo; en cualquier tipo de mar, a buena velocidad, tendían a hundirse en las olas que se aproximaban en lugar de pasar sobre ellas. Las naves más grandes —las de catorce metros— se las arreglaban un poco mejor, pero incluso éstas eran de construcción demasiado ligera para hacerle frente al mar cuando iban muy rápido.
Underhill había girado su embarcación hasta situarla a popa de la de Nick y lo seguía hacia el puerto. Estaba oscureciendo y sólo había sido una salida corta, pero Nick sentía que había merecido la pena. Estaba contento con la embarcación; podía hacer con ella lo mismo que cualquier otro oficial, pensó. Había estado un poco torpe al salir del embarcadero: había olvidado que la popa de un guardacostas se desviaba a estribor cuando se ponía avante —tenía una sola hélice grande— y que la pala o palas más profundas tenían más efecto que las superiores. Pero ahora lo tenía todo bajo control, entendía la embarcación y sabía, dentro de unos límites razonables, qué se podía hacer y qué no. A alta velocidad, por ejemplo, no podías tirar demasiado del timón, a menos que quisieras volcar. Y no tenía marcha atrás: no podía ciar, así que para venir al costado tenías que parar a tiempo para eliminar la inercia antes de que la nave chocara.
El hueco en el rompeolas oriental no se encontraba lejos, así que redujo la velocidad. Se mantuvo bien a estribor y procuró no entrar rápido, lo que provocaría una estela que haría que las embarcaciones situadas junto a los embarcaderos se mecieran y golpearan unas contra otras... Dentro, la hizo girar a estribor, virando justo antes de tres achaparrados monitores. Una gabarra de la Tender House estaba anclada por delante; Nick giró su barco cerca, bajo su popa, y luego viró en la otra dirección para salvar una draga fondeada. Ahora seguiría un rumbo recto y de unos quinientos metros hasta el peralte, la dársena interna. A estribor, el mar se agitaba y bramaba, saltando contra el muro del puerto; a babor, las líneas de destructores estaban casi vacías. El Zubian seguía allí, al otro lado de él se encontraba un «Tribal» y cerca del centro del puerto había dos «latas de gasoil» y uno de los líderes de la flotilla; pero todos los demás estaban en el mar, protegiendo las embarcaciones pesqueras en la barrera de minas, custodiando Folkestone y los buques en los Downs, vigilando los accesos a Dunkerque y Boulogne o patrullando en otras áreas. Las funciones diurnas de los destructores eran más variadas: escoltar buques de transporte y de permiso entre Folkestone y Boulogne, y barcos hospital y almacén entre Dunkerque, Calais y Dover; conducir embarcaciones aliadas y neutrales a través del canal abierto que avanzaba pegado a la costa desde Dungeness a North Foreland y proteger a los dragaminas que todos los días sin excepción limpiaban todas esas rutas. No cabía duda de que, a las órdenes de Bacon, la patrulla se había ganado el sueldo.
Sin embargo, radio macuto había aventurado que un cambio de almirante traería una política más agresiva, y los rumores habían relacionado a Keyes, que se iba a hacer cargo ahora, con ese rumoreado ataque u «operación especial».
¡Y el capitán de fragata Reaper formaba parte de la División de Planes, que Keyes había dirigido hasta ahora!
Nick pensó: «A ese paso, dos y dos son nueve...»
Con mucha suavidad, con el motor apenas mascullando atracó bajo la grúa de carga de torpedos, en la esquina noroeste de la dársena. Allí había tres embarcaderos pequeños y los espacios entre ellos formaban muelles que tenían la misma longitud aproximadamente que la CMB. El artillero con base en tierra y su destacamento de trabajo se encontraban allí, preparados.
—¿Teniente de navío Everard?
—Sí.
El artillero miró su reloj de bolsillo mientras Nick se reunía con él en el embarcadero. Era un hombre pequeño y de rostro ceniciento.
—Perdone si les he hecho esperar —se disculpó Nick.
Ya había un torpedo listo en su carrito; tenía la característica cabeza de color naranja, que significaba que era de prácticas, una «cabeza sopladora». Cuando llegaba al final de su trayecto, se liberaba aire comprimido y flotaba en vertical, cabeceando, y su morro anaranjado era fácil de divisar desde la nave de recuperación.
—¿Quiere que lo carguemos ahora? ¿No puede ser mañana? —le preguntó el artillero a Nick.
Nick supuso que tendría una esposa en tierra, una casa a la que ir. ¡Bueno, mala suerte!
—Ahora, por favor. Mañana saldremos temprano.
La CMB 11 no llevaba ningún torpedo a bordo en ese momento. El orificio en el que iría ése era un tubo que se extendía, descubierto, desde la parte posterior del puente de mando hasta la popa en forma de abanico de la embarcación. Bajarían el torpedo —un RGF (Royal Gun Factory, la fábrica de Woolwich) de dieciocho pulgadas y con soporte de conexión lateral— y lo deslizarían dentro, desde popa, bajo los arcos de acero que pasaban por encima del tubo. Lo meterían por la parte delantera, de modo que la cabeza quedara apuntando hacia el puente de mando. El disparo se efectuaba mediante un martillo hidráulico: el mango de éste llegaba al puente de mando y la cabeza del martillo, pintada de blanco y en forma de taza, encajaba sobre el morro curvo del proyectil. Así que se quedaría allí apuntando en la misma dirección que la nave y cuando se disparase el martillo lo lanzaría con la cola por delante, por la popa de la embarcación. La CM 15 iría entonces a unos cuantos nudos menos que la velocidad normal del torpedo; por lo que, mientras el motor del torpedo se activaba y las hélices lo impulsaban hacia delante en medio de la estela de la nave, el piloto giraría el timón y desviaría la nave, permitiendo que el misil siguiera desplazándose. Hasta el momento del disparo habría estado apuntando la embarcación.
Para cualquiera que estuviera acostumbrado a métodos más ortodoxos para disparar torpedos, parecía un procedimiento extraño. Nick pensaba que llegar a dominarlo podría llevar bastante tiempo. Le informó al artillero:
—Necesitaré que usted y su equipo estén preparados mañana. Supongo que estaremos practicando todo el día. ¿Puede reunir tres o cuatro proyectiles de prácticas para que no tengamos que esperar mucho entre prueba y prueba?
La lancha a motor que iba a acompañarlo en esa misteriosa expedición podría ayudar recuperando los torpedos y trayéndolos. Y Underhill en la CMB 14 podría hacer de embarcación objetivo.
Harry Underhill parecía un poco «reservado»... Era una persona muy directa y práctica, y no le gustaba la falta de información. Resultaba evidente que pensaba que Nick sabía más de lo que le decía, y en el fondo le molestaría, lógicamente, que un intruso se hiciera cargo; probablemente aún más porque era un amigo. No se mostraba antipático ni poco dispuesto a colaborar; sólo cauto, vigilante.
Aún era bastante temprano, pero ya estaba muy oscuro. Nick se alejó por la plancha flotante y subió por el portalón del Arrogant. Había visto cómo cargaban el torpedo y había hablado del procedimiento de disparo y el mecanismo del martillo con el artillero; luego, a la luz de una lámpara, había revisado el motor con Ross, el técnico, y el joven Selby. Era necesario conocer sus peculiaridades y flaquezas, qué podía fallar, etcétera, en caso de que el mecánico perdiera el conocimiento durante el combate y tuvieran que arreglárselas sin él. A Nick le sorprendió descubrir que el guardiamarina sabía casi tan poco como él; le parecía lógico que en una dotación de sólo tres hombres cada uno de ellos conociera perfectamente el trabajo de los demás. Le mencionó a Selby un latiguillo que se solía usar en los días de adiestramiento: «El conocimiento es la base de la iniciativa.» Selby simplemente soltó una risita, con si pensara que Nick tenía un poco de cómico.
Nick entró en la cámara de oficiales del Arrogant para tomar una copa antes de cambiarse.
—¿Tu guardiamarina sabe cómo funciona tu lancha? —le preguntó Underhill.
—Iría por la borda al momento si no lo supiera.
—El mío —el de Weatherhead— no distingue su culo de su codo.
Underhill hizo un gesto de asentimiento.
—Es el patito feo. Creo que Wethy ha estado intentando deshacerse de él.
—¿Hay alguien por quien podría cambiarlo temporalmente?
—Sí. En este momento un chico llamado Brown espera impaciente. Si tienes los medios para arreglarlo.
No había sonreído. A su lado, Tim Rogerson parecía igual de serio. Nick pensó: «No puede estar molesto conmigo, no le estoy robando su submarino...»
—¿Qué ocurre, Tim?
—Johnny Vereker ha muerto.
—Oh, no...
—Lo derribaron. Hubo testigos... El avión explotó al llegar al suelo. Otros dos pilotos lo vieron. He estado hablando con uno de ellos por teléfono... Iba de permiso.
Underhill suspiró mientras cogía dos vasos de la bandeja del despensero.
—¿Ginebra? —le ofreció a Nick.
—Gracias. Qué horror. Lo siento mucho, Tim.
Rogerson asintió. El y Vereker habían estado en el mismo curso en Dartmouth y habían sido muy amigos desde entonces. Nick se sentó. Tim Rogerson comentó mientras desplomaba su largo cuerpo en un sillón:
—Supongo que tendré que llevar su viejo coche a casa de su familia en Hampshire... Menuda noche para una fiesta, ¿eh?
—¿Vas a dar una fiesta?
—Oh, en realidad no. Invité a venir a Bruce Elkington, eso es todo. Pero nos acompañarás, ¿no? Aparte del placer de tu compañía, me gustaría oír de qué va todo esto.
—Si pudiera decírtelo, no creo que se me permitiera.
—No tiene que ver con el gran asunto, ¿verdad?
Nick se lo quedó mirando.
—¿Qué gran asunto?
—Por el amor de Dios, no lo sé... —Su mirada se dirigió más allá del hombro de Nick—. Aquí está Wally. Ahora me temo que sí va a haber una fiesta.
Wally Bell venía acompañado de un desconocido, un teniente de navío de la reserva de voluntarios de la Royal Navy como él. Aunque medía la mitad que él y era voluminoso. Se acercaron.
—Pensaba que esta noche estabas en el mar, Wally. ¿Haraganeando?
—El burro está causando problemas. —Se refería a su motor—. Mirad, éste es Sam Treglown. Uno de la élite. —Con eso quería decir que Treglown también estaba en una CMB. Señaló a Nick—. Sam, ése es el tipo al que estás buscando.
—Ah, ¿es usted Everard?
Nick lo admitió. Treglown sonrió mientras le estrechaba la mano.
—Me indicaron que me presentara ante usted. ¿Hay algo especial en marcha?
—Algo. Mañana a esta hora puede que averigüemos el qué. Entre tanto será mejor que tome una copa.
Nick llamó al despensero. Wally Bell se estaba quejando:
—Pasamos demasiado tiempo en el mar. ¡Claro que el maldito trasto se avería de vez en cuando!
—La tuya es una de esas lanchas yanquis, ¿no? Uno de los productos de los Grandes Lagos —preguntó Treglown.
—¿Y qué si lo es?
—¡Esos motores se montan en una fábrica de motocicletas!
—Eso no tiene que ver nada en absoluto con el tema. De hecho, con un uso normal seguiría funcionando para siempre... Pero, ¿sabéis?, lo que deberíamos tener es uno bajo el Canal de la Mancha, ese del que siempre han hablado y nunca han hecho. ¡Pensad en el tiempo en el mar que nos ahorraríamos todos! Sin buques de transporte, sin barcos hospital, sin escoltas, sin sembrado de minas... ¡Por Dios, pensad en ello!
—Y piensa también en que los alemanes tendrían el otro extremo —agregó Rogerson con sequedad.
Nick pensó que Rogerson parecía enfermo. Al ser pelirrojo, de todas formas tenía la piel pálida, pero esta noche tenía el aspecto de un fantasma, alto y delgado.
—Le pondríamos un tapón enorme. —Wally se mesó la barba—. Aproximadamente a la mitad. Tendríamos un cable sujeto al tapón y si los alemanes entran, simplemente le damos un tirón al cable y... ¡zas! Gluglú.
Treglown asintió con su rostro de rana.
—Gluglú.
—Haría falta mucho trabajo para volver a dejarlo seco —comentó Underhill.
—¡Ah! —Bell hizo un gesto negativo con la cabeza y meneó un dedo—. Al bando perdedor —lo que significa los alemanes, por supuesto— le correspondería la tarea de achicar el agua. Con cubos. Pequeños... ¡Vaya, incluso el káiser Guillermo se lo pensaría dos veces antes de ir a la guerra si tuviera ese trabajo en perspectiva! —Se volvió hacia Nick—. ¿En qué andas ahora? He oído que has dejado el Mackerel.
—¡Aquí, Elkington!
El invitado de Rogerson había llegado. Saludó con la mano. Le preguntó al nuevo, Treglown:
—Cenará con nosotros, ¿verdad? Estamos celebrando la muerte de un viejo amigo.
Más tarde, después de la cena, le confesó a Nick en voz baja:
—Es lo peor que ha ocurrido nunca. Aún no acabo de creérmelo del todo. Te lo aseguro, Nick, podría... —su mano se cerró sobre el brazo de Nick? podría llorar.
—Lo sé. Lo sé muy bien.
Swan, Cockcroft y tantos de ellos... Como los tic tac de una habitación llena de relojes, y cada tic era una vida. Tal vez no se debería llorar por individuos y amigos tanto como por Inglaterra, por la sangre y la fuerza de Inglaterra, que se iban consumiendo.
Elkington se había marchado pronto; su buque zarpaba al alba para patrullar en los Downs. Nick le había comentado a Rogerson:
—Es un tipo agradable.
Rogerson había asentido.
—Está comprometido con una chica que conozco. —Entonces sonrió, parecía un esfuerzo deliberado por cambiar su propio humor—. ¿Qué es ese rumor que he oído sobre un altercado en un bar en el que estuvieron involucrados cierto oficial y una... eh... joven de la ciudad?
—No tengo ni idea.
Le había sorprendido que no hubiera habido cotilleos, que él supiera. Pero con el tiempo los habría, por supuesto. Rogerson insistió aún sonriendo:
—Puede que se lo diga a Eleanor si no confiesas.
Se refería a su hermana, la guapa joven que formaba parte del destacamento de ayuda voluntaria.
—Se lo dirías si confesara —repuso Nick.
—¡Nunca!
Suspiró...
—Nick, ¿les darías las buenas noches a los demás de mi parte? Hoy me resulta bastante difícil estar alegre.
—Nos reuniremos con ustedes a tres millas al sureste de South Foreland a las nueve de la mañana. ¿De acuerdo? —le comunicó Nick a Treglown.
El capitán de la CMB asintió.
—Correcto. ¡Pero me gustaría que sólo tardáramos diez minutos en llegar allí!
Él tendría que salir del puerto mucho antes que las CMB. Nick le explicó que tendrían que regresar del mar bastante temprano, por la tarde, para asistir a la reunión informativa. Así que para conseguir un día completo de prácticas, necesitaba empezar pronto. Les deseó buenas noches.
—Me voy. Voy a dar una vuelta por mi antiguo buque para despedirme de algunas personas.
El Mackerel se encontraba lejos, en el otro extremo del muelle, en el puerto donde le habían limpiado las calderas, y el paseo de aproximadamente dos kilómetros y medio en cada dirección le vendría bien. Esa tarde, después de la entrevista con Reaper, no había tenido tiempo de despedirse. Aunque Wyatt lo había estado esperando y había aceptado sin mucha sorpresa ni pesar la información de que le iban a quitar a Nick. Este no le contó nada, salvo que lo iban a enviar temporalmente al Arrogant, lo que sonaba como un puesto para un hombre para el que nadie tenía un trabajo.
—Bueno, yo intenté... Lo siento, Everard —masculló Wyatt.
Después, en el último momento, le dio la mano. Nick había pedido que le enviaran sus cosas y se había ido, decidido a entendérselas con la CMB 11 lo antes posible. Bajó a su camarote, en la cubierta principal del Arrogant, para coger su sobretodo. Todos sus bártulos estaban allí, pero no iba a sacar nada del equipaje salvo lo esencial. ¿Sería tentar a la suerte? Tras esa «misión» —Reaper había utilizado ese término—, no sabía qué querrían que hiciera después. Era perfectamente posible que Reaper tampoco lo supiera. Reaper, por su propio interés o el de la División de Planes, quería que se hiciera un trabajo, y le habían entregado un hombre para que lo llevara a cabo. Alguien para quien no tenían un destino mejor. ¡Cuando Reaper tuviera lo que fuera que quería, le importaría un bledo el siguiente nombramiento de Nicholas Everard!
No resultaba un pensamiento feliz. Le dio vueltas mientras atravesaba el buque y bajaba por la plancha. Luego se dijo que no debía pensar más en ello: estaba cansado, y abatido a causa de las noticias sobre Johnny Vereker.
«Haz el trabajo de las CMB primero. Luego empieza a preocuparte.»
Caminaba hacia el oeste, en dirección al paseo marítimo, con la dársena para submarinos y el resto del puerto reluciendo como plata a su izquierda, cuando de pronto se le ocurrió que lo que lo hacía brillar era la luna. La luna nueva, sólo una luna incipiente y que únicamente se veía ahora porque había una gran fisura en las nubes, pero ahí estaba, y por consiguiente con la misma facilidad podría estar ahí de nuevo dentro de dos noches. Reaper había dicho algo como «la luna podría resultar un incordio, pero con suerte habrá nubes para cubrirla...».
¿Y si no había esa suerte?
Las CMB necesitaban noches oscuras para trabajar. Al ser tan pequeñas y bajas podían quedarse quietas y ser casi invisibles, y eran difíciles de ver, salvo cuando se movían rápido, pues entonces levantaban tanta estela que se las podía divisar con la misma facilidad que a los acorazados. Como tenían un calado poco profundo, también podían pasar furtivamente sobre bancos de arena. Eran ideales para tender emboscadas, lanzar su torpedo y escapar. Pero la luna les resultaba tan perjudicial como la luz del día. No eran más rápidas que los destructores alemanes modernos, estaban hechas de madera y llevaban sólo un torpedo, amén de los revólveres de sus oficiales; mientras que los destructores del enemigo eran de acero y estaban repletos de cañones de cuatro pulgadas, y de los dos libras de repetición.
«Sal ahora de paseo», pensó mirando la forma afilada y parecida a un colmillo de la luna. «Y mañana por la noche, si quieres. Pero después, por favor...»
Estaba pasando por delante del cuartel general, donde le habían endosado esa misión esa tarde. Un rayo de luz brillaba en una entrada con sacos de arena y se reflejaba en la bayoneta de un centinela; por lo demás todo estaba tranquilo, oscuro, desierto o muy bien tapado. Siguió caminando, preguntándose si ese pedacito de luna podría traer a los bombardeos Gotha. La última vez habían llegado sin nada de luna. Sin embargo, en las últimas visitas habían obtenido un recibimiento desagradable, y todo porque cuando Lloyd George había estado en la ciudad de visita oficial, en septiembre y habían lanzado las bombas en la zona en la que él se encontraba, al menos lo bastante cerca para que fuera consciente de ellas. ¡A los pocos días les habían entregado los cañones antiaéreos que el general Bickford llevaba exigiendo desde el año anterior! Nick pensó mientras posaba la mirada en la negra forma del Zubian recortada contra el agua teñida de plata: «Mañana por la noche a estas horas ya sabré adónde vamos y para qué...» No cambiaría al guardiamarina Selby por aquel otro, se dijo. Haría lo que pudiera con Selby, quien, tal vez, podría demostrar que era digno a la hora del combate. La despectiva expresión de Underhill, el «patito feo» le había hecho cambiar de opinión. ¿No había sido él eso para alguna gente? Si se deshacía de Selby no le estaría haciendo ningún favor. Si supiera con certeza que no daba la talla, estaría justificado pero, conociéndolo tan poco, no.
El muelle del Príncipe de Gales quedaba a su izquierda, un largo dedo negro que asomaba hacia el sureste. Siguió andando, dejándolo atrás, hasta llegar a donde se encontraba el Mackerel, en el ángulo entre el muro oriental del puerto de mareas y el pequeño espigón que lo protegía. No esperaba encontrar mucha gente en él, pero al menos habría estado a bordo, les habría intentado decirles adiós a sus antiguos camaradas. Cuando terminara de disparar los torpedos mañana, el Mackerel ya habría zarpado.
El centinela de la plancha lo miró detenidamente mientras se acercaba. Luego, al reconocerlo, saludó.
—Buenas noches, Jarvie. ¿Todo bien?
—¡Sí, señor, buenas noches!
—¿Sabe si todavía hay alguien por aquí?
Levantó la mirada hacia la plancha. Jarvie le dijo:
—Todos están en la cámara de oficiales, señor. Creo que hay una especie de fiesta.
Nick podía oírlo. Según parecía, la cámara de oficiales del Mackerel estaba de celebración. Voces fuertes, risas, sonidos de fiesta... Giró a popa, llegó a una lona pintada que cubría la entrada a la superestructura, y comenzó a descender por la escala. Una voz procedente de allí abajo se elevó por encima del barullo:
—¡Que hable! ¡Que hable!
Nick se detuvo, preguntándose qué pasaba. Oyó la voz de Charlie Pym alzarse en medio de un repentino silencio:
—Caballeros... Como estoy poco habituado...
—¡Quiere decir que es virgen!
—¡Ni interrumpas a tu primer teniente!
—... me gustaría expresarles mi agradecimiento, mi más profundo agradecimiento por el entusiasmo con el que han recibido que sustituya a alguien que... que...
Risas... La voz de Gladwish se abrió paso:
—Que se ha dado un batacazo, ésa es...
—Que ha venido a decirles adiós.
Nick atravesó la entrada. Vio a Gladwish, Grant, Watson, y a Pym subido a una silla, con la cara colorada y la boca abierta. Había otro par de hombres a los que no conocía, un oficial subalterno y un alférez de navío. Todos parecían bastante asombrados de verlo. Grant se puso como la grana mientras se levantaba de un salto y Gladwish tartamudeó:
—Vaya, es... vaya...
—Caramba, nos ha sorprendido. —Pym se bajó de la silla—. Una pequeña celebración improvisada por mi ascenso a primer teniente. Lo lamento, probablemente parezca... bueno...
—Parece... —Nick lo miró con calma— exactamente lo que es.
Vio escabullirse a Warburton, el despensero mayor.
—¡Bueno, cielos, tiene que tomarse una copa! —le ofreció Pym.
—No, gracias. —Watson, el maquinista, estaba tratando de reclamar su atención. Lo saludó con la cabeza—. Hola, jefe.
—Quiero decirle que... lo que le han hecho es una cochinada, más que una vergüenza, es...
—¿De qué está hablando, por el amor de Dios?
Gladwish asintió con la cabeza, como un búho.
—Él tiene razón. Deberían haberle dado una medalla, no...
—Me gustaría saber de qué están hablando. —Nick miró a Pym—. ¿Puede decírmelo?
—Bueno. —Pym se encogió de hombros de forma exagerada, aunque comparado con Gladwish y Watson parecía bastante sobrio—. Tengo sentimientos encontrados, por supuesto. Quiero decir que tengo su puesto, no puedo fingir que eso me disguste... Pero a nivel personal, claro, lamento...
—Lo siento muchísimo, señor.
El guardiamarina Grant, al que aparentemente no se le había permitido beber nada o poco, seguía colorado de vergüenza.
—¿Siente qué, guardiamarina? —le preguntó Nick.
—Bueno... que lo hayan echado...
—¿Echado?
Miró a su alrededor. Todos lo miraban fijamente, haciendo todo lo posible por parecer comprensivos, de su parte.
—¿Creen que me han echado? —le interpeló Nick a Pym.
—Bueno. —Pym le dirigió una media sonrisita de complicidad a Gladwish, luego volvió a mirarlo—. Me temo que sabemos que es así. Ese asunto en tierra... El capitán me dijo...
—¿Qué? ¿Que me han destituido del buque?
—Nada tan definitivo como eso, pero...
—Vaya por Dios. —Sacudió la cabeza. Había sido un día largo, en todos los sentidos—. Bueno, no trataré de convencerlos de que se están precipitando a sacar conclusiones equivocadas. Es así, pero no importa demasiado... Sólo vine a despedirme. Mañana estaré en el mar antes de que zarpen, así que...
—¿En el mar?
Fue Grant quien hizo la pregunta. ¿Qué pensaban, que estaba arrestado? Nick volvió a posar la mirada en Pym.
—Le deseo suerte. Espero que se convierta en un número uno de primera —le dijo Nick.
—Bueno, desde luego haré lo que...
—Aunque no lo logrará. Es demasiado indulgente consigo mismo y demasiado holgazán... Adiós.
Se marchó y subió por la escala; apartando la lona salió a la toldilla. Avanzaba rápido, intentando dominar la ira y el malestar, y deseando alejarse de ellos. Giró a popa, hacia la plancha.
—¿Teniente Everard, señor?
Se trataba del marinero de primera McKechnie. Había bastantes miembros de la tripulación del buque tras él.
—Warby vino a decirnos que estaba a bordo, señor. —Se refería a Warburton, el despensero del capitán—. ¿Vino a despedirse, señor?
—Sí, eso es.
—Señor... queríamos decirle... bueno, los muchachos lamentan que se vaya, señor... —Un murmullo de asentimiento surgió de los otros que lo acompañaban—. El buque no será lo mismo, señor, ya no.
—Vaya... gracias.
Resultaba difícil saber qué decir. Desde luego, no podía contarles la verdad, que ellos era las personas de las que había venido a despedirse, los únicos a los que lamentaba dejar.
—Lo único que puedo decir es que espero que volvamos a encontrarnos. —Ahora había una multitud en esa parte de babor. Alzó la voz y gritó—: Adiós, y buena suerte a todos. ¡Se la merecen! —Alargó la mano—. Espero que nos encontremos de nuevo, McKechnie.
Entonces se encontró estrechándoles la mano a todos mientras cantaban a su alrededor: «Porque es un muchacho excelente...».
El marinero de primera de Glasgow le gritó al oído:
—¡Vi a la muchachita anoche, señor, dijo que le mandara recuerdos!
Se marchó. En la cámara de oficiales habrían oído perfectamente la canción, y si Wyatt había estado dormido en su camarote, bien podría haberse despertado. Todo esto irritaría a Wyatt... y avergonzaría a Charlie Pym.
«Dijo que le mandara recuerdos...»
McKechnie debía haberla visto en aquel bar. Y ahora todos los bares estaban cerrados. Pero recordaba dónde vivía; al menos, estaba casi seguro de que podría volver sobre los pasos apresurados, y bastante dolorosos, que había dado aquella fatídica noche sazonada con ron.
Aunque no sólo sazonada con ron, también estaba el sabor de Annabel. Y sus caricias, su voz dulce, el afecto en su mirada...
La voz cortada de Reaper resonó en su cerebro: «Será mejor que no vuelva a ver a esa chica.»
Bueno, no se había comprometido a hacer tal cosa.
A la izquierda, ahí. Por el puente al final del muelle de Wellington. Ahora por allí, el callejón, y luego derecho hacia Snargate Street. Había una calle lateral cuarenta metros más abajo. Vio la expresión desdeñosa de Pym y se detuvo. ¿Por qué darles lo que querían a gente como Pym, por qué complacer a los Charlie Pyms, por el amor de Dios? Y un pensamiento siguió inmediatamente a ése: ¿no estaría con alguien a esas horas de la noche?
La voz de Reaper de nuevo: «Los días de guardería han terminado, Everard. ¡Ya le han salido las plumas!»
Se dio la vuelta y volvió a cruzar el puente. Pensando en el hombre que podría estar ahora con ella, en ese momento, haciéndole el amor, escuchando esa voz suave al oído, viendo esos ojos grandes mientras la luz de la luna entraba a raudales. Pero estaba viendo a un hombre con un rostro de complexión rubicunda y un negro bigote militar: no al cliente de Annabel, sino al amante de Sarah.
La luna se había deslizado tras una masa de nubes. Puede que los días de guardería hubieran terminado y puede que a él ya le hubieran «salido las plumas»; pero se sentía aislado, desarraigado.